Introducción
El trabajo que introduzco tiene como centro la Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses, procurando ir reflexionando y resonando con el significado que en ella tiene la fe. Ésto como respuesta a la celebración del Año de la fe inaugurado en octubre del año pasado; y también como intento de comprensión acerca del significado que tiene la fe para San Pablo en ésta, su posible primera carta a las incipientes comunidades cristianas hacia 50 dC.
Este significado de la fe alcanza no sólo a aquellos primeros destinatarios de la carta sino también a quienes se dejan tocar por ella, tanto personalmente como comunitariamente. Acogiéndome a esa posibilidad procuraré entablar un diálogo con el texto con miras a orientar mi vida y quehacer, y eventualmente iluminar alguna forma de aplicación en una pequeña comunidad cristiana en la que participo desde hace más de nueve años.
Otro objetivo originalmente planteado para esta reflexión era el estudio filológico del tema de la fe, sin embargo como no cuento con suficientes conocimientos para ello, llegaré sólo a la aproximación de escasos significados.
Circunstancias de la carta
Miguel Salvador (1990)[1] destaca que esta carta fue escrita a raíz del segundo viaje misional de Pablo, durante el cual paso un tiempo relativamente corto en Tesalónica, ciudad populosa para ese tiempo. Así, la carta pudo estar dirigida a una población heterogénea que según se menciona en Hechos estaría constituida por: algunos judíos; muchos adictos o adoradores de Dios, que aún no siendo judíos estaban dispuestos a acatar reglas del judaísmo; un gran número de griegos pertenecientes a diversos grupos religiosos, y también mujeres.
Tesalónica fue fundada poco más de 300 aC por Alejandro Magno, de cuya hermana toma su nombre Thessaloniké, y hacia el año 146 aC fue convertida en territorio romano. Para ese momento y aun hoy día se trata de una población estratégica por su ubicación de puerto sobre el mar Egeo. Tesalónica era la capital de Macedonia, y ahora, con el nombre de Salónica es la segunda ciudad de Grecia, luego de Atenas. Quizás por todo esto estuvo bien comunicada por vía terrestre, además de por mar, lo cual atrajo una conjunción de culturas y con ellas expresiones religiosas tendientes a diversas formas de sincretismo como por ejemplo en relación a: los beneficios de la paz traída por el imperio romano que a su vez tomó del Oriente la divinización de los reyes, la esperanza de una vida futura más allá de la muerte, la incorporación de aspectos cúlticos de Egipto y el afán del judaísmo por las estructuras y los códigos definidos.[2]
De ese modo se expresaron diversos grupos humanos, acerca de costumbres creyentes y paganas, y múltiples formas de idolatría y también de fe.
Narra Trimaille, cómo Pablo empieza a proclamar la buena nueva en el marco sinagogal de los sábados a partir del Antiguo Testamento; señalando que Jesús es el mesías de la esperanza judía. Más adelante esta certificación sirve a los judíos para acusar a Pablo, y luego también a los cristianos por desconocer la autoridad primera del emperador.
Respecto a Pablo, comienza a escribir a los veinte o veinticinco años de la puesta en marcha del movimiento de Jesús, y en sus cartas refleja su concepción antropológica de la persona humana mucho más integrada que la visión dualista propia de la filosofía platónica. Es interesante entender que Pablo fue un judío de la diáspora nacido en Tarso, en la parte suroriental de lo que hoy es Turquía, y para la época capital de la provincia romana de Cilicia. Esto pudo influir en que Pablo fuera más abierto que en general los judíos de Palestina; y como fariseo, defensor laico de la observancia de la ley, tanto escrita como transmitida oralmente por generaciones. Al mismo tiempo, Pablo absorbe aspectos propios de la filosofía popular estoica que se reflejan en su sentido de la libertad y la responsabilidad; la búsqueda de las causas; los conceptos de razón, inteligencia, naturaleza, conciencia, prudencia y otras virtudes.[3]
Este bagaje humano de Pablo de alguna manera se ve transformado por su encuentro de fe con Jesús de Nazaret. Pablo escucha y queda en-amor-ado de Cristo, cuyo nombre queda plasmado en muchas formas en su escritura y en la inspiración que nos transmite. Así, una vez convertido, Pablo dedica su vida, capacidad y entusiasmo a proclamar la buena noticia de Jesús y a crear comunidades como auténtico primer misionero de la Iglesia.
Por otra parte, como lo aclara Salvador, entre las personas y en esas comunidades no estará ausente el pecado.
