Domingo XX del Ciclo Ordinario, Ciclo C. Lc 12,49-53
"Yo he venido a prender fuego en el mundo; y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo! Tengo que pasar por una terrible prueba, y ¡cómo sufro hasta que se lleve a cabo! ¿Creen ustedes que he venido a traer paz a la tierra? Les digo que no, sino división. Porque de hoy en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra."
Podríamos pensar que el evangelio se contradice pues en unas partes invita a hacer la paz y en esta dice Jesús no ha venido a traer paz sino guerra.
En muchos momentos los evangelistas nos presentan a Jesús como un hombre pacífico y gestor de paz. En el nacimiento, Lucas presenta a Jesús como una gran noticia para toda la humanidad, en especial para los pobres (representados en la figura de los pastores). Noticia que traerá la paz a los hombres de buena voluntad (Lc 2,12). En su ministerio Jesús envió a los primeros discípulos a anunciar el Reino y les pidió que saludaran con la paz (Mt 10,12-13/ Lc 10,5-6). Además los invitó a ser sal y a vivir en paz unos con otros (Mc 9,50). Muchas veces después de un encuentro sanador con alguna persona, la despedía con estas palabras: “Tu fe te ha salvado, vete en paz” (Lc 8,48 / Mc 5,34). En la resurrección saludó a sus discípulos con la paz: “La paz sea con ustedes” (Jn 20,10.21.26 / Lc 24,36)
Pero en el evangelio que hoy leemos pareciera que la cosa fuera totalmente distinta. ¿Piensan que viene a traer tranquilidad al mundo? Les aseguro que no: yo vine a traer divisiones. De ahora en adelante, si hay cinco en una familia, se pondrán tres de una parte y dos de la otra. Estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.” (Lc 12,51-53)
El Cuarto Evangelista nos puede ayudar a entender mejor esta situación. “Mi paz les dejo, mi paz les doy, pero no como la da el mundo” (Jn 14,27). Aquí está muy claro. La paz de Jesús no es la paz de los cementerios. No es la paz de quien dice: “déjenme en paz”, “déjenme tranquilo”, “no me metan en problemas”, “yo no fui”… La paz de Jesús no es como la paz del mundo. Específicamente la paz de Jesús no tiene nada que ver con la política de “Pax Romana”. La política de la Pax romana consistía básicamente en la pacificación del imperio con la fuerza de las legiones (batallones muy entrenados y armados). Buscaba que todo el imperio con sus colonias aceptara la voluntad del emperador y trabajara para los hombres libres. En síntesis, un montón de esclavos debían trabajar para unos cuantos ciudadanos libres sin alguna manifestación insurrecta, pues esta era inmediatamente pacificada por las tropas imperiales.
La paz de Jesús viene como consecuencia de todo un proceso de liberación a nivel personal y comunitario (Lc 4,18-28). La paz de Jesús viene como una consecuencia del Reinado de Dios (Mc 1,14-15), que es totalmente opuesto al reinado del César (Mt 22,15-22) y al de todas las fuerzas desintegradoras del ser humano (Mt 10,1-16 / Mc 6,6-13 / Lc 9-10). Por eso la paz de Jesús muchas veces implica entrar en conflicto con los generadores de violencia e injusticia. Entrar en conflicto no significa actuar con violencia. Jesús rechazó de plano la violencia e invitó a construir el Reino con medios pacíficos.
No se trata de que Jesús haya impulsado la guerra para que después, sobre las cenizas, se construyera la paz, como suelen entenderlo algunos defensores de la violencia. “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”, afirman quienes justifican la combinación de todas las formas de lucha, incluida la violencia, para alcanzar los cambios sociales, o para mantener un statu quo. Se entra en conflicto no porque se busque este como tal, sino porque se construye la justicia en una sociedad estructuralmente injusta. Se entra en conflicto porque las fuerzas que mantienen oprimidas a las personas, tanto ayer como hoy, son muy fuertes y quien quiera impulsar la liberación de los oprimidos (Lc 4,18) encontrará obstáculos. Jesús entra en conflicto no porque haya sido un hombre conflictivo, sino porque su coherencia ética y su libertad profética chocaron con un sistema que se sostenía fundamentalmente con el poder y el dinero, elementos cuestionados radicalmente por Jesús.
Jesús entró en conflicto porque buscó que la humanidad, empezando por su grupo de amigos, se organizara no con la fuerza del poder y el dinero, sino con la fuerza del amor y el objetivo del servicio (Jn 13 / Mc 10,41-45). Porque buscó una humanidad organizada de otra forma, de tal manera que el poder y el dinero no fueran patrimonio de unos pocos, sino que sirvieran para hacer realidad una sociedad más humanizada y solidaria. Jesús entró en conflicto porque su proyecto chocaba con una sociedad sustentada con el derecho romano, que exaltaba a los poderosos y legitimaba la apropiación de la tierra y de las vidas humanas (la esclavitud). Jesús entró en conflicto porque chocó directamente con Roma y sus aliados, los Sumos Sacerdotes, los ancianos, los escribas y saduceos, y el resto de personajes conformes con esa sociedad romanizada. Por eso lo mataron colgándolo de un madero, muerte que propinaron los romanos desde el año 63 a.C. hasta el año 66 d.C., a los rebeldes políticos, según lo afirma Flavio Josefo, historiador judío del siglo I d.C.
Las primeras comunidades cristianas que fueron fieles a la enseñanza de Jesús, entraron en el mismo conflicto de su maestro. Además, entraron en conflicto hasta con su misma familia porque con la reforma farisea, dada después de la guerra judía (66-70 d.C), todo aquel que fuera cristiano, era expulsado de la sinagoga, de la comunidad y hasta de su propio hogar. Por eso seguir a Jesús, implicaba entrar en conflicto con todo un sistema social y hasta con los miembros de su misma casa. Jesús, para los judíos ortodoxos, seguía siendo considerado un falso profeta que mereció la ignominiosa muerte de la cruz, y todo aquel que lo siguiera debía ser rechazado.
La paz de Jesús no es sólo ausencia de conflicto. Es más, aún en medio del conflicto por su causa, se puede vivir en paz: “Les he hablado de estas cosas para que tengan paz en mí. Ustedes encontrarán la persecución en el mundo. Pero ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
¿La paz que nosotros buscamos es la paz de Jesús? Aparte de rezar por la paz de nuestros pueblos y del mundo entero, ¿somos personas comprometidas con la construcción de la justicia y la paz, con medios no violentos? ¿Pienso que como creyentes debemos estar alejados de todo conflicto y buscar nuestra paz en “cristo”, sin importar que el mundo se venga abajo? ¿Qué papel juegan Jesucristo y su causa en mi vida, y qué papel juego yo en este mundo? ¿Puedo decir sin sonrojarme y sin engañarme, que soy un discípulo de Jesús en el hoy de mi historia? ¿Creo en el Jesús comprometido que arriesga su vida y su seguridad personal para defender la vida y la dignidad humana?, o ¿prefiero el “Jesucristo Light”, en el hombre superestrella, que nos presenta la religión “autoayuda” de mercado y los predicadores mediáticos?
Autor: Neptalí Díaz Villán; C.Ss.R. Fuente: www.scalando.com
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