Lo convocó sin metas preconcebidos, llamando a los obispos de la Iglesia católica e invitando a teólogos de diversas tendencias (algunos de los cuales habían sido condenados en tiempo de Pío XII), y quiso que se celebrara ante observadores de otras iglesias y comunidades cristianas, como un encuentro de la Iglesia consigo misma y con el mundo. Quizá no sabía del todo lo que podía ser, pero se arriesgo... y fue el mayor acontecimiento cristiano de los últimos siglos.
Se celebró bajo la presidencia del Papa (Juan XXII y después Pablo VI), con gran libertad cristiana, aunque, como es lógico, en medio de tensiones, que aún siguen abiertas. Comenzó hace cincuenta años (11 de Octubre de 1962), y fue inmensamente renovador, aunque tuvo que hacer “concesiones” a los grupos más tradicionales, para lograr un consenso.
Quizá lo hacen “por bien” (es lo que conocen, quieren conservarlo), pero da la impresión de que no quieren arriesgarse (convertirse: Mc 1, 14-16) y vivir el evangelio en pleno mundo, como quiso la mayoría de los “padres” del Vaticano II, cuyas sesiones, documentos y temas quiero hoy recordar, en homenaje a lo que el Concilio ha sido y sigue siendo para nosotros, los que nacimos con él a la vida adulta del cristianismo.
En ese sentido digo que el Concilio ha sido y sigue siendo una puerta abierta, que nadie logrará cerrar, como sabe y dice Ap 3, 8. Una puerta que nosotros, cristianos del siglo XXI, debemos mantener abierta
Sesiones.
‒ 1ª sesión 1962. Documentos inadecuados. Se empezaron estudiando y votando esquemas de tipo tradicional, sobre liturgia (De sacra liturgia que luego se llamará Sacrosanctum concilium), revelación (De fontibus revelationis, que luego será Dei Verbum) e Iglesia (De Ecclesia, que luego se llamará Lumen Gentium) etc. Pero los padres conciliares se hallaban divididos, tanto por la amplitud como por el sesgo de los documentos, que parecían de tipo clerical y jurídico, en una línea teológica antigua. Por eso, tras largas y acaloradas discusiones, con apoyo del Papa Juan XXIII, se decidió preparar unos esquemas distintos, de tipo pastoral, ajustados a la nueva situación del mundo y de la Iglesia.
‒ 2ª sesión. 1963. Liturgia y medios de comunicación. El 3 de junio del 1963 murió Juan XXIII, y el 21 de ese mismo mes fue elegido papa el cardenal Montini, que tomó el nombre de Pablo VI, anunciando que el concilio continuaría, como sucedió, del 29 de septiembre al 4 de diciembre. En esta segunda sesión, ya en la línea de las indicaciones anteriores (con nuevos esquemas básicos), se discutieron los temas referentes a la Iglesia y al ecumenismo. Sólo se aprobaron los documentos que parecían entonces menos conflictivos (aunque ahora, año 2012) resultan centrales, aunque quizá necesitan ser retomados y retocados: Sobre la liturgia y sobre los Medios de comunicación.
‒ 3ª sesión 1964. Libertad religiosa, nueva visión de la iglesia. El Concilio decidió que el tema de la Virgen María no fuera objeto de un documento independiente, sino que se incluyera en el de la Iglesia. Se aprobaron las bases del documento sobre la Revelación, en línea ecuménica, y se estudió de manera apasionada el “Esquema XIII”, sobre la Iglesia en el mundo (que sería aprobado en la sesión final con el título Gaudium et Spes). Se discutió también con dureza, el tema de la libertad religiosa, que marcó un hito en la visión del cristianismo: la mayoría de los padres quiso que en vez de partir de la autoridad de la Iglesia se empezara tratando de la libertad de las personas (como en la Constitución USA del año 1776). Antes que el derecho (y tarea) de la iglesia está el de las personas. Al final de la sesión se aprobaron varios documentos esenciales: la constitución Lumen gentium (sobre la Iglesia) y los decretos sobre el ecumenismo y las Iglesias orientales.
‒ 4ª sesión.1965. Una iglesia distinta. Esta sesión se extendió del 14 de septiembre al 8 de diciembre. Se discutieron de nuevo los documentos sobre la Libertad religiosa y sobre la Iglesia en el mundo actual, hasta su aprobación. Pero la mayoría de los documentos (que indicaré a continuación) habían sido preparados ya de tal forma que no necesitaban mayores discusiones, sino que pudieron aprobarse por una mayoría conciliar, cuya visión del mundo y de la Iglesia había ido cambiando sensiblemente, a lo largo de cuatro años de sesiones e “inter-sesiones”, con una gran aportación de las comisiones teológicas. El conjunto de los obispos acabaron pensando de un modo distinto: En cuatro años había cambiado el rostro jerárquico de la Iglesia, de manera que muchos obispos habían descubierto cosas que antes no sabían, en actitud de ecumenismo, de apertura al mundo actual y de búsqueda de bases evangélicas.
