sábado, 30 de marzo de 2013

La condición política del cristiano y la idolatría


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Los cristianos creemos que la práctica histórica de Jesús es el criterio de discernimiento para comprender nuestra relación con la política, la economía y la religión. Él nos muestra cómo la vida de cada persona es sagrada, y nos enseña que toda relación debe buscar nuestra humanización en el marco de una libertad corresponsable que nos haga sujetos, y no objetos o súbditos.

Cuando olvidamos, o desconocemos, la praxis histórica de Jesús, aparecen dos grandes tentaciones. Por una parte, creer en un cristianismo apolítico, es decir, en una fe sin relación con los procesos de humanización social, limitada a la devoción y al culto. Por otra, vivir un cristianismo político identificado con un sistema de gobierno que se propone como la presencia del Reino de Dios en este mundo. Ambos casos niegan al Dios de Jesús.

Podemos estar viviendo una fe vacía, que se quedó en el culto y la devoción, como si estos fueran actos mágicos que sustituyen la relación personal con Dios y con el hermano (St 2,15-17). O tal vez hemos caído en la tentación de la idolatría, mediante la promoción de adhesiones absolutas a sujetos o sistemas políticos, económicos y religiosos, que se proclaman salvadores y exigen culto.Nos hemos acostumbrado a ceder el espacio de Dios a otros (Dt 6,4-6).

Es preciso, pues, recordar que la condición política del cristiano no puede ser idolátrica, como tampoco ideológica. No es excluyente porque se sostiene en la fraternidad solidaria y no violenta de Jesús, donde todos somos hijos de Dios y hermanos unos de otros, antes que hijos de la patria o camaradas del proceso (Col 3,11). Ciertamente, esto pasa por un compromiso personal con el desarrollo de todo el sujeto humano y de todos los sujetos, independientemente de su posición ideológica, económica o religiosa (Lc 6,27-28.35). Es la auténtica apuesta por la causa fraterna de Jesús (1Jn 2,4).

No podemos dejarnos encantar solo por el fin último y las metas de un determinado sistema de gobierno, así sea el más noble que pueda existir. Hay que discernir la validez ética y la verdad moral de los medios que se utilicen.

Podemos reconocer la veracidad de una determinada acción política, si acierta respecto a los problemas reales de la sociedad o no. Incluso, es posible formular un juicio sobre su eficiencia o no. Sin embargo, desde el seguimiento a Jesús estamos llamados a preguntarnos por la verdad de dichas prácticas y la validez de los medios que se adoptan.

Una práctica política no es moralmente verdadera cuando promueve discursos y actitudes de desintegración social, exclusión de grupos y manipulación de conciencias, generando cultos idolátricos a sus líderes y proclamándoles adhesión eterna. Es aquí donde una sociedad mide su verdadero talante humano, así como su fe. Como enseñó Jesús: "uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos" (Mt 23,8). No hay dos Señores.

Rafael Luciani, Doctor en Teología Dogmática. Especial para El Universal

rluciani@ucab.edu.ve

@rafluciani

jueves, 28 de marzo de 2013

Encontrarnos con el Resucitado


Evangelio del Domingo de Pascua de Resurrección /C (Jn 20,1-9)

El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró.

En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.


Según el relato de Juan, María de Magdala es la primera que va al sepulcro, cuando todavía está oscuro, y descubre desconsolada que está vacío. Le falta Jesús. El Maestro que la había comprendido y curado. El Profeta al que había seguido fielmente hasta el final. ¿A quién seguirá ahora? Así se lamenta ante los discípulos: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".

Estas palabras de María podrían expresar la experiencia que viven hoy no pocos cristianos: ¿Qué hemos hecho de Jesús resucitado? ¿Quién se lo ha llevado? ¿Dónde lo hemos puesto? El Señor en quien creemos, ¿es un Cristo lleno de vida o un Cristo cuyo recuerdo se va apagando poco a poco en los corazones?

Es un error que busquemos "pruebas" para creer con más firmeza. No basta acudir al magisterio de la Iglesia. Es inútil indagar en las exposiciones de los teólogos. Para encontrarnos con el Resucitado es necesario, ante todo, hacer un recorrido interior. Si no lo encontramos dentro de nosotros, no lo encontraremos en ninguna parte.

Juan describe, un poco más tarde, a María corriendo de una parte a otra para buscar alguna información. Y, cuando ve a Jesús, cegada por el dolor y las lágrimas, no logra reconocerlo. Piensa que es el encargado del huerto. Jesús solo le hace una pregunta: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?".

Tal vez hemos de preguntarnos también nosotros algo semejante. ¿Por qué nuestra fe es a veces tan triste? ¿Cuál es la causa última de esa falta de alegría entre nosotros? ¿Qué buscamos los cristianos de hoy? ¿Qué añoramos? ¿Andamos buscando a un Jesús al que necesitamos sentir lleno de vida en nuestras comunidades?

Según el relato, Jesús está hablando con María, pero ella no sabe que es Jesús. Es entonces cuando Jesús la llama por su nombre, con la misma ternura que ponía en su voz cuando caminaban por Galilea: "¡María!". Ella se vuelve rápida: "Rabbuní, Maestro".

María se encuentra con el Resucitado cuando se siente llamada personalmente por él. Es así. Jesús se nos muestra lleno de vida, cuando nos sentimos llamados por nuestro propio nombre, y escuchamos la invitación que nos hace a cada uno. Es entonces cuando nuestra fe crece.

No reavivaremos nuestra fe en Cristo resucitado alimentándola solo desde fuera. No nos encontraremos con él, si no buscamos el contacto vivo con su persona. Probablemente, es el amor a Jesús conocido por los evangelios y buscado personalmente en el fondo de nuestro corazón, el que mejor puede conducirnos al encuentro con el Resucitado.

José Antonio Pagola

Lo que significa que uno de mis hermanos jesuitas sea el Papa


El papa Francisco es el primer papa jesuita de la historia. Cuando escuché que anunciaron su nombre, después de gritar, lo primero que pensé fue lo improbable que había sido todo. ¿Por qué? ¿Por qué era tan difícil que la gente (incluido yo) imaginara a un papa jesuita? ¿Qué habría pensado San Ignacio de Loyola, el fundador de la orden de los jesuitas (formalmente conocida como la Compañía de Jesús) en el siglo XVI?

Abordemos primero la primera pregunta: ¿Por qué era tan improbable? Por dos razones. La primera es que la mayoría de los cardenales provienen de las filas del clero diocesano. Es decir, la mayoría estudia en seminarios diocesanos y están capacitados para trabajar en los ámbitos más conocidos de las parroquias católicas: celebran misa, bautizan niños, ofician matrimonios y trabajan muy de cerca con las familias de su parroquia. Tal vez para el público en general es más fácil entender sus vidas. Comienzan como sacerdotes de parroquia, más tarde se les nombra obispos y arzobispos, y después, el papa los nombra cardenales.

Los miembros de las órdenes religiosas, como los franciscanos, los dominicos y los jesuitas, viven una vida distinta. Hacemos votos de pobreza, castidad y obediencia, y vivimos juntos en comunidades. (En contraste, los sacerdotes de parroquia perciben un salario). Tampoco nos enfocamos en la vida parroquial. En Estados Unidos, por ejemplo, los jesuitas son conocidos principalmente por sus instituciones educativas: secundarias, preparatorias y universidades como el Boston College, Georgetown, Fordham y todas las escuelas que lleven el nombre de 'Loyola'. Así que nuestra vida es distinta a la del clero diocesano; ni mejor ni peor, solo diferente. Por ello, los miembros de las órdenes religiosas parecen más "ajenos" a los cardenales. Es por ello que en la historia reciente no ha habido muchos papas procedentes de órdenes religiosas. Cuando eligen a un líder, los cardenales prefieren naturalmente a alguien que pertenezca a su "mundo".

Pero esta vez no fue así. Tal vez sintieron que era el momento de cambiar. En grande. Además, los jesuitas a veces eran vistos con recelo en ciertas partes del Vaticano. Hay varias razones para ello y algunas son complejas. La primera es, como mencioné, nuestras "diferencias". En segundo lugar, a veces algunas personas pensaban que nuestro trabajo con los pobres y los marginados era demasiado experimental, radical e incluso peligroso. "Cuando trabajas en los límites", dijo un viejo jesuita, "a veces los rebasas".

A principios de la década de 1980, el papa Juan Pablo II "intervino" en nuestra gestión interna debido a las tensiones entre los jesuitas y el Vaticano. Después de que depusieron a nuestro superior general, el papa designó a su propio representante para dirigirnos (en vez de permitir que se llevara a cabo el procedimiento normal, con el que elegiríamos a un sucesor). Esa era su potestad como papa, pero desanimó a muchos jesuitas. Algunos años más tarde, elegimos a un nuevo superior general y se restablecieron las relaciones cordiales. Sin embargo, la desconfianza persistió en algunos sectores del Vaticano, lo que significó que imaginar a un papa jesuita era descabellado. Ahora que hay un papa jesuita, si la desconfianza no ha desaparecido, al menos ha disminuido.

