sábado, 28 de mayo de 2011

No una ley, sino seguir a una persona


Comentario al Evangelio del sexto domingo de Pascua (Juan 14, 15-21):

Si me aman, cumplirán mis mandamientos; y yo pediré al Padre que les envíe otro Defensor que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la verdad, que el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejo huérfanos, volveré a visitarlos. Dentro de poco el mundo ya no me verá; ustedes, en cambio, me verán, porque yo vivo y ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en el Padre y ustedes en mí y yo en ustedes. Quien recibe y cumple mis mandamientos, ése sí que me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él.

Tantas veces nos encontramos con una comprensión de la moral, de la forma de entender un comportamiento ante tantas cosas de la vida, como quien sigue el dictado de una normativa dada. Podría parecer que esto es también la ética cristiana: secundar nuestras reglas morales. De esto trata el evangelio de este domingo a propósito de los mandamientos. También nos mete en la cena última de Jesús con sus discípulos, en la que Él hará la gran síntesis de su revelación: el Padre amado, el Espíritu prome­tido, el amor hasta la entrega total como su manifestación suprema.

Jesús propone un extraño modo de comprobar el amor verdadero hacia su Persona: guardar sus mandamientos, es decir, todo lo que su Palabra y su Persona han ido desvelando de tantas formas. No se trata de un “código de circulación” ética o religiosa, sino un modo nuevo e integral de vivir la existencia ante Dios, ante los demás, ante uno mismo.

No nace de la curiosidad por lo que Él hizo y dijo. Muchos vieron y escucharon al Maestro en su andadura humana, y tantos de ellos no entendieron nada. Era necesario que este nuevo modo de vivir la existencia, naciera de lo Alto, del Espíritu, como explicará el mismo Jesús en otra noche de confidencias al inquieto Nicodemo.

Por eso el Señor, tras haber dicho a los más suyos que amarle y guardar sus mandamientos es la fidelidad cristiana, les prometerá el envío de ese Espíritu. No hacemos una selección de sus enseñanzas en un cristianismo “a la carta”, en un cómodo “sírvase Ud. mismo” dentro del bazar religioso. Para entender a Jesús hay que amarle, pero sólo ama quien no censura ninguno de los factores que componen la vida y la palabra de la persona amada.

Difícilmente se pueden contar como propias las cosas que no hemos experimentado ni saboreado. Quien hace así, no sólo no contagia nada, sino que siembra el aburrimiento. No contar un historia ajena y prestada, sino relatar lo que ha supuesto el paso de Dios por todos nuestros entresijos. Y esto es anunciar a Cristo. Y llenar de alegría el terruño que a diario pisan nuestros pies.

El cristiano que anuncia a Jesús, más de demostrar a su Señor lo que sencillamente hace es mostrarle. Porque la razón de nuestra esperanza no es un discurso teórico de fría apologética, sino un anuncio sencillo y fuerte de lo que nos ha sucedido: la oscuridad, la indiferencia, la violencia, el pecado y la muerte, han sido desplazadas y arrancadas en nosotros por el paso liberador de la Pascua de Jesús en nuestra vida.

Y esa liberación que nos ha sucedido a nosotros deseamos que suceda también absolutamente a todos. Los mandamientos cristianos son vivir la vida de Jesucristo por la fuerza del Espíritu de la Verdad. Predicamos a Cristo siendo testigos de la luz, de la misericordia, de la paz, de la gracia y de la vida que ha acontecido y acontece en nosotros tras el encuentro con Él. Él es nuestra regla y nuestra ley.

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm arzobispo de Oviedo

miércoles, 25 de mayo de 2011

La Necesaria Verdad


La cultura de la mentira se ha instalado en el poder y en muchas relaciones humanas. De tal manera que hoy nadie se fía de nadie. Se está a la defensiva y la convivencia social se ha distorsionado por falta de veracidad. La palabra humana ha perdido todo valor y la manipulación del lenguaje es el arte de la posmodernidad donde hablar de verdad objetiva, absolutamente independiente del yo, es evocar los espíritus de la intolerancia.

Se extrae como consecuencia que el mejor camino para una “sociedad sana” es situarse en el puro relativismo, donde todas las opiniones tengan el mismo valor. Es más, el valor de “cualquier verdad” viene determinado por el número de votantes, el de acceso o visitas en Internet o el consenso conseguido. Con esto se parte de una falacia: “que la verdad es producto del hombre”. Esta es la gran mentira que, con apariencia de verdad y orientada egoístamente, trata de instrumentalizar al hombre y en definitiva a anularlo.

En el lado opuesto están la verdad y la veracidad que fundamenta y da vigor al derecho, a la libertad, a la justicia, a la paz. La verdad es la luz de la inteligencia humana. Para el creyente la fuente suprema de esa luz es Dios que en ningún caso contradice la más pequeña partícula de cualquier verdad. Por eso no hay oposición entre la verdad racional y la fe cristiana, de ahí que ciencia y religión no se enfrentan, como nos quiere hacer ver los laicistas, sino que se comprenden mutuamente y cooperan en la búsqueda del bien del hombre y de la sociedad.

La veracidad en sentido amplio es el amor a la verdad. Es la virtud que inclina a decir siempre la verdad y manifestarse al exterior tal y como se es interiormente. Requiere la sencillez de corazón y la fidelidad para cumplir lo prometido. La verdad hay que decirla con nobleza y caridad. Igualmente, demanda la prudencia para decir las cosas en el momento oportuno y a quien corresponde, para que seamos comprendidos correctamente. También, porque la otra persona puede no estar en disposición, por diversas circunstancias, a la aceptación de la verdad.

Por amor al otro hay momentos que es mejor guardar silencio y esperar la maduración de los acontecimientos. De esto, no se debe concluir que sea lícito mentir. Nunca mezclar lo falso con lo verdadero para encubrir el engaño con apariencia de verdad que tiene diversos rostros: simulación, hipocresía, falsa humildad, adulación, charlatanería, demagogia. Toda mentira destruye a la persona y a la comunidad, porque como dice la Escritura: “guárdate de mentir, y de añadir mentiras a mentiras, que eso no acaba bien” (Eclo 20,27). En cambio, la verdad da a la persona firmeza y solidez y emprende de modo casi natural el sendero de la paz. Por eso, hemos de ser veraces con Dios, con nosotros mismos y con los demás. El camino de la veracidad exige sacrificios, renunciar y constancia.

Suscitar buenos y honrados ciudadanos demanda educar en la verdad. Ello comienza con unos planes de estudios y enseñanzas que alcance a todos los sectores, que huyendo del cualquier sectarismo, contemple la verdad del hombre en su totalidad. Se continua con el testimonio trasparente de los representantes de las instituciones. Teniendo presente, que cuando priman más los intereses partidistas que el bien común de la sociedad, entonces la cultura de la mentira lo domina todo, corrompiendo a la clase política y dañando la convivencia pacífica de un país. Esta regeneración en la verdad ha de darse también en el seno familiar, social y cultural.

Padres coherentes son aquellos que saben trasmitir a sus hijos con tacto y bondad que los seres humanos nos realizamos no buscando “el sol que más calienta”, sino amando la verdad y compartiéndola con los otros. Políticos fidedignos son aquellos que han hecho de la “cosa pública” no el “arte de lo posible”, sino el servicio en la búsqueda del bien de sus conciudadanos y de un mañana mejor para todos, sin acepción de personas. Mostrándose siempre veraz y cercano como servidores públicos que son. Cuando esto se olvida, es fácil que con artificios engañosos surjan “respuestas mesiánicas” que engatusa a la multitud con el deseo de ejercer la autoridad, que el final resultaría más cruel que la de cualquier tirano. Por eso mismo, hoy a todos los niveles tiene máxima actualidad las palabras de Jesús: “la verdad os hará libres” (Jn 8,32).
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*Monseñor Juan del Río Martín es el arzobispo castrense de España

lunes, 23 de mayo de 2011

"El último jesuita"


El pasado 9 de mayo, en la Sala de Conferencias de ICADE (Madrid) tuvo lugar la presentación de la última novela histórica de Pedro Miguel Lamet, SJ, titulada "El último jesuita" y que versa sobre la dramática persecución contra la Compañía de Jesús en tiempos de Carlos III. Esta novela ha supuesto para su autor un gran reto y considera que "es la novela histórica más dramática, rigurosa y apasionante" que ha escrito.

Pedro Miguel Lamet, conocido por su labor periodística y por sus 37 libros publicados, ha cultivado con mayor incidencia en los últimos años la novela histórica. En esta ocasión aborda una de las épocas más oscuras y apasionantes de la historia de España y de la Compañía de Jesús.

-¿Por qué el tema de la expulsión y extinción de los jesuitas en el siglo de XVIII?
-Se trata de una época fascinante , una tremenda historia de intolerancia, y un atropello contra seres humanos comparable a la expulsión de los moriscos y judíos, realizado además por un monarca católico y de comunión diaria.

-¿Hay hoy día suficiente investigación histórica para esclarecer los términos del conflicto?
-Mucha, pero muy dispersa y confusa. Son monografías excelentes, aunque parciales. Tanto que durante años no me atreví a abordar un tema tan discutido y prolijo. Abarca, por ejemplo, su detención militar al mismo día y la misma hora, los tremendos viajes de los expulsos desde América, el motín de Esquilache, el acoso y derribo del papa Clemente XIV, que había sido elegido con la condición de cargarse a los jesuitas; los encarcelados en Portugal y El Puerto de Santa María y un sin fin de intrigas y ambiciones. No existe ni siquiera un manual que intente abarcarlo todo.

