sábado, 24 de marzo de 2012

Dejarme impactar por el Crucificado


Aportes para la HOMILÍA del domingo 25 de Marzo de 2012, 5ª Semana de Cuaresma-Ciclo “B” (JUAN 12, 20-33)

Llegamos a la última semana de Cuaresma y la liturgia nos invita a dejarnos atraer por el Señor. A partir del deseo que tienen unos visitantes griegos de ver a Jesús, se nos plantea hoy que el Crucificado es quien nos atrae hacia Dios.

Para el cristiano, la experiencia de Dios comienza con el deseo de encontrarnos con Jesús. Una atracción que se despierta en lo más profundo de quienes no se conforman con vivir la vida de cualquier manera, sino impactados por algún motivo que dé sustento a su existencia.

El querer de la mujer y del hombre es algo muy sentido. Una fuerza que impulsa a todo ser humano a salir de sí y a dirigirse hacia aquello que le dé la consistencia. Así, el querer es el impulso motivacional que nos lanza a vivir.

Para Jesús, este impulso o fuerza motivadora, es lo que hace posible el verdadero encuentro con las personas y con la vida. Por eso el Señor dice a Felipe y a Andrés: ha llegado la hora de la auténtica gloria del Hombre. Es decir, llegó el momento decisivo, porque, quien se ama a sí mismo, se pierde, pero quien no está centrado en sí mismo ni en el mundo, se gana para la vida plena.

No tendremos vida si vivimos replegados sobre nosotros mismos. Lo más radical del ser humano consiste en experimentarse persona “para y con los demás”. Porque somos como las semillas que, si nos guardamos, quedaremos infecundos. Mientras que cuando nos encontrarnos con los otros, reconociéndolos, amándolos, y hasta dando vida a través de nuestro ser, alcanzamos la fecundidad.

El Crucificado es la ruta que libera la propia libertad. En la Cruz aprendemos que la única posesión que tenemos realmente es aquello que damos, lo que somos capaces de entregar. De ahí que sólo tiene alegría quien hace surgir la alegría en los demás, sólo tiene esperanza quien se atreve a sembrarla a su alrededor, y sólo tiene amor quien ama sin medida.

La fe que propone Jesucristo va más allá de verlo a Él. No es encuentro inmediato con Dios, sino actuación de servicio y seguimiento desinteresados. Jesús lo dirá de forma clara: el que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. Así será honrado por mi Padre. Por tanto, el encuentro con Dios está mediado por aquel modo de relación que se basa en la generosidad.

Quien se ha encontrado con el Crucificado y con los crucificados de la tierra puede hablar y actuar de forma sensata y fecunda sobre el curso de la vida y sobre el curso del mundo. Con la experiencia de la cruz se puede arrojar el mal, transformar el dolor, irradiar esperanza. La Cruz nos atrae hacia Jesús, nos atrae a la vida y a la salvación.

ATRAÍDOS A TU CRUZ

Eres sol de salvación, buen Jesucristo,
con tu luz, todo mal el hombre espanta;
en tanto que la noche retrocede
y el día sobre el mundo se levanta.

Semilla en tu mano es todo hombre,
sembrada al calor de tu silencio;
mientras graba en su seno bien tu nombre,
para vivir con la fuerza de tu aliento.

Se siente ya la presencia de tu canto,
volviendo a florecer el universo;
la fuente que hasta ayer manó su llanto,
se llena ahora con la luz del firmamento.

Despliega ya tus brazos sobre el mundo,
Cruz de Dios, cruz de verdad y cruz abierta;
así tu sombra hará que el día sea fecundo,
y nuestra vida a tanto amor se vea expuesta.

(Gustavo Albarrán S.J)

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