viernes, 30 de diciembre de 2011

“A los ocho días circuncidaron al niño, y le pusieron por nombre Jesús”


Comentario al Evangelio de la Solemnidad Santa María Madre de Dios–Ciclo B (Lucas 2, 16-21)–1 de enero de 2012
Oí alguna ve la historia de un muchacho que entró con paso firme a una joyería y le pidió al dueño que le mostrara el mejor anillo de compromiso que tuviera. El joyero le presentó uno. La hermosa piedra solitaria brillaba como un diminuto sol resplandeciente. El muchacho contempló el anillo y con una sonrisa lo aprobó. Preguntó luego el precio y se dispuso a pagarlo.

“¿Se va usted a casar pronto?”, le preguntó el joyero. “No”, respondió el muchacho. “Ni siquiera tengo novia”. La muda sorpresa del joyero hizo sonreír al muchacho. “Es para mi mamá”, dijo él. “Cuando yo iba a nacer, estuvo sola. Alguien le aconsejó que me matara antes de que naciera, así se evitaría problemas. Pero ella se negó y me dio el don de la vida. Y tuvo muchos problemas. Fue padre y madre para mí; fue amiga, hermana y maestra. Me hizo ser lo que soy.

Ahora que puedo, le compro este anillo de compromiso. Ella nunca tuvo uno. Yo se lo doy con la promesa de que si ella hizo todo por mí, ahora yo haré todo por ella. Quizá después entregue yo otro anillo de compromiso, pero será el segundo”. El joyero no dijo nada. Tomó el anillo, ordenó que lo empacaran hermosamente y luego se lo entregó al muchacho diciéndole: “Llévelo, es un obsequio mío. Hubiera querido conocer a mi madre, pero murió en el momento en que me dio a luz”.

Esta bellísima historia puede hacer que las lágrimas se asomen a muchos ojos, porque pone de manifiesto el amor tan grande que puede despertar una madre valiente que es capaz llevar a su hijo, no solamente nueve meses en su vientre, sino sacarlo adelante a pesar de las adversidades que se puedan cruzar por el camino de la vida de cualquier ser humano. También puede traer a la memoria agradecida, el don precioso de la vida que haya ofrecido una madre por la vida de su hijo o hija.

Muchas madres mueren en el momento de dar a luz. Estoy seguro que si le preguntan a una mamá si prefiere arriesgar su vida o arriesgar la vida de su hijo, se inclinaría sin temor por la primera opción. Las madres, como Dios, están dispuestas a dar la vida por sus hijos, más que cualquier ser humano por ningún otro.

Hoy la Iglesia nos invita a celebrar, en una única solemnidad, a Santa María, Madre de Dios y la imposición del nombre de Jesús. Dos realidades íntimamente ligadas. La maternidad de María abre un espacio para el nombre de Jesús, que llegó a ser fuente de salvación eterna para todos los que lo obedecen (Cfr. Hebreos 5, 9) y ante el cual “doblen todos las rodillas en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra” (Filipenses 2, 10). Y, a su vez, es el nombre de Jesús el que le da un valor infinito a la maternidad divina de la Virgen María.

Cuando María decidió tener a su hijo, enfrentando la dificultad que podría tener con su prometido y con toda la sociedad, que juzga inmisericordemente a las madres solteras, sabía que se echaba una pesada carga encima. Su valor, su entereza, su respeto al don supremo de la vida, hizo que la reconociéramos como la Madre de Dios. Allí está la fuerza de esta solemnidad.

Pidamos al Señor, al celebrar esta solemnidad y al comenzar el año civil, que nos regale un corazón agradecido, como el de la Virgen María, para que sepamos acoger y respetar cualquier brote de vida que el Señor quiera poner en nuestras manos, de manera que nos convirtamos en sus fieles colaboradores en la construcción de un mundo en el que todas las personas, sin importar su raza, su lengua, su género, su religión, su estrato social, su nivel económico, puedan tener vida y vida en abundancia.
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Hermann Rodríguez Osorio, S.J. Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá

miércoles, 14 de diciembre de 2011

"Para Dios no hay nada imposible"


Comentario al Evangelio del Domingo IV de Adviento – Ciclo B (Lucas 1, 26-38) – 18 de diciembre de 2011

Cuentan que una vez tres árboles jóvenes estaban conversando sobre lo que querían ser cuando fueran grandes. El primero decía: «A mi me gustaría ser utilizado en la construcción de un gran Palacio para servir de techo a Reyes y Príncipes». El segundo dijo: «A mi me gustaría ser el mástil mayor de un hermoso barco que surque los mares llevando riquezas, alimentos, personas y noticias de un lado a otro de los océanos». El tercero, por su parte, dijo: «A mi me gustaría ser utilizado para construir un gran monumento de esos que se colocan en medio de las plazas o avenidas y que cuando la gente me vea, admire a Dios por su grandeza».

Pasaron los años, los árboles crecieron y llegó el tiempo del hacha y la sierra. Cada uno de los tres árboles fue a dar a distintos sitios: El primero fue utilizado para construir la casita de un campesino pobre que con el tiempo fue destruida y abandonada. Con los restos se levantó un pequeño establo para que los animales se protegieran del frío y de la noche... El segundo fue utilizado para la construcción de la barca de un pobre pescador que se pasaba la mayor parte del tiempo amarrada a la orilla de un lago... El tercero fue utilizado para la construcción de una cruz, donde fueron ajusticiados varios hombres...

Dice san Lucas, que cuando María recibió el anuncio del ángel, “se sorprendió de estas palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: –María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios. Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”. María, sin salir de su asombro, preguntó: “–¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre? El ángel le contestó: –El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder de Dios altísimo se posará sobre ti. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios. También tu parienta Isabel va a tener un hijo, a pesar de que es anciana; la que decían que no podía tener hijos, está encinta desde hace seis meses. Para Dios no hay nada imposible”. La respuesta de María fue de total disponibilidad a pesar de que seguramente no entendió completamente el plan de Dios. “Yo soy la esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho”.

No es fácil aceptar los planes de Dios cuando no se acomodan a los nuestros. Siempre que Dios nos llama a realizar un proyecto, tenemos la tentación de pensar que será como nosotros lo hemos programado; pero el Señor tiene sus caminos, que no son los nuestros. Él se encarga de realizar nuestros sueños y nuestros planes, pero a su manera. Lo importante es que encuentre en nosotros la disposición necesaria para dejarnos guiar y conducir por Él a través de las vicisitudes de nuestra vida.

Que el Señor nos conceda ser dóciles a su voluntad; que nos de fe y perseverancia, de modo que aun cuando no nos toque ser un gran palacio, aceptemos sostener el portal del pesebre que en Belén abre sus puertas al que nos trajo una gran alegría para todo el pueblo.

Aunque no seamos el gran mástil de una hermosa embarcación, aceptemos ser la humilde barca de Pedro, que sirvió de púlpito para que a los pobres se les anunciara la Buena Nueva. Y aunque no seamos un gran monumento, aceptemos ser la cruz que sirvió de altar para que Dios nos mostrara el amor de Dios que llega hasta el extremo...
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Hermann Rodríguez Osorio, S.J. Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá

miércoles, 7 de diciembre de 2011

“Abran un camino derecho para el Señor”


Comentario al Evangelio del Domingo III de Adviento–Ciclo B (Juan 1, 6-8.19-28)– 11 de diciembre de 2011

Cuando visité por primer vez la vereda Taracué, en el municipio de San Pablo, al sur del departamento de Bolívar, viajé montado en la parte de atrás de un viejo camión de estacas, compartiendo el espacio con un buen grupo de niños y niñas, acompañados por sus padres, los bultos de comida, los barriles de gasolina, las gallinas, la carne colgada de las barandas. Muy lentamente fuimos recorriendo los quince o veinte kilómetros que separan la vereda del casco urbano. El camión se balanceaba de un lado para el otro, sobrepasando los huecos más impresionantes y hasta algunas quebradas bastante caudalosas.

Recuerdo que al llegar, nos explicaron que todavía nos faltaba por recorrer a pie un buen trecho, pues la carretera estaba todavía en construcción. Caminamos una hora más hasta la escuela de la vereda, donde nos íbamos a hospedar con mi compañero de misión. Yo estaba recién ordenado y celebré allí mi primera semana santa en medio de una comunidad que iba naciendo entre las plantaciones de coca y los grupos guerrilleros que controlaban la zona.

Algunos meses después, volvimos a Taracué para celebrar la Navidad y nos encontramos con que la carretera había avanzado hasta la orilla de la quebrada, de aguas transparentes, que lleva el mismo nombre de la vereda, donde está la escuela. Los campesinos de la región, a punta de pico y pala, habían abierto la montaña para que los carros pudieran llegar más cerca de sus casas que, de todos modos, seguían estando a dos y tres horas de camino. Tuvieron que romper los cerros, sobrepasar las cimas, construir puentes y rellenar en otros sitios el terreno para tratar de hacer un camino transitable.

Los campesinos nos contaban que en un recodo del camino tuvieron que luchar a brazo partido con una enorme roca que les impedía el paso. Sólo cuando consiguieron un poco de dinamita, pudieron sobrepasar aquella dificultad y terminar el trayecto hasta la quebrada. Hoy todavía es una carretera que sólo permite el paso de carros con doble tracción o camiones con mucha fuerza. Y, sobre todo en épocas de lluvia, aunque sigue conservando el nombre, se parece poco a lo que debería ser una carretera como Dios manda.

Juan el Bautista anuncia la llegada del Señor sirviéndose de las palabras del profeta Isaías, que invitaba a su pueblo a abrir “un camino derecho para el Señor”. El texto de Isaías sigue diciendo: “Rellenen todas las cañadas, allanen los cerros y las colinas, conviertan la región quebrada y montañosa en llanura completamente lisa”. Cada uno de nosotros sabrá qué implicaciones tiene esto en nuestras relaciones con los demás y con Dios. Qué cañadas tenemos que rellenar, qué cerros y qué colinas tenemos que allanar, qué puentes tenemos que construir para permitir que el Señor llegue hasta nosotros.