-¿Por qué una novela y no un libro de Historia?
-Una monografía histórica se caería de las manos para un lector de calle. Procuro que mis novelas sea muy rigurosas. Me limito a la puesta en escena y la vertebradura narrativa.

-Sin chafar el desenlace, ¿cuál es en síntesis su argumento?
-Cuenta la vida de dos hermanos gallegos, hijos del secretario del Consejo de Estado de Carlos III. Los dos estudian en el colegio de La Coruña e ingresan en el noviciado de Villagarcía. Uno, Mateo, el protagonista, abandona la Orden, y, por amor de su hermosa prima, dama de la Corte, se ve inmerso en la pesquisas secretas de los ministros Roda, Aranda y Campomanes, y en las ulteriores intrigas vaticanas de Floridablanca. Javier, su hermano persevera en la Compañía y vive en propia carne el drama de la expulsión y supresión.

-¿Cual era la verdadera causa por lo que esos ministros odiaban a muerte a los hijos de San Ignacio?
-Eran "manteistas", alumnos no pertenecientes a la nobleza, que por fin habían alcanzado el poder, frente a los "colegiales", que lo habían ostentando antes. La corte estaba dividida en pro-jesuitas y antijesuitas. Estos últimos, junto al confesor franciscano Gilito, padre Osma convencieron al rey y organizaron todo.

-Y Carlos III, del que se dice que era tan pío, ¿cómo se atrevió? ¿Cuáles eran las razones que se guardó en su "real pecho"?
-La más potente, el miedo. Sus colaboradores le persuadieron de que el Motín de Esquilache había sido provocado por los jesuitas. De modo que huyó aterrorizado a Aranjuez sin querer regresar durante meses a Madrid. Otra poderosa razón fue el regalismo, la feroz autonomía religiosa frente a Roma del Despotismo Ilustrado, y también el cuarto voto jesuítico de obediencia al Papa. La peor influencia la ostentó Tanucci, el amigo italiano del rey en cartas casi diarias desde Nápoles.

-¿Cómo el Papa se dejó persuadir por las cortes borbónicas?
-Las sucesivas expulsiones de Portugal, Francia y España y las continuas amenazas de los borbones, incluso de llegar a invadir los territorios pontificios acabaron por doblegarle. Clemente XIV murió persuadido de los jesuitas iban a envenenarle. Pero está probado y reconocido incluso por los mismo enemigos de la Compañía, que el único veneno que acabó con el papa y fraile franciscano Galgagnani fue su obsesión, el miedo.

-El embajador español ante la Santa Sede, Floridablanca, ¿llegó a ser tan poderoso?
-Lo prueba la numerosa correspondencia que se conserva con Madrid. Además compró con dinero, regalos, mitras y sobornos al confesor del Papa y a sus más cercanos colaboradores.

-¿Cuantos años estuvo la Compañía canónicamente suprimida? ¿Cómo logró cierta supervivencia?
-Estuvo extinguida en la Iglesia por el breve Dominus ac Redemptor durante cuarenta años (1773-1814) hasta que la restableció Pío VII. Mientras tanto, un retén sobrevivió en la Rusia Blanca, porque la zarina Catalina se negó a suprimirla en sus territorios. De aquel rescoldo brotaría años después la renacida orden.

-¿Cuáles son en tu novela los momentos más dramáticos de esa historia?
-La detención a bayoneta calada y la expulsión en cuatro flotas de la Marina en 1767 de España, América y Filipinas; la navegación increíble, sin que el Papa les permitiera desembarcar en los Estados Pontificios; la angustiosa vida de los expulsos en Córcega y Bolonia; el control férreo del gobierno, a través de una "pensión real", a los desterrados y el momento en que el Papa firma su supresión.

-Pero los jesuitas eran entonces muy poderosos. ¿Qué cuota de culpa tuvieron en estos hechos?
-Efectivamente la Orden estaba en su cenit de apogeo e influjo en Roma y el mundo, como confesores de reyes, e intelectualmente por sus universidades y colegios. Influían también los celos del clero y otros religiosos; las cuestiones teológicas como el jansenismo, la doctrina del tirinacidio del padre Mariana, los intentos de beatificar a Palafox, la publicación de la famosa novela "Fray Gerundio" del padre Isla, y sobre todo las calumnias a cerca de las Reducciones jesuitas de América. Los borbones llegaron a creerse las calumnias de que estos religiosos tenían preparado un "ejército de esclavos" en el Paraguay para invadir Europa e incluso un rey de sus misiones en la persona de un hermano coadjutor, que llamaron Nicolás I.

-La Iglesia y la sociedad española actuales, ¿tienen algún parecido con las de aquella época?
-Hoy, afortunadamente gozamos de separación entre Iglesia y Estado. Los gobiernos no tienen tanto influjo en la elección de un Papa, cuyo poder, pese a su prestigio moral, es ahora más espiritual que temporal. Pero hay entre nosotros un resurgir del clericalismo y anticlericalismo que fomenta el odio y da que pensar. Los obispos españoles no han acabado de creerse y aceptar la aconfesionalidad, lo que les mantiene a la defensiva y alineados prácticamente con la derecha política. Eso por otra parte es aprovechado por cierto laicismo militante, que cuenta con un muñeco fácil de caricaturizar al que lanzarle sus dardos.

-¿Cuál es la conclusión de su libro?
-Que lo mejor de aquellos hombres injustamente maltratados por el Estado fue su amor al Jesús del Evangelio en medio de terribles dificultades y la fidelidad a la espiritualidad de San Ignacio, que decía que les bastaban quince minutos de oración para quedarse tranquilo si la Compañía "se disolviera con sal en el agua". Se percibe en los diarios que se conservan, sobre todo el monumental de treinta tomos del padre Luengo.

-¿Por qué los jesuitas han sido varias veces expulsados de España a través de la historia y han tenido conflictos también con la Santa Sede?
-Los motivos son diversos según las circunstancias de cada época. La razón de fondo siempre es la misma: trabajar en las fronteras de la fe y la cultura, y una independencia de criterio, cuya base en mi opinión está en el despertar interior y la libertad de espíritu que proporcionan los Ejercicios de San Ignacio.

viernes, 20 de mayo de 2011

Acompañados en el camino


Comentario al Evangelio del quinto domingo de Pascua (Juan 14.1-12):

"No se inquieten. Crean en Dios y crean en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho, porque voy a prepararles un lugar.
Cuando haya ido y les tenga preparado un lugar, volveré para llevarlos conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino para ir donde (yo) voy.
Le dice Tomás:
-Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos conocer el camino?
Le dice Jesús:
-Yo soy el camino, la verdad y la vida: nadie va al Padre si no es por mí. Si me conocieran a mí, conocerían también al Padre. En realidad, ya lo conocen y lo han visto.
Le dice Felipe:
-Señor, enséñanos al Padre y nos basta.
Le responde Jesús:
-Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes ¿y todavía no me conocen? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre: ¿cómo pides que te enseñe al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo les digo no las digo por mi cuenta; el Padre que está en mí es el que hace las obras. Créanme que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; si no, créanlo por las mismas obras. Les aseguro: quien cree en mí hará las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo voy al Padre."


Fueron tres años de andar de acá para allá. Personas encontradas, palabras pronunciadas, signos y milagros realizados. Cuántas cosas en aquel vaivén del camino de la vida entre Jesús y sus discípulos. El relato evangélico de este domingo, narra el entrañable momento en el que ya se vislumbra la despedida. Y como todo adiós, cuando éste se da entre personas que se han querido, que han sido vulnerables a su recíproco amor, produce una resistencia, la amable rebelión de no querer aceptar una separación insufrible. Ese “no perdáis la calma” en labios de Jesús sale al paso de la comprensible zozobra, miedo quizás, de la gente que más ha compartido con el Señor su Persona y su Palabra.

Toda la vida del Señor, fue una manifestación maravillosa de cómo llegar hasta Dios, cómo entrar en su Casa y habitar en su Hogar. La Persona de Jesús es el icono, la imagen visible del Padre invisible. Y esto es lo que tan provocatorio resultaba a unos y a otros: que pudiera uno allegarse hasta Dios sin alarde de estrategias complicadas, sin exhibición de poderíos, sin arrogancias sabihondas: que Dios fuera tan accesible, que se pudiera llegar a El por caminos en los que podían andar los pequeños, los enfermos, los pobres, los pecadores... Y esto será en definitiva lo que le costará la vida a Jesús.

Ya no es un Rostro tremendo el de Dios, que provoca el miedo o acorrala en una virtud hija de la amenaza y de la mordaza. Ya no es un Rostro tremendo el de Dios, que provoca el miedo o acorrala. Quien cree en Jesús, cree en su Padre. El camino de Jesús, es el camino de la bienaventuranza, el de la verdad, el de la justicia, el de la misericordia y la ternura. Pero tal revelación no se reduce a un manifestar imposibles que nos dejarían tristes por su inalcanzabilidad. Jesús no sólo es el Camino, sino también el Caminante, el que se ha puesto a andar nuestra peregrinación por la vida, vivirlo todo, hasta haberse hecho muerte y dolor abandonado.

Jesús no se limitó a señalarnos “otro camino” sino que nos abrazó en el suyo, y en ese abrazo nos posibilitó andar en bienaventuranzas, en perdón y paz, en luz y verdad, en gracia. El es Camino y Caminante... más grande que todos nuestros tropiezos y caídas, mayor que nuestras muertes y pecados.

