lunes, 29 de noviembre de 2010

Los Jesuitas celebran la primera fiesta litúrgica de Bernardo de Hoyos

La fiesta litúrgica de Bernardo de Hoyos, beatificado el pasado 11 de abril en Valladolid, España, se celebró por primera vez, hoy 29 de noviembre de 2010. La Compañía de Jesús a la que pertenecía el Padre Hoyos, como era popularmente conocido, convocó varias eucaristías y novenas en su honor. En la capilla de la iglesia San Francisco de Borja de Madrid, tuvo lugar una solemne Eucaristía presidida por el vicepostulador de la causa, el jesuita Ernesto Postigo SJ.


Las residencias e iglesias de la provincia jesuita tenían previsto celebrar otros actos litúrgicos en su honor. En el Santuario de Valladolid, estaba programada una solemne novena con la celebración final de la Misa del Beato a la que fue invitado el arzobispo de la ciudad. Con motivo de esta fiesta, se envió a todas las comunidades de la Compañía en España una imagen del beato Hoyos, acompañada de una selección de textos sobre el Corazón de Cristo de varios prepósitos generales y teólogos de la Compañía y, por supuesto, del mismo Padre Hoyos.

Bernardo Francisco de Hoyos nació el 20 de agosto de 1711, en Torrelobatón, Valladolid. A los once años, entra en el colegio jesuita de Villagarcía de Campos. Ingresa en el noviciado que tenía la Compañía de Jesús en la misma localidad a punto de cumplir los quince. Estudia Filosofía en Medina del Campo y Teología en Valladolid, donde es ordenado sacerdote. Su vida de fe y amor con Cristo alcanza cotas poco comunes, con un perfil de vida mística semejante al de otros grandes santos, viviendo ya, con apenas diecinueve años, lo que los teólogos llaman el desposorio espiritual con Jesús, en el contexto de una vida exterior de lo más común.
En ese marco se sitúan los acontecimientos de mayo de 1733, cuando Bernardo tiene veintiún años: Jesús le introduce en el misterio de su amor redentor por los hombres y le pide que lo difunda. A ello dedicará sus energías mientras le dure la vida dedicándose a extender por España la devoción y culto al Corazón de Jesucristo, siendo considerado después el primer apóstol de la devoción al Sagrado Corazón.
Muere a los veinticuatro años víctima del tifus, tan sólo nueve meses después de su ordenación sacerdotal (el 29 de noviembre de 1735). Su proceso de beatificación se introduce en 1895. La curación atribuida a su intercesión se produce en 1936 en la persona de Mercedes Cabezas. En enero de 2009, Benedicto XVI firma el decreto que reconoce esta curación como milagro obrado por intercesión del Padre Hoyos, abriendo la puerta a su beatificación.

domingo, 28 de noviembre de 2010

LOS CATÓLICOS Y LAS NUEVAS IDEOLOGÍAS

La razón política hoy tiende a ser débil en cuanto que viene flanqueada por el relativismo, que la hace a menudo incapaz de examinar racionalmente los valores morales y los contravalores, y valorar la utilidad de las diversas religiones para la construcción del bien común. Esta debilidad hace a la razón política mayormente disponible a las sirenas de las nuevas ideologías.


Tras el derrumbe de las grandes ideologías de los siglos XIX y XX, hecho que se hace remontar simbólicamente a la caída del muro de Berlín en 1989, las ideologías no han desaparecido de la escena política. De hecho han nacido muchas otras, y una sobre todo: el reduccionismo. El reduccionismo es la principal ideología de hoy. Mientras las ideologías anteriores eran integrales (e integristas), es decir, proponían una visión completa y omnicomprensiva de la realidad, la ideología que prevalece hoy es exactamente lo opuesto: descompone la realidad en ámbitos no medibles recíprocamente. Así, con la excusa de liberarse de las ideologías crea otra, también omnicomprensiva, aunque por defecto más que por exceso.