Este tiempo de Adviento es un tiempo propicio para abrir nuestros caminos, arreglarlos, mejorarlos. Así como los campesinos de la vereda Taracué, al sur de Bolívar, tenemos que prepararnos para que el Señor pueda llegar hasta nosotros y regalarnos con sus dones en esta Navidad. Ojalá no sea necesario usar la dinamita...
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Hermann Rodríguez Osorio, S.J. Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá

jueves, 1 de diciembre de 2011

“Una voz grita en el desierto”


Comentario del Evangelio del Domingo II de Adviento–Ciclo B (Marcos 1, 1-8)– 4 de diciembre de 2011

En el desierto de Atacama, al norte de Chile, sucede cada cierto tiempo un fenómeno único en el mundo. Esta región, una de las más áridas del planeta, después de varios años de paisaje lúgubre y seco, se transforma, por las lluvias, en lo que se conoce como el Desierto Florido. En las últimas dos décadas este fenómeno se ha repetido en los años 1983, 1987, 1991 y finalmente con la histórica precipitación del 12 de julio de 1997, donde el agua caída registró la cifra récord de 96 mm en tan sólo 15 horas, algo totalmente inusual para el Desierto de Atacama. El paisaje árido se transforma en un espectáculo único y de sorprendente colorido. Inicialmente con un manto de color verde desde el mes de julio y agosto para alcanzar toda esa gama multicolor en el mes de septiembre, donde flores, insectos y otros animales tapizarán grandes extensiones de la Región de Atacama.

Las lluvias hacen que pequeñas semillas y bulbos, que se han mantenido por años enterrados en el desierto, germinen y crezcan dando vida a plantas de variadas características y hermosas flores multicolores. Asociadas a ellas surgen una gran cantidad de insectos, aves, generando un muy especial ecosistema, donde todos los elementos de la naturaleza conviven en armonía durante todo el tiempo que las condiciones climáticas lo permiten, volviendo con los meses a una situación de latencia hasta las próximas nuevas lluvias.

Contemplar este espectáculo, habiendo conocido la realidad del desierto que se adueña de esta región del mundo durante largos años, debe ser una experiencia inolvidable. Es ser testigo de la vida que no se da nunca por vencida. Siempre está esperando el momento propicio para renacer y explotar en destellos de luz y de color. Me vino a la memoria este fenómeno natural cuando leí en el comienzo del Evangelio según san Marcos la frase que encabeza el Encuentro con la Palabra del día de hoy: “Una voz grita en el desierto”. Eso es lo que Juan el Bautista significó para el pueblo de Israel. Lo que estaba anunciando era la llegada del Mesías: “Después de mí viene uno más poderoso que yo, que ni siquiera merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias”.

El profeta Juan anunció la vida, pero la vida estaba ya presente... Dentro de cada uno de nosotros está presente el Reino de Dios y está tratando de brotar y germinar para transformar el rostro del mundo. Hace algún tiempo la revista de Teología Pastoral, Sal Terrae, traía un título muy sugestivo que me parece que expresa muy bien lo que trato de decir: “El roble está latente en el fondo de la bellota”, haciendo referencia a la famosa poesía de Ira Progoff. En el fondo de toda realidad, está presente ya la vida de Dios que brotar como una fuente inagotable.

La voz de Juan se escuchó en medio de la aridez de su pueblo para decirles: “que debían volverse a Dios”. Fue como la lluvia que anunció la llegada de la vida al desierto que llevaba muchos años dormido y oculto. Al interior de cada uno de nosotros, en el fondo de nuestro corazón, están presentes siempre las semillas del Reino que necesitan ser regadas por las lluvias generosas para que despierten de su letargo prolongado y vuelvan a reverdecer llenando con su color, con su fragancia y su luz, los paisajes de nuestra vida y la vida de nuestros pueblos.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J. Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá

jueves, 24 de noviembre de 2011

La casa de Jesus


Comentario al Evangelio del 27 de noviembre de 2011, 1 Adviento (B), Marcos 13, 33-37:

¡Están atentos y despiertos, porque no conocen el día ni la hora!

Será como un hombre que se va de su casa y se la encarga a sus sirvientes, distribuye las tareas, y al portero le encarga que vigile.

Así pues, del mismo modo ustedes, estén prevenidos porque no saben cuándo va a llegar el dueño de la casa, si al anochecer o a media noche o al canto de gallo o de mañana; que, al llegar de repente, no los sorprenda dormidos.

Lo que les digo a ustedes se lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!


Jesús está en Jerusalén, sentado en el monte de Los Olivos, mirando hacia el Templo y conversando confidencialmente con cuatro discípulos: Pedro, Santiago, Juan y Andrés. Los ve preocupados por saber cuándo llegará el final de los tiempos. A él, por el contrario, le preocupa cómo vivirán sus seguidores cuando ya no le tengan entre ellos.

Por eso, una vez más les descubre su inquietud: «Mirad, vivid despiertos». Después, dejando de lado el lenguaje terrorífico de los visionarios apocalípticos, les cuenta una pequeña parábola que ha pasado casi desapercibida entre los cristianos.

«Un señor se fue de viaje y dejó su casa». Pero, antes de ausentarse, «confió a cada uno de sus criados su tarea». Al despedirse, sólo les insistió en una cosa: «Vigilad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa». Que cuando venga, no os encuentre dormidos.

El relato sugiere que los seguidores de Jesús formarán una familia. La Iglesia será “la casa de Jesús” que sustituirá a “la casa de Israel”. En ella todos son servidores. No hay señores. Todos vivirán esperando al único Señor de la casa: Jesús el Cristo. No lo olvidarán jamás.

En la casa de Jesús nadie ha de permanecer pasivo. Nadie se ha de sentir excluido, sin responsabilidad alguna. Todos son necesarios. Todos tienen alguna misión confiada por él. Todos están llamados a contribuir a la gran tarea de vivir como Jesús al que han conocido siempre dedicado a servir al reino de Dios.

Los años irán pasando. ¿Se mantendrá vivo el espíritu de Jesús entre los suyos? ¿Seguirán recordando su estilo servicial a los más necesitados y desvalidos? ¿Lo seguirán por el camino abierto por él? Su gran preocupación es que su Iglesia se duerma. Por eso, les insiste hasta tres veces: «vivid despiertos”. No es una recomendación a los cuatro discípulos que lo están escuchando, sino un mandato a los creyentes de todos los tiempos: «Lo que os digo a vosotros, os lo digo a todos: velad».

El rasgo más generalizado de los cristianos que no han abandonado la Iglesia es seguramente la pasividad. Durante siglos hemos educado a los fieles para la sumisión y la obediencia. En la casa de Jesús sólo una minoría se siente hoy con alguna responsabilidad eclesial.

Ha llegado el momento de reaccionar. No podemos seguir aumentando aún más la distancia entre “los que mandan” y “los que obedecen”. Es pecado promover el desafecto, la mutua exclusión o la pasividad. Jesús nos quería ver a todos despiertos, activos, colaborando con lucidez y responsabilidad.

José Antonio Pagola, Red Evangelizadora Buenas Noticias

Introducción General al Adviento


• Lo escatológico de las últimas semanas del año litúrgico que hemos finalizado, se devuelve ahora “como el primer deseo/sueño/esperanza” de la humanidad. Los extremos (inicio-fin) se tocan. Nada en realidad comienza "ahora" ni finaliza "al cierre" del año litúrgico. Así es el ciclo de la vida.

• Alguien es el que “anuncia”. Siempre es así. Siempre es alguien quien anuncia. Entonces fue Juan Bautista. Ahora ... puedes ser "tú" el evangelizador de nuestro tiempo... que anuncia lo que también puede ser camino que prepara la llegada de un Jesús distinto al que tengo/tenemos ahora.

• Nos preparamos, y más en la inminencia de la Navidad, para que el Señor acontezca de nuevo en "nos-otros". Por eso la importancia del Adviento y la importancia del tiempo que vamos a dedicar a prepararnos y a vivir la Navidad en Cristiano. Este es el comienzo de un camino (año litúrgico).

• San Ignacio antes de la llegada de Jesucristo da un "Principio y Fundamento" transcendente [23] que él espera pueda ser compartido para muchos como base fundamental, ojalá que para toda la humanidad, y así poder ANUNCIAR luego a Jesús como nuestro Principio y Fundamento Cristiano [91]. Así el número [23] de los Ejercicios es "principio y fundamento" (en minúsculas) para aceptar a Jesús como nuestro Principio y Fundamento.

• Compartimos la U-topía del Adviento, en cuanto que nos llega ante una realidad que se resiste y hace gala de empecinarse en su contra. Ya desde la encarnación iniciamos ese nuevo “topos” / “camino” que incide en la historia "definitivamente" como labor de Dios (desde el Génesis hasta el Apocalipsis) con "complicidad" del ser humano. Con frecuencia proyectamos hacia el pasado (Génesis 1 y 2), el proyecto de futuro hasta el Apocalipsis. Nuestro destino final (escatológico), lo "medi-a-mos" en medio de una realidad apocalíptica... que es la que vivimos nosotros.

• Al encarnarnos e inculturarnos, como lo hizo Jesús, necesitamos abrir nuestra esperanza a un sueño real (utopía) que lo despertamos en el proceso histórico y en el nuestro proceso personal (ambos en diacronía), en lo complejo relacional del "cada día" de cada uno (en sincronía) esa es la dialéctica para que nuestra acción pueda ser actuante-transformante en cada momento en reconocimiento y agraciamiento de la Verdadera Gracia-Gratuita de Dios.

• El pecado (original, estructural, personal y colectivo) de antes, de ahora y de siempre, se verá mejor a partir del Adviento en la misma medida que nos adentremos en el Nuevo Testamento y así lo iremos detectando y decantando, como ya lo hemos podido hacer por el trabajo de años pasados y que ahora lo reiniciamos con el nuevo Adviento para que sobre todo a través de la oración y celebraciones que hagamos, detectemos más fervientemente cuáles son nuestros des/órdenes que nos afectan, apegos y desapegos, aceptaciones y rechazos.

