viernes, 18 de febrero de 2011

Enemigos Amados


Comentario al Evangelio del próximo domingo 20 de febrero, séptimo del tiempo ordinario (Mateo 5,38-48):

"Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Yo les digo que no opongan resistencia al que les hace mal. Antes bien, si uno te da una bofetada en tu mejilla derecha, ofrécele también la otra. Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica déjale también el manto. Si uno te obliga a caminar mil pasos, haz con él dos mil. Da a quien te pide y no vuelvas la espalda a quien te pide prestado.
Ustedes han oído que se dijo: Amarás o tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, oren por sus perseguidores. Así serán hijos de su Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos. Si ustedes aman sólo a quienes los aman, ¿qué premio merecen? También hacen lo mismo los recaudadores de impuestos. Si saludan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? También hacen lo mismo los paganos.
Por tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que está en el cielo."


Jesús nos está explicando las Bienaventuranzas en los Evangelios de estos do­mingos. Lo que esta vez escucharemos se hace especialmente sorprendente, inesperado y hasta duro de seguir. Sin duda que así se quedarían aque­llos primeros oyentes de es­tas palabras del Maestro. Entonces, como también ahora, los hombres tenían sus sub­terfugios para dar salida a su "honrilla". No se trataba de ser violento o agresivo, pero tampoco bobo, y entonces acuñaron aquel célebre "ojo por ojo y diente por diente", de la vieja ley del Talión. Es decir, no tiraremos la primera piedra, pero quien nos busque nos encontrará y su provocación no quedará sin responder. Luego vendrá nuestro dicho: "yo perdono pero no olvido", que es un modo imposible y sutil de conciliar algo tan opuesto y dispar como el perdón y el rencor.

Jesús viene y dice: amad a vuestros enemigos, sorprended a quien os afrenta, con­fundid a los que os piden algo. Otros dirán cosas distintas, otros tendrán solapada­mente sus mezquinos ajustes de cuentas, con sus dientes y sus ojos... medidos y pesa­dos en la balanza de su talión particular. No se trataba de un oportunismo sino de de­volver a los hombres la real posibilidad de volver a ser imagen y semejanza de un Dios que no discrimina a nadie, que ama a sus enemigos regalando el sol cada mañana a los buenos y a los malos, y envía la lluvia hermana a los justos y a los injustos.

Jesús no predicaba simplemente una ética universal, una buena educación cívica y unas normas de urbanidad válidas para todos. Él propone otra cosa, coincida o no con lo que otros puedan igualmente pensar y proponer. El amor que cuenta y pesa, el amor que calcula, el que pide condiciones... éste no le interesa a Jesús. Ése pertenece a los paganos, a los que no pertenecen a la ciudad de Dios ni a su Pueblo. Acaso podemos pensar que no tenemos enemigos de solemni­dad. Enemigos de ésos a los que se responde con mísiles modernos o con duelos ro­mánticos. Pero la enemistad que Jesús nos invita a superar con amistad, y los odios que Él nos urge a transcender con amor, pueden estar muy cerca, tal vez demasiado cerca.

El amor que Jesús nos propone se debe hacer gesto cotidiano, permanente. Porque los amigos o enemigos a los que indistintamente debemos amar se pueden en­contrar cerca o lejos, en nuestro hogar o en el vecino, puede ser un familiar o un com­pañero, frecuentar nuestras sendas o sorprendernos en caminos infrecuentes... Pero todo esto da lo mismo. No hay distinción que valga para dispensarnos de lo único impor­tante, de lo más distintivo y de lo que nos diferencia de los paganos (Mt 5,46-47): el amor. En esto nos reconocerán como sus discípulos.

Monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo

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