El reduccionismo está ampliamente difundido en todos los ámbitos. La persona es reducida a sus genes o a sus neuronas, el amor se reduce a química, la familia se reduce a un acuerdo, los derechos se reducen a deseos, la democracia se reduce a procedimiento, la religión se reduce a mito, la procreación se reduce a producción en laboratorio, el saber se reduce a ciencia y la ciencia se reduce a experimento, los valores morales se reducen a decisiones, las culturas se reducen a opiniones, la verdad se reduce a sensación, la veracidad se reduce a autenticidad, es decir, a coherencia con la propia autoafirmación.
Que las legislaciones de muchos Estados tercamente sigan financiando la investigación científica a través de las células madre embrionarias, incluso rechazando aplicar ese principio de “precaución” que en otros contextos se propone como un imperativo categórico. En este caso, si la mayoría de los científicos se dice favorable, no puede ser por motivos científicos, si acaso por una especie de “fe” en una libertad genérica de la investigación científica que presenta muchos síntomas de la ideología.
Este insinuarse de la ideología en las cuestiones que afectan al hombre y a su bien verdadero provoca una cierta dificultad para captar los problemas en su globalidad. La ideología, de hecho, se nutre de reduccionismo. Esta es una postura particular que pretende valer por entero. No toda reducción se convierte en ideología, sino solo la que esconde esta reducción y pretende hablar aún por el todo. La ideología, así, acaba por contaminar el cuadro del saber y de resquebrajar “la cohesión interior del cosmos de la razón” (Benedicto XVI).
Esto vale también para la razón política. Si la ciencia neonatal nos dice que un niño que nace prematuro en la semana 22 puede ser salvado, resulta difícil motivar por qué se puede seguir permitiendo el aborto legal hasta la semana 24. Si la ciencia nos dice que no se pueden utilizar las células madre embrionarias para la reconstrucción de tejidos enfermos porque tienen altas posibilidades cancerígenas y si la misma ciencia nos dice que existe la posibilidad de utilizar para fines terapéuticos las células madre adultas, las cuales pueden ser hechas retroceder al estado de las embrionarias con todas las potencialidades consiguientes pero sin riesgo, se hace muy difícil explicar para qué se amplían las posibilidades de la propia razón política y liberarla así de las nuevas ideologías.
La ampliación de la razón, sin embargo, no puede ser solo fruto de la razón, porque nadie da lo que no tiene. La Deus caritas est asigna a la fe esta tarea y la Spe salvi lo atribuye a la esperanza. En esta última encíclica, Benedicto XVI habla de hecho de la ampliación “del corazón” además de la razón. Refiriéndose a san Agustín, el Papa dice que “el hombre fue creado para una realidad grande […] pero su corazón es demasiado estrecho para la gran realidad que se le ha asignado. Debe ser ensanchado, […], agrandado y después limpiado”. Por esto la razón política necesita también la fe cristiana, porque para purificarse necesita también del corazón. Y mientras la razón es con todo una característica universal, el corazón es una característica personal. La política necesita hombre de fe, creyentes comprometidos en ella, para que la propia razón política pueda ampliarse hacia cuanto tiende el hombre en su totalidad y trascendencia. Las ideologías de hoy son por ejemplo el ecologismo, el vitalismo, el cientificismo, el materialismo, el psicologismo, el desarrollismo, el tercermundismo, el pauperismo, la ideología de género, la ideología de la diversidad, la de la tolerancia, el economicismo, la ideología del homo oeconomicus, el inclusivismo, el narcisismo.
El ecologismo es la exaltación de la naturaleza en cuanto tal hasta proclamar su superioridad respecto a la propia persona, vista como elemento de trastorno para la ecología natural. El ecologismo a menudo persigue una salvación entendida como bienestar y equilibrio psicofísico con el peligro de confundir la oración con el training autógeno. El vitalismo tiende a considerar todas las formas de vida como poseedoras de la misma dignidad hasta poner en duda la superioridad del hombre respecto a otros seres vivos y hablar, por ejemplo, de derechos de la naturaleza, derechos de los animales o derechos de las plantas.
El cientificismo es la exaltación de la ciencia como única forma de saber e incluso como salvación de la humanidad. Esto va al mismo paso con el materialismo en cuanto que la ciencia, se dice, constata sencillamente hechos y los mide, por tanto todo es fáctico y mensurable. El materialismo significa que todo está hecho de materia y que el espíritu no existe, por lo que la vida humana, incluso en sus manifestaciones más altas como la religiosa o ética o artística, sería fruto o de los genes o de las neuronas. Hoy hay un fuerte reduccionismo antropológico que reduce precisamente la persona humana a sus genes o a sus neuronas, e incluso el amor no sería sino química.
Una forma sutil de materialismo antropológico es el psicologismo, al que alude también la Caritas in veritate: todos los problemas interiores de la persona se reducen a problemas psicológicos y lo primero que se hace es ir al psicólogo. Pero hay problemas morales y espirituales que no pueden reducirse a lo psicológico. El confesor no es un analista, un papá y una mamá no pueden eximirse de educar en el bien moral a sus hijos delegando la cuestión a los psicólogos.
El materialismo es evidente también en el desarrollismo, es decir, en considerar los problemas del desarrollo solo como problemas materiales sin contar los factores culturales, religiosos o espirituales. Por el contrario, está también la ideología del decrecimiento o del post-desarrollo que niega valor al desarrollo y manifiesta una visión pesimista del hombre. El pauperismo es en cambio la ideología según la cual para estar todos mejor y para que haya mayor justicia sería necesario ser todos más pobres y dividir en partes iguales el pastel de la riqueza. El pauperismo se une a menudo con el tercermundismo, es decir, con dar toda la culpa del subdesarrollo a los países desarrollados, simplificando el cuadro de las responsabilidades.
La ideología del género significa pensar que las identidades sexuales son construcciones culturales y decisiones de trayectorias vitales, en lugar de una vocación contenida en nuestra naturaleza de nuestra naturaleza de personas sexuadas. La repercusión de esta ideología sobre la educación en la familia, en la procreación y en la filiación son muy negativas. Entre otras cosas comportan la pérdida incluso total de la dimensión social de la sexualidad y la idea de que en el origen de la sociedad no hay dos individuos asexuados sino un hombre y una mujer en su complementariedad sexual.
La ideología de la diversidad consiste en absolutizar la diversidad como tal, independientemente de la verdad de la diversidad. Las diversidades son una riqueza, pero mientras permanecen dentro de un verdadero cuadro de humanidad y representan muchas vías para expresar la común naturaleza humana. Las diversidades en cuanto tales no son ni verdaderas ni falsas, ni buenas ni malas, y la convivencia no es un acercamiento indiferente de todas las diversidades, sin excluir ninguna, sino su integración al servicio de la humanidad común, lo que requiere la superación de la ideología de la tolerancia, dado que también hay cosas que no deben tolerarse.
La ideología del homo oeconomicus y del economicismo sostiene que todo cuanto el hombre hace sucede en vista de un interés material y que la economía, como sistema de persecución del self-interest, es el verdadero resorte de la historia. Se niegan así todas las relaciones desinteresadas e incluso el valor económico de la gratuidad.
El inclusivimo es la ideología que confunde el otorgamiento legítimo de derechos con el reconocimiento automático de los deseos como si fuesen derechos. Incluir es muy importante, porque la exclusión significa no reconocer a alguien los derechos inherentes a su dignidad de persona. Pero eso no puede significar la inclusión de todos los deseos, incluso los más narcisistas, egoístas, excéntricos, individualistas, voluptuosos, dentro de un sistema de ciudadanía. Sólo he dado unas pinceladas por cada una de las ideologías nombradas, aunque se podrían añadir otras.
El católico comprometido en política debería poner atención a las trampas de estas ideologías, que son muy insidiosas. Debería ser guiado por un sano realismo, es decir, por un realismo cristiano. La verdad es la realidad. El bien no es otra cosa que la realidad en cuanto es deseable. Que el católico se atenga a esta realidad y verá que a menudo las cosas no son como las ideologías las presentan. Que mantenga una libertad de juicio, que promueva puntos de vista alternativos, y hoy el realismo católico es la aproximación a los problemas más alternativa que exista.
--------------
Monseñor Giampaolo Crepaldi, arzobispo de Trieste y Presidente del Observatorio Internacional “Cardenal Van Thuân” sobre la doctrina social de la Iglesia.

viernes, 26 de noviembre de 2010

EL ACONTECIMIENTO

Comentario al Evangelio del próximo domingo primero de Adviento (Mateo 24,37-44).

La palabra acontecimiento indica algo más que un simple acontecer. El acontecimiento nos arranca de la rutina cotidiana para gritarnos que es posible la sorpresa y el estupor. Los cristianos iniciamos con este domingo un nuevo adviento. Y digo bien: nuevo y adviento. Porque no se trata de repetir mecánicamente el guión de advientos pretéritos. Jamás la liturgia cristiana es una puesta en escena de las obras ya estrenadas y sabidas. Más bien nos empuja la liturgia a mirar el acontecimiento: Jesucristo, Señor y Salvador. Porque una novedad es tal cuando lo que alguna vez hemos visto u oído, lo que alguna vez ha empezado a acontecer en nosotros, se torna más verdad cada día.


La Palabra de Dios de este primer domingo nos describe el adviento hablando de ese doble movimiento que se da en la historia de la salvación. En el primer movimiento tiene Dios la iniciativa: es el Dios que vino, que viene y que vendrá, con un continuo abalanzarse a nuestras situaciones. El segundo movimiento se inscribe en el corazón del hombre: la espera y la vigilancia. El Señor que llega, el hombre que le espera con una actitud vigilante. Esto es el adviento.

La historia de este tiempo litúrgico habla de los tres advientos: mirando al Señor que ya vino una vez (primer adviento, hace 2000 años), nos preparamos a recibirle en su última venida (tercer adviento, al final de los tiempos), acogiendo al que incesantemente llega a nuestro corazón (segundo adviento, en nuestro hoy de cada día).
El "no sabéis el día ni la hora" que escuchamos en el Evangelio, no es una encerrona terrible que pretende asustarnos, sino un toque de atención para que cuando Él manifieste su gracia en nuestros corazones podamos sencillamente reconocerlo. Así dice una antigua oración: "Oh Dios que vendrás a manifestarte en el día del juicio, manifiéstate primero en nuestros corazones mediante tu gracia".
Sin duda que necesitamos que acontezca la eterna novedad del Señor en la venas de nuestra vida. Hay demasiadas pesadillas en nuestro mundo planetario de las que despertar, demasiadas rutinas que cansan y agotan, demasiadas necesidades en nuestro corazón y en el corazón social de que Alguien que ya vino y que vendrá, venga ahora también para encendernos la luz, una Luz que no se apague, y para cambiar todas nuestras maldiciones y enconos en ternura y bendición.
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm

Caminar en la luz

A - Primer domingo de Adviento
Primera: Is 2, 1-5; Salmo 121; Segunda: Rom 13, 11-14; Evangelio: Mt 24, 37-44.

Mt 24, 37-44: "La llegada del Hijo del Hombre será como en los tiempos de Noé: en (aquellos) días anteriores al diluvio la gente comía y bebía y se casaban, hasta que Noé se metió en el arca. Y ellos no se enteraron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos. Así será la llegada del Hijo del Hombre. Estarán dos hombres en un campo: a uno se lo llevarán, al otro la dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán, a la otra la dejarán. Por tanto estén prevenidos porque no saben el día que llegará su señor. Ustedes ya saben que si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, estaría cuidando para que no le abran un boquete en la pared. Por tanto, estén preparados, porque el Hijo del Hombre llegará cuando menos lo esperen."

Nexo entre las lecturas:
Hay que salir al encuentro del Señor que se acerca; hay que hacerlo acompañado de las buenas obras. Este es el punto central que unifica las lecturas de este primer domingo de adviento. El Señor volverá, esto es una certeza que nace de las palabras mismas de Cristo en el Evangelio. Sin embargo, no conocemos ni la hora ni el día de su llegada, por eso la actitud propia del cristiano es la de una amorosa vigilancia (EV. Más aún, ante el Señor que se avecina hay que salir a su encuentro llenos de entusiasmo, hay que despertarse del sueño y ver que el día está por despuntar. Así como al amanecer todo se despierta y se llena de nueva esperanza, así la vida del cristiano es un continuo renacer a una nueva vida en la luz. (2L). La visión del profeta Isaías (1L) resume espléndidamente la actitud propia para este adviento: estamos invitados a salir al encuentro del Señor que nos instruye en sus caminos. Salir a su encuentro iluminados por la luz que irradia el amor de Dios por cada uno de nosotros los hombres.

Mensaje doctrinal:
1. La gozosa expectación por la venida del Señor. El adviento es un tiempo muy rico en la vida de la Iglesia que desea prepararnos para el nacimiento de Jesucristo en Belén. Nos invita a comprender el amor de Dios que se decide a entrar en la historia humana de un modo tan humilde y misterioso. Simultáneamente, el adviento llama nuestra atención sobre la segunda venida de Cristo al final de los tiempos, cuando vendrá a juzgar a vivos y muertos. Este mismo Cristo que nace de María Virgen en la pequeñez de un recién nacido, vendrá al final de los tiempos en la majestad de su gloria para juzgarnos según nuestras obras. Este primer domingo de Adviento subraya, sobre todo, la preparación de la segunda venida y nos invita a estar alertas y vigilar, porque no sabemos el día, ni la hora de la llegada.

La visión del Profeta Isaías nos presenta "el final de los días" como una explosión gozosa de la esperanza mesiánica. Todos los pueblos, todos los hombres están invitados a subir al monte del Señor, a la casa de Dios. Es difícil imaginar una esperanza mesiánica en medio de los días aciagos en tiempos del profeta, sin embargo la Palabra de Dios es eficaz y no defrauda. Dios es fiel a sus promesas. El Señor mismo será quien nos instruirá por sus caminos y a una época de guerra y desazón, sucederá una época de paz y concordia. Al final de los tiempos el Señor reinará como soberano. Al final de los tiempos vencerá el bien sobre el mal; el amor sobre el odio; la luz sobre las tinieblas. Dios mismo será el árbitro y juez de las naciones. Maravillosa visión del futuro que posee una garantía divina. Habrá que caminar a la luz del Señor hacia esta patria celeste con el corazón henchido de esperanza: Venid subamos al monte del Señor.

2. La humanidad entera camina hacia "el día del Señor", hacia la casa de Dios. No se puede caminar de cualquier modo cuando hacia Dios se va. No se puede seguir un camino distraído cuando al final del sendero se nos juzgará sobre el amor. El Salmo 121 expresa adecuadamente los sentimientos del pueblo que va al encuentro del Señor: ¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor! Nuestro caminar, pues, será un caminar en la luz, un caminar en el que nos revistamos de las armas de la luz. La antítesis luz-tinieblas es una metáfora común en el Antiguo Testamento: las tinieblas son el símbolo de la incontinencia, de la debilidad de alma, de la falta de esperanza; el día, por el contrario, simboliza la toma de conciencia, la posibilidad de avanzar y el inicio de una nueva situación que vendrá a culminar en el éxito. No podemos seguir viviendo en las tinieblas del pecado de la lujuria y desenfreno, nos repite San Pablo. Caminar en la luz es caminar en la nueva vida que nos ofrece el Señor por la redención de nuestros pecados. Habrá que revestirse de Cristo Jesús, en el corazón y en las obras, revestirse de Cristo Jesús para poder caminar como en pleno día.

3. El día de su venida está cercano. Es una afirmación que se desprende de la carta de San Pablo a los romanos: la noche está avanzada, el día está por despuntar. Por eso, la actitud propia del cristiano es la del centinela que espera la aurora. Como el centinela espera la aurora, así mi alma espera al Señor. La misma certeza que tiene el vigía nocturno de que el día llegará, la tiene el cristiano de que el Señor volverá y no tardará. Cada momento que pasa nos acerca más al encuentro con "el sol de justicia", con la luz indefectible", con "el día que no conoce ocaso". Es decir, cada vez estamos más cerca de la salvación. La vigilia que nos corresponde es una vigilia llena de esperanza, no de temores y angustias, no de desesperación y desconcierto; sino la vigilia de la laboriosidad como Noé en su tiempo; la vigilia de la fortaleza de ánimo en medio de las dificultades del mundo. El verdadero peligro no se encuentra en las dificultades y tentaciones de este mundo, sino en el vivir como si el Señor no hubiese de venir, como si la eternidad fuese un sueño, una quimera.
La imagen del ladrón que llega de noche a una hora inesperada influyó poderosamente en los primeros cristianos como se deduce de los textos de Pedro y Pablo respectivamente (2 Pt 3, 10 y 1 Ts 5,2) y creó en las primeras comunidades una gozosa espera del Señor. Sin embargo, esta imagen no significa que el Señor viene con tono amenazante a robar nuestras posesiones, sino más bien subraya que no tenemos certeza de la hora en que vendrá y que, por tanto, hay que estar siempre preparados para salir a su encuentro.

Sugerencias pastorales:
1. La belleza y el valor de la vida presente. El mundo agitado que nos ha tocado vivir invita, no pocas veces, a la tristeza y al pesimismo. El cúmulo de noticias de guerra, muertes, violaciones crean en el ánimo no sólo un desencanto, sino un verdadero decaimiento anímico y espiritual. La contemplación serena y profunda del adviento del Señor es una invitación a no dejarnos llevar por esta tentación. Por encima de las apariencias de este mundo y de sus miserias está la promesa y el amor de Dios, por encima de la noche obscura que nos rodea está el amanecer de un nuevo día y una nueva esperanza. Dios no abandona al hombre en sus tinieblas y en su obscuridad, Dios no se desentiende de un mundo en peligro. Él mismo viene a rescatarnos porque tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo Unigénito. No miremos ya más las tinieblas pues nada bueno de ellas obtendremos, volvamos nuestra mirada al rostro de Cristo, revistámonos en nuestro ser y en nuestras obras de Cristo el Señor. La vida presente tiene un valor de redención, en ella vamos construyendo la parte que nos corresponde en la obra de la salvación. Esta vida mortal es, a pesar de sus vicisitudes y sus oscuros misterios, su sufrimiento, su fatal caducidad, un hecho bellísimo, un prodigio siempre original y conmovedor, un acontecimiento digno de ser cantado con gozo y con gloria: ¡la vida, la vida del hombre! (Pablo VI).

2. Caminar en la luz. Para nosotros caminar en la luz significa vivir en gracia, despojarnos del pecado, iniciar un camino de conversión del corazón hacia el Padre de las misericordias. El adviento tiene también su cariz penitencial como camino de purificación para llegar al encuentro con el niño de Belén. Los puros de corazón verán a Dios. Acudamos pues al trono de la gracia en el sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía. Vivamos en la luz, armémonos de las armas de la luz.

