Evangelio del III Domingo de Cuaresma /C (Lc 13,1-9)
En aquel tiempo, algunos hombres fueron a ver a Jesús y le contaron que Pilato había mandado matar a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios. Jesús les hizo este comentario: “¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos?
Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten perecerán de manera semejante. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante”.
Entonces les dijo esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: "Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?" El viñador le contestó: "Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré".
Había pasado ya bastante tiempo desde que Jesús se había presentado en su pueblo de Nazaret como Profeta, enviado por el Espíritu de Dios para anunciar a los pobres la Buena Noticia. Sigue repitiendo incansable su mensaje: Dios está ya cerca, abriéndose camino para hacer un mundo más humano para todos.
Pero es realista. Jesús sabe bien que Dios no puede cambiar el mundo sin que nosotros cambiemos. Por eso se esfuerza en despertar en la gente la conversión: "Convertíos y creed en esta Buena Noticia". Ese empeño de Dios en hacer un mundo más humano será posible si respondemos acogiendo su proyecto.
Va pasando el tiempo y Jesús ve que la gente no reacciona a su llamada como sería su deseo. Son muchos los que vienen a escucharlo, pero no acaban de abrirse al "Reino de Dios". Jesús va a insistir. Es urgente cambiar antes que sea tarde.
En cierta ocasión cuenta una pequeña parábola. Un propietario de un terreno tiene plantada una higuera en medio de su viña. Año tras año, viene a buscar fruto en ella y no lo encuentra. Su decisión parece la más sensata: la higuera no da fruto y está ocupando inútilmente un terreno, lo más razonable es cortarla.
Pero el encargado de la viña reacciona de manera inesperada. ¿Por qué no dejarla todavía? Él conoce aquella higuera, la ha visto crecer, la ha cuidado, no la quiere ver morir. Él mismo le dedicará más tiempo y más cuidados, a ver si da fruto.
El relato se interrumpe bruscamente. La parábola queda abierta. El dueño de la viña y su encargado desaparecen de escena. Es la higuera la que decidirá su suerte final. Mientras tanto, recibirá más cuidados que nunca de ese viñador que nos hace pensar en Jesús, "el que ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido".
Lo que necesitamos hoy en la Iglesia no es solo introducir pequeñas reformas, promover el "aggiornamento" o cuidar la adaptación a nuestros tiempos. Necesitamos una conversión a nivel más profundo, un "corazón nuevo", una respuesta responsable y decidida a la llamada de Jesús a entrar en la dinámica del Reino de Dios.
Hemos de reaccionar antes que sea tarde. Jesús está vivo en medio de nosotros. Como el encargado de la viña, él cuida de nuestras comunidades cristianas, cada vez más frágiles y vulnerables. Él nos alimenta con su Evangelio, nos sostiene con su Espíritu.
Hemos de mirar el futuro con esperanza, al mismo tiempo que vamos creando ese clima nuevo de conversión y renovación que necesitamos tanto y que los decretos del Concilio Vaticano no han podido hasta hora consolidar en la Iglesia.
José Antonio Pagola
miércoles, 27 de febrero de 2013
miércoles, 20 de febrero de 2013
Reflexión sobre la Primera Carta a los Tesalonicenses
Introducción
El trabajo que introduzco tiene como centro la Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses, procurando ir reflexionando y resonando con el significado que en ella tiene la fe. Ésto como respuesta a la celebración del Año de la fe inaugurado en octubre del año pasado; y también como intento de comprensión acerca del significado que tiene la fe para San Pablo en ésta, su posible primera carta a las incipientes comunidades cristianas hacia 50 dC.
Este significado de la fe alcanza no sólo a aquellos primeros destinatarios de la carta sino también a quienes se dejan tocar por ella, tanto personalmente como comunitariamente. Acogiéndome a esa posibilidad procuraré entablar un diálogo con el texto con miras a orientar mi vida y quehacer, y eventualmente iluminar alguna forma de aplicación en una pequeña comunidad cristiana en la que participo desde hace más de nueve años.
Otro objetivo originalmente planteado para esta reflexión era el estudio filológico del tema de la fe, sin embargo como no cuento con suficientes conocimientos para ello, llegaré sólo a la aproximación de escasos significados.
Circunstancias de la carta
Miguel Salvador (1990)[1] destaca que esta carta fue escrita a raíz del segundo viaje misional de Pablo, durante el cual paso un tiempo relativamente corto en Tesalónica, ciudad populosa para ese tiempo. Así, la carta pudo estar dirigida a una población heterogénea que según se menciona en Hechos estaría constituida por: algunos judíos; muchos adictos o adoradores de Dios, que aún no siendo judíos estaban dispuestos a acatar reglas del judaísmo; un gran número de griegos pertenecientes a diversos grupos religiosos, y también mujeres.
Tesalónica fue fundada poco más de 300 aC por Alejandro Magno, de cuya hermana toma su nombre Thessaloniké, y hacia el año 146 aC fue convertida en territorio romano. Para ese momento y aun hoy día se trata de una población estratégica por su ubicación de puerto sobre el mar Egeo. Tesalónica era la capital de Macedonia, y ahora, con el nombre de Salónica es la segunda ciudad de Grecia, luego de Atenas. Quizás por todo esto estuvo bien comunicada por vía terrestre, además de por mar, lo cual atrajo una conjunción de culturas y con ellas expresiones religiosas tendientes a diversas formas de sincretismo como por ejemplo en relación a: los beneficios de la paz traída por el imperio romano que a su vez tomó del Oriente la divinización de los reyes, la esperanza de una vida futura más allá de la muerte, la incorporación de aspectos cúlticos de Egipto y el afán del judaísmo por las estructuras y los códigos definidos.[2]
De ese modo se expresaron diversos grupos humanos, acerca de costumbres creyentes y paganas, y múltiples formas de idolatría y también de fe.
Narra Trimaille, cómo Pablo empieza a proclamar la buena nueva en el marco sinagogal de los sábados a partir del Antiguo Testamento; señalando que Jesús es el mesías de la esperanza judía. Más adelante esta certificación sirve a los judíos para acusar a Pablo, y luego también a los cristianos por desconocer la autoridad primera del emperador.
Respecto a Pablo, comienza a escribir a los veinte o veinticinco años de la puesta en marcha del movimiento de Jesús, y en sus cartas refleja su concepción antropológica de la persona humana mucho más integrada que la visión dualista propia de la filosofía platónica. Es interesante entender que Pablo fue un judío de la diáspora nacido en Tarso, en la parte suroriental de lo que hoy es Turquía, y para la época capital de la provincia romana de Cilicia. Esto pudo influir en que Pablo fuera más abierto que en general los judíos de Palestina; y como fariseo, defensor laico de la observancia de la ley, tanto escrita como transmitida oralmente por generaciones. Al mismo tiempo, Pablo absorbe aspectos propios de la filosofía popular estoica que se reflejan en su sentido de la libertad y la responsabilidad; la búsqueda de las causas; los conceptos de razón, inteligencia, naturaleza, conciencia, prudencia y otras virtudes.[3]
Este bagaje humano de Pablo de alguna manera se ve transformado por su encuentro de fe con Jesús de Nazaret. Pablo escucha y queda en-amor-ado de Cristo, cuyo nombre queda plasmado en muchas formas en su escritura y en la inspiración que nos transmite. Así, una vez convertido, Pablo dedica su vida, capacidad y entusiasmo a proclamar la buena noticia de Jesús y a crear comunidades como auténtico primer misionero de la Iglesia.
Por otra parte, como lo aclara Salvador, entre las personas y en esas comunidades no estará ausente el pecado.
“No se trata de comunidades perfectas. No todo en ellas funciona con absoluta pulcritud y en conformidad con… el evangelio. Es verdad que en estas comunidades se da cita la experiencia de una nueva fraternidad, el gozo del Espíritu que transforma los corazones, la efusión de todo tipo de carismas, la íntima satisfacción del amor cristiano que supera toda clase de barreras sociales y económicas, pero también se dan cita toda una gama de dificultades, tensiones, discordias, celos, envidias, rivalidades, problemas prácticos, pecados. No eran precisamente un paraíso aquellas comunidades. Pero en ellas se realizaba la iglesia de Jesús que ahora se continúa en las nuestras.”[4]
Esta aproximación a la Primera Carta de Pablo a los Tesalonicenses puede ayudar a situarse mejor ante algunas preguntas: ¿Qué significado da Pablo a las distintas menciones que hace de la fe en esta carta? ¿Cómo llega esta comprensión de fe a la vida de la comunidad de Tesalónica? ¿Qué orientaciones proporciona hoy en día a la vida de fe personal y, eventualmente, de nuestra comunidad?
Comprensión de la fe
En el Nuevo Testamento es frecuente que los enunciados sobre la fe no difieran mucho cuando dicha palabra ocupa una función substantiva (pistis) o una función verbal (pisteuein) por lo que pueden estudiarse conjuntamente reconociendo que se trata de un concepto teológico central que describe la recta relación con Dios, así como la esencia de la religión cristiana en general. Sin embargo ya desde antes había un vocablo que se usaba en los oráculos de salvación de la guerra cuya influencia se refleja en la comprensión de la fe en el judaísmo y en el NT y tenía que ver con adquirir firmeza, fiarse absolutamente de alguien, o dar crédito a un mensaje.[5]
Por otra parte la fe tiene diversas connotaciones. La confianza que suscita la Palabra revelada. La fidelidad a la voluntad de Dios y la fidelidad de Dios al pacto. La fiabilidad que contiene la promesa. La confianza de la persona en Dios.
Lo nuevo en la fe en el NT se encuentra en la relación indisoluble con Jesús como Señor crucificado y resucitado, y también como algo que une a la comunidad. Esta vinculación se nutre de creer en él: la fe en Cristo, la fe en el evangelio. Así en 1Tes 4,14 “Porque, si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios, llevará con Jesús, a los que murieron con él”.
En Pablo aparece la fe como aquello que suscita confianza y cómo la confianza que se pone en Jesús es lo mismo que ponerla en Dios, pues Dios actúa en Jesús y se revela en él. Es el caso de 1 Tes 1,8: “a partir de ustedes la Palabra del Señor, no sólo se difundió en Macedonia y Acaya, sino que en todas partes llegó la fama de su fe en Dios, de manera que no es necesario hablar de esto.” Se trata de la aceptación del mensaje salvífico de Jesús y la obediencia a la Palabra de Dios.
Otra manifestación de la fe es la de permanecer en ella o estar en ella como lo expresa 1Tes 3,2.5ss “y enviarles a Timoteo…para que los afirmara en su fe, y los animara a no flaquear en estas tribulaciones…” también se habla de la coraza o del escudo de la fe en 5,8 “Nosotros, en cambio, que somos del día, permanezcamos sobrios, revestidos con la coraza de la fe y el amor, y con el casco de la esperanza de salvación”.
Con frecuencia se piensa no tanto en la existencia de la fe, sino más bien en la vitalidad o intensidad de la misma que hace obrar como en el caso de 1,3 “recordando su fe activa, su amor entrañable y su esperanza perseverante en el Señor Jesucristo ante Dios nuestro Padre.”
Además de estas formas de entender la fe en 1Tes, tanto en Pablo como en otros libros del NT, la fe se expresa en muchos otros sentidos. Algunos de estos giros que adquiere la fe en el NT son los siguientes: obediencia y aceptación, participación en la omnipotencia de Dios, confianza ilimitada en la bondad de Dios o más bien como el único comportamiento adecuado ante la bondad de Dios, súplica que precede milagros, efecto de la palabra y aceptación del mensaje de Dios en Cristo, principio de la justificación salvadora, recepción que no posesión, exhortación y posibilidad de mantenerse firme frente a las tentaciones, recepción y seguimiento a Jesús, perseverancia y permanencia en Jesús, convicción y prueba de lo que uno no puede ver, don gratuito, certeza y aceptación que se revierte en las propias conductas, actitud que determina toda la existencia, gracia de Dios y fuente de vida que se afianza en el evangelio.
Ahora bien ¿Cómo se da el encuentro de esa fe multiforme con la historia humana personal y comunitaria? La fe es un acontecimiento tan presente en el cristiano que su vida adquiere un significado peculiar en los aspectos que abarca. La fe orienta modos de pensar, sentir y actuar, y a su vez se nutre de referentes objetivos como el evangelio, el kerigma, la palabra de Dios, el conocimiento teológico, los sacramentos y sacramentales. Y así se va dando el encuentro humano en la historia con todas sus complejidades poniendo en tensión la vida de fe y los acontecimientos del mundo. “… a través de una relación con el evangelio y con la exigencia de la palabra de Dios puede la fe dar testimonio de lo que en realidad le ha sido confiado… El obrar salvífico de Dios va por delante.”[6]
Podemos contar entonces con la fe que es autodonación de Dios al género humano de todos los tiempos, con base en la cual nos situamos como personas y comunidades fruto de misión, como también llamadas a la misión contenida en el NT. Teniendo esta idea como fundamento y como tarea abordaremos algunos versículos de la primera Carta a los Tesalonicenses para desentrañar en ellos su exhortación a la fe.