¿Qué significa tener un papa jesuita? Muchas cosas. Para empezar, el nuevo vicario de Cristo está profundamente impregnado con la espiritualidad de San Ignacio de Loyola, quien fundó la orden jesuita en 1540. Como todos los jesuitas "maduros", el papa Francisco ha participado en dos ocasiones en los Ejercicios Espirituales, un retiro silencioso de un mes dedicado a la vida de Jesucristo. Los Ejercicios requieren que uses tu imaginación para entrar en la vida de Jesús a través de la oración. Podemos asumir que el papa Francisco es un hombre intensamente espiritual que ha sondeado las profundidades de la vida de Cristo en una forma particularmente jesuita. Desde que fue electo el miércoles, he escuchado a al menos una docena de jesuitas decir: "Bueno, no sé mucho acerca de él, pero sé que hizo los Ejercicios".

En segundo lugar, la preparación de los jesuitas es un proceso extremadamente prolongado. El papa Francisco entró al noviciado jesuita en 1958, a los 22 años, y se ordenó hasta 1969. (Ese es el tiempo promedio de preparación de un sacerdote jesuita. Yo entré en 1988 y me ordené en 1999). Así que el nuevo papa es un hombre letrado que también tiene experiencia en varios ministerios a los que fue asignado durante su larga preparación. Típicamente se le pide a un jesuita en preparación que trabaje con los pobres, atienda a pacientes en los hospitales y dé clases en escuelas al tiempo que ejecuta lo que San Ignacio llamaba 2tareas humildes y sencillas", como lavar los retretes y trapear los pisos.

En tercer lugar, el papa Francisco conoce la pobreza. Los jesuitas debemos tomar en serio nuestros votos de pobreza. Esto significa que durante el noviciado vivimos con un salario mínimo, trabajamos con los pobres y no tenemos posesiones. Las ahora famosas historias de que el cardenal Bergoglio usa el transporte público y prepara su propia comida pueden tener sus bases en San Ignacio de Loyola, quien dijo que debemos amar a la pobreza "como si fuera una madre". A los jesuitas se nos pide que sigamos al "Cristo pobre" —es decir, que imitemos a Cristo en su pobreza en la Tierra— y que vivamos lo más sencillamente posible. A algunos nos va mejor que a otros; una vez que fue nombrado obispo y luego arzobispo, fue liberado de su voto de pobreza, pero es uno de los objetivos esenciales en la vida de un jesuita y lo más probable es que esté profundamente arraigado en su vida espiritual.

Se ha enfatizado el nombre del papa Francisco; yo sentí gran gozo de que decidiera honrar a San Francisco de Asís, probablemente el santo más querido del mundo. Eso indica un gran deseo de ayudar a los pobres. Sin embargo, no pude evitar pensar que a pesar de su devoción a Francisco, obtuvo sus primeras experiencias en el ministerio con los pobres cuando era, como dicen los jesuitas, un "hijo de Ignacio".

En cuarto lugar, se pide a los jesuitas que estén "disponibles": abiertos, libres, listos para ir a cualquier parte. El ideal de los jesuitas es ser lo suficientemente libre como para ir a donde Dios quiera que vayas, ya sea a una favela en Latinoamérica o al Palacio Papal en el Vaticano. También debemos ser "indiferentes": lo suficientemente libres como para florecer en cualquier parte, para hacer cualquier cosa que sirva ad majorem Dei gloriam: a la mayor gloria de Dios.

En quinto lugar, se supone que no debemos ser "trepadores". Esta es una ironía grandiosa. Cuando los sacerdotes jesuitas y los hermanos terminan su preparación, hacen votos de pobreza, castidad, obediencia y un voto especial ante el papa "en relación con las misiones", es decir, en relación con los lugares a donde el papa quiera enviarnos. Sin embargo, también hacemos una promesa inusual, que hasta donde sé es única entre las órdenes religiosas: no "ambicionar ni buscar" un alto cargo.

San Ignacio estaba indignado por la ambición en el clero de la que fue testigo a finales del Renacimiento, así que nos pidió que hiciéramos esa promesa singular en contra de la "ascensión". En ocasiones, el papa pide a un jesuita, como lo hizo con Jorge Bergoglio, que tome el cargo de obispo o arzobispo. Pero eso no es lo usual. Sin embargo, un jesuita que alguna vez prometió no "ambicionar ni buscar" un alto cargo ahora ostenta el cargo más alto de la Iglesia.

Respecto a la segunda pregunta: ¿Qué habría pensado San Ignacio de Loyola?

San Ignacio fue famoso por rehusarse a que sus hombres se volvieran obispos e incluso hubo ocasiones en las que se resistió al Vaticano para evitar que sucediera. Por otro lado, él estaba lo suficientemente "disponible" como para saber que era necesario romper las reglas estrictas. Además, estaba comprometido con hacer todo lo que fuera posible por la Iglesia y a pedirles a sus jesuitas que hicieran lo mismo. En uno de los estatutos de los jesuitas, Ignacio anuncia sus intenciones de "servir solo al Señor y a su esposa, la Iglesia, bajo la dirección del pontífice romano, el vicario de Cristo en la Tierra".

Como dice nuestro lema, hacer cualquier cosa por "la mayor gloria de Dios" y por el servicio de la Iglesia, como diría Ignacio. Así que, francamente, pienso que San Ignacio aprobaría que uno de sus Hijos no solo sirva al pontífice romano, sino que lo sea. Yo ciertamente lo apruebo.

Por James Martin, sj especial para CNN

Nota del editor: James Martin es un sacerdote jesuita, editor de la revista América y autor del libro The Jesuit Guide to (Almost) Everything (La guía jesuita para casi todo).

miércoles, 27 de marzo de 2013

“¡Jamás permitiré que me laves los pies!”


Lectura del santo Evangelio del Jueves Santo de la Cena del Señor (Jn 13,1-15)

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

En el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.

Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: “Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los pies?” Jesús le replicó: “Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”. Pedro le dijo: “Tú no me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”. Entonces le dijo Simón Pedro: “En ese caso, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos”. Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos están limpios”.

Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan”.


El evangelio de san Juan que nos presenta hoy la liturgia, recoge una escena que suscita en los oyentes de la Palabra, una actitud fundamental de servicio y entrega. El lavatorio de los pies, como imagen del servicio y la entrega constitutivos de la Eucaristía, revela, además, una tarea de construcción comunitaria que vale la pena desentrañar. Pedro representa aquí la humildad falsa de quien se siente indigno de acoger el servicio y la entrega del Señor. Esta falsa humildad brota muchas veces, precisamente, de un sentimiento de superioridad velado. Nos engañamos a nosotros mismos, cuando nos sentimos indignos del amor que Dios nos tiene. Es frecuente encontrar, en esta especie de trampa del propio egoísmo, personas que se ‘desencantan’ de los demás, de sí mismos, y hasta de Dios, porque no responden a sus ideales inmaculados, ya sean comunitarios, institucionales, o personales.

Dietrich Bonhoeffer, teólogo alemán, dice en su libro Vida en comunidad: "Debemos persuadirnos de que nuestros sueños de comunión humana, introducidos en la comunidad, son un auténtico peligro y deben ser destruidos so pena de muerte para la comunidad. Quien prefiere el propio sueño a la realidad se convierte en un destructor de la comunidad, por más honestas, serias y sinceras que sean sus intenciones personales. Dios aborrece los ensueños piadosos porque nos hacen duros y pretenciosos. Nos hacen exigir lo imposible a Dios, a los demás y a nosotros mismos. Nos erigen en jueces de los hermanos y de Dios mismo. Nuestra presencia es para los demás un reproche vivo y constante. Nos conducimos como si nos correspondiera, a nosotros, crear una sociedad cristiana que antes no existía, adaptada a la imagen ideal que cada uno tiene. Y cuando las cosas no salen como a nosotros nos gustaría, hablamos de falta de colaboración, convencidos de que la comunidad se hunde cuando vemos que nuestro sueño se derrumba. De este modo, comenzamos por acusar a los hermanos, después a Dios y, finalmente, desesperados, dirigimos nuestra amargura contra nosotros mismos".

Sin embargo, hay que reconocer el valor de Pedro para manifestarle al Señor su desacuerdo. Fenelón decía a sus amigos: “No les muestres confianza sino a aquellos que tienen el valor de contradecirte”. Pedro tiene el valor de contradecir a su maestro. Expresa sus desacuerdos, manifiesta su extrañeza cuando no entiende algo de lo que Jesús hace o propone. Esta no es la primera vez que aparece esta característica de Pedro en los evangelios, no será la última. Sin embargo, es él el que recibe el encargo de apacentar el rebaño del Señor y confirmar a sus hermanos en la fe.

Podríamos decir, que este texto, puede iluminarnos en la construcción de la comunidad cristiana, capaz de asumir la diferencia y el conflicto entre sus miembros. Nos da pistas para lo que podríamos llamar, una espiritualidad del conflicto. En este sentido, lo primero que tendríamos que reconocer es la diferencia entre los seres humanos que buscan en común y que no pueden negarse a afrontar las contradicciones existentes entre ellos. Estanislao Zuleta, pensador colombiano, afirma esto mismo en una excelente conferencia pronunciada en 1980, cuando recibió el título de Doctor Honoris Causa en Psicología de la Universidad del Valle:

“En lugar de desear una relación humana inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar, deseamos un idilio sin sombras y sin peligros, un nido de amor y por lo tanto, en última instancia un retorno al huevo. En lugar de desear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de la satisfacción, una monstruosa sala-cuna de abundancia pasivamente recibida. (...) Adán y sobre todo Eva, tienen el mérito original de habernos liberado del paraíso, nuestro pecado es que anhelamos regresar a él” (Estanislao Zuleta, Elogio de la dificultad).