Autor: P. Antonio Izquierdo, Fuente: Catholic.net

jueves, 25 de noviembre de 2010

El Jesucristo de Swiebodzin

Centenares de católicos polacos oraron el domingo en preparación para la consagración de una enorme estatua de Jesucristo que funcionarios locales dicen es la más alta del mundo. Los feligreses caminaron en procesión, cantando himnos religiosos y portando banderas, una de las cuales decía "Cristo, Rey del Universo", hacia la gigantesca estatua en una planicie junto al pueblo de Swiebodzin, en el oeste de Polonia. Otra bandera, en forma de corona, decía "Rey de reyes". La gente en Swiebodzin dicen que la estatua, llamada "Cristo el Rey", es la mayor del mundo, más alta incluso que el famoso Cristo Redentor de Río de Janeiro.
Świebodzin (Alemán: Schwiebus) Situada en noroeste de Polonia, es la capital del condado del mismo nombre, y perteneciente al voivodato de Lubusz según la nueva división administrativa de Polonia del año 1998, ya que anteriormente pertenecía al voivodiato de Zielona Góra (1950-1998). La población de Świebodzin a 31 de diciembre de 2004 era de 24.757 habitantes. Su importancia estratégica viene dada por su cercanía a la frontera alemana (70 km) así como su proximidad a Berlín (130 km) y a su vez a centros de negocios y grandes poblaciones polacas. Es el cruce de las carreteras DK2 y DK3.

Sobre el año 1319 ya se tienen datos de un lugar llamado Świebodzin que a parte de su situación favorable para el comercio, también fue un puesto defensivo por encontrarse en la zona más elevada. Si retomamos el nombre de Zielona Góra, para explicar esto, debemos decir que en polaco góra significa montaña.

El Jesucristo de Swiebodzin tiene 33 metros de largo, uno por cada año de vida de Jesús, afirmó Sylwester Zawadzki, el sacerdote que creó la escultura. Sin embargo, según algunas autoridades locales la escultura cuenta en realidad con 51 metros, si se incluye el pedestal en el que se encuentra y la corona de oro de la cabeza. Esto la convertiría en la estatua de este tipo más alta mundo, por encima de las famosas esculturas de Jesús en Cochambamba, Bolivia, y Río de Janeiro, Brasil. La altura total del Cristo de la Concordia en Cochabamba es de 40,4 metros, mientras que el Cristo Redentor de Río de Janeiro, alcanza los 38 metros.

La multitud rompió en aplausos e, incluso, algunos se pusieron a rezar cuando los trabajadores a cargo del montaje finalmente enarbolaron la cabeza, engalonada con una corona de oro. "Nunca he estado tan feliz como hoy. Es la culminación de mi vida y trabajo como sacerdote", afirmó el reverendo Zawadzki, de 78 años de edad. La estatua fue financiada con donaciones privadas recibidas de todo el mundo, aunque Zawadzki rehusó hacer público el costo de la misma. Las autoridades locales esperan que la estatua servirá como embajador turístico para promocionar la ciudad, atrayendo visitas de todo el mundo.

martes, 23 de noviembre de 2010

«Verbum Domini», la última exhortación apostólica de Benedicto XVI

«La XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se celebró en el Vaticano del 5 al 26 de octubre de 2008, tuvo como tema La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. Fue una experiencia profunda de encuentro con Cristo, Verbo del Padre, que está presente donde dos o tres están reunidos en su nombre (cf Mt 18,20). Con esta Exhortación, cumplo con agrado la petición de los Padres de dar a conocer a todo el Pueblo de Dios la riqueza surgida en la reunión vaticana y las indicaciones propuestas, como fruto del trabajo en común» (Benedicto XVI).

Verbum Domini (La Palabra del Señor) es el título de esta exhortación, en la que el Papa afirma, entre otras cosas, que el tiempo de la Iglesia «ha de ser cada día más el de una nueva escucha de la Palabra de Dios y de una nueva evangelización». Benedicto XVI invita también a los laicos a comprometerse con la tarea de «intervenir directamente en la acción social y política», señala como objetivo de la Iglesia «descubrir la centralidad de la Palabra de Dios» y llama a la Iglesia a utilizar «los medios más eficaces –como los nuevos medios de comunicación e internet– para proclamar la Palabra».

lunes, 22 de noviembre de 2010

INTRODUCCIÓN GENERAL AL ADVIENTO

• Lo escatológico de las últimas semanas del año litúrgico que hemos finalizado, se ‘de-vuelve’ ahora “como el primer deseo/sueño/esperanza” de la humanidad.

• Alguien es el que “anuncia”. Siempre es así. Siempre es alguien quien anuncia. Entonces fue Juan Bautista. Ahora ... puede ser ‘el evangelizador de nuestro tiempo... Juan Bautista no era lo que será Jesús… ni el tiempo de ellos es nuestro tiempo y cultura. Ni yo soy Jesús pero soy su rostro para muchos,

• Nos preparamos, y más ante la inminencia de la Navidad, para que el Señor acontezca, de nuevo en la ‘real-idad’. Por eso la importancia del tiempo de Adviento y el tiempo que hemos dedicado para prepararnos a la Navidad que cada día se anticipa más por otras razones que las cristianas.

• Compartimos la U-topía del Adviento, en cuanto que de verdad nos llega ante una realidad que se resistió y se resiste y hace gala de empecinamiento en su propio camino. Ya desde la encarnación iniciamos ese nuevo “topos” / “camino” que incide en nuestra historia ‘definitivamente’ y abre la presencia de la Utopia de Dios (Desde el Génesis hasta el Apocalipsis). Con frecuencia la proyectamos hacia el pasado, u origen, de nuestra humanidad, y más que todo la proyectamos hacia el futuro, como nuestro destino final escatológico, en medio de una realidad apocalíptica... que es la que con frecuencia vivimos en la actualidad de cada tiempo... pero no es esa toda la realidad.

• Al ‘en-carnar-nos’ e ‘in-culturar-nos’, como lo hizo Jesús, necesitamos abrir nuestra esperanza a una realidad/’en-sueño’ (utopía) que la observamos en su proceso histórico (en diacronía) y en el personal complejo de cada presente (en sincronía) de cada persona en el cruce del pasado y del presente y un presente que avanza rápido hacia un futuro.

• Sigamos la liturgia y no nos dejemos atropellar por la anticipación de la Navidad sin que nos encontremos con la preparación suficiente para SU venida acontezca. La propuesta que hoy nos venden, traída de otras raíces, como puede ser del así llamado ‘espíritu de la navidad’ y las promovidas por ‘el mercantilismo’. Aun ‘las misas de aguinaldos’... puede ser que tengan otras motivaciones que nos distraen y desenfocan del mejor Adviento. El calendario hoy nos lo establecen los ‘mall’ o ‘centros comerciales’ y también ahora ‘los políticos’ y ‘lo cultural ajeno a lo religioso’. Acabamos siendo arrinconados de nuevo a una nueva cueva de Belén. Esperemos que también haya una luz que la ilumine en su totalidad.

• La costumbre de la corona de Adviento, que se está generalizando, es un avance muy pedagógica para irnos preparando y adentrando en la Navidad siempre y cuando no nos quedemos con un ‘rito’ más.

• Lo central lo pudiéramos expresar de la forma siguiente:

La Esperanza, sobre toda otra esperanza, nos abre al misterio en el que La Trinidad decide enviarnos al Hijo, que como humano, será Jesús. Que como niño, en debilidad máxima como cualquier otro niño, más aún ‘el pobre’, en indefensión y pobreza/marginación, es excluido y perseguido...sin embargo es acompañado por sus padres (María y José).