“No se trata de comunidades perfectas. No todo en ellas funciona con absoluta pulcritud y en conformidad con… el evangelio. Es verdad que en estas comunidades se da cita la experiencia de una nueva fraternidad, el gozo del Espíritu que transforma los corazones, la efusión de todo tipo de carismas, la íntima satisfacción del amor cristiano que supera toda clase de barreras sociales y económicas, pero también se dan cita toda una gama de dificultades, tensiones, discordias, celos, envidias, rivalidades, problemas prácticos, pecados. No eran precisamente un paraíso aquellas comunidades. Pero en ellas se realizaba la iglesia de Jesús que ahora se continúa en las nuestras.”[4]
Esta aproximación a la Primera Carta de Pablo a los Tesalonicenses puede ayudar a situarse mejor ante algunas preguntas: ¿Qué significado da Pablo a las distintas menciones que hace de la fe en esta carta? ¿Cómo llega esta comprensión de fe a la vida de la comunidad de Tesalónica? ¿Qué orientaciones proporciona hoy en día a la vida de fe personal y, eventualmente, de nuestra comunidad?
Comprensión de la fe
En el Nuevo Testamento es frecuente que los enunciados sobre la fe no difieran mucho cuando dicha palabra ocupa una función substantiva (pistis) o una función verbal (pisteuein) por lo que pueden estudiarse conjuntamente reconociendo que se trata de un concepto teológico central que describe la recta relación con Dios, así como la esencia de la religión cristiana en general. Sin embargo ya desde antes había un vocablo que se usaba en los oráculos de salvación de la guerra cuya influencia se refleja en la comprensión de la fe en el judaísmo y en el NT y tenía que ver con adquirir firmeza, fiarse absolutamente de alguien, o dar crédito a un mensaje.[5]
Por otra parte la fe tiene diversas connotaciones. La confianza que suscita la Palabra revelada. La fidelidad a la voluntad de Dios y la fidelidad de Dios al pacto. La fiabilidad que contiene la promesa. La confianza de la persona en Dios.
Lo nuevo en la fe en el NT se encuentra en la relación indisoluble con Jesús como Señor crucificado y resucitado, y también como algo que une a la comunidad. Esta vinculación se nutre de creer en él: la fe en Cristo, la fe en el evangelio. Así en 1Tes 4,14 “Porque, si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios, llevará con Jesús, a los que murieron con él”.
En Pablo aparece la fe como aquello que suscita confianza y cómo la confianza que se pone en Jesús es lo mismo que ponerla en Dios, pues Dios actúa en Jesús y se revela en él. Es el caso de 1 Tes 1,8: “a partir de ustedes la Palabra del Señor, no sólo se difundió en Macedonia y Acaya, sino que en todas partes llegó la fama de su fe en Dios, de manera que no es necesario hablar de esto.” Se trata de la aceptación del mensaje salvífico de Jesús y la obediencia a la Palabra de Dios.
Otra manifestación de la fe es la de permanecer en ella o estar en ella como lo expresa 1Tes 3,2.5ss “y enviarles a Timoteo…para que los afirmara en su fe, y los animara a no flaquear en estas tribulaciones…” también se habla de la coraza o del escudo de la fe en 5,8 “Nosotros, en cambio, que somos del día, permanezcamos sobrios, revestidos con la coraza de la fe y el amor, y con el casco de la esperanza de salvación”.
Con frecuencia se piensa no tanto en la existencia de la fe, sino más bien en la vitalidad o intensidad de la misma que hace obrar como en el caso de 1,3 “recordando su fe activa, su amor entrañable y su esperanza perseverante en el Señor Jesucristo ante Dios nuestro Padre.”
Además de estas formas de entender la fe en 1Tes, tanto en Pablo como en otros libros del NT, la fe se expresa en muchos otros sentidos. Algunos de estos giros que adquiere la fe en el NT son los siguientes: obediencia y aceptación, participación en la omnipotencia de Dios, confianza ilimitada en la bondad de Dios o más bien como el único comportamiento adecuado ante la bondad de Dios, súplica que precede milagros, efecto de la palabra y aceptación del mensaje de Dios en Cristo, principio de la justificación salvadora, recepción que no posesión, exhortación y posibilidad de mantenerse firme frente a las tentaciones, recepción y seguimiento a Jesús, perseverancia y permanencia en Jesús, convicción y prueba de lo que uno no puede ver, don gratuito, certeza y aceptación que se revierte en las propias conductas, actitud que determina toda la existencia, gracia de Dios y fuente de vida que se afianza en el evangelio.
Ahora bien ¿Cómo se da el encuentro de esa fe multiforme con la historia humana personal y comunitaria? La fe es un acontecimiento tan presente en el cristiano que su vida adquiere un significado peculiar en los aspectos que abarca. La fe orienta modos de pensar, sentir y actuar, y a su vez se nutre de referentes objetivos como el evangelio, el kerigma, la palabra de Dios, el conocimiento teológico, los sacramentos y sacramentales. Y así se va dando el encuentro humano en la historia con todas sus complejidades poniendo en tensión la vida de fe y los acontecimientos del mundo. “… a través de una relación con el evangelio y con la exigencia de la palabra de Dios puede la fe dar testimonio de lo que en realidad le ha sido confiado… El obrar salvífico de Dios va por delante.”[6]
Podemos contar entonces con la fe que es autodonación de Dios al género humano de todos los tiempos, con base en la cual nos situamos como personas y comunidades fruto de misión, como también llamadas a la misión contenida en el NT. Teniendo esta idea como fundamento y como tarea abordaremos algunos versículos de la primera Carta a los Tesalonicenses para desentrañar en ellos su exhortación a la fe.