Saber afrontar los conflictos, las contradicciones y las diferencias es una de las características típicas de una comunidad y de una persona madura; una comunidad o una persona inmadura tratará de ocultar o disimular las diferencias para no asustarse; se comportará como el avestruz que esconde la cabeza cuando ve el peligro, pensando que por no verlo, éste desaparece. Lo importante es saber manejar estas situaciones para descubrir caminos nuevos que surgen de la crisis y de la contradicción, como nos lo enseñan aquí Jesús y Pedro.

Pidamos al Señor, que la construcción de nuestras comunidades cristianas, tenga presente esta dimensión conflictiva de nuestras relaciones, y que sepamos superar, por el amor, las diferencias que siempre estarán presentes entre nosotros.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J., Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá

martes, 26 de marzo de 2013

Del sacrificio cultural a la compasión fraterna


Quien vive de la compasión no está lejos del Reino de Dios, aunque esté lejos de la Iglesia...

En la época de Jesús, como en la nuestra, lo religioso se discernía con base en el rigorismo casuístico originado en una moral retributiva. Lo importante era el cumplimiento: la participación en los ritos de purificación del Templo, las oraciones en la sinagoga, el respeto por las normas de pureza, la puesta en práctica de los mandamientos; todo esto conformaba un universo religioso que generaba un peso insoportable en las conciencias de muchos que no eran considerados fieles a Dios y se les calificaba como pecadores.

En ese contexto y en contra de lo establecido, Jesús decía: “...aprended lo que significa: ‘Misericordia quiero y no sacrificios’, porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mt 9,13). La misericordia, y no las prácticas sacrificiales o devotas, es la relación por excelencia que nos asemeja a Dios. La expresión latina miserere se traduce al español como compasión y habla del modo como Dios se revela: “compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y verdad” (Ex 34,6‑8). Es un Dios que “no pide sacrificios” (Sal 50).

A veces llevamos una vida sobrecargada de insatisfacción, amargura, envidia y avaricia, no nos damos cuenta de que vamos caminando cansados y deshumanizando a todo el que encontramos a nuestro alrededor. La propuesta de Jesús es muy clara: “Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras vidas” (Mt 11,28-29).

Jesús se acercaba diariamente a los que en su ambiente otros calificaban como pecadores y los abrazaba, miraba, tocaba, reconciliaba consigo mismos y con los demás, enseñándoles que sí era posible vivir de otro modo pues Dios estaba con ellos sin pedirles nada a cambio, que Dios acogía tanto al victimario y pecador, como a la víctima y justo, para reconciliarlos socialmente (Sal 145, Sal 146). Pero advertía que quienes se pensaban a sí mismos justos y oraban con la soberbia de creer conocer a Dios y ser maestros de los demás, sintiéndose ya salvados y dueños de Dios (Mt 3,9), serían precisamente los que “recibirían mayor rechazo” (Mc 12,38-40). Jesús nunca obligó al otro a que cumpliera con los ritos y las prácticas religiosas establecidas. Lo que atraía de él era precisamente cómo entendía el amor: cargar con el otro, pero sin descargarse en él, sin deshumanizarlo; él veía al otro como un hijo de Dios y como un hermano suyo, a quien debía devolverle la alegría de vivir.

Tenemos por delante el reto de reconocer que “amar a Dios con todo el corazón y con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y los sacrificios”, porque quien vive de la compasión no está lejos del Reino de Dios, aunque esté lejos de la Iglesia (Mc 12,32-34). ¿Somos capaces de vivir la compasión como lo más humano que puede brotar de nosotros mismos; vivirla con la “mansedumbre y la benignidad de Cristo” (2 Cor 10,1), entendiendo que tener “sus mismos sentimientos” (Flp 2,5), es ya dar los frutos del Espíritu: “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (Gal 5,22-23)? Si aún no hemos dado esos frutos es porque seguimos a la búsqueda del verdadero camino de salvación que es la compasión.

POR RAFAEL LUCIANI para Diario Las Américas
Dr. en Teología Dogmática
rluciani@ucab.edu.ve
@rafluciani

miércoles, 20 de marzo de 2013

La conversión de la Iglesia


"Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos a un Cristo sin la cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, y podemos ser obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor". Con estas palabras se dirigió el nuevo papa Francisco al Colegio Cardenalicio en la eucaristía que presidió el pasado 14 de marzo. Son palabras que recuerdan las que Jesús dijo para definir lo esencial de quien se llame cristiano: "Mi madre y mis hermanos son los que oyen la Palabra y la ponen en práctica" (Lucas 8, 21).

¿Por qué son tan importantes estas palabras? En primer lugar, dan continuidad al gesto de la renuncia de Benedicto XVI, que criticó a las estructuras eclesiásticas de poder, desacralizó la figura del Papado, y le devolvió su carácter funcional y de servicio. En segundo lugar, las dirige a la jerarquía eclesiástica acostumbrada al trato solemne y sacral que separa a los sujetos según sea su pertenencia y posición en la Iglesia, o en la sociedad. Tercero, definen, con toda claridad, lo que es esencial para ser cristiano, como es el seguimiento de Jesús. Todo lo demás es añadidura.

El cristiano, pues, continuó diciendo el Papa en su homilía, debe "caminar siempre en presencia del Señor, a la luz del Señor, buscando vivir con aquella irreprochabilidad que Dios le pidió a Abraham en su promesa", es decir, con una fe que se manifieste en la transparencia de la propia vida, dándose todo y sin reservas a los más pobres y a Dios. Una fe que viva de la confianza, la compasión y el servicio.

Viviendo así, se puede pensar en edificar a la Iglesia ante la crisis que atraviesa. De otro modo, no se puede, porque ella debe vivir aquello que está llamada a testimoniar en medio del mundo; y, como cuerpo de Cristo, debe estar sostenida por la "piedra angular que es el mismo Señor", antes que por intereses mezquinos y mundanos. Lo esencial no es el poder ni el dinero, ni el ser Papa o sacerdote, sino vivir con el mismo espíritu de Jesús. Ser discípulos verdaderos. Debemos regresar a Jesús y confesarlo como el único Mesías (Cristo), para poder alejar todo aquello que divida y siembre odio, que alimente envidias y destruya la vida de los demás.

Es lo que Francisco denominó, en continuidad con los últimos mensajes que había dicho Benedicto XVI, que quienes en la Iglesia no vivan teniendo a Jesús como única referencia, entonces sólo les queda vivir engañados y acostumbrándose a la "mundaneidad del diablo". Recordemos que en el Nuevo Testamento la expresión diablo nos remite a las acciones personales y estructurales que causan y provocan división hasta deshumanizar a una persona o a una sociedad entera. Es cierto que siempre habrán "movimientos que nos hacen retroceder" en ese camino, pero hay que recomenzar desde el perdón para que pueda crecer la fraternidad.

Hay tres gestos que comienzan a perfilar este modo cómo Francisco I entiende la presencia de la Iglesia hoy:

Primero, haber inclinado su cabeza ante los fieles reunidos en la plaza San Pedro, simboliza el reconocimiento de la Iglesia como Pueblo de Dios. Noción que viene del Concilio Vaticano II. Por ello, les pide, primero, la bendición, antes que darla. Con ello reconoce que es él quien está para servir al pueblo, y no al revés. Este hermoso gesto lo actualizó el pasado domingo, al celebrar la eucaristía en una parroquia romana y saludar a las personas como un hermano más, con la cercanía de un abrazo.

Segundo, al salir al balcón de la basílica de San Pedro, el cardenal Jorge Bergoglio no se llamó Papa, sino Obispo de Roma, que debe ser ejemplo de caridad y fraternidad para el resto de las Iglesias locales. Este pequeño gesto simboliza la recuperación de la comunión entre las Iglesias locales y la Iglesia de Roma. Una comunión que se medía y se mide por la caridad fraterna, y no por la imposición y el cumplimiento de las instrucciones de la Curia romana.

Tercero, en el discurso que dirigió el día 16 de marzo a los representantes de todos los medios de comunicación social, pronunció unas duras palabras que definieron el modo como se debe entender la presencia de la Iglesia en medio de este mundo: "Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres". Este es el gran reto, entre todos, que Francisco tendrá durante su pontificado. Será la medida de la conversión de la Iglesia en todas sus instancias, porque es signo de la fidelidad a la opción que el mismo Jesús, el Señor, hiciera por los olvidados, los pobres y las víctimas de la sociedad.

Ciertamente ha iniciado su ministerio con sencillez, apertura y con un compromiso por la conversión de la Institución eclesiástica. Nos deja la esperanza y la expectativa de sentir aires que refresquen a la Iglesia, que inviten a la conversión de cada uno de sus miembros, y que nos lleven a una entrega real al pobre. La esperanza de una Iglesia que pueda decir, como él: "Como muchos de ustedes no pertenecen a la Iglesia católica, y otros no son creyentes, de corazón doy esta bendición en silencio, a cada uno de ustedes, respetando la conciencia de cada uno, pero sabiendo que cada uno de ustedes es hijo de Dios" (audiencia del 16 de marzo).

Queda, pues, colaborar con en este llamado a caminar, edificar y confesar.

Rafael Luciani
Doctor en Teología Dogmática rluciani@ucab.edu.ve @rafluciani

Ante el Crucificado


Evangelio del Domingo de Ramos /C (Lc 22, 14—23, 56)

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según san Lucas

C. Llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: † “Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que ya no la volveré a celebrar hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios”. C. Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias y dijo: † “Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios”.