Los cristianos no somos gente diferente, ni tenemos exención fiscal para la salvación, sino que en medio de nuestras caídas y dificultades, en medio de nuestros errores e incoherencias, queremos caminar por este Camino, adherirnos a esta Verdad, y con-vivir en esta Vida: la de Quien nos abrió el hogar del Padre haciendo de nuestra vida un hogar en la que somos hijos ante Dios y hermanos entre nosotros.

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm

miércoles, 18 de mayo de 2011

¿Cristianos a tiempo parcial?


Cuando en la vida moderna se quiere alabar a una persona se dice de ella “que es un magnífico profesional”. Es decir, que sabe de su trabajo, que se desenvuelve con soltura, que cumple con sus deberes laborales en el tiempo convenido. Siendo esto importante, la persona es mucho más que homo faber, es ante todo un “espíritu encarnado” con vocación hacia lo infinito.

La realización plena de esa llamada originaria se halla en la propuesta cristiana. Seguir a Cristo es algo existencial que implica imitarle hasta el extremo de dejarse configurar con Él, incluso siendo “como otra humanidad suya”. Esta “cristificación” no es producto de la pura voluntad, ni “de la sangre o de la carne”, sino que es respuesta generosa del hombre a la gracia divina que compromete a todo el sujeto. Por eso, ¡No se es cristiano a ratos! ¡No es una mera profesión, sino una vocación que abarca nuestro ser y nuestro tiempo!

La vida de fe en Cristo es una entrega total y sin condiciones. Ya en los primeros siglos san Ignacio de Antioquia decía: “un cristiano no es dueño de sí mismo, sino que esta entregado al servicio de Dios” (Ep. a S. Policarpo). En nuestros días, el Concilio Vaticano II en la constitución Lumen Gentium plantea cómo en cualquier clase de vida y de ocupación “se debe caminar sin vacilaciones por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra la caridad” (nº 41). No hay ni tiempo ni espacio donde no se pueda ser cristiano. Porque como diría santa Teresa de Jesús: “quién de veras comienza a servir al Señor, lo menos que le puede ofrecer es la vida” (Camino de perfección, 12,2).

Sin embargo, queriendo entregarse por entero a Cristo y a su Iglesia, pueden surgir dudas y flaquezas en cualquier momento, porque llevamos, como dice san Pablo “este tesoro en vasija de barro” (2 Cor 4,7). En otras ocasiones, nos vienen las tentaciones de querer compatibilizar la entrega al Señor con los aplausos del mundo y de los hombres. El Evangelio de Jesús es radical frente a todo ello: “no se puede servir a dos señores” (Lc 16, 13), “el que no deja a padre, madre… por mí, no es digno de mí” (Mt 10, 37), “El que no está conmigo, está contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Lc 11, 23).

Algunos les puede parecer esta exclusividad un poco excesiva. ¡No, no es así, a Dios nadie le gana en generosidad! Él nunca deja de ayudar a quienes por la causa del Reino lo han entregado todo. Es más, sólo somos verdaderamente libres de esclavitudes y ataduras, cuando entregamos toda nuestra “libertad, memoria, entendimiento y voluntad” (S. Ignacio de Loyola) a Aquel que nos ha creado y redimido para que seamos auténticamente felices. Él cumple siempre su Palabra y nos concede “el ciento por uno en el tiempo presente y después la vida eterna” (Mt 19,30).

La mediocridad en la vida cristiana produce la enfermedad espiritual que es “el cansancio de la fe”, sus síntomas más elocuentes son la falta de alegría, el bajo celo apostólico y la escasa ilusión por el Cielo. “La nueva evangelización se presenta en estos contextos no como un deber, o como un ulterior peso que hay que soportar, sino más bien como una medicina capaz de dar nuevamente alegría y vida a realidades prisioneras de sus propios miedos….

Y ojalá que el mundo actual pueda recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptar consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo” (Próximo Sínodo de los Obispos, Lineamenta, 2011, nº 25). El primer eslabón de la misión es la entrega personal e incondicional al Señor.

Monseñor Juan del Río Martín, arzobispo castrense de España

domingo, 15 de mayo de 2011

El rebaño y su pastor bueno


Comentario al Evangelio del cuarto domingo de Pascua (Juan 10.1-10)

"Les aseguro: el que no entra por la puerta del corral de las ovejas, sino saltando por otra parte, es un ladrón y asaltante. El que entra por la puerta es el pastor del rebaño. El cuidador le abre, las ovejas oyen su voz, él llama a las suyas por su nombre y las saca. Cuando ha sacado a todas las suyas, camina delante de ellas y ellas le siguen; porque reconocen su voz. A un extraño no le siguen, sino que escapan de él, porque no reconocen la voz de los extraños.
Esta es la parábola que Jesús les propuso, pero ellos no entendieron a qué se refería. Entonces les habló otra vez:
-Les aseguro que yo soy la puerta del rebaño. Todos los que vinieron (antes de mí) eran ladrones y asaltantes; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entra por mí se salvará; podrá entrar y salir y encontrar pastos. El ladrón no viene más que a robar, matar y destrozar. Yo vine para que tengan vida, y la tengan en abundancia."


Tenemos una cierta dificultad para entender culturalmente algunas escenas bíblicas, por estar lejanos de lo que representaban humanamente, sociológicamente, y religiosamente determinadas realidades. Una de ellas es la que se esconde detrás de la imagen del pastor. Israel era un pueblo nómada, acostumbrado al mundo pastoril en su vida cotidiana, que fue ha­ciendo una meditación religiosa sobre su relación con Dios desde la me­táfora del pastor y las ovejas.

No obstante, esa reflexión no era siempre amablemente bucólica, porque los pastores que guiaban a Israel, enseñando los quereres de Dios, frecuentemente eran malos pastores que se aprove­chaban de su mi­sión, convirtiendo su cargo de servicio en carga de pesar para los demás.

Jesús es el Buen Pastor. Y para presentarse como tal, empleará la imagen de los verdaderos pastores que dibuja el salmo 22: el Señor es mi pastor, nada me falta; me hace recostar en praderas verdes y fértiles, me con­duce a fuentes tranquilas, donde restaura mis fuerzas; me guía por senderos justos, y aunque atravesemos cañadas oscuras no tengo temor ni miedo ninguno, porque tu vas conmigo, y tu vara y tu cayado me sosiegan devolviéndome la paz.

Los pastores de Israel tenían pocas ovejas, las suficientes para sobrevivir sus familias. Efectivamente, las conocían por su nombre, y a su nivel, formaban parte del conjunto familiar. Por ello eran queridas, y cuidadas, y protegidas. No se explicaba que un pastor abandonase sus ovejas, ni que éstas fueran extrañas para él. Incluso en tra­mos difíciles y tenebrosos, las ovejas se sentían serenadas cuando la voz del pastor y los pequeños golpes de su cayado sobre sus lomos, les permitían entrever que efectiva­mente no estaban solas, que estaban acompañadas por su propio pastor, aunque la niebla o la os­curidad no permitiesen ver su figura.

Este es Dios para su Pueblo: un pastor que nos conoce, que nos conduce, que nos quiere hasta dar su vida por nosotros (como los pastores que arriesgaban la suya en pasos difíciles del caminar con su rebaño). Conocer la voz de este Pastor (que es lo mismo que dar la vida por aquello que se escucha y por aquel que lo pronuncia), es lo que se nos pide como respuesta de fidelidad a quien tan fiel es a nuestra felicidad.

El es el Pastor de nuestra felicidad, el que nos indica y nos conduce acompañándonos, por los caminos de justicia en los que esa felicidad es posible. Hay otras voces de sirena, voces de pre­tendidos pastores que pastorean su propio provecho, su personal promo­ción, su mantenimiento en po­deres que dominan y amordazan. Seguir a Jesús, saberse ovejas de su redil, es vivir en paz y en luz, sere­namente y sin temores extraños... aun­que la vida sea dura, aunque amenacen nubarrones o nos envuelva la oscuridad. Él se aprendió nuestros nombres, nos llama y nos guía hacia la tierra fértil y gozosa para la que nacimos.

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm

martes, 10 de mayo de 2011

Principios Generales de la Comunidad de Vida Cristiana (CVX)


Aprobados por la Asamblea General el 7 de Septiembre de 1990 y por la Santa Sede el 3 de Diciembre de 1990

PREÁMBULO

1. Dios ama y salva. Las tres Personas Divinas, contemplando a toda la humanidad tan dividida por el pecado, deciden darse completamente a los hombres para liberarlos de todas sus cadenas. Por amor, el Verbo se encarnó y nació de María, la Virgen pobre de Nazareth. Inserto así entre los pobres, y compartiendo su condición, Jesús nos invita a todos a entregarnos continuamente a Dios y a trabajar por la unión de la familia humana. Esta entrega de Dios a los hombres y de los hombres a Dios se sigue realizando hoy, bajo la moción del Espíritu Santo, en todas nuestras diversas circunstancias particulares. Por eso nosotros, miembros de la Comunidad de Vida Cristiana, hemos compuesto estos Principios Generales para que nos ayuden a hacer nuestras las opciones de Jesucristo, y a participar por El, con El y en El en esta iniciativa amorosa que expresa la promesa de Dios de sernos fiel para siempre.

2. Guiados por el Espíritu. Puesto que nuestra Comunidad es un estilo de vida cristiana, estos Principios se han de interpretar no tanto según la letra del texto, sino más bien según el Espíritu del Evangelio y la ley interior del amor. Esta ley, que el Espíritu Santo inscribe en nuestros corazones, se expresa siempre de un modo nuevo de cada situación de la vida cotidiana. Respetando la singularidad de cada vocación personal, nos capacita para ser abiertos, libres y siempre disponibles a Dios. Nos estimula a reconocer nuestros tiempos y a trabajar en unión con todo el Pueblo de Dios y con los hombres de buena voluntad por el progreso y la paz, la justicia y la caridad, la libertad y la dignidad de todos.