Documentos
Se distinguen en Constituciones, de más valor doctrinal (que tratan de la revelación y de la vida de Iglesia), Decretos (que se ocupan de algunos aspectos particulares de la estructura de la Iglesia) y Declaraciones (que tratan en especial de las relaciones de la Iglesia con el mundo.
Constituciones dogmáticas, principios del cristianismo
1. Dei Verbum: Sobre la Divina Revelación, trata básicamente de la Escritura y de su recepción en la Iglesia.
2. Lumen Gentium: Sobre la Iglesia, defiende los principios del Vaticano I, pero los amplía en línea de colegialidad y de conciliaridad.
3. Sacrosanctum Concilium: Sobre la Sagrada Liturgia, ratifica la reforma las celebraciones, que ha de hacerse en las lenguas vivas de las comunidades, adaptada a las nuevas circunstancias culturales y sociales.
4. Gaudium et Spes: Sobre la Iglesia en el mundo actual. Éste es quizá el texto básico del Vaticano II: El concilio acepta la realidad del mundo moderno, con el que la Iglesia debe dialogar, superando así casi quinientos años de “recelo” y oposición a la modernidad.
Decretos, temas de Iglesia
1. Ad Gentes: sobre la actividad misionera de la Iglesia en las nuevas circunstancias políticas, culturales y sociales; el primer texto conciliar de este tipo en la historia de la Iglesia.
2. Presbyterorum Ordinis: sobre el ministerio y vida de los presbíteros.
3. Apostolicam actuositatem: sobre el apostolado de los laicos.
4. Optatam Totius: sobre la formación sacerdotal.
5. Perfectae Caritatis: sobre la adecuada renovación de la vida religiosa.
6. Christus Dominus: sobre el ministerio pastoral de los Obispos.
7. Unitatis Redintegratio: sobre el ecumenismo, en línea de ofrecimiento de paz y comunión, a las iglesias ortodoxas, sobre todo a las de tradición bizantina.
8. Orientalium Ecclesiarum: sobre las Iglesias orientales católicas, es decir, vinculadas a Roma; es un texto que debe vincularse con el anterior.
9. Inter Mirifica: sobre los medios de comunicación social.
Declaraciones, temas universales:
1. Gravissimum Educationis : Sobre la Educación Cristiana. Plantea el tema de la maduración humana, dentro de las nuevas realidades sociales y culturales, con la exigencia de un cambio cultural en la Iglesia; sus propuestas aún no han sido desarrolladas plenamente.
2. Nostra Aetate: Sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Los temas de fondo de este documento se encuentran actualmente en el centro de las discusiones y diálogos de los cristianos con hombres y mujeres de otras tradiciones espirituales, dentro de un mundo plural e interconectado, donde el diálogo se vuelve imprescindible.
3. Dignitatis Humanae: Sobre la libertad religiosa. Fue quizá el documento más discutido del Concilio, pues una parte considerable de los padres conciliares eran contrarios al tipo de libertad religiosa exigido por la modernidad, desde la ilustración; pero al fin se aprobó, sobre bases evangélicas. Este documento se ha convertido en punto de partida del nuevo camino de la Iglesia, aunque tampoco ha sido desarrollado todavía.
Un Concilio abierto
Fue un acontecimiento de gracia. Se celebró en el momento preciso, cuando era ya imposible seguir viviendo del pasado, como vio Juan XXIII, papa carismático, confiando en la capacidad de renovación de la Iglesia y, sobre todo, en el impulso creador de una humanidad en la que Dios está actuando. Supo que el papado era importante, tenía un función única, pero sólo en la medida en que recogía y ratificaba las voces de toda la iglesia (o, quizá de todas las iglesias, incluidas las no católicas), en línea de apertura y de diálogo con el mundo, es decir, con la historia. Éstos son los temas que siguen abiertos tras la celebración del Concilio, pasados cincuenta años:
& Colegialidad.
Ésta fue quizá la experiencia clave del Concilio, el encuentro concreto de unos obispos que, en otro contexto, habían parecido totalmente dependientes del Papa. Reunidos en Concilio, ellos se sintieron responsables de toda la Iglesia, herederos de los «apóstoles», descubriendo así que Pedro (el Papa) no se encuentra fuera, sino dentro del Colegio. Ésta fue una experiencia que debía expresarse en los diversos niveles de la Iglesia:
a. Comunión y compromiso de todos los cristianos, que no son simplemente “auditores”, oyentes, de una palabra ajena, sino portadores de la palabra de Dios, con una capacidad de decisión que nunca debían haber perdido. En esa línea, el Vaticano II descubrió que, en principio, la Iglesia puede y debe superar su organización piramidal (con una autoridad desde lo alto), para recuperar una estructura comunitaria, propia del evangelio, conforme a la doctrina tradicional del “sensus fidelium”, con la certeza de que el conjunto de los cristianos van a mantener vivo el evangelio.
b. Colegialidad de los obispos con el Papa. Éste es un tema que había quedado pendiente desde el Concilio de Constanza (1414-1418), y que ha vuelto a ser central en el Vaticano II. Su texto clave, Lumen Gentium, declara que obispos y Papa son inseparables: ni el Papa puede hablar o actuar por sí mismo (aislándose de los obispos), sino sólo en nombre de ellos; ni los obispos podrán tener autoridad si rompen la unidad de las iglesias, expresada en concreto por el Papa. En esa línea, los responsables de la Iglesia son los obispos, que forman el colegio apostólico, y no los cardenales, que pierden importancia, pues sólo son consejeros y electores del Papa (conforme al Derecho actual).
Dos lecturas del Concilio.
Acabó el año 1965, pero quedaron planteadas y abiertas desde entonces dos “lecturas”, que no pueden oponerse, aunque en principio resultan muy diferentes.
a. Línea más tradicional. Es propia de aquellos que entienden el Concilio como acontecimiento importante, aunque pasajero, de manera que las aguas han de volver a los cauces anteriores, y que así insisten en la autoridad doctrinal y disciplinar del Papa y en el mantenimiento de las estructuras milenarias de una Iglesia que tomó su forma actual en la Reforma Gregoriana (siglo XI). Ésta es la línea que ha triunfado con el Catecismo (CEC) y con el Código de Derecho Canónico (CIC), que no asumen en realidad el Concilio, sino que se oponen a su desarrollo, por miedo, por falsa tradición (o por deseo de control de la Curia Vaticana). Todo ha podido cambiar con el Vaticano II, pero todo ha tendido a quedar igual, por causa del Derecho Canónico (que en ciertos ambientes parece mucho más importante que el Evangelio).
b. Línea de fidelidad conciliar. Otros han entendido el Concilio como experiencia y principio de transformación, es decir, como un esfuerzo por recuperar las raíces de la Iglesia, tal como se fueron expresando en las diversas etapas del primer milenio, no para copiar estructuras e impulsos anteriores, sino para retomar el modelo de vida del Evangelio. Son los que quieren seguir en la línea de la actualización bíblica, de la recuperación de todas las tradiciones, de fidelidad a los signos de los tiempos, desde el impulso de Jesús, en el principio de la Iglesia. Son los que creen que nadie podrá cerrar la puerta del Evangelio.
Dentro de un mundo en cambios.
Se estaban iniciando entonces algunos de los cambios más significativos que han marcado la segunda mitad del siglo XX y el comienzo del XXI:
a. Superación del colonialismo eclesial, vinculado, a la conclusión de una forma de dominación política. En ese contexto hay que hablar de la nueva autonomía (e importancia) de las iglesias de América (y también, en parte, de Asía y de África). El predominio del catolicismo europeo y occidental está tendiendo a desaparecer, con unas consecuencias que pueden implicar el fin de mil seiscientos años de historia helenística y latina.
b. Fin de la cultura única de la Iglesia. Los Padres del Vaticano II fueron al Concilio con la herencia de una cultura casi monolítica, de tipo greco-latino y europeo (occidental). Pero al final de su celebración ellos sabían que, aun habiendo estado vinculada por siglos a la cultura de occidente, con sus valores y defectos, la Iglesia tenía que volverse universal, en diálogo con las diversas culturas de la tierra.
c. Un reto social. El Concilio había querido centrarse en unas afirmaciones “dogmáticas”, en línea teológica (como mostraban los documentos preparatorios), pero al final triunfaron las “preocupaciones” sociales y culturales, de presencia en el mundo y de diálogo humano, en medio de una historia dividida entre el capitalismo y las diversas formas de socialismo/comunismo, en un momento fuerte de guerra fría. La Iglesia volvió a saber que tenía un mensaje trascendente (de presencia de Dios), pero supo que ese mensaje resultaba inseparable de la presencia y acción de los cristianos en el mundo.
En ese contexto quedaba (y sigue quedando) abierto no sólo el tema del papado, por lo que significa y lo que ha realizado en los últimos quince siglos de historia cristiana, sino la autonomía real de cada una de las iglesias católicas. El conjunto de la Iglesia ha descubierto que ella debe plantear el tema de su unidad y diversidad de otra manera.
El Vaticano II no ha terminado todavía... Sigue abierto, y seguirá, aunque algunos quieran cerrarlo. La semilla está echada, es semilla de evangelio.
Xabier Pikaza Ibarrondo
No hay comentarios:
Publicar un comentario