sábado, 9 de marzo de 2013

ANÁLISIS Por una Iglesia cada vez fuerte, libre y transparente


En esta primera semana de reuniones para la preparación del cónclave, las noticias reflejan que ciertas discusiones al interno de las congregaciones generales se están filtrando a los medios públicos, a pesar del juramento que deben hacer los cardenales bajo peligro de excomunión. Algunos cardenales que han llegado a Roma han expresado públicamente la necesidad de saber con claridad todos los detalles del informe del llamado caso VatiLeaks. Con razón, ellos aluden a que, si deben elegir a un nuevo Papa, han de saber el estado real de los problemas que afectan a la Iglesia. Al interno de las congregaciones la tensión es evidente, y se quiere evitar elegir a un nuevo Papa que, luego, pueda ser acusado de haber encubierto a presbíteros involucrados en casos de pedofilia o haber callado hechos de corrupción.

Esta tensión era de esperarse con la renuncia de Benedicto XVI, más allá de las razones formales que se quieran aludir entre algunos miembros de la Curia romana. La renuncia del Papa provocó, como puede suceder ante la renuncia inesperada de cualquier autoridad en una institución, la necesidad de replantear y evaluar el sentido del ministerio eclesial y, cómo éste, se ha de proyectar en el futuro inmediato con un nuevo Papa.

Los cardenales están exigiendo y olfateando la demanda de la Iglesia universal. Cuando digo Iglesia universal me refiero a todos aquellos que formamos parte de la comunidad de cristianos bautizados, y que deseamos una Iglesia más libre, en la que nadie sienta excluido, porque todos queremos que ésta sea capaz de dar a la humanidad razones para "vivir y esperar" (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 31).

¿Qué significa una Iglesia más fuerte? No sostengo que la fortaleza provenga de la imposición de la autoridad. Al contrario, su fortaleza debe venir del Espíritu de Dios que nos une en profunda comunión y solidaridad, y que abre sus espacios a la escucha y a la acogida de los pobres y las víctimas de nuestras sociedades.

La fortaleza del Pontificado de Benedicto XVI alcanzó su punto culmen cuando, precisamente, su humildad ha mostrado, limpiamente, el deseo por recuperar la verdad y la credibilidad de la naturaleza y de la misión de la Iglesia.

Para ello, también necesitamos a una Iglesia transparente, es decir, que hable siempre la verdad de corazón a corazón, porque la alegría de un cristianismo vivido en libertad, fortaleza y transparencia no nos la puede quitar nadie, como lo recordó Benedicto XVI en su mensaje de despedida a los cardenales. Es esta alegría de ser seguidores de Jesús la que debe transformarse en Buena Noticia a nuestro alrededor, y la que podrá ser capaz de abrirnos a la conversión. De ahí la necesidad de un diálogo que nunca exija la pérdida de la identidad. Por el contrario, la identidad logra mostrar lo distinto y novedoso de cada uno, cuando nos abrimos al diálogo.

Más allá de las expectativas por quién será el nuevo Papa, mantengamos siempre presente las palabras de Benedicto XVI a los cardenales al recordar, en un gesto significativo, las palabras de la Lumen Gentium: La Iglesia "vive a lo largo del tiempo, en devenir, como todo ser vivo, transformándose... Sin embargo, su naturaleza sigue siendo siempre la misma, y su corazón es Cristo». Hay signos evidentes de una primavera eclesial. Ésta, sobrepasará la simple elección de un Papa, si creemos en el Espíritu de la verdad y vivimos con alegría nuestra fe. El Papa emérito pasará a la historia, no sólo con sus palabras como teólogo, sino también con este gesto tan oportuno y necesario para renovarnos como comunidad cristiana. Nos queda, entonces, abrirnos a los signos de los tiempos y saber asumirlos según el Espíritu de Jesús.

Félix Palazzi, doctor en Teología Dogmática

fpalazzi@ucab.edu.ve

@felixpalazz

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