3. Una Gracia en la historia. La Comunidad de Vida Cristiana es una asociación internacional de derecho público, y su oficina ejecutiva central está actualmente en Roma. Es la continuación de las Congregaciones Marianas iniciadas por Jean Leunis s.j. y aprobadas por primera vez por el Papa Gregorio XIII con la bula OMNIPOTENTIS DEI, del 5 de diciembre de 1584. Vemos también vuestros orígenes, remontándonos más allá de esa primera Congregación en los grupos de laicos que desde 1540 se desarrollaron en diversas partes del mundo por iniciativa de San Ignacio de Loyola y sus compañeros. Vivimos este estilo de vida cristiana en comunión gozosa con todos los que nos han precedido, con gratitud pro sus esfuerzos y sus realizaciones apostólicas. Con amor y en oración, nos asociamos a todos esos hombres y mujeres de nuestra tradición espiritual que la Iglesia nos ha propuesto como amigos y válidos intercesores en el cumplimiento de nuestra misión.

PRIMERA PARTE: NUESTRO CARISMA

4. Finalidad. Nuestra Comunidad está formada por cristianos -hombres y mujeres adultos y jóvenes, de todas las condiciones sociales- que desean seguir más de cerca a Jesucristo y trabajar con El en la construcción del Reino y que han reconocido en la Comunidad de Vida Cristiana su particular vocación en la Iglesia. Nuestro propósito es llegar a ser cristianos comprometidos, dando testimonio en la Iglesia y en la sociedad de los valores humanos y evangélicos esenciales para la dignidad de la persona, el bienestar de la familia y la integridad de la creación. Con particular urgencia sentimos la necesidad de trabajar por la justicia, con una preferencial opción por los pobres y un estilo de vida sencillo que exprese nuestra libertad y nuestra solidaridad con ellos. Para preparar más eficazmente a nuestros miembros para el testimonio y el servicio apostólico, especialmente en los ambientes cotidianos, reunimos en comunidades personas que sienten una necesidad más apremiante de unir su vida humana en todas sus dimensiones con la plenitud de su fe cristiana según nuestro carisma. Como respuesta a la llamada que Cristo nos hace, tratamos de realizar esta unidad de vida desde dentro del mundo en que vivimos.

5. Fuentes. La espiritualidad de nuestra Comunidad está centrada en Cristo y en la participación en el Misterio Pascual. Brota de la Sagrada Escritura, de la liturgia, del desarrollo doctrinal de la Iglesia, y de la revelación de la voluntad de Dios a través de los acontecimientos de nuestro tiempo. En el contexto de estas fuentes universales, consideramos los Ejercicios Espirituales de San Ignacio como la fuente específica y el instrumento característico de nuestra espiritualidad. Nuestra vocación nos llama a vivir esta espiritualidad, que nos abre y nos dispone a cualquier deseo de Dios en cada situación concreta de nuestra vida diaria. En particular, reconocemos la necesidad de la oración y del discernimiento -personal y comunitariamente-, del examen de conciencia diario y del acompañamiento espiritual como medios importantes para buscar y hallar a Dios en todas las cosas.

6. Sentido de Iglesia. La unión con Cristo nos lleva a la unión con la Iglesia, en la que Cristo continúa aquí y ahora su misión salvadora. Haciéndonos sensibles a los signos de los tiempos y la las mociones del Espíritu Santo, seremos más capases de encontrar a Cristo en todos los hombres y en todas las situaciones. Compartiendo la riqueza de ser miembros de la Iglesia, participamos en la liturgia, meditamos la Sagrada Escritura; aprendemos y promovemos la doctrina cristiana. Trabajamos junto con la jerarquía y otros líderes eclesiales, motivados por una común preocupación por los problemas y el progreso de todos y atentos a las situaciones en que la Iglesia se encuentra hoy. Este sentido de Iglesia nos impulsa a una colaboración creativa y concreta en la obra de hacer avanzar el reinado de Dios en la tierra, e incluye una disponibilidad para partir a servir allí donde las necesidades de la Iglesia pidan nuestra presencia.

7. Nuestra entrega personal encuentra su expresión en el compromiso personal con la Comunidad Mundial, a través de una comunidad particular libremente escogida. Esa comunidad particular, centrada en la Eucaristía, es una experiencia concreta de unidad en el amor y en la acción. En efecto, cada una de nuestras comunidades es una reunión de personas en Cristo, una célula de su Cuerpo Místico. Nuestro vínculo comunitario es nuestro compromiso común. nuestro común estilo de vida y nuestro reconocimiento y amor a María como nuestra madre. Nuestra responsabilidad por desarrollar los lazos comunitarios no termina en nuestra comunidad particular, sino que se extiende a la Comunidad de Vida Cristiana Nacional y Mundial, a las comunidades eclesiales (parroquias, diócesis) de las que somos parte, a toda la Iglesia y a todas las personas de buena voluntad.

8. Vida apostólica. Como miembros del Pueblo de Dios en camino, hemos recibido de Cristo la misión de ser sus testigos entre los hombres por medio de nuestras actitudes, palabras y acciones, haciendo propia su misión de dar la Buena Noticia a los pobres, anunciar a los cautivos su libertad, dar la vista a los ciegos, liberar a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. Nuestra vida es esencialmente apostólica. El campo de la misión CVX no tiene límites: se extiende a la Iglesia y al mundo, para hacer presente el Evangelio de salvación a todos y para servir a la persona y a la sociedad, abriendo los corazones a la conversión y luchando por cambiar las estructuras opresoras.
a) Cada uno de nosotros está llamado por Dios a hacer presente a Cristo y su acción salvífica en nuestro ambiente. Este apostolado personal es indispensable para extender el Evangelio de manera profunda y duradera en la gran variedad de personas, lugares y situaciones.
b) Al mismo tiempo, ejercemos un apostolado organizado o grupal en una gran variedad de formas, sea a través de la acción grupal iniciada o sostenida por la Comunidad por medio de estructuras adecuadas, o a través de nuestra presencia activa en organizaciones y esfuerzos seculares o religiosos ya existentes.
c) Para vivir este compromiso apostólico en sus diversas dimensiones, y para abrirnos a las llamadas más urgentes y universales, la Comunidad nos ayuda particularmente con el discernimiento personal y comunitario. Tratamos así de dar sentido apostólico aún a las más humildes ocupaciones de la vida diaria.
d) La Comunidad nos urge a proclamar la Palabra de Dios a todas las personas, y a trabajar en la reforma de las estructuras de la sociedad tomando parte en los esfuerzos de liberación de quienes son víctimas de toda clase de discriminación y, en particular, en la supresión de diferencias entre ricos y pobres. Queremos contribuir desde dentro a la evangelización de las culturas. Deseamos hacer todo esto con un espíritu ecuménico, dispuestos a colaborar con iniciativas que trabajen por la unidad de los cristianos. Nuestra vida encuentra su inspiración permanente en el Evangelio de Cristo pobre y humilde.

9. Unión con María. Puesto que la espiritualidad de nuestra Comunidad está centrada en Cristo, vemos el lugar de María en relación con El: ella es el modelo de nuestra colaboración en la misión de Cristo. La cooperación de María con Dios comienza con su "si" en el misterio de la Anunciación-Encarnación. Su servicio eficaz -como se expresa en su visita a Isabel- y su solidaridad con los pobres -como se refleja en el Magnificat- hacen que ella sea una inspiración para nuestra acción por la justicia en el mundo de hoy. Su cooperación en la misión de su Hijo, continuada a lo largo de toda su vida, inspira en nosotros un deseo de entregarnos totalmente a Dios en unión con ella, que aceptando los designios de Dios fue hecha Madre nuestra y Madre de todos los hombres. Así ratificamos nuestra propia misión de servicio al mundo recibida en el Bautismo y en la confirmación. Veneramos a la Madre de Dios de un modo especial, y confiamos en su intercesión para el cumplimiento de nuestra vocación.

SEGUNDA PARTE
VIDA Y ORGANIZACIÓN DE LA COMUNIDAD

10. Miembros. Ser un miembro de la Comunidad de Vida Cristiana presupone una vocación personal. Durante un período de tiempo especificado en las Normas Generales, el candidato es iniciado en el estilo de la vida de la CVX. Este período de tiempo permite al candidato y a la comunidad discernir su vocación. Una vez tomada la decisión y aprobada por la comunidad, el nuevo miembro asume un compromiso temporal, y con la ayuda de la comunidad comprueba su aptitud para vivir de acuerdo con el fin y el espíritu de la CVX. Pasado un período de tiempo adecuado, determinado en las Normas Generales, se asume el compromiso permanente.

11. Lazos comunitarios. Como un medio privilegiado de formación y de crecimiento continuo, los miembros se reúnen regularmente en comunidades locales estables que permiten a todos los miembros compartir profundamente la fe y su vida, asegurando una real atmósfera de comunidad y un decidido compromiso con la misión y el servicio.

