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viernes, 24 de febrero de 2012
Se ha cumplido el plazo para mi conversión
Aportes para la HOMILÍA del domingo 26 de Febrero del 2012 Ciclo “B”
(MARCOS 1, 12-15)
Comenzamos la Cuaresma. Un tiempo para prepararnos a vivir la Semana Santa con profundo sentido cristiano. La liturgia nos propone para esta 1ª Semana de cuaresma un relato muy breve pero a la vez muy lleno de símbolos en torno a dos experiencias: desierto y conversión.
El desierto, según Marcos (Mc. 1, 12-15), es tiempo y lugar de contrastes. En el desierto vive Jesús cuarenta días y vive rodeado de animales salvajes. Es tentado por satanás y los ángeles le sirven. Así el desierto, aunque es un tiempo y lugar de apartamiento, no está vacío, está cargado de presencias. Vivir el desierto entre alimañas y ángeles, es adiestrarse para afrontar con entereza las tensiones que puedan surgir en la vida.
La conversión también es tiempo y lugar de contrastes. Se nos anuncia que se ha cerrado ya un ciclo: “el tiempo se ha cumplido”, y a la vez nos anuncian que estamos en el tiempo del Evangelio. Así, la conversión implica la salida del tiempo caduco, el actual, para transitar uno nuevo, el de la llegada del Reino. Vivir la conversión transitando de lo viejo a lo nuevo que hay en uno mismo, es adiestrarse a la novedad de Dios.
Pero en medio de la experiencia de desierto y conversión, aparece el Espíritu que impulsa, y la situación de Juan Bautista que provoca coraje. El evangelista nos dice que Jesús va al desierto bajo el impulso del Espíritu Santo, y que movido por el arresto del Bautista, va a Galilea para anunciar la conversión. Y es que Jesús, ni se resiste al Espíritu, ni se paraliza ante la dificultad o el reto. Al contrario, se expone a Dios y se expone a la vida.
Este Evangelio nos está invitando a vivir el desierto y la conversión. Propone que nos dejemos guiar por el Espíritu Santo al desierto de Dios, que nos demos un tiempo para que podamos encontrarnos cara a cara y sin miedo con lo que llevamos dentro de nosotros mismos. Y propone también, que estemos atentos a lo que sucede a nuestro alrededor, para que las realidades de hoy provoquen nuestro coraje y respondamos a los retos con valentía.
Desierto y conversión son dos aspectos inseparables de un mismo camino. Una ruta que se transita a la luz de la fe. Todo desierto bien vivido ha de llevar a la conversión y toda conversión se curte en el desierto. Puede que nos resistamos a vivir los desiertos de nuestra existencia, y puede que con ello estemos rechazando la gracia de la conversión y la salvación.
Que nos atrevamos a salir de nosotros mismos y nos expongamos a la fuerza transformadora del Espíritu que nos coloca libres, convertidos, solidarios, misericordiosos, alegres y esperanzados ante la vida.
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Centro de Espiritualidad y Pastoral
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Domingo I de Cuaresma - Ciclo B,
Marcos 1 12-15
miércoles, 22 de febrero de 2012
“Después de esto, el Espíritu llevó a Jesús al desierto”
Comentario al Evangelio del Domingo I de Cuaresma – Ciclo B (Marcos 1, 12-15)
En aquel tiempo, el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivió allí entre animales salvajes, y los ángeles le servían.
Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decía: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.
San Ignacio de Loyola describió la experiencia más profunda de Dios que tuvo en su vida con estas palabras: "Una vez iba por su devoción a una iglesia, que estaba poco más de una milla de Manresa, que creo yo que se llama san Pablo, y el camino va junto al río; y yendo así en sus devociones, se sentó un poco con la cara hacia el río, el cual iba hondo. Y estando allí sentado se le empezaron abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales, como de cosas de la fe y de letras; y esto con una ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas. Y no se puede declarar los particulares que entendió entonces, aunque fueron muchos, sino que recibió una grande claridad en el entendimiento; de manera que en todo el discurso de su vida, hasta pasados sesenta y dos años, reuniendo todas cuantas ayudas haya tenido de Dios, y todas cuantas cosas ha sabido, aunque las junte todas en una, no le parece haber alcanzado tanto, como de aquella vez sola" (Autobiografía 30).
El antiguo soldado desgarrado y vano, que había buscado en los honores del mundo el sentido de su vida, y que poco a poco había ido rompiendo con los moldes de una cultura que determinaba su destino, se encontró en la soledad de su camino, con una experiencia de Dios imposible de abarcar. Junto al río Cardoner que iba hondo, este incurable caminante se sentó un poco con la cara hacia el río. No es que haya visto nada especial, ni que se le haya aparecido la Virgen, como a algunos arrieros de nuestras tierras, sino que todas las cosas le parecieron nuevas. Ni siquiera él mismo es capaz de entrar en detalles, pero ciertamente este momento cambió radicalmente su rumbo. Al final de sus días, después de sesenta y dos años, podía asegurar que aún juntando todas las experiencias e iluminaciones de su vida, nunca había recibido tanto como aquella sola vez.
Todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, después de haber buscado en vano por rincones y recodos el sentido de nuestras existencias, nos hemos sentado un poco con la cara vuelta hacia el río de la historia. Hemos dejado de buscar nuestro propio camino, para dejar que aquel que es el Camino, nos buscara. Hemos dejado de preguntar por nuestras inquietudes, para dejar que aquel que es la Verdad, nos inquietara con sus preguntas. Hemos dejado de vivir para nosotros mismos, para dejar que aquel que es la Vida, comenzara a comunicarnos una vida abundante que teníamos que regalar a los demás.
Esto es, precisamente, lo que vivió Jesús cuando se fue al desierto; detuvo un momento su camino y se dejó tocar por las preguntas que le lanzaba Dios a través de la vida de su pueblo. Fue en este contexto de silencio y soledad, donde fue descubriendo lo que su Padre le pedía. Fue allí donde sintió las pruebas y las tentaciones de volverse atrás. Fue allí donde encontró las fuerzas para salir a predicar por toda Galilea: “Ha llegado el tiempo, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias”. ¿Estás dispuesto o dispuesta a sentarte un poco junto al camino de tu vida para dejar que las preguntas de Dios te asalten y te exijan respuestas? ¿De verdad quieres entrar un momento en la soledad y el desierto para encontrarte con Dios y con tus propias fragilidades? Eso es la Cuaresma.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J. Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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