La fe en 1Tes
Es interesante reconocer que esta carta es más pastoral que doctrinal y en ella Pablo se dirige prioritariamente al corazón de las personas. Básicamente no contiene argumentaciones teológicas sino que más bien expresa alegría y consuelo. Tiene dos partes: la primera (1-3) sobre la iglesia de Tesalónica y su fundación, y la segunda (4-5) contentiva de exhortaciones apostólicas. Y en ella priva: el gozo, la congratulación, el reconocimiento, los avisos, las plegarias, las palabras de aliento y de consuelo[7]. Desde ese mismo ánimo veamos las citas acerca de la fe.
Por otra parte, Pablo concibe la acción misional no como algo personal sino como algo de Dios: algo que se le ha encomendado; y así por lo general habla en plural, y sólo en dos ocasiones aparece la primera persona del singular (2,18 y 3,5)[8]. Desde el punto de vista literario llama la atención la alternancia entre nosotros y ustedes como si se tratada de una historia en dos vías entre evangelizadores y evangelizados, que alude a la comunión de vida entre la iglesia de Tesalónica y sus fundadores.[9]
En un contexto de acción de gracias y casi de oración Pablo expresa “… recordando su fe activa, su amor entrañable y su esperanza perseverante en Nuestro Señor Jesucristo ante Dios nuestro Padre” (1,3). Fe, esperanza y amor como tríada que también aparece al final de la carta (5,8) y en otras como Romanos y Gálatas. Reconoce dicha tríada como progreso que quiere destacar quizás porque la comunidad de Tesalónica tenía dudas sobre su propio camino, sintiéndose a veces perdida y sin criterios objetivos para descubrir sus avances, circunstancias lógicas en una comunidad joven. Pablo que posiblemente está enterado por Timoteo (3,6) sale al paso dando esas pautas, reforzando su proceder y ofreciéndoles un punto de vista ante Dios nuestro Padre[10]. O sea, se trata tanto de algo que es constitutivo en el cristiano, como de una propuesta fundamental: ser, vivir y conducirse personal y comunitariamente en el amor, la fe y la esperanza.
Salvador señala que lo específico de Pablo son los calificativos que añade. La fe activa significa creer desde la encarnación en la vida que convierte y capacita para el servicio. El amor entrañable es más que sentimental y se entrega como ágape con desprendimiento y generosidad sobreponiéndose al cansancio. La esperanza perseverante que lleva consigo una espera alegre diferente a la tristeza que invade a quien no la tiene, y en la historia humana que lucha contra toda clase de males, suscitándose así la experiencia singular y misteriosa del sufrimiento llevado con gozo[11]. Todo esto recordando que han sido elegidos y que el Espíritu Santo actúa en ellos.
“…hasta el punto de llegar a convertirse en modelo de todos los creyentes… a todas partes llegó la fama de su fe en Dios” (1,7-8). Destaca Schürmann (1984) que quien hace suya la Palabra y la forma apostólica de vida se convierte en ejemplo a seguir, al ver los demás como transcurre la verdadera vida cristiana pues ésta se hace testimonio que no se queda en sí misma sino resuena alegre y a la vista del mundo. Por ello lo de la fe activa en trabajo apostólico de cara a la misión. Además, los cristianos están atentos a la actuación de Dios y cuando la ven se lo cuentan unos a otros con corazón alegre y confiado en su acción.[12]
Gil Arbiol en su tónica de destacar el refuerzo que Pablo intenta transmitir a la joven comunidad, señala que aquí el apóstol trata de reforzar la identidad de este grupo de creyentes, les hace ver además que son observados y deben ser ejemplo, pues de alguna manera constituyen una asamblea de seguidores del Señor Jesús, hijo de Dios. Pablo está creando un vínculo entre Cristo, él mismo y la comunidad de Tesalónica, y les hace conscientes de la responsabilidad que tienen respecto a que otros busquen acercarse a la fe. También aquí se evidencia el afán universalista de Pablo que basa en la conciencia de cada comunidad de que no está sola, y de que otros muchos están en lo mismo: constituirse en modelos creíbles dignos para otros cristianos que seguirán su modo de vida. Modo de vida que practica la acogida como rasgo particular.[13]
“…Dios nos encontró dignos de confiarnos la Buena Noticia y nosotros la predicamos, buscando agradar no a los hombres, sino a Dios, que examina nuestros corazones” (2,7). Pablo no se atribuye el encargo sino que es Dios quien le tiene confianza para transmitir a otros su Palabra y esto lo hace con firme esperanza de que lo hará. Dios sopesa pues aquí hay algo grande, encuentra a uno apto, y éste se mueve con cierta autonomía ante los hombres para hacerse seguidor de Jesús. De otra manera se predicaría a sí mismo e incurriría en servidumbres humanas[14]. Por otra parte, aunque la presentación del mensaje tiene que adaptarse a las distintas circunstancias históricas y culturales (inculturación), no puede manipularse el contenido con el fin de agradar a los hombres. Y además, los anunciadores lo harán de corazón, como servicio de amor que se propone y no se impone.[15]
“Ustedes son testigos y también Dios del trato santo, justo e irreprochable que mantuvimos con ustedes, los creyentes;”(2,10). La comunidad creyente de Tesalónica es fruto, tanto de la Palabra proclamada como de la escuchada, acogida y vivida. Es palabra de Dios y no de predicadores, que contiene una fuerza vital, una energía creadora que permite superar pruebas, aunque también puede conducir hacia corrientes de persecución y padecimientos ya iniciados por Cristo. El trabajo pastoral llevado a cabo con desprendimiento apostólico no se mide por el tiempo y consigue más fruto cuando brilla por su pureza y autenticidad. Quien vive desapegado de sí mismo deja transparentar la luz de Dios.[16]
“Por eso también nosotros damos gracias a Dios, porque, cuando escucharon la palabra de Dios que les predicamos, la recibieron, no como palabra humana, sino como realmente es, palabra de Dios, que actúa en ustedes, los creyentes” (2,13). Aquí el misionero da gracias por lo que el Señor ha hecho por medio de él. Es por el Espíritu de Cristo que Pablo da gracias continuamente; la Iglesia también se muestra agradecida y creyente por la gracia que Dios nos da y sigue resonando particularmente en la eucaristía. Lo que Dios ha obrado en nosotros como pueblo de Dios suscita alegría por todo el mundo y por ello damos gracias. La palabra de Dios se distingue de las filosofías, ideologías y otras formas de sabiduría en que es Dios mismo quien habla y fortalece a los creyentes.[17]
Gil Arbiol pone énfasis en que la palabra de Dios dirigida a los tesalonicenses evidencia su condición de hijos y ejerce sobre ellos una trasformación que sigue actuando. Con ello Pablo reafirma su condición filial personal y su nueva identidad cristiana que marca su existencia, y da sentido y fuerza a su vida cotidiana marcada en momentos por la hostilidad.[18]
“… enviarles a Timoteo, hermano nuestro y ministro de Dios para la Buena noticia de Cristo, para que los afirmara en su fe” (3,2). Pablo, consciente de los peligros que corren las nuevas comunidades y preocupado por ello, busca algún medio para ayudarlas. Cuando la fe está amenazada, la palabra fraterna consuela y conforta; en ella pone Pablo su esperanza: en la fraternidad entre los hijos. Así los hermanos en Cristo transmiten el carisma de dar aliento. Es Dios mismo quien afirma su fe por medio de las personas y entre ellas, con los dones del Espíritu Santo y su acción, más allá de las tentaciones y temores.[19]
“Por eso, no pudiendo aguantar más, envié a pedir informes de la fe de ustedes temiendo que el tentador los hubiera tentado y mi trabajo hubiera resultado estéril. Ahora Timoteo acaba de volver de allí y nos trae buenas noticias de la fe y el amor de ustedes…Y así, hermanos, en medio de necesidades y tribulaciones nos consuela la fe de ustedes, y nos sentimos revivir por su fidelidad al Señor… Día y noche pedimos insistentemente estar allí presentes para completar lo que todavía falte en su fe” (3,5-10). Pablo es consciente de que el poder del tentador es grande y por eso su amor pastoral no le permite desentenderse. En medio de las tentaciones de los últimos tiempos, la fe cristiana está tan amenazada que el creyente no deja de repetir desde lo hondo de su ser “no nos dejes caer en la tentación…” Quizás por eso Pablo se alegra de las buenas noticias que trae Timoteo, no sólo por lo que él pudo haber hecho sino también por la apertura de la comunidad en relación con otras y con la Iglesia. Esta unidad se muestra en la unión con el ministerio apostólico. Cuando los cristianos se recuerdan unos a otros ante Dios con amor, este recuerdo crea una poderosa unidad interna, y en esa unidad se hace presente el Señor. También se cierran fisuras a través de las cuales puede entrar el mal. Por otra parte, los cargos eclesiales se esconden con lo que puedan tener de autoridad y exigencias, tras la amabilidad y simpatía. La cordialidad es característica del estilo de vida apostólico. La vida de las comunidades apostólicas era cordial y llena de amor. Muchas cosas se hacían inteligibles gracias a esa actitud.[20]
Pablo pudo tener dudas sobre la fidelidad de la comunidad de Tesalónica a causa de la incomprensión de sus conciudadanos, y ésta igualmente pudo dudar de Pablo. Por eso la necesidad del mutuo reconocimiento que se dio en términos de ternura y afectividad que en sí mismas evangelizaron a unos y otros. En los años 50 no se había institucionalizado todavía el concepto de evangelio, y tenía un sentido abierto, que permite descubrir parte del significado que adquirirá más adelante. Pablo fue confirmado y evangelizado por la buena noticia de la fe de los tesalonicenses; por su fidelidad al Señor, su amor filial de hijos y fraterno de hermanos. Todo ello como parte del mismo evangelio.[21]
La estadía de Pablo en Tesalónica fue de siembra por lo que necesitaba saber que esa semilla crecía y daba fruto. Por eso su júbilo responde a la constatación de que su anuncio se completa con la fidelidad de los tesalonicenses. Las buenas noticias son su recompensa y hacen posible entender las tribulaciones como oportunidad de fortalecer la fe y el amor. También son motivo para regresar y completar lo que falte a su fe. Todo esto con alegría y acción de gracias desbordante por lo que Dios hace. Lo ocurrido: las tribulaciones, la imposibilidad de visitar, la incertidumbre de los tesalonicenses, su fe y su amor, forman parte de la voluntad de Dios que él asume.[22]
Pablo reconoce que la vida se da ante los ojos de Dios, y que ver al hermano y estar en presencia de Dios son dos caras de una misma moneda.
“Cuando una persona vive en la presencia de Dios, su interior se ensancha y tiene experiencia de la acción de Dios. Experimenta vivencialmente las profundidades del Espíritu y, junto con ellas, la alegría en el Espíritu Santo (Rom 14,17), esa alegría que es fruto del Espíritu (Gal 5,22). El hombre que vive en presencia de Dios ve todo con ojos nuevos, lo vive todo con profundidad y conoce la verdadera alegría.”[23]
Schürmann añade una reflexión interesante: si bien Pablo no se detiene en las posibles debilidades o deficiencias de la comunidad, las considera procurando silencio y haciendo lo que esté de su parte. “La forma como uno se comporta ante los defectos del prójimo (próximo) muestra si uno vive realmente ante Dios.[24] O sea, se comporta según su fe activa, como el mismo Pablo la califica.
Salvador destaca que no fue cosa de lanzar la semilla y despreocuparse de cómo nace, crece y se robustece. La fidelidad al evangelio y a los evangelizados pide al misionero que siga atento compartiendo y alentando la fe, o sea, acompañando de la manera posible. Pablo entendió que en aquel momento sólo podía hacerlo por carta y así surgió esta Primera carta del Nuevo Testamento. Nació del amor de Pablo a esta comunidad de tesalonicenses.[25]
Finalizando esta primera parte de la carta, Pablo da gracias a Dios por la fe de la comunidad y por el gozo que ésta le proporciona, reconociendo así que se ha dado la intervención de Dios y el esfuerzo de unos y otros animados por el amor humano y divino. ¿Será que el amor ha sido mediación en el fortalecimiento de la fe? Luego Pablo deja claro que le gustaría volver y así completar lo que falte en su fe. Con esto termina el relato de la fundación de la iglesia de Tesalónica y comienza la segunda parte de la carta, en la que Pablo hace exhortaciones a la comunidad, teniendo la parusía como fondo y experiencia humana definitiva.