12. Estilo de vida.
a) El estilo de vida de la Comunidad de Vida Cristiana compromete a sus miembros a buscar, con la ayuda de la comunidad, un continuo crecimiento personal y social en lo espiritual, lo humano y lo apostólico. En la práctica, esto trae consigo: frecuente participación en la Eucaristía; intensa vida sacramental; práctica diaria de oración personal, especialmente de aquella que se basa en la Sagrada Escritura; discernimiento por medio de la revisión diaria de la propia vida y -dentro de lo posible- de la dirección espiritual periódica: una renovación interior anual en conformidad con las fuentes de nuestra espiritualidad; y amor a la Madre de Dios.

b) Puesto que la Comunidad de Vida Cristiana pretende trabajar con Cristo en la anticipación del reinado de Dios, todos los miembros están llamados a participar activamente en el vasto campo del apostolado. El discernimiento apostólico, personal y comunitario, es el medio ordinario para descubrir la mejor manera de hacer presente a Cristo, concretamente, en nuestro mundo. Nuestra amplia y exigente misión pide de cada miembro un esfuerzo por participar responsablemente de la vida social y política, y por desarrollar sus cualidades humanas y sus capacidades profesionales para ser un trabajador más competente y un testigo más convincente. Mas aún, este camino pide a cada miembro sencillez en todos los aspectos de la vida, para seguir más de cerca a Cristo en su pobreza y para conservar la libertad apostólica.

c) Finalmente, cada uno toma sobre sí la responsabilidad de participar en las reuniones y actividades de la comunidad, de ayudar a los demás a realizar su vocación personal, siempre dispuestos todos a dar y recibir consejo y ayuda como amigos en el Señor.


13. Gobierno.
a) La Comunidad Mundial de Vida Cristiana es gobernada por la Asamblea General, que determina las políticas y normas, y por el Consejo Ejecutivo, que asegura la ejecución de ellas. La composición y funciones de estos organismos se especifican en las Normas Generales.

b) La Comunidad Nacional, constituida según las Normas Generales, incluyen a todos los miembros de la Comunidad Mundial que en un determinado país se esfuerzan por vivir el estilo de vida y la misión CVX. La comunidad Nacional es gobernada por una Asamblea Nacional Y un Consejo Ejecutivo Nacional. Sus objetivos son asegurar las estructuras y programas de formación necesarios para responder eficazmente a lo que pide el desarrollo el desarrollo armónico de toda la Comunidad, y para una participación efectiva de la Comunidad de Vida Cristiana en la misión de la Iglesia.

c) Si lo estiman útil, las comunidades nacionales pueden establecer o aprobar comunidades regionales o diocesanas, o centros, que agrupen a varias comunidades locales en una determinada región, diócesis, ciudad o institución. Estas se constituyen de acuerdo con las Normas Generales y los Estatutos Nacionales.

14. Asistente Eclesiástico. La Comunidad de Vida Cristiana en cada nivel tiene un asistente eclesiástico, designado en conformidad con el código de Derecho Canónico y las Normas Generales. Trabajando en colaboración con otros responsables tiene como principal responsabilidad el desarrollo cristiano de toda la Comunidad. Ayuda a los miembros a descubrir los caminos de Dios, especialmente por medio de los Ejercicios Espirituales. En virtud de la misión que le ha encomendado la jerarquía, de cuya autoridad él es el representante, el asistente eclesiástico tiene una responsabilidad especial en el área de los problemas doctrinales y pastorales, y en lo que toca a la armonía propia de una comunidad cristiana.

15. Tenencia de propiedades. Si es una ayuda, la Comunidad de Vida Cristiana en cualquier nivel puede poseer y administrar propiedades, como persona eclesiástica de derecho público, de acuerdo con el Derecho Canónico y con la ley civil del país en cuestión. La propiedad y su administración pertenecen a la respectiva comunidad.

TERCERA PARTE
ACEPTACIÓN DE LOS PRINCIPIOS GENERALES

16. Modificación de estos Principios Generales. Los Principios Generales, aprobados por la Asamblea General y confirmados por la Santa Sede como los Estatutos fundamentales de esta Comunidad Mundial, expresan la identidad fundamental y el carisma de la Comunidad de Vida Cristiana, y por lo tanto expresan también su pacto solemne con la Iglesia. Las modificaciones a estos Principios Generales deben ser aprobados por una mayoría de dos tercios de la Asamblea General, y están sujetas a confirmación por parte de la Santa Sede.

17. Suspensión y exclusión. La aceptación de estos Principios Generales es un requisito para ser miembro de la CVX en cualquier nivel. La falta grave de observancia de estos por parte de un miembro o una comunidad local, es causa de suspensión y eventualmente de exclusión de la Comunidad Nacional. De modo semejante, la falta de actuación de una Comunidad Nacional cuando una de sus comunidades locales no los observa, es causa de su suspensión y eventualmente de exclusión de la Comunidad Mundial. Siempre existe la posibilidad de apelación de una decisión local o regional a la comunidad nacional, y de una decisión nacional a la Comunidad Mundial.

NORMAS GENERALES DE LA COMUNIDAD DE VIDA CRISTIANA
(Aprobadas por la Asamblea General el 7 de Septiembre de 1990)

I. Miembros

1. Una persona puede llegar a ser miembro de la Comunidad de Vida Cristiana en alguno de los siguientes modos:
a) Iniciando junto con otras personas una pre-comunidad local CVX, que es aceptada por una Comunidad Regional o Nacional. La comunidad que acepta debe proveer los recursos de formación necesarios para el desarrollo de la nueva comunidad local.
b) Siendo miembro de un grupo cristiano que en un momento de su historia hace una opción por el estilo de vida CVX. Ese grupo será consecuentemente recibido como una comunidad regional o nacional, que se hace responsable de la aceptación de esos nuevos miembros.
c) Uniéndose a una comunidad local ya existente, que se hace responsable de la aceptación del nuevo miembro y provee los medios de formación necesarios.

2. Cualquiera sea el modo en que tenga lugar la admisión, los nuevos miembros deben ser ayudados por la comunidad a asimilar el estilo de la CVX, a decidir si se sienten llamados a él, si desean y son capaces de vivirlo, y a identificarse con la Comunidad de Vida Cristiana más allá de su grupo inmediato. Después de un período de tiempo ordinariamente no mayor de 4 años ni menor que uno, los nuevos miembros asumen un compromiso temporal de vivir según este estilo de vida. Como medio para llegar a esta decisión personal, se recomienda vivamente una experiencia de los Ejercicios Espirituales.

3. El compromiso temporal es válido como tal, a menos que la persona se retire libremente de la Comunidad o sea excluido por ella, hasta que, previo un discernimiento, el miembro expresa su compromiso permanente en la CVX. El período de tiempo entre el compromiso temporal y el permanente ordinariamente no debería sobrepasar los 8 años ni ser menor de dos.

4. Una experiencia completa de los Ejercicios Espirituales en una de sus varias modalidades (en la vida ordinaria, varios retiros en varios años, un mes cerrado) precede el compromiso permanente en la Comunidad de Vida Cristiana.

5. La fórmula de estos compromisos se deja a las comunidades nacionales. Se sugiere que cada comunidad redacte una fórmula tipo para estos compromisos, y que tales fórmulas incluyan una referencia explícita al cumplimiento de los Principios Generales de CVX.

6. Todo lo que se ha dicho debe ser entendido y practicado de acuerdo con las edades, culturas y otras características específicas. Con este propósito, las comunidades nacionales deben desarrollar programas de formación, diversificados si es necesario de acuerdo a grupos o secciones de miembros y a las posibles circunstancias excepcionales que pueden vivir algunos miembros individuales.

7. La Comunidad de Vida Cristiana es un modo particular de seguir a Jesucristo y trabajar con El para hacer realidad el reinado de Dios. Admite diversas respuestas individuales y no valora una más que otra. Dentro de la riqueza del Evangelio y de la tradición de la Iglesia, y como resultado de su proceso de crecimiento en Cristo, algunos miembros de CVX pueden expresar bajo forma de votos privados su deseo de vivir con especial atención uno u otro de los muchos consejos evangélicos. De modo semejante, personas o grupos de personas que hayan hecho este tipo de votos fuera de la CVX pueden ser admitidos en la comunidad en las mismas condiciones que todos los otros.

II. Estilo de Vida.

8. Las comunidades nacionales y regionales deben encontrar formas de hacer accesible a todos los miembros la experiencia concreta de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, de acompañamiento espiritual y de otros medios de crecimiento en el Espíritu.

9. Como un medio privilegiado de crecimiento continuo como personas y como Comunidad de Vida Cristiana, tomamos ordinariamente nuestras decisiones en ambiente de discernimiento, o incluso con un discernimiento comunitario formal para las decisiones compartidas de mayor importancia.

10. En el espíritu de su mejor tradición y en pro de una mayor eficacia apostólica, la Comunidad de Vida Cristiana en todos los niveles promueve la participación de sus miembros en proyectos conjuntos que respondan a variadas y cambiantes necesidades. Redes de cooperación nacionales o internacionales, equipos apostólicos especializados u otras iniciativas similares pueden ser organizadas por la Comunidad cuando sea apropiado.

11. Igualmente, siguiendo la misma tradición y en vistas a la formación de sus miembros y de otras personas, la Comunidad de Vida Cristiana promueve en todos los niveles la realización de seminarios, cursos, publicaciones, talleres de formación y otras iniciativas similares.

12. En bien de la ayuda mutua y de la colaboración apostólica la Comunidad de Vida Cristiana puede, en cualquier nivel apropiado, afiliar otras asociaciones de personas que deseen compartir en alguna medida nuestro estilo de vida sin llegar a ser plenamente miembros. Análogamente, la Comunidad de Vida Cristiana en cualquier nivel puede encontrar formas diversas de expresar ciertos vínculos significativos con personas o instituciones que de alguna manera desean participar de la misma tradición.

13. Tanto a nivel mundial como nacional, se debe prestar una especial atención a satisfacer la necesidad que cada comunidad local tiene de ser ayudada a vivir un auténtico procese CVX por un guía bien formado y por un coordinador eficiente.

