Mt 3, 13-17:
"Entonces fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Juan se resistía diciendo:
-Soy yo quien necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?
Jesús le respondió:
-Ahora haz lo que te digo pues de este modo conviene que realicemos la justicia plena.
Ante esto Juan aceptó.
Después de ser bautizado, Jesús salió del agua y en ese momento se abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba sobre él; se oyó una voz del cielo que decía:
-Este es mi Hijo querido, mi predilecto."
Este domingo 9 de enero celebramos el bautismo del Señor, su unción en las aguas del Jordán. Y celebramos también nuestra unción santa, en la que el Espíritu Santo transforma a cada bautizado en “Otro Cristo”.
Este relato comienza con la resistencia que Juan muestra en bautizar a Jesús. Pero Jesús lo convence diciéndole: Bautízame, porque es necesario que cumplamos toda justicia. Y es que Jesús no quiere dejar de hacer todo aquello que lo sumerja en lo más profundo de la vida de la gente. Así como tampoco rehusará afrontar las dificultades, incluso la muerte.
El evangelista Mateo resalta tres aspectos del bautismo de Jesús: la convicción de Jesús de hacerse cercano a toda realidad humana, la apertura del Espíritu y la ternura de Dios por el Hijo.
Jesús quiere ser y vivir como gente, quiere ser hijo de aquí abajo, de la tierra. Dios Padre dirá: Éste es el Hijo que yo quiero. Porque Dios quiere a Jesús y nos quiere también a nosotros como gente, como personas que nos hacemos muy humanas y muy hermanos de todos, en especial de quien ha perdido la humanidad, su dignidad.
A partir del Bautismo, el Espíritu se convirtió en el principio de apertura al Padre por la vida filial (de hijos). Desde entonces, contamos con su Espíritu para que sea nuestra compañía, para que la soledad nunca nos invada y para que seamos capaces de hacer de este mundo la obra más hermosa de Dios.
En el Bautismo de Jesús se abrieron los cielos y una vez abiertos no se cerrarán jamás. Ya no hay más distancia entre Dios y nosotros. Esta apertura del cielo expresa la ternura de Dios, por eso la imagen del Espíritu que desciende en forma de paloma. Un signo que desde el Antiguo Testamento viene representando el amor cálido, limpio e inquebrantable de Dios (Cant. 5,2).
Sentir la ternura de Dios, abrirnos al Espíritu y hacernos cercanos a toda realidad humana y transformarla, son el destino del bautizado. Porque la gracia del bautismo se concreta en que todos alcancemos la más alta dignidad, la de hijo de Dios, en que aprendamos a vivir en la más plena libertad, liberados por Cristo de toda atadura y en la que vivamos en la más estrecha relación de solidaridad con los demás hombres y mujeres por el amor fraterno.
Todo esto se realiza cuando experimentemos el conocimiento y amistad interna con Cristo, cuya imitación y seguimiento constituye la fuente inagotable de toda superación personal y colectiva.
Gustavo Albarrán S.J.
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