El asume ‘personalmente’ la esperanza de toda la humanidad, contra cualquier des-esper@-nza, y más aún, de quienes des-esperados, pretenden generar más opresión, manipulación, exclusión, frustración y esclavitud (hasta las más nuevas), en mil formas más o menos ‘sofisticadas’ o no. Dios hecho niño, como cualquier otro ser humano, quiere ‘desde abajo’ redimirnos y sal-V-arnos

Este es el gran regalo de Dios a toda la Humanidad. Esta es la Navidad ‘pura y simple’. A ella nos preparamos en el Adviento.
 
Alejandro Goñi, S.J., noviembre 2010

sábado, 20 de noviembre de 2010

TE ASEGURO QUE HOY MISMO ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO



 Homilia Domingo de Cristo Rey - 2010 - Ciclo C
Llegamos al domingo de Cristo Rey, que es el último del tiempo litúrgico denominado “Ciclo C”. La próxima semana comenzaremos nuevamente el año litúrgico correspondiente al “Ciclo A”. Para la festividad de Cristo Rey, nos ofrecen el evangelio de la crucifixión, invitándonos a reflexionar el tipo de rey que es Jesús.

El evangelista Lucas (23, 35-43) presenta de forma dramática lo que se dice en la crucifixión de Jesús. Por un lado están las autoridades religiosas y las fuerzas de seguridad con sus burlas y maltratos; y por el otro, los dos condenados junto a Jesús. Uno de los condenados lo insulta, mientras que el otro recrimina la actuación de este condenado y le suplica a Jesús que se acuerde de él cuando esté en su reino.

Esta súplica bastó para que Jesús, más allá de su propio dolor, se volviera totalmente hacia el sufrimiento ajeno de este hombre, prometiéndole: Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.

En la cruz se miran de frente amor y pecado. Ambas fuerzas muestran hasta dónde son capaces de llegar. Pero para Jesús, nada puede más que la misericordia, quedando demostrado que ni la muerte puede tanto como puede la misericordia y el amor.

Decir: Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso, devuelve a la persona la dignidad perdida. Abre a una nueva posibilidad para quien siente que nada tenía que esperar de este mundo. Libera de la atadura del pasado.

La fiesta de Cristo Rey que celebramos hoy, es la celebración del Señorío de todo lo bueno que Dios ha querido para la humanidad. Cristo Rey es paradójico. En lugar de enaltecer los atributos del poder, prestigio o riqueza, se enaltecen los atributos de servicio, sencillez y autenticidad.

Lo que experimenta el crucificado que suplica a Jesús es la misma vida. Porque encontrarse con Cristo, Señor del mundo, es la experiencia que coloca a la persona en la más alta dignidad: la de hijo de Dios; en la más plena libertad: liberado del pecado; y en el más alto destino: la posesión definitiva y total del mismo Dios por el amor.

Cuántas personas o amigos y compañeros de camino, estarán esperando de ti y de mí, que les digamos una palabra amable, sanadora, esperanzadora, que les ayude a superar el sufrimiento, el dolor, la tristeza o la desconfianza.

Que nos atrevamos a volver nuestra mirada y nuestra palabra hacia quien nos necesita y digamos como Cristo Rey: no sufras más, no tengas miedo, no te hundas, recupera la alegría, vuelve a vivir. Yo te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso, en la vida.

Gustavo Albarrán S.J,

viernes, 19 de noviembre de 2010

¡Viva Cristo Rey!


Evangelio del domingo XXXIV del tiempo ordinario (Lucas 23,35-43)


El pueblo estaba mirando y los jefes se burlaban de él diciendo:
-Ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si es el Mesías, el predilecto de Dios.
También los soldados se burlaban de él. Se acercaban a ofrecerle vinagre y le decían:
-Si eres el rey de los judíos, sálvate.
Encima de él había una inscripción que decía: Éste es el rey de los judíos.
Uno de los malechores crucificados lo insultaba diciendo:
-¿No eres tú el Mesías? Sálvate a tí y a nosotros.
Pero el otro lo reprendió diciendo:
-¿No tienes temor de Dios, tú, que sufres la misma pena? Lo nuestro es justo, recibimos la paga de nuestros delitos; pero él, en cambio, no ha cometido ningún crimen.
Y añadió:
-Jesús, cuando llegues a tu reino acuérdate de mí.
Jesús le contestó:
-Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.

Termina el año cristiano, y la Iglesia celebra el domingo de Cristo Rey. La liturgia nos relata el final de la pasión de Jesús en la que aparece como Rey. ¿Dónde está, Rey, tu reinado? Y ¿dónde tus súbditos leales?¿Adónde se fueron los incondicionales discípulos?¿En qué quedaron todos tus proyectos bienaventurados?¿cómo es que este que se presenta así rey-de-los-judíos, ha nacido de mujer, se entretiene con niños, atiende a pobres y enfermos, se detiene con toda clase de pecadores, y pone en solfa nuestras leyes inhumanas? Así, todos, por temor, o desencanto, o indignación, o defraude... fueron abandonando a aquel Rey. Bueno, todos no. Estaban María, algunas mujeres y Juan. Y había otro más, el de la ultimísima hora: Dimas. Sólo Dimas no empleó el condicional de quien duda o niega, sino el imperativo de quien está seguro ante el acontecimiento que sus ojos ven: acuérdate de mí. La respuesta de Jesús no se hizo esperar: hoy estarás conmigo en el Paraíso.

Aquel Rey y su Reino no terminaron entonces. Aquel estar con Jesús y participar en su reinado es lo que los cristianos hemos venido celebrando y prolongando durante siglos. Y es lo que en este último domingo del año litúrgico queremos es pecialmente recordar: que Él es el Rey de todo lo creado, el Rey de una nueva his toria, el Rey de una nueva humanidad.
El reinado de Jesús no es una proclama fugaz y oportunista, no es un discurso fácil y barato. Es, ni más ni menos, que devolver a la humanidad la posibilidad de volver a ser humana según el diseño de Dios; la posibilidad de reemprender aquel camino perdido que Dios ofreció antaño, y que una libertad no vivida en la luz, en la verdad y en el amor, llevó al traste. El reinado de Jesús es ese espacio de nueva historia en la que es posible vivir como hijos ante Dios, como hermanos ante los hombres, como confraternos ante todo lo creado.

Ya ha comenzado este reinado, y tantos hombres y mujeres han vivido así. Pero también, ¡cuántos aún no viven así ni ante el Padre Dios, ni ante el hermano hombre, ni ante la confraterna creación! Por eso, es un Reino de Jesús, que está sólo empezado, que se encuentra sin terminar, sin su plenitud final. Sólo hay un trono y éste es para Dios; y en ese trono se brinda libertad. Toda suplantación de ese Rey supondrá un camino de esclavitud, de inhumanidad, de corrupción, como lo demuestra la historia de siempre y la más reciente. Por Jesucristo Rey y por ese Reino hay que seguir trabajando, construyéndolo cotidianamente con cada gesto, en cada situación y circunstancia, para ir des­terrando y transformando cuanto en nosotros y entre nosotros no corresponda al proyecto del Señor. Como dijeron nuestros mártires: ¡viva Cristo Rey!

Monseñor Jesús Sanz Montes, ofm

martes, 16 de noviembre de 2010

Ellacuría, 21 años después

Han pasado veintiún años desde el asesinato del jesuita Ignacio Ellacuría y sus compañeros de la Universidad Centroamericana (UCA) en El Salvador. El pasado año, con ocasión del vigésimo aniversario, se celebraron diferentes actos, se pronunciaron conferencias, se escribieron artículos sobre su pensamiento y su obra. Precisamente la reflexión sobre todo esto y sobre la crisis económica que vivimos es lo que me ha impulsado a escribir las siguientes líneas.

Conocí a Ellacuría alrededor del verano de 1987; él, como rector de la UCA, pasaba por Deusto buscando profesores para sus cursos de posgrado, y yo, que recientemente había ganado mi cátedra de Finanzas, debí aparecer como un buen candidato. Me reuní con él y le mostré mi ilusión por colaborar con su Universidad, a la vez que le transmití los dos temas que me preocupaban: por un lado el riesgo de ir allí (el país estaba casi en guerra) y por otro la orientación que en la situación socioeconómica de El Salvador (país con grandes desigualdades y mucha pobreza) debería dar a mis clases. Él me tranquilizó respecto a los peligros, a la vez que entendió que la orientación que yo le proponía era la correcta: quería que explicara las finanzas como lo hacía en Deusto, aunque los dos estábamos de acuerdo en que habría que insistir más sobre la necesaria regulación de los mercados, los servicios que debería prestar el Estado o los sistemas de redistribución de la renta. Tras impartir clase en la UCA los veranos del 88 y 89, y convivir con Ellacuría y varios de sus compañeros aprendiendo mucho de ellos, estuve con él en Deusto pocos días antes de su asesinato: comentamos cómo la situación en El Salvador se había hecho mucho más peligrosa, pero Ellacuría decidió volver.

La vida en El Salvador, veintiún años después, sigue siendo muy complicada: pobreza, desigualdad, violencia, falta de futuro. Y las recetas que a mí se me ocurren siguen siendo las mismas: promover un mercado que funcione eficientemente y una autoridad económica que lo regule, lo complemente y redistribuya la renta. Lo que pasa es que todo esto lo debemos leer hoy desde la perspectiva de la crisis que comenzó en el verano de 2007 y se consolidó en 2008.

La crisis ha servido para que todos nos demos cuenta de que vivimos en un sistema económico globalizado. Esto ya lo sabíamos, pero parece que la crisis nos lo ha dejado más claro. Y en estas circunstancias muchas regulaciones tienen que ser globales: evidentes fallos en la regulación y la supervisión financieras en EE UU han sido uno de los claros detonantes de la crisis. No es admisible en nuestro mundo actual que las diferencias regulatorias lleven la actividad financiera a aquellos lugares menos regulados, pues las consecuencias luego las sufrimos todos. Como tampoco es de recibo que sigan existiendo paraísos fiscales. Desgraciadamente, el G-20 y otras instituciones similares avanzan muy lentos por este camino, pero ha llegado el momento de plantearse muy en serio que habremos de renunciar a cierta soberanía, trasladando algunas capacidades de regulación a entes supranacionales. Otro de los elementos que se ha puesto de manifiesto es la debilidad del entramado jurídico-financiero anglosajón. Durante muchos años, brillantes especialistas nos han explicado las bondades del sistema que ha regido en EE UU, Reino Unido y demás países de cultura anglosajona, frente a los, un poco caducos, sistemas de la Europa continental; y nosotros lo hemos ido copiando. Creo que hay que revisar todo esto. Y en un mundo globalizado debe haber sistemas de redistribución de la renta a nivel global. Yo creo que siempre debería haber sido así, pero la globalización de la economía lo hace más patente. De hecho, la Doctrina Social de Iglesia ha pedido desde hace mucho tiempo instituciones supranacionales que encaminen la economía al bien común; tal vez la crisis nos ayude a profundizar en esta convicción.

Como ya comentaba hace más de veinte años con Ignacio Ellacuría, yo creo en el fundamental papel del mercado en la economía, pero también en la necesidad de la actuación de las autoridades económicas para hacer que los mercados funcionen correctamente, sin monopolios, sin abusos, sin engaños, sin privilegios. Y una parte de esa regulación ha de ser global, como global debe ser una parte muy importante de la redistribución. Si las instituciones de los países pobres logran mejorar su eficiencia, disminuir la corrupción y la arbitrariedad, a la vez que se establecen mecanismos supranacionales que mejoren la regulación y la justicia en la distribución de la renta, estaremos caminando hacia un mundo más parecido a aquél por el que lucharon Ellacuría y sus compañeros.

Releía hace unos meses la jugosa polémica entre Umberto Eco y el cardenal Martini sobre la ética, en la que Eco afirmaba: «La fuerza de una ética se juzga por el comportamiento de los santos»; creo que personajes como Ellacuría que ofrecieron su vida por los más débiles dicen mucho a favor de la ética cristiana.

Al escribir estas líneas también me he acordado de otros dos profesores de la UCA, el jesuita Jaime Loring, profesor de finanzas en ETEA (Córdoba), ya jubilado, y Luis de Sebastián, fallecido el año pasado, que dedicó bastantes años de su vida a la Compañía y fue profesor de Economía en Esade. Los dos han trabajado por buscar la justicia dentro de las posibilidades que el mundo actual nos brinda, y tratando los temas con rigor académico; eso es lo que Ellacuría quería en su Universidad. La crisis ha puesto de manifiesto importantes puntos débiles del sistema de economía de mercado, precisamente en los mercados más desarrollados; al hacer los ajustes necesarios tenemos también una oportunidad para mejorar lo que siempre ha funcionado mal: las economías de los países más pobres.

FERNANDO GÓMEZ-BEZARES, CATEDRÁTICO DE FINANZAS DE LA UNIVERSIDAD DE DEUSTO. Fuente: Diariovasco.com

sábado, 13 de noviembre de 2010

Por su nombre

Comentario al Evangelio del domingo, XXXIII del tiempo ordinario (Lucas 21,5-19), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm.

El Evangelio de este domingo nos deja una sensación agridulce, con un cierto desconcierto. Las diversas respuestas de Jesús, indicaban a sus oyentes que todo estaba inacabado, inseguro. Hasta la belleza del Templo era frágil y su solidez amenazada: "no quedará piedra sobre piedra". Surgirán profetas falsos una vez más, llegarán guerras, catástrofes, espantos. Y a los discípulos les dirá: os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante gobernadores por causa de mi nombre. Hasta los más cercanos como padres, hermanos, parientes y amigos, los odiarán, los traicionarán e incluso los matarán por causa de su nombre.

Muchas veces ha surgido la tentación de hacer del Cristianismo una especie de vergel, de tranquilo paraíso donde evadirse de un mundo corrupto y caduco que se empeña en no vivir "como Dios manda". Pero el Cristianismo no ha sido regalado por Dios como una "burbuja de paz". De hecho, los mejores hijos de la Iglesia han tenido que sufrir persecución, incomprensión y martirio de tantos modos, como la prolongación en la historia de aquél por mi nombre del que nos habla hoy el Evangelio. Vivir en su Nombre, diciendo su Nombre, siendo su Nombre.

Jesús y el Cristianismo no son un sedante para nuestras molestias sociales, ni un barbitúrico para perpetuar privilegios. No provocan alucinaciones sino compromisos. Los cristianos somos llamados a pertenecer a la historia de Aquel que fue anunciado como "signo de contradicción", y que vino a traer el fuego y la espada, es decir portador de la Luz y portavoz de la Verdad en un mundo que con demasiada frecuencia pacta con la oscuridad y la mentira.

Pero este Evangelio, aunque duro, no es desesperanzador. Nos dice Jesús: "no les tengáis miedo". Ha prometido darnos palabras y sabiduría para hacer frente a cualquier adversario. Lo que importa es que esa Presencia y esa Palabra por Él prometidas, resuenen y se reflejen en la vida de la comunidad cristiana y en la de cada cristiano particular.

