sábado, 6 de noviembre de 2010

EL TIEMPO DE DIOS ES PERFECTO

Aportes para la HOMILÍA del domingo 32 del Tiempo Ordinario – Ciclo “C” (Lucas 20, 27-38)


Estamos ya en la Semana 32 del Tiempo Ordinario. Pronto terminará este tiempo, dando paso al Adviento. El evangelio de este domingo propone que pongamos lejos nuestra esperanza, invitándonos a reflexionar sobre la vida futura, después de la resurrección, y su relación con la vida presente.

Hace apenas unos días celebramos el día de todos los santos y el de todos los difuntos. Realidades que están muy relacionadas con el evangelio de este domingo. Santidad y muerte, desde perspectiva espiritual, son inseparables. Crecer en santidad exige morir a lo caduco, al pasado y al pecado. Y adentrarnos a la muerte supone el despojo de aquello a lo que nos aferramos, condición necesaria para el camino de santidad.

El evangelista Lucas (20, 27-38) nos dice que los saduceos, a partir de la situación de una mujer difunta que estuvo casada con siete hermanos, también difuntos, preguntaron a Jesús: ¿de cuál de los siete hermanos va a ser esposa cuando llegue la resurrección de los muertos? Un aspecto que remite directamente al planteamiento sobre lo que va a pasar después de la muerte. Es decir, si la vida futura es distinta o continuidad de la actual.

A la pregunta por lo que pasará en el futuro con la mujer difunta y sus 7 esposos del pasado, Jesús responde: En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, a los que Dios resucite, ni se casarán ni morirán, porque serán como ángeles e hijos de Dios. Esta respuesta de Jesús es novedosa, ya que lo mismo puede decirse de muchos otros aspectos de la vida, que siendo tan importantes como el matrimonio, ni van más allá de la muerte, ni tienen prestancia alguna delante de Dios.

La expresión “serán como ángeles” nos habla del futuro, pero también del presente. En su sencillez, esto quiere decir que nuestro futuro es la libertad e integridad total que nos regala la resurrección, poniéndonos delante de un Dios que se alegra ya que nos ama por ser sus hijos. Junto a Él viviremos sin las limitaciones propias del tiempo presente. Y también quiere decir que aquí en la tierra hemos de transitar el camino de la santidad, que no es otro que el camino de la bondad. Y esto sí que tiene importancia para la fe, porque plantea claramente que sólo el amor tiene prestancia ante la vida y ante Dios.

La pregunta más importante no es, si la vida futura es distinta o es continuidad de la actual. Porque el asunto no es qué pasa después de la vida, sino, qué pasa antes de la muerte, qué hacemos en nuestro aquí y ahora con los demás. Tendríamos más bien que preguntarnos: ¿Hay vida de calidad para todos antes de la muerte? ¿Cuido que nadie lo pase mal? ¿Estoy valorando aquí en la tierra lo que, ni vale para la vida, porque tiene sus días contados, y, ni vale para Dios, porque no encaja en su concepción del amor? Esto es lo que permite experimentar que el tiempo de Dios es perfecto (Cf. Eclesiastés 3,11).

El evangelio de esta semana es una auténtica llamada al discernimiento. Porque nuestro Dios es un Dios de vivos y no de lo que está muerto.

Gustavo Albarrán, S.J.

1 comentario: