domingo, 27 de febrero de 2011
El perdón y sus efectos curativos
El perdón es uno de los actos más nobles que puede consumar una persona, aunque como recurso curativo ha sido subutilizado. Se ha demostrado científicamente que perdonar resulta una eficaz medicina, por ser una especie de bisturí simbólico que corta el cordón umbilical que nos une al dolor, lo nutre y lo conserva. Su efecto positivo en la salud física y espiritual mejora nuestra calidad de vida en sentido general.
Pero, perdonar no es una tarea fácil, porque demanda fortaleza y valentía de la persona que se siente ofendida. Contrariamente a lo que muchos piensan, olvidar un agravio es un acto de fortaleza, no de debilidad; porque involucra una gran dosis de voluntad para superar la parte animal del ser humano y vencer el impulso de la venganza.
EL RENCOR DAÑA LA SALUD
El rencor es un mal sentimiento, pues cuando recordamos una ofensa o pensamos en la persona o circunstancia que la provocó experimentamos sensaciones molestas: frustración, dolor, ira, impotencia y ansiedad. Esa carga tóxica anega nuestra mente, se instala en nuestro organismo y nos provoca angustia e infelicidad.
Se ha comprobado que el enfado, el encono y el resentimiento son emociones que nos conectan directamente con la hipertensión arterial y otras enfermedades; además de producirnos molestias como dolores de cabeza, indigestión, tensión muscular y calambres.
Pero ninguna de las incomodidades físicas que producen el odio y el rencor son comparables con el perjuicio que nos provocan en el aspecto psicológico: apagan el espíritu y nos desvalijan de energía positiva.
¿QUÉ DICEN LOS CIENTÍFICOS?
En la mayoría de los casos, las ofensas producen sentimientos de coraje, de dolor y de resentimiento y en muchas ocasiones el deseo de vengarse del causante del agravio, ultraje o humillación y de cobrar "ojo por ojo" y "diente por diente".
La persona que se niega a perdonar y fomenta el rencor sigue siendo víctima de quien le lastimó en el pasado y aunque mucho se ha hablado del "dulce sabor de la venganza" está comprobado que saber perdonar ofrece mucho más ventajas - a largo plazo- que cobrar una ofensa.
Los resultados de algunas investigaciones científicas han demostrado que las víctimas que perdonan a sus agresores experimentan una mejoría física y psicológica mayor que aquellas que no lo hacen. Quien se rehúsa a perdonar conserva en sus adentros una carga de sentimientos negativos y esto provoca que el acto de la agresión se prolongue más en el tiempo.
Pero no son solos las sectas religiosas las que proclaman los beneficios del perdón; sino que la psicología también sostiene que el rencor, el coraje y el deseo de venganza dañan el cuerpo y el alma, porque provocan y crean emociones negativas en el cerebro que impiden el funcionamiento sereno y equilibrado de una persona.
Según las últimas investigaciones científicas, cuando el estado de ánimo se mantiene deseando una revancha o represalia, el cerebro y el cuerpo humano promueven toxinas que actúan sobre el organismo y afectan los sistemas cardiovascular, digestivo y nervioso.
El doctor Frederick Luskin, profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford y fundador del Stanford Forgiveness Project (institución que estudia los efectos del perdón en el ser humano) asegura que perdonar nos libera para vivir a plenitud y con salud de mente, cuerpo y espíritu.
Según los estudios de Luskin (quien también es autor de la obra "Perdona para siempre") cuando una persona condona una ofensa eleva su vitalidad, su apetito, sus patrones de sueño y su energía. Todo lo que disminuye la ira, el dolor y la depresión, puede reducir también la presión arterial y hacer a las personas más optimistas, energéticas y vitales.
BENEFICIOS DEL PERDÓN
Los investigadores del tema aseguran que al perdonar se obtienen los siguientes beneficios:
- Disminución de los niveles de ira y hostilidad.
- Aumento de los sentimientos de amor.
- Mejor habilidad para controlar la ira.
- Incremento en la capacidad de confiar en otros.
- Liberación de los sentimientos asociados a eventos del pasado.
- Ayuda para evitar la repetición de ciertos de patrones negativos.
- Mejoría significativa en los desórdenes de índole psicológico y de la salud en sentido general.
- Beneficia tanto a quien lo otorga como a quien lo recibe.
- Fortalece y solidifica las relaciones.
¿POR QUÉ ES TAN DIFÍCIL PERDONAR?
Perdonar es gran un desafío, por el valor que concede nuestra cultura al YO y al EGO. Se nos hace ver que perdonar es un símbolo de debilidad. Pero no es cierto, porque olvidar una ofensa, ultraje, escarnio, injuria, insulto o maltrato es un acto valiente que lleva implícito una gran integridad.
Si bien perdonar es un acto que resulta tan positivo y terapéutico muchas personas se niegan a hacerlo por varias razones, entre ellas:
- Piensan que esta actitud es una manera de demostrar que "tienen la razón"
- Consideran que es una forma de controlar la situación o de mantener cierta ilusión de control.
- Lo utilizan como un medio para evitar la intimidad.
- Tratan con eso de eludir sentimientos más profundos de tristeza, desesperación, dolor, abandono y rechazo.
- Estiman que es una forma de hacerse escuchar, castigar o de desquite.
- Utilizan esta actitud como para insistir en que el problema es suyo, no de otra persona.
- Entienden que actuando así logran que la vida continúe tal como está y evaden la claridad que podría proporcionar un cambio al cual temen.
¡FUERA EL RENCOR!
Caroline Myss, autora del best seller "Anatomía del espíritu", afirma que mantener vivo el rencor es como si te hubieran hecho una herida física y a cada instante la abrieras para sentir lo terrible y dolorosa que es.
El psicólogo norteamericano Michael E. McCullough y su grupo de colaboradores estudiaron la personalidad de los vengativos, los procesos y aptitudes que requiere el perdonar y los efectos saludables que de ahí se derivan. g Concluyeron también en que perdonar puede optimar la calidad de vida, la presión arterial, el sistema inmune y prevenir la depresión, la ansiedad.
Los textos sagrados de distintas religiones, como el budismo, el hinduismo y el cristianismo, aconsejan la absolución y la gracia del perdón ante las ofensas sufridas. De manera, que en la dimensión de nuestra vida como creyentes es aconsejable que sepamos perdonar para así obtener la gracia divina.
El perdón nos ayuda a reducir el resentimiento, el enojo y la irritación; sentimientos que desarrollan en la persona un sentido de culpa, zozobra e agitación. El rencor, el coraje y el deseo de venganza dañan el cuerpo y el alma, porque provocan emociones negativas en el cerebro e impiden un funcionamiento sereno y equilibrado.
¡Perdonemos! porque el perdón es un instrumento de reconstitución y encuentro y a través de él no solo vamos a favorecer nuestra salud física sino también para calmar nuestro espíritu, lograr la paz interior y la gracia divina.
Por Sarah Pérez Barnes
viernes, 25 de febrero de 2011
Confiados ante una belleza
Comentario al Evangelio del próximo domingo, octavo del tiempo ordinario (Mateo 6, 24-34):
"Nadie puede estar al servicio de dos señores, pues u odia a uno y ama al otro o apreciará a uno y despreciará al otro.No pueden estar al servicio de Dios y del dinero.