Por lo tanto puede que no esté de más que vayamos explorando un concepto más completo y complejo de "pecado" del que tengamos ahora que nos haga tomar conciencia igualmente tanto del pecado pero más todavía la Gracia y el Perdón a medida de que vayamos descubriendo nuestras realidades personales y las de la humanidad de antes, de ahora y de siempre.

Alejandro Goñi SJ

lunes, 21 de noviembre de 2011

Decir el Reino de Dios hoy


Miguel Otero Silva quiso compartir con nosotros sus inquietudes que se cristalizaron en su último libro La piedra que era Cristo. Era para él un asunto vital y quería llevarlo a cabo con el mayor profesionalismo posible. Una de sus primeras sorpresas al estudiar la bibliografía que le recomendamos fue la insistencia de los autores en el tema del Reino de Dios. Todos los libros sobre Jesús que leía hacían de ese concepto un asunto central. Él nos comentó su extrañeza: "en el colegio San Ignacio nunca nos hablaron de eso".

El Reino de Dios en los Evangelios
Esta anécdota puede servir de marco para introducir el tema. En efecto, cualquiera que se moleste en abrir las páginas de los tres primeros evangelistas (Mateo: Mt, Marcos: Mc, Lucas: Lc) verá que a cada paso tropieza con esa expresión, y en seguida se persuadirá de que para Jesús es una referencia fundamental. Él comienza proclamando que ya llega (Mc 1,15); en su oración nos insiste en que pidamos que llegue (Mt 6,10); nos ilustra sobre la actitud que debemos tener para acogerlo (Mc 10,15); explica que hay personas que están cerca de él (Mc 12,34); exhorta a que estemos en vela para poder entrar en él cuando llegue (Mt 25,1-13).

Asienta que es Dios quien lo da por puro beneplácito (Lc 12,32), y especifica a los destinatarios (Lc 6,20; Mt 5,3.10), lo que supone que o bien no es para todos o que está destinado de un modo especial a determinadas personas. Por otra parte habla repetidamente de entrar en el reino, lo que parecería presuponer que es un espacio o dimensión ya presente al que hay que acceder (Mt 5,20;7,21;23,13).

En todos estos textos aparece que hay gente que ciertamente no va a entrar, si no cambia radicalmente de actitud. Por tanto pide la conversión como actitud consecuente al creer en su propuesta (Mc 1,15). Los pasajes que se refieren a las condiciones para entrar y los que anuncian que viene tienen de común que para los oyentes es un acontecimiento inminente pero futuro, ya que si habla de qué hay que hacer o evitar para entrar en él, presupone que todavía no han entrado. Sin embargo, en otros afirma que el reino ya está presente (Lc 17,21); es la semilla que va plantando en medio del pueblo y en el corazón de cada quien (Mc 4,3-11); lo hacen presente sus obras liberadoras (Lc 11,20). Más aún, su misma presencia marca el inicio del tiempo del reino, un tiempo tan cualitativamente superior al anterior que el menor de los que lo acepten será mayor que Juan Bautista, que es el mayor de los que habían vivido antes del reino (Lc 7,28). Por eso en sus parábolas del reino, él, que se califica a sí mismo de maestro iniciado en los secretos del reino (Mt 13,52), lo compara a la perla de más valor y a un tesoro fabuloso. Cuando alguien da con él, de la alegría, vende todo cuanto posee para adquirirlo (Mt 13,44-46). El reino de Dios es, dice en el mismo tono, un gran banquete, el banquete sin término que ofrece el propio Dios (Lc 22,16), el banquete de bodas de su hijo (Mt 22,2).

El Reino como acontecimiento
Basten estas breves indicaciones para mostrar cómo Jesús de Nazaret no se predica a sí mismo ni habla sólo de Dios. Su misión gira en torno al reino de Dios. A este término, aunque existía en su tiempo, es Jesús quien le da esa riqueza de significados y lo coloca en ese lugar central. Al referirse al reino de Dios está diciendo que el Dios al que él hace presente no es el Totalmente Otro que no se interesa por la vida y por la historia; tampoco es el que se relaciona con las almas individuales desconectadas del mundo, sino el que tiene un designio sobre su creación, un designio de salvación y de plenificación.

Por eso el mensaje del reino es "evangelio": la noticia más hermosa y decisiva que pueda comunicarse. El reino es iniciativa de Dios, gracia suya. En ese sentido es de Dios: es él quien lo otorga porque es su beneplácito, porque es bueno. Pero también es de Dios porque lo que otorga no es otra cosa que a sí mismo como fuente de vida feliz-. Como lo habían anunciado los profetas, el creador de la humanidad quiere desposarse con ella en cercanía absoluta, en rectitud, justicia y verdad, en misericordia y ternura, en perdón (Oseas 2,16-25). La aceptación de esa relación reconforta, revitaliza, rehabilita, sana y transfigura.

Esto es lo que anuncia Jesús: Dios viene a reinar sobre la humanidad. Dios no reina desde afuera y desde arriba; reinar para él no es someter. La diferencia entre Dios y los ídolos es que éstos les viven a sus adoradores y por eso cuanto más grandes se muestran tanto son una carga más pesada; Dios en cambio carga con todos y lo hace de buena gana y no se cansa (Isaías 46,1-4). Dios es el que nos origina y posibilita, el que da, el que construye la casa y guarda la ciudad. Nosotros nada podemos darle porque él no es un ser de necesidades y porque, si necesitara, no tendría necesidad de pedirnos a nosotros. Ésta es la soberanía de Dios, que viste de esplendor a los lirios del campo y alimenta a los pajaritos y que considera más valiosos a los seres humanos y los cuida más pormenorizadamente. Pero lo que anuncia Jesús es un acontecimiento: que este Dios que se difunde porque es bueno, no sólo da sino que ha resuelto darse, hacerse para siempre Dios-con-nosotros (Mt 1,22-23). Así pues, con la expresión reino de Dios no se refiere Jesús a la relación que tiene siempre Dios con nosotros y que nosotros somos proclives a olvidar o a distorsionar.

Revela más bien un designio concreto: el de ser nuestro Dios y nosotros su pueblo, en el mismo sentido en que los esposos se entregan mutuamente y se reciben hasta quedar definitivamente referidos entre sí.

Jesús, portador del Reino
Jesús es el heraldo que comunica esta gran noticia, el evangelizador por excelencia (Mc 1,14; cf Isaías 52,7). Pero es también y sobre todo el evangelio porque esa alianza nueva y definitiva se realiza en Jesús (Lc 4,17-21). Jesús es el sí de Dios, porque en él Dios cumplió todas sus promesas (2 Corintios 1,19-20). Por eso dice a sus discípulos: "dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver los que ustedes ven, pero no lo vieron" (Lc 10,23-24).

La gente popular sí percibió que en Jesús pasaba Dios salvadoramente. En sus palabras y sus signos, en su presencia sentía ese sobrecogimiento y ese entusiasmo que es la reacción típicamente humana ante la presencia de lo divino (Lc 4,36; 5,26; 6,17-19; 7,16; 8,25.37.56; 9,43; 11,14; 13,17; 18,43). La gente sí canceló la cotidianidad para estar con Jesús, de tal manera que permanecían con él días enteros olvidándose hasta de comer y Jesús no tenía espacio ni tiempo para hacerlo. Para la gente la presencia de Jesús abría posibilidades inéditas. La enfermedad, la desesperanza, la postración, cedían y la fe en Jesús los movilizaba. A través de su entrega servicial, humilde y fuerte, percibían que Dios se hacía presente llenándolos de energías de vida, de un dinamismo esperanzado, de sentido, de la fuerza de su amor. No era un entusiasmo enajenante y adormecedor. Por el contrario, las palabras de Jesús eran como una espada, contenían una luz que los desnudaba por dentro hasta disolver sus mentiras y abrirse paso la verdad que libera. Jesús era el catalizador que originaba una transformación liberadora en los diversos campos y dimensiones de la existencia.

Reinado y Reino
Así pues con la expresión reino de Dios, Jesús designa ante todo un acontecimiento: la decisión de Dios de reinar en su pueblo, en la humanidad y en toda la creación. Eso lo entiende no como la determinación de imponer su voluntad por las buenas o por las malas, sino como el establecimiento de una alianza incondicional, una alianza más parecida a la matrimonial que a las alianzas políticas, ya que su contenido es una relación personalizadora, una cercanía absoluta, que, porque está impulsada por el amor, es fuente de libertad. Dios dice que sí a la humanidad. A este aspecto de la proclamación de Jesús podemos designarla como reinado de Dios, es decir la acción de ejercer su soberanía, que es servicio amoroso, entrega de sí mismo.

Pero muchas expresiones de Jesús se refieren, además de al acto de reinar, al resultado de ese acontecimiento, que es un mundo reconciliado, una familia de pueblos, una vida feliz, el gozo de la abundancia y el reconocimiento mutuo, el descanso en la plenitud, que es lo que expresa la paz bíblica. A ese estado que resulta del proceso, un estado cósmico, social y, por supuesto, personalizado, lo podemos designar propiamente reino de Dios.

El reino de Dios, la morada de Dios con los seres humanos, como la designa el Apocalipsis (21,3), es sin duda una magnitud objetiva; pero como no nace de una imposición exterior sino de un proceso de transformación, fruto de la aceptación de la entrega que Dios nos hace de sí, fruto, pues, de una conversión personal, es a la vez don de Dios, dar de sí de la humanidad y de la creación, plenificación y autotrascendencia, posibilitadas por el Espíritu de Dios en nosotros.

Ahora bien, si la alianza de Dios y la humanidad se establece en Jesús, eso significa que el reino de Dios es el reino del ser humano, el reino de la humanidad. Dios se nos da humanamente. Para encontrarnos con Dios no hay que separarse del mundo porque en Jesús Dios entra en nuestra historia y sólo en ella podemos recibir su salvación. La salvación religiosa ya no puede consistir en salvarse del mundo. Ya no hay templos como casas de la divinidad, apartadas de lo profano. Jesús es ese templo en el que cabe la plenitud de la divinidad corporalmente (Colosenses 2,9).

Así pues la plenitud que resulta de la unión con Dios no puede ser acosmística; es plenitud humana. El reino de Dios es el reino del ser humano, como vislumbraron los ilustrados. Pero lo que ellos no captaron es que el ser humano supera infinitamente al ser humano, es decir que el paradigma de lo que sea humano es Jesús de Nazaret: ése es el paradigma rigurosamente trascendente. Sólo en él caben todas las épocas y culturas, sólo en él podemos encontrarnos todos los seres humanos en la libertad y en la verdad.

Así pues la aceptación del reinado de Dios se da en el seguimiento de Jesús, que es la prosecución de su historia, que es actuar en nuestra situación de un modo equivalente a como él lo hizo en la suya. Esta fidelidad creativa es posible a todos los seres humanos, incluso a quienes ignoran el nombre de Dios y de Jesús, porque sobre cada uno está derramado el Espíritu de Dios que es el de Jesús. Así pues a todos está abierta la posibilidad de constituirse en hijos de Dios y de ir construyendo el mundo fraterno de los hijos de Dios. Ese mundo sería el reino de Dios.

Reino y antirreino
La distinción entre la humanidad tal como es propuesta en las diversas culturas y la humanidad de Jesús de Nazaret es necesario mantenerla porque ella explica que su propuesta no fuera aceptada por los intelectuales de esa cultura y por los que la representaban a nivel religioso, social y político. A Jesús lo siguieron algunos intelectuales y jefes y algunos considerados como buenos ciudadanos, pero el grueso de sus seguidores lo constituyeron los excluidos de esa cultura, los despreciados por ella, los discriminados, que, como hoy, eran la mayoría.

Jesús murió condenado a muerte por las autoridades, es decir exhibido por los representantes legítimos de la religión revelada y por un imperio que ha pasado a la historia como inspirador de derecho y justicia, como modelo de lo que no se debe hacer ni ser. Eso significa que los paradigmas humanos establecidos distan mucho e incluso contradicen lo que Dios tiene en mente cuando crea al ser humano. Jesús, el paradigma de humanidad propuesto por Dios, fue desechado. Así pues, las ideologías que segregan las culturas pueden ser tinieblas que ocultan y justifican situaciones, estructuras e instituciones de pecado. Hay direcciones de humanidad publicitadas y premiadas con el éxito, que en realidad son fracaso existencial, deshumanización.

Así pues el reinado de Dios no es un acontecimiento que se solapa a la evolución del cosmos y de la humanidad, potenciando su lógica inmanente y la direccionalidad dominante. Por el contrario, esta decisión de Dios de unirse con la humanidad, tal como la manifestó y realizó Jesús de Nazaret, es resistida e incluso combatida. En la historia y en cada vida humana hay impulsos divergentes e incluso contrapuestos. Más aún, existe el antirreino, es decir un estado de cosas que no es acorde con el plan de Dios e incluso en puntos decisivos lo niega. No afirmamos que alguna figura histórica o algún individuo sea absolutamente contrario al plan de Dios, como tampoco existen sujetos sociales o personales que respondan a él completamente. Hay figuras históricas, estructuras e instituciones más malas que buenas, en tanto otras son más buenas que malas.

La transformación estructural superadora no consiste en llegar a algo bueno sino a algo más bueno que malo. Tampoco la Iglesia es completamente buena, ella no es el reino ni lo que acontece en ella es siempre expresión del reinado o soberanía de Dios. También ella, como cualquier institución, debe reformarse constantemente.

Esta ambivalencia histórica no nos lleva al relativismo sino al discernimiento para ver si una realidad es más buena que mala y hay que apoyarla o más mala que buena y hay que transformarla. También nos lleva a la vigilancia constante para que nuestro dinamismo vaya en la línea del reino y no del antirreino.

Por qué nuestra Iglesia no predica el reino
Nos faltaría responder por qué Miguel Otero Silva pudo decir con verdad que los curas de su colegio no le habían hablado del reino de Dios, por qué casi todos los venezolanos pueden alegar lo mismo, por qué este tema está ausente de nuestra Iglesia, si para Jesús era central.
La respuesta es realmente compleja y tiene raíces profundas. Una es sin duda la entrega de la colectividad y sobre todo de los dirigentes a hacer de este mundo el reino de Dios empleando, además de la fuerza del Espíritu, el poder económico, social y en definitiva político. Si la Iglesia acepta el poder que rechazó Jesús (Mt 4,8-10; Juan 18,36-37), el resultado no es una alianza personalizada con Dios y una entrega en libertad a construir el mundo fraterno de los hijos de Dios, sino un ámbito coactivo en el que el pueblo es súbdito del Estado y de la Iglesia en una sociedad de desiguales.

Esto fue la cristiandad. Cuando estalló hecha pedazos por la eclosión de los Estados nacionales modernos, la teoría que la sustituyó fue la de los dos reinos, que en la práctica consagró la privatización del cristianismo y su confinamiento al ámbito de la conciencia. El cristianismo se reducía a lo religioso-moral y desaparecía el horizonte del reino de Dios, en el doble sentido de ese dinamismo que debe impregnar todos los ámbitos de la existencia y de esa determinación de transformar al mundo para que todo en él sea expresión de la fraternidad de los hijos de Dios.

Hoy, por la secularización de la política y el pluralismo religioso, es claro que el papel de los cristianos es, como lo había propuesto Jesús, ser levadura: llevar unas vidas personales y grupales que iluminen, alienten, inspiren y fecunden, y unirse a tantos que sin saberlo se dejan llevar por el Espíritu de Jesús, por su paradigma de humanidad, para ir enrumbando la historia en esa dirección. El papel de la Iglesia, que somos todos, es proponer este proyecto de Dios, esa determinación suya de entregarse a nosotros en su Hijo Jesús y de que esa alianza se exprese en la creación del mundo fraterno de los hijos de Dios. Proponer convincentemente este proyecto requiere estar personalmente ganados para él y por supuesto desmarcarse de la dirección del antirreino y de su pertenencia estructural a él.

Es claro que esta sociedad nuestra en sus estructuras e instituciones no es cauce de fraternidad. Proponer realmente hoy el reino de Dios encierra una carga tremenda de protesta y de propuesta alternativa. Predicar y vivir al Jesús del reino tiene hoy un costo social altísimo. Una Iglesia establecida, instalada, como por instinto de defensa, pone entre paréntesis el reino y propone a un Dios y a un Cristo sin relación al reino y por tanto abstractos, inocuos.

En el autocrático siglo XVII tituló Quevedo un libro suyo "Política de Dios, gobierno de Cristo y tiranía de Satanás". Es claro que el título es una contraposición implícita, como lo fue la proclama de los profetas de que Dios en persona vendría a reinar sobre su pueblo. Era la condena a los conductores.

No por casualidad la teología latinoamericana gira en torno al tema del reino de Dios: Significa que su propuesta es pública, aunque no política; no privada, aunque sí personalizada. Significa que la religión no está separada de la vida sino que el cristianismo concierne a toda la existencia, a la historia y a la creación. Significa que la voluntad irrevocable de Dios es la constitución del mundo fraterno de los hijos de Dios. Jesús es el Hijo de Dios y el Hermano universal. Él es, pues, el camino y la matriz de este proyecto histórico. Ser cristiano es seguir a Jesús, entregarse desde su Espíritu a este proyecto.

Pero como la historia es siempre ambivalente, el reino de Dios se consumará en la transhistoria. Aunque sólo lo que se siembre acá se cosechará allá. Si acá no vivimos la vida fraterna de los hijos de Dios, es decir, la vida eterna, no la viviremos después de morir. Una concreción inevitable de este apego al Jesús de los evangelios es aceptar en la práctica que los destinatarios privilegiados son los pobres: de ellos ante todo tenemos que hacernos hermanos, si pretendemos vivir la fraternidad de los hijos de Dios.

Sin el reino de Dios el cristianismo pierde sentido y trascendencia. Pero si admitimos el reino siempre nos toparemos con algún género de muerte. Ésa es la paradoja y la elección que tenemos que hacer. Sin conversión y muerte no hay resurrección. Feliz el que se siente en el banquete del reino (Lc 14,15; Apocalipsis 19,6-9).
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Pedro Trigo, S.J.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Lo decisivo


Domingo 20 de Noviembre de 2012, 34º del tiempo ordinario, festividad de Cristo Rey:

El relato no es propiamente una parábola sino una evocación del juicio final de todos los pueblos. Toda la escena se concentra en un diálogo largo entre el Juez que no es otro que Jesús resucitado y dos grupos de personas: los que han aliviado el sufrimiento de los más necesitados y los que han vivido negándoles su ayuda.

A lo largo de los siglos los cristianos han visto en este diálogo fascinante “la mejor recapitulación del Evangelio”, “el elogio absoluto del amor solidario” o “la advertencia más grave a quienes viven refugiados falsamente en la religión”. Vamos a señalar las afirmaciones básicas.

Todos los hombres y mujeres sin excepción serán juzgados por el mismo criterio. Lo que da un valor imperecedero a la vida no es la condición social, el talento personal o el éxito logrado a lo largo de los años. Lo decisivo es el amor práctico y solidario a los necesitados de ayuda.
Este amor se traduce en hechos muy concretos. Por ejemplo, «dar de comer», «dar de beber», «acoger al inmigrante», «vestir al desnudo», «visitar al enfermo o encarcelado». Lo decisivo ante Dios no son las acciones religiosas, sino estos gestos humanos de ayuda a los necesitados. Pueden brotar de una persona creyente o del corazón de un agnóstico que piensa en los que sufren.

El grupo de los que han ayudado a los necesitados que han ido encontrando en su camino, no lo han hecho por motivos religiosos. No han pensado en Dios ni en Jesucristo. Sencillamente han buscado aliviar un poco el sufrimiento que hay en el mundo. Ahora, invitados por Jesús, entran en el reino de Dios como “benditos del Padre”.

¿Por qué es tan decisivo ayudar a los necesitados y tan condenable negarles la ayuda? Porque, según revela el Juez, lo que se hace o se deja de hacer a ellos, se le está haciendo o dejando de hacer al mismo Dios encarnado en Cristo. Cuando abandonamos a un necesitado, estamos abandonando a Dios. Cuando aliviamos su sufrimiento, lo estamos haciendo con Dios.

Este sorprendente mensaje nos pone a todos mirando a los que sufren. No hay religión verdadera, no hay política progresista, no hay proclamación responsable de los derechos humanos si nos es defendiendo a los más necesitados, aliviando su sufrimiento y restaurando su dignidad.

En cada persona que sufre Jesús sale a nuestro encuentro, nos mira, nos interroga y nos suplica. Nada nos acerca más a él que aprender a mirar detenidamente el rostro de los que sufren con compasión. En ningún lugar podremos reconocer con más verdad el rostro de Jesús.

José Antonio Pagola
Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS

El "metabeneficio", un modo original de hacer negocios


En tiempos de crisis, el diálogo entre economía y Doctrina Social de la Iglesia se acorta. Los desafíos de la economía actual, incapaz de absorber sus propios fallos, piden nuevas soluciones. Se acaba de publicar en italiano un ensayo que abre una original perspectiva a la gestión empresarial, a partir de la constatación de que las organizaciones empresariales son multiformes y la acción económica humana no está siempre guiada por fines utilitarios.

La pregunta de fondo se refiere al espacio de la gratuidad en el ámbito de la actividad económica: ¿la lógica del don, es siempre “no económica” o puede jugar un rol también en la empresa? ¿la creación de valor, queda siempre contenida al interno de esquemas rígidamente económicos o los sobrepasa llegando hacia horizontes más amplios?

La perspectiva del metaprofit (metabeneficio) parece abrirse a un panorama más amplio, en el que –junto a las típicas formas económicas de empresa– florecen nuevas tipologías empresariales, para conjugar explícitamente la dimensión económica con la social, cultural, ambiental, etc. Todo a partir de la lógica –económica– del don: los intercambios no siempre están motivados por el utilitarismo, sino que a menudo derivan de relaciones humanas más amplias y profundas que no son ajenas al concepto de gratuidad.

Partiendo de un riguroso planteamiento metodológico económico-empresarial y de un cuidadoso análisis del magisterio, este ensayo analiza algunas teorías empresariales descubriendo sus límites y traza las primeras líneas de una renovada teoría metaprofit de la empresa. La conclusión del ensayo supone una nueva apertura ética frente a los retos económicos; de hecho, parece que la lógica económica no siempre es suficiente en sí misma, sino que requiere una renovada conjugación ética.

Los autores del libro Giorgio Mion y Cristian Loza Adaui explican –en la página web del Observatorio Van Thuan- qué entienden por metaprofit: “Hemos decidido recorrer un camino nuevo pero al mismo tiempo antiguo: queríamos, en efecto, subrayar que el profit (beneficio) –aún siendo un legítimo objetivo humano– no es la única motivación de la actividad económica. Hemos considerado por lo tanto el prefijo meta en el sentido etimológico como 'a través de' y como 'más allá de', para subrayar que el beneficio económico es un instrumento y no un fin de la actividad económica”.

¿Cuáles son las fuentes que han inspirado su idea?: “Nos hemos referido al mismo tiempo a dos tipos de fuentes: por un lado, la literatura económico-empresarial internacional, que ha demostrado en las últimas décadas una cierta atención a temas de responsabilidad social empresarial, aún si algunas aproximaciones a ese tema no siempre se pueden compartir. Por el otro lado, la Doctrina Social de la Iglesia; en particular algunas ideas innovadoras que se encuentran en la última encíclica de Benedicto XVI, que propone la pluralidad de formas empresariales como solución innovadora para el desarrollo económico”.

Los autores señalan un punto de tropiezo: “El estudio de los fenómenos empresariales no puede escapar al espíritu de los tiempos: en demasiadas partes, el enfoque –incluso ético– de la actividad económica se resuelve en clave individualista. Hemos tratado de poner de relieve las limitaciones de este enfoque, que elimina el elemento social y degrada el fenómeno empresarial a un reduccionismo inaceptable”.

Confiesan que la doctrina de Benedicto XVI ha sido una inspiración: “Exacto, hemos tratado de poner de manifiesto, en términos empresariales, que el retorno a una visión comunitaria de la actividad económica, en la que junto a las expresiones propiamente empresariales hay un florecer de experiencias empresariales multiformes, que puede convertirse en una importante innovación para el estudio y la gestión empresarial. Reducir la acción humana a los estrechos límites del utilitarismo –incluso cubriendo el tema en clave ética– es una equivocación para con el hombre y un error científico grave”.

¿Piensan en una empresa un poco menos “empresa”?: “No, este no es el centro de nuestro razonamiento: Cuando la empresa hace bien ella es innegablemente social, porque crea valor y lo difunde en torno a si. Sin embargo, existen tantas realidades – cooperativas, fundaciones, etc. – que se están haciendo cada vez más fundamentales para el desarrollo social y económico, donde la lógica económica es conciliada e inspirada por otras finalidades. El descubrimiento de nuevas dimensiones del valor empresarial no niegan lo económico, lo exaltan”.

¿Cuáles son las condiciones para que este metaprofit pueda hacerse en realidad?: “En primer lugar, el nuestro no es un 'sueño', sino un argumento que comienza con la lectura de la realidad, así como en Caritas in Veritate Benedicto XVI no propone una exhortación, sino una observación con respecto a la pluralidad de las formas de negocios. Las condiciones de desarrollo, son múltiples sean tanto de orden cultural –interno y externo a la organización empresarial– como de gestión: pensemos, por ejemplo, en el conocimiento como generador de valor o en la sistematicidad como carácter fundamental de las estrategias empresariales orientadas a superar una perspectiva lucrativa de corto plazo”.

El libro cuenta con un prólogo escrito por monseñor Giampaolo Crepaldi, presidente del Observatorio Cardenal Van Thuân, una entidad especializada en Doctrina Social de la Iglesia.
Para comprender su significado, afirma monseñor Crepaldi, es necesario volver a la Caritas in Veritate de Benedicto XVI. Como se sabe, la encíclica afronta problemas emergentes, como la progresiva erosión de los límites entre el profit y el non profit por nuevas realidades económico-empresariales.

“No es que se trate de realidades económicas y empresariales que se ubican en una zona fronteriza donde profit y non profit se superponen y se mezclan –precisa monseñor Crepaldi--, se trata más bien de realidades nuevas, no configurables en las dos categorías precedentes y mucho menos en una mezcla de ellas en distintos grados. Después de haber constatado el nacimiento de este nuevo mundo económico y de haber hecho también algunos ejemplos, el papa pide a los estudiosos investigar el fenómeno y ofrecer a los responsables de políticas y a los legisladores los instrumentos para disciplinarlos desde el punto de vista jurídico y fiscal”.

Nótese que Benedicto XVI, señala, “afirma expresamente que no se trata de un “tercer sector”, queriendo así superar definitivamente la concepción 'residual' del non profit y tal vez también la articulación triangular de sinergia entre mercado, sociedad civil y estado proyectada por Juan Pablo II en la Centesimus Annus. Este último hablaba de la 'sociedad de trabajo libre, de la empresa y de la participación' que 'no se opone al mercado, pero que exige que sea oportunamente controlado por las fuerzas sociales y por el Estado'. El metaprofit no es sólo el 'tercer sector' y la yuxtaposición de las tres dimensiones no explica la realidad”.

“Este libro, obra de dos jóvenes profesores de administración de empresas, se inscribe precisamente en el terreno del metaprofit indicado por Benedicto XVI y asume la invitación del Papa de profundizar en su conocimiento”, señala monseñor Crepaldi. Recuerda que este neologismo nació en el ámbito del Observatorio Internacional Cardenal Van Thuân para la Doctrina Social de la Iglesia, y expresa una nueva realidad y un nuevo compromiso.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Andrea Riccardi, nuevo ministro italiano de Cooperación Internacional Fundador de la Comunidad de San Egidio e historiador


Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio, ha sido llamado este miércoles a formar parte del nuevo gobierno italiano de Mario Monti, con el cargo de ministro de Cooperación Internacional y de Integración, sin cartera. El nuevo ministro ha dicho que acepta porque el compromiso por “la integración nacional” forma parte de su cultura. El portavoz de la comunidad de San Egidio, por su parte declaró que el nuevo gobierno es “un signo de esperanza para todos y que va en la dirección apropiada”.

Andrea Riccardi dijo este miércoles: “En un momento difícil, de dura prueba para el país, en el que se está llevando a cabo un esfuerzo común para hacer frente a la crisis actual, he aceptado la invitación del presidente electo, Mario Monti, a formar parte del nuevo ejecutivo, con la esperanza de ayudar en el empeño de la recuperación nacional”.

“Ofrezco mi disposición para responder a los retos que debe afrontar nuestro país, con la convicción de que Italia necesita unidad. El compromiso por la cohesión social, por la integración nacional y por la cooperación internacional forman parte de mi cultura y de la experiencia que he ido modelando a lo largo de los años. Creo que son elementos decisivos para un país que busca las fuerzas para salir de la crisis”, añadió.

Andrea Riccardi (1950), historiador y fundador de la Comunidad de San Egidio, es una de las personalidades italianas de mayor relieve en el ámbito internacional. Autor traducido a numerosas lenguas, enseñó Historia Contemporánea en las universidades de Bari, La Sapienza de Roma y en la Universidad III de Roma.

Considerado uno de los mayores expertos sobre la Iglesia contemporánea y el diálogo entre religiones y culturas, así como en pensamiento humanista contemporáneo, es una voz autorizada en el panorama internacional como lo atestiguan los doctorados honoris causa que han acompañado su itinerario científico, desde la universidad de Lovaina a la de Georgetown.

Riccardi es conocido también por haber fundado, en 1968, la Comunidad de San Egidio, que está actualmente presente en 73 países –con una amplia presencia en África y América Latina– que realiza proyectos innovadores en el ámbito de la cooperación internacional.

San Egidio es considerada uno de los sujetos más eficaces a nivel mundial en el campo de la paz y de la reconciliación: Mozambique, Guatemala, la reunificación de Costa de Marfil o la “paz preventiva” construida en Níger y en Guinea Conakry son sólo algunos de los ejemplos más destacados.

El historiador ha recibido numerosos reconocimientos y premios por esta labor en favor de la paz. Así mismo es autor de un buen número de publicaciones de las materias de su especialidad.
Mario Marazziti, portavoz de la Comunidad de San Egidio, ha declarado: “La Comunidad de San Egidio, como es bien sabido, participa desde siempre, con libertad y con responsabilidad en la vida del país en su conjunto, en la sociedad civil. Como todos, con pasión, con preocupación, sin eludir lo que hay que hacer incluso en situaciones de emergencia, también nosotros seguimos no solo los grandes retos de la paz y del desarrollo a nivel internacional, sino también las extraordinarias dificultades que está atravesando el país. Al lado de los que han pasado y pasan mayores dificultades”.

“Es una fase de dificultades extraordinarias para Italia --constató--, pero al mismo tiempo es una oportunidad para tomar decisiones valientes. Vivimos una crisis que lleva tiempo menoscabando los sueños y los proyectos de futuro de las jóvenes generaciones. En algunos casos es una crisis de credibilidad que los mercados han castigado desmesuradamente y más de lo imaginable, lo que ha provocado aún más problemas. Conviene encontrar las razones comunes, la capacidad de convivir y de ser un país que incluso en medio de las dificultades sabe ser generoso, atento a lo humano, con una visión y una responsabilidad hacia todos”.

“Para mi sorpresa –añadió- se le ha pedido a Andrea Riccardi una aportación extraordinaria como ministro de Cooperación Internacional e Integración. Es una responsabilidad más y me parece una señal muy significativa de la calidad del nuevo gobierno”.

“Nuevo no solo porque acaba de ser anunciado y acaba de tomar posesión, sino también porque es innovador en su estructura y en los retos que se propone. Con el ministerio de Cooperación Internacional e Integración creo que se destaca algo importante que hasta el momento se ha considerado accesorio, un lujo, algo no necesario. Me parece que es un signo de esperanza para todos y que va en la dirección apropiada”.

Sitio oficial: www.andreariccardi.it.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Carta del Padre General a toda la Compañía


Queridos hermanos en el Señor:

En esta fecha, hace doscientos años, moría en Roma el P. José Pignatelli (1737-1811). Con motivo de este aniversario deseo tributar una agradecida memoria a este fiel jesuita, que vivió en medio de la agitada historia de la Compañía de Jesús en la segunda mitad del siglo XVIII. Su ejemplaridad fue reconocida públicamente por Pío XI que le beatificó en 1933 y por Pío XII que le canonizó en 1954.

Había nacido en Zaragoza (España) en el seno de una noble familia napolitano–aragonesa. Ingresó en la Compañía en 1753, cuando apenas contaba 15 años de edad. En su horizonte estaba el deseo de ser destinado a las misiones, que lo pudo alcanzar dada la débil salud que caracterizó su etapa de formación.

Ordenado sacerdote en 1762, su primer destino fue como profesor al Colegio en el que había estudiado en su ciudad natal. Allí le sorprende la orden de expulsión de los jesuitas de España, el 3 de abril de 1767. Anteriormente ya habían sido echados de Portugal (1759) y de Francia (1762). El joven José Pignatelli fue entonces encargado por su Provincial de la gestión de todos los complejos asuntos del forzoso viaje rumbo a Italia y del cuidado de sus hermanos exiliados, mostrándose siempre a la altura de la confianza depositada en él.

Me voy a fijar en algunas facetas de su rica personalidad humana y religiosa que siguen siendo
de incuestionable valor para la Compañía de hoy y de mañana. Todo su ser y todo su hacer estaban centrados en Dios. En toda ocasión mantuvo una profunda vida interior, que cultivaba mediante una intensa vida de oración, fuente de fuerza y luz en medio de las tensiones y conflictos propios de quien sigue al Señor, pobre y puesto en cruz. Llamaba la atención la energía espiritual que trasmitía a todos.

Fue un jesuita dotado de un gran sentido práctico y de una viva sensibilidad intelectual Se afanó al máximo en socorrer las urgentes necesidades materiales de sus hermanos desterrados. Al mismo tiempo, no ahorró esfuerzos ni medios económicos para formar selectas bibliotecas especializadas en diversas ramas: espiritualidad y teología, humanidades y ciencias.

Conservó intacto su amor a la Compañía y a la Iglesia, sin ceder a las presiones de su familia para que abandonara su vocación, dadas las vicisitudes que padecía y los mayores males que se presagiaban y que culminaron el 21 de julio de 1773 con la extinción de la Orden mediante el breve Dominus ac Redemptor de Clemente XIV.

Confiado en la providencia de Dios, asumió la misión de mantener unida la Compañía dispersa. Según lo iban permitiendo las circunstancias derivadas de los vaivenes políticos y eclesiales de la época, se dedicó a reconducir a sus hermanos a la vida en común y al trabajo apostólico ordenado por la obediencia y así poner fin al individualismo al que muchos se habían adaptado después de un período tan prolongado de proceso en solitario.

Frente a algunas voces que le apremiaban a reavivar una Compañía de Jesús gloriosa, su actitud fue rotunda y clara: dar continuidad a la “mínima Compañía”, estrechamente vinculada al Santo Padre, tal como lo había entendido San Ignacio. Intuía, con certeza, la frecuente tentación que en nuestra historia habíamos sufrido, de un poder y un éxito que no siempre fueron garantía de espíritu evangélico. Por eso hoy sigue siendo un reto para nosotros el redescubrir lo que “mínima Compañía” significó para San Ignacio.

En medio e tanta actividad y de sus plurales relaciones con personas de alto poder social y
económico, nunca descuidó la cercanía a los necesitados. José Pignatelli salía a su encuentro y les socorría con generosas limosnas. También los visitaba en cárceles y hospitales, hasta el punto de ser conocido como el “padre de los pobres”.

En definitiva, la vida de José Pignatelli fue ejemplo de amor recibido y de amor ofrecido. Se desgastó en su entrega a la Iglesia y a una Compañía cuyo restablecimiento vislumbraba en un horizonte próximo, pero que no llegó a ver. Muere tres años antes de que, el 7 de agosto de 1814, Pío VII emitiese la bula Sollicitudo omnium Ecclesiarum.

(…)

Con afecto fraterno
Adolfo Nicolás, S.I.
Prepósito General
Roma, 15 de noviembre de 2011.

“... todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes”

San Alberto Hurtado

Comentario al Evangelio del Domingo XXXIV – Cristo Rey – Ciclo A (Mateo 25, 31-46) – 20 de noviembre de 2011

El juicio de las naciones

Cuando el Hijo del Hombre llegue con su majestad, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria y todas las naciones serán reunidas en su presencia. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Colocará a las ovejas a su derecha y a las cabras a su izquierda.

Entonces el rey dirá a los de la derecha: Vengan, benditos de mi Padre, a recibir el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, era emigrante y me recibieron, estaba desnudo y me vistieron, estaba enfermo y me visitaron, estaba encarcelado y me vinieron a ver.

Los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber, emigrante y te recibimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y fuimos a visitarte?

El rey les contestará: Les aseguro que lo que hayan hecho a uno solo de éstos, mis hermanos menores, me lo hicieron a mí.

Después dirá a los de su izquierda: Apártense de mí, malditos, vayan al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber, era emigrante y no me recibieron, estaba desnudo y no me vistieron, estaba enfermo y encarcelado y no me visitaron.

Ellos replicarán: Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, emigrante o desnudo, enfermo o encarcelado y no te socorrimos?

Él responderá: Les aseguro que lo que no hicieron a uno de estos más pequeños no me lo hicieron a mí. Éstos irán al castigo perpetuo y los justos a la vida eterna.


Hace algunos años conocí al P. Joss Van der Rest, un jesuita belga que lleva muchos años dedicado a servir a los más pobres en Chile a través de la obra “El Hogar de Cristo”, fundada por San Alberto Hurtado, S.J., canonizado en el año 2005 por su Santidad Benedicto XVI y patrono de una de las parroquias que lleva la Compañía de Jesús en Bogotá.

Al hablar de su vocación, el P. Joss siempre recuerda que, siendo joven, prestó servicio militar en su país al final de la II Guerra Mundial. Cuando los aliados vencieron a Hitler, él tuvo que entrar, montado en un enorme tanque de guerra, en una población alemana que había sido prácticamente arrasada por los bombardeos aliados. Desde el visor del poderoso tanque fue descubriendo los destrozos causados por la guerra.

Todo le impresionaba a medida que entraba por el pueblo... pero lo que lo marcó para toda su vida fue encontrarse, en un momento de su recorrido, con una estatua del Sagrado Corazón que había perdido sus brazos por las bombas. Alguien había colgado del cuello de la imagen medio destruida, un letrero que decía: “No tengo brazos... tengo sólo tus brazos para hacer justicia en este mundo”. Al regresar a su país, dejó el ejército y decidió entrar a la Compañía de Jesús para hacer lo que esa imagen del Sagrado Corazón no podía hacer por los más abandonados de la sociedad.