“Porque, si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios, llevará con Jesús a los que murieron con él” (4,14). En un tono algo apocalíptico Schürmann explica que a quien cree en un Dios creador no le resulta difícil entender que Dios puede crear todo de nuevo y distinto. Sabe que Dios no abandona su creación y que un día le dará la plenitud gloriosa a la humanidad; hará nuevas todas las cosas: un cielo nuevo y una tierra nueva. Es la promesa en la que creen quienes tiene fe: ser partícipes del destino y la vida del Señor. En Cristo y por Cristo se realizará nuestra resurrección a la vida definitiva. Así, la esperanza que persevera anima en medio de las dificultades sabiendo que la salvación definitiva, que proviene de Cristo, está por llegar.[26]
Añade Salvador: el que por la fe participa en la muerte y resurrección del Señor, alcanzará la salvación. Por ello lo decisivo es estar siempre con el Señor. No obstante, dice el autor, Pablo es consciente de que se trata de algo misterioso a lo que medianamente podemos acceder por símbolos como por ejemplo los mencionados en la literatura apocalíptica. En ese contexto surge la tensión escatológica entre lo actual y lo por venir: lo histórico y lo definitivo.[27]
Trimaille hace una analogía entre la conducción de Yavé a su pueblo, y la conducción de Dios hacia un nuevo y último éxodo a cuantos mueren con Jesús, para reunirlos y llevarlos junto a él. Dios llevará consigo a quienes creen al igual que lo hizo con Jesús.[28]
Quienes han participado de la presencia y el amor de Dios en su historia personal y como parte de una comunidad de relaciones, tienen la esperanza de que la plenitud de sus anhelos de contemplar al Señor y reunirse con él, encontrará satisfacción. Esto se desprende también de la imagen amorosa de Dios que transmite Pablo, siempre atento y solícito de cuanto acontece en la comunidad, paradigma inequívoco de cuantos tiene fe.[29]
“Nosotros, en cambio, que somos del día, permanezcamos sobrios, revestidos con la coraza de la fe y el amor, y con el casco de la esperanza de salvación” (5,8). La sobriedad va unida a la vigilancia respecto a mantener viva la fe como elección, por estar sujeta a embates que comprometen el movimiento espiritual, para nutrirla y fortalecerla hasta convertirse en lugar que ofrece alguna seguridad, terreno para la salvación.[30] Además, la fe del creyente supone una cierta tensión hacia el futuro cuya consumación será el día del Señor. Así el futuro a conquistar será con base en el amor y en la fe orientados por la esperanza que vive de la perseverancia, en el contexto de fraternidad que Jesús nos enseñó hasta morir por nosotros. Cristo muere por todos los hombres y mujeres porque vivió para ellos desde su entrada al mundo. Así la invitación es nuevamente a la triada primera en forma compartida en comunidad, signo clave de la eclesiología paulina.[31]
Gil Arbiol insiste nuevamente en la intención de Pablo por fortalecer la identidad de una comunidad que vive de día al recordarles su visibilidad, sano proceder, y llamado a que adquieran una responsabilidad exclusiva, a cumplir una exigencia ineludible, y a una moral elevada. Además les recuerda que se trata de algo por conquistar.[32]
La sobriedad que es también una conquista, en este caso muy humana, se inserta a su vez en aceptar las realidades del mundo más allá de las fantasías y falsas ilusiones. Tampoco se deja confundir ni acude a cortinas de humo o distractores para evadir la realidad de los hechos. Quien acude a Cristo, que es la realidad por encima de otras realidades, se mantiene en una postura de sobrio realismo.[33]
En momentos de autodefensa quien tiene una fe viva e impregnada de amor, está equipado de manera sólida. Quien fija su vista en el Señor y en la salvación por venir, puede levantar la cabeza, y la luz le circundará y protegerá. En tiempos de riesgo no hay que quedarse en buscar soluciones circunstanciales sino contar con la fe activa, el amor entrañable y la esperanza perseverante[34]. Esa es la tríada al comienzo de la primera carta de Pablo como también al finalizar los versículos que hablan de la fe en esta misma carta a los tesalonicenses.
Una reflexión en el camino
Es interesante captar algo de los cuatro autores analizados en relación a su abordaje a estos versículos que tocan la fe de la comunidad a partir de la Primera carta de Pablo a los Tesalonicenses. En ese sentido, y desde una perspectiva personal, quisiera señalar algunas peculiaridades de cada uno.
Schürman, se aproxima al tema desde una perspectiva con bastante apego a la letra, sin hacer mayores conceptualizaciones teológicas ni buscar una puesta al día del mensaje. El texto dice lo que dice y él lo va desmenuzando dándole nueva vida.
Salvador hace una lectura de la carta desde lo que no está explícito y desea transmitir a la comunidad. Es más especulativo que el autor anterior, con lo que anima a hacer transferencias a otras situaciones. Eso lleva su reflexión a otros tiempos y circunstancias.
Gil Arbiol hace un estudio de la carta siguiendo una metodología pedagógica específica por pasos: situarnos, preguntarnos, leer, respondernos y ampliar el conocimiento. Con ello motiva la lectura, lo introduce con una direccionalidad, lo explica y relaciona con otros textos del NT, y deja la impresión de que ampliar los conocimientos y profundizarlos es una necesidad si se quiere realmente captar el sentido del mensaje.
Trimaille aborda la carta con una metodología de estudio y no tanto pedagógica, o sea, más para ahondar en la experiencia del aprender que para enseñar. En ese sentido aborda el estudio por aproximaciones progresivamente más específicas y también relacionadas. La ciudad y los personajes. El espíritu con que fue escrita. La arquitectura de la carta. Comparaciones entre textos. Significación de conceptos clave. Explicaciones complementarias. Divisiones y subdivisiones de la carta de acuerdo a temas particulares. Contenidos doctrinales explicativos. En fin, se trata de un estudio erudito del que pueden extraerse ideas con significado relevante particular sin mayor manejo de las complejidades de su presentación.
Dicho esto, no puedo más que reconocer la pequeñez y superficialidad de mi aproximación al texto, que quizás por eso me resulta escurridizo y paradójico. Por un lado muestra una nueva forma de entender realidades de las personas y la comunidad, y por otra dificulta captar el conjunto del mensaje. Quizás sea tarea pendiente volver una y otra vez sobre esta carta.
Algunas aplicaciones
Al leer esta carta de cara a la comunidad me resuenan algunas ideas que pueden ser orientadoras. Algunas de ellas son las siguientes.
La comunidad reúne diversidad de personas.
Esta diversidad de personas está más unida por la promesa de su condición filial de ser hijos de Dios, que por la ley que busca ordenarlos.
En la comunidad no está ausente el pecado ni tampoco las dificultades.
La fe nos hace hermanos en Cristo Jesús y nos iguala ante el Padre como hijos reunidos en fraternidad.
La comunidad se construye y crece en identidad por la fe, el amor y la esperanza que proceden de la Palabra.
La comunidad como iglesia es asunto pastoral más que doctrinal, de allí su tono afectivo incluso en situaciones de formación en la fe y de espera del porvenir.
La comunidad por su propia dinámica es abierta a su entorno y a otras comunidades eclesiales.
La comunidad está conformada por elegidos para una vocación apostólica.
La comunidad escucha la buena noticia del evangelio y la transmite gozosamente sin descartar padecimientos ya iniciados por Cristo Jesús.
La comunidad reconoce y agradece la presencia de Dios en ella; presencia que le da sentido en las buenas y en las menos buenas.
La comunidad se transforma por la acción de Dios, en ocasiones mediada por los hermanos.
El amor que reina en la comunidad hace inteligibles eventos y situaciones que sin su mediación no serían posibles.
El acompañamiento al hermano, la valoración del silencio, y la ayuda explícita son parte del seguimiento a Jesús.
La vida, muerte y resurrección de Jesús se encarna en personas y comunidades en su trayecto hacia la morada definitiva.
La comunidad existe de cara a la realidad inmanente y trascendente en la que confía más allá de las vicisitudes temporales. Vivir de cara al Señor, también presente en los hermanos, es nuestra respuesta de fidelidad a la promesa de que somos hijos de Dios, su pueblo elegido, y hermanos en Jesús quien murió y resucitó por nosotros.
Ana G. Guinand, 12 de febrero de 2013
[1] Salvador, Miguel (1990). Cartas a los Tesalonicenses y a los Corintios. El Mensaje del Nuevo Testamento 6. La Casa de la Biblia, p 35
[2] Trimaille, Michael (1982). La primera carta a los tesalonicenses. Cuadernos bíblicos 39. Verbo Divino, p 6
[3] Salvador,…p 16
[4] Ibid p 19
[5] Barth, G (1998) en Diccionario Exegético del Nuevo Testamento II. Biblioteca de estudios bíblicos. Sígueme. El siguiente resumen de las distintas maneras de expresar y vivir la fe se encuentran en las pp 943-962
[6] Michel, O (1990). Fe en Diccionario Teológico del Nuevo Testamento II. Biblioteca de estudios bíblicos. Sígueme., p 184
[7] Salvador,…p 36
[8] Gil Arbiol, C (2004). Primera y Segunda Cartas a los Tesalonicenses. Verbo Divino, p 39.
[9] Salvador,…p 40
[10]Gil Arbiol,…p 40
[11] Salvador,…p 44
[12] Schürmann, H. Primera Carta a los Tesalonicenses, El Nuevo Testamento y su Mensaje 13. Herder,
pp 36-37
[13] Gil Arbiol,…pp 44-45
[14] Schürmann,…pp 42-43
[15] Salvador,…p 46
[16] Schürmann,…pp 46-47
[17] Ibid pp 48-49
[18] Gil Arbiol,…p 63
[19] Schürmann,…p 57
[20] Schürmann,…pp 59-61
[21]Gil Arbiol,…pp 76-79
[22] Ibid pp 80-82
[23] Schürmann,…p 62
[24] Ibid p 63
[25]Salvador,…p 46
[26] Schürmann,…pp 77-78
[27] Salvador,…p 60
[28] Trimaille,… p 59
[29] Gil Arbiol,… pp 108-110
[30] Trimaille … p 68
[31] Salvador… pp 61-63
[32] Gil Arbiol … p120
[33] Schürmann… pp 86-87. Por alguna razón asocio la opinión del autor a la noticia de hoy en relación al retiro del papa Benedicto XVI de su posición como obispo de Roma y Sumo Pontífice de la iglesia Católica. Pareciera una sobria decisión a ser entendida y aceptada con sobriedad sin darle más cabida que la indispensable a la confusión, fantasías o falsa ilusión. Que el Espíritu Santo ilumine a la iglesia, pueblo de Dios en comunión.
[34]Ibid pp 87-88
El trabajo que introduzco tiene como centro la Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses, procurando ir reflexionando y resonando con el significado que en ella tiene la fe. Ésto como respuesta a la celebración del Año de la fe inaugurado en octubre del año pasado; y también como intento de comprensión acerca del significado que tiene la fe para San Pablo en ésta, su posible primera carta a las incipientes comunidades cristianas hacia 50 dC.
Este significado de la fe alcanza no sólo a aquellos primeros destinatarios de la carta sino también a quienes se dejan tocar por ella, tanto personalmente como comunitariamente. Acogiéndome a esa posibilidad procuraré entablar un diálogo con el texto con miras a orientar mi vida y quehacer, y eventualmente iluminar alguna forma de aplicación en una pequeña comunidad cristiana en la que participo desde hace más de nueve años.
Otro objetivo originalmente planteado para esta reflexión era el estudio filológico del tema de la fe, sin embargo como no cuento con suficientes conocimientos para ello, llegaré sólo a la aproximación de escasos significados.
Circunstancias de la carta
Miguel Salvador (1990)[1] destaca que esta carta fue escrita a raíz del segundo viaje misional de Pablo, durante el cual paso un tiempo relativamente corto en Tesalónica, ciudad populosa para ese tiempo. Así, la carta pudo estar dirigida a una población heterogénea que según se menciona en Hechos estaría constituida por: algunos judíos; muchos adictos o adoradores de Dios, que aún no siendo judíos estaban dispuestos a acatar reglas del judaísmo; un gran número de griegos pertenecientes a diversos grupos religiosos, y también mujeres.
Tesalónica fue fundada poco más de 300 aC por Alejandro Magno, de cuya hermana toma su nombre Thessaloniké, y hacia el año 146 aC fue convertida en territorio romano. Para ese momento y aun hoy día se trata de una población estratégica por su ubicación de puerto sobre el mar Egeo. Tesalónica era la capital de Macedonia, y ahora, con el nombre de Salónica es la segunda ciudad de Grecia, luego de Atenas. Quizás por todo esto estuvo bien comunicada por vía terrestre, además de por mar, lo cual atrajo una conjunción de culturas y con ellas expresiones religiosas tendientes a diversas formas de sincretismo como por ejemplo en relación a: los beneficios de la paz traída por el imperio romano que a su vez tomó del Oriente la divinización de los reyes, la esperanza de una vida futura más allá de la muerte, la incorporación de aspectos cúlticos de Egipto y el afán del judaísmo por las estructuras y los códigos definidos.[2]
De ese modo se expresaron diversos grupos humanos, acerca de costumbres creyentes y paganas, y múltiples formas de idolatría y también de fe.
Narra Trimaille, cómo Pablo empieza a proclamar la buena nueva en el marco sinagogal de los sábados a partir del Antiguo Testamento; señalando que Jesús es el mesías de la esperanza judía. Más adelante esta certificación sirve a los judíos para acusar a Pablo, y luego también a los cristianos por desconocer la autoridad primera del emperador.
Respecto a Pablo, comienza a escribir a los veinte o veinticinco años de la puesta en marcha del movimiento de Jesús, y en sus cartas refleja su concepción antropológica de la persona humana mucho más integrada que la visión dualista propia de la filosofía platónica. Es interesante entender que Pablo fue un judío de la diáspora nacido en Tarso, en la parte suroriental de lo que hoy es Turquía, y para la época capital de la provincia romana de Cilicia. Esto pudo influir en que Pablo fuera más abierto que en general los judíos de Palestina; y como fariseo, defensor laico de la observancia de la ley, tanto escrita como transmitida oralmente por generaciones. Al mismo tiempo, Pablo absorbe aspectos propios de la filosofía popular estoica que se reflejan en su sentido de la libertad y la responsabilidad; la búsqueda de las causas; los conceptos de razón, inteligencia, naturaleza, conciencia, prudencia y otras virtudes.[3]
Este bagaje humano de Pablo de alguna manera se ve transformado por su encuentro de fe con Jesús de Nazaret. Pablo escucha y queda en-amor-ado de Cristo, cuyo nombre queda plasmado en muchas formas en su escritura y en la inspiración que nos transmite. Así, una vez convertido, Pablo dedica su vida, capacidad y entusiasmo a proclamar la buena noticia de Jesús y a crear comunidades como auténtico primer misionero de la Iglesia.
Por otra parte, como lo aclara Salvador, entre las personas y en esas comunidades no estará ausente el pecado.
“No se trata de comunidades perfectas. No todo en ellas funciona con absoluta pulcritud y en conformidad con… el evangelio. Es verdad que en estas comunidades se da cita la experiencia de una nueva fraternidad, el gozo del Espíritu que transforma los corazones, la efusión de todo tipo de carismas, la íntima satisfacción del amor cristiano que supera toda clase de barreras sociales y económicas, pero también se dan cita toda una gama de dificultades, tensiones, discordias, celos, envidias, rivalidades, problemas prácticos, pecados. No eran precisamente un paraíso aquellas comunidades. Pero en ellas se realizaba la iglesia de Jesús que ahora se continúa en las nuestras.”[4]
Esta aproximación a la Primera Carta de Pablo a los Tesalonicenses puede ayudar a situarse mejor ante algunas preguntas: ¿Qué significado da Pablo a las distintas menciones que hace de la fe en esta carta? ¿Cómo llega esta comprensión de fe a la vida de la comunidad de Tesalónica? ¿Qué orientaciones proporciona hoy en día a la vida de fe personal y, eventualmente, de nuestra comunidad?
Comprensión de la fe
En el Nuevo Testamento es frecuente que los enunciados sobre la fe no difieran mucho cuando dicha palabra ocupa una función substantiva (pistis) o una función verbal (pisteuein) por lo que pueden estudiarse conjuntamente reconociendo que se trata de un concepto teológico central que describe la recta relación con Dios, así como la esencia de la religión cristiana en general. Sin embargo ya desde antes había un vocablo que se usaba en los oráculos de salvación de la guerra cuya influencia se refleja en la comprensión de la fe en el judaísmo y en el NT y tenía que ver con adquirir firmeza, fiarse absolutamente de alguien, o dar crédito a un mensaje.[5]
Por otra parte la fe tiene diversas connotaciones. La confianza que suscita la Palabra revelada. La fidelidad a la voluntad de Dios y la fidelidad de Dios al pacto. La fiabilidad que contiene la promesa. La confianza de la persona en Dios.
Lo nuevo en la fe en el NT se encuentra en la relación indisoluble con Jesús como Señor crucificado y resucitado, y también como algo que une a la comunidad. Esta vinculación se nutre de creer en él: la fe en Cristo, la fe en el evangelio. Así en 1Tes 4,14 “Porque, si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios, llevará con Jesús, a los que murieron con él”.
En Pablo aparece la fe como aquello que suscita confianza y cómo la confianza que se pone en Jesús es lo mismo que ponerla en Dios, pues Dios actúa en Jesús y se revela en él. Es el caso de 1 Tes 1,8: “a partir de ustedes la Palabra del Señor, no sólo se difundió en Macedonia y Acaya, sino que en todas partes llegó la fama de su fe en Dios, de manera que no es necesario hablar de esto.” Se trata de la aceptación del mensaje salvífico de Jesús y la obediencia a la Palabra de Dios.
Otra manifestación de la fe es la de permanecer en ella o estar en ella como lo expresa 1Tes 3,2.5ss “y enviarles a Timoteo…para que los afirmara en su fe, y los animara a no flaquear en estas tribulaciones…” también se habla de la coraza o del escudo de la fe en 5,8 “Nosotros, en cambio, que somos del día, permanezcamos sobrios, revestidos con la coraza de la fe y el amor, y con el casco de la esperanza de salvación”.
Con frecuencia se piensa no tanto en la existencia de la fe, sino más bien en la vitalidad o intensidad de la misma que hace obrar como en el caso de 1,3 “recordando su fe activa, su amor entrañable y su esperanza perseverante en el Señor Jesucristo ante Dios nuestro Padre.”
Además de estas formas de entender la fe en 1Tes, tanto en Pablo como en otros libros del NT, la fe se expresa en muchos otros sentidos. Algunos de estos giros que adquiere la fe en el NT son los siguientes: obediencia y aceptación, participación en la omnipotencia de Dios, confianza ilimitada en la bondad de Dios o más bien como el único comportamiento adecuado ante la bondad de Dios, súplica que precede milagros, efecto de la palabra y aceptación del mensaje de Dios en Cristo, principio de la justificación salvadora, recepción que no posesión, exhortación y posibilidad de mantenerse firme frente a las tentaciones, recepción y seguimiento a Jesús, perseverancia y permanencia en Jesús, convicción y prueba de lo que uno no puede ver, don gratuito, certeza y aceptación que se revierte en las propias conductas, actitud que determina toda la existencia, gracia de Dios y fuente de vida que se afianza en el evangelio.
Ahora bien ¿Cómo se da el encuentro de esa fe multiforme con la historia humana personal y comunitaria? La fe es un acontecimiento tan presente en el cristiano que su vida adquiere un significado peculiar en los aspectos que abarca. La fe orienta modos de pensar, sentir y actuar, y a su vez se nutre de referentes objetivos como el evangelio, el kerigma, la palabra de Dios, el conocimiento teológico, los sacramentos y sacramentales. Y así se va dando el encuentro humano en la historia con todas sus complejidades poniendo en tensión la vida de fe y los acontecimientos del mundo. “… a través de una relación con el evangelio y con la exigencia de la palabra de Dios puede la fe dar testimonio de lo que en realidad le ha sido confiado… El obrar salvífico de Dios va por delante.”[6]
Podemos contar entonces con la fe que es autodonación de Dios al género humano de todos los tiempos, con base en la cual nos situamos como personas y comunidades fruto de misión, como también llamadas a la misión contenida en el NT. Teniendo esta idea como fundamento y como tarea abordaremos algunos versículos de la primera Carta a los Tesalonicenses para desentrañar en ellos su exhortación a la fe.
La fe en 1Tes
Es interesante reconocer que esta carta es más pastoral que doctrinal y en ella Pablo se dirige prioritariamente al corazón de las personas. Básicamente no contiene argumentaciones teológicas sino que más bien expresa alegría y consuelo. Tiene dos partes: la primera (1-3) sobre la iglesia de Tesalónica y su fundación, y la segunda (4-5) contentiva de exhortaciones apostólicas. Y en ella priva: el gozo, la congratulación, el reconocimiento, los avisos, las plegarias, las palabras de aliento y de consuelo[7]. Desde ese mismo ánimo veamos las citas acerca de la fe.
Por otra parte, Pablo concibe la acción misional no como algo personal sino como algo de Dios: algo que se le ha encomendado; y así por lo general habla en plural, y sólo en dos ocasiones aparece la primera persona del singular (2,18 y 3,5)[8]. Desde el punto de vista literario llama la atención la alternancia entre nosotros y ustedes como si se tratada de una historia en dos vías entre evangelizadores y evangelizados, que alude a la comunión de vida entre la iglesia de Tesalónica y sus fundadores.[9]
En un contexto de acción de gracias y casi de oración Pablo expresa “… recordando su fe activa, su amor entrañable y su esperanza perseverante en Nuestro Señor Jesucristo ante Dios nuestro Padre” (1,3). Fe, esperanza y amor como tríada que también aparece al final de la carta (5,8) y en otras como Romanos y Gálatas. Reconoce dicha tríada como progreso que quiere destacar quizás porque la comunidad de Tesalónica tenía dudas sobre su propio camino, sintiéndose a veces perdida y sin criterios objetivos para descubrir sus avances, circunstancias lógicas en una comunidad joven. Pablo que posiblemente está enterado por Timoteo (3,6) sale al paso dando esas pautas, reforzando su proceder y ofreciéndoles un punto de vista ante Dios nuestro Padre[10]. O sea, se trata tanto de algo que es constitutivo en el cristiano, como de una propuesta fundamental: ser, vivir y conducirse personal y comunitariamente en el amor, la fe y la esperanza.
Salvador señala que lo específico de Pablo son los calificativos que añade. La fe activa significa creer desde la encarnación en la vida que convierte y capacita para el servicio. El amor entrañable es más que sentimental y se entrega como ágape con desprendimiento y generosidad sobreponiéndose al cansancio. La esperanza perseverante que lleva consigo una espera alegre diferente a la tristeza que invade a quien no la tiene, y en la historia humana que lucha contra toda clase de males, suscitándose así la experiencia singular y misteriosa del sufrimiento llevado con gozo[11]. Todo esto recordando que han sido elegidos y que el Espíritu Santo actúa en ellos.