Por eso les digo que no anden agustiados por la comida (y la bebida) para conservar la vida o por la ropa para cubrir el cuerpo. ¿No vale más la vida que el sustento?, ¿el cuerpo más que la ropa? Miren las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni recogen en graneros, y sin embargo, el Padre del cielo las alimenta. ¿No valen ustedes más que ellas? ¿Quién de ustedes puede, por mucho que se inquiete, prolongar un poco su vida? ¿Porqué se angustian por la vestimenta? Miren como crecen los lirios silvestres, sin trabajar ni hilar. Les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy crece y mañana la echan al horno, Dios la viste así, ¿no los vestirá mejor a ustedes, hombres de poca fe?
En conclusión, no se angustien pensando: ¿qué comeremos?, ¿qué beberemos?, ¿Con qué nos vestiremos? Todo eso buscan ansiosamente los paganos. Pues el Padre del cielo sabe que ustedes tienen necesidad de todo aquello. Busquen primero el reino (de Dios) y su justicia, y lo demás lo recibirán por añadidura."
El Evangelio de este domingo nos debe provocar. No se trata de la provocación que humilla, sino la que nos permite despertar. Jesús, en esa larga explicación que está haciendo de las bienaventuranzas, llega a un punto particularmente desconcertante: ¿hasta cuándo te fías verdaderamente de Dios? ¿hasta qué punto crees en su mirada y en sus manos para explicar la Divina Providencia?
Toda la predicación de Jesús, hecha de signos, milagros y palabras, pasaban por la vida real, esa que tiene circunstancia, morada y edad. Unas veces serán los lirios y las flores como hoy nos relata el texto evangélico, o los pájaros y sus nidos, otras el juego de los niños en la plaza del pueblo, o la pobre viuda con su pobre e infinita limosna, o el corazón bueno que se escondía detrás de pecadores públicos como Zaqueo o la Magdalena. Sí, Jesús era un observador atento de las cosas que ocurrían, y a través de todas ellas Él leía lo que en esas páginas de la vida escribían las manos del Padre Dios.
No os agobiéis, porque hay Alguien más grande que vela por vosotros. No hagáis del dinero ni de ningún otro ídolo se llame como se llame su poder, su placer o su tener, el aliado falso de una imposible felicidad según una mezquina medida. Es entonces cuando Jesús abre la ventana de la realidad, cuya belleza inocente y gratuita nadie ha podido manchar: los lirios del campo. O las avecillas que vuelan zambullidas y seguras en el aire de la libertad. Él ha puesto en nuestra manos el talento para trabajar y en nuestro corazón la entraña de compartir con los demás.
No invita este evangelio a una pasividad irresponsable y crédula, sino a una confianza operosa. Porque cuando nos llega la prueba, el dolor físico o moral, cuando nos hacemos mil preguntas y parece que nadie es capaz de responder, ni de abrazar, ni siquiera de acompañar, nos sentimos morir de algún modo. Pero todo eso sólo tiene la penúltima palabra, por dura y difícil que sea: es sólo la palabra penúltima. Lo que en verdad genera una alegría que nadie puede arrebatarnos es la espera y la esperanza de poder escuchar la palabra final sobre las cosas, ésa que Dios mismo se ha reservado. Y entonces, como dice Jesús, ya no preguntamos más, ni nos agobiamos.
Sólo damos gracias conmovidos por ver nuestro corazón lleno de la alegría para la que fue creado. Lo dice también el salmo: Dios nos quitará los lutos y sayales, para revestirnos por dentro y por fuera de danza y de fiesta. Es la confianza que se despierta ante la belleza de una Presencia como la de Dios, que se deja entrever y balbucir con mesura y discreción en los rincones de la vida que nos da.
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo
viernes, 18 de febrero de 2011
Enemigos Amados
Comentario al Evangelio del próximo domingo 20 de febrero, séptimo del tiempo ordinario (Mateo 5,38-48):
"Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Yo les digo que no opongan resistencia al que les hace mal. Antes bien, si uno te da una bofetada en tu mejilla derecha, ofrécele también la otra. Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica déjale también el manto. Si uno te obliga a caminar mil pasos, haz con él dos mil. Da a quien te pide y no vuelvas la espalda a quien te pide prestado.
Ustedes han oído que se dijo: Amarás o tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, oren por sus perseguidores. Así serán hijos de su Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos. Si ustedes aman sólo a quienes los aman, ¿qué premio merecen? También hacen lo mismo los recaudadores de impuestos. Si saludan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? También hacen lo mismo los paganos.
Por tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que está en el cielo."
Jesús nos está explicando las Bienaventuranzas en los Evangelios de estos domingos. Lo que esta vez escucharemos se hace especialmente sorprendente, inesperado y hasta duro de seguir. Sin duda que así se quedarían aquellos primeros oyentes de estas palabras del Maestro. Entonces, como también ahora, los hombres tenían sus subterfugios para dar salida a su "honrilla". No se trataba de ser violento o agresivo, pero tampoco bobo, y entonces acuñaron aquel célebre "ojo por ojo y diente por diente", de la vieja ley del Talión. Es decir, no tiraremos la primera piedra, pero quien nos busque nos encontrará y su provocación no quedará sin responder. Luego vendrá nuestro dicho: "yo perdono pero no olvido", que es un modo imposible y sutil de conciliar algo tan opuesto y dispar como el perdón y el rencor.
Jesús viene y dice: amad a vuestros enemigos, sorprended a quien os afrenta, confundid a los que os piden algo. Otros dirán cosas distintas, otros tendrán solapadamente sus mezquinos ajustes de cuentas, con sus dientes y sus ojos... medidos y pesados en la balanza de su talión particular. No se trataba de un oportunismo sino de devolver a los hombres la real posibilidad de volver a ser imagen y semejanza de un Dios que no discrimina a nadie, que ama a sus enemigos regalando el sol cada mañana a los buenos y a los malos, y envía la lluvia hermana a los justos y a los injustos.
Jesús no predicaba simplemente una ética universal, una buena educación cívica y unas normas de urbanidad válidas para todos. Él propone otra cosa, coincida o no con lo que otros puedan igualmente pensar y proponer. El amor que cuenta y pesa, el amor que calcula, el que pide condiciones... éste no le interesa a Jesús. Ése pertenece a los paganos, a los que no pertenecen a la ciudad de Dios ni a su Pueblo. Acaso podemos pensar que no tenemos enemigos de solemnidad. Enemigos de ésos a los que se responde con mísiles modernos o con duelos románticos. Pero la enemistad que Jesús nos invita a superar con amistad, y los odios que Él nos urge a transcender con amor, pueden estar muy cerca, tal vez demasiado cerca.
El amor que Jesús nos propone se debe hacer gesto cotidiano, permanente. Porque los amigos o enemigos a los que indistintamente debemos amar se pueden encontrar cerca o lejos, en nuestro hogar o en el vecino, puede ser un familiar o un compañero, frecuentar nuestras sendas o sorprendernos en caminos infrecuentes... Pero todo esto da lo mismo. No hay distinción que valga para dispensarnos de lo único importante, de lo más distintivo y de lo que nos diferencia de los paganos (Mt 5,46-47): el amor. En esto nos reconocerán como sus discípulos.
Monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo
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miércoles, 16 de febrero de 2011
Reflexiones (minuta de nuestro encuentro anterior)
- Hay ocasiones en las que pudiendo ser testigo de nuestro cristianismo, las dejamos pasar; con frecuencia por vivir una fe fundamentalmente privada (intimista?). A veces nos falta coraje al punto que hasta en familia nos inhibimos.
- Hay casos extremos en los que se manifiesta esta especie de cobardía de los cristianos como es el caso del Calendario 2011 de la Comunidad Europea en la que sólo se identifican las festividades judías y musulmanas y no así las cristianas.
- Si de verdad contamos con el Espíritu Santo en nosotros, ¿cómo es que nos acobardamos ante el mundo?
- Asumamos una vida más dirigida al quehacer y menos proclive a quejas y lamentos!!!
- Juan Bautista supo descubrir en Jesús al Mesías enviado de Dios, más allá de su pobreza e itinerancia.
- ¿Qué nos impide hacer opciones a favor de la justicia? ¿Por qué convivimos con injusticias sin atrevernos siquiera a reconocerlas y menos aun denunciarlas? Por ejemplo, respecto al caso de los damnificados, lo prioritario era y quizas siga siendo que la ayuda llegue a donde debe llegar.
- Resulta valioso saber y sentir que no estamos solos como personas individuales. Solidarizarse con otros ayuda a superar los miedos, también a reconocer que hay misiones distintas e igualmente válidas.
- Estamos ante el desafío de entrar en nosotros mismos como también de vivir en alerta ante el mundo evitando ingenuidades.
Disculpen la tardanza y por favor hagan los comentarios que les parezcan pertinentes con toda libertad!!! Nos vemos el domingo próximo Dios mediante. Abrazo para todos,
Ana Guinand
martes, 15 de febrero de 2011
A la Comunidad Mundial CVX:
Es para mí una gran alegría el poder compartir con todos los miembros de la Comunidad de Vida Cristiana la celebración del nacimiento para el cielo de San Ignacio, hace 450 años, y de los nacimientos en este mundo de San Francisco Javier y del Beato Pedro Fabro, hace exactamente cinco siglos. En muchos lugares del mundo, los jesuitas están preparando celebraciones en honor de estos primeros compañeros, con toda clase de festejos y otras iniciativas, pero sobre todo con el gran deseo de recibir de esta fuente de espiritualidad una renovación del empuje apostólico que tenemos en común con la CVX casi desde sus orígenes. Todavía hoy la santidad de estos tres primeros jesuitas marca tanto la vida de la CVX como la nuestra.
Ignacio, el peregrino, era un laico cuando empezó a compartir con muchos otros laicos, que encontró por el camino, la experiencia de los Ejercicios Espirituales, vivida como un verdadero camino hacia Dios. Gracias a esta aventura, otros muchos hombres y mujeres siguen descubriendo lo que el Señor quiere de ellos y lo que Él desea construir junto con ellos para la verdadera vida del mundo. La CVX y los jesuitas son muy conscientes de que los Ejercicios Espirituales siguen enriqueciendo a sus comunidades con una innegable fuerza espiritual y con el don del discernimiento orante, para poder responder, de forma siempre nueva, a las preguntas que Ignacio formulaba: “qué he hecho por Cristo, qué hago por Cristo y qué debo hacer por Cristo”.
Aquí es donde entra en escena San Francisco Javier. Al hacer los Ejercicios Espirituales con Ignacio, no se hizo sordo al llamamiento de este Señor que pasaba de ciudad en ciudad y de casa en casa para anunciar la Buena Nueva. Cuando contemplamos a Francisco Javier, recorriendo a su vez los caminos de Asia hasta las puertas de China, nos sentimos estimulados, personalmente y en comunidad, a continuar la misión del Señor entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que viven a nuestro alrededor o con nosotros. Demos gracias al Señor porque la CVX nunca ha abandonado, sino que más bien ha asumido siempre de manera cada vez más consciente su responsabilidad misionera en la vida de cada día, en el trabajo y en el ocio, en las alegrías y en las penas, en la celebración de la fe y en la promoción de la paz y la justicia.
Y es aquí también donde encontramos al Beato Pedro Fabro, acaso menos conocido por nosotros, pero muy estimado por Ignacio, que le consideraba el mejor especialista en los Ejercicios Espirituales, y por Francisco Javier de quien era un gran amigo. Viendo a Pedro Fabro recorrer la Europa de su tiempo, descubrimos la importancia primordial del acompañamiento espiritual, de persona a persona, de corazón a corazón. Al visitar una ciudad o un pueblo, buscaba siempre el contacto personal, el encuentro con el Señor, realizando así el deseo apostólico que Ignacio formulaba como “ayudar a los demás” a encontrar personalmente al Señor que les había llamado a la existencia y que siempre estará allí, para acogerlos luego para siempre en un cielo nuevo y una tierra nueva. Nuestra cultura nos hace muy sensibles ante todo lo que es visual y espectacular. Hace falta mucha audacia para creer en la fecundidad apostólica de la misión de encontrarse y compartir, de escuchar y aconsejar, de acompañar y “conversar”, tal como decían los primeros jesuitas. Y sin embargo así es como la verdadera vida cristiana puede crecer y llegar a ser comunión eclesial.
Ciertamente, la CVX y la Compañía de Jesús, siguiendo el espíritu de Ignacio, Javier y Fabro, viven y trabajan en comunión de oración y trabajo. Pero también hay que dar gracias al Señor de la viña por la gracia propia de la CVX. Como “Christi fideles laici”, plenamente insertados en la vida laical, tienen la misión de anunciar la buena noticia a todos los que están a su alrededor y cerca de ellos. Es una gran gracia en la Iglesia actual poder contemplar la floración de tantos movimientos eclesiales. En medio de tantas formas espirituales y apostólicas a través de las cuales se manifiestan la vocación y la misión de los “Christi fideles laici”, la CVX tiene también su justo lugar, por el vigor de una experiencia secular. San Ignacio no quiso nunca fundar una tercera orden, pero ya en su tiempo fomentó las asociaciones de fieles que deseaban vivir por su cuenta la experiencia de los Ejercicios Espirituales bajo una modalidad comunitaria, según las necesidades de la Iglesia en el mundo.
En el umbral de este año jubilar, que comenzará el próximo 3 de diciembre en el castillo de Javier (Navarra), me complace compartir con todos ustedes la inspiración de los ejemplos de San Ignacio, San Francisco Javier y el Beato Pedro Fabro, presente tanto en la CVX como entre los jesuitas. A todos les agradezco su comunión en la alegría de esta celebración conjunta “ad maiorem Dei gloriam”.
Fraternalmente en el Señor,
Peter-Hans Kolvenbach, S.J.
Prepósito General
Roma, 4 de noviembre de 2005
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lunes, 14 de febrero de 2011
Una vocación para mí «tribu»: la solidaridad
Es urgente convertir este siglo en el Siglo de la Solidaridad, sobre todo de la solidaridad internacional. Si no, hay poca esperanza de que los países pobres salgan de su pobreza, o de que afrontemos las crisis del medio ambiente y la violencia que se propagan y amenazan con hundirnos. La práctica de la solidaridad es igualmente necesaria para mi propia «tribu» de clase media. La solidaridad es clave para superar las mil trampas que deshumanizan en las sociedades de consumo.
En lo que sigue, explicaré primero por qué esta solidaridad es tan urgente. Después ofreceré algunas ideas sobre cómo enmarcar su práctica y plantearla hoy a la gente de clase media.