C. Tomando después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: † “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. C.

Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo: † “Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes”.

“Pero miren: la mano del que me va a entregar está conmigo en la mesa. Porque el Hijo del hombre va a morir, según lo decretado; pero ¡ay de aquel hombre por quien será entregado!” C. Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que lo iba a traicionar.

Después los discípulos se pusieron a discutir sobre cuál de ellos debería ser considerado como el más importante. Jesús les dijo: † “Los reyes de los paganos los dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero ustedes no hagan eso, sino todo lo contrario: que el mayor entre ustedes actúe como si fuera el menor, y el que gobierna, como si fuera un servidor. Porque, ¿quién vale más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve. Ustedes han perseverado conmigo en mis pruebas, y yo les voy a dar el Reino, como mi Padre me lo dio a mí, para que coman y beban a mi mesa en el Reino, y se siente cada uno en un trono, para juzgar a las doce tribus de Israel”.

C. Luego añadió: † “Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido permiso para zarandearlos como trigo; pero yo he orado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos”.

C. Él le contestó: S. “Señor, estoy dispuesto a ir contigo incluso a la árcel y a la muerte”. C. Jesús le replicó: † “Te digo, Pedro, que hoy, antes de que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces”. C. Después les dijo a todos ellos: † “Cuando los envié sin provisiones, sin dinero ni sandalias, ¿acaso les faltó algo?” C. Ellos contestaron: S. “Nada”. C. Él añadió: † “Ahora, en cambio, el que tenga dinero o provisiones, que los tome; y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. Les aseguro que conviene que se cumpla esto que está escrito de mí: Fue contado entre los malhechores, porque se acerca el cumplimiento de todo lo que se refiere a mí”. C. Ellos le dijeron: S. “Señor, aquí hay dos espadas”. C. Él les contestó: † “¡Basta ya!”

C. Salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos y lo acompañaron los discípulos. Al llegar a este sitio, les dijo: † “Oren, para no caer en la tentación”. C. Luego se alejó de ellos a la distancia de un tiro de piedra y se puso a orar de rodillas, diciendo: † “Padre, si quieres, aparta de mí esta amarga prueba; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. C. Se le apareció entonces un ángel para confortarlo; él en su angustia mortal, oraba con mayor insistencia, y comenzó a sudar gruesas gotas de sangre, que caían hasta el suelo. Por fin terminó su oración, se levantó, fue hacia sus discípulos y los encontró dormidos por la pena. Entonces les dijo: † “¿Por qué están dormidos? Levántense y oren para no caer en la tentación”.

C. Todavía estaba hablando, cuando llegó una turba encabezada por Judas, uno de los Doce, quien se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo: † “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?” C.

Al darse cuenta de lo que iba a suceder, los que estaban con él dijeron: S. “Señor, ¿los atacamos con la espada?” C. Y uno de ellos hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino, diciendo: † “¡Dejen!¡Basta!” C. Le tocó la oreja y lo curó.

Después Jesús dijo a los sumos sacerdotes, a los encargados del templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo: † “Han venido a aprehenderme con espadas y palos, como si fuera un bandido. Todos los días he estado con ustedes en el templo y no me echaron mano. Pero ésta es su hora y la del poder de las tinieblas”.

C. Ellos lo arrestaron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en la casa del sumo sacerdote. Pedro los seguía desde lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó también con ellos. Al verlo sentado junto a la lumbre, una criada se le quedó mirando y dijo: S. “Este también estaba con él”. C. Pero él lo negó diciendo: S. “No lo conozco, mujer”. C. Poco después lo vio otro y le dijo: S. “Tú también eres uno de ellos”. C. Pedro replicó: S. “¡Hombre, no lo soy!” C. Y como después de una hora, otro insistió: S. “Sin duda que éste también estaba con él, porque es galileo”. C. Pedro contestó: S. “¡Hombre, no sé de qué hablas!” C. Todavía estaba hablando, cuando cantó un gallo.

El Señor, volviéndose, miró a Pedro. Pedro se acordó entonces de las palabras que el Señor le había dicho: ‘Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces’, y saliendo de allí se soltó a llorar amargamente. Los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él, le daban golpes, le tapaban la cara y le preguntaban: S. “¿Adivina quién te ha pegado?” C. Y proferían contra él muchos insultos. Al amanecer se reunió el consejo de los ancianos con los sumos sacerdotes y los escribas. Hicieron comparecer a Jesús ante el sanedrín y le dijeron: S. “Si tú eres el Mesías, dínoslo”. C. Él les contestó: † “Si se lo digo, no lo van a creer, y si les pregunto, no me van a responder. Pero ya desde ahora, el Hijo del hombre está sentado a la derecha de Dios todopoderoso”. C. Dijeron todos: S. “Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?” C. Él les contestó: † “Ustedes mismos lo han dicho: sí lo soy”. C. Entonces ellos dijeron: S. “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca”. C. El consejo de los ancianos, con los sumos sacerdotes y los escribas, se levantaron y llevaron a Jesús ante Pilato.

Entonces comenzaron a acusarlo, diciendo: S. “Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación y oponiéndose a que se pague tributo al César y diciendo que él es el Mesías rey”.

C. Pilato preguntó a Jesús: S. “Eres tú el rey de los judíos?” C. Él le contestó: † “Tú lo has dicho”. C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: S. “No encuentro ninguna culpa en este hombre”. C. Ellos insistían con más fuerza, diciendo: S. “Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí”. C. Al oír esto, Pilato preguntó si era galileo, y al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió, ya que Herodes estaba en Jerusalén precisamente por aquellos días.

Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, porque hacía mucho tiempo que quería verlo, pues había oído hablar mucho de él y esperaba presenciar algún milagro suyo. Le hizo muchas preguntas, pero él no le contestó ni una palabra. Estaban ahí los sumos sacerdotes y los escribas, acusándolo sin cesar. Entonces Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él, y le mandó poner una vestidura blanca. Después se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes eran enemigos.

Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les dijo: S. “Me han traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; pero yo lo he interrogado delante de ustedes y no he encontrado en él ninguna de las culpas de que lo acusan. Tampoco Herodes, porque me lo ha enviado de nuevo. Ya ven que ningún delito digno de muerte se ha probado. Así pues, le aplicaré un escarmiento y lo soltaré”.

C. Con ocasión de la fiesta, Pilato tenía que dejarles libre a un preso. Ellos vociferaron en masa, diciendo: S. “¡Quita a ése!¡Suéltanos a Barrabás!” C. A éste lo había metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.

Pilato volvió a dirigirles la palabra, con la intención de poner en libertad a Jesús; pero ellos seguían gritando: S. “¡Crucifícalo, crucifícalo!” C. Él les dijo por tercera vez: S. “¿Pues qué ha hecho de malo? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte; de modo que le aplicaré un escarmiento y lo soltaré”. C. Pero ellos insistían, pidiendo a gritos que lo crucificara. Como iba creciendo el griterío, Pilato decidió que se cumpliera su petición; soltó al que le pedían, al que había sido encarcelado por revuelta y homicidio, y a Jesús se lo entregó a su arbitrio. Mientras lo llevaban a crucificar, echaron mano a un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo obligaron a cargar la cruz, detrás de Jesús. Lo iba siguiendo una gran multitud de hombres y mujeres, que se golpeaban el pecho y lloraban por él. Jesús se volvió hacia las mujeres y les dijo: † “Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren por ustedes y por sus hijos, porque van a venir días en que se dirá: ‘¡Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado!’ Entonces dirán a los montes: ‘Desplómense sobre nosotros’, y a las colinas: ‘Sepúltennos’, porque si así tratan al árbol verde, ¿qué pasará con el seco?”

C. Conducían, además, a dos malhechores, para ajusticiarlos con él. Cuando llegaron al lugar llamado “la Calavera”, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía desde la cruz: † “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. C. Los soldados se repartieron sus ropas, echando suertes.

El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas, diciendo: S. “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido”. C. También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: S. “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. C. Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: “Éste es el rey de los judíos”.

Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: S. “Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros”. C. Pero el otro le reclamaba, indignado: S. “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho”. C. Y le decía a Jesús: S. “Señor, cuando llegues a tu Reino acuérdate de mí”. C. Jesús le respondió: † “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

C. Era casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús, clamando con voz potente, dijo: † “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” C. Y dicho esto, expiró.

Aquí se arrodillan todos y se hace una breve pausa

C. El oficial romano, al ver lo que pasaba, dio gloria a Dios, diciendo: S. “Verdaderamente este hombre era justo”. C. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, mirando lo que ocurría, se volvió a su casa dándose golpes de pecho. Los conocidos de Jesús se mante- nían a distancia, lo mismo que las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, y permanecían mirando todo aquello.

Aquí termina la forma breve Un hombre llamado José, consejero del sanedrín, hombre bueno y justo, que no había estado de acuerdo con la decisión de los judíos ni con sus actos, que era natural de Arimatea, ciudad de Judea, y que aguardaba el Reino de Dios, se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la Pascua y ya iba a empezar el sábado. Las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea acompañaron a José para ver el sepulcro y cómo colocaban el cuerpo. Al regresar a su casa, prepararon perfumes y ungüentos, y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.


Detenido por las fuerzas de seguridad del Templo, Jesús no tiene ya duda alguna: el Padre no ha escuchado sus deseos de seguir viviendo; sus discípulos huyen buscando su propia seguridad. Está solo. Sus proyectos se desvanecen. Le espera la ejecución.

El silencio de Jesús durante sus últimas horas es sobrecogedor. Sin embargo, los evangelistas han recogido algunas palabras suyas en la cruz. Son muy breves, pero a las primeras generaciones cristianas les ayudaban a recordar con amor y agradecimiento a Jesús crucificado.

Lucas ha recogido las que dice mientras está siendo crucificado. Entre estremecimientos y gritos de dolor, logra pronunciar unas palabras que descubren lo que hay en su corazón: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". Así es Jesús. Ha pedido a los suyos "amar a sus enemigos" y "rogar por sus perseguidores". Ahora es él mismo quien muere perdonando. Convierte su crucifixión en perdón.

Esta petición al Padre por los que lo están crucificando es, ante todo, un gesto sublime de compasión y de confianza en el perdón insondable de Dios. Esta es la gran herencia de Jesús a la Humanidad: No desconfiéis nunca de Dios. Su misericordia no tiene fin.

Marcos recoge un grito dramático del crucificado: "¡Dios mío. Dios mío! ¿por qué me has abandonado?". Estas palabras pronunciadas en medio de la soledad y el abandono más total, son de una sinceridad abrumadora. Jesús siente que su Padre querido lo está abandonando. ¿Por qué? Jesús se queja de su silencio. ¿Dónde está? ¿Por qué se calla?

Este grito de Jesús, identificado con todas las víctimas de la historia, pidiendo a Dios alguna explicación a tanta injusticia, abandono y sufrimiento, queda en labios del crucificado reclamando una respuesta de Dios más allá de la muerte: Dios nuestro, ¿por qué nos abandonas? ¿no vas a responder nunca a los gritos y quejidos de los inocentes?

Lucas recoge una última palabra de Jesús. A pesar de su angustia mortal, Jesús mantiene hasta el final su confianza en el Padre. Sus palabras son ahora casi un susurro: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu". Nada ni nadie lo ha podido separar de él. El Padre ha estado animando con su espíritu toda su vida. Terminada su misión, Jesús lo deja todo en sus manos. El Padre romperá su silencio y lo resucitará.

Esta semana santa, vamos a celebrar en nuestras comunidades cristianas la Pasión y la Muerte del Señor. También podremos meditar en silencio ante Jesús crucificado ahondando en las palabras que él mismo pronunció durante su agonía.

José Antonio Pagola

domingo, 17 de marzo de 2013

¿A qué Dios le oramos? ¿Qué palabras usamos?


La verdadera oración es aquella en la que podemos decir que Dios es Padre de «todos», porque somos sus «hijos», antes que impuros o puros, pecadores o santos, ateos o creyentes, patriotas o traidores.

Haber descubierto que Dios es Padre significó para Jesús tener que aprender a hablar y a medir sus palabras con un corazón de hijo que aceptara que los otros son sus hermanos. Por ello, nunca dirigió palabras de venganza u odio contra los que no le simpatizaban; tampoco usó frases mecánicas, ni pedía la intercesión de sujetos humanos. Jesús criticó toda forma de orar que no expresara la noción de un Dios Padre que quiere el bien de «todos sus hijos» (Mt 6,8), y no solo de sus partidarios.

De allí que rechazara la oración hipócrita, hecha para ser vistos en público (Mt 6,5); enseñó que orar era confiar en Dios sin la arrogancia de quien se cree más cercano a Dios que otros (Lc 18,9ss) y no reconoció la oración de quien se creía justo y piadoso, o del que apenas cumplía con la visita asidua al templo.

Para Jesús, las palabras que usamos para dirigirnos a Dios y a los demás, deben nacer de la compasión, que no exige nada a cambio ni enjuicia (Lc 18,13-14). Solo quien vive compasivamente puede orar por el amor al enemigo y buscar la reconciliación con el hermano. Es por ello que «no todo el que me diga: "Señor, Señor", entrará en el Reino de los cielos» (Mt 7,21).

Las palabras que Jesús usó, y con las que oró, expresaron su confianza absoluta solo en Dios: «Abba, Padre, todo es posible para ti» (Mc 14,36); reconocía cuando algo le complacía: «Sí, Padre, tal ha sido tu beneplácito» (Mt 11,26); incluso gritó cuando sintió el peso del agotamiento: «Aparta de mí este cáliz» (Lc 22,41-42). Él siempre encontraba en la oración alivio y nunca sentía odio o resentimiento, pues no dejó de creer que la última palabra la tenía siempre Dios: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Lc 23,46).

Las palabras que usamos para hablar y orar revelan la imagen que tenemos de Dios. Muestran el modo sincero, o no, como vivimos. Por ejemplo, Jesús pedía que algún día «los pobres coman hasta saciarse» (Sal 22), pero para ello, no oró con cualquier palabra, ni actuó de cualquier modo. Nunca creyó en un Dios fuerte y vengativo, ni en acciones excluyentes o autoritarias. Menos aún insultó o excluyó a alguien, o idolatrizó a persona alguna. Siempre fue agradecido con Dios (Jn 11,41-42), a quien consideraba perfecto (Mt 5,48) por su inmensa bondad y compasión para con todos, buenos, malos, justos, pecadores, amigos, enemigos (Mc 10,18), porque solo así podía amar sin prejuicios y más allá de toda condición moral o política. ¿Nos hemos preguntado si creemos en el Dios Padre, compasivo y bondadoso a quien Jesús le oraba o más bien adoramos otras imágenes deformadas por una religiosidad dudosa y el discurso político que escuchamos? ¿Qué palabras usamos para hablar con Él?

Rafael Luciani, Doctor en Teología Dogmática
rluciani@ucab.edu.ve
@rafluciani

viernes, 15 de marzo de 2013

Declaración del P. General de la Compañía de Jesús


En nombre de la Compañía de Jesús doy gracias a Dios por la elección del nuevo Papa, Cardenal Jorge Mario Bergoglio S.J., que abre para la Iglesia una etapa llena de esperanza.Todos los jesuitas acompañamos con la oración a este hermano nuestro y le agradecemos su generosidad para aceptar la responsabilidad de guiar la Iglesia en un momento crucial. El nombre de "Francisco" con que desde ahora le conocemos, nos evoca su espíritu evangélico de cercanía a los pobres, su identificación con el pueblo sencillo y su compromiso con la renovación de la Iglesia. Desde el primer momento en que se ha presentado ante pueblo de Dios ha dado testimonio de modo visible de su sencillez, su humildad, su experiencia pastoral y su profundidad espiritual.

"Es rasgo distintivo de nuestra Compañía ser un grupo de compañeros (...) unido con el Romano Pontífice con un vínculo especial de amor y servicio" (NC 2, n. 2). Por ello, compartimos la alegría de toda la Iglesia al tiempo que deseamos renovar nuestra disponibilidad para ser enviados a la viña del Señor, conforme al espíritu de nuestro voto especial de obediencia, que tan particularmente nos une con el Santo Padre (CG 35, D.1, 17).

P. Adolfo Nicolás S.J.

Superior General

miércoles, 13 de marzo de 2013

Tareas para el próximo sucesor de Pedro


En mi opinión, cuando se habla de reformas de la Iglesia hay que distinguir, en primer lugar, entre reformas más urgentes y menos urgentes (que pueden no coincidir con las que más nos gustarían a nosotros). En segundo lugar hay que distinguir también entre reformas que requerirán tiempo (quizás mucho) y otras que parecen ser de factura inmediata, con sólo que un papa lo quiera. Teniendo esto presente esbozaré el siguiente programa.

1.- La reforma más urgente en la Iglesia de hoy (aunque será una reforma lenta y constante) es que aparezca como "iglesia de los pobres". Si Dios se reveló en Jesús como Dios de los pobres y de las víctimas de este mundo, una Iglesia que no haga visible esa revelación será siempre infiel a Jesucristo.

El nuevo papa, en mi opinión, debería retomar y proponer a los poderes económicos de este mundo la enseñanza (tan simple como inaceptable) de Jesús: que "es imposible servir a Dios y al dinero". Al menos para alertar a tantos seres humanos que pretenden creer en Dios pero buscan un dios compatible con el culto al Dinero que profesa nuestro mundo. Esta será una reforma constante y difícil como he dicho, pero la Iglesia deberá tener muy claro y no olvidar nunca que (como dijo Juan Pablo II) aquí se juega su fidelidad a Cristo.

2.- En segundo lugar es muy urgente una reforma de la curia romana, tan reclamada por el Vaticano II y que la curia bloqueó siempre. En esa infidelidad está, para mi, una de las raíces de la actual crisis de la Iglesia. La curia no es el órgano director de la Iglesia sino un instrumento al servicio de la autoridad eclesiástica que no reside en la curia sino en todo el colegio apostólico con Pedro a la cabeza. Al revés de lo dicho en el número anterior, aquí serían posibles unas reformas inmediatas que, a mi modo de ver, son urgentes. Enumeraré algunas:

2.1. Los miembros de la curia deberían dejar de ser obispos, porque la existencia de obispos sin iglesia es contraria a la más originaria tradición de la Iglesia, legislada ya en el canon 6 del Concilio de Calcedonia. La hipocresía de hacerlos titulares de una diócesis inexistente, no hace más que poner de relieve la mala conciencia con que se desobedece aquí a la Tradición. Tengo datos para afirmar que esa era la mentalidad de Benedicto XVI cuando llegó a la silla de Pedro; pero la curia se lo impidió.