14. Todo lo dicho en esta sección, tanto lo relativo a compromisos apostólicos como lo que se refiere a la formación, supone una buena colaboración con la Compañía de Jesús y con otras personas, comunidades o instituciones que comparten en algo la tradición ignaciana.

III. Vida y Gobierno de la Comunidad

A. Asamblea General

15. La Asamblea General es el órgano supremo de gobierno de la Comunidad de Vida Cristiana. Se compone del Consejo Ejecutivo y la delegación de cada Comunidad Nacional. Cada delegación consta normalmente de tres delegados, uno de los cuales debe ser el Asistente Eclesiástico o su representante. Las dificultades que surgieran en la composición de las delegaciones serán resueltas por el Consejo Ejecutivo.

16. La Asamblea General:

a. Aprueba los informes de actividades y financieros del período transcurrido desde la última Asamblea General.
b. Define las políticas y orientaciones a seguir hasta la próxima Asamblea General.
c. Decide la política financiera a seguir.
d. Decide sobre las enmiendas propuestas a los Principios y Normas Generales.
e. Confirma el establecimiento de nuevas comunidades nacionales.
f. Elige el Consejo Ejecutivo para el período que va hasta la próxima Asamblea General.


17. La Asamblea General se reúne normalmente cada 4 años, y es convocada por el Consejo Ejecutivo al menos doce meses antes.

18. El Presidente tiene el poder de convocar la Asamblea General en forma extraordinaria después de haber consultado con las comunidades nacionales y contar con el acuerdo de al menos un tercio de ellas.

19. En la Asamblea General, cada Comunidad Nacional tiene un voto, y las decisiones se toman con un espíritu de discernimiento por mayoría de votos, supuesto que haya quórum. El quórum requiere la presencia de un 50% de las comunidades nacionales. En la Asamblea, el Consejo Ejecutivo tiene derecho a un voto en la persona del presidente.

B. Consejo Ejecutivo

20. El Consejo Ejecutivo es responsable del gobierno ordinario de la Comunidad. Se compone de 7 miembros elegidos, 3 miembros designados y hasta dos miembros cooptados.

21.a) Los miembros elegidos del Consejo Ejecutivo son el Presidente, el Vicepresidente, el Secretario, el Tesorero y tres consultores. Todos son elegidos por la Asamblea General por un período de cuatro años. Pueden ser reelegidos sólo una vez para el mismo cargo.

b) Los miembros designados del Consejo Ejecutivo son el Asistente Eclesiástico, el Vice Asistente Eclesiástico - que es el Presidente del Secretariado Central de los Jesuitas para la CVX, en Roma - y el Secretario Ejecutivo.

c) El Consejo Ejecutivo Mundial, si lo desea, puede cooptar uno o dos consultores adicionales.

22. El Consejo Ejecutivo es responsable de:

a) Promover el cumplimiento de los Principios Generales y de las Normas Generales.
b) Poner en práctica las políticas y decisiones tomadas en las Asambleas Generales.
c) Fomentar las comunidades nacionales, estimular la colaboración y ayuda entre ellas, promover su activa participación en la misión universal de la CVX.
d) Asegurar la representación de la CVX en programas de cooperación internacional que se estimen convenientes, por ejemplo, en colaboración con la Conferencia de Organizaciones Internacionales Católicas.
e) Promover la práctica de las enseñanzas de la Iglesia, especialmente las del Concilio Vaticano II y sus ulteriores desarrollos.
f) Animar a las comunidades, nacionales y otras, a compartir su documentación, sus experiencias, su personal y recursos materiales entre ellas y con la Comunidad Mundial.
g) Promover y apoyar proyectos específicos, en particular según las normas 10 y 11.
h) Apoyar y crear las iniciativas necesarias para cumplir todas estas funciones.

23. El Consejo Ejecutivo se reúne al menos una vez al año. Informa a todas las comunidades nacionales de sus actividades.

24. En el Consejo Ejecutivo, las decisiones se toman con espíritu de discernimiento por mayoría de votos, supuesto que haya quórum. El quórum necesario es de 5 miembros.

25. El Consejo Ejecutivo tiene un Secretariado para ejecutar sus políticas y decisiones.

26. El Secretariado Ejecutivo es designado por el Consejo Ejecutivo, que define también los derechos y las responsabilidades del cargo.

27. Para todas las comunicaciones oficiales, la dirección del Secretariado Mundial debe considerarse también la dirección del Consejo Ejecutivo.

28. Las nominaciones de candidatos para los cargos elegibles deben ser presentadas por escrito al Consejo Ejecutivo al menos cuatro meses antes de la Asamblea General en la que tendrán lugar las elecciones. Las candidaturas son propuestas por las comunidades nacionales a través de sus consejos ejecutivos.

29. Por lo menos tres meses antes de la elección, deberá presentarse a la Santa Sede una lista de candidatos a la Presidencia de la CVX.

C. Establecimiento de nuevas comunidades

30. Aunque la Comunidad de Vida Cristiana es una, puede incluir agrupaciones de Comunidades Nacionales según objetivos específicos o territorios.

31. La Comunidad Mundial establece oficialmente sólo una comunidad nacional en un país determinado. Cuando las circunstancias hacen imposible la formación de una sola comunidad nacional, la Comunidad Mundial puede establecer más de una comunidad en un país, o incluir más de un país en una Comunidad. El establecimiento de una nueva comunidad nacional es aprobado previamente por el Consejo Ejecutivo. Esta aprobación hace a la nueva comunidad sujeto de los derechos y obligaciones de las comunidades. Sin embargo, la decisión tiene que ser confirmada por la Asamblea General.

32. La autoridad eclesiástica que aprueba oficialmente una comunidad nacional regional o local es la Comunidad Mundial de Vida Cristiana, aprobada canónicamente por la Santa Sede, con el consentimiento del obispo o los obispos correspondientes. Para comunidades establecidas en lugares pertenecientes a la Compañía de Jesús confiados a su cuidado, el consentimiento necesario -de acuerdo con los documentos pontificios- es el del Prepósito General o Vicario General de la Compañía de Jesús, quien puede delegar esta autoridad en el superior provincial o en el asistente eclesiástico.

33. Toda comunidad nacional establecida debe aceptar:

a) Los Principios y Normas Generales.
b) Las resoluciones aprobadas por la Asamblea General.
c) La contribución económica determinada por el Consejo Ejecutivo.

34. El Consejo Ejecutivo de la Comunidad Mundial, respetando los legítimos derechos y obligaciones de las comunidades nacionales, intervendrá en una comunidad nacional sólo en el caso de incumplimiento de la Norma General 33. La asamblea General se reserva el derecho de exclusión.

D. Comunidades Nacionales

35. Cada comunidad nacional, como parte de la Comunidad Mundial, establece sus propios estatutos en conformidad con los Principios Generales y las Normas Generales, y el grado de desarrollo de la propia comunidad nacional. Tales estatutos normalmente incluirán normas relativas a:

a) Admisión y condición de miembro en la comunidad nacional.
b) Objetivos y medios de la comunidad nacional.
c) Relación con la jerarquía.
d) Estructuras para elegir a los responsables nacionales y para tomar decisiones.
e) Procedimiento para elegir los delegados a la Asamblea General de la Comunidad Mundial.
f) Cualquier otro aspecto esencial para ordenar la vida, la unidad, el crecimiento y la misión de la comunidad nacional.

Los estatutos de las comunidades nacionales deberán ser confirmados por el Consejo Ejecutivo de la Comunidad Mundial.

36. Cada comunidad nacional puede establecer comunidades regionales, diocesanas, parroquiales, u otras unidades adecuadas para facilitar su desarrollo.

37. Las comunidades nacionales que lo deseen pueden establecer secretariados con fines de coordinación, asesoramiento y promoción.
38. Las comunidades nacionales son libres de entrar en relación entre ellas para el desarrollo de proyectos apostólicos o para otras finalidades apropiadas. Cualquier estructura nueva que resultara de tales iniciativas, si pretende actuar en el nombre de esas comunidades nacionales, debe recibir un mandato claro y específico que deberá ser aprobado por el Consejo Ejecutivo.

E. Comunidades Locales

39a. Los miembros participan de la vida comunitaria en distintos niveles concéntricos, siendo el de la Comunidad local (también llamado "grupo" o "pequeña comunidad CVX") el más apropiado para continuar comunitariamente la dinámica de vida generada por la experiencia de los Ejercicios Espirituales. Estas pequeñas comunidades practican el tipo de oración y de relaciones que fomenta un proceso de integración de la fe y la vida, permitiendo a cada miembro una continua verificación comunitaria de su crecimiento espiritual y apostólico.
b. La experiencia muestra que para este fin es una gran ayuda que las comunidades se compongan de no más de doce personas de condición semejante (por ejemplo en edad, ocupación o estado de vida), que se reúnen semanal o quincenalmente de manera que el proceso pueda avanzar de una reunión a otra.

40. Cada comunidad local, en el marco de una comunidad más amplia (centro, comunidad diocesana, nacional u otra división adecuada a la realidad), adopta sus normas de admisión, su programa de formación, su apostolado y el contenido y forma de sus reuniones. Todos los miembros participan periódicamente en la celebración de la Eucaristía, y comparten la responsabilidad en la vida de su comunidad local y de la comunidad más amplia en la que ésta de encuadra. Así, la comunidad entera decide todos sus asuntos, excepto los que delega en sus dirigentes.

41a. La principal responsabilidad en la coordinación de cada comunidad es confiada por los miembros a su coordinador, elegido por ellos mismos, que trabaja en cercana colaboración con el guía y posee tantas atribuciones como le son delegadas por la comunidad.

b. El guía, con una buena formación en el proceso ignaciano de crecimiento, ayuda a la comunidad a discernir las mociones presentes en los individuos y en la comunidad, y a mantener una idea clara respecto del fin y del proceso CVX. El guía ayuda a la comunidad y a su coordinador a encontrar y a usar los medios para el crecimiento y para la misión de la comunidad. La participación del guía en la vida de la comunidad está condicionada por lo que objetivamente se necesita para cumplir su función con eficacia. El guía es elegido por la comunidad, con la aprobación de la comunidad regional o nacional.

F. Asistente Eclesiástico

42. El Asistente Eclesiástico Mundial de la Comunidad de Vida Cristiana es designado por la Santa Sede después de recibir una lista de nombres de parte del Consejo Ejecutivo Mundial.

43. La Comunidad Mundial de Vida Cristiana reconoce como su Vice Asistente Eclesiástico al jesuita que el Padre General de la Compañía de Jesús, después de consultas con el Consejo ejecutivo Mundial, designa como presidente del Secretario Central de la Compañía de Jesús para la CVX, en Roma.

44. Los asistentes eclesiásticos nacionales, regionales, diocesanos o de otros niveles son propuestos por los consejos ejecutivos correspondientes al nivel, y su nombramiento queda reservado a la autoridad competente. Generalmente en el nivel nacional, regional y diocesano, los asistentes son sacerdotes; pero la autoridad competente puede designar en casos especiales a cualquier otra persona cualificada, siempre considerando el rol que la CVX espera de sus asistentes (PG14). El procedimiento y las formalidades a seguir para los nombramientos deberán ser claramente establecidos en los estatutos nacionales.

45. En el nivel de la comunidad local, el vínculo con el asistente eclesiástico será normalmente mantenido a través del guía de la comunidad particular.

46. Los asistentes eclesiásticos nacionales, regionales o diocesanos son nombrados por un período de cuatro años. El nombramiento puede ser renovado.

G. Modificación de los Principios Generales y de las Normas Generales.

47. Los cambios en los Principios Generales y en las Normas Generales se han de proponer por escrito al Consejo Ejecutivo Mundial por las comunidades nacionales, por lo menos seis meses antes de una Asamblea General. Para su aprobación de requerirá una mayoría de dos tercios en la Asamblea General.

48. La Comunidad Mundial puede por sí misma establecer y modificar las Normas Generales, con la excepción de las normas 21b, 29, 42 y 48 que tocan nuestras relaciones con la Santa Sede, con la aprobación de una mayoría de dos tercios en la Asamblea General.

49. Una comunidad nacional puede, en caso de necesidad, redactar diversamente para una mejor comprensión tanto los Principios Generales como las Normas Generales, siempre que se mantenga la substancia. La nueva redacción está sujeta a la aprobación del Consejo Ejecutivo Mundial.

domingo, 8 de mayo de 2011

Con luz en los ojos y lumbre en el corazón


Comentario al Evangelio del tercer domingo de Pascua (Lucas 24,13-35):

"Aquel mismo día, dos de ellos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, que está a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino conversaban sobre todo lo sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona los alcanzó y se puso a caminar con ellos. Pero ellos tenían los ojos incapacitados para reconocerlo. Él les preguntó:
-¿De qué van conversando por el camino?
Ellos se detuvieron con rostro afligido, y uno de ellos, llamado Cleofás, le dijo:
-¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que desconoce lo que ha sucedido allí estos días?
Jesús preguntó:
-¿Qué cosa?
Le contestaron:
-Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo. Los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. ¡Nosotros esperábamos que él sería el liberador de Israel!, pero ya hace tres días que sucedió todo esto. Es verdad que unas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado; ellas fueron de madrugada al sepulcro, y al no encontrar el cadáver, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles asegurándoles que él está vivo. También algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como habían contado las mujeres: pero a él no lo vieron.
Jesús les dijo:
-¡Qué duros de entendimiento!, ¡cómo les cuesta creer lo que dijeron los profetas! ¿No tenía que padecer eso el Mesías para entrar en su gloria?
Y comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que en toda la Escritura se refería a él.
Se acercaban al pueblo adonde se dirigían, y él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron:
-Quédate con nosotros, que se hace tarde y el día se acaba.
Entró para quedarse con ellos; y , mientras estaba con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Se dijeron uno al otro:
-¿No sentíamos arder nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba la Escritura?
Se levantaron al instante, volvieron a Jerusalén y encontraron a los Once con los demás compañeros, que afirmaban:
-Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
Ellos por su parte contaron lo que les había sucedido en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan."


Es uno de los evangelios pascuales más hermosos, y en el que más fácilmente nos podemos reconocer. Emaús es un nombre que aparece en nuestro mapa biográfico. Dos discípulos desencantados y abrumados por los acontecimientos de los últimos días, deciden fugarse de aquella in­tragable realidad. Emaús no era Jerusalén, estaban en direcciones diversas y con diverso significado. En ese camino fugitivo y huidizo, les esperaba el Señor. Él va reuniendo su comunidad tan dispersa y asustada. A cada uno lo encontrará en su drama y en su evasión: llorando a la puerta del sepulcro, a María Magdalena; en el cenáculo escondidos por miedo a los judíos, a la mayoría de los discí­pulos; y camino de Emaús, a nuestros dos protagonistas de este domingo.

La maravillosa narración de Lucas nos pone ante uno de los diálogos más bellos e impresionantes de Jesús con los hombres. Efectivamente, Él se encuentra con dos per­sonas que acaso habían creído y apostado por tan afamado Maestro... pero a su modo, con sus pretensiones y con sus expectativas liberacionistas para Israel, como deja en­trever el Evangelio de hoy. Pero el Hijo del hombre no se dejaba encasillar por nada ni por nadie, y actuó con la radical libertad de quien solo se alimenta del querer del Padre y vive para el cumplimiento de su Hora.

Y entonces interviene Jesús en una ejemplar actitud de acompañar y enseñar a esta pareja de "alejados": les explicará la Escritura y les partirá el pan, narrando la tra­dición de todo el Antiguo Testamento que confluye en su Persona, en quien vino como pan partido para todas las hambres del corazón humano.

Finalmente se les abrieron los ojos a los dos fugitivos hospederos de Jesús en el atar­decer de su escapada, y pudieron reconocerlo. Es interesante el apunte cargado de sin­ceridad: "¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?". Les ardía, pero no le reco­nocían; les ocurría algo extraño ante tan extraño viajero, pero no le reconocían. Bastó que se les abrieran los ojos para descubrir a quien buscaban, sin que jamás se hubiera ido de su lado. Y bastó simplemente esto para escuchar a quien deseaban oír, sin que jamás hubiera dejado de hablarles. Dios estaba allí, Él hablaba allí. Eran sus ojos los que no le veían y sus oídos los que no le escuchaban.

Volvieron a Jerusalén, en viaje de vuelta, no para huir de lo que no entendían, sino para anunciar lo que habían reconocido y comunicárselo a los demás, que en un cenáculo cerrado a cal y canto habían encontrado su particular Emaús. Entonces como ahora, en aquellos como en nosotros. Desandar nuestras fugas, abrirse nuestros ojos, y ser misioneros de lo que hemos encontrado.

Monseñor Jesús Sanz Montes, ofm arzobispo de Oviedo

viernes, 6 de mayo de 2011

El Papa defiende la reforma litúrgica llevada a cabo por el Vaticano II


La Liturgia de la Iglesia “vive de una relación correcta y constante entre sana traditio y legitima progressio”, y en este sentido, la reforma litúrgica llevada a cabo por el Concilio Vaticano II no se contrapone a la tradición anterior. Lo aclaró el Papa Benedicto XVI al recibir hoy en audiencia a los miembros del Pontificio Instituto Litúrgico San Anselmo, institución creada por Juan XXIII hace cincuenta años como centro de estudios y de investigación “para asegurar una sólida base a la reforma litúrgica conciliar”.

En su discurso, el Papa se refirió a la reforma llevada a cabo por el Concilio, recordando que "existe un vínculo estrechísimo y orgánico entre la renovación de la Liturgia y la renovación de toda la vida de la Iglesia”. “La Liturgia de la Iglesia va más allá de la propia 'reforma conciliar' – afirmó el Pontífice –, cuyo objetivo, de hecho, no era principalmente el de cambiar los ritos y los gestos, sino más bien renovar las mentalidades y poner en el centro de la vida cristiana y de la pastoral la celebración del Misterio Pascual de Cristo”.

“Por desgracia, quizás, también por nosotros Pastores y expertos, la Liturgia fue tomada más como un objeto que reformar que no como un sujeto capaz de renovar la vida cristiana”, reconoció. En este sentido, admitió que en la vigilia del Concilio “aparecía cada vez más viva en el campo litúrgico la urgencia de una reforma, postulada también por las peticiones realizadas por varios episcopados”.

Por otra parte, añadió, “la fuerte exigencia pastoral que animaba al movimiento litúrgico requería que se favoreciese y suscitase una participación más activa de los fieles en las celebraciones litúrgicas a través del uso de las lenguas nacionales, y que se profundizase en el tema de la adaptación de los ritos en las diversas culturas, especialmente en tierra de misión”. Además, “se revelaba clara desde el principio la necesidad de estudiar de modo más profundizado el fundamento teológico de la Liturgia, para evitar caer en el ritualismo o favorecer el subjetivismo, el protagonismo del celebrante”.

Otra de las necesidades fue “que la reforma estuviese bien justificada en el ámbito de la Revelación y en continuidad con la tradición de la Iglesia”. Este es el motivo por el que Juan XXIII, instituyó el Pontificio Instituto Litúrgico San Anselmo, añadió. Recordó, en este sentido, el trabajo de “pioneros” como Cipriano Vagaggini, Adrien Nocent, Salvatore Marsili y Burkhard Neunheuser.

Ambos términos, “tradición” y “legítimo progreso”, explicó, fue utilizado por los Padres conciliares para “consignar su programa de reforma, en equilibrio con la gran tradición litúrgica del pasado y el futuro”. “No pocas veces se contrapone de manera torpe tradición y progreso. En realidad, los dos conceptos se integran: la tradición es una realidad viva, que por ello incluye en sí misma el principio del desarrollo, del progreso”, afirmó el Papa.

Por último, el Papa quiso subrayar “el doble carácter teológico y eclesiológico de la Liturgia. La celebración realiza al mismo tiempo una epifanía del Señor y una epifanía de la Iglesia, dos dimensiones que se conjugan en unidad en la asamblea litúrgica”. “En la acción litúrgica de la Iglesia subsiste la presencia activa de Cristo: lo que realizó en su paso entre los hombres, Él sigue haciéndolo operante a través de su acción personal sacramental, cuyo centro lo constituye la Eucaristía”.

“La Liturgia cristiana es la Liturgia de la promesa realizada en Cristo, pero es también la Liturgia de la esperanza, de la peregrinación hacia la transformación del mundo, que tendrá lugar cuando Dios sea todo en todos”, concluyó el Papa.

lunes, 2 de mayo de 2011

La bienaventuranza de la fe


Homilía en la misa de beatificación de Juan Pablo II. 1 mayo 2011
Autor: S.S. Benedicto XVI | Fuente: Santa Sede


Queridos hermanos y hermanas:

Hace seis años nos encontrábamos en esta Plaza para celebrar los funerales del Papa Juan Pablo II. El dolor por su pérdida era profundo, pero más grande todavía era el sentido de una inmensa gracia que envolvía a Roma y al mundo entero, gracia que era fruto de toda la vida de mi amado Predecesor y, especialmente, de su testimonio en el sufrimiento. Ya en aquel día percibíamos el perfume de su santidad, y el Pueblo de Dios manifestó de muchas maneras su veneración hacia él. Por eso, he querido que, respetando debidamente la normativa de la Iglesia, la causa de su beatificación procediera con razonable rapidez. Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato.

Deseo dirigir un cordial saludo a todos los que, en número tan grande, desde todo el mundo, habéis venido a Roma, para esta feliz circunstancia, a los señores cardenales, a los patriarcas de las Iglesias católicas orientales, hermanos en el episcopado y el sacerdocio, delegaciones oficiales, embajadores y autoridades, personas consagradas y fieles laicos, y lo extiendo a todos los que se unen a nosotros a través de la radio y la televisión.

Éste es el segundo domingo de Pascua, que el beato Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia. Por eso se eligió este día para la celebración de hoy, porque mi Predecesor, gracias a un designio providencial, entregó el espíritu a Dios precisamente en la tarde de la vigilia de esta fiesta. Además, hoy es el primer día del mes de mayo, el mes de María; y es también la memoria de san José obrero. Estos elementos contribuyen a enriquecer nuestra oración, nos ayudan a nosotros que todavía peregrinamos en el tiempo y el espacio. En cambio, qué diferente es la fiesta en el Cielo entre los ángeles y santos. Y, sin embargo, hay un solo Dios, y un Cristo Señor que, como un puente une la tierra y el cielo, y nosotros nos sentimos en este momento más cerca que nunca, como participando de la Liturgia celestial.

«Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). En el evangelio de hoy, Jesús pronuncia esta bienaventuranza: la bienaventuranza de la fe. Nos concierne de un modo particular, porque estamos reunidos precisamente para celebrar una beatificación, y más aún porque hoy un Papa ha sido proclamado Beato, un Sucesor de Pedro, llamado a confirmar en la fe a los hermanos. Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica. E inmediatamente recordamos otra bienaventuranza: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16, 17). ¿Qué es lo que el Padre celestial reveló a Simón? Que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Por esta fe Simón se convierte en «Pedro», la roca sobre la que Jesús edifica su Iglesia. La bienaventuranza eterna de Juan Pablo II, que la Iglesia tiene el gozo de proclamar hoy, está incluida en estas palabras de Cristo: «Dichoso, tú, Simón» y «Dichosos los que crean sin haber visto». Ésta es la bienaventuranza de la fe, que también Juan Pablo II recibió de Dios Padre, como un don para la edificación de la Iglesia de Cristo.

Pero nuestro pensamiento se dirige a otra bienaventuranza, que en el evangelio precede a todas las demás. Es la de la Virgen María, la Madre del Redentor. A ella, que acababa de concebir a Jesús en su seno, santa Isabel le dice: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 45). La bienaventuranza de la fe tiene su modelo en María, y todos nos alegramos de que la beatificación de Juan Pablo II tenga lugar en el primer día del mes mariano, bajo la mirada maternal de Aquella que, con su fe, sostuvo la fe de los Apóstoles, y sostiene continuamente la fe de sus sucesores, especialmente de los que han sido llamados a ocupar la cátedra de Pedro. María no aparece en las narraciones de la resurrección de Cristo, pero su presencia está como oculta en todas partes: ella es la Madre a la que Jesús confió cada uno de los discípulos y toda la comunidad. De modo particular, notamos que la presencia efectiva y materna de María ha sido registrada por san Juan y san Lucas en los contextos que preceden a los del evangelio de hoy y de la primera lectura: en la narración de la muerte de Jesús, donde María aparece al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25); y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, que la presentan en medio de los discípulos reunidos en oración en el cenáculo (cf. Hch. 1, 14).

También la segunda lectura de hoy nos habla de la fe, y es precisamente san Pedro quien escribe, lleno de entusiasmo espiritual, indicando a los nuevos bautizados las razones de su esperanza y su alegría. Me complace observar que en este pasaje, al comienzo de su Primera carta, Pedro no se expresa en un modo exhortativo, sino indicativo; escribe, en efecto: «Por ello os alegráis», y añade: «No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación» (1 P 1, 6.8-9). Todo está en indicativo porque hay una nueva realidad, generada por la resurrección de Cristo, una realidad accesible a la fe. «Es el Señor quien lo ha hecho -dice el Salmo (118, 23)- ha sido un milagro patente», patente a los ojos de la fe.

Queridos hermanos y hermanas, hoy resplandece ante nuestros ojos, bajo la plena luz espiritual de Cristo resucitado, la figura amada y venerada de Juan Pablo II. Hoy, su nombre se añade a la multitud de santos y beatos que él proclamó durante sus casi 27 años de pontificado, recordando con fuerza la vocación universal a la medida alta de la vida cristiana, a la santidad, como afirma la Constitución conciliar sobre la Iglesia Lumen gentium. Todos los miembros del Pueblo de Dios -Obispos, sacerdotes, diáconos, fieles laicos, religiosos, religiosas- estamos en camino hacia la patria celestial, donde nos ha precedido la Virgen María, asociada de modo singular y perfecto al misterio de Cristo y de la Iglesia. Karol WojtyÅ‚a, primero como Obispo Auxiliar y después como Arzobispo de Cracovia, participó en el Concilio Vaticano II y sabía que dedicar a María el último capítulo del Documento sobre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen y modelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia entera. Esta visión teológica es la que el beato Juan Pablo II descubrió de joven y que después conservó y profundizó durante toda su vida. Una visión que se resume en el icono bíblico de Cristo en la cruz, y a sus pies María, su madre. Un icono que se encuentra en el evangelio de Juan (19, 25-27) y que quedó sintetizado en el escudo episcopal y posteriormente papal de Karol WojtyÅ‚a: una cruz de oro, una «eme» abajo, a la derecha, y el lema: «Totus tuus», que corresponde a la célebre expresión de san Luis María Grignion de Monfort, en la que Karol WojtyÅ‚a encontró un principio fundamental para su vida: «Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor tuum, Maria -Soy todo tuyo y todo cuanto tengo es tuyo. Tú eres mi todo, oh María; préstame tu corazón». (Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, n. 266).

El nuevo Beato escribió en su testamento: «Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan WyszyÅ„ski, me dijo: "La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio"». Y añadía: «Deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado». ¿Y cuál es esta «causa»? Es la misma que Juan Pablo II anunció en su primera Misa solemne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: «¡No temáis! !Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!». Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible. Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás.

Karol WojtyÅ‚a subió al Solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre. Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su «timonel», el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar «umbral de la esperanza». Sí, él, a través del largo camino de preparación para el Gran Jubileo, dio al Cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia. Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el Cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de «adviento», con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz.

Quisiera finalmente dar gracias también a Dios por la experiencia personal que me concedió, de colaborar durante mucho tiempo con el beato Papa Juan Pablo II. Ya antes había tenido ocasión de conocerlo y de estimarlo, pero desde 1982, cuando me llamó a Roma como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona. Su profundidad espiritual y la riqueza de sus intuiciones sostenían mi servicio. El ejemplo de su oración siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio. Y después, su testimonio en el sufrimiento: el Señor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una «roca», como Cristo quería. Su profunda humildad, arraigada en la íntima unión con Cristo, le permitió seguir guiando a la Iglesia y dar al mundo un mensaje aún más elocuente, precisamente cuando sus fuerzas físicas iban disminuyendo. Así, él realizó de modo extraordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Eucaristía.

¡Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! Te rogamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. Amén.