Jesús presenta, en este último domingo del tiempo ordinario, una parábola que nos deja siempre delante del juicio definitivo de Dios sobre nosotros: tuve hambre, tuve sed, anduve como forastero, me faltó ropa, estuve enfermo, estuve en la cárcel... Algunos atendieron sus necesidades básicas con generosidad, mientras que otros no hicieron caso y siguieron su camino sin atenderlo. Unos y otros le preguntan al Hijo del hombre: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o como forastero, o falto de ropa, o enfermo, o en la cárcel?” Y la respuesta fue la misma para los dos grupos: Les aseguro que todo lo que hicieron (o lo que no hicieron) por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron (o no lo hicieron).

Todo lo que hacemos por los que más sufren a nuestro alrededor, lo hacemos al Señor mismo; y todo lo que dejamos de hacer por los más humildes, lo dejamos de hacer al Señor. Leyendo este texto recordé parte de una oración que leí hace muchos años:

CRISTO, no tienes manos,
Tienes sólo nuestras manos
Para construir un mundo nuevo donde habite la justicia.

CRISTO, no tienes pies,
Tienes sólo nuestros pies
Para poner en marcha a los oprimidos por el camino de la libertad.

CRISTO, no tienes labios,
Tienes sólo nuestros labios
Para proclamar a los pobres la Buena Nueva de la libertad.

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Hermann Rodríguez Osorio, S.J. Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá

viernes, 11 de noviembre de 2011

25 frases de la Porta fidei de Benedicto XVI anunciando el Año de la Fe 2012-2013


1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida

La necesidad de la fe ayer, hoy y siempre

2.- Profesar la fe en la Trinidad -Padre, Hijo y Espíritu Santo -equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de os siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.

3.- Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.

No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14).

4.- Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.

Vigencia y valor del Concilio Vaticano II

5- Las enseñanzas del Concilio Vaticano II, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. [...] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza». Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia».

La renovación de la Iglesia es cuestión de fe

6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó.

7.- En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida.

La fe crece creyendo

8. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe.

9.- La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo».

Profesar, celebrar y testimoniar la fe públicamente

10.- Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.

11.- El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree.

12.- No podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre.

La utilidad del Catecismo de la Iglesia Católica

13. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II.

14.- Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica.

15.- En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.

16. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural.

17.- Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar.

18.- La fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad.

Recorrer y reactualizar la historia de la fe

19. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos.

20.- Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.

No hay fe sin caridad, no hay caridad sin fe

21.-. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes -que siempre atañen a los cristianos-, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: "Id en paz, abrigaos y saciaos", pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: "Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe"» (St 2, 14-18).

22.- La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.

Lo que el mundo necesita son testigos de la fe

23.- Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.

24.- «Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero.

25.- Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora.

Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf.Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.

jueves, 10 de noviembre de 2011

KRISTALLNACHT


I SALUDO
Buenas noches estimados amigos. En primer lugar, quiero agradecerles la honrosa invitación a la conmemoración de este día de luto y tragedia para la Comunidad Judía y a compartir con ustedes en confianza mis sentidas reflexiones sobre este día, que es también de luto y de vergüenza para la humanidad.

“Descálzate porque pisas tierra sagrada”, dice Dios a Moisés (Ex.3, 5)

Entramos espiritualmente descalzos a la conmemoración de esta noche porque, como dice el filósofo judío Levinas al comentar la parábola del Juicio Final del Evangelio cristiano de Mateo “en el otro se da la presencia real de Dios”. Cuando el Señor dice a los justos “vengan benditos de mi Padre porque tuve hambre y me dieron de comer…forastero y me recibieron… estuve en la cárcel y me visitaron”; a estos, sorprendidos porque creen que nunca en su vida lo vieron, el Señor, les responde: cuando lo hicieron con uno de estos más pequeños conmigo lo hicieron (Mateo 25,34-40). Levinas aclara que el otro no es un mediador entre Dios y nosotros, “sino que en su Rostro escucho la palabra de Dios”. El otro es “el modo en el que resuena la palabra de Dios” (Manuel Levinas. Entre nosotros.pp.135 y 136)

Esta noche entramos en tierra sagrada al preguntarnos de corazón, ¿qué hicimos con el hermano y con Dios en la noche de Kristallnacht y en los años del terrible Holocausto? ¿Por qué la precaria tolerancia de la sociedad centroeuropea desembocó en silencio y hasta con cierta naturalidad en el crimen generalizado?

Porque con sólo tolerancia y sin reconocimiento y afirmación del “otro” como “otro” no nos encontramos a nos-otros, ni estamos en el camino de Dios. El camino hacia el encuentro del otro en su identidad es el que tenemos que recorrer con el alma descalza y va mucho más allá de la mera tolerancia.

II LOS HECHOS
Antes de toda otra consideración dejemos hablar a los hechos, con su cruda y brutal elocuencia. ¿Qué pasó en Alemania en la terrible “Noche de los Cristales Rotos” del 9 de noviembre de 1938? ¿Qué preanunciaron esos hechos? ¿Por qué ocurrieron?

Se calcula que en Europa vivían en 1933 cerca de 10 millones de personas judías o de ascendencia judía y en Alemania había unos 50.000 negocios de su propiedad; ya para julio de 1938 habían disminuido, pero todavía el 70% de los judíos seguían en Alemania. Hitler inexorablemente se encaminaba hacia la guerra, se preparaba para ella y quería activar el odio a los judíos, radicalizar su exclusión y preparar su exterminio como la “solución final”.

Las Leyes de Nüremberg de 1935 negaban la ciudadanía del Reich a los judíos, prohibían los matrimonios mixtos y se les aislaba. El 9 de junio de 1938 la sinagoga de Múnich fue demolida por los nazis. El 10 de agosto la de Nüremberg y ese mes salió el decreto que obligaba a añadir a la identificación de los varones el nombre de “Israel” y a la de las mujeres el de “Sara”. De 1933 a 1935 había ido creciendo la violencia antijudía, pero en 1938 en las calles de Viena tomó dimensiones no vistas. Se establecieron restricciones profesionales; por ejemplo, no podía haber médicos, ni abogados judíos…En vísperas de Kristallnacht en noviembre de 1938 Himmler afirmó: “En Alemania no puede seguir habiendo judíos”. Para lograr una Alemania libre de ellos, y luego Europa, era necesario perseguirlos, aterrorizarlos y expulsarlos. ¿A dónde? ¿A Polonia? ¿A Rumanía? ¿O más radicalmente a la Rusia asiática o al territorio inhóspito de Madagascar, para que se fueran muriendo?

Goebbels, el ministro de propaganda, tenía la misión de envenenar las mentes para formar una especie de “segunda naturaleza” de “segunda conciencia” contra los judíos, para que cuando llegaran los crímenes más masivos, la población los apoyara, o se callara. Todo era impulsado por Hitler, pero se cuidaba su imagen.

En este clima de creciente hostilidad Grynszpan, un joven judío polaco de 17 años, afectado por la persecución y expulsión de su familia y de 18.000 judíos de Alemania a Polonia, quiso matar al embajador alemán en París y por error mató al tercer secretario Von Rath. Al día siguiente 8 de noviembre se produjo un feroz ataque de Goebbels y de la prensa contra los judíos. Ese día Hitler ordenó a Goebbels: “retirad la policía. Que los judíos sientan por una vez la cólera del pueblo”. Goebbels dio instrucciones. Se llamó a los militantes a quemar todas las sinagogas del Reich y saquear las propiedades de judíos. Esa noche se desataron quemas de sinagogas, saqueos de negocios, ataques a las personas… instigados y dirigidos por los nazis. Las SA y SS esa noche y al día siguiente destruirían comercios, escaparates y sus cristales. De ahí el nombre la “Noche de los Cristales Rotos”.

Esa terrible barbarie desatada dio como resultado 100 sinagogas demolidas y centenares quemadas; 8.000 tiendas de judíos destruidas, y saqueadas sus viviendas; numerosas personas, incluidos niños ancianos y mujeres, recibieron palizas y maltratos, y un centenar de ellos fueron asesinados. No faltaron casos de desesperación y de suicidio y sólo en esos días unas 30.000 personas fueron enviadas a campos de concentración. Se buscaba humillar, atemorizar, demonizar al judío y excluirlo de la sociedad alemana en una lógica perversa que llevaría hacia 1942 a la “solución final” “Endlösung der Judenfrage”, que no era otra que la “Vernichtung”, es decir la reducción a la nada, la aniquilación total.

Después de esos días se obligará a los judíos a pagar mil millones de marcos por la destrucción de la que habían sido víctimas. Más adelante se radicalizó la política antijudía y su segregación, prohibiéndoles acudir a cines, parques, playas, escuelas y trenes, junto con los demás ciudadanos.

Había algunos en el gobierno que veían las consecuencias negativas para la economía y para la imagen internacional del régimen nazi, pero poco pudieron hacer. Los amigos de los judíos se sentían también atemorizados e impotentes para defenderlos. Los dirigentes de las iglesias se callaron. No hubo protesta oficial, ni de las iglesias protestantes, ni de la católica, aunque sí de pastores y de sacerdotes. Se buscaba que los judíos abandonaran Alemania, ya en vísperas de la guerra. Entre finales de 1938 y mediados de 1939 huyeron unos 80.000, entre ellos los que llegaron a Venezuela. Más adelante se organizaron los campos de concentración y las cámaras de gas y en 1942 se tuvo la Conferencia de Wannsee para acelerar la solución final y el exterminio.
Hitler en su libro Mein Kampf defendía que en la primera guerra mundial el poder judío había derrotado a Alemania.