2.2.- Derivado de lo anterior, Roma debería reinstaurar la participación de las iglesias locales en la elección de sus pastores, obedeciendo así también a toda una tradición que llena el primer milenio y que sólo se quebró por la necesidad de impedir que los poderes civiles intervinieran en la designación de los obispos.

2.3.- Y en tercer lugar deben desaparecer del entorno papal todos los símbolos de poder y de dignidad mundana que opacan la revelación de la dignidad de Dios consistente en su anonadamiento en favor de los hombres. Habría que suprimir a los llamados "príncipes de la Iglesia", título casi blasfemo para una institución que se funda en Jesús como su piedra angular. El obispo de Roma debería ser elegido (por ejemplo) por los presidentes de las diversas conferencias episcopales, añadiendo quizás un grupo de religiosos y de laicos hombres y mujeres. Esta reforma puede ser más lenta que las dos anteriores. Pero la comisión de canonistas encargados de darle carácter jurídico tiene tiempo para trabajar hasta el próximo cónclave  Y entre esos títulos de poder mundano ajenos a Cristo, el sucesor de Pedro debería dejar de ser un jefe de estado, porque eso avergonzaría a su predecesor.

3.- Roma y toda la Iglesia deben sentir como una ofensa a Dios la actual separación de las iglesias cristianas en contra de la voluntad expresa del Señor. Ya no es hora de acusaciones sino de unidad. Y aunque éste es otro punto que puede ser largo, el próximo papa podría crear una especie de Sínodo ecuménico (paralelo al actual sínodo de obispos, pero menos descafeinado que éste) que convocara periódicamente a todas las iglesias cristianas a tratar y discutir libremente los caminos hacia la unidad. Unidad en la que pueden caber grandes dosis de pluralidad, porque la verdadera unidad no es la uniformidad de lo único sino la comunión de lo plural. He hablado de un sínodo creado por Roma pero igual podría ser convocado por el Consejo Ecuménico de las Iglesias, sumándose a él la iglesia católica.

4.- Estas son las tres reformas más urgente a mi modo de ver. Hay otras que ocupan más espacio en los media. Tienen su importancia pero pueden no ser tan urgentes. Y, en mi opinión, es importante fundamentar bien las razones que llevan a ellas. De entre ellas doy prioridad en este comentario a la que me parece más fácil y que requeriría menos tiempo. Me refiero a la situación de los católicos que fallaron en su primer matrimonio y han encontrado estabilidad en una segunda unión. Urge y es posible arbitrar una solución como la que las iglesias orientales llaman "disciplina de misericordia" y que la iglesia católica nunca quiso condenar (sólo se limitó a enseñar que ella "no yerra" cuando no sigue ese camino). Pero si este "no errar" podría tener sentido en los tiempos de Trento puede que ya no tenga vigencia hoy. No se trata de contradecir para nada las razones teológicas a favor de la indisolubilidad del matrimonio. Se trata más bien de tomar en serio aquella aguda observación de Pascal: que una verdad puede convertirse en herética cuando no deja sitio a otras verdades, igualmente parciales quizás pero cuya parcialidad no les priva de su carácter de verdad. La Iglesia tiene razón al enseñar que el matrimonio es una señal (sacramento) del amor de Dios a la humanidad que es un amor fidelísimo y sin vuelta atrás. 

Pero (dejando estar ahora la importante consideración sociológica de que muchos sedicentes católicos se casaron sin tener ninguna conciencia del significado de lo que iban a hacer), hay que recuperar la consideración tan bíblica de que ese amor de Dios sigue en pie aun cuando la esposa haya sido adúltera o infiel. Y que Dios está dispuesto a perdonar y reconquistar y volver a llamar a la esposa que le traicionó. En las repetidas y bellas páginas de los profetas bíblicos sobre este punto, hay un fundamente teológico para esa "disciplina de misericordia".

5.-Sin salir de la disciplina matrimonial, la autoridad eclesiástica debería tomar conciencia de que la enseñanza de Pablo VI en la Humanae Vitae no ha hallado recepción suficiente en el pueblo de Dios; y no sólo en cristianos tibios sino en parejas seriamente creyentes, en presbíteros y hasta obispos de la Iglesia. En mi humilde opinión el nuevo papa debería convocar una nueva comisión como la que nombró Pablo VI para estudiar este punto. Es dato conocido que aquella comisión fue partidaria en un 90% de cambiar la enseñanza de la iglesia en este punto. Pero el miedo a que ese cambio desacreditara al magisterio eclesiástico, llevó a Pablo VI a no aceptar el veredicto de la comisión. Casi 50 años después, cabe decir que ese miedo obstinado ha desacreditado más al magisterio eclesiástico que si hubiese tenido humildad para cambiar. Y ha sido además causa de muchos abandonos de la práctica sacramental que acabaron cuajando en abandonos de la fe.

6.- El tema del celibato ministerial es uno de los que ocupan más espacio en los media. Aunque tanto en este punto como en el siguiente, comparto la reivindicación que se hace, debo añadir que al tratarlo en penúltimo lugar no lo considero tan decisivo como los dos primeros de esta lista. Desde mi experiencia particular, debo decir que las razones que me llevan a pedir este cambio no son reivindicaciones personales, sino de atención al mayor bien de las iglesias. Toda comunidad cristiana tiene un derecho a (y un mandato de) celebrar la Cena del Señor del que no se la puede privar por el afán de mantener una disciplina eclesiástica. Si no se quiere leer la actual crisis de vocaciones como una señal del Espíritu (porque los signos de los tiempos tienen siempre su ambigüedad), hay que decir que negar la eucaristía a millones de cristianos por obstinación en no cambiar una ley positiva de la Iglesia, es incurrir en el duro reproche de Jesús: "quebrantáis la voluntad de Dios por acogeros a las tradiciones de vuestros mayores". Y como los obstinados en esta postura suelen ser amigos de lecturas literalistas de la Biblia, se les puede responder con la cita clásica de uno de los documentos tardíos den Nuevo Testamento: "el obispo sea varón de una sola mujer"... Dicho todo lo anterior no tengo reparo en aceptar que esta reforma debería hacerse con suma cautela y poco a poco, dado que el terreno es resbaladizo como todo el mundo reconoce.

7.- "Last but no least", reservo el último lugar para el tema de la mujer no porque sea menos importante sino para que no desaparezca en los intermedios. Es tema muy importante y donde hay tareas que pueden ser más inmediatas y otras más de largo plazo. Me parece innegable que la situación de la mujer en la Iglesia de hoy es un grave pecado estructural, que debería intranquilizar la conciencia de quien sea el próximo papa. Creo no obstante que hay puntos de cocción lenta y que la urgencia innegable no está necesariamente en la meta final. El próximo papa, a mi entender, debería preocuparse por dar cuanto antes a la mujer una serie de accesos que la tradición y la misma legislación eclesiástica no les niegan: diaconisas, cargos en la curia reformada, participación en la elección del obispo de Roma... La cima de esta evolución sería el ministerio femenino. Roma debería comenzar por no prohibir que se hable de él y que se estudie el problema, porque eso es cerrar los únicos caminos por los que se abre paso la verdad. Creo recordar que ya en en 1976, otra comisión de teólogos y biblistas redactó un informe para el papa sobre este punto, cuya conclusión era que no se ven objeciones en la Escritura para el acceso de la mujer al ministerio eclesial. Aunque personalmente comparto esta opinión, puedo comprender a quienes no la comparten y podrían tener aquí una auténtica objeción de conciencia. Entre ellos estarían todas las iglesias orientales, creando así una gran dificultad al ecumenismo que es para mí un mandamiento muy serio. Por eso he propuesto otras veces, y lo recojo aquí, que quizás el sucesor de Pedro debería convocar a la Iglesia (y a todas las iglesias) a un período de oración que podría durar incluso uno o dos años, en el que en comunidades contemplativas, en las misas dominicales, en la oración personal... todos los cristianos pidieran al Señor que nos haga ver Su voluntad en este punto. Por mucho que se discuta sobre la oración de petición, soy de los que creen que cuando pedimos precisamente eso: que se cumpla Su voluntad en nosotros, manifestándoos dispuestos a aceptarla, esa oración acaba siendo escuchada. Porque lo que Dios más quiere de nosotros es esa disposición para hacer su voluntad sin quitarnos nuestra libertad.

Huelga decir que todo lo anterior es opinión personal. Acepto pues que unos disentirán de ella y a otros quizá les moleste o les irrite. Sólo pediría que se me responda con argumentos que muestren que lo aquí dicho no obedece al evangelio y al a necesidad de "una esposa de Cristo sin mancha ni arruga". A la acusación fácil de que lo dicho brota sólo de falta de amor a la Iglesia, puedo responder lo que hace años oí a Ratzinger y le he leído después: "lo que necesita hoy la Iglesia son gentes que por amor a ella pongan en juego su futuro, y no gentes que utilizan el amor a la iglesia como plataforma para su ascenso personal.

Y, por supuesto: no pretendo que con lo dicho la Iglesia dejará de tener problemas. Simplemente será más evangélica y más fiel a su misión.