¿Un siglo de solidaridad? Considérense los signos de estos tiempos -de malas y buenas noticias, de crisis y de oportunidades.
A pesar de la abundancia de alimentos en el mundo, más de 800 millones de personas sufren de hambre crónica. En los países ricos, cien millones viven en la pobreza. El militarismo, la delincuencia y el SIDA se multiplican. Las reglas del juego económico y político están distorsionadas y favorecen a los más poderosos. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial de Comercio (ÓMC), que vigilan este «juego», responden a los poderosos intereses financieros del Grupo-7, y sólo a éstos rinden cuentas. Estas élites aprovechan las deudas impagables de los países pobres y su dependencia en los mercados del Norte, convirtiendo la globalización en neocolonialismo. Por su parte, la creciente brecha entre ricos y pobres es un factor decisivo de la crisis ecológica.
A todo esto hay que agregar que no aparece en el horizonte un modelo alternativo viable. No hay más Palacios de Invierno que las izquierdas puedan tomar; y si los hubiera, de ser tomados, serían pronto reconquistados con la ayuda de la CÍA. Si «otro mundo es posible», como se canta en Porto Alegre, pocos esperan mucho cambio «desde arriba», hecho por gobiernos o por partidos.
Sin embargo, para mucha gente la sociedad civil ha emergido como el lugar de la esperanza para el cambio social. En las últimas décadas, América Latina (como otras regiones) ha experimentado un florecer exuberante de grupos de ciudadanos: vecinos, mujeres, indígenas, ambientalistas, sindicalistas, pequeñas y medianas empresas, cooperativas y bancos comunales, minorías étnicas y sexuales, consumidores y estudiantes. Estos grupos impulsan cambios desde abajo y en toda la base de la sociedad. Muchos enfatizan la participación democrática, la transparencia y la necesidad de rendir cuentas, lo cual es un anuncio prometedor si se tienen en cuenta lo que han sido sociedades tan tradicionales y autoritarias.
Pero el camino es cuesta arriba. Las microiniciativas locales de estos grupos topan con macroobstáculos a nivel local y global. En El Salvador, por ejemplo, si quieres desafiar a las empresas que están contaminando el Río Acelhuate, podrías encontrarte mañana flotando en sus aguas. Ante este tipo de oposición, ambientalistas locales se hacen amigos de «Greenpeace». Defensores de los derechos humanos pactan alianzas con «Amnistía Internacional». Las cooperativas también se unen local e intemacionalmente. Sindicalistas del sector maquila se vinculan con sus colegas en el extranjero. Las comunidades locales gestionan, con parroquias y comunidades hermanas en Norteamérica y Europa, la venta de sus artesanías. Sin alianzas de esta clase, las iniciativas locales tienen pocas posibilidades frente a quienes controlan los mercados, los gobiernos y los medios de violencia. Aun con aliados, los grupos y movimientos locales nadan como peces pequeños en un mar de tiburones. Competidores titánicos dominan el contexto internacional: el capital transnacional, los ya mencionados G7, FMI y OMC, con su poderío económico y político, y la presencia militar de Estados Unidos.
Sin embargo, además de los mercados y la tecnología, el poder popular también se está globalizando. Primero se dieron las protestas en las calles de Seattle; luego, en Bangkok, Praga, Québec y Génova. Últimamente, las protestas multimillonarias, sin precedentes, del 15 de febrero pasado se alzaron contra la invasión de Irak. Todo esto simboliza un desafío creciente a la hegemonía global elitista y cuenta, además, con logros notables: unas 1.300 ONGS impulsaron un Tratado Antiminas global a ritmo récord, ganando el Premio Nobel por la Paz en 1996. La coalición «Jubileo 2000» presionó a las naciones ricas para que proporcionen alivio a los países más endeudados. Mientras crecen y se articulan entre sí, las legiones de actores no gubernamentales siembran las semillas de un nuevo orden social, con cuya forma todavía no hemos dado.
Pero, repito, las iniciativas populares necesitan aliados internacionales. Nos urge la llegada de un Siglo de Solidaridad Internacional. Mientras los poderosos globalizan mercados, finanzas, comunicaciones y la venta de armas, la respuesta sólo puede ser la de globalizar la solidaridad, es decir, la práctica del amor. Por la causa de las mayorías pobres habrá que facilitar el acceso a la tecnología de Internet y de correo electrónico y proporcionar pasajes aéreos con grandes descuentos. Pero, sobre todo, hacen falta personas nuevas. Se puede vivir y luchar sin conocer la ruta que conduce directamente a la utopía, pero sería fatal no contar con personas bien preparadas y comprometidas a largo plazo. Éstas son «indispensables», como decimos en Centroamérica: gentes con corazones que respondan al sufrimiento y con cabezas capaces de abordar los mecanismos complejos que generan víctimas.
Aunque se ha avanzado en esto, estamos lejos de contar con la masa crítica de «personas nuevas» necesarias para librar la batalla en favor de la vida en el siglo XXI. Esto presenta un serio desafío práctico, educacional y pastoral.
Vocación y camino auténtico
¿Dónde vamos a encontrar a estas gentes? Las encontraremos en escuelas y universidades, en las ONGS, en las empresas, en las familias y en las iglesias. Éstas, y sobre todo la Iglesia católica, son las organizaciones transnacionales más grandes del mundo. Con las sombras que pueden tener, no tienen rivales en su servicio a comunidades pobres y en su potencial para fomentar la solidaridad internacional.
Pero ¿cómo ayudar a la gente, especialmente la de clase media en los países ricos, a descubrir la verdad sobre este mundo, tan cruel y tan bello a la vez, y responder mejor a él? ¿Cómo hacer esta invitación en sociedades de consumo y de compromiso «light»?
En esas sociedades, el pluralismo desenfrenado cuestiona toda autoridad, ideología y ética. ¡Cuidado con las arengas! La gente es más reacia que nunca a los discursos moralizantes, por bien intencionados que sean. Conviene encontrarse con esta gente en su propio terreno, donde tantean y buscan el sentido de la vida. Buscan, tal vez principalmente, la identidad propia. Las múltiples ofertas de modelos a imitar producen crisis de identidad. Se prorroga la consolidación de una personalidad sólida (¡o tal vez, rígida!). En este contexto, más que prohibiciones y exigencias, conviene hacer preguntas: ¿qué clase de personas queremos ser?; ¿quién quieres ser tú? Conviene hablar de vocaciones.
Nuestra vocación más profunda. La idea de vocación es central a la dignidad humana, pero es ajena al ambiente postmodemo. La sociedad capitalista de hoy nos trata como no más que productores y consumidores. Puede ofrecemos un empleo o, en el mejor de los casos, una profesión, pero nada de vocaciones.
Una vocación no es cualquier camino que se decide abrazar, como cuando se compra una camisa en la tienda. Es algo que se descubre. Mi vocación pueda ser la de criar hijos, descubrir planetas, conducir un camión o un movimiento social, o una combinación de todo ello. Pero, más que algo que yo hago, mi vocación es lo que soy o puedo llegar a ser. Para la mayoría, la música es un pasatiempo agradable; pero para algunos, como Pablo Casáls, es el destino: una manera de vivir que destapa sus energías más creativas. Cuando descubrimos nuestra vocación (o una parte de ella), algo dentro de nosotros salta de alegría. Sentimos como si hubiéramos descubierto por qué nacimos. Piénsese en tantos santos y santas de antes, pero también en Picasso, Simone Weil y Monseñor Romero. El descubrir mi vocación otorga un sentido profundo a mi vida. En la sociedad posmodema, todo el mundo añora eso.
Aunque las vocaciones varían mucho, todas y todos compartimos una vocación más profunda como seres humanos: la de amar y servir. Cuando descubrimos esta vocación, sentimos un salto de alegría interna muy particular: de consolación. No se trata de una exigencia impuesta desde fuera, sino de una invitación que surge desde dentro.
Mientras vivamos, una voz resuena en nosotros invitándonos a responder. Todos y todas la hemos oído, aunque otras voces pueden ahogarla. En momentos privilegiados, nos llega de forma clara.
El ex Secretario General de la ONU, Dag Hammarskjóld, relató una invitación que transformó su vida: «...en algún momento, de hecho, respondí "Sí" a Alguien -o Algo-, y a partir de esa hora estuve convencido de que existir tiene sentido y que, por tanto, mi vida, en autoentrega, tenía una meta»'.
Responder así le otorgó a Hammarskjóld una dirección en su vida. De hecho, lo condujo a la cruz y la muerte. Lo mismo pasó con Ita Ford, religiosa de Maryknoll, que laboró entre desplazados de guerra en El Salvador. Fue asesinada por la Guardia en El Salvador en 1980. Poco antes de morir, Ita le escribió a su sobrina, de 16 años, en Estados Unidos, «Espero que llegues a encontrar aquello que dé un sentido profundo a tu vida. Algo por lo que valga la pena vivir -tal vez aun morir-, algo que te anime, que te entusiasme, que te haga seguir adelante. No te puedo decir lo que puede ser. Eso te toca a ti descubrirlo, elegirlo, amarlo»2.
Ita invitó a su sobrina a escuchar la llamada dentro de sí. Supo que nos toca vivir una sola vez, que hay que hacer que esa vida cuente para algo. Lo que más necesita el mundo son personas que se lo jueguen todo por la verdad y la justicia. Nuestra propia necesidad más profunda coincide con esa necesidad. Sólo seremos felices entregándonos a algo más grande que nosotros mismos: a aquel proyecto divino -el Reino- en favor de la vida y la fraternidad. Naturalmente, es posible desoír esa llamada y pasar por la vida medio dormido. La sociedad de consumo parece estar diseñada con ese mismo propósito. Conviene considerar esa sociedad más de cerca para saber qué, o quién, puede despertar a sus habitantes.
Mi tribu. Yo pertenezco a esa «tribu» peculiar de la clase media. Para comprendemos, hay que recordar que las sociedades burguesas están recién llegadas al escenario de la historia. Sólo han existido durante los últimos 200 años. En poco tiempo han logrado notables avances: la democracia, los derechos humanos, el espíritu científico, etc. Son las primeras sociedades en que la mayoría puede vivir sin las preocupaciones que ocasiona la lucha diaria por la supervivencia y contra el hambre, la enfermedad y la violencia; lucha que alcanzó a toda la humanidad (menos a las pequeñas élites) desde sus orígenes.
Aunque las colonias y las razas expoliadas de siglos pasados pagaron caro tales avances, éstos son reales e importantes. Pero debe observarse que nosotros, los beneficiarios, también pagamos un alto precio por nuestras libertades y nuestra seguridad económica. Vivir más allá de la lucha diaria por la vida y la muerte ha producido en mi «tribu» una especie de leve calentura crónica de confusión sobre lo que realmente importa en la vida: la vida misma y la fraternidad. Si esto fuera poco, nuestra tecnología y el acceso ilimitado a la información ocultan todo ello y nos hacen creer que somos los menos confundidos de todos. ¡No somos mala gente, sólo una minoría pequeña que cree, como tantas minorías, que el universo gira en torno a nosotros y que el resto del mundo debe aspirar a imitarnos! Los pobres pueden liberarnos de estas fantasías, tal como lo ilustra el siguiente ejemplo.
El encuentro. Olas de delegaciones extranjeras pasan por El Salvador cada año. La mayoría de ellas llegan un tanto inquietas. Han oído ya sobre las masacres del pasado, los terremotos y la miseria eterna, y los peregrinos temen vagamente lo que les espera. «¿Se lanzará esta gente a por nuestras billeteras?», se preguntan. «¿Sufriré un enorme ataque de culpa al llegar al barrio marginal?».
Para sorpresa, los visitantes pasan gran parte de su visita preguntándose por qué esta gente pobre sonríe y por qué insisten en compartir sus pocas tortillas con personas desconocidas. Sin embargo, si los extranjeros se atreven a escuchar las historias de espanto y dolor, la gente pobre les partirá el alma. Esto resultará ser la parte más importante del viaje. Para algunas personas, tal experiencia marca un antes y un después en sus vidas.
Las víctimas obligan a los peregrinos a hacer un alto en su camino y a concentrar su atención. «¡Dios mío! Sus niños mueren de enfermedades que se pueden prevenir. Los poderosos les roban impunemente. ¡Es tan injusto...!». Y se desubican, no porque la gente sea enteramente santa, sino porque, obviamente, no merece esto. Son humanos, a fin de cuentas.
Cuanto más permiten los visitantes que esa humanidad penetre sus defensas, tanto más destanteadas se sienten. Atisban su propio reflejo en los ojos de sus anfitriones. «¡Es gente como nosotros!». Sienten una invitación ligera a poner a un lado la carga de su propia superioridad (de la cual apenas eran conscientes) y comienzan a sentirse algo más pequeños. Sienten una suave vergüenza. Les invade algo el temor y la fascinación, pues la experiencia amenaza arrastrarlos como una corriente rápida. Ahora, el mundo comienza a desmoronarse. ¿Qué mundo? El mundo compuesto de gente importante, como ellos, y de gente que no cuenta, como estos pobres. Sienten una desorientación como cuando uno se enamora. Y, de hecho, algo parecido está sucediendo: una especie de enamoramiento. La tierra tiembla. Se abre el horizonte...
¿Por qué nos afecta tanto el encuentro con gente como ésta? Porque nos pone en contacto con nosotros mismos, con el mundo real y con el propio Dios.
Nos pone en contacto con nosotros mismos. Si dejamos que el dolor del mundo nos entre por medio de la persona de la víctima, ella nos pone en contacto con aquello que está dentro de nosotros y que hemos rechazado y dejado en el olvido. La persona rechazada por el mundo exterior posibilita una reconciliación con la persona que se siente rechazada en su interior (hay que tomar con toda seriedad el dolor -de angustia, depresión y soledad- de la gente de clase media y alta. Hay que reconocer también que gran parte de ese dolor tiene su origen en las relaciones sociales de la sociedad de clase media, y que gran parte de la cura depende de la transformación de esas relaciones).
La gente marginada también nos pone en contacto con el mundo y su drama central. Al obligamos a hacer un alto, nos muestran que ellos están, paradójicamente, en el centro de las cosas. Nosotros, en los cafés de París y Washington, vivimos al margen de la realidad. Las víctimas revelan el gran drama de bien y mal, de pecado y gracia: el mundo es mucho más cruel de lo que solemos suponer; y al mismo tiempo es mucho más maravilloso de lo que nos atrevemos a imaginar. Cuando los pobres insisten, a pesar de todo, en celebrar la vida, cuando comparten sus pocas tortillas con desconocidos, comunican esperanza. Nos hacen preguntar cuál será la fuente de aquella sonrisa que no parece tener base en los hechos. El pecado abunda, sí, pero sobreabunda la gracia (Rom 5,20).
En estos encuentros, las masas pobres del mundo emergen de su anonimato y asumen las tres dimensiones que caracterizan a las personas reales. Pero aquí hay más de tres dimensiones. Esta gente también nos pone ante el Misterio Santo. Su acogida cálida produce en muchas personas un sentido de paz, sobre todo porque la acogida no está condicionada a que los no pobres limpien primero su expediente con ellos y con millones de personas como ellos.
Las víctimas de un mundo dividido están cualificadas para perdonar. No todas están dispuestas a hacerlo. Pero, cuando lo están, pueden llegar a mediar un perdón mayor que el propio. En su acogida, la misericordia divina se nos acerca. Nos ayuda a admitir nuestra parte ambigua y a levantar nuestros ojos hacia la mirada benévola de Dios. No hay que ir lejos para hacer esta experiencia. Sólo hay que ir hondo, allí donde hay víctimas del pecado del mundo. Pero algo de esto parece ser necesario para ayudar a nuestra gente de clase media a despertar la gran dignidad de su vocación.
Camino de verdad y de vida. «Descubrir la vocación» es un momento clave en la biografía de la persona (o son varios momentos, ya que las vocaciones tienen muchas dimensiones). Hubo una búsqueda antes. Habrá mucha aventura después -profundizando y perseverando en la vocación o desviándose del camino, quedando atorado o aun volviendo atrás. El punto es que no basta con ayudar a la gente a asumir su vocación más profunda; hay que ayudarla a orientarse en el camino de la vida.
¿Cómo ayudar a mi «tribu» a navegar en las aguas turbulentas de su entorno? No se les puede imponer una ideología o un programa. Por otra parte, ya basta con el individualismo y el relativismo hipertolerante postmodernos, que dejan a las personas solas y desamparadas en sus búsquedas. Hay que tomar en serio la vocación de la gente no pobre y la dignidad de las víctimas del mundo. Hay que invitar y desafiar a la gente a asumir esa vocación y a responder a esa dignidad.
Por lo tanto, propongo a continuación lo que considero los elementos mínimos de un camino auténtico. La autenticidad queda como uno de los pocos valores universales del mundo postmoderno. Los criterios de este «camino» pretenden tomar en serio nuestra vocación sublime, y también los peligros reales de no profundizar y perseverar en ella. La fe cristiana inspira esta propuesta; pero sería fácil hacer una traducción secular.
Creo que todo camino o toda búsqueda auténtica tendría que cumplir con los siguientes tres criterios básicos. Se trata de tomar en serio tres los polos de la experiencia humana:
(1) Hay que enfrentar y responder a la realidad, especialmente la de las víctimas (J. Sobrino).
(2) La honradez y la coherencia con lo real dependen, por su parte, de una transformación personal (conversión): primero, para librarnos de cadenas internas y prejuicios; y, segundo, para atender a movimientos interiores, es decir, para dejarnos guiar por el Espíritu.
(3) Los individuos aislados no pueden sostener una praxis coherente y una visión alternativa (contracultural). Éstas requieren una comunidad de apoyo y corrección.
A continuación, elaboro estos elementos, especificando (y subrayando) los elementos que estos abarcan. Honradez con la realidad (1) requiere el estudio y el uso de las ciencias humanas, ciertamente. Pero, por muy razonable que sea la realidad, la razón no basta para llevarnos a ella. Mejor dicho, hace falta una razón integralmente considerada, y además sanada y liberada de los prejuicios heredados e ingeridos. Considera lo que me dijo una salvadoreña: «Los mirones no llegan a la verdad». Para conocer la verdad, hay que «hacer la verdad», «caminar» en ella3. La razón integral se arraiga en una vida de amor (de mil formas, según las vocaciones). Se deja sacudir por la realidad de las víctimas. La praxis de amor despierta preguntas, rompe esquemas, suscita entendimiento.
Comprender la realidad y responder a ella requiere una transformación personal (2). Esta consiste en la ruptura con el egoísmo narcisista y en un proceso permanente de sensibilización y formación de carácter, hasta «tener la mente de Cristo» (1 Cor 2,16). Si la afectividad puede atar y desviar, también puede liberar e iluminar. Ignacio de Loyola descubrió que la consolación inclina el corazón de la persona convertida («persona nueva») hacia el bien moral y la verdad. La desolación indica resistencia interna. La consolación es el toque del Espíritu que impulsa la auto-trascendencia.
La consolación ocasiona imágenes y conceptos que nos liberan de perspectivas encogidas y que amplían nuestro horizonte cognitivo. Paúl Ricoeur dijo que el símbolo genera u ocasiona el pensamiento. La consolación, por su parte, ocasiona símbolos liberadores. Por ejemplo, el encuentro con las víctimas suele provocar consolación y desolación. Con frecuencia, hay imágenes que acompañan a la consolación y que cuestionan el «prejuicio original» de que algunas personas son importantes y otras no. Emergen en la conciencia metáforas sociales que chocan con las metáforas viejas de la escalera y la pirámide social. Uno comienza a ver al mundo con ojos nuevos, dispuestos a descodificar los discursos interesados del «sentido común», de los medios y de la política oficial.
Esto es parte de la concienciación necesaria para la honradez con la realidad. En este proceso las personas despiertan ante su entorno y desarrollan la capacidad de evaluarla críticamente.
La imaginación es otro elemento de la razón integral. Nos libera de «realismos» encasillados y permite vislumbrar posibilidades nuevas para el mundo. La imaginación utópica es confiable cuando inspira acción que humaniza, como lo siguen haciendo los sueños de Jesús y demás profetas. Estas visiones inspiradas portan imágenes liberadoras surgidas de experiencias de consolación. Además de la praxis, la afectividad, la concienciación y la imaginación, la contemplación contribuye a integrar todos los elementos que forman la «racionalidad enriquecida». Como ocurre con otros elementos de este «camino propuesto», es un tema que merece más atención de la que se puede dedicar en este espacio.
Por fin, sostener una visión y una praxis alternativas requiere una comunidad de apoyo y de crítica constructiva (3). La cultura individualista identifica la autonomía con la autosuficiencia. Falso. La autonomía responsable requiere comunidad. Pero tampoco basta cualquier comunidad: hace falta una comunidad que sea portadora de una tradición de sabiduría práctica. Como individuos, llevamos pocos años en este planeta, en comparación con los milenios de experiencia y reflexión de la humanidad. La humildad nos aconseja identificamos críticamente con una comunidad portadora de sabiduría. Sin ella, nos dejamos plasmar inconscientemente por las fuerzas del mercado y los medios de comunicación. La Iglesia debe ser esta clase de comunidad. Sus tradiciones bíblicas se distinguen por exigir la autocrítica y depuración proféticas5. El núcleo y criterio central de esa tradición es la persona de Jesucristo y su mandamiento del amor.
Considero que todos estos elementos son necesarios para un camino o búsqueda auténtico y responsable hoy. Para el caso cristiano, se trata de tres fuentes de verdad y de vida -la realidad del Creador de la realidad (1), la transformación del Espíritu Santo (2) y la sabiduría del Hijo, Verbo de Dios y víctima crucificada (3)-. Las tres fuentes coinciden en llevarnos a amar, como el buen samaritano, a la víctima fuera de nuestro círculo familiar, religioso y social. Este amor se llama hoy «solidaridad».
Conclusión
Puede que la clase media necesite a las víctimas más de lo que éstas la necesitan a ella. Pero los pobres necesitan a mi tribu también. ¿Qué tienen en común personajes como Mohandas Gandhi, Teresa de Calcuta, Martín Luther King, Simone Weil, Karl Marx, Dorothy Day, Nelson Mandela? Respuesta: todos y todas eran de clase media, o media alta, y con estudios superiores. Pusieron sus talentos al servicio de los demás. Sus vidas me dicen que hay esperanza en mi tribu y mucho que hacer, sobre todo hoy, cuando las microiniciativas de gente pobre, que se multiplican cada día y que tanto prometen, tienen necesidad urgente de la solidaridad internacional.
Esto presenta un enorme desafío pastoral y educacional. Hay que invitar, incitar y seducir a personas de la querida clase media a ser las «personas nuevas» que se necesitan hoy. Hay que preguntarles quiénes quieren ser. Hay que tomar en serio su vocación a una vida de servicio y hay que desafiarles a emprender un camino plenamente auténtico, a la altura de su vocación y a la altura de estos tiempos.
* De la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas». San Salvador (El Salvador).
1. Dag HAMMARSKJÓLD, Markings, Alfred A. Knopf, New York 1964, p. 205.
2. Agradezco a Bill Ford, hermano de Ita, por transmitirme este texto.
3. Jn 3,21; 1 Jn 1,6; 2 Jn 4; 3 Jn 3s; etc.
4. Estas breves indicaciones tendrán que servir para indicar un campo rico donde podemos ayudar a nuestros nuestros semejantes. Cf. las «Reglas de Discernimiento» en los Ejercicios Espirituales, §§ 313-336, y la abundante literatura pertinente.
5. Cf. David TRACY, The Ánalogical Imagination, Crossroad, New York 1981,
pp. 236-237, 324-327, 420.
Deán BRACKLEY, SJ*
Revista Sal Terrae, Julio Agosto 2003 pp. 577-587
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CARTA A UNA COMUNIDAD CRISTIANA
Caracas, 04/04/06
Desde hace varios años pertenezco a un grupo de personas que está en proceso de constituir una Comunidad de Vida Cristiana, que hasta la fecha llamamos preCVX o CVX en formación. Ello dentro de los lineamientos que para tal efecto ha propuesto la Compañía de Jesús. En ese marco escribo a mis hermanos de comunidad la siguiente carta.
Muy queridos Hermanos(as):
Antes que nada reciban un fraternal saludo con mi más afectuoso deseo de que se encuentren bien, al mismo tiempo que abiertos a participar en una especie de revisión de nuestras fortalezas y debilidades como grupo, según lo recomendado por un amigo conocedor de estas realidades. Así pues me permito expresarles mi parecer.
Percibo entre nosotros disposición a compartir nuestras vidas de cara a como el Señor se nos va haciendo presente en los acontecimientos cotidianos, así como también en lo extraordinario, lo cual nos anima a vivir nuestra fe con gozo, paz interior, y agradecimiento. También, a aceptar el dolor y compartirlo con la esperanza de que la comprensión y solidaridad de los demás nos fortalezca. Igualmente, la Palabra de Dios ha ido entrando en nuestra oración, vida y acciones, iluminando y dándonos orientaciones. En cuanto a nuestra vida sacramental intuyo que en general nos hemos sentido más y más compenetrados con la Eucaristía , mas no ha sido tema frecuente a exponer, quizás porque se trata de vivencias personales íntimas difíciles de verbalizar.
Por otra parte, percibo que los temas sociopolíticos surgen con frecuencia a nivel de contexto actual; no parece que hayamos construido las condiciones para analizar nuestra realidad desde la perspectiva evangélica más allá de criterios humanos históricos. En este sentido podríamos arriesgarnos poco a poco a lanzar nuevas interpretaciones y salidas que a primera vista pudieran parecer riesgosas por lo novedosas, resultando en el fondo Buena Noticia.
En general nuestros proceso de cristianización grupal comunitario parece lento, cuidadoso, respetuoso, tímido,… ¿Será así? ¿Hay razones para ello? ¿Podríamos hacer algo distinto?¿Somos verdaderos testigos de vida cristiana comunitaria?
Al tratarse de que todos somos adultos, contamos con un amplio espectro de experiencias relevantes a las que referirnos sin tocar aspectos fuertes de nuestra vida que de alguna manera afectan lo más profundo de nuestro ser. En ese sentido me pregunto si tales reservas serán naturales y sostenibles en el tiempo o si las mismas pueden constituirse en un freno para profundizar en relaciones de confianza. ¿Qué hacer al respecto?¿Cómo no quedarnos en lo personal, trascendernos y más bien abrirnos a la comprensión del otro?
Otro aspecto propio de nuestra comunidad ha sido el no haber profundizado en los Principios Generales de la CVX ni en otras propuestas organizacionales; mas bien hemos ido atendiendo a las dinámicas internas del grupo. ¿Será eso suficiente? ¿Llevamos nuestra participación comunitaria al discernimiento?
También es propio de nuestra comunidad el intercambio virtual, instancia que nos permite comunicarnos con frecuencia en relación a sucesos específicos (enfermedades, muertes, problemas particulares), a los cuales de no ser graves, no se les hace mayor acompañamiento pues nuestras vidas reales son a veces muy densas. Este sería otro aspecto a ponderar realistamente. ¿Qué es realmente valioso en nuestras vidas leídas desde el Evangelio? ¿Nos dejamos guiar por el Espíritu de Jesús?
Hemos convenido invitarnos a asistir a eventos significativos para cada uno de nosotros a fin de que los demás conozcan un poquito mas, desde dentro, aquello a lo cual dedicamos nuestro interés, tiempo y esfuerzo. En la ocasión en que lo hicimos así resultó bastante revelador. Fuimos testigo del amor por la misión que cumple el HVD y las personas en ella comprometidas.
Finalmente Hermanos(as), espero sus comentarios hechos con toda libertad pues se trata de un pequeño ejercicio de fraternidad en el que cada quien tiene algo que decir para en conjunto mejorar. Este peregrinar está por continuarse y purificarse al estilo del andar de Jesús: progresivamente amoroso y desprendido de lo mundano; progresivamente amplio de criterios y generoso en las acciones; evangélico en su inspiración y terrenal en su comprensión de lo más débil de la humanidad…
Así, queridos hermanos, ruego me disculpen los errores o injusticias en las que he podido incurrir en este análisis y les pido con humildad sigamos sumando empeño en esta misión, que de ser agradable al Señor continuará bendiciendo en el tiempo y en sus frutos.
Un afectuoso abrazo,
Ana G. Guinand
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viernes, 11 de febrero de 2011
Pero yo os digo
Comentario al Evangelio del próximo domingo, sexto del tiempo ordinario (Mateo 5,17-37), 13 de febrero, redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo.
"No piensen que he venido a abolir la ley o los profetas. No vine para abolir, sino para cumplir. Les aseguro que mientras duren el cielo y la tierra, ni una "i" ni una coma de la ley dejará de realizarse. Por tanto, quien quebrante el más mínimo de estos mandamientos y enseñe a otros a hacerlo será considerado el más pequeño en el reino de los cielos. Pero quien lo cumpla y lo enseñe será considerado grande en el reino de los cielos. Porque les digo que si el modo de obrar de ustedes no supera al de los letrados y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos.
Ustedes han oído que se dijo a los antiguos: No matarás; el homicida responderá ante el tribunal. Pues yo les digo que todo el que se enoje contra su hermano responderá ante el tribunal. Quien llamé a su hermano imbécil responderá ante el Consejo. Quien lo llame renegado incurrirá en la pena del infierno de fuego. Si mientras llevas tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra tí, deja la ofrenda delante del altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y después vuelve a llevar tu ofrenda. Con quien tienes pleito busca rápidamente un acuerdo, mientras vas de camino con él. Si no, te entregará al juez, el juez al comisario y te meterán en la cárcel. Te aseguro que no saldrás hasta haber pagado el último centavo.
Ustedes han oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo les digo que quien mira a una mujer deseándola ya ha cometido adulterio contra ella en su corazón. Si tu ojo derecho te lleva a pecar, sácatelo y tíralo lejos de tí. Más te vale perder una parte de tu cuerpo que ser arrojado entero al infierno. Y si tu mano derecha te lleva a pecar, córtatela y tírala lejos de tí. Más te vale perder una parte de tu cuerpo que terminar entero en el infierno."
La novedad del Evangelio no es una fosilización de cuanto dijeron Moisés y los Profetas. Éste era el problema de los fariseos. Porque en nombre de la tradición se puede caer en el tradicionalismo, precisamente cuando las palabras que se transmiten ya no producen vida sino aburrimiento, no generan libertad sino ataduras, y han dejado de ser la tradición viva de un Dios vivo, para convertirse en el tradicionalismo cansino de un grupo anquilosado. Jesús apela a la fidelidad de la verdadera tradición, pero advierte del riesgo que se corre en confundirla con el tradicionalismo.
Jesús tras haber declarado que no se saltará ni una tilde de la Ley, comienza una serie de contraposiciones muy características de su autoridad: "habéis oído que se dijo... pero Yo os digo". Parece una contradicción, mas no es otra cosa que la plenitud del mismo mensaje, de toda la revelación de Dios. No se trata de un nuevo código de circulación religiosa lo que Jesús enseña, sino que presenta ejemplos muy plásticos para aquella gente, a fin de mostrar lo que es un discípulo suyo.
Jesús presenta su camino como una actitud de pureza de corazón, de libertad de espíritu, tanto ante el Padre Dios como ante el hermano hombre: no sólo no matar, sino querer bien al otro, con y desde el corazón, porque hay muchas maneras de matar y de odiar, y una de ellas es la de haber dejado de amar. Para el cristiano, no basta con no matar, hay que dar vida, generarla; no basta con no odiar, hay que amar.
Es la condición previa para poder acercarse a Dios, porque inútilmente nos allegamos al altar santo cargados de ofrendas de oficio y estereotipadas, si nuestro encuentro con el Señor no viene envuelto y acompañado con el encuentro fraterno con los demás (Mt 5,23). Y lo mismo dirá respecto del adulterio: el discípulo cristiano no simplemente se contenta con una integridad física, material, de escaparate, sino que también debe aspirar a la del corazón y a la de los ojos, porque "quien mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior" (Mt 5,28).
Sin duda que Jesús sorprendía a sus coetáneos, por la sabiduría de sus palabras, por la inteligencia en su manera de no traicionar la tradición. Frente a tantos maestros y maestrillos, su figura se levanta llena de luz y capaz de iluminar a quien a ello consienta: otros dicen, otros imponen, otros..., pero Yo os digo. Los discípulos de hoy, tenemos la imperiosa necesidad de reconocer esa Voz, reconociéndonos en ella, sobre todo cuando lo que dice es tan diverso a lo que otros dicen. Sólo Él es el Maestro.
viernes, 4 de febrero de 2011
La sal luminosa
Comentario al Evangelio del próximo domingo, quinto del tiempo ordinario (Mateo 5,13-16)
"Ustedes son la sal de la tierra: si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se le devolverá su sabor? Sólo sirve para tirarla y que la pise la gente.
Ustedes son la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad construida sobre un monte. No se enciende una lámpara para meterla en un cajón, sino que se pone en el candelero para que alumbre a todos en la casa. Brille igualmente la luz de ustedes ante los hombres, de modo que cuando ellos vean sus buenas obras, glorifiquen al Padre de ustedes que está en el cielo."
En los evangelios de los próximos domingos vamos a ir escuchando el comentario que Jesús mismo hará al sermón de las Bienaventuranzas que escuchábamos el domingo pasado. Será Él quien vaya desarrollando lo que significa una vida dichosa, feliz, bienaventurada, según la lógica de su Buena Noticia.
La felicidad cristiana, quiere el Señor que se parezca a la sal: para dar sabor, para evitar la corrupción. La bienaventuranza de los cristianos, su dicha, quiere Jesús que se parezca a la luz: para disipar toda oscuridad y tenebrismo. Y esta es la relación que hay entre el evangelio de este domingo y el del domingo pasado. Ciertamente, que hay muchas cosas desabridas en nuestro mundo que dejan un pésimo sabor, o se corrompen. E igualmente constatamos que en la historia humana, la remota y la actual, hay demasiadas cosas oscuras, apagadas, opacas. No es un drama de éste o aquél país, de ésta o aquélla época, sino un poco el fatal estribillo de todo empeño humano cuando está viciado de egoísmo, de insolidaridad, de aprovechamiento, de cinismo, de injusticia, de mentira, de inhumanidad...
La presencia cristiana en un mundo con tantos rincones desaboridos y oscurecidos, no es un alarde sabihondo. Los cristianos en tantas ocasiones hemos sido protagonistas o al menos cómplices de un mundo tan poco bienaventurado e infeliz. Por eso no es lo que pide el Señor en este evangelio una posición presuntuosa. No pretendemos decir a la gente insípida y apagada: miradnos a los cristianos. Sería arrogante e incluso hipócrita. Nuestra indicación es otra: miradle a Él, mirad a la Luz, acoged la Sal. Es lo que dice Pablo en la 2ª lectura: he venido a vosotros a anunciaros el testimonio de Dios, no el mío, y lo he hecho no con ardid humano sino en la debilidad y el temor en los que se ha manifestado el poder del Espíritu (cfr. 2Cor 2,1-4).
Pero esa Luz y esa Sal que constituyen la Buena Noticia de Jesús, son visibles y audibles cuando se pueden reconocer en la vida de una comunidad cristiana, en la vida de todo cristiano. Ya lo decía Isaías: en ti romperá la luz como aurora, y se volverá mediodía la oscuridad cuando partas tu pan con el hambriento y sacies al indigente (cfr. Is 58,8-10). Jesús nos quiere felices, dichosos, bienaventurados, nos quiere con una vida llena de sabor y plena de luminosidad. Una luz que ilumina toda zona oscura, y una sal que produce un gusto de vida nueva. Es decir, una "luz salada" que puesta en el candelero de una ciudad elevada hace que el testimonio de Dios sea visible y audible, para que quien nos vea y escuche pueda dar gloria a nuestro Padre del cielo (cfr. Mt 5,16).
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo
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