viernes, 29 de abril de 2011

Ojos que creen, corazón que ve


Comentario al Evangelio del segundo domingo de Pascua (Juan 20,19-31):

"Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos.
Llegó Jesús, se colocó en medio y les dice:
-La paz esté con ustedes.
Después de decir esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió:
-La paz esté con ustedes.
Después de decir esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió:
-La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes.
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:
-Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos.
Tomás, llamado Mellizo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
Los otros discípulos le decían:
-Hemos visto al Señor.
Él replicó:
-Si no veo en sus manos la marca de los clavos, si no meto el dedo en el lugar de los clavos, y la mano por su costado, no creeré.
A los ocho días estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa y Tomás con ellos.
Se presentó Jesús a pesar de estar las puertas cerradas, se colocó en medio y les dijo:
-La paz esté con ustedes.
Después dice a Tomás:
-Mira mis manos y toca mis heridas; extiende tu mano y palpa mi costado, en adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.
Le contestó Tomás:
-Señor mío y Dios mío.
Le dice Jesús:
-Porque me has visto, has creído; felices los que crean sin haber visto.
Otras muchas señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos, que no están relatadas en este libro. Éstas quedan escritas para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él."


Lo decimos tantas veces nosotros: "Si no lo veo, no lo creo". Como queriendo exigir todo tipo de prueba previa antes de dar nuestro consentimiento. En estas andaban aquellos discípulos de Jesús, quien más o quien menos, tras aquellos días terribles. En los momentos más críticos y difíciles, tras el apresamiento del Maestro, casi todos se fueron escabullendo, cada cual con su traición desertora.

El miedo, el escondimiento, el ghetto a puerta cerrada... son notas que caracterizan su mundo psicológico y espiritual. "Paz a vosotros" no es desafío despiadado de Jesús para con los suyos, dema­siado escondidos y asustados. No es un extraño fantasma que viene para amedrentar más sus corazones encogidos. Es Él, el Señor, que verdaderamente había resucitado, según lo predijo. Y para que toda duda quedara disuelta, les mostraría las señales de la muerte: las manos y el costado.

Ante el espectáculo de la muerte trocada en vida, "los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor". Pero no todos. Faltaba Tomás, a quien la historia ha apodado "el incrédulo". A pesar del testimonio de los demás discípulos, Tomás no creerá posible lo que sus compañeros afirmaban: "Hemos visto al Señor". Sus ojos habían visto agonizar y morir a Jesús. Sus ojos ahora demandaban la prueba suficiente para que se borrase aquella imagen tan terriblemente grabada. Y la prueba llegó, era Jesús mismo que a los ocho días volverá a anunciar la paz a quien sobre todo carecía de ella: a Tomás.

Uno siempre ha pensado que la actitud de Tomás era por lo menos razonable. Los signos de la vida que sus compañeros vieron cuando él no estaba pre­sente, no quedaron suficientemente grabados en sus corazones, no eran testigos quizás de la resurrección de Jesús sino de un nuevo susto. Quien se empeña en decir que Cristo ha resucitado mientras que se permanece entre los lazos de la muerte -en cualquiera de sus formas-, no se es testigo de la pascua sino un vendedor de ideas exotéricas, extrañas y distantes.

Más adelante la comunidad cristiana lo aprenderá y lo vivirá de otro modo, como dice Pedro en su carta: "No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis y creéis en Él". Aquella comuni­dad que recibió la pascua de Jesús, vivía resucitadamente. Su cotidianeidad era la pro­longación de las señales de Jesús: donde antes había muerte (egoísmo, injusticia, miedo, desesperanza, insolidaridad, increencia...) ahora había vida resucitada (amor, justicia, paz, esperanza, solidaridad, fe...). Es el testimonio de la comunidad cristiana en medio de la cual vive Jesús. ¿Seremos nosotros testigos de esa vida de Jesús para los Tomás que han visto y experimentado demasiada muerte?

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm

miércoles, 20 de abril de 2011

El judío Jesús


“¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber a mí que soy samaritana?”(Juan 4,9). Jesús era judío circuncidado, frecuentaba la sinagoga y guardaba la ley de Moisés. La primera comunidad cristiana, luego de la crucifixión de Jesús, era exclusivamente judía: iba al templo a orar, guardaba la ley judía y no admitía el bautismo para los no judíos. Tenía fresca la terrible experiencia de la prisión, condena y ejecución de su Maestro como un malhechor en la cruz. A pesar de ello, los apóstoles, María y otras mujeres iban al templo judío y enseñaban a cumplir la ley y no entraban en casa de los paganos. ¿De dónde se ha sacado en la Iglesia esa patraña del pueblo judío “deicida” (asesinos de Dios) si los primeros no lo vieron así?

Me llama la atención que todavía hoy suene a novedad revolucionaria algo tan obvio como la reciente afirmación de Benedicto XVI de que "no todo el pueblo judío condenó a Jesús" y lamentar las "fatales" consecuencias que ha tenido esa interpretación tan opuesta a la de la primera comunidad cristiana. El amor de Dios presente en el Justo Jesús, ayer y hoy es aceptado por unos y rechazado por otros. El judío Jesús dio la vida por la verdad para abrirnos a Dios y al prójimo, más allá de las leyes y de las fronteras.

El domingo de Resurrección celebramos la gran fiesta de la vida, del triunfo del amor sobre la muerte. “Dios resucitó a su siervo y lo envió, primero a ustedes, para bendecirlos haciendo que cada uno se convierta de sus maldades”, dice Pedro (Hechos 3,26). Maldades que no son exclusivas de ningún pueblo. Ayer y hoy el Justo Jesús es aceptado por unos e ignorado y rechazado por otros.