José Ignacio González Faus SJ
Es Jesuita. Doctor en Teología en Innsbruck y Director del Centro de Estudios Cristianismo y Justicia en la ciudad de Barcelona, España.
Con permiso de la Revista Vida Nueva (Madrid)

Todos necesitamos perdón


Evangelio del V Domingo de Cuaresma /C (Jn 8,1-11)

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba. Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú que dices?”

Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Pero como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo. Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él.

Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Ella le contestó: “Nadie, Señor”. Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”.


Según su costumbre, Jesús ha pasado la noche a solas con su Padre querido en el Monte de los Olivos. Comienza el nuevo día, lleno del Espíritu de Dios que lo envía a "proclamar la liberación de los cautivos...y dar libertad a los oprimidos. Pronto se verá rodeado por un gentío que acude a la explanada del templo para escucharlo.

De pronto, un grupo de escribas y fariseos irrumpe trayendo a "una mujer sorprendida en adulterio". No les preocupa el destino terrible de la mujer. Nadie le interroga de nada. Está ya condenada. Los acusadores lo dejan muy claro: "La Ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?

La situación es dramática: los fariseos están tensos, la mujer angustiada, la gente expectante. Jesús guarda un silencio sorprendente. Tiene ante sí a aquella mujer humillada, condenada por todos. Pronto será ejecutada. ¿Es esta la última palabra de Dios sobre esta hija suya?

Jesús, que está sentado, se inclina hacia el suelo y comienza a escribir algunos trazos en tierra. Seguramente busca luz. Los acusadores le piden una respuesta en nombre de la Ley. Él les responderá desde su experiencia de la misericordia de Dios: aquella mujer y sus acusadores, todos ellos, están necesitados del perdón de Dios.

Los acusadores sólo están pensando en el pecado de la mujer y en la condena de la Ley. Jesús cambiará la perspectiva. Pondrá a los acusadores ante su propio pecado. Ante Dios, todos han de reconocerse pecadores. Todos necesitan su perdón.

Como le siguen insistiendo cada vez más, Jesús se incorpora y les dice:"El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra". ¿Quiénes sois vosotros para condenar a muerte a esa mujer, olvidando vuestros propio pecados y vuestra necesidad del perdón y de la misericordia de Dios?

Los acusadores "se van retirando uno tras otro". Jesús apunta hacia una convivencia donde la pena de muerte no puede ser la última palabra sobre un ser humano. Más adelante, Jesús dirá solemnemente: "Yo no he venido para juzgar al mundo sino para salvarlo".

El diálogo de Jesús con la mujer arroja nueva luz sobre su actuación. Los acusadores se han retirado, pero la mujer no se ha movido. Parece que necesita escuchar una última palabra de Jesús. No se siente todavía liberada. Jesús le dice "Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante no peques más".

Le ofrece su perdón, y, al mismo tiempo, le invita a no pecar más. El perdón de Dios no anula la responsabilidad, sino que exige conversión. Jesús sabe que "Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva".

José Antonio Pagola

sábado, 9 de marzo de 2013

ANÁLISIS Por una Iglesia cada vez fuerte, libre y transparente


En esta primera semana de reuniones para la preparación del cónclave, las noticias reflejan que ciertas discusiones al interno de las congregaciones generales se están filtrando a los medios públicos, a pesar del juramento que deben hacer los cardenales bajo peligro de excomunión. Algunos cardenales que han llegado a Roma han expresado públicamente la necesidad de saber con claridad todos los detalles del informe del llamado caso VatiLeaks. Con razón, ellos aluden a que, si deben elegir a un nuevo Papa, han de saber el estado real de los problemas que afectan a la Iglesia. Al interno de las congregaciones la tensión es evidente, y se quiere evitar elegir a un nuevo Papa que, luego, pueda ser acusado de haber encubierto a presbíteros involucrados en casos de pedofilia o haber callado hechos de corrupción.

Esta tensión era de esperarse con la renuncia de Benedicto XVI, más allá de las razones formales que se quieran aludir entre algunos miembros de la Curia romana. La renuncia del Papa provocó, como puede suceder ante la renuncia inesperada de cualquier autoridad en una institución, la necesidad de replantear y evaluar el sentido del ministerio eclesial y, cómo éste, se ha de proyectar en el futuro inmediato con un nuevo Papa.

Los cardenales están exigiendo y olfateando la demanda de la Iglesia universal. Cuando digo Iglesia universal me refiero a todos aquellos que formamos parte de la comunidad de cristianos bautizados, y que deseamos una Iglesia más libre, en la que nadie sienta excluido, porque todos queremos que ésta sea capaz de dar a la humanidad razones para "vivir y esperar" (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 31).

¿Qué significa una Iglesia más fuerte? No sostengo que la fortaleza provenga de la imposición de la autoridad. Al contrario, su fortaleza debe venir del Espíritu de Dios que nos une en profunda comunión y solidaridad, y que abre sus espacios a la escucha y a la acogida de los pobres y las víctimas de nuestras sociedades.

La fortaleza del Pontificado de Benedicto XVI alcanzó su punto culmen cuando, precisamente, su humildad ha mostrado, limpiamente, el deseo por recuperar la verdad y la credibilidad de la naturaleza y de la misión de la Iglesia.

Para ello, también necesitamos a una Iglesia transparente, es decir, que hable siempre la verdad de corazón a corazón, porque la alegría de un cristianismo vivido en libertad, fortaleza y transparencia no nos la puede quitar nadie, como lo recordó Benedicto XVI en su mensaje de despedida a los cardenales. Es esta alegría de ser seguidores de Jesús la que debe transformarse en Buena Noticia a nuestro alrededor, y la que podrá ser capaz de abrirnos a la conversión. De ahí la necesidad de un diálogo que nunca exija la pérdida de la identidad. Por el contrario, la identidad logra mostrar lo distinto y novedoso de cada uno, cuando nos abrimos al diálogo.

Más allá de las expectativas por quién será el nuevo Papa, mantengamos siempre presente las palabras de Benedicto XVI a los cardenales al recordar, en un gesto significativo, las palabras de la Lumen Gentium: La Iglesia "vive a lo largo del tiempo, en devenir, como todo ser vivo, transformándose... Sin embargo, su naturaleza sigue siendo siempre la misma, y su corazón es Cristo». Hay signos evidentes de una primavera eclesial. Ésta, sobrepasará la simple elección de un Papa, si creemos en el Espíritu de la verdad y vivimos con alegría nuestra fe. El Papa emérito pasará a la historia, no sólo con sus palabras como teólogo, sino también con este gesto tan oportuno y necesario para renovarnos como comunidad cristiana. Nos queda, entonces, abrirnos a los signos de los tiempos y saber asumirlos según el Espíritu de Jesús.

Félix Palazzi, doctor en Teología Dogmática

fpalazzi@ucab.edu.ve

@felixpalazz

miércoles, 6 de marzo de 2013

Con los brazos siempre abiertos


Evangelio del IV Domingo de Cuaresma /C (Lc 15,1-3.11-32)

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.

Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera. Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores”.

Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.

Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies: traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.

El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.

Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos!Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.

El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’”.


Para no pocos, Dios es cualquier cosa menos alguien capaz de poner alegría en su vida. Pensar en él les trae malos recuerdos: en su interior se despierta la idea de un ser amenazador y exigente, que hace la vida más fastidiosa, incómoda y peligrosa.

Poco a poco han prescindido de él. La fe ha quedado "reprimida" en su interior. Hoy no saben si creen o no creen. Se han quedado sin caminos hacia Dios. Algunos recuerdan todavía "la parábola del hijo pródigo", pero nunca la han escuchado en su corazón.

El verdadero protagonista de esa parábola es el padre. Por dos veces repite el mismo grito de alegría: "Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado". Este grito revela lo que hay en su corazón de padre.

A este padre no le preocupa su honor, sus intereses, ni el trato que le dan sus hijos. No emplea nunca un lenguaje moral. Solo piensa en la vida de su hijo: que no quede destruido, que no siga muerto, que no viva perdido sin conocer la alegría de la vida.

El relato describe con todo detalle el encuentro sorprendente del padre con el hijo que abandonó el hogar. Estando todavía lejos, el padre "lo vio"venir hambriento y humillado, y "se conmovió" hasta las entrañas. Esta mirada buena, llena de bondad y compasión es la que nos salva. Solo Dios nos mira así.

Enseguida "echa a correr". No es el hijo quien vuelve a casa. Es el padre el que sale corriendo y busca el abrazo con más ardor que su mismo hijo. "Se le echó al cuello y se puso a besarlo". Así está siempre Dios. Corriendo con los brazos abiertos hacia quienes vuelven a él.

El hijo comienza su confesión: la ha preparado largamente en su interior. El padre le interrumpe para ahorrarle más humillaciones. No le impone castigo alguno, no le exige ningún rito de expiación; no le pone condición alguna para acogerlo en casa. Sólo Dios acoge y protege así a los pecadores.

El padre solo piensa en la dignidad de su hijo. Hay que actuar de prisa. Manda traer el mejor vestido, el anillo de hijo y las sandalias para entrar en casa. Así será recibido en un banquete que se celebra en su honor. El hijo ha de conocer junto a su padre la vida digna y dichosa que no ha podido disfrutar lejos de él.

Quien oiga esta parábola desde fuera, no entenderá nada. Seguirá caminando por la vida sin Dios. Quien la escuche en su corazón, tal vez llorará de alegría y agradecimiento. Sentirá por vez primera que en el misterio último de la vida hay Alguien que nos acoge y nos perdona porque solo quiere nuestra alegría.