El Cristianismo no es una aventura para fugarse del mundo, sino una urgencia para transformarlo según el proyecto de Dios, en el Nombre del Señor. Los cristianos no son los del eterno poderío o los de la eterna oposición, sino los eternos discípulos del único Maestro. Poniendo lo mejor de nosotros mismos para que en cada rincón de la historia pueda seguir escuchándose la Buena Noticia de Jesús y haciéndose realidad el don inmerecido de su Reino que la Iglesia en cada época no deja de anunciar.

jueves, 11 de noviembre de 2010

ESTAR DESPIERTOS, SIN MIEDOS Y AFIANZADOS EN JESÚS


Evangelio correspondiente al domingo 33 del Tiempo Ordinario, Ciclo "C"
(Lucas 21, 5-19)



"A unos que elogiaban las hermosas piedras del templo y la belleza de su ornamentación les dijo:
-Llegará un día en que todo lo que ustedes contemplan será derribado sin dejar piedra sobre piedra.
Le preguntaron:
-Maestro, ¿cuándo sucederá eso y cuál es la señal de que está para suceder?
Respondió:
-¡Cuidado, no se dejen engañar! Porque muchos se presentarán en mi nombre diciendo: Yo soy; ha llegado la hora. No vayan tras ellos. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, no se asusten. Primero ha de suceder todo eso; pero el fin no llega en seguida. Entonces les dijo:
-Se alzará pueblo contra pueblo, reino contra reino; habrá grandes terremotos, en diversas regiones habrá hambres y pestes, y en el cielo señales grandes y terribles.
Pero antes de todo eso los detendrán, los perseguirán, los llevarán a las sinagogas y las cárceles, los conducirán ante reyes y magistrados a causa de mi nombre, y así tendrán la oportunidad de dar testimonio de mí.
Háganse el propósito de no preparar su defensa; yo les daré una prudencia y una elocuencia que ningún adversario podrá resistir ni refutar.
Hasta sus padres y hermanos, parientes y amigos los entregarán y algunos de ustedes serán ajusticiados; y todos los odiarán a causa de mi nombre. Sin embargo no se perderá ni un pelo de su cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas."
Esta semana 33 del Tiempo Ordinario nos aproxima cada vez más al Adviento, que es un tiempo especial dedicado a prepararnos para acoger la Encarnación de Dios en este mundo. Por eso, la liturgia nos invita a centrar toda nuestra atención en lo que es significativo y no en lo superficial de la vida.

El evangelio de este domingo (Lc. 21, 5-19) se desarrolla a partir de una reacción de Jesús ante quienes están centrados en lo superficial, en la belleza cosmética del templo, y por eso mismo están distraídos de lo que vale realmente en la vida. Como diría un gran amigo: están bajo el influjo de la globalización de la superficialidad.

El evangelio dice, que como algunos ponderaban del templo la solidez de su construcción y la belleza de sus adornos, Jesús profetizó: días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido. Y cómo no va a hablarles de esa manera, si estaban embebidos en lo externo del tempo y no en lo interno del santuario de Dios.

Hace poco, un gran cristiano dijo a sus amigos de camino: el gran problema que tenemos, no son los números sino que estamos distraídos. Y añadió: somos buenos, pero estamos distraídos. No hay maldad, ni clara infidelidad en la mayoría, pero falta fuego, y esto, porque estamos distraídos. Nos falta concentrarnos en Cristo.

A los que estaban en el templo embebidos por su belleza exterior, les faltaba fuego, les faltaba centrarse en lo que lleva por dentro el tempo, que es la vida. Así lo afirma el profeta Ezequiel (47, 1-2.8-9.12), porque al templo de Dios no se le contempla por fuera sino por dentro, para captar el agua que mana de su corazón para recorrer caminos despertando vida. Y no sólo hay que hacerlo con el templo de piedra que antiguamente era el santuario de Dios, sino, contemplar así también a cada hombre y cada mujer, porque son el templo y santuario especial de Dios.

Jesús dirá a todos: distraídos como andan ustedes, cualquier novedad o cualquier estremecimiento de los tiempos actuales los va a tambalear. Por eso conviene que se cuiden de los engaños y que no los domine el pánico. Con esto nos está invitando Jesús a lo más básico del discernimiento que es estar alerta y no tener miedo.

También dirá Jesús: aunque sean perseguidos por mi causa, no tienen que preparar de antemano su defensa, porque Yo les daré palabras sabias. Es decir, aunque lo que hagan por el evangelio les cueste la vida, no se aferren a su sabiduría. Confíen en mí, Yo seré su defensa. Incluso, si los traiciona su propia gente, manténganse firmes y conseguirán la vida. Que equivale a decir: manténganse afianzados y apostando, sigan haciendo caminos sin rigideces sino centrados, y verán amaneceres nuevos. Conseguirán la vida.

Que Dios nos dé la gracia de estar atentos a lo que pasa en el mundo, sin paralizarnos por el miedo ni aferremos a nuestros criterios o convicciones, sino exponiéndonos abiertamente a su gracia y a su sabiduría, para mantenernos afianzados en Él, y así logremos la sintonía con la gran novedad de Dios que acontece en los vaivenes del tiempo presente.

Gustavo Albarrán, S.J.

Carta de un sacerdote uruguayo viviendo en Angola.‏

Soy un simple sacerdote católico uruguayo que hace 20 años vivo en Angola. Me siento feliz y orgulloso de mi vocación. Me da un gran dolor por el profundo mal que sacerdotes, que deberían ser señales del amor de Dios, sean un puñal en la vida de inocentes. No hay palabras que justifique tales repugnantes actos.


Veo en muchos medios de información, la ampliación del tema en forma morbosa, investigando en detalles la vida de algún sacerdote pedófilo. Así aparece uno de una ciudad de USA, de la década del 70, otro en Australia de los años 80 y así de frente, otros casos recientes… ¡Es curiosa la poca noticia y desinterés por miles y miles de sacerdotes que se consumen por millones de niños, por los adolescentes y los más desfavorecidos en los cuatro ángulos del mundo!

Pienso que a los medios de información no les interesa que yo haya tenido que transportar, por caminos minados en el año 2002, a muchos niños desnutridos desde Cangumbe a Lwena (Angola), pues ni el gobierno se disponía y las ONG’s no estaban autorizadas. No ha sido noticia que haya tenido que enterrar decenas de pequeños fallecidos entre los desplazados de guerra y los que han retornado; que le hayamos salvado la vida a miles de personas en Moxico mediante el único puesto médico en 90.000 km2, así como con la distribución de alimentos y semillas; que hayamos dado la oportunidad de educación en estos 10 años y escuelas a más de 110.000 niños...

No es de interés que con otros sacerdotes hayamos tenido que socorrer la crisis humanitaria de cerca de 15.000 personas en los acuartelamientos de la guerrilla, después de su rendición, porque no llegaban los alimentos del Gobierno y la ONU. No es noticia que un sacerdote de 75 años, el P. Roberto, por las noches recorra las ciudad de Luanda curando a los chicos de la calle, llevándolos a una casa de acogida, para que se desintoxiquen de la gasolina; que alfabeticen cientos de presos; que otros sacerdotes, como P. Stefano, tengan hogares transitorios para los chicos que son golpeados, maltratados y hasta violados y buscan un refugio.

Tampoco que Fray Maiato con sus 80 años, pase casa por casa confortando los enfermos y desesperados. No es noticia que más de 60.000 de los 400.000 sacerdotes, y religiosos hayan dejado su tierra y su familia para servir a sus hermanos en una leprosería, en hospitales, campos de refugiados, orfanatos para niños acusados de hechiceros o huérfanos de padres que fallecieron con Sida, en escuelas para los más pobres, en centros de formación profesional, en centros de atención a cero positivos…
o en parroquias y misiones dando motivaciones a la gente para vivir y amar.

No es noticia que mi amigo, el P. Marcos Aurelio, por salvar a unos jóvenes durante la guerra en Angola, lo hayan transportado de Kalulo a Dondo y volviendo a su misión haya sido ametrallado en el camino; que el hermano Francisco, con cinco señoras catequistas, por ir a ayudar a las áreas rurales más recónditas hayan muerto en un asalto en la calle; que decenas de misioneros en Angola hayan muerto por falta de socorro sanitario, por una simple malaria; que otros hayan saltado por los aires, a causa de una mina, visitando a su gente. En el cementerio de Kalulo están las tumbas de los primeros sacerdotes que llegaron a la región… Ninguno pasa los 40 años.

No es noticia acompañar la vida de un Sacerdote “normal” en su día a día, en sus dificultades y alegrías consumiendo sin ruido su vida a favor de la comunidad que sirve. La verdad es que no procuramos ser noticia, sino simplemente llevar la Buena Noticia, esa noticia que sin ruido comenzó en la noche de Pascua. Hace más ruido un árbol que cae, que un bosque que crece.

No pretendo hacer una apología de la Iglesia y ni de los sacerdotes. El sacerdote no es ni un héroe ni un neurótico. Es un simple hombre, que con su humanidad busca seguir a Jesús y servir sus hermanos.

Pbro. Martín Lasarte (salesiano) - Angola

sábado, 6 de noviembre de 2010

EL TIEMPO DE DIOS ES PERFECTO

Aportes para la HOMILÍA del domingo 32 del Tiempo Ordinario – Ciclo “C” (Lucas 20, 27-38)


Estamos ya en la Semana 32 del Tiempo Ordinario. Pronto terminará este tiempo, dando paso al Adviento. El evangelio de este domingo propone que pongamos lejos nuestra esperanza, invitándonos a reflexionar sobre la vida futura, después de la resurrección, y su relación con la vida presente.

Hace apenas unos días celebramos el día de todos los santos y el de todos los difuntos. Realidades que están muy relacionadas con el evangelio de este domingo. Santidad y muerte, desde perspectiva espiritual, son inseparables. Crecer en santidad exige morir a lo caduco, al pasado y al pecado. Y adentrarnos a la muerte supone el despojo de aquello a lo que nos aferramos, condición necesaria para el camino de santidad.

El evangelista Lucas (20, 27-38) nos dice que los saduceos, a partir de la situación de una mujer difunta que estuvo casada con siete hermanos, también difuntos, preguntaron a Jesús: ¿de cuál de los siete hermanos va a ser esposa cuando llegue la resurrección de los muertos? Un aspecto que remite directamente al planteamiento sobre lo que va a pasar después de la muerte. Es decir, si la vida futura es distinta o continuidad de la actual.

A la pregunta por lo que pasará en el futuro con la mujer difunta y sus 7 esposos del pasado, Jesús responde: En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, a los que Dios resucite, ni se casarán ni morirán, porque serán como ángeles e hijos de Dios. Esta respuesta de Jesús es novedosa, ya que lo mismo puede decirse de muchos otros aspectos de la vida, que siendo tan importantes como el matrimonio, ni van más allá de la muerte, ni tienen prestancia alguna delante de Dios.

La expresión “serán como ángeles” nos habla del futuro, pero también del presente. En su sencillez, esto quiere decir que nuestro futuro es la libertad e integridad total que nos regala la resurrección, poniéndonos delante de un Dios que se alegra ya que nos ama por ser sus hijos. Junto a Él viviremos sin las limitaciones propias del tiempo presente. Y también quiere decir que aquí en la tierra hemos de transitar el camino de la santidad, que no es otro que el camino de la bondad. Y esto sí que tiene importancia para la fe, porque plantea claramente que sólo el amor tiene prestancia ante la vida y ante Dios.

La pregunta más importante no es, si la vida futura es distinta o es continuidad de la actual. Porque el asunto no es qué pasa después de la vida, sino, qué pasa antes de la muerte, qué hacemos en nuestro aquí y ahora con los demás. Tendríamos más bien que preguntarnos: ¿Hay vida de calidad para todos antes de la muerte? ¿Cuido que nadie lo pase mal? ¿Estoy valorando aquí en la tierra lo que, ni vale para la vida, porque tiene sus días contados, y, ni vale para Dios, porque no encaja en su concepción del amor? Esto es lo que permite experimentar que el tiempo de Dios es perfecto (Cf. Eclesiastés 3,11).

El evangelio de esta semana es una auténtica llamada al discernimiento. Porque nuestro Dios es un Dios de vivos y no de lo que está muerto.

Gustavo Albarrán, S.J.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Eternidad, no longevidad

Evangelio del domingo XXXII del tiempo ordinario (Lucas 20,27-38)
Se acercaron entonces unos saduceos, los que niegan la resurrección, y le preguntaron:
-Maestro, Moisés nos ordenó que si un hombre casado muere sin hijos, su hermano se case con la viuda, para dar descendencia al hermano difunto.
Ahora bien, eran siete hermanos. El primero se casó y murió sin dejar hijos. Lo mismo el segundo y el tercero se casaron con ella; igual los siete, que murieron sin dejar hijos. Después murió la mujer. Cuando resuciten, ¿de quién será esposa la mujer? Porque los siete fueron maridos suyos.
Jesús les respondió:
-Los que viven en este mundo toman marido o mujer. Pero los que sean dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no tomarán marido ni mujer; porque ya no pueden morir y son como ángeles; y, habiendo resucitado, son hijos de Dios.
Y que los muertos resucitan lo indica también Moisés, en lo de la zarza, cuando llama al Señor Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.
                                                         __________
De la mano de San Lucas el año litúrgico va llegando a su fin, y con él también su relato viajero de la subida de Jesús a Jerusalén, término de su vida terrestre. Por eso el tema que nos acompañará en estos tres últimos domingos de nuestro año cristiano, será el tema del paso a la vida nueva.

Es posible que algunas predicaciones sobre los "novísimos" (muerte, juicio, eternidad) se hayan hecho inadecuadamente, generando más un pánico temeroso que una esperanza serena. La Iglesia, fiel a la herencia de su Señor, no pretende acorralar entre miedos y amenazas la libertad del hombre. No obstante, no por ello puede callarse sobre la suerte feliz o infeliz que a todos nos espera en la tierra definitiva, en ese hogar del Padre Dios en el que Jesús nos ha preparado morada.

Pero no es lo mismo creer en la vida eterna que en la vida larga, y hoy se practica un frenético culto a la vida larga con toda una ascética casi religiosa: aerobic, herbolarios, dietas alimenticias, naturismo... todo lo cual, obviamente, está bien, pero deja de estarlo cuando achata el horizonte existencial del hombre, cuando reduce el aprecio y la pasión por la vida a una cuestión de estética o de cosmética. Confundir la felicidad con una fórmula antiarruga o con un plan adelgazante, es cambiar la eternidad por la longevidad, la casa de Dios por el gimnasio o la sauna, la adhesión a la vida toda por el apego a la mocedad.

Habrá un momento de gran verdad para todos, un momento en el que se veri-ficará (hacer la verdad) nuestra vida: el momento de la muerte. Entonces, desnudos de poses y de intereses creados, podremos veri-ficar aquello que decía san Francisco: "somos lo que somos ante Dios, y nada más" (Admonición 19).

La eternidad ya ha comenzado para nosotros con la vida. Somos inmortales. Vivir teniendo presente este momento significa vivir con la voluntad de no querer improvisarlo como quien se resiste ante un encuentro indeseado pero inevitable. Más bien es vivir en lo cotidiano siendo lo que somos en la mente y en el corazón de Dios, es decir, realizando su diseño, su designio sobre nosotros, su proyecto sobre todos y cada uno. Nuestro corazón nos reclama que las cosas más bellas, las más amadas, empezando por la misma vida y el mismo amor, no tengan ocaso. Este es nuestro destino feliz, bienaventurado y dichoso, que ha comenzado ya aunque todavía no haya llegado a su plena manifestación.

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm