El 3 de diciembre celebramos una fiesta grande: el día de San Francisco Javier, santo jesuita, compañero de San Ignacio en la fundación de la Compañía de Jesús, patrono de Universitarios en Misión y de todos los misioneros. Por cierto, que todos los cristianos tenemos la misión encargada por el mismo Jesús, de llevar la Buena Noticia del amor incondicional de Dios a todas las personas y rincones del mundo.
Francisco de Jaso y Azpilicueta, más conocido como Francisco de Javier, nació el 7 de abril de 1506 en el Castillo de los Jaso (Navarra). Fue miembro del grupo inicial de la Compañía de Jesús y gran colaborador de Ignacio de Loyola. Destacó por llevar adelante las misiones de evangelización en el oriente asiático y en el Japón. Fue llamado: Apóstol de las Indias.
En 1524, Francisco Javier toma la determinación de ir a estudiar a la Universidad de La Sorbona de París después de estudiar en Pamplona. En septiembre de 1525, conoció al que sería su mejor amigo: Íñigo de Loyola. Fue allí donde se constituye lo que sería el embrión de la Compañía de Jesús. El 15 de agosto de 1534, una vez finalizados sus estudios, hizo votos de caridad y castidad junto con otros cinco compañeros en la Iglesia de Montmartre. Francisco se queda en París otros dos años estudiando Teología, después de participar en los Ejercicios Espirituales con Ignacio de Loyola.
En 1537, viaja a Italia con Ignacio para visitar al Papa Pablo III, y pedirle su bendición antes de emprender el viaje a Tierra Santa, que se habían propuesto realizar. No pudieron realizarlo por causa de la guerra entre Venecia y Turquía. Fue ordenado sacerdote en Venecia el 24 de junio, y se dedicó a predicar junto con sus compañeros. Ante la tardanza del ansiado viaje, vuelve a Roma y se ofrece al Papa para ser enviado a cualquier otro lado. De allí parte hacia Lisboa en 1540, donde comienza la etapa más importante de su vida: la de misionero en las Indias Orientales.
El 7 de abril de 1541, cuando cumplía 35 años, salió rumbo a Mozambique, donde se queda ayudando en el hospital durante un año. El 6 de mayo de 1542, llega a Goa, que fue capital de la India Portuguesa, y donde actualmente se encuentra su cuerpo incorrupto. Para lograr un acercamiento más intenso con la comunidad, se dedica a aprender la lengua del país. Rechaza el puesto de director del seminario de San Pablo, y se embarca en octubre de 1542 para las islas de la Pesquería, donde permaneció más de un año. Evangeliza a los indios Paravas y recorre varias ciudades. Aprendió tamil y tradujo a esa lengua gran parte de la Biblia y otros libros, con el fin de adaptar el cristianismo a esa cultura.
En 1543, escribe a sus compañeros que estaban en Roma: “Muchos cristianos se dejan de hacer en estas partes, por no haber personas que se ocupen en la evangelización. Muchas veces me mueven pensamientos de ir a esas Universidades dando voces como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la Universidad de París, diciendo en la Sorbona a los que tienen más letras que voluntad, para disponerse a fructificar con ellas. ¡Cuántas almas dejan de ir a la gloria y van al infierno por negligencia de ellos! Es tanta la multitud de los que se convierten a la fe de Cristo en estas partes, en esta tierra donde ando, que muchas veces me parece tener cansados los brazos de bautizar, y no poder hablar de tantas veces de decir el Credo y mandamientos en su lengua de ellos y las otras oraciones.”
Una vez que ha organizado ese territorio, parte hacia Manapar y el distrito sur. Permanece un mes con los indígenas makuas, bautizando a más de diez mil, y realiza más de veinte viajes de evangelización. En 1545, parte a las islas Molucas. En Malaca, Francisco de Javier aprende algo del idioma, se familiariza con la cultura local, y traduce los textos cristianos. Sale hacia las Islas de Amborio y Ternate en enero de 1546, y recorre diferentes islas de la región. Según cuenta la tradición en Baranula (Ceran), un cangrejo le devuelve el crucifijo que había perdido durante una tempestad.
Parte para Japón en 1549. Desembarca en Kagoshima, entonces capital del reino Sur, donde permanece un año. Evangeliza las tierras niponas durante dos años. Para responder a las preguntas que los transeúntes realizaban, se valía de un intérprete. En 1550, se dirige al norte a Yamaguchi para hablar con el príncipe, y logra que garantice el respeto a las personas que se convirtieran al cristianismo. Realiza una intensa labor de predicación y se crea una pequeña comunidad. Muchos de los convertidos son samurais.
En 1551, Francisco Javier regresa a la India. El viaje de vuelta lo realiza en la nave Santa Cruz, que capitaneaba Diego de Pereira, quien le da la idea de organizar una expedición a China en nombre del rey de Portugal, para entablar negociaciones de paz. Entretanto, fue nombrado provincial de la India.
Parte a China el 14 de abril de 1552. Lo acompaña Antonio de Santa Fe, quien era de origen chino. En Malaca, tuvo dificultades para lograr su objetivo, por causa de Álvaro de Ataide, hijo de Vasco de Gama y jefe en la marina de la región, quien no aceptó los argumentos de Francisco Javier, ni siquiera cuando le mostró el documento del Papa Paulo III, donde lo nombraba nuncio apostólico.
El viaje se retrasa por dos meses. Llegaron a la isla de Sanchón, lugar de encuentro entre los mercaderes chinos y portugueses, a finales de agosto de 1552. Finalmente, Ataide permitió que Francisco Javier partiese a la China. Con la ayuda de Antonio de Santa Fe, esperaba poder introducirse clandestinamente, pues hasta entonces había sido inaccesible a los extranjeros.
A fines de agosto de 1552, la expedición llegó a la isla desierta de Sancián (Shang-Chawan) que dista unos veinte kilómetros de la costa, y está situada a cien kilómetros al sur de Hong Kong. Francisco Javier escribió desde ahí varias cartas, donde describía las medidas que había tomado: con mucha dificultad y pagando generosamente, había conseguido que un mercader chino se comprometiese a desembarcar de noche en Cantón. Cuando estaba a punto de realizar su proyecto, Javier cayó enfermo.
El 21 de noviembre de 1552, enfermó con fiebre y se refugió en el único navío con que contaban. El movimiento del mar le hizo daño, y al día siguiente pidió que lo llevaran a tierra. En el navío estaban los hombres de Álvaro de Ataide, quienes por no ofender a éste, dejaron a Javier en la playa, expuesto a un viento terrible. Un compasivo comerciante portugués le condujo a su maltrecha cabaña, donde estuvo Francisco Javier, consumido por la fiebre. Entre los espasmos del delirio, el santo oraba constantemente.
El sábado 3 de diciembre, según escribió Antonio, “viendo que estaba moribundo, le puse en la mano un cirio encendido. Poco después, entregó el alma a su creador y Señor con gran paz y reposo, pronunciando el nombre de Jesús”. Tenía cuarenta y seis años, y había pasado once en el oriente.
Uno de los tripulantes del navío había aconsejado que se llenase de barro su féretro para poder trasladar más tarde los restos. Diez semanas después, fue abierta la tumba. Al quitar el barro del rostro, los presentes descubrieron que se conservaba perfectamente, y que el resto del cuerpo estaba incorrupto. El cuerpo fue trasladado a Malaca, donde todos salieron a recibirlo con gran alegría. A fin de año, fue trasladado a Goa (hoy perteneciente a la India), donde los médicos comprobaron que se hallaba incorrupto. Allí reposa en la iglesia del Buen Jesús.
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