lunes, 4 de julio de 2011

Exhortación pastoral al clausurar su asamblea plenaria con motivo del bicentenario, 5 de julio (1811-2011)


1.- La Carta Pastoral sobre El Bicentenario del 19 de abril, que compartimos el año pasado con todo el pueblo de Venezuela, tenía como objetivo ser memoria viva y agradecida del gesto heroico del inicio del proceso emancipador y, a su vez, propuesta de proyección en el presente y el futuro de nuestro país.

2.- Con la presente declaración, como Pastores de este pueblo, invitamos desde el evangelio de Jesús a todos los venezolanos a transformar nuestra sociedad, fracturada, agresiva y violenta, en otra que sea justa, respetuosa y unida. A convertir el poder en servicio y los bienes de la tierra en medios de vida y oportunidades para todos, en vez de utilizarlos como proyectos e instrumentos de lucha de clases y discriminación. El Concilio Plenario aprobó dos documentos claves y actuales para asumir la tarea de la reconstrucción del país: La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad y La Evangelización de la cultura en Venezuela.

MEMORIA AGRADECIDA DEL PASADO
3.- El 5 de julio es nuestra fiesta nacional por excelencia. Su celebración es una exigencia de justicia con las personas que, con su inteligencia, coherencia y fidelidad al espíritu de libertad, engendraron la patria. Esos hombres se comprometieron con sus vidas y bienes a construirla libre de vínculos coloniales. En su gesto brilló la fuerza de la civilidad, la autoridad de la inteligencia, el diálogo, la firmeza y el coraje. Su proyecto de república independiente e igualitaria no fue del todo explicitado, ni comprendido, ni puesto en práctica solidariamente, lo que llevó a la división en bandos ensangrentados y trajo consigo la desgracia de la guerra civil.

EL PRESENTE: DESAFIO A NUESTRA CAPACIDAD DE CONVIVENCIA PACIFICA
4.- La actual situación de nuestro país refleja distintas realidades. Por una parte, la globalización, un fenómeno complejo que posee diversas dimensiones. Lamentablemente su cara más extendida y exitosa es su dimensión económica, que se sobrepone y condiciona las otras dimensiones de la vida humana. Esa globalización, que es también comunicacional-mediática, se traduce en estructuras de poder y en cultura del consumo y del espectáculo. Ella es efecto y causa de la modernización, gracias a los avances de la ciencia y la tecnología, y nos pone ante un mundo cambiante, con nuevas necesidades y exigencias diferentes a las de las generaciones anteriores.

5.- Por otra parte, la regionalización e integración latinoamericana, de la que nuestro país es protagonista, ha sufrido altibajos, marchas y contramarchas, en las que ha privado una falta de visión y un exceso de politización, dando al traste con proyectos sólidos y de largo alcance que favorezcan las economías y la convivencia de nuestros pueblos. No obstante, en América Latina y El Caribe se aprecia una creciente voluntad de integración regional con acuerdos multilaterales, involucrando un número creciente de países que generan sus propias reglas en el campo del comercio, los servicios y las patentes. Sin embargo, el peligro de aislarnos por posturas ideológicas, más que por intereses comunes, es un escenario real.

6.- En este contexto, nuestro país, atraviesa una coyuntura sociopolítica que se hace cada día más difícil. En efecto, mientras muchas naciones viven un desarrollo sistemático, progresivo y acelerado, Venezuela sufre un constante deterioro económico social; lo que implica que estamos quedando fuera de la tendencia global de cambios que permitan un desarrollo sostenido.

7.- A lo anterior se añade lo que estamos viviendo en estos últimos días: el drama inhumano de las cárceles. La descomposición de estas instituciones es global y profunda. La ambigüedad en la defensa de los derechos humanos y la ineficiencia del Estado para dar una respuesta adecuada a tan vasta problemática, hacen presumir que la situación se le ha escapado de las manos a las autoridades y ha pasado a las de los mismos reclusos. Es tiempo ya de dar una solución definitiva y humanizadora al sistema penitenciario. Lamentamos la inestimable pérdida de vidas humanas en los hechos más recientes de violencia carcelaria.

8.- Otro hecho que llama a reflexión es el daño causado a imágenes religiosas en diferentes ciudades. Este insólito ataque representa un desprecio a las devociones más queridas del pueblo, y en la práctica, una negación de los valores trascendentes; esconde el mismo irrespeto a la vida y a la dignidad del ser humano. Es lo contrario de una vida digna, serena y pacífica.

9.- Ante tantos problemas que vivimos a nivel personal, familiar y social, corremos el peligro de dejarnos invadir por el pesimismo debido a la falta de propuestas concretas con una nueva visión de país. El pesimismo puede llevarnos a una desilusión parecida a la de los discípulos de Emaús, quienes, entristecidos por la muerte de Jesús, caminaban sin esperanza No podemos sucumbir a la tentación de la indiferencia, la resignación o la huida de la realidad. Frente a estos peligros nos alienta e impulsa la presencia del Señor en nuestras vidas, la fuerza de su Espíritu y el Pan de vida de la Eucaristía, como lo proclamamos gozosamente en el IV Congreso Eucarístico Nacional que acabamos de celebrar.

EL BICENTENARIO COMO MOTIVACION PARA EL CAMBIO
10.- Hemos sido y seguimos siendo un pueblo profundamente solidario, fraterno, trabajador y abierto a los demás, sin distinción de color, procedencia, credos o preferencias políticas. La tolerancia es una virtud del venezolano. Los problemas públicos suelen enfrentarse con paciencia y hasta con ánimo jocoso. Pero esta actitud no es suficiente. No debemos perder la capacidad de crítica ni de asombro ni de reacción moral; no podemos permanecer de brazos cruzados ante una situación que hiere las fibras humanas y espirituales más hondas de toda la sociedad venezolana.

11.- La parábola evangélica del Buen Samaritano, que expresa la actitud que Jesucristo reclama a sus oyentes: anda y haz tú lo mismo , nos ilumina para unir esfuerzos y levantar al país. La conmemoración del Bicentenario del 5 de julio nos brinda la ocasión de hacer propuestas, como ciudadanos y pastores, que aspiramos se conviertan en criterios de renovación social de Venezuela.

12.- Primero, es urgente recuperar entre todos el respeto y la promoción de la inviolable dignidad de la persona humana y de todos sus derechos. Sigamos el ejemplo de tanta gente desinteresada que, movida por un profundo sentido humanista y por las exigencias superiores de la fe religiosa, trabaja por los derechos humanos, la dignificación de las cárceles y la superación integral de los más pobres. El Estado, a su vez, tiene que demostrar capacidad y eficiencia para construir y cuidar los servicios básicos dignos: desde la recolección de la basura hasta la atención médica; una infraestructura confiable de la vialidad, el servicio eléctrico sin interrupciones, el trato humano adecuado en la oficina pública o privada, en el mercado o en el estadio, en el hogar y en el vecindario. En una palabra, dar respuesta satisfactoria a las necesidades del pueblo.

13.- Segundo, valorar una cultura del trabajo y de la colaboración solidaria en la producción y gestión de la riqueza. Se crece y madura como persona en el trabajo tesonero y en el aporte real de nuestras capacidades al bien común. Tenemos que superar la anticultura de la dádiva, de las colas interminables para recibir los mendrugos de una asignación o beca de la autoridad de turno. No podemos seguir con una vida parasitaria que se mueve al vaivén de quien tiene para repartir. No puede ser el clientelismo el que conceda empleos a quienes no son capaces o no estén suficientemente preparados para una determinada tarea y lo único que pueden mostrar es su afecto o compromiso con una línea política. La capacitación laboral de calidad y las oportunidades de empleo deben ser los parámetros de una cultura que aprecie el sentido pleno del trabajo productivo.

14.- Tercero, revalorizar la ciudadanía. Ser ciudadano es responsabilizarse de la vida y de la marcha de la comunidad. Participar activa y conscientemente en todos los espacios de la vida social. El país que queremos necesita del protagonismo de todos, en el que la meta principal ha de ser el bien común. Ciudadanía es también sinónimo de respeto al pluralismo y promoción de la convivencia democrática.

15.- Cuarto, ser discípulos de la verdad, el bien y la gratuidad. Solo la verdad nos hace libres. No transitemos por los caminos del facilismo, la mediocridad, el engaño o la manipulación. Necesitamos ver y reconocer un sinnúmero de ejemplos a nuestro alrededor, que nos muestran cómo se puede pensar en el bien del otro antes que en el propio beneficio.

16.- Quinto, corresponder a un país necesitado de auténtica reconciliación. Como creyentes estamos ante la gran oportunidad de manifestar el valor religioso del perdón, de la superación de los odios y resentimientos, para dar espacio a la acogida, a la sanación de actitudes, que nos lleven a incluir e integrar y a ser capaces de trabajar en común a pesar de las diferencias. La ética cristiana invita a alcanzar metas altas y exigentes, siempre con dulzura, delicadeza, y premura de quien desea el bien de las personas a quienes se dirige.

17.- Sexto, asumir como venezolanos y cristianos los desafíos de: Integrar en nuestras vidas el proceso de conversión y renovación espiritual, moral, intelectual, en la familia, la comunidad y la Iglesia, en la línea de un compromiso mayor para transformar la realidad actual del país; profundizar la opción preferencial por los pobres, ejercer un influjo real de transformación hacia un sistema económico más justo, más solidario y más propicio al desarrollo integral de todos; - promover la solidaridad cristiana y defender los derechos humanos ante las frecuentes violaciones de los mismos; reconstruir la democracia, promoviendo la participación y organización ciudadana; y renovar la labor de evangelización del ámbito cultural, defendiendo y promoviendo los valores humanos.

CONCLUSIÓN
18.- La celebración del Bicentenario del 5 de julio del año 1.811 nos exige escribir de nuevo el Acta de la Independencia encarnando en cada uno de nosotros los postulados que la constituyen: como todos los pueblos del mundo, estamos libres y autorizados para no depender de otra autoridad que la nuestra. Con la convicción de que la búsqueda de nuestro propio bien y utilidad no se quiere establecer sobre la desgracia de nuestros semejantes.

19.- Caminemos por la senda de la fraternidad y el respeto. Busquemos el bien y la utilidad común, sin menoscabo de los demás, de los que no piensan como nosotros. No repitamos los errores que condujeron al fracaso y a la guerra. Profundicemos la vía de la gratuidad, del servicio desinteresado. Como el samaritano del camino que se fue sin esperar reconocimientos ni gratitudes. La entrega desinteresada fue su satisfacción frente a Dios y ante sí mismo. Es lo que pedimos para todos: en especial, para el pueblo llano y sencillo, creyente y amante de la paz, auténtico depositario de la soberanía, integrado por personas libres y de invalorable dignidad.

20.- Quédate con nosotros porque ya es tarde y el día se acaba, le dijeron a Jesús los dos discípulos de Emaús; su actitud de desesperanza cambió al descubrir que era Jesús Resucitado aquel que les acompañaba y con quien conversaban. Dejémonos convocar por el gesto profundo de Cristo, compartiendo el pan, fruto del sacrificio y del trabajo común. Los mejores logros en la vida bicentenaria del país, sólo se obtienen afirmando el sistema democrático, superando las diferencias políticas y aceptando el diálogo, no exento de tensiones, como vía de convivencia pacífica. Animémonos a vivir de esta manera; y comprometámonos, cada quien desde su propia responsabilidad, a construir entre todos un país mejor. Con nuestra bendición episcopal y la seguridad de la maternal protección de María Santísima de Coromoto. Los Arzobispos y Obispos de Venezuela

Caracas, 29 de Junio de 2011, solemnidad de San Pedro y San Pablo

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