“…hasta el punto de llegar a convertirse en modelo de todos los creyentes… a todas partes llegó la fama de su fe en Dios” (1,7-8). Destaca Schürmann (1984) que quien hace suya la Palabra y la forma apostólica de vida se convierte en ejemplo a seguir, al ver los demás como transcurre la verdadera vida cristiana pues ésta se hace testimonio que no se queda en sí misma sino resuena alegre y a la vista del mundo. Por ello lo de la fe activa en trabajo apostólico de cara a la misión. Además, los cristianos están atentos a la actuación de Dios y cuando la ven se lo cuentan unos a otros con corazón alegre y confiado en su acción.[12]
Gil Arbiol en su tónica de destacar el refuerzo que Pablo intenta transmitir a la joven comunidad, señala que aquí el apóstol trata de reforzar la identidad de este grupo de creyentes, les hace ver además que son observados y deben ser ejemplo, pues de alguna manera constituyen una asamblea de seguidores del Señor Jesús, hijo de Dios. Pablo está creando un vínculo entre Cristo, él mismo y la comunidad de Tesalónica, y les hace conscientes de la responsabilidad que tienen respecto a que otros busquen acercarse a la fe. También aquí se evidencia el afán universalista de Pablo que basa en la conciencia de cada comunidad de que no está sola, y de que otros muchos están en lo mismo: constituirse en modelos creíbles dignos para otros cristianos que seguirán su modo de vida. Modo de vida que practica la acogida como rasgo particular.[13]
“…Dios nos encontró dignos de confiarnos la Buena Noticia y nosotros la predicamos, buscando agradar no a los hombres, sino a Dios, que examina nuestros corazones” (2,7). Pablo no se atribuye el encargo sino que es Dios quien le tiene confianza para transmitir a otros su Palabra y esto lo hace con firme esperanza de que lo hará. Dios sopesa pues aquí hay algo grande, encuentra a uno apto, y éste se mueve con cierta autonomía ante los hombres para hacerse seguidor de Jesús. De otra manera se predicaría a sí mismo e incurriría en servidumbres humanas[14]. Por otra parte, aunque la presentación del mensaje tiene que adaptarse a las distintas circunstancias históricas y culturales (inculturación), no puede manipularse el contenido con el fin de agradar a los hombres. Y además, los anunciadores lo harán de corazón, como servicio de amor que se propone y no se impone.[15]
“Ustedes son testigos y también Dios del trato santo, justo e irreprochable que mantuvimos con ustedes, los creyentes;”(2,10). La comunidad creyente de Tesalónica es fruto, tanto de la Palabra proclamada como de la escuchada, acogida y vivida. Es palabra de Dios y no de predicadores, que contiene una fuerza vital, una energía creadora que permite superar pruebas, aunque también puede conducir hacia corrientes de persecución y padecimientos ya iniciados por Cristo. El trabajo pastoral llevado a cabo con desprendimiento apostólico no se mide por el tiempo y consigue más fruto cuando brilla por su pureza y autenticidad. Quien vive desapegado de sí mismo deja transparentar la luz de Dios.[16]
“Por eso también nosotros damos gracias a Dios, porque, cuando escucharon la palabra de Dios que les predicamos, la recibieron, no como palabra humana, sino como realmente es, palabra de Dios, que actúa en ustedes, los creyentes” (2,13). Aquí el misionero da gracias por lo que el Señor ha hecho por medio de él. Es por el Espíritu de Cristo que Pablo da gracias continuamente; la Iglesia también se muestra agradecida y creyente por la gracia que Dios nos da y sigue resonando particularmente en la eucaristía. Lo que Dios ha obrado en nosotros como pueblo de Dios suscita alegría por todo el mundo y por ello damos gracias. La palabra de Dios se distingue de las filosofías, ideologías y otras formas de sabiduría en que es Dios mismo quien habla y fortalece a los creyentes.[17]
Gil Arbiol pone énfasis en que la palabra de Dios dirigida a los tesalonicenses evidencia su condición de hijos y ejerce sobre ellos una trasformación que sigue actuando. Con ello Pablo reafirma su condición filial personal y su nueva identidad cristiana que marca su existencia, y da sentido y fuerza a su vida cotidiana marcada en momentos por la hostilidad.[18]
“… enviarles a Timoteo, hermano nuestro y ministro de Dios para la Buena noticia de Cristo, para que los afirmara en su fe” (3,2). Pablo, consciente de los peligros que corren las nuevas comunidades y preocupado por ello, busca algún medio para ayudarlas. Cuando la fe está amenazada, la palabra fraterna consuela y conforta; en ella pone Pablo su esperanza: en la fraternidad entre los hijos. Así los hermanos en Cristo transmiten el carisma de dar aliento. Es Dios mismo quien afirma su fe por medio de las personas y entre ellas, con los dones del Espíritu Santo y su acción, más allá de las tentaciones y temores.[19]
“Por eso, no pudiendo aguantar más, envié a pedir informes de la fe de ustedes temiendo que el tentador los hubiera tentado y mi trabajo hubiera resultado estéril. Ahora Timoteo acaba de volver de allí y nos trae buenas noticias de la fe y el amor de ustedes…Y así, hermanos, en medio de necesidades y tribulaciones nos consuela la fe de ustedes, y nos sentimos revivir por su fidelidad al Señor… Día y noche pedimos insistentemente estar allí presentes para completar lo que todavía falte en su fe” (3,5-10). Pablo es consciente de que el poder del tentador es grande y por eso su amor pastoral no le permite desentenderse. En medio de las tentaciones de los últimos tiempos, la fe cristiana está tan amenazada que el creyente no deja de repetir desde lo hondo de su ser “no nos dejes caer en la tentación…” Quizás por eso Pablo se alegra de las buenas noticias que trae Timoteo, no sólo por lo que él pudo haber hecho sino también por la apertura de la comunidad en relación con otras y con la Iglesia. Esta unidad se muestra en la unión con el ministerio apostólico. Cuando los cristianos se recuerdan unos a otros ante Dios con amor, este recuerdo crea una poderosa unidad interna, y en esa unidad se hace presente el Señor. También se cierran fisuras a través de las cuales puede entrar el mal. Por otra parte, los cargos eclesiales se esconden con lo que puedan tener de autoridad y exigencias, tras la amabilidad y simpatía. La cordialidad es característica del estilo de vida apostólico. La vida de las comunidades apostólicas era cordial y llena de amor. Muchas cosas se hacían inteligibles gracias a esa actitud.[20]
Pablo pudo tener dudas sobre la fidelidad de la comunidad de Tesalónica a causa de la incomprensión de sus conciudadanos, y ésta igualmente pudo dudar de Pablo. Por eso la necesidad del mutuo reconocimiento que se dio en términos de ternura y afectividad que en sí mismas evangelizaron a unos y otros. En los años 50 no se había institucionalizado todavía el concepto de evangelio, y tenía un sentido abierto, que permite descubrir parte del significado que adquirirá más adelante. Pablo fue confirmado y evangelizado por la buena noticia de la fe de los tesalonicenses; por su fidelidad al Señor, su amor filial de hijos y fraterno de hermanos. Todo ello como parte del mismo evangelio.[21]
La estadía de Pablo en Tesalónica fue de siembra por lo que necesitaba saber que esa semilla crecía y daba fruto. Por eso su júbilo responde a la constatación de que su anuncio se completa con la fidelidad de los tesalonicenses. Las buenas noticias son su recompensa y hacen posible entender las tribulaciones como oportunidad de fortalecer la fe y el amor. También son motivo para regresar y completar lo que falte a su fe. Todo esto con alegría y acción de gracias desbordante por lo que Dios hace. Lo ocurrido: las tribulaciones, la imposibilidad de visitar, la incertidumbre de los tesalonicenses, su fe y su amor, forman parte de la voluntad de Dios que él asume.[22]
Pablo reconoce que la vida se da ante los ojos de Dios, y que ver al hermano y estar en presencia de Dios son dos caras de una misma moneda.
“Cuando una persona vive en la presencia de Dios, su interior se ensancha y tiene experiencia de la acción de Dios. Experimenta vivencialmente las profundidades del Espíritu y, junto con ellas, la alegría en el Espíritu Santo (Rom 14,17), esa alegría que es fruto del Espíritu (Gal 5,22). El hombre que vive en presencia de Dios ve todo con ojos nuevos, lo vive todo con profundidad y conoce la verdadera alegría.”[23]
Schürmann añade una reflexión interesante: si bien Pablo no se detiene en las posibles debilidades o deficiencias de la comunidad, las considera procurando silencio y haciendo lo que esté de su parte. “La forma como uno se comporta ante los defectos del prójimo (próximo) muestra si uno vive realmente ante Dios.[24] O sea, se comporta según su fe activa, como el mismo Pablo la califica.
Salvador destaca que no fue cosa de lanzar la semilla y despreocuparse de cómo nace, crece y se robustece. La fidelidad al evangelio y a los evangelizados pide al misionero que siga atento compartiendo y alentando la fe, o sea, acompañando de la manera posible. Pablo entendió que en aquel momento sólo podía hacerlo por carta y así surgió esta Primera carta del Nuevo Testamento. Nació del amor de Pablo a esta comunidad de tesalonicenses.[25]
Finalizando esta primera parte de la carta, Pablo da gracias a Dios por la fe de la comunidad y por el gozo que ésta le proporciona, reconociendo así que se ha dado la intervención de Dios y el esfuerzo de unos y otros animados por el amor humano y divino. ¿Será que el amor ha sido mediación en el fortalecimiento de la fe? Luego Pablo deja claro que le gustaría volver y así completar lo que falte en su fe. Con esto termina el relato de la fundación de la iglesia de Tesalónica y comienza la segunda parte de la carta, en la que Pablo hace exhortaciones a la comunidad, teniendo la parusía como fondo y experiencia humana definitiva.
“Porque, si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios, llevará con Jesús a los que murieron con él” (4,14). En un tono algo apocalíptico Schürmann explica que a quien cree en un Dios creador no le resulta difícil entender que Dios puede crear todo de nuevo y distinto. Sabe que Dios no abandona su creación y que un día le dará la plenitud gloriosa a la humanidad; hará nuevas todas las cosas: un cielo nuevo y una tierra nueva. Es la promesa en la que creen quienes tiene fe: ser partícipes del destino y la vida del Señor. En Cristo y por Cristo se realizará nuestra resurrección a la vida definitiva. Así, la esperanza que persevera anima en medio de las dificultades sabiendo que la salvación definitiva, que proviene de Cristo, está por llegar.[26]
Añade Salvador: el que por la fe participa en la muerte y resurrección del Señor, alcanzará la salvación. Por ello lo decisivo es estar siempre con el Señor. No obstante, dice el autor, Pablo es consciente de que se trata de algo misterioso a lo que medianamente podemos acceder por símbolos como por ejemplo los mencionados en la literatura apocalíptica. En ese contexto surge la tensión escatológica entre lo actual y lo por venir: lo histórico y lo definitivo.[27]
Trimaille hace una analogía entre la conducción de Yavé a su pueblo, y la conducción de Dios hacia un nuevo y último éxodo a cuantos mueren con Jesús, para reunirlos y llevarlos junto a él. Dios llevará consigo a quienes creen al igual que lo hizo con Jesús.[28]
Quienes han participado de la presencia y el amor de Dios en su historia personal y como parte de una comunidad de relaciones, tienen la esperanza de que la plenitud de sus anhelos de contemplar al Señor y reunirse con él, encontrará satisfacción. Esto se desprende también de la imagen amorosa de Dios que transmite Pablo, siempre atento y solícito de cuanto acontece en la comunidad, paradigma inequívoco de cuantos tiene fe.[29]
“Nosotros, en cambio, que somos del día, permanezcamos sobrios, revestidos con la coraza de la fe y el amor, y con el casco de la esperanza de salvación” (5,8). La sobriedad va unida a la vigilancia respecto a mantener viva la fe como elección, por estar sujeta a embates que comprometen el movimiento espiritual, para nutrirla y fortalecerla hasta convertirse en lugar que ofrece alguna seguridad, terreno para la salvación.[30] Además, la fe del creyente supone una cierta tensión hacia el futuro cuya consumación será el día del Señor. Así el futuro a conquistar será con base en el amor y en la fe orientados por la esperanza que vive de la perseverancia, en el contexto de fraternidad que Jesús nos enseñó hasta morir por nosotros. Cristo muere por todos los hombres y mujeres porque vivió para ellos desde su entrada al mundo. Así la invitación es nuevamente a la triada primera en forma compartida en comunidad, signo clave de la eclesiología paulina.[31]
Gil Arbiol insiste nuevamente en la intención de Pablo por fortalecer la identidad de una comunidad que vive de día al recordarles su visibilidad, sano proceder, y llamado a que adquieran una responsabilidad exclusiva, a cumplir una exigencia ineludible, y a una moral elevada. Además les recuerda que se trata de algo por conquistar.[32]
La sobriedad que es también una conquista, en este caso muy humana, se inserta a su vez en aceptar las realidades del mundo más allá de las fantasías y falsas ilusiones. Tampoco se deja confundir ni acude a cortinas de humo o distractores para evadir la realidad de los hechos. Quien acude a Cristo, que es la realidad por encima de otras realidades, se mantiene en una postura de sobrio realismo.[33]
En momentos de autodefensa quien tiene una fe viva e impregnada de amor, está equipado de manera sólida. Quien fija su vista en el Señor y en la salvación por venir, puede levantar la cabeza, y la luz le circundará y protegerá. En tiempos de riesgo no hay que quedarse en buscar soluciones circunstanciales sino contar con la fe activa, el amor entrañable y la esperanza perseverante[34]. Esa es la tríada al comienzo de la primera carta de Pablo como también al finalizar los versículos que hablan de la fe en esta misma carta a los tesalonicenses.
Una reflexión en el camino
Es interesante captar algo de los cuatro autores analizados en relación a su abordaje a estos versículos que tocan la fe de la comunidad a partir de la Primera carta de Pablo a los Tesalonicenses. En ese sentido, y desde una perspectiva personal, quisiera señalar algunas peculiaridades de cada uno.
Schürman, se aproxima al tema desde una perspectiva con bastante apego a la letra, sin hacer mayores conceptualizaciones teológicas ni buscar una puesta al día del mensaje. El texto dice lo que dice y él lo va desmenuzando dándole nueva vida.
Salvador hace una lectura de la carta desde lo que no está explícito y desea transmitir a la comunidad. Es más especulativo que el autor anterior, con lo que anima a hacer transferencias a otras situaciones. Eso lleva su reflexión a otros tiempos y circunstancias.
Gil Arbiol hace un estudio de la carta siguiendo una metodología pedagógica específica por pasos: situarnos, preguntarnos, leer, respondernos y ampliar el conocimiento. Con ello motiva la lectura, lo introduce con una direccionalidad, lo explica y relaciona con otros textos del NT, y deja la impresión de que ampliar los conocimientos y profundizarlos es una necesidad si se quiere realmente captar el sentido del mensaje.
Trimaille aborda la carta con una metodología de estudio y no tanto pedagógica, o sea, más para ahondar en la experiencia del aprender que para enseñar. En ese sentido aborda el estudio por aproximaciones progresivamente más específicas y también relacionadas. La ciudad y los personajes. El espíritu con que fue escrita. La arquitectura de la carta. Comparaciones entre textos. Significación de conceptos clave. Explicaciones complementarias. Divisiones y subdivisiones de la carta de acuerdo a temas particulares. Contenidos doctrinales explicativos. En fin, se trata de un estudio erudito del que pueden extraerse ideas con significado relevante particular sin mayor manejo de las complejidades de su presentación.
Dicho esto, no puedo más que reconocer la pequeñez y superficialidad de mi aproximación al texto, que quizás por eso me resulta escurridizo y paradójico. Por un lado muestra una nueva forma de entender realidades de las personas y la comunidad, y por otra dificulta captar el conjunto del mensaje. Quizás sea tarea pendiente volver una y otra vez sobre esta carta.
Algunas aplicaciones
Al leer esta carta de cara a la comunidad me resuenan algunas ideas que pueden ser orientadoras. Algunas de ellas son las siguientes.
La comunidad reúne diversidad de personas.
Esta diversidad de personas está más unida por la promesa de su condición filial de ser hijos de Dios, que por la ley que busca ordenarlos.
En la comunidad no está ausente el pecado ni tampoco las dificultades.
La fe nos hace hermanos en Cristo Jesús y nos iguala ante el Padre como hijos reunidos en fraternidad.
La comunidad se construye y crece en identidad por la fe, el amor y la esperanza que proceden de la Palabra.
La comunidad como iglesia es asunto pastoral más que doctrinal, de allí su tono afectivo incluso en situaciones de formación en la fe y de espera del porvenir.
La comunidad por su propia dinámica es abierta a su entorno y a otras comunidades eclesiales.
La comunidad está conformada por elegidos para una vocación apostólica.
La comunidad escucha la buena noticia del evangelio y la transmite gozosamente sin descartar padecimientos ya iniciados por Cristo Jesús.
La comunidad reconoce y agradece la presencia de Dios en ella; presencia que le da sentido en las buenas y en las menos buenas.
La comunidad se transforma por la acción de Dios, en ocasiones mediada por los hermanos.
El amor que reina en la comunidad hace inteligibles eventos y situaciones que sin su mediación no serían posibles.
El acompañamiento al hermano, la valoración del silencio, y la ayuda explícita son parte del seguimiento a Jesús.
La vida, muerte y resurrección de Jesús se encarna en personas y comunidades en su trayecto hacia la morada definitiva.
La comunidad existe de cara a la realidad inmanente y trascendente en la que confía más allá de las vicisitudes temporales. Vivir de cara al Señor, también presente en los hermanos, es nuestra respuesta de fidelidad a la promesa de que somos hijos de Dios, su pueblo elegido, y hermanos en Jesús quien murió y resucitó por nosotros.
Ana G. Guinand, 12 de febrero de 2013
[1] Salvador, Miguel (1990). Cartas a los Tesalonicenses y a los Corintios. El Mensaje del Nuevo Testamento 6. La Casa de la Biblia, p 35
[2] Trimaille, Michael (1982). La primera carta a los tesalonicenses. Cuadernos bíblicos 39. Verbo Divino, p 6
[3] Salvador,…p 16
[4] Ibid p 19
[5] Barth, G (1998) en Diccionario Exegético del Nuevo Testamento II. Biblioteca de estudios bíblicos. Sígueme. El siguiente resumen de las distintas maneras de expresar y vivir la fe se encuentran en las pp 943-962
[6] Michel, O (1990). Fe en Diccionario Teológico del Nuevo Testamento II. Biblioteca de estudios bíblicos. Sígueme., p 184
[7] Salvador,…p 36
[8] Gil Arbiol, C (2004). Primera y Segunda Cartas a los Tesalonicenses. Verbo Divino, p 39.
[9] Salvador,…p 40
[10]Gil Arbiol,…p 40
[11] Salvador,…p 44
[12] Schürmann, H. Primera Carta a los Tesalonicenses, El Nuevo Testamento y su Mensaje 13. Herder,
pp 36-37
[13] Gil Arbiol,…pp 44-45
[14] Schürmann,…pp 42-43
[15] Salvador,…p 46
[16] Schürmann,…pp 46-47
[17] Ibid pp 48-49
[18] Gil Arbiol,…p 63
[19] Schürmann,…p 57
[20] Schürmann,…pp 59-61
[21]Gil Arbiol,…pp 76-79
[22] Ibid pp 80-82
[23] Schürmann,…p 62
[24] Ibid p 63
[25]Salvador,…p 46
[26] Schürmann,…pp 77-78
[27] Salvador,…p 60
[28] Trimaille,… p 59
[29] Gil Arbiol,… pp 108-110
[30] Trimaille … p 68
[31] Salvador… pp 61-63
[32] Gil Arbiol … p120
[33] Schürmann… pp 86-87. Por alguna razón asocio la opinión del autor a la noticia de hoy en relación al retiro del papa Benedicto XVI de su posición como obispo de Roma y Sumo Pontífice de la iglesia Católica. Pareciera una sobria decisión a ser entendida y aceptada con sobriedad sin darle más cabida que la indispensable a la confusión, fantasías o falsa ilusión. Que el Espíritu Santo ilumine a la iglesia, pueblo de Dios en comunión.
[34]Ibid pp 87-88
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Ana G. de Guinand,
Primera Carta a los Tesalonicenses
Escuchar a Jesús
Lectura del santo Evangelio del 2° Domingo de Cuaresma según san Lucas (Lc 9,28-36)
En aquel tiempo, Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, y subió a un monte para hacer oración. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. De pronto aparecieron conversando con él dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño; pero, despertándose, vieron la gloria de Jesús y de los que estaban con él. Cuando éstos se retiraban, Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí y que hiciéramos tres chozas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías”, sin saber lo que decía.
No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió; y ellos, al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo. De la nube salió una voz que decía: “Éste es mi Hijo, mi escogido: escúchenlo”. Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo.
Los discípulos guardaron silencio y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
Los cristianos de todos los tiempos se han sentido atraídos por la escena llamada tradicionalmente "La transfiguración del Señor". Sin embargo, a los que pertenecemos a la cultura moderna no se nos hace fácil penetrar en el significado de un relato redactado con imágenes y recursos literarios, propios de una "teofanía" o revelación de Dios.
Sin embargo, el evangelista Lucas ha introducido detalles que nos permiten descubrir con más realismo el mensaje de un episodio que a muchos les resulta hoy extraño e inverosímil. Desde el comienzo nos indica que Jesús sube con sus discípulos más cercanos a lo alto de una montaña sencillamente "para orar", no para contemplar una transfiguración.
Todo sucede durante la oración de Jesús: "mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió". Jesús, recogido profundamente, acoge la presencia de su Padre, y su rostro cambia. Los discípulos perciben algo de su identidad más profunda y escondida. Algo que no pueden captar en la vida ordinaria de cada día.
En la vida de los seguidores de Jesús no faltan momentos de claridad y certeza, de alegría y de luz. Ignoramos lo que sucedió en lo alto de aquella montaña, pero sabemos que en la oración y el silencio es posible vislumbrar, desde la fe, algo de la identidad oculta de Jesús. Esta oración es fuente de un conocimiento que no es posible obtener de los libros.
Lucas dice que los discípulos apenas se enteran de nada, pues "se caían de sueño" y solo "al espabilarse", captaron algo. Pedro solo sabe que allí se está muy bien y que esa experiencia no debería terminar nunca. Lucas dice que "no sabía lo que decía".
Por eso, la escena culmina con una voz y un mandato solemne. Los discípulos se ven envueltos en una nube. Se asustan pues todo aquello los sobrepasa. Sin embargo, de aquella nube sale una voz: "Este es mi Hijo, el escogido. Escuchadle". La escucha ha de ser la primera actitud de los discípulos.
Los cristianos de hoy necesitamos urgentemente "interiorizar" nuestra religión si queremos reavivar nuestra fe. No basta oír el Evangelio de manera distraída, rutinaria y gastada, sin deseo alguno de escuchar. No basta tampoco una escucha inteligente preocupada solo de entender.
Necesitamos escuchar a Jesús vivo en lo más íntimo de nuestro ser. Todos, predicadores y pueblo fiel, teólogos y lectores, necesitamos escuchar su Buena Noticia de Dios, no desde fuera sino desde dentro. Dejar que sus palabras desciendan de nuestras cabezas hasta el corazón. Nuestra fe sería más fuerte, más gozosa, más contagiosa.
José Antonio Pagola
En aquel tiempo, Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, y subió a un monte para hacer oración. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. De pronto aparecieron conversando con él dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño; pero, despertándose, vieron la gloria de Jesús y de los que estaban con él. Cuando éstos se retiraban, Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí y que hiciéramos tres chozas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías”, sin saber lo que decía.
No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió; y ellos, al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo. De la nube salió una voz que decía: “Éste es mi Hijo, mi escogido: escúchenlo”. Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo.
Los discípulos guardaron silencio y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
Los cristianos de todos los tiempos se han sentido atraídos por la escena llamada tradicionalmente "La transfiguración del Señor". Sin embargo, a los que pertenecemos a la cultura moderna no se nos hace fácil penetrar en el significado de un relato redactado con imágenes y recursos literarios, propios de una "teofanía" o revelación de Dios.
Sin embargo, el evangelista Lucas ha introducido detalles que nos permiten descubrir con más realismo el mensaje de un episodio que a muchos les resulta hoy extraño e inverosímil. Desde el comienzo nos indica que Jesús sube con sus discípulos más cercanos a lo alto de una montaña sencillamente "para orar", no para contemplar una transfiguración.
Todo sucede durante la oración de Jesús: "mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió". Jesús, recogido profundamente, acoge la presencia de su Padre, y su rostro cambia. Los discípulos perciben algo de su identidad más profunda y escondida. Algo que no pueden captar en la vida ordinaria de cada día.
En la vida de los seguidores de Jesús no faltan momentos de claridad y certeza, de alegría y de luz. Ignoramos lo que sucedió en lo alto de aquella montaña, pero sabemos que en la oración y el silencio es posible vislumbrar, desde la fe, algo de la identidad oculta de Jesús. Esta oración es fuente de un conocimiento que no es posible obtener de los libros.
Lucas dice que los discípulos apenas se enteran de nada, pues "se caían de sueño" y solo "al espabilarse", captaron algo. Pedro solo sabe que allí se está muy bien y que esa experiencia no debería terminar nunca. Lucas dice que "no sabía lo que decía".
Por eso, la escena culmina con una voz y un mandato solemne. Los discípulos se ven envueltos en una nube. Se asustan pues todo aquello los sobrepasa. Sin embargo, de aquella nube sale una voz: "Este es mi Hijo, el escogido. Escuchadle". La escucha ha de ser la primera actitud de los discípulos.
Los cristianos de hoy necesitamos urgentemente "interiorizar" nuestra religión si queremos reavivar nuestra fe. No basta oír el Evangelio de manera distraída, rutinaria y gastada, sin deseo alguno de escuchar. No basta tampoco una escucha inteligente preocupada solo de entender.
Necesitamos escuchar a Jesús vivo en lo más íntimo de nuestro ser. Todos, predicadores y pueblo fiel, teólogos y lectores, necesitamos escuchar su Buena Noticia de Dios, no desde fuera sino desde dentro. Dejar que sus palabras desciendan de nuestras cabezas hasta el corazón. Nuestra fe sería más fuerte, más gozosa, más contagiosa.
José Antonio Pagola
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2° Domingo de Cuaresma,
Lc 9 28-36,
Transfiguración del Señor
jueves, 14 de febrero de 2013
No desviarnos de Jesús
Evangelio del I Domingo de Cuaresma /C (Lc 4,1-13)
En aquel tiempo, Jesús lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y conducido por el mismo Espíritu se internó en el desierto donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio.
No comió nada en aquellos días, y cuando se completaron, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús le contestó: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre”.
Después lo llevó el diablo a un monte elevado y en un instante le hizo ver todos los reinos de la tierra y le dijo: “A mí me ha sido entregado todo el poder y la gloria de estos reinos, y yo los doy a quien quiero. Todo esto será tuyo, si te arrodillas y me adoras”. Jesús le respondió: “Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios y a él sólo servirás”.
Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí, porque está escrito: Los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte y de sostenerte en sus manos, para que tus pies no tropiecen con las piedras”. Pero Jesús le respondió: “También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”. Concluidas las tentaciones, el diablo se retiró de él, hasta que llegara la hora.
Las primeras generaciones cristianas se interesaron mucho por las pruebas y tensiones que tuvo que superar Jesús para mantenerse fiel a Dios y vivir siempre colaborando en su proyecto de una vida más humana y digna para todos.
El relato de las tentaciones de Jesús no es un episodio cerrado, que acontece en un momento y en un lugar determinado. Lucas nos advierte que, al terminar estas tentaciones, "el demonio se marchó hasta otra ocasión". Las tentaciones volverán en la vida de Jesús y en la de sus seguidores.
Por eso, los evangelistas colocan el relato antes de narrar la actividad profética de Jesús. Sus seguidores han de conocer bien estas tentaciones desde el comienzo, pues son las mismas que ellos tendrán que superar a lo largo de los siglos, si no quieren desviarse de él.
En la primera tentación se habla de pan. Jesús se resiste a utilizar a Dios para saciar su propia hambre: "no solo de pan vive el hombre". Lo primero para Jesús es buscar el reino de Dios y su justicia: que haya pan para todos. Por eso acudirá un día a Dios, pero será para alimentar a una muchedumbre hambrienta.
También hoy nuestra tentación es pensar solo en nuestro pan y preocuparnos exclusivamente de nuestra crisis. Nos desviamos de Jesús cuando nos creemos con derecho a tenerlo, y olvidamos el drama, los miedos y sufrimientos de quienes carecen de casi todo.
En la segunda tentación se habla de poder y de gloria. Jesús renuncia a todo eso. No se postrará ante el diablo que le ofrece el imperio sobre todos los reinos del mundo: "Al Señor, tu Dios, adorarás". Jesús no buscará nunca ser servido sino servir.
También hoy se despierta en algunos cristianos la tentación de mantener, como sea, el poder que ha tenido la Iglesia en tiempos pasados. Nos desviamos de Jesús cuando presionamos las conciencias tratando de imponer a la fuerza nuestras creencias. Al reino de Dios le abrimos caminos cuando trabajamos por un mundo más compasivo y solidario.
En la tercera tentación se le propone a Jesús que descienda de manera grandiosa ante el pueblo, sostenido por los ángeles de Dios. Jesús no se dejará engañar:"No tentarás al Señor, tu Dios". Aunque se lo pidan, no hará nunca un signo espectacular del cielo. Solo hará signos de bondad para aliviar el sufrimiento y las dolencias de la gente.
Nos desviamos de Jesús cuando confundimos nuestra propia ostentación con la gloria de Dios. Nuestra exhibición no revela la grandeza de Dios. Solo una vida de servicio humilde a los necesitados manifiesta su Amor a todos sus hijos.
José Antonio Pagola
En aquel tiempo, Jesús lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y conducido por el mismo Espíritu se internó en el desierto donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio.
No comió nada en aquellos días, y cuando se completaron, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús le contestó: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre”.
Después lo llevó el diablo a un monte elevado y en un instante le hizo ver todos los reinos de la tierra y le dijo: “A mí me ha sido entregado todo el poder y la gloria de estos reinos, y yo los doy a quien quiero. Todo esto será tuyo, si te arrodillas y me adoras”. Jesús le respondió: “Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios y a él sólo servirás”.
Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí, porque está escrito: Los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte y de sostenerte en sus manos, para que tus pies no tropiecen con las piedras”. Pero Jesús le respondió: “También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”. Concluidas las tentaciones, el diablo se retiró de él, hasta que llegara la hora.
Las primeras generaciones cristianas se interesaron mucho por las pruebas y tensiones que tuvo que superar Jesús para mantenerse fiel a Dios y vivir siempre colaborando en su proyecto de una vida más humana y digna para todos.
El relato de las tentaciones de Jesús no es un episodio cerrado, que acontece en un momento y en un lugar determinado. Lucas nos advierte que, al terminar estas tentaciones, "el demonio se marchó hasta otra ocasión". Las tentaciones volverán en la vida de Jesús y en la de sus seguidores.
Por eso, los evangelistas colocan el relato antes de narrar la actividad profética de Jesús. Sus seguidores han de conocer bien estas tentaciones desde el comienzo, pues son las mismas que ellos tendrán que superar a lo largo de los siglos, si no quieren desviarse de él.
En la primera tentación se habla de pan. Jesús se resiste a utilizar a Dios para saciar su propia hambre: "no solo de pan vive el hombre". Lo primero para Jesús es buscar el reino de Dios y su justicia: que haya pan para todos. Por eso acudirá un día a Dios, pero será para alimentar a una muchedumbre hambrienta.
También hoy nuestra tentación es pensar solo en nuestro pan y preocuparnos exclusivamente de nuestra crisis. Nos desviamos de Jesús cuando nos creemos con derecho a tenerlo, y olvidamos el drama, los miedos y sufrimientos de quienes carecen de casi todo.
En la segunda tentación se habla de poder y de gloria. Jesús renuncia a todo eso. No se postrará ante el diablo que le ofrece el imperio sobre todos los reinos del mundo: "Al Señor, tu Dios, adorarás". Jesús no buscará nunca ser servido sino servir.
También hoy se despierta en algunos cristianos la tentación de mantener, como sea, el poder que ha tenido la Iglesia en tiempos pasados. Nos desviamos de Jesús cuando presionamos las conciencias tratando de imponer a la fuerza nuestras creencias. Al reino de Dios le abrimos caminos cuando trabajamos por un mundo más compasivo y solidario.
En la tercera tentación se le propone a Jesús que descienda de manera grandiosa ante el pueblo, sostenido por los ángeles de Dios. Jesús no se dejará engañar:"No tentarás al Señor, tu Dios". Aunque se lo pidan, no hará nunca un signo espectacular del cielo. Solo hará signos de bondad para aliviar el sufrimiento y las dolencias de la gente.
Nos desviamos de Jesús cuando confundimos nuestra propia ostentación con la gloria de Dios. Nuestra exhibición no revela la grandeza de Dios. Solo una vida de servicio humilde a los necesitados manifiesta su Amor a todos sus hijos.
José Antonio Pagola
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(Lc 4 1-13,
I Domingo de Cuaresma /C,
José Antonio Pagola
sábado, 9 de febrero de 2013
Polanco, los Jesuitas y la Europa del Siglo XVI
En 1540, un hombre de vida realmente singular, San Ignacio de Loyola, fundaba la Compañía de Jesús, un puñado de hombres que no tardarían en ser cientos y luego miles dispuestos a recorrer el mundo en aras del catolicismo, el Santo Papa y Dios.
San Ignacio fue general de esta activísima orden (cuyos miembros siempre se han ocupado de otros aspectos de la vida, como la educación, la ciencia, la sociología, la astronomía...) entre 1547 y1556. Tras él, llegaron Diego Laínez (1558-1565) y Francisco de Borja (1566-1572).
Durante estos tres generalatos, el secretario de estos hombres fue Juan Alfonso de Polanco, un jesuita de clarísimo conocimiento y sabias entendederas, además de certero y discreto, una cabeza en la sombra de la orden que, incluso, podría haber llegado a dirigirla, si no hubiera sido por la enemistad de algunos compañeros, mayormente no españoles.
A la vida y la obra de este hombre se ha entregado José García de Castro, Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, autor de «Polanco. El humanismo de los jesuitas»(Editorial Sal Terrae)
-Sin duda Juan Alfonso de Polanco fue un hombre de envergadura...
-Sí, es una de esas personalidades que no paran de crecer según uno se va acercando a ellas. Un crecimiento que se va dando en todas las facetas de su persona, como religioso jesuita, como gobernante y político, como escritor y teólogo, como gestor y pastor. Los puestos que desde joven ocupó en la Compañía de Jesús, todos ellos vinculados al alto gobierno de la institución, fueron haciendo de Juan Alfonso de Polanco uno de los arquitectos de esa novedad en la Iglesia que iban siendo los Jesuitas, que con tanto vigor y rapidez se expandían por la Europa de la segunda mitad del XVI.
-¿Estamos ante un héroe callado más que ante lo que se suele llamar un perdedor de la Historia?
-Yo creo que Polanco fallecía aquel 24 de diciembre de 1576 llevándose con él algo de ambas facetas. Tuvo mucho de héroe, de haber trabajado con intensidad y competencia en una empresa nueva, donde casi todo estaba todavía por hacer. Participó, sin duda, del centro neurálgico de la toma de decisiones de la nueva Orden de los Jesuitas, decisiones que afectaban tanto a situaciones de personas concretas, como a las Instituciones (colegios, residencias, cargos y nombramientos…). Pero hemos de recordar que Polanco era principalmente el «Secretario», esto es, una función callada, obligada a gestionar los procesos desde la senda escondida de un despacho que sabe que no decide pero posibilita (¿y tal vez orienta?) la decisión de otro, en su caso el P. General de la Orden. ¿Perdedor? Un héroe al que nunca se le reconoce su «heroicidad», nunca llega a serlo del todo; es como si a la condición de «héroe» perteneciera la gloria del reconocimiento o la fama, aunque pueda darse, por supuesto, una vez muerto. Pero a Polanco nunca le llegó este brillo de la gloria. Tampoco él la hubiera aceptado fácilmente. Creo que la historia, empezando por la de los mismos jesuitas, pero también la historia de la Europa del XVI, está en deuda con este «enorme» burgalés que tanto contribuyó «desde dentro» a la consolidación de la Compañía de Jesús, y con ella a tanta irradiación de cultura y Evangelio que no dejaban de fluir tanto en el Viejo Continente como en los territorios de ultramar. Yo creo que entre el «héroe» y el «perdedor» está el «servidor abnegado» y olvidado de sí mismo para poner todas sus capacidades al fin de la tarea encomendada. Ése fue Polanco.
-Pudo ser el cuarto General de la Orden, además.
-Polanco reunía todas las condiciones y rasgos que en las Constituciones de la Compañía de Jesús se ofrecen en el «retrato» o «perfil» para serPrepósito General. En 1573, cuando se celebra la III Congregación general, contaba con una experiencia de gobierno y de gestión no comparable a la de ningún otro jesuita: había sido Secretario durante los generalatos de Ignacio de Loyola (1547-1556), de Diego Laínez (1558-1565) y de Francisco de Borja (1566-1572). Entre el fallecimiento de uno y la elección del siguiente, Polanco fue el Vicario General. Había sido también «admonitor» o consejero personal de los tres Generales anteriores; Asistente de Germania, de Brasil. Nos consta de los miles de cartas que envió a tantos rincones del planeta redactadas «por comisión» de los Generales. Nadie como él conocía las entrañas de la institución. Pero es posible que precisamente tanto conocimiento se volviera en su contra y la Compañía prefiriera otro General menos «romano» o menos burócrata que Polanco. Lo que ya está bastante estudiado es la presión realizada por un grupo formado en su mayor parte por jesuitas portugueses e italianos que no deseaban otro español al frente de la Compañía y, además, se oponían con fuerza a la admisión en la Orden de cristianos nuevos, algo con lo que Polanco, siguiendo el espíritu de san Ignacio, se mostraba en total desacuerdo. Fueron unos meses muy convulsos en la vida interna de la Compañía, cargados de tensión, pero también, purificadores y renovadores. El caso es que aquella III Congregación General dio un cambio de rumbo a la vida de Juan Alfonso de Polanco; abandonó el puesto de Secretario después de 26 años, y pudo dedicarse a escribir, entre otras cosas, la gran historia de la primera Compañía de Jesús, el «Chronicon Societatis Iesus», una preciosa y documentadísima obra, que todavía está pendiente de traducción; ésta sí, una auténtica «perdedora de la historia»
-¿Por qué “el Humanismo y los jesuitas?
-Al mismo tiempo que Galileo desplazaba a la tierra del centro del Universo, el Humanismo europeo hacía del hombre la medida de todas las cosas. Los jesuitas que nacieron en plena crisis de tantas cosas en aquel siglo XVI, supieron integrar la apuesta por la libertad irrenunciable del ser humano con su condición inherente de ser religioso, esto es, originado por Dios y destinado a Dios. Creo que el carisma otorgado a aquellos primeros estudiantes de París, compañeros de san Ignacio, fue configurando la construcción de una institución religiosa vertida al mundo, haciendo de toda preocupación humana un asunto religioso. Por eso los jesuitas hemos venido dedicándonos en nuestra historia a tareas y trabajos tan diversos aunque algunos, sólo en apariencia, parezcan “poco religiosos”: ciencia, arte, sociología, antropología, economía, astronomía… porque nada de lo humano es ajeno al Dios que lo creó.
-¿Cuál fue el papel de la Compañía con respecto a nuestro continente?
-La influencia de la Compañía de Jesús en la cultura europea de los siglos XVI y XVII fue enorme. Son numerosos los campos del saber en los que aparecen nombres de Jesuitas aportando conocimiento y haciendo avanzar la ciencia. Destaca, sin duda, el ámbito de la educación. Por ejemplo, al morir Francisco de Borja (1572) había por Europa unos 150 colegios, no pocos de ellos con 600 ó 700 alumnos. El método pedagógico Ratio Studiorum (1599) inspirado en el «Modus parisiensis» que los jesuitas habían recibido en la Sorbona supuso una auténtica «revolución» en los métodos de enseñanza / aprendizaje del XVI, pero de gran actualidad todavía hoy en no pocos aspectos. Por su parte, el gran Concilio de Trento (1548-1563) supuso la consolidación de la Compañía de Jesús como Orden señalada en la ciencia teológica que integraba la teología positiva, más de corte bíblico y sapiencial, con la teología escolástica más académica y sistemática. Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Francisco Suárez, Jerónimo Nadal… Pero los jesuitas entraron también con competencia y rigor en saberes como la Física (Christophorus Clavius, profesor de Galileo en Roma), las Matemáticas, Astronomía, Filosofía, Historia, Filología… Se situaron también en puestos importantes de decisiones políticas, ganándose la confianza de reyes y príncipes como Juan III de Portugal, Fernando II (Imperio Germánico), Enrique III de Francia, Felipe V en España…A través de las misiones (Indias orientales e Indias de las Américas) la Compañía «estiró» los límites políticos de Europa estableciendo relaciones culturales y evangelizadoras por todo el mundo entonces conocido. Ya en tiempos de San Ignacio se había fundado la provincia del Brasil y Francisco Javier recorría la India. Su estela habría de ser recorrida por misioneros de la talla de De Nobili, Mateo Ricci o Alexander de Rhodes cuyas «gestas misioneras» todavía hoy nos producen admiración… y pasmo!