No hubieran muerto millones de alemanes en el frente -decía- si “se hubiese sometido a gases asfixiantes a doce o quince mil de esos judíos corruptos”. Los judíos ahora-escribía- deben ser tratados como potencia enemiga y como rehenes de guerra. El 30 de enero de 1939, en el discurso del aniversario de su llegada al poder Hitler dijo:” ¡Si la judería financiera internacional dentro y fuera de Europa consiguiese precipitar a las naciones una vez más a una guerra mundial, el resultado no será la bolchevización de la tierra y con ello la victoria del judaísmo, sino la aniquilación (Vernichtung) de la raza judía en Europa!”(Citado Ian Kershaw Hitler II p. 229)

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Un mes después llegan a Venezuela dos barcos: el Caribia a Puerto Cabello con 86 judíos desterrados y el Königstein a La Guaira con 165. Luego de ser rechazados en Barbados, en la Guayana Inglesa y Francesa y en Trinidad, llegaban a costas venezolanas sin saber si serían recibidos o no. El rechazo tenía partidarios en el gabinete, pero Lopez Contreras personalmente decidió permitir el desembarco de estos inesperados huéspedes. En Puerto Cabello primero no los admiten y salen para Curazao. Dos horas, ya en alta mar, llega la autorización y regresan. Cuentan que el improvisado desembarco nocturno estuvo iluminado por las débiles luces de las casas y de algunos camiones y automóviles. Todo un símbolo: las leyes e instalaciones oficiales no estaban preparadas para recibirlas, pero el corazón humano sí.

La prensa los apoya y habla de “gente de trabajo y en posesión de utilísimos conocimientos científicos e industriales”. Hubo solidaridad de las comunidades judías venezolanas y también de no judíos que les ayudaron a instalarse en Valencia y en Caracas a unos, y a otros a formar una colonia provisional en Mampote en la hacienda cafetalera de Celestino Aza Sánchez. Éste, personalmente y con sus empleados, se empeñó en acoger bien a los desterrados. Hasta la esposa del Presidente, Maria Teresa Núñez de López los visitó con víveres y los vecinos de Guarenas les llevaron música. Una esperanza se abría para los desterrados entre la muerte y el futuro. No solamente se les toleraba, provisional y condicionalmente, sino que se les reconocía. Por encima de leyes y prejuicios, prevalecía el sentido de humanidad y el reconocimiento de que ellos también son “nos-otros”. En esos días en el periódico La Esfera alguien cuyo nombre ignoro escribió:

“Es la voluntad de la Nación, es el sentir del pueblo, de ese pueblo que los recibió entusiastamente en La Guaira y que los visita continuamente en su refugio de Mampote. Venezuela necesita gente laboriosa y honrada y los judíos lo son. Pues que se queden, en buena hora, compartiendo nuestra tierra y nuestro cielo, comiendo nuestro pan y disfrutando del afecto nacional. Ellos devolverán todo eso con creces en el producto de sus trabajos y en sus hijos, futuros defensores de la nacionalidad”.

¡Maravilloso párrafo profético!

Venezuela no se limitó a tolerarlos temporalmente y de manera condicionada y restringida, sino que los recibió, los adoptó como hijos suyos, los reconoció como hermanos y los invitó a aportar lo mejor de sí. Las décadas transcurridas confirman que el periodista de La Esfera resultó profeta y Venezuela ganó nuevos hijos; los “otros”, que nos eran extraños, se convirtieron en “nos-otros”.

Nos preguntamos ¿Por qué se desató la Noche de los Cristales Rotos en sus tierras germanas y por qué hubo música de bienvenida en el Mampote tropical? Es una pregunta obvia que nos motiva a compartir con ustedes algunas reflexiones, mirando más al futuro que al pasado.

III ¿TOLERANCIA O RECONOCIMIENTO?
Quien vive de la tolerancia de otros, vive de prestado y mientras tanto.

Cuando se sale de una noche de exclusión y de exterminio, la tolerancia parece un paraíso, así como el condenado respira con alivio cuando al pie de la horca le conmutan la muerte por la esclavitud. Pero el tolerado no es ciudadano, no se le reconocen sus derechos, se le otorga un permiso condicionado y restringido a vivir en guetos y “zonas de tolerancia”. Esa situación, cercada con barreras mentales y paredes del alma más fuertes que los muros físicos, siempre es precaria y presagia futuras tormentas.

Hace 11 años, en una conferencia sobre Diversidad Cultural y Unidad Nacional en la Unión Israelita de Venezuela, decíamos que la creencia en un Dios verdaderamente trascendente nos lleva a reconocer la misma dignidad en los que son distintos a nosotros, sin que tengan que renunciar a su identidad (pp. 5 y 6).

“Dios está allá donde se tienden los puentes para que la diversidad sea unidad, sin convertirla en uniformidad” (p.6)

La tolerancia, en cambio, es una concesión revocable a capricho de la cambiante voluntad del que tolera; le falta el reconocimiento del tolerado y sus derechos, de algo que le debemos a él.

Construyendo futuro
La celebración de esta noche no es sólo memoria del pasado trágico del pueblo judío y de la humanidad, sino voluntad de “nunca más”; es memoria de futuro y esperanza de encontrar en el reconocimiento de los otros lo que nos falta a nosotros. Ganamos unos y otros el reconocimiento mutuo.

Permítannos recurrir al rico simbolismo inspirador que tienen los relatos bíblicos que hablan a nuestro corazón de los misterios humano-divinos. Vuelvo al libro del Génesis con el relato de Jacob y de sus hijos. Seguramente la mayoría de nosotros vivió con emoción infantil el dramatismo de los desencuentros y reencuentros de José y sus hermanos. Sabemos que en el texto actual se entreveran varias tradiciones orales y distintas redacciones, como la llamada yahvista y la elohísta. A nosotros aquí nos interesa el espíritu, más que la materialidad de la letra; más el futuro que el pasado. Desde esa perspectiva de creación de futuro nuevo tomamos la sugerente enseñanza para la meditación de esta noche.

José fue vendido a mercaderes ismaelitas por la maldad y envidia de sus hermanos (Génesis 37,28). Los mercaderes lo vendieron en Egipto como esclavo, pero Dios lo protegió, llegó a conseguir el favor del Faraón y se volvió poderoso.

Luego llegan tiempos de hambre y penuria en toda la región. En contraste hay trigo en Egipto, gracias a la buena administración de José. Jacob creía que José había muerto devorado por una fiera como le mintieron sus otros hijos. Obligados por la necesidad, estos son enviados a Egipto a comprar trigo y se producen una serie de encuentros y desencuentros, de buenas y malas noticias entre José en el poder y sus hermanos indigentes que lo habían vendido. En el primer encuentro José reconoció en estos compradores a sus hermanos, pero ellos no lo identificaron a él (Gen 42, 7 y 8). Añadiendo dramatismo, los relatos dicen que José los acusó de espías y los puso presos para probarlos (Gen 42, 16). Luego, dejando preso como rehén a su hermano mayor, envió a los otros con el trigo, pero exigiéndoles que trajeran a su hermano menor Benjamín. Cuando los hermanos llegan con el trigo a Canaán a la casa de su padre, le dicen: “El hombre que es señor del país [Egipto] ha hablado con nosotros duramente y nos ha tomado por espías” (42,30). Ese señor tiene preso a nuestro hermano y para soltarlo exige que llevemos a Benjamín. El anciano se resiste: “¡Mi hijo no bajará con ustedes! Su hermano ha muerto y sólo me queda él. Si le sucede una desgracia en el viaje que van a realizar, ustedes me matarán de pena” (42,38). Pero obligados por la necesidad y el hambre, regresan donde José llenos de miedo con Benjamín. Luego de una serie de peripecias, José acusa a Benjamín y lo hace esclavo. Su hermano Judá le argumenta vivamente para que libre a Benjamín, pues de lo contrario su padre se morirá de tristeza.

José emocionado mandó salir a todos y se quedó sólo con sus hermanos que no lo conocían. Descubriendo su identidad les dijo: “Yo soy José ¿Vive todavía mi padre?” (45,3) Y luego “echándose al cuello de Benjamín, su hermano, se puso a llorar y lo mismo hizo Benjamín. Después besó llorando a todos los hermanos. Sólo entonces le hablaron sus hermanos” (45, 14-15); cuando lo reconocieron. Antes también le habían hablado pero no a su hermano con confianza sino con temor y temblor al poderoso señor que los acusa. Con el mutuo reconocimiento cambió todo. De ser acusados de espías y de ladrones, de ser presos y esclavos, aunque tolerados, pasaron al abrazo del reconocimiento fraterno. Pasaron a ser “nosotros”

Regresaron presurosos a contarle a su padre que su hijo José vivía. A Jacob le cuesta creer, pero al fin dice con alegría: “Mi hijo José está vivo; lo veré antes de morir” (45,28) Y con toda su familia emprende viaje al encuentro de José. El temor desapareció al reconocerse como hermanos e hijos del mismo padre.

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De La Noche de los Cristales Rotos al recibimiento en Venezuela no pasamos de la persecución a la tolerancia, sino al reconocimiento mutuo, base de la confianza y, como escribió entonces el citado periodista de La Esfera, “que se queden en buena hora, compartiendo nuestra tierra y nuestro cielo, comiendo nuestro pan y disfrutando del afecto nacional… ellos aportarán el producto de su trabajo y sus hijos serán futuros defensores de la nacionalidad”.

Hoy en Venezuela no podemos perder este tesoro que ha distinguido a nuestro país en el mundo por sus puertas y corazones abiertos a los perseguidos de otras tierras. Ganamos el primer rango mundial de hospitalidad y de ninguna manera podemos permitir que se nos degrade hacia la exclusión, el racismo y el fanatismo, que nos arrebatan nuestra identidad y nos lleve a matarnos entre hermanos.

Más bien, cristianos y judíos, luego de tantas tragedias y malentendidos, debemos aportar nuestra luz conjunta de hermanos reconocidos y abrazados; el futuro de la humanidad está en el reconocimiento mutuo, es la base del “nosotros”. Así abrazados, como José y sus hermanos, somos luz para la humanidad. Sólo así rompemos la secuela de crímenes y recuperamos la convivencia humana y la diversidad de identidades culturales y religiosas se vuelve diálogo de hermandad y de humanidad.

Que el Dios misericordioso, común a todos, nos bendiga en este camino de luz y de esperanza.

Luis Ugalde, s.j.
Caracas 7 de noviembre de 2011