José Antonio Pagola

Primeros días de sede vacante


Apenas se ha convocado la primera congregación general luego de ser declarada la sede vacante. Según la Constitución apostólica Universi Dominici Gregis proclamada por Juan Pablo II en 1996, que establece los procedimientos a seguir luego de la declaración de sede vacante. A la congregación general pueden asistir todos los cardenales, incluso aquellos que no participarán como electores durante la realización del cónclave. Luego de la congregaciones generales se realizarán otras particulares. Éstas están conformadas por el cardenal camarlengo y tres cardenales escogidos a la suerte que tendrán como tarea discutir las cuestiones diarias y el ejercicio común del Colegio Cardenalicio.

Mientras que en las congregaciones generales será tratado todo lo referente a la situación de la Iglesia y a los temas que conciernen a los desafíos y retos que se han de enfrentar en el próximo Papado.

En la primera congregación general los cardenales deben disponer el entierro del Papa. Siendo, este caso, una novedad en razón de la renuncia de Benedicto XVI, se ha dispuesto entregar una carta al Papa emérito. En esta primera reunión, se deben establecer las primeras meditaciones sobre la situación y los retos que debe enfrentar el próximo Papado y se sortean los cuartos donde residirán los cardenales durante la realización del cónclave.

Esto es lo que está sucediendo en estos pocos días, en los que, más allá de estos acontecimientos, todavía se encuentra cerca el grandioso acto de Benedicto XVI que abre un espacio de debates que, sin duda, algunos teólogos no han dudado en llamar la "primavera vaticana".

Hemos asistido a una época de dinámicas aferradas al poder, incluso, sin importar si estas dinámicas cuestan la vida propia o de miles de personas civiles. Basta recordar lo sucedido en Libia, Egipto, etc. Ya en la época de los griegos, Tucídides aseveraba: "nadie antepuso jamás la razón al provecho de tal modo que, ofreciéndosele alguna buena ocasión de adquirir y poseer algo más, por sus fuerzas, lo dejase". Sostengo que el pasar por inadvertido el hecho de que estamos refiriéndonos a una elección pontifica de un Papa que ha renunciado, sería un craso error pasar por inadvertido el reconocimiento de un ambiente de renovación que empieza a percibirse en algunos sectores de la Iglesia. La comunidad general y algún sector de la Iglesia inmediatamente estarán sometidas a la novedad que representa el proceso de elección. Los medios tratan de obtener información privilegiada para tener la primicia y también se hacen hipótesis acerca de cómo y quién será el próximo Pontífice. Incluso, se ha creado una página web en la que se puede adoptar a un cardenal como si se tratase de una carrera o un concurso al mejor estilo mediático.

Sin embargo, insisto, en que en algunos sectores en la Iglesia la renuncia del Papa ha sido un gesto que anuncia la posibilidad de una primavera eclesial. Su gesto ha sido de una grandeza incalculable, como un "signo de los tiempos" que desmonta el poder en su dinámica perversa y le devuelve su realidad de servicio para dar espacio al otro. Como citaba anteriormente, Tucídides afirmaba que "nadie antepuso jamás el poder". Benedicto XVI, con clara conciencia de la "gravedad y la novedad" de la decisión tomada, ha mostrado la total libertad de la fuerza del Evangelio y, así, nos ha hecho recordar cómo el Espíritu actúa en la Iglesia, más allá de las propias fuerzas e intenciones humanas. Con ello ha devuelto a un sector la esperanza de una Iglesia en primavera, luego del invierno de seguidas acusaciones, de exigencias de coherencia con el mensaje predicado, de no escuchar al mundo de hoy, etc.

Sin duda, estas preocupaciones estarán en la mente de los cardenales que tendrán que velar por la proclamación de la fe en un mundo cambiante sin que ésta signifique perder la identidad y la fuerza del Evangelio. La elección del nuevo sucesor de Pedro tendrá lugar en la celebración de dos acontecimientos importantes para la Iglesia: primero, la celebración del año de la fe y, segundo, los 50 años del Concilio Vaticano II ¿Será esta primavera floreciente en toda la Iglesia Universal? Posiblemente la respuesta se encuentre en las palabras de agradecimiento que dirigió el Papa al cardenal Gianfranco Ravasi cuando terminó de dar los ejercicios espirituales el 23 de febrero: "sigamos haciendo 'caminatas', ulteriormente, en este misterioso universo de la fe, para ser cada vez más capaces de orar, de rezar, de anunciar, de ser testimonios de la verdad, que es bella, que es amor".

FÉLIX PALAZZI, TEÓLOGO, PROFESOR DE LA FACULTAD DE TEOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA ANDRÉS BELLO (UCAB)

fpalazzi@ucab.edu.ve

@felixpalazzi

martes, 5 de marzo de 2013

Desacralizar al Papado


Durante su última audiencia, Benedicto XVI nos recordó: "He dado este paso en la plena conciencia de su gravedad e incluso de su novedad... Amar a la Iglesia significa también tener el coraje de tomar decisiones difíciles, sufrientes, teniendo siempre primero el bien de la Iglesia y no el de uno mismo". Su renuncia es un gesto que obliga a reconocer las dificultades por las que la Institución eclesiástica está atravesando, y nos invita a pensar si el modo como se están relacionando los miembros de la comunidad cristiana está inspirado por el servicio y el ministerio, o por el poder y el estatus.

Tal vez ya olvidamos las palabras que, el entonces cardenal Joseph Ratzinger pronunció el Viernes Santo de 2005, y que conmocionaron a muchos: "¡cuánta suciedad en la Iglesia! La traición de los discípulos hiere más a Jesús". Se refería a los casos de pederastia y a los muchos problemas internos de la Curia que comenzarían a salir a la luz pública. Las palabras de su penúltimo Angelus fueron aún más claras: "el tentador no nos lleva directamente hacia el mal, sino hacia el falso bien, haciéndonos creer que la realidad verdadera es el poder".

¿Qué es lo que tanto ha escandalizado de la renuncia del Papa? Dos elementos nos pueden ayudar a comprender por qué ha habido sorpresa en unos y resistencia en otros. Por una parte, este gesto desacraliza a la Institución del Papado. Por otra, recupera su sentido ministerial, o de servicio temporal. Esta valiente decisión lleva el germen de un cambio que había sido querido por el Concilio Vaticano II. Entender que la Iglesia es, ante todo, Pueblo de Dios, y que está llamada a ser signo de comunión.

Nosotros, todos, sólo conocemos un modelo de Papado que surje del famoso Dictatus Papae proclamado por Gregorio VII en el año 1077, por medio del cual éste podía juzgar a todos sin ser juzgado por nadie. El teólogo Jean-Yves Congar lo describió como el paso de una Iglesia comunidad, que prevaleció durante el primer milenio del cristianismo, a otra concebida como institución monárquica y absolutista, organizada en forma piramidal.

Antes de la reforma gregoriana, la comunidad cristiana sólo conocía a la institución del papado como un ministerio universal, un servicio que en ningún momento se llegó a considerar una realidad sagrada, es decir, que separaba a esa persona de las demás y la colocaba en una posición superior. El mismo Benedicto XVI sustituyó, en su escudo papal, a la tiara por la mitra, para acentuar el sentido de la colegialidad ministerial, antes que el de la jerarquía y la sacralidad papal. La mitra representa al obispo, mientras que la tiara a quien está por encima del obispo y del resto de la comunidad cristiana. Con este primer gesto inició Benedicto XVI su Pontificado hace casi ocho años atrás.

La conciencia cristiana ha creído que el Papado va adjunto a la persona que lo ejerce de forma inseparable y que, por tanto, ésta debe continuar hasta que muera. Sin embargo, el Papa sólo cumple una función de servicio que puede ceder en un momento determinado para dar paso a otra persona que sea elegida para tal fin. Se trata de una función de servicio a la humanidad antes que un ejercicio de poder personal o institucional. El sucesor de Pedro debe animarnos a una entrega solidaria y universal a los más pobres y olvidados, y recordarnos siempre que no caigamos en la tentación de apegarnos, devotamente, a personas y estructuras de poder.

En las últimas décadas la Institución eclesiástica ha buscado optar por posiciones más conservadoras. Ese sigue siendo el deseo de muchos de los que hoy conforman el Colegio de Cardenales.

Sin embargo, no podemos dejar de reconocer en la historia de la Iglesia momentos históricos, como cuando Juan XXIII sorprendió a todos al convocar al Concilio que cambiaría el modo como la Iglesia estaría presente en el mundo. No podemos dejar de creer en que el Espíritu de Jesús siempre actúa en medio de la comunidad cristiana que lo busca con sinceridad y quiere responder a los retos del mundo hoy. Retos que, más allá de pensar a la estructura de la Iglesia en sí misma, deben responder a la relación de ésta con el mundo actual para ser voz profética ante la pobreza y la violencia, ante la gran tentación de vivir en los propios espacios privados, sociales y eclesiales sin luchar en favor de las víctimas; más aún, para usar los cargos y el poder para hacer daño a las personas. Este es el llamado que el Concilio Vaticano II hizo, a través de su constitución Gaudium et Spes, que pocos cristianos han leído. Ahí se señalan las grandes tareas, aún pendientes, que el nuevo Papa debe asumir para ser fiel a la memoria de Jesús en nuestros días.
RAFAEL LUCIANI , Doctor en Teología Dogmática, ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL

rluciani@ucab.edu.ve

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