viernes, 30 de marzo de 2012

El camino del cristiano


B - Domingo de Ramos: Primera: Is 50,4-7; Salmo 22; Segunda: Fil 2,6-11; Evangelio: Mc 14,1 - 15,47

Nexo entre las lecturas

Nos encontramos en el umbral de la semana santa. La liturgia de hoy, con la procesión y la proclamación de la Pasión del Señor, nos introducen en el misterio de Cristo, de su ingreso solemne a Jerusalén y nos preparan para los eventos del triduo pascual. La procesión inicia con la proclamación del evangelio de Marcos y se continúa avanzando por el camino entre aclamaciones con ramos de olivo y palmas, cantos y oraciones.

Celebramos así la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén; la entrada del “príncipe de la paz”, pero entrada que esconde también los trágicos acontecimientos de la pasión. La procesión nos habla de nuestro caminar por la vida, nos dice de un “avanzar”, de un progresar” sin solución de continuidad. Nuestra vida pasa y nosotros pasamos con ella. Hombres y mujeres “viatores”, peregrinos, viajeros, que no tenemos aquí nuestra patria definitiva.

En este caminar nos precede y nos guía la cruz de Cristo. Ella es la que da sentido a nuestro acontecer, porque en ella está la salvación. La procesión de este domingo posee, ciertamente, un carácter festivo. Festivos son los atuendos que se tienden por el camino, festivos son los cantos de los viandantes, festivos son los niños y monaguillos que aquí y allá agitan sus ramos, a veces ajenos al misterio que se esconde. Festivos y solemnes son los ornamentos litúrgicos del celebrante. Festivo es, en fin, el caminar de toda la asamblea “con cantos e himnos inspirados”.

La celebración eucarística que tiene lugar en el templo posee un tono diverso: más solemne, más reposado, más misterioso, más contemplativo. Explica claramente cuál es el reinado de ese Cristo que acaba de entrar a Jerusalén. Se proclama la pasión según san Marcos. Evangelio sencillo, claro, diáfano, esencial. Nuestra contemplación va pues a Cristo que sufre, particularmente en el huerto de los olivos. La lectura del profeta Isaías nos introduce aún más en el misterio del siervo de Yahveh que, humillado, sabe obedecer.

Mensaje doctrinal

a) Perspectiva cristológica del evangelio de Marcos: el Cristo que padece es el que ha aceptado la misión que el Padre le ha encargado y las consecuencias de la misma.

Se han definido los evangelios como “relatos de la pasión precedidos de una larga introducción”; si esto se aplica a los evangelistas en general, de un modo especial se aplica a Marcos. Toda la segunda parte del evangelio de san Marcos, desde los acontecimientos de Cesarea de Filipo, se orientan hacia la pasión. Aquí encuentran lugar los tres anuncios de los sufrimientos que Cristo debe padecer en Jerusalén.

Así pues, en este ciclo B, tenemos la oportunidad de contemplar el misterio de la cruz de Cristo en sus rasgos más esenciales y profundos. El lenguaje del evangelista no tiene tonos patéticos. Narra las cosas con sencillez. Algunos pasajes que la tradición popular ha meditado detenidamente como la flagelación y la fijación de los clavos, son tocados sólo de paso. Su meditación se dirige más bien a comprender las razones secretas que condujeron a la condena de Jesús, y al misterio de que el Hijo de Dios tuviera que aceptar aquel tormento.

“La dimensión profunda de sus dolores se manifiesta sobre todo en el huerto de los olivos, en el que Jesús atraviesa de antemano los abismos de la agonía con un sacudimiento psíquico, y se da a conocer una vez más en su última palabra sobre la cruz que expresa su infinito desamparo y su aparente lejanía de Dios”. (Schnackenburg Rudolf, El evangelio según san Marcos Herder, Barcelona 3 ed. 1980, p.232),

El evangelio trata de comprender lo que acontece a la luz de la profecía bíblica que se cumple en Cristo, y que Cristo mismo quiere libremente llevar a efecto. No se trata de exponer la pasión como una narración histórica, aunque no falta tampoco este elemento, sino más bien, se consideran los acontecimientos desde la voluntad salvífica de Dios. Se ve la pasión como un conflicto necesario en el que Jesús se ha metido a causa de la fidelidad a su misión y de las exigencias de la misma. Jesús no se echa atrás. Era consciente de que su fidelidad al Padre y a su amor a los hombres tendrían como final la oblación total de sí mismo.