Las deformaciones religiosas, el espíritu de secta y los nacionalismos excluyentes, han hecho estragos en la historia de la humanidad y de los países “cristianos”. Me sorprende la resistencia que hubo a que el Concilio Vaticano II revisara ciertas actitudes de la Iglesia Católica hacia los judíos. Los papas Juan XXIII y Pablo VI, ayudados por la sabiduría y tacto del cardenal jesuita Bea, pusieron todo su empeño y en octubre de 1965, 2.221 obispos (con sólo 88 en contra) tuvieron el valor de aprobar la Declaración Nostra Aetate. La Declaración se refiere también a otras religiones no cristianas, pero la resistencia era contra la religión judía.

“La Iglesia- dicen los padres conciliares- no puede olvidar que ha recibido la revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo con quien Dios, por su inefable misericordia, se dignó establecer la antigua alianza, ni puede olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo, en que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles (Rom. 11,17-24). Cree pues, la Iglesia que Cristo, nuestra Paz, reconcilió por la cruz a judíos y gentiles y que de ambos hizo una sola cosa en Sí mismo (Efes.2,14-16)”. Con los salmos judíos aprendimos a orar y los profetas nos enseñaron que Dios defiende al pobre ante los abusos del poder.

En consecuencia, nos dice el Concilio, la Iglesia “reprueba como ajena al Espíritu de Cristo cualquier discriminación o vejación realizada por motivos de raza o color, de condición o religión”. Reconoce con gratitud el extraordinario “patrimonio espiritual común a cristianos y a judíos” y se propone “fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue, sobre todo, por medio de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno”. La Iglesia reprueba y “deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos”.

Para nosotros los católicos, Jesús es el judío más universal, porque dio la vida expresando radicalmente el amor de Dios en rostro humano, amor que supera toda frontera y discriminación en una Humanidad de pueblos distintos llamados a la fraternidad. Su muerte y resurrección por amor, revela el misterio de la relación con Dios y entre nosotros, misterio presente en todo hombre y mujer, sin distinción de razas ni fronteras. Cada día y en todos los pueblos se acoge o se rechaza a Jesús – “lo que hacen con el más pequeño lo hacen conmigo”-, y el Amor de Dios, su ternura y gratuidad se ofrece a todos en su propio interior con su identidad raza y religión. El judío Jesús es el Hijo del Hombre y el Hijo de Dios.

Luis Ugalde, S.J.

martes, 19 de abril de 2011

Sábado Santo, el silencio de María


El sentido litúrgico, espiritual y pastoral del Sábado Santo es de una gran riqueza. El venerable Siervo de Dios Juan Pablo II, recordaba en la Carta Apostólica Dies Domini que “los fieles han de ser instruidos sobre la naturaleza peculiar del Sábado Santo” (nº4). Este día no es un día más de la Semana Santa. Su singularidad consiste en que el silencio envuelve a la Iglesia. De ahí, que no se celebre la eucaristía, ni se administre otros sacramentos que no sean el viático, la penitencia y la unción de enfermos. Únicamente el rezo de la Liturgia de las Horas llena toda la jornada.
Sin embargo, nada impide que pueda tenerse una Liturgia de la Palabra en torno al misterio del día o que se expongan en las iglesias las imágenes de Cristo crucificado o en el sepulcro y de la Virgen Dolorosa para que los fieles puedan rezar delante de ellas. (cf. SC nº7). Ahora bien, “las costumbres y las tradiciones festivas vinculadas a este día, en el que durante una época se anticipaba la celebración pascual, se deben reservar para la noche y el día de Pascua” (CCD, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, Roma 2001, nº 146).
Sellado el sepulcro y dispersados los discípulos sólo “María Magdalena y la otra María estaban allí, sentadas frente al sepulcro” (Mt 27,61). El discípulo amado acompaña a la Virgen en su soledad, mientras que los judíos celebraban el Sabbat, día que recuerda el descanso de Dios en la semana de la creación. En la nueva alianza que se ha dado en el Calvario, el sábado será el día de la Madre que, unida con toda la Iglesia, “permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte, su descenso a los infiernos y esperando en la oración y en el ayuno su Resurrección” (DD nº 73). Mientras el Hijo redime las entrañas de la humanidad, María vive esos momentos en un silencio contemplativo, reflexionando sobre las experiencias que “guardaba en su corazón” (Lc 2,61).
Pero ¿De qué soledad y silencio estamos hablando cuando nos referimos a la Madre del Señor? Se trata de la soledad por la ausencia del “Amado” (Cant 5,6-8), del “Primogénito del Padre”, de su hijo según la carne. Es la soledad fecunda de la fe, nada desesperanzadora y profundamente corredentora. El silencio que conlleva, brota de sentirse desbordada por la Gracia divina que la constituyo Madre del Autor de de nuestra Salvación. ¡Ante la Palabra Encarnada sobra la palabrería humana! Sólo cabe el amor y la adoración.
Ésta es la soledad y el silencio que descubrimos cada Sábado Santo en la Hora de la Madre, cuando Ella, mirando al sepulcro donde está su Hijo muerto, ve hechas realidad sus palabras: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto” (Jn 12, 24). La contemplación silenciosa y orante de esos instantes de dolor y sufrimiento de la Virgen nos conmueven el alma y nos impulsan a dejar la levadura vieja del pecado y convertirnos en “panes pascuales de la sinceridad y de la verdad” (I Cor 5,8). Así, en cada Vigilia Pascual, como “centinelas en la noche”, toda la Iglesia junto con María espera la luz del grano de trigo que es el Resucitado.

Por monseñor Juan del Río Martín

viernes, 15 de abril de 2011

Jerusalén, final del trayecto


Comentario al Evangelio del Domingo de Ramos (Mateo 26, 14-27,66):

Final del trayecto. La entrada de Cristo en Jerusalén coincide con la entrada de los cristianos en la Semana Santa. La vida pública de Jesús comenzaba en el Jordán. Allí el Padre "presentó" a su Hijo a los hombres como el bienamado predilecto. Al final del camino de esa larga subida a Jerusalén, otra vez esos tres protagonistas se reúnen: el Padre bienamante, el Hijo bienamado y la humanidad tan favorecida y tan desagradecida a la vez.

Quedan atrás tantos recodos del camino en los que Jesús pasó haciendo el bien. Sus encuentros con la gente, su peculiar modo de abrazar el problema humano, unas veces brindando sus gozos como en Caná, otras llorando sus sufrimientos como en Betania; en ocasiones curando todo tipo de dolencias, o iluminando todo tipo de oscuri­dad o saciando todo tipo de hambres, y en otras airado contra los comerciantes en el templo y contra los fariseos en todas partes. Jesús que bendice, que enseña, que reza, que cura, que libera. Ahora es el momento último y final de este drama humano y divino. A él nos aso­mamos en el domingo de Ramos con el relato de la Pasión que escucharemos en el Evangelio.

El Padre pronunciará por última vez su última Palabra, la de su Hijo, y con ella nos lo dirá y nos lo dará todo. El Hijo volverá a repetir que lo esencial es el amor con esa medida sin-medida que Él nos ha manifestado en su historia, el amor que ama hasta el final y más allá de la muerte. Y el pueblo es como es. Ahí estamos nosotros. Unas veces gritando "hosanas" al Señor, y otras crucifi­cándole de mil maneras, como hizo la muchedumbre hace dos mil años; unas ve­ces cortaremos hasta la oreja del que ose tocar a nuestro Señor, y otras le ignoraremos hasta el perjuro en la fuga más cobarde junto a una fogata cualquiera, como hizo Pedro; unas ve­ces le traicionaremos con un beso envenenado como hizo Judas, o con un aséptica tole­rancia que necesita lavar la imborrable culpabilidad de sus manos cómplices como hizo Pilato; unas veces seremos fieles tristemente, haciéndonos solidarios de una causa perdida, como María Magdalena, otras lo seremos con la serenidad de una fe que cree y espera una palabra más allá de la muerte, como María la Madre.

Con la Iglesia, con todos los cristia­nos, nos disponemos a re-vivir y a no-olvidar, el memorial del amor con el que Jesús nos abrazó hasta hacernos nuevos, devolviéndonos la posibilidad de ser humanos y feli­ces, de ser hijos de Dios y hermanos de los prójimos que Él nos da. Esta es la Semana Santa cristiana, tan distinta y tan distante de la semana santa del turismo y del relax, pero en la hay algo que sabe siempre a nuevo para quien se atreve a acoger en estos días la verdadera y eterna novedad de Jesucristo muerto y resucitado.

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm

Retiro de la Comunidad Discípulos de Jesús


En el contexto de la eucaristía tuvimos cuatro bloques de participación en base a las lecturas que nos ofrece la liturgia para el miércoles (de ceniza), jueves, viernes y sábado previos al primer domingo de cuaresma, todos los aportes están referidos a LA COMUNIDAD no solo como personas individuales. Lo compartimos para que a quienes no pudieron asistir les pueda llegar algo "el espíritu" del retiro ya que la letra es insuficiente para transmitir experiencias personales y comunitarias.

1. COMO ACTO PENITENCIAL NOS PREGUNTAMOS ¿DE QUÉ NOS ARREPENTIMOS?:
No confiar en Dios que nos oye y nos perdona

Resistencia a lo que Dios nos pide. Rechazar mi cruz. Superficialidad en el arrepentimiento y en la vivencia de la fe

De no haber ayunado para fortalecer nuestro espíritu. De no hacer oración. Del activismo.

De falta de sinceridad. De quedarnos más en palabras que en obras en la llamada y el seguimiento de Jesús. De no asumir actitud comprometida. No dar el ejemplo de vida cristiana. De aprovecharnos de los demás. De nuestra agresividad y ofensas al otro. De nuestro egoísmo y comodidad. Perdernos en el camino. Evitar el sufrimiento. De nuestra falta de esperanza para transformar nuestro entorno.

De nuestros "prejuicios". No aceptar al que es distinto. De caer con frecuencia en el chismorreo. De no aceptar con autenticidad las críticas de otros.

De no atrevernos a romper esquemas. No exteriorizar y compartir la fe (de manera sincera)

De nuestras grandes OMISIONES. De haber dejado de hacer obras.

De dejarnos llevar por estados de ánimo. De dejar que la tristeza nos domine y no celebrar la presencia de Jesús entre nosotros.

De no ser "locos de amor"

2. COMO OFERTORIO NOS PREGUNTAMOS: ¿A QUÉ NOS DISPONEMOS?:

A profundizar en la fe. Una fe sincera, de corazón, no en la apariencia, costumbres, modas, cotidianidad.

A conocer a Dios para confiar en Él, en su perdón y misericordia.

A identificar a Dios donde esté (no donde queremos o nos conviene que esté fuera y dentro de uno.

A dar ejemplo reflejando la figura de Jesús.

Integrar la espiritualidad en el día a día. Darnos un tiempo de reflexión.

A tratar de ser menos indiferentes al dolor humano, el cual muchas veces minimizamos

A concretar el compromiso de servicio en la vida diaria

Reforzar nuestro coraje, nuestra fortaleza. A no quedarnos de brazos cruzados; más bien tender una mano

Discernimiento diario. En cada momento qué quiere Dios de mí. Buscar la voluntad de Dios. En las coordenadas de libertad-justicia-vida.

No bajar la guardia

A romper esquemas den nuestra vida diaria para vivir a la manera de Jesús

A permitir que Jesús se haga en nuestras vidas

A dejar nuestros ‘prejuicios’ para abrirnos al otro

A vivir con alegría el encuentro con Jesús e invitar e incluir a los otros a compartir y celebrar este encuentro

3. NOS PREGUNTAMOS COMO RESPUESTA AL EVANGELIO DE LA RESURRECCIÓN DE LÁRAZO correspondiente al 5to. Domingo de cuaresma: ¿CÓMO LO PODEMOS ALCANZAR?

Amando de tal manera que nos conmovamos con los demás de una manera profunda.

Superando los obstáculos

Confiando plena y sinceramente en Jesús, alimentar nuestra fe

Alimentándonos de la Palabra de Dios y la Eucaristía. Fe y oración.

Abriéndonos a los otros, haciéndonos sensibles a sus necesidades. Siendo más solidarios, humanos y comprensivos con el "otro". Corazón y ojos abiertos a lo que enfrentamos. Com-pasión.

Quitándonos la losa (el evangelio fue el de la resurrección de Lázaro) que tiene tapados nuestros sentidos

Aceptar la dinámica de las cosas, dejando actuar en nosotros la voluntad de Dios

Buscar nuevas formas de celebrar nuestro encuentro con Jesús en nuestras familias, con nuestros amigos, vecinos… en nuestra comunidad

Las estrofas de los salmos que tuvimos en la celebración inspiró peticiones de corazón como la siguiente: “Señor, ayúdanos a discernir tus caminos, que nos lleven a tu verdad, descubrirte a ti en el otro, para lograr el fruto de sabernos amados por ti”.

AGA
9 de Abril 2011

Carta de Dios


Tú, que eres un ser humano, eres mi milagro. Y eres fuerte, capaz, inteligente y lleno de dones y talentos. Cuenta tus dones y talentos. Entusiásmate con ellos. Reconócete, encuéntrate. Acéptate. Anímate. Y piensa que desde este momento puedes cambiar tu vida para bien si te lo propones y te llenas de entusiasmo. Y, sobre todo, si te das cuenta de toda la felicidad que puedes conseguir con sólo desearlo.

Eres mi creación más grande. Eres mi milagro. No temas comenzar una nueva vida. No te lamentes nunca. No te quejes. No te atormentes. No te deprimas. ¿Cómo puedes temer si eres mi milagro? Estás dotado de poderes desconocidos para todas las criaturas del universo. Eres UNICO. Nadie es igual a ti. Sólo en ti está aceptar el camino de la felicidad y enfrentarlo y seguir siempre adelante, hasta el fin, simplemente porque eres libre.

En ti está el poder de no atarte a las cosas. Las cosas no hacen la felicidad. Te hice perfecto para que aprovecharas tu capacidad y no para que te destruyeras con las tonterías.

Te di el poder de PENSAR Te di el poder de IMAGINAR
Te di el poder de AMAR Te di el poder de CREAR
Te di el poder de DETERMINAR Te di el poder de PLANEAR
Te di el poder de REÍR Te di el poder de HABLAR

Te di el poder de rezar…. y te situé por encima de los ángeles, cuando te di el poder de elección. Te di el poder de elegir tu propio destino usando tu voluntad. ¿Qué has hecho con esas tremendas fuerzas que te di? No importa. De hoy en más olvida tu pasado usando Sabiamente el poder de ELECCION.

Elige amar en lugar de odiar
Elige reír en lugar de llorar
Elige crear en lugar de destruir
Elige alabar en lugar de criticar
Elige perseverar en lugar de renunciar
Elige actuar en lugar de aplazar
Elige crecer en lugar de consumirte
Elige vivir en lugar de morir
Elige bendecir en lugar de blasfemar

Y aprende a sentir mi presencia en cada acto de tu vida. Crece cada día un poco más en el optimismo y en la esperanza. Deja atrás los miedos y los sentimientos de derrota. Yo estoy a tu lado siempre. LLÁMAME, BÚSCAME, ACUÉRDATE DE MÍ. Vivo en ti desde siempre y siempre te estoy esperando para amarte. Si has de venir a mí algún día… que sea hoy, en este momento. Cada instante que vivas sin mí es un instante que pierdes de paz. Trata de volverte niño, simple, inocente, generoso, dador, Con capacidad de asombro y capacidad para convertirte ante ¡la maravilla de sentirte humano!....

Porque puedes conocer mi amor, puedes sentir una lágrima, Puedes comprender el dolor…. No te olvides que eres el milagro. Que te quiero feliz, con misericordia, con piedad, para que este mundo que transitas pueda acostumbrarse a reír, siempre que tú… aprendas a reír. Y si eres mi milagro, entonces usa tus dones ya cambia Tu medio ambiente, contagiando esperanza y optimismo sin temor, porque… ¡YO ESTOY A TU LADO!!!!