-A día de hoy, ¿cree que los españoles conocen bien lo que es la Orden Jesuita?
-Creo que no. En las últimas décadas ha decaído mucho la cultura religiosa más elemental. Como pasa con tantos temas relacionados con la Iglesia, hay mucho desconocimiento y siguen manejándose tópicos o clichés que vinculan a los Jesuitas con determinadas ideologías, comportamientos, valores… Recuperar la figura desconocida de Polanco puede ser una llamada de atención que nos invite a adentrarnos en nuestro riquísimo pasado para poder comprender mejor nuestro presente y orientar, ojalá con mayor acierto, nuestro futuro, que no puede ni debe ser otro que el de la mayor gloria de Dios, la ayuda de los prójimos como diría san Ignacio, el bien de nuestros hermanos.
MANUEL DE LA FUENTE / MADRID
ABC Día 10/02/2013
San Ignacio fue general de esta activísima orden (cuyos miembros siempre se han ocupado de otros aspectos de la vida, como la educación, la ciencia, la sociología, la astronomía...) entre 1547 y1556. Tras él, llegaron Diego Laínez (1558-1565) y Francisco de Borja (1566-1572).
Durante estos tres generalatos, el secretario de estos hombres fue Juan Alfonso de Polanco, un jesuita de clarísimo conocimiento y sabias entendederas, además de certero y discreto, una cabeza en la sombra de la orden que, incluso, podría haber llegado a dirigirla, si no hubiera sido por la enemistad de algunos compañeros, mayormente no españoles.
A la vida y la obra de este hombre se ha entregado José García de Castro, Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, autor de «Polanco. El humanismo de los jesuitas»(Editorial Sal Terrae)
-Sin duda Juan Alfonso de Polanco fue un hombre de envergadura...
-Sí, es una de esas personalidades que no paran de crecer según uno se va acercando a ellas. Un crecimiento que se va dando en todas las facetas de su persona, como religioso jesuita, como gobernante y político, como escritor y teólogo, como gestor y pastor. Los puestos que desde joven ocupó en la Compañía de Jesús, todos ellos vinculados al alto gobierno de la institución, fueron haciendo de Juan Alfonso de Polanco uno de los arquitectos de esa novedad en la Iglesia que iban siendo los Jesuitas, que con tanto vigor y rapidez se expandían por la Europa de la segunda mitad del XVI.
-¿Estamos ante un héroe callado más que ante lo que se suele llamar un perdedor de la Historia?
-Yo creo que Polanco fallecía aquel 24 de diciembre de 1576 llevándose con él algo de ambas facetas. Tuvo mucho de héroe, de haber trabajado con intensidad y competencia en una empresa nueva, donde casi todo estaba todavía por hacer. Participó, sin duda, del centro neurálgico de la toma de decisiones de la nueva Orden de los Jesuitas, decisiones que afectaban tanto a situaciones de personas concretas, como a las Instituciones (colegios, residencias, cargos y nombramientos…). Pero hemos de recordar que Polanco era principalmente el «Secretario», esto es, una función callada, obligada a gestionar los procesos desde la senda escondida de un despacho que sabe que no decide pero posibilita (¿y tal vez orienta?) la decisión de otro, en su caso el P. General de la Orden. ¿Perdedor? Un héroe al que nunca se le reconoce su «heroicidad», nunca llega a serlo del todo; es como si a la condición de «héroe» perteneciera la gloria del reconocimiento o la fama, aunque pueda darse, por supuesto, una vez muerto. Pero a Polanco nunca le llegó este brillo de la gloria. Tampoco él la hubiera aceptado fácilmente. Creo que la historia, empezando por la de los mismos jesuitas, pero también la historia de la Europa del XVI, está en deuda con este «enorme» burgalés que tanto contribuyó «desde dentro» a la consolidación de la Compañía de Jesús, y con ella a tanta irradiación de cultura y Evangelio que no dejaban de fluir tanto en el Viejo Continente como en los territorios de ultramar. Yo creo que entre el «héroe» y el «perdedor» está el «servidor abnegado» y olvidado de sí mismo para poner todas sus capacidades al fin de la tarea encomendada. Ése fue Polanco.
-Pudo ser el cuarto General de la Orden, además.
-Polanco reunía todas las condiciones y rasgos que en las Constituciones de la Compañía de Jesús se ofrecen en el «retrato» o «perfil» para serPrepósito General. En 1573, cuando se celebra la III Congregación general, contaba con una experiencia de gobierno y de gestión no comparable a la de ningún otro jesuita: había sido Secretario durante los generalatos de Ignacio de Loyola (1547-1556), de Diego Laínez (1558-1565) y de Francisco de Borja (1566-1572). Entre el fallecimiento de uno y la elección del siguiente, Polanco fue el Vicario General. Había sido también «admonitor» o consejero personal de los tres Generales anteriores; Asistente de Germania, de Brasil. Nos consta de los miles de cartas que envió a tantos rincones del planeta redactadas «por comisión» de los Generales. Nadie como él conocía las entrañas de la institución. Pero es posible que precisamente tanto conocimiento se volviera en su contra y la Compañía prefiriera otro General menos «romano» o menos burócrata que Polanco. Lo que ya está bastante estudiado es la presión realizada por un grupo formado en su mayor parte por jesuitas portugueses e italianos que no deseaban otro español al frente de la Compañía y, además, se oponían con fuerza a la admisión en la Orden de cristianos nuevos, algo con lo que Polanco, siguiendo el espíritu de san Ignacio, se mostraba en total desacuerdo. Fueron unos meses muy convulsos en la vida interna de la Compañía, cargados de tensión, pero también, purificadores y renovadores. El caso es que aquella III Congregación General dio un cambio de rumbo a la vida de Juan Alfonso de Polanco; abandonó el puesto de Secretario después de 26 años, y pudo dedicarse a escribir, entre otras cosas, la gran historia de la primera Compañía de Jesús, el «Chronicon Societatis Iesus», una preciosa y documentadísima obra, que todavía está pendiente de traducción; ésta sí, una auténtica «perdedora de la historia»
-¿Por qué “el Humanismo y los jesuitas?
-Al mismo tiempo que Galileo desplazaba a la tierra del centro del Universo, el Humanismo europeo hacía del hombre la medida de todas las cosas. Los jesuitas que nacieron en plena crisis de tantas cosas en aquel siglo XVI, supieron integrar la apuesta por la libertad irrenunciable del ser humano con su condición inherente de ser religioso, esto es, originado por Dios y destinado a Dios. Creo que el carisma otorgado a aquellos primeros estudiantes de París, compañeros de san Ignacio, fue configurando la construcción de una institución religiosa vertida al mundo, haciendo de toda preocupación humana un asunto religioso. Por eso los jesuitas hemos venido dedicándonos en nuestra historia a tareas y trabajos tan diversos aunque algunos, sólo en apariencia, parezcan “poco religiosos”: ciencia, arte, sociología, antropología, economía, astronomía… porque nada de lo humano es ajeno al Dios que lo creó.
-¿Cuál fue el papel de la Compañía con respecto a nuestro continente?
-La influencia de la Compañía de Jesús en la cultura europea de los siglos XVI y XVII fue enorme. Son numerosos los campos del saber en los que aparecen nombres de Jesuitas aportando conocimiento y haciendo avanzar la ciencia. Destaca, sin duda, el ámbito de la educación. Por ejemplo, al morir Francisco de Borja (1572) había por Europa unos 150 colegios, no pocos de ellos con 600 ó 700 alumnos. El método pedagógico Ratio Studiorum (1599) inspirado en el «Modus parisiensis» que los jesuitas habían recibido en la Sorbona supuso una auténtica «revolución» en los métodos de enseñanza / aprendizaje del XVI, pero de gran actualidad todavía hoy en no pocos aspectos. Por su parte, el gran Concilio de Trento (1548-1563) supuso la consolidación de la Compañía de Jesús como Orden señalada en la ciencia teológica que integraba la teología positiva, más de corte bíblico y sapiencial, con la teología escolástica más académica y sistemática. Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Francisco Suárez, Jerónimo Nadal… Pero los jesuitas entraron también con competencia y rigor en saberes como la Física (Christophorus Clavius, profesor de Galileo en Roma), las Matemáticas, Astronomía, Filosofía, Historia, Filología… Se situaron también en puestos importantes de decisiones políticas, ganándose la confianza de reyes y príncipes como Juan III de Portugal, Fernando II (Imperio Germánico), Enrique III de Francia, Felipe V en España…A través de las misiones (Indias orientales e Indias de las Américas) la Compañía «estiró» los límites políticos de Europa estableciendo relaciones culturales y evangelizadoras por todo el mundo entonces conocido. Ya en tiempos de San Ignacio se había fundado la provincia del Brasil y Francisco Javier recorría la India. Su estela habría de ser recorrida por misioneros de la talla de De Nobili, Mateo Ricci o Alexander de Rhodes cuyas «gestas misioneras» todavía hoy nos producen admiración… y pasmo!
-A día de hoy, ¿cree que los españoles conocen bien lo que es la Orden Jesuita?
-Creo que no. En las últimas décadas ha decaído mucho la cultura religiosa más elemental. Como pasa con tantos temas relacionados con la Iglesia, hay mucho desconocimiento y siguen manejándose tópicos o clichés que vinculan a los Jesuitas con determinadas ideologías, comportamientos, valores… Recuperar la figura desconocida de Polanco puede ser una llamada de atención que nos invite a adentrarnos en nuestro riquísimo pasado para poder comprender mejor nuestro presente y orientar, ojalá con mayor acierto, nuestro futuro, que no puede ni debe ser otro que el de la mayor gloria de Dios, la ayuda de los prójimos como diría san Ignacio, el bien de nuestros hermanos.
MANUEL DE LA FUENTE / MADRID
ABC Día 10/02/2013
miércoles, 6 de febrero de 2013
La fuerza del Evangelio
Vista de satélite del lago de Genesaret
En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra, echaré las redes”. Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!” Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Entonces Jesús le dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra, y dejándolo todo, lo siguieron.
El episodio de una pesca sorprendente e inesperada en el lago de Galilea ha sido redactado por el evangelista Lucas para infundir aliento a la Iglesia cuando experimenta que todos sus esfuerzos por comunicar su mensaje fracasan. Lo que se nos dice es muy claro: hemos de poner nuestra esperanza en la fuerza y el atractivo del Evangelio.
El relato comienza con una escena insólita. Jesús está de pie a orillas del lago, y "la gente se va agolpando a su alrededor para oír la Palabra de Dios". No vienen movidos por la curiosidad. No se acercan para ver prodigios. Solo quieren escuchar de Jesús la Palabra de Dios.
No es sábado. No están congregados en la cercana sinagoga de Cafarnaún para oír las lecturas que se leen al pueblo a lo largo del año. No han subido a Jerusalén a escuchar a los sacerdotes del Templo. Lo que les atrae tanto es el Evangelio del Profeta Jesús, rechazado por los vecinos de Nazaret.
También la escena de la pesca es insólita. Cuando de noche, en el tiempo más favorable para pescar, Pedro y sus compañeros trabajan por su cuenta, no obtienen resultado alguno. Cuando, ya de día, echan las redes confiando solo en la Palabra de Jesús que orienta su trabajo, se produce una pesca abundante, en contra de todas sus expectativas.
En el trasfondo de los datos que hacen cada vez más patente la crisis del cristianismo entre nosotros, hay un hecho innegable: la Iglesia está perdiendo de modo imparable el poder de atracción y la credibilidad que tenía hace solo unos años.
Los cristianos venimos experimentando que nuestra capacidad para transmitir la fe a las nuevas generaciones es cada vez menor. No han faltado esfuerzos e iniciativas. Pero, al parecer, no se trata solo ni primordialmente de inventar nuevas estrategias.
Ha llegado el momento de recordar que en el Evangelio de Jesús hay una fuerza de atracción que no hay en nosotros. Esta es la pregunta más decisiva: ¿Seguimos "haciendo cosas" desde un Iglesia que va perdiendo atractivo y credibilidad, o ponemos todas nuestras energías en recuperar el Evangelio como la única fuerza capaz de engendrar fe en los hombres y mujeres de hoy?
¿No hemos de poner el Evangelio en el primer plano de todo?. Lo más importante en estos momentos críticos no son las doctrinas elaboradas a lo largo de los siglos, sino la vida y la persona de Jesús. Lo decisivo no es que la gente venga a tomar parte en nuestras cosas sino que puedan entrar en contacto con él. La fe cristiana solo se despierta cuando las personas descubren el fuego de Jesús.
José Antonio Pagola
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