Para san Marcos el Cristo que padece es aquel que ha aceptado el camino de sufrimiento que le ha sido asignado (14,21.41), es el Hijo del hombre que vendrá una vez entre las nubes del cielo (14,62) y el hijo obediente al Padre (14,36), que después de su muerte será reconocido como “Hijo de Dios” (15,39). Pero también en el relato de la pasión Cristo es presentado como el justo perseguido y como un mártir que sufre el tormento.

b) La dimensión profunda del dolor de Cristo que se manifiesta en el huerto de los olivos.

De entre los diversos temas que aparecen en la pasión quisiéramos ahora centrarnos en los sufrimientos de Jesús en Getsemaní. La oración de Jesús en el huerto ha impresionado siempre profundamente a la Iglesia. Esto fue también verdadero en la iglesia primitiva. Su terrible agonía la describe ya la carta a los hebreos (5,7s), y hasta Juan, que ve la pasión bajo el signo de la glorificación, considera indirectamente la agonía de Jesús en el huerto con un eco particular: Ahora mi alma está turbada. Y ¿que voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! (Jn 12,27).

Vemos a Jesús que se retira y en oración a su Padre que llegue el momento del prendimiento. “Es la hora de Jesús”. El Hijo del hombre entra en absoluta soledad en la que ora al Padre. Su actitud recuerda la oración en el desierto (1,13), y más aún, recuerda su oración en un lugar solitario al inicio de su ministerio público (1,35). Entonces oró de madrugada pidiendo claridad para el camino, ahora en plena noche para hacer frente al fin.

Toma a sus discípulos de más confianza. Le invade una angustia pavorosa. Estos hombres, los más cercanos a Jesús, deben tener conocimiento de este profundo abatimiento, así como lo tuvieron de su glorificación en la transfiguración. Deben dar testimonio a las futuras generaciones de la lucha, de la tristeza, de la oración de Cristo en Getsemaní.

“La angustia mortal de Jesús se expresa y reviste con la palabra de un salmo: mi alma está triste Sal 46,6.12; Sal 43,5. Pero Jesús añade algo más hasta la muerte. No porque quisiese morir, sino por lo intenso del dolor.

En Marcos no se dice que Jesús busque el consuelo humano. Se afirma, en cambio, que sus discípulos deben velar. No en el sentido de asechar, o de anunciar cualquier cosa sospechosa, o de rechazar a un enemigo, como Pedro lo haría más adelante. No. Deben velar, es decir, deben orar y vigilar porque el enemigo está a las puertas. El cristiano se debe preparar en la oración para el combate espiritual. Se trata de la vigilancia interior a la hora de la crisis.

Para Marcos Cristo ora, sufre y lucha a solas, sin la compañía de sus discípulos, a solas con su Padre. Por eso, Jesús se retira un poco más, alejado incluso de los apóstoles de más confianza. Se postra en el suelo y ora. Así lo habían hecho también los grandes varones del Antiguo Testamento Abraham (Gen 22,5) y Moisés (Ex 24,12-18).

Sugerencias pastorales

a) El camino del cristiano: un camino que reproduce el misterio de Cristo.

Nuestra vida es un caminar continuo. Estamos inmersos en el tiempo y vamos ascendiendo hacia la “Jerusalén del cielo”. Dentro de la existencia humana los padecimientos de Jesús son inevitables; pero en el seguimiento de Jesús son también superables, pues nos invitan a una profundidad y plenitud de vida a la que el hombre íntimamente aspira. Todos aspiramos a una vida plena, pero el paso del tiempo parece arrebatarnos esa plenitud. Abramos los ojos y veamos que con Cristo y en Cristo, ese avanzar por la vida se convierte en un camino de plenitud, de íntima y alegre realización.

Hay momentos en la vida en el que nos llega el cansancio ante la lucha por el bien. Estamos por soltar las armas. Estamos a punto de rendirnos y abandonarnos al mejor postor. “¡No puedo más. Me abandono!” Non ce la faccio più , Je ne peux plus. Que no nos sorprenda el dolor y las dificultades de la vida: son camino de salvación. Que no nos desanime la vejez, la enfermedad, las desgracias naturales, las guerras... hemos de caminar e instaurar el Reino de Cristo, a pesar del mal que parece rodearnos. Por encima del mal y del pecado, está el amor de Dios en Cristo Jesús. No dejemos de caminar. Quizá en esos momentos nos conviene repetir la oración que compuso Romano Guardini para aquellas horas que no pasan:

Dios viviente
Nosotros creemos en Ti.
Enséñanos a comprender
la hora en la que parece
que Tú nos has abandonado,
Tú, que eres la fidelidad eterna....

Dios viviente, nosotros creemos en Ti.
Danos la fuerza para resistir
Cuando todo se hace vano a nuestro alrededor.

Padre, nosotros creemos en Ti,
Porque aquello que nosotros llamamos mundo,
Es obra de tus manos. Tú lo has modelado,
Has querido que existiese y sólo de Ti
Recibe su duración y su esplendor.
Tú guías todas las cosas.
Tú guías también nuestra pequeña vida.
La guías en el misterio de tu silencioso gobierno.
Nosotros debemos confiarnos totalmente sólo de tu amor.
Tu magnanimidad ha querido tener necesidad de nosotros,
Tú has puesto el mundo que creaste, y es tuyo,
en nuestras manos,
Tú quieres que pensemos con tus pensamientos
Y que obremos de acuerdo con tus decretos.

Cristo Jesús,
Redentor del mundo,
que volviste al Padre, cuando "todo fue cumplido".
Tú te sientas a la derecha del Padre en el trono de la gloria,
Y esperas la hora en la que volverás con poder
Para juzgar vivos y muertos.
Nosotros creemos en Ti.
Enséñanos a ofrecer en el abandono,
la fe que esta hora espera de nosotros,
Porque que parece que tu luz ya no luce,
Y, sin embargo, ella brilla más que nunca en la obscuridad.
Tú has redimido todo en el misterio de tu amor,
Lo has redimido todo en tu obediencia,
Que es tan grande como el mandato de tu Padre.
Haz que Tu amor por nosotros no sea vano.

Espíritu Santo,
Enviado a nosotros,
Que habitas en nosotros,
a pesar de que los espacios hacen ecos vacíos,
Como si Tú estuvieras lejano.
En tus manos están todos los tiempos.
Tú ejercitas tu poder en el misterio del silencio
Y Tú llevarás a término todas las cosas.
Por ello, nosotros creemos en el mundo futuro, (en la vida eterna)
¡Y lo esperamos!
¡Enséñanos a esperar en la esperanza!
Haznos partícipes del mundo futuro
A fin de que en nosotros
encuentre cabal cumplimiento la promesa de la gloria eterna.


b) La oración en el momento de Crisis: no dejar a Cristo solo.

En la carta Nuovo millenio ineunte, el Papa dice: “Pasa ante nuestra mirada la intensidad de la escena de la agonía en el huerto de los Olivos. Jesús, abrumado por la previsión de la prueba que le espera, solo ante Dios, lo invoca con su habitual y tierna expresión de confianza: « ¡Abbá, Padre! ». Le pide que aleje de él, si es posible, la copa del sufrimiento (cf. Mc 14,36). Pero el Padre parece que no quiere escuchar la voz del Hijo. Para devolver al hombre el rostro del Padre, Jesús debió no sólo asumir el rostro del hombre, sino cargarse incluso del « rostro » del pecado. « Quien no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él » (2 Co 5,21).

Nunca acabaremos de conocer la profundidad de este misterio. Es toda la aspereza de esta paradoja la que emerge en el grito de dolor, aparentemente desesperado, que Jesús da en la cruz: « "Eloí, Eloí, lema sabactaní?" —que quiere decir— "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?" » (Mc 15,34). ¿Es posible imaginar un sufrimiento mayor, una oscuridad más densa? En realidad, el angustioso « por qué » dirigido al Padre con las palabras iniciales del Salmo 22, aun conservando todo el realismo de un dolor indecible, se ilumina con el sentido de toda la oración en la que el Salmista presenta unidos, en un conjunto conmovedor de sentimientos, el sufrimiento y la confianza. En efecto, continúa el Salmo: « En ti esperaron nuestros padres, esperaron y tú los liberaste... ¡No andes lejos de mí, que la angustia está cerca, no hay para mí socorro!».

Cristo nos devuelve el rostro del Padre, ¡qué misericordia ha tenido el Señor con nosotros! ¡Que nadie, pues, se quede sin recibir este abrazo del Padre. En nuestras horas oscuras, cuando sintamos el cansancio de la fe, cuando todo nos parezca obscuro y la angustia haga presa de nuestros miembros, veamos a Jesús en Getsemaní, y digámosle con sincero corazón: ¡no te dejo solo! ¡No, no te dejo solo en tu lucha por la salvación de las almas! Salgamos de esa oración con el alma ardiente y dispuesta a seguir luchando por Cristo y sus intereses. No reduzcamos nuestra misión cristiana a nuestras pobres miradas, cuando Cristo nos pide estar con Él en lo más duro de la batalla.

Autor: P. Octavio Ortíz | Fuente: Catholic.net

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