DIOS

“Mira que estoy a la puerta llamando; si alguien escucha mi llamada y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”
Ap 3, 20

lunes, 11 de abril de 2011

Domingo de Ramos de la Pasión del Señor / A


Primera: Is 50, 4-7; Salmo 21; Segunda: Fil 2, 6-11; Evangelio: Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo

Nexo entre las lecturas

En este domingo se tiene la procesión simple o solemne que conmemora el ingreso de Jesús en Jerusalén. El evangelio que se proclama al inicio de la procesión pone de relieve que Jesús es el “Hijo de David”, importante título mesiánico, y subraya que éste es un Rey humilde, justo y victorioso que restaurará la ciudad de Jerusalén. El clima de la procesión es festivo y es una anticipación profética del triunfo definitivo de Cristo sobre el pecado y la muerte en su misterio pascual.

Las lecturas de la Misa, en cambio, nos exponen las condiciones que serán necesarias para que Cristo alcance este triunfo. La primera lectura nos presenta al Siervo doliente con sus sufrimientos y su admirable disponibilidad ante el sacrificio (1L). El himno cristológico de la carta a los Filipenses hace hincapié en la humildad y en la obediencia filial, hasta la muerte en Cruz, de Jesús (2L). Finalmente el relato de la pasión según san Mateo muestra a un Cristo lleno de majestad que reina, pero que ha sido rechazado por el pueblo y sus dirigentes y es conducido a la muerte. Sin embargo, a pesar de ser rechazado, Él es la piedra angular sobre la que se levanta el edificio de la Iglesia naciente (EV). Obediencia filial hasta la muerte por amor es aquello que unifica y sobresale en la liturgia de este día.

Mensaje doctrinal

1. La procesión. La cuaresma ha sido un camino de conversión que la Iglesia ha realizado con Cristo-cabeza en su ascensión hacia la ciudad de Jerusalén. Ahora llega el momento de hacer el ingreso solemne en la ciudad santa. Cristo mismo está presente en la procesión por medio de la cruz que precede el caminar de los fieles; está presente en el evangelio que se proclama al inicio mismo de la procesión; está presente, finalmente, en quien preside la liturgia procesional. Esta procesión es un símbolo hermoso de cómo Cristo camina con cada uno de los hombres en su peregrinar hacia la patria definitiva. La promesa bíblica encuentra también aquí un hermoso significado: “Yo estaré con vosotros”.

Al mismo tiempo, la procesión de los fieles se dirige hacia Cristo que se inmolará en el altar. La proclamación de la pasión según san Mateo nos hará ver el camino de afrentas que Jesús tuvo que soportar por amor de nosotros, hombres pecadores. La mirada de los fieles, por lo tanto, se dirige con amor a Cristo, amigo de nuestras almas, cordero inmolado que ha dado su vida en rescate nuestro. San Bernardo comenta que en la procesión se representa la gloria celeste, mientras que en la Misa se hace claro cuál es el camino para llegar a ella.

Si en la procesión vemos con claridad la meta hacia la que debemos llegar, es decir, la patria del cielo, la pasión nos hace ver el camino y las condiciones que son necesarias: la persecución, la obediencia humilde, la pasión dolorosa. El ideal sería descubrir ambas realidades: patria celesta y camino para llegar a ella, en su dimensión cristológica. Cristo que camina con nosotros, Cristo que camina delante de nosotros abriéndonos la puerta de los cielos, Cristo que camina y sufre y padece en nosotros que somos su cuerpo.

2. La fe en Cristo en la pasión de San Mateo. En Mateo descubrimos una perspectiva cristológica. Jesús afirma claramente ante el Sumo Sacerdote que Él es el Mesías, el Señor y que en él se cumplen las promesas del Reino y se instaura una nueva alianza. (26,64) Él se muestra dueño de su acciones y se ofrece libremente al sacrificio por amor. En Getsemaní podría llamar una legión de ángeles (26, 53), pero no lo hace, va libremente a cumplir la voluntad del Padre. La corona de espinas, el manto de púrpura, el bastón puesto en su mano pondrán de relieve, paradójicamente, su majestad y realeza. En su pasión Cristo es rey y reina. A través de sus sufrimientos es Rey y salva a los hombres. ¡Cristo Rey nuestro!

Sólo Mateo presenta los eventos de la pasión en términos escatológicos: el temblor de tierra, la obscuridad, los sepulcros abiertos... La cortina del templo se rasga simbolizando que los sacrificios de la antigua alianza han sido superados por un sacrificio excelente y que ha sido constituida la nueva alianza entre Dios y los hombres por la sangre de Cristo. Esa cruz que está en el centro de la historia es al mismo tiempo el fin de la historia.

Sugerencias pastorales

1. La vida humana es un camino en el que descubrimos el valor de la cruz. El ingreso festivo de Jesús en Jerusalén sugiere a nuestra reflexión muchos momentos de la existencia humana. Momentos de alegría, de plenitud, de amistad sincera, de realización personal. Momentos en los que se experimenta más vivamente el amor de Dios, la cercanía y cariño de los seres queridos, la belleza de la vida. Sin embargo, en este caminar de la existencia humana advertimos también momentos de tristeza, de pérdida, de dolor, de fracaso. Una enfermedad, la muerte de un ser querido, una pena moral, una incomprensión...

Todo ello nos indica que nuestra patria definitiva no se encuentra aquí, sino que esta vida, que es en sí misma bella y digna de ser vivida, no es sino el inicio de una vida que ya no conocerá el dolor. Todo esto nos recuerda que somos peregrinos hacia la posesión eterna de Dios y que debemos siempre seguir caminando sin rendirnos ante el cansancio, la fatiga, las penas o los pecados de esta vida. Caminar siempre, avanzar siempre para alcanzar la felicidad eterna que, de algún modo, ha ya iniciado en esta tierra por la fe en Cristo Jesús.

No rendirnos ante el tedio de la vida, sino asumir con paz que el camino de la felicidad pasa por la cruz; pero no por cualquier cruz, sino aquella que se vive por Cristo, con Cristo y en Cristo. Se trata de saber descubrir en nuestra vida los “ingresos festivos” en Jerusalén para ensanchar nuestro corazón y caminar por las vías del Señor. Pero al mismo tiempo, disponer el alma para vivir la cruz de cada día, los dolores domésticos, las penas cotidianas con amor, con serenidad, unidos a Cristo.

2. La educación de la infancia. Una segunda reflexión se sugiere al ver a los “niños hebreos” que agitan los ramos al paso de Jesús. Se trata de considerar la importancia de educar en la fe y en los valores cristianos a nuestra niñez. Quizá las generaciones jóvenes están hoy más expuestas que en otras épocas, al influjo negativo de los medios de comunicación. Vivimos en una cultura de la imagen que imprime sellos indelebles en el alma de los pequeños: imágenes de violencia, de injusticias, de lucha entre los hombres, de terror... van dejando sin duda una huella.

Cada cristiano debe sentirse responsable ante esta situación, debe sentir el anhelo de imprimir en el corazón de los que vienen detrás, no sólo imágenes positivas que les ayuden a vivir y esperar, sino también contenidos de fe, de esperanza de amor que los sostengan cuando lleguen a la edad madura. Esta tarea es responsabilidad principalísima de los padres de familia, que forman su hogar como una iglesia doméstica donde se aprende la fe. Cada niño es como un tesoro que pertenece a Dios y que el mismo Dios ha puesto bajo el cuidado y protección de sus padres. Sin embargo, se trata de una responsabilidad en la que participan también todos los que intervienen en el proceso educativo: los profesores, los catequistas, los párrocos...

Dediquemos, como lo hacía el Cura de Ars, una parte no indiferente de nuestro tiempo a la catequesis infantil porque ésos, que hoy son los niños que agitan los ramos de olivo en el atrio de nuestras iglesias, serán los que mañana predicarán el evangelio, formarán comunidades cristianas, entregarán su vida en consagración a Dios, educarán hijos y transmitirán la fe y los valores. Arte de las artes es educar un niño. Eduquemos a los niños como lo hacía Jesús: dirijámoslos por las sendas de la virtud, por el amor a la verdad superando toda mentira, por el camino del desprendimiento personal para que sepan darse a los demás.

Un peligro no pequeño de nuestra sociedad es un excesivo individualismo y egocentrismo que recluye a la persona en sí y le impide ser feliz y realizarse en la vida. Aprendamos a valorar los recursos infantiles: ellos, los pequeños, constituyen un ejército de apóstoles por su sencillez, por su amistad íntima y espontánea con Jesús, por su capacidad de lanzarse a grandes empresas sin temor. Los mayores también tenemos que aprender grandes cosas de esos pequeños que agitan traviesos sus ramos en medio de nuestras parroquias y son la preocupación, pero también la felicidad, de sus padres.

Autor: P. Octavio Ortíz | Fuente: Catholic.net

viernes, 8 de abril de 2011

Una vida más fuerte que la muerte


Comentario al Evangelio del quinto domingo de Cuaresma (Juan 11, 1-45) :

"Había un cierto enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús:
Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo.
Al oírlo Jesús, dijo:
-Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba. Al cabo de ellos, dice a sus discípulos:
-Volvamos de nuevo a Judea.
Le dicen los discípulos:
-Rabbí, con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?
Jesús respondió:
-¿No son doce las horas del día? Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque no está la luz en él.
Dijo esto y añadió:
-Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle.
Le dijeron sus discípulos:
-Señor, si duerme, se curará.
Jesús lo había dicho de su muerte, pero ellos creyeron que hablaba del descanso del sueño. Entonces Jesús les dijo abiertamente:
-Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos donde él.
Entonces Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos:
-Vayamos también nosotros a morir con él.
Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano. Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús:
-Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.
Le dice Jesús:
-Tu hermano resucitará.
Le respondió Marta:
-Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día.
Jesús le respondió:
-Yo soy la resurrección El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?
Le dice ella:
-Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo.
Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído:
-El Maestro está ahí y te llama.
Ella, en cuanto lo oyó, se levantó rápidamente, y se fue donde él. Jesús todavía no había llegado al pueblo; sino que seguía en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en casa consolándola, al ver que se levantaba rápidamente y salía, la siguieron pensando que iba al sepulcro para llorar allí. Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo:
-Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo:
-¿Dónde lo habéis puesto?
Le responden:
-Señor, ven y lo verás.
Jesús se echó a llorar. Los judíos entonces decían:
-Mirad cómo le quería.
Pero algunos de ellos dijeron:
-Este, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera?
Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. Dice Jesús:
-Quitad la piedra.
Le responde Marta, la hermana del muerto:
-Señor, ya huele; es el cuarto día.
Le dice Jesús:
-¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?
Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo:
-Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado.
Dicho esto, gritó con fuerte voz:
-¡Lázaro, sal fuera!
Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice:
-Desatadlo y dejadle andar.
Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él.


La Palabra de Dios va presidiendo y acompañando nuestro camino de cuaresma. Y cada domingo nos sale al encuentro con un tema de fondo que llega hasta los adentros. El agua, la luz... nos han acompañado en los últimos domingos para hablarnos de un Dios que sacia nuestra sed y que ilumina nuestras zonas apagadas. Este domingo se nos habla de la vida. La Pascua es la gracia de la vida, vida resucitada, pero sólo podremos acogerla si nos encontramos con quien ha vencido toda muerte, también la nuestra. Sin tomar conciencia de nuestra sed, de nuestra oscuridad y de nuestras muertes, Dios no podrá regalarnos su agua, su luz y su vida. Porque no hay curación más imposible que la del enfermo que ignora su mal: su mez­quina actitud es su mismo desahucio.

No es que Jesús no considere lo que los humanos tanto consideramos, sino que Él logra ver un más allá, un algo más a todos nuestros dramas y tragedias. Porque desde que Jesús vivió nuestra vida y existió en nuestra existencia, Él es el criterio para verlo y vivirlo todo. Lo que para los demás era la muerte de Lázaro, para Jesús era un sueño. Este era el diferente modo de ver las cosas: la muerte como terrible e inapelable desenlace o la muerte como sueño del que es posible despertar.

Jesús responderá a la muerte pronunciando sobre ella su palabra creadora de vida: "Lázaro, ¡sal fuera!" (Jn 11,43). Frente a todos los indicios de una muerte de cuatro días, Jesús llama a la vida a salir de la muerte. Y aquella tremenda y desafiante pregunta que hizo a Marta delante del drama de la muerte de su hermano Lázaro: "Yo soy la resurrección y la vida, ¿crees ésto?" (Jn 11,25-26), será la que nos hará a nosotros ante el drama y el aturdimiento de todas nuestras muertes: los egoís­mos, las tristezas, los rencores, las envidias, las injusticias, las frivolidades, las deses­peranzas... "Yo soy la resurrección y la vida... ¿crees esto?".

Vivir la cuaresma es reconocer estas muertes cotidianas que nos entierran en to­dos los sepulcros en donde no hay posibilidad de vida, ni de amor, ni de esperanza, ni de fe. Hay que sollozar conmovidos por nuestras situaciones mortecinas, hay que dolerse de todos nuestros lutos inhumanos... y desde todos ellos, esperar el algo más que Dios en Jesús nos concede: desde la oscuridad de todos nuestros sepulcros, poder escuchar la voz creadora del Señor que nos llama a salir del escondrijo de la muerte: ¡sal fuera! ¡sal al amor, a la paz, a la justicia, al perdón, a la alegría, a la vida, a Dios!

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm

sábado, 2 de abril de 2011

Sean Buenos


Por tanto, les digo:

Sean buenos: La maldad parece que está adueñándose del mundo; la maledicencia y la malevolencia ocupan cada vez mayores espacios y penetran cada vez más profundamente.

Sean buenos: El cristiano debe ser ciertamente el hombre de la santidad, de la fe, de la esperanza, de la alegría, de la palabra, del silencio, del dolor. Pero debe, sobre todo, ser bueno: debe ser el hombre del amor.

Si un cristiano que entra en cualquier lugar donde está reunida la gente, encontrase frialdad, extrañeza, contienda y enfriamiento, pero él fuese y apareciese “bueno”, ciertamente no podrá realizar milagros y deberá esperar; pero su espera jamás será inútil y, casi con toda certeza, no será prolongada ni extenuante.

Sean buenos: Buenos en su rostro, que deberá ser distendido, sereno y sonriente; buenos en su mirada, una mirada que primero sorprende y luego atrae. Buena, divinamente buena, fue siempre la mirada de Jesús. ¿Lo recuerdan? Cuando Pedro fue alcanzado y traspasado por aquella mirada divina y humana, lloró amargamente.

Sean buenos en su forma de escuchar: De este modo experimentarán, una y otra vez, la paciencia, el amor, la atención y la aceptación de eventuales llamadas.

Sean buenos en sus manos: Manos que dan, que ayudan, que enjugan las lágrimas, que estrechan la mano del pobre y del enfermo para infundir valor, que abrazan al adversario y le inducen al acuerdo, que escriben una hermosa carta a quien sufre, sobre todo si sufre por nuestra culpa. Manos que saben pedir con humildad para uno mismo y para quienes lo necesitan, que saben servir a los enfermos, que saben hacer los trabajos más humildes.

Sean buenos en el hablar y en el juzgar: Si son jóvenes, sean buenos con los ancianos; y, si son ancianos, sean buenos con los jóvenes.

Sean contemplativos en la acción: Mirando a Jesús -para ser imagen de Él- sean, en este mundo y en esta Iglesia, contemplativos en la acción; transformen su actividad apostólica en un medio de unión con Dios. Estén siempre abiertos y atentos a cualquier gesto de Dios Padre y de todos sus hijos, que son hermanos nuestros.

Sean santos: El santo encuentra mil formas, aun revolucionarias, para llegar a tiempo allá donde la necesidad es urgente. El santo es audaz, ingenioso y moderno. El santo no espera a que vengan de lo alto las disposiciones y las innovaciones. El santo supera los obstáculos y, si es necesario, quema las viejas estructuras superándolas… Pero siempre con el amor de Dios y en la absoluta fidelidad a la Iglesia a la que servimos humildemente porque la amamos apasionadamente.

Pedro Arrupe sj

viernes, 1 de abril de 2011

Cuando el corazón se queda ciego


Comentario al Evangelio del próximo domingo, cuarto de Cuaresma (Juan 9,1-41):

Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Los discípulos le preguntaron:
-Maestro, ¿quién pecó para que naciera ciego? ¿Él o sus padres?
-Jesús contestó:
-Ni él pecó ni sus padres; ha sucedido así para que se muestre en él la obra de Dios. Mientras es de día, tienen que trabajar en las obras del que me envió. Llegará la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo.
Dicho esto, escupió en el suelo, hizo barro con la saliva, y se lo puso en los ojos y le dijo:
-Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa enviado).
Fue, se lavó y al regresar ya veía. Los vecinos y los que antes le habían visto pidiendo limosna comentaban:
¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?
Unos decían: Es él. Otros decían: No es sino que se le parece. El respondía: Soy yo.
Así que le preguntaron: ¿Cómo, pues, se te abrieron los ojos?
Contestó:
Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo que fuera a lavarme a la fuente de Siloé. Fui, me lavé y recobré la vista.
Le preguntaron:
¿Dónde está él?
Responde:
No sé.
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos le preguntaron otra vez cómo había recobrado la vista.
Les respondió:
-Me aplicó barro a los ojos, me lavé y ahora veo.
Algunos fariseos le dijeron:
-Ese hombre no viene de parte de Dios, porque no observa el sábado.
Otros decían:
-¿Cómo puede un pecador hacer tales milagros?
Y estaban divididos. Preguntaron de nuevo al ciego:
-¿Y tú qué dices del que te abrió los ojos?
Contestó:
-Que es un profeta.
Los judíos no terminaban de creer que había sido ciego y había recobrado la vista; así que llamaron a los padres del que había recobrado la vista y les preguntaron:
-¿Es éste su hijo, el que ustedes dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?
Contestaron sus padres:
-Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero, cómo es que ahora ve, no lo sabemos. Pregúntenle a él, que es mayor de edad y puede dar razón de sí.
Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, porque los judíos ya habían decidido que quien lo confesara como Mesías sería expulsado de la sinagoga. Por eso dijeron los padres que tenía edad y que le preguntaran a él. Llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron:
-Da gloria a Dios. A nosotros nos consta que aquél es un pecador.
Les contestó:
-Si es un pecador, no lo sé. De una cosa estoy seguro: que yo era ciego y ahora veo.
Le preguntaron de nuevo:
¿Cómo te abrió los ojos?
Les contestó:
-Ya se lo dije y no me creyeron; ¿Para qué quieren oírlo de nuevo? ¿No será que también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?
Lo insultaron diciendo:
-Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Sabemos que Dios le habló a Moisés; en cuanto a ése, no sabemos de dónde viene.
Les respondió:
-Eso es lo extraño: que ustedes no saben de dónde viene y a mi me abrió los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; sino que escucha al que es piadoso y cumple su voluntad. Jamás se oyó contar que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si ese hombre no viniera de parte de Dios, no podría hacer nada.
Le contestaron:
-Tú naciste lleno de pecado, ¿y quieres darnos lecciones? Y le echaron fuera.
Oyó Jesús que lo habían expulsado y, cuando lo encontró, le dijo: ¿Crees en el Hijo del hombre?
Contestó:
¿Quién es, Señor, para que crea en él?
Jesús le dijo:
-Lo has visto. es el que está hablando contigo.
Respondió:
-Creo, Señor.
Y se postró ante él.
Jesús dijo:
-He venido a este mundo para un juicio, para que los ciegos vean y los que vean queden ciegos.
Algunos fariseos que se encontraban con él preguntaron:
-Y nosotros, ¿estamos ciegos?
Les respondió Jesús:
-Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado; pero, como dicen que ven, su pecado permanece.


Decimos en el dicho popular que los ojos son las ventanas del corazón. Y el autor de El Principito (Antoine de Saint Exupery), dirá aquello célebre: que lo importante sólo se ve con el corazón. No siempre vemos bien las cosas, ni las gentes, ni la misma vida, porque no siempre amamos. Hay una especie de "miopía" del corazón. En el camino hacia la Luz pascual, la Iglesia hoy nos invita con la Palabra de Dios a comprobar la vista de nuestro corazón y el amor de nuestra mirada. Son tres los protagonistas que llenan este escenario evangélico: Jesús, el ciego de na­cimiento y los fariseos.

En primer lugar está el ciego de nacimiento que es visto por Jesús, un invidente que es alcanzado por la mirada de Jesús. No es una ceguera culpable la suya, ni tam­poco maldita, cuando su destino último será nacer a la luz. El encuentro con Jesús, sencillamente anticipa ese nacimiento luminoso. A pesar de su tara física, menos mal que su madre no lo abortó y tampoco lo "eutanasiaron" después. Para él fue posible con antelación el encuentro con Aquel después del cual ni la oscuridad, ni la ceguera, ni el mal, ni el pecado... tiene ya la última palabra.

Los fariseos tenían otra ceguera, mucho más compleja y difícil de salvar porque estaba ideologizada, tenía intereses creados, tantos que hasta les impedía reco­nocer lo evidente: que un ciego de verdad, de verdad llegó a ver. Y tendrán que en­contrar alguna razón para seguir justificándose en su posición. Ellos determinarán que Jesús no puede venir de Dios cuando hace cosas "aparentemente" prohibidas por Dios por ser en sábado -son las apariencias del mirar humano-. Se afanan en un capcioso interrogatorio: preguntan al ciego, a sus padres, al ciego de nuevo... pero no quieren oír cuando lo que escuchan no coincide con sus previsiones.

Hemos de situarnos dentro de este Evangelio: con nuestras cegueras y oscuridades ante Jesús Luz del mundo. La gran diferencia entre el ciego y los fariseos estaba en que el primero reconocía su ceguera sin más, y por eso acogió la Luz, mientras que los segundos decían que veían y por eso permanecían en su oscuridad, en su pecado. No les bastaba a ellos con estar en la si­nagoga, como no nos basta a nosotros con estar en la Iglesia, si nuestro estar no está iluminado y no es luminoso, si no caminamos como hijos de la luz buscando lo que agrada al Señor. Los fariseos sabían mu­chas cosas de Dios, pero no sabían a lo que sabe Dios; ellos pensaban que veían las co­sas en su justa medida -la suya-, pero ésta no coincidía con la de los ojos de Dios. Este es nuestro reto.

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo