RECIBAN EL ESPÍRITU SANTO
[ Del Domingo 23 al Sábado 29 de Mayo ]
Para esta semana de Pentecostés la liturgia nos invita a recibir el Espíritu, mostrándonos que el destino de la Comunidad no es otro sino la paz y el perdón.
El Evangelio de Juan (Jn. 20, 19 23), expone tres acentos del único Pentecostés: Uno, la experiencia personal del Espíritu. Otro, La comunión entre los amigos y amigas del Señor. Y tercero, la disposición al mayor amor y servicio al mundo.
Tras la Ascensión del Señor, los discípulos han experimentado la mezcla de dos aspectos muy propios del lenguaje de Dios en el marco del crecimiento en la fe: el silencio de Dios y su consuelo. Y no puede ser de otro modo, porque Dios entabla su diálogo con el hombre concreto, mediante su silencio y su consuelo.
Podemos decir que cuando Dios se calla, el hombre se ve obligado a madurar en la pura fe, y se siente impulsado a enraizar su libertad en el verdadero amor, más allá de toda seguridad y consuelo. Así, el silencio de Dios se ordena a la pedagogía de la gratuidad del amor, donde la persona se hace más consciente de que si algo puede, lo puede en Dios (Cf. EE. 322,2-4).
Pero también, cuando Dios da su consuelo, hace que todo hombre o mujer se sientan amados, aun sin merecerlo, y esto es la vida. Eso es lo que experimentamos en Pentecostés: el consuelo, fruto del amor de Dios que abruma y anonada, libera y desata (Cf. Arzubialde).
Pentecostés no puede dejar de remitirnos a Jesús. Por eso el evangelio de Juan coloca la entrega del Espíritu en medio del reconocimiento del Señor por sus marcas. Él lleva grabadas para siempre las marcas de la pasión. Las señales que han de ser el distintivo también de nuestras vidas, al ritmo que va creciendo nuestra amistad con el Señor.
La alegría por la presencia y reconocimiento del Señor es el primer signo del Espíritu que nos hace volver al Crucificado. La verdadera alegría es la que revela la presencia y acción del Espíritu porque transforma cerrazones, disipa miedos, unifica a la persona y la hace libre y disponible (EE 329 y 316,4). Esta alegría es la que abre a la novedad de Dios.
La misión que Jesús ha recibido del Padre la traspasa a sus hermanos. Un pase de misión que se da gracias a la confianza que crea y recrea la alianza entre los amigos en la fe. Una alianza que llega a ser comunión permanente cuando se convierte en diafanía de amores que se han encontrado.
El Señor da su Espíritu al grupo con una especificidad paradigmática: la de perdonar y retener. Se trata de la misión de sanar a la humanidad. El Espíritu con el que son ungidos los amigos del Señor los habilita para responder con creatividad e inventiva ante el desafío de la realidad.
Centro de Espiritualidad y Pastoral
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