La fe en 1Tes
Es interesante reconocer que esta carta es más pastoral que doctrinal y en ella Pablo se dirige prioritariamente al corazón de las personas. Básicamente no contiene argumentaciones teológicas sino que más bien expresa alegría y consuelo. Tiene dos partes: la primera (1-3) sobre la iglesia de Tesalónica y su fundación, y la segunda (4-5) contentiva de exhortaciones apostólicas. Y en ella priva: el gozo, la congratulación, el reconocimiento, los avisos, las plegarias, las palabras de aliento y de consuelo[7]. Desde ese mismo ánimo veamos las citas acerca de la fe.
Por otra parte, Pablo concibe la acción misional no como algo personal sino como algo de Dios: algo que se le ha encomendado; y así por lo general habla en plural, y sólo en dos ocasiones aparece la primera persona del singular (2,18 y 3,5)[8]. Desde el punto de vista literario llama la atención la alternancia entre nosotros y ustedes como si se tratada de una historia en dos vías entre evangelizadores y evangelizados, que alude a la comunión de vida entre la iglesia de Tesalónica y sus fundadores.[9]
En un contexto de acción de gracias y casi de oración Pablo expresa “… recordando su fe activa, su amor entrañable y su esperanza perseverante en Nuestro Señor Jesucristo ante Dios nuestro Padre” (1,3). Fe, esperanza y amor como tríada que también aparece al final de la carta (5,8) y en otras como Romanos y Gálatas. Reconoce dicha tríada como progreso que quiere destacar quizás porque la comunidad de Tesalónica tenía dudas sobre su propio camino, sintiéndose a veces perdida y sin criterios objetivos para descubrir sus avances, circunstancias lógicas en una comunidad joven. Pablo que posiblemente está enterado por Timoteo (3,6) sale al paso dando esas pautas, reforzando su proceder y ofreciéndoles un punto de vista ante Dios nuestro Padre[10]. O sea, se trata tanto de algo que es constitutivo en el cristiano, como de una propuesta fundamental: ser, vivir y conducirse personal y comunitariamente en el amor, la fe y la esperanza.
Salvador señala que lo específico de Pablo son los calificativos que añade. La fe activa significa creer desde la encarnación en la vida que convierte y capacita para el servicio. El amor entrañable es más que sentimental y se entrega como ágape con desprendimiento y generosidad sobreponiéndose al cansancio. La esperanza perseverante que lleva consigo una espera alegre diferente a la tristeza que invade a quien no la tiene, y en la historia humana que lucha contra toda clase de males, suscitándose así la experiencia singular y misteriosa del sufrimiento llevado con gozo[11]. Todo esto recordando que han sido elegidos y que el Espíritu Santo actúa en ellos.
“…hasta el punto de llegar a convertirse en modelo de todos los creyentes… a todas partes llegó la fama de su fe en Dios” (1,7-8). Destaca Schürmann (1984) que quien hace suya la Palabra y la forma apostólica de vida se convierte en ejemplo a seguir, al ver los demás como transcurre la verdadera vida cristiana pues ésta se hace testimonio que no se queda en sí misma sino resuena alegre y a la vista del mundo. Por ello lo de la fe activa en trabajo apostólico de cara a la misión. Además, los cristianos están atentos a la actuación de Dios y cuando la ven se lo cuentan unos a otros con corazón alegre y confiado en su acción.[12]
Gil Arbiol en su tónica de destacar el refuerzo que Pablo intenta transmitir a la joven comunidad, señala que aquí el apóstol trata de reforzar la identidad de este grupo de creyentes, les hace ver además que son observados y deben ser ejemplo, pues de alguna manera constituyen una asamblea de seguidores del Señor Jesús, hijo de Dios. Pablo está creando un vínculo entre Cristo, él mismo y la comunidad de Tesalónica, y les hace conscientes de la responsabilidad que tienen respecto a que otros busquen acercarse a la fe. También aquí se evidencia el afán universalista de Pablo que basa en la conciencia de cada comunidad de que no está sola, y de que otros muchos están en lo mismo: constituirse en modelos creíbles dignos para otros cristianos que seguirán su modo de vida. Modo de vida que practica la acogida como rasgo particular.[13]
“…Dios nos encontró dignos de confiarnos la Buena Noticia y nosotros la predicamos, buscando agradar no a los hombres, sino a Dios, que examina nuestros corazones” (2,7). Pablo no se atribuye el encargo sino que es Dios quien le tiene confianza para transmitir a otros su Palabra y esto lo hace con firme esperanza de que lo hará. Dios sopesa pues aquí hay algo grande, encuentra a uno apto, y éste se mueve con cierta autonomía ante los hombres para hacerse seguidor de Jesús. De otra manera se predicaría a sí mismo e incurriría en servidumbres humanas[14]. Por otra parte, aunque la presentación del mensaje tiene que adaptarse a las distintas circunstancias históricas y culturales (inculturación), no puede manipularse el contenido con el fin de agradar a los hombres. Y además, los anunciadores lo harán de corazón, como servicio de amor que se propone y no se impone.[15]
“Ustedes son testigos y también Dios del trato santo, justo e irreprochable que mantuvimos con ustedes, los creyentes;”(2,10). La comunidad creyente de Tesalónica es fruto, tanto de la Palabra proclamada como de la escuchada, acogida y vivida. Es palabra de Dios y no de predicadores, que contiene una fuerza vital, una energía creadora que permite superar pruebas, aunque también puede conducir hacia corrientes de persecución y padecimientos ya iniciados por Cristo. El trabajo pastoral llevado a cabo con desprendimiento apostólico no se mide por el tiempo y consigue más fruto cuando brilla por su pureza y autenticidad. Quien vive desapegado de sí mismo deja transparentar la luz de Dios.[16]
“Por eso también nosotros damos gracias a Dios, porque, cuando escucharon la palabra de Dios que les predicamos, la recibieron, no como palabra humana, sino como realmente es, palabra de Dios, que actúa en ustedes, los creyentes” (2,13). Aquí el misionero da gracias por lo que el Señor ha hecho por medio de él. Es por el Espíritu de Cristo que Pablo da gracias continuamente; la Iglesia también se muestra agradecida y creyente por la gracia que Dios nos da y sigue resonando particularmente en la eucaristía. Lo que Dios ha obrado en nosotros como pueblo de Dios suscita alegría por todo el mundo y por ello damos gracias. La palabra de Dios se distingue de las filosofías, ideologías y otras formas de sabiduría en que es Dios mismo quien habla y fortalece a los creyentes.[17]
Gil Arbiol pone énfasis en que la palabra de Dios dirigida a los tesalonicenses evidencia su condición de hijos y ejerce sobre ellos una trasformación que sigue actuando. Con ello Pablo reafirma su condición filial personal y su nueva identidad cristiana que marca su existencia, y da sentido y fuerza a su vida cotidiana marcada en momentos por la hostilidad.[18]
“… enviarles a Timoteo, hermano nuestro y ministro de Dios para la Buena noticia de Cristo, para que los afirmara en su fe” (3,2). Pablo, consciente de los peligros que corren las nuevas comunidades y preocupado por ello, busca algún medio para ayudarlas. Cuando la fe está amenazada, la palabra fraterna consuela y conforta; en ella pone Pablo su esperanza: en la fraternidad entre los hijos. Así los hermanos en Cristo transmiten el carisma de dar aliento. Es Dios mismo quien afirma su fe por medio de las personas y entre ellas, con los dones del Espíritu Santo y su acción, más allá de las tentaciones y temores.[19]
“Por eso, no pudiendo aguantar más, envié a pedir informes de la fe de ustedes temiendo que el tentador los hubiera tentado y mi trabajo hubiera resultado estéril. Ahora Timoteo acaba de volver de allí y nos trae buenas noticias de la fe y el amor de ustedes…Y así, hermanos, en medio de necesidades y tribulaciones nos consuela la fe de ustedes, y nos sentimos revivir por su fidelidad al Señor… Día y noche pedimos insistentemente estar allí presentes para completar lo que todavía falte en su fe” (3,5-10). Pablo es consciente de que el poder del tentador es grande y por eso su amor pastoral no le permite desentenderse. En medio de las tentaciones de los últimos tiempos, la fe cristiana está tan amenazada que el creyente no deja de repetir desde lo hondo de su ser “no nos dejes caer en la tentación…” Quizás por eso Pablo se alegra de las buenas noticias que trae Timoteo, no sólo por lo que él pudo haber hecho sino también por la apertura de la comunidad en relación con otras y con la Iglesia. Esta unidad se muestra en la unión con el ministerio apostólico. Cuando los cristianos se recuerdan unos a otros ante Dios con amor, este recuerdo crea una poderosa unidad interna, y en esa unidad se hace presente el Señor. También se cierran fisuras a través de las cuales puede entrar el mal. Por otra parte, los cargos eclesiales se esconden con lo que puedan tener de autoridad y exigencias, tras la amabilidad y simpatía. La cordialidad es característica del estilo de vida apostólico. La vida de las comunidades apostólicas era cordial y llena de amor. Muchas cosas se hacían inteligibles gracias a esa actitud.[20]
Pablo pudo tener dudas sobre la fidelidad de la comunidad de Tesalónica a causa de la incomprensión de sus conciudadanos, y ésta igualmente pudo dudar de Pablo. Por eso la necesidad del mutuo reconocimiento que se dio en términos de ternura y afectividad que en sí mismas evangelizaron a unos y otros. En los años 50 no se había institucionalizado todavía el concepto de evangelio, y tenía un sentido abierto, que permite descubrir parte del significado que adquirirá más adelante. Pablo fue confirmado y evangelizado por la buena noticia de la fe de los tesalonicenses; por su fidelidad al Señor, su amor filial de hijos y fraterno de hermanos. Todo ello como parte del mismo evangelio.[21]
La estadía de Pablo en Tesalónica fue de siembra por lo que necesitaba saber que esa semilla crecía y daba fruto. Por eso su júbilo responde a la constatación de que su anuncio se completa con la fidelidad de los tesalonicenses. Las buenas noticias son su recompensa y hacen posible entender las tribulaciones como oportunidad de fortalecer la fe y el amor. También son motivo para regresar y completar lo que falte a su fe. Todo esto con alegría y acción de gracias desbordante por lo que Dios hace. Lo ocurrido: las tribulaciones, la imposibilidad de visitar, la incertidumbre de los tesalonicenses, su fe y su amor, forman parte de la voluntad de Dios que él asume.[22]
Pablo reconoce que la vida se da ante los ojos de Dios, y que ver al hermano y estar en presencia de Dios son dos caras de una misma moneda.
“Cuando una persona vive en la presencia de Dios, su interior se ensancha y tiene experiencia de la acción de Dios. Experimenta vivencialmente las profundidades del Espíritu y, junto con ellas, la alegría en el Espíritu Santo (Rom 14,17), esa alegría que es fruto del Espíritu (Gal 5,22). El hombre que vive en presencia de Dios ve todo con ojos nuevos, lo vive todo con profundidad y conoce la verdadera alegría.”[23]
Schürmann añade una reflexión interesante: si bien Pablo no se detiene en las posibles debilidades o deficiencias de la comunidad, las considera procurando silencio y haciendo lo que esté de su parte. “La forma como uno se comporta ante los defectos del prójimo (próximo) muestra si uno vive realmente ante Dios.[24] O sea, se comporta según su fe activa, como el mismo Pablo la califica.
Salvador destaca que no fue cosa de lanzar la semilla y despreocuparse de cómo nace, crece y se robustece. La fidelidad al evangelio y a los evangelizados pide al misionero que siga atento compartiendo y alentando la fe, o sea, acompañando de la manera posible. Pablo entendió que en aquel momento sólo podía hacerlo por carta y así surgió esta Primera carta del Nuevo Testamento. Nació del amor de Pablo a esta comunidad de tesalonicenses.[25]
Finalizando esta primera parte de la carta, Pablo da gracias a Dios por la fe de la comunidad y por el gozo que ésta le proporciona, reconociendo así que se ha dado la intervención de Dios y el esfuerzo de unos y otros animados por el amor humano y divino. ¿Será que el amor ha sido mediación en el fortalecimiento de la fe? Luego Pablo deja claro que le gustaría volver y así completar lo que falte en su fe. Con esto termina el relato de la fundación de la iglesia de Tesalónica y comienza la segunda parte de la carta, en la que Pablo hace exhortaciones a la comunidad, teniendo la parusía como fondo y experiencia humana definitiva.
“Porque, si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios, llevará con Jesús a los que murieron con él” (4,14). En un tono algo apocalíptico Schürmann explica que a quien cree en un Dios creador no le resulta difícil entender que Dios puede crear todo de nuevo y distinto. Sabe que Dios no abandona su creación y que un día le dará la plenitud gloriosa a la humanidad; hará nuevas todas las cosas: un cielo nuevo y una tierra nueva. Es la promesa en la que creen quienes tiene fe: ser partícipes del destino y la vida del Señor. En Cristo y por Cristo se realizará nuestra resurrección a la vida definitiva. Así, la esperanza que persevera anima en medio de las dificultades sabiendo que la salvación definitiva, que proviene de Cristo, está por llegar.[26]
Añade Salvador: el que por la fe participa en la muerte y resurrección del Señor, alcanzará la salvación. Por ello lo decisivo es estar siempre con el Señor. No obstante, dice el autor, Pablo es consciente de que se trata de algo misterioso a lo que medianamente podemos acceder por símbolos como por ejemplo los mencionados en la literatura apocalíptica. En ese contexto surge la tensión escatológica entre lo actual y lo por venir: lo histórico y lo definitivo.[27]
Trimaille hace una analogía entre la conducción de Yavé a su pueblo, y la conducción de Dios hacia un nuevo y último éxodo a cuantos mueren con Jesús, para reunirlos y llevarlos junto a él. Dios llevará consigo a quienes creen al igual que lo hizo con Jesús.[28]
Quienes han participado de la presencia y el amor de Dios en su historia personal y como parte de una comunidad de relaciones, tienen la esperanza de que la plenitud de sus anhelos de contemplar al Señor y reunirse con él, encontrará satisfacción. Esto se desprende también de la imagen amorosa de Dios que transmite Pablo, siempre atento y solícito de cuanto acontece en la comunidad, paradigma inequívoco de cuantos tiene fe.[29]
“Nosotros, en cambio, que somos del día, permanezcamos sobrios, revestidos con la coraza de la fe y el amor, y con el casco de la esperanza de salvación” (5,8). La sobriedad va unida a la vigilancia respecto a mantener viva la fe como elección, por estar sujeta a embates que comprometen el movimiento espiritual, para nutrirla y fortalecerla hasta convertirse en lugar que ofrece alguna seguridad, terreno para la salvación.[30] Además, la fe del creyente supone una cierta tensión hacia el futuro cuya consumación será el día del Señor. Así el futuro a conquistar será con base en el amor y en la fe orientados por la esperanza que vive de la perseverancia, en el contexto de fraternidad que Jesús nos enseñó hasta morir por nosotros. Cristo muere por todos los hombres y mujeres porque vivió para ellos desde su entrada al mundo. Así la invitación es nuevamente a la triada primera en forma compartida en comunidad, signo clave de la eclesiología paulina.[31]
Gil Arbiol insiste nuevamente en la intención de Pablo por fortalecer la identidad de una comunidad que vive de día al recordarles su visibilidad, sano proceder, y llamado a que adquieran una responsabilidad exclusiva, a cumplir una exigencia ineludible, y a una moral elevada. Además les recuerda que se trata de algo por conquistar.[32]
La sobriedad que es también una conquista, en este caso muy humana, se inserta a su vez en aceptar las realidades del mundo más allá de las fantasías y falsas ilusiones. Tampoco se deja confundir ni acude a cortinas de humo o distractores para evadir la realidad de los hechos. Quien acude a Cristo, que es la realidad por encima de otras realidades, se mantiene en una postura de sobrio realismo.[33]
En momentos de autodefensa quien tiene una fe viva e impregnada de amor, está equipado de manera sólida. Quien fija su vista en el Señor y en la salvación por venir, puede levantar la cabeza, y la luz le circundará y protegerá. En tiempos de riesgo no hay que quedarse en buscar soluciones circunstanciales sino contar con la fe activa, el amor entrañable y la esperanza perseverante[34]. Esa es la tríada al comienzo de la primera carta de Pablo como también al finalizar los versículos que hablan de la fe en esta misma carta a los tesalonicenses.
Una reflexión en el camino
Es interesante captar algo de los cuatro autores analizados en relación a su abordaje a estos versículos que tocan la fe de la comunidad a partir de la Primera carta de Pablo a los Tesalonicenses. En ese sentido, y desde una perspectiva personal, quisiera señalar algunas peculiaridades de cada uno.
Schürman, se aproxima al tema desde una perspectiva con bastante apego a la letra, sin hacer mayores conceptualizaciones teológicas ni buscar una puesta al día del mensaje. El texto dice lo que dice y él lo va desmenuzando dándole nueva vida.
Salvador hace una lectura de la carta desde lo que no está explícito y desea transmitir a la comunidad. Es más especulativo que el autor anterior, con lo que anima a hacer transferencias a otras situaciones. Eso lleva su reflexión a otros tiempos y circunstancias.
Gil Arbiol hace un estudio de la carta siguiendo una metodología pedagógica específica por pasos: situarnos, preguntarnos, leer, respondernos y ampliar el conocimiento. Con ello motiva la lectura, lo introduce con una direccionalidad, lo explica y relaciona con otros textos del NT, y deja la impresión de que ampliar los conocimientos y profundizarlos es una necesidad si se quiere realmente captar el sentido del mensaje.
Trimaille aborda la carta con una metodología de estudio y no tanto pedagógica, o sea, más para ahondar en la experiencia del aprender que para enseñar. En ese sentido aborda el estudio por aproximaciones progresivamente más específicas y también relacionadas. La ciudad y los personajes. El espíritu con que fue escrita. La arquitectura de la carta. Comparaciones entre textos. Significación de conceptos clave. Explicaciones complementarias. Divisiones y subdivisiones de la carta de acuerdo a temas particulares. Contenidos doctrinales explicativos. En fin, se trata de un estudio erudito del que pueden extraerse ideas con significado relevante particular sin mayor manejo de las complejidades de su presentación.
Dicho esto, no puedo más que reconocer la pequeñez y superficialidad de mi aproximación al texto, que quizás por eso me resulta escurridizo y paradójico. Por un lado muestra una nueva forma de entender realidades de las personas y la comunidad, y por otra dificulta captar el conjunto del mensaje. Quizás sea tarea pendiente volver una y otra vez sobre esta carta.
Algunas aplicaciones
Al leer esta carta de cara a la comunidad me resuenan algunas ideas que pueden ser orientadoras. Algunas de ellas son las siguientes.
La comunidad reúne diversidad de personas.
Esta diversidad de personas está más unida por la promesa de su condición filial de ser hijos de Dios, que por la ley que busca ordenarlos.
En la comunidad no está ausente el pecado ni tampoco las dificultades.
La fe nos hace hermanos en Cristo Jesús y nos iguala ante el Padre como hijos reunidos en fraternidad.
La comunidad se construye y crece en identidad por la fe, el amor y la esperanza que proceden de la Palabra.
La comunidad como iglesia es asunto pastoral más que doctrinal, de allí su tono afectivo incluso en situaciones de formación en la fe y de espera del porvenir.
La comunidad por su propia dinámica es abierta a su entorno y a otras comunidades eclesiales.
La comunidad está conformada por elegidos para una vocación apostólica.
La comunidad escucha la buena noticia del evangelio y la transmite gozosamente sin descartar padecimientos ya iniciados por Cristo Jesús.
La comunidad reconoce y agradece la presencia de Dios en ella; presencia que le da sentido en las buenas y en las menos buenas.
La comunidad se transforma por la acción de Dios, en ocasiones mediada por los hermanos.
El amor que reina en la comunidad hace inteligibles eventos y situaciones que sin su mediación no serían posibles.
El acompañamiento al hermano, la valoración del silencio, y la ayuda explícita son parte del seguimiento a Jesús.
La vida, muerte y resurrección de Jesús se encarna en personas y comunidades en su trayecto hacia la morada definitiva.
La comunidad existe de cara a la realidad inmanente y trascendente en la que confía más allá de las vicisitudes temporales. Vivir de cara al Señor, también presente en los hermanos, es nuestra respuesta de fidelidad a la promesa de que somos hijos de Dios, su pueblo elegido, y hermanos en Jesús quien murió y resucitó por nosotros.
Ana G. Guinand, 12 de febrero de 2013
[1] Salvador, Miguel (1990). Cartas a los Tesalonicenses y a los Corintios. El Mensaje del Nuevo Testamento 6. La Casa de la Biblia, p 35
[2] Trimaille, Michael (1982). La primera carta a los tesalonicenses. Cuadernos bíblicos 39. Verbo Divino, p 6
[3] Salvador,…p 16
[4] Ibid p 19
[5] Barth, G (1998) en Diccionario Exegético del Nuevo Testamento II. Biblioteca de estudios bíblicos. Sígueme. El siguiente resumen de las distintas maneras de expresar y vivir la fe se encuentran en las pp 943-962
[6] Michel, O (1990). Fe en Diccionario Teológico del Nuevo Testamento II. Biblioteca de estudios bíblicos. Sígueme., p 184
[7] Salvador,…p 36
[8] Gil Arbiol, C (2004). Primera y Segunda Cartas a los Tesalonicenses. Verbo Divino, p 39.
[9] Salvador,…p 40
[10]Gil Arbiol,…p 40
[11] Salvador,…p 44
[12] Schürmann, H. Primera Carta a los Tesalonicenses, El Nuevo Testamento y su Mensaje 13. Herder,
pp 36-37
[13] Gil Arbiol,…pp 44-45
[14] Schürmann,…pp 42-43
[15] Salvador,…p 46
[16] Schürmann,…pp 46-47
[17] Ibid pp 48-49
[18] Gil Arbiol,…p 63
[19] Schürmann,…p 57
[20] Schürmann,…pp 59-61
[21]Gil Arbiol,…pp 76-79
[22] Ibid pp 80-82
[23] Schürmann,…p 62
[24] Ibid p 63
[25]Salvador,…p 46
[26] Schürmann,…pp 77-78
[27] Salvador,…p 60
[28] Trimaille,… p 59
[29] Gil Arbiol,… pp 108-110
[30] Trimaille … p 68
[31] Salvador… pp 61-63
[32] Gil Arbiol … p120
[33] Schürmann… pp 86-87. Por alguna razón asocio la opinión del autor a la noticia de hoy en relación al retiro del papa Benedicto XVI de su posición como obispo de Roma y Sumo Pontífice de la iglesia Católica. Pareciera una sobria decisión a ser entendida y aceptada con sobriedad sin darle más cabida que la indispensable a la confusión, fantasías o falsa ilusión. Que el Espíritu Santo ilumine a la iglesia, pueblo de Dios en comunión.
[34]Ibid pp 87-88
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miércoles, 20 de febrero de 2013
martes, 22 de enero de 2013
Educadores con compromiso…¡Sembradores de esperanza!
Ana G. de Guinand

Venezolana. Casada y madre de 5 hijos. Licenciada en Educación (UNA) con Postgrado en Desarrollo Infantil (UCAB). Diploma de Estudios Avanzados en Teología (ITER-UCAB). Experiencia docente universitaria en la UCAB y el Centro de Estudios Religiosos (CER). 12 años de Voluntariado Profesional en SUPERATEC A.C.
1. ¿Cómo podemos los educadores constituirnos en trabajadores por la paz?
Cuando analizamos el Mensaje de Su Santidad Benedicto XVI titulado “Bienaventurados los que trabajan por la paz”, en general pienso que los educadores coincidimos con la primera idea que expone el documento en cuanto a que “Cada nuevo año trae consigo la esperanza de un mundo mejor”. A ello podríamos añadir otras situaciones, como por ejemplo: cada nuevo año escolar o hasta cada periodo trae consigo la esperanza de algo mejor. Y ese algo mejor puede muy bien incluir la esperanza de un curso más armónico, con mejores relaciones entre los colegas, compañerismo entre los estudiantes, entendimiento con los padres y representantes, sintonía con el personal directivo, coincidencia entre lo que la institución educativa aspira y el Estado propone. Quizás también dicha esperanza puede estar relacionada con ideales más generales, como por ejemplo: promover la igualdad de oportunidades, evitar cualquier forma de exclusión y más bien buscar formas de compensar diferencias que puedan afectar negativamente a alguna persona, favorecer la cooperación, procurar el diálogo y las decisiones -si no idealmente por consenso, al menos por mayoría, establecer acuerdos específicos, fortalecer equipos de trabajo, resolver conflictos y problemas recurrentes o nuevos, y un largo etcétera acerca de lo que los educadores desearíamos en nuestra gestión y más allá del ámbito educativo, con frecuencia relacionado con la convivencia, la verdad, la responsabilidad, la justicia, la simpatía, el perdón…
En ese marco de esperanzas por mejorar su quehacer, el educador claramente se sitúa ante la necesidad de participar y contribuir a la creación de ambientes de equilibrio y justicia, en los que se vele por el bien común en un ambiente de paz. Este sería el contexto natural para llevar a cabo su labor de educador. No obstante sabemos que esta condición no está dada sino que más bien es una tarea pendiente, algo por reconstruir.
Esa tarea de construir la paz tropieza con algunos obstáculos ya conocidos como pueden ser: el individualismo y el egoísmo, el abuso de autoridad y la violencia, la codicia y las divisiones, los criterios rígidos y los prejuicios. Es así como nos reconocemos ante un desafío que nos sobrepasa al mismo tiempo que lo intuimos posible.
Todos hemos vivido situaciones ante las que reaccionamos inadecuadamente sin razón aparente. También, hemos vivido dificultades que hemos atendido con paz interior y asertividad que nos sorprenden. Tenemos la experiencia de que la paz no es sólo resultado de la voluntad humana. En ella hay algo de misterio, de gracia externa y gratuita, de don que se nos ofrece; algo que nos trasciende y se hace real en las acciones humanas y humanizadoras.
La paz se manifiesta como don de Dios y se actualiza en la fraternidad. Por eso, cuando escuchamos “Bienaventurados los que trabajan por la paz” recibimos una Buena Noticia: que la paz es posible y que para construirla contamos con el favor del mismo Dios que se nos manifiesta en su Palabra y nos infunde su Espíritu. Algo de esto lo estuvimos escuchando en la liturgia de días pasados tanto en la primera carta de Juan como en las lecturas de la semana de Epifanía en Mateo y Lucas. El Señor nos convoca como familia humana a construir un Reino de paz desde la tierra, contando con su amor, con la autodonación que hace Jesús de su propia vida, y con nuestra capacidad de seguirlo y de constituirnos en “nosotros” en la diaria convivencia.
2. ¿Cómo podemos integrar a las familias y a los educadores para el cultivo de una cultura de paz?
El mensaje del Papa asocia la paz a la vida, a su defensa, preservación, sano desarrollo personal, comunitario y trascendente. Igualmente, y esto es fácil de comprender para nosotros como educadores venezolanos, asocia la agresión a la vida como daño irreparable, no sólo adverso a la paz en general sino también al presente y futuro personal y social. En dicha valoración y protección a la vida coinciden las familias y las instituciones educativas. Es más, el documento especifica que la vocación natural de la familia es promover la vida. En ese sentido la familia ocupa un lugar privilegiado en sembrar actitudes y valoraciones que más adelante el sistema educativo irá profundizando de cara a la libertad y madurez humana, de manera que cristalice en formas socializadas de convivir y organizarse. Así se va gestando la cultura de la paz con la contribución de cada instancia hasta llegar a impregnar a la sociedad, en un recorrido de lo más particular hacia lo más general. A su vez, en dicho recorrido se va cultivando la paz en sus diversos niveles: la paz interior, la paz en las relaciones humanas, la paz en y entre los pueblos. Y ello, como decíamos anteriormente, como fruto de dones recibidos y cultivados respecto a los cuales la cultura familiar es clave.
La familia es un lugar amigable para considerar el bien de todos, o sea, el bien común. También para fomentar un clima de relaciones amorosas y cordiales, veraces y honestas, consideradas y respetuosas, justas y benevolentes. Igualmente para participar de experiencias de gratuidad y generosidad sin medidas, de disculpas y perdón, y de todo aquello que hace referencia al amor primero e incondicional que habla de Dios y de la creación; de su hijo Jesús, quien encarna la vida humana fraterna fruto de su paz interior alimentada por el amor al Padre, a quien busca complacer en cada una de las circunstancias de su vida por encima de las dificultades humanas.
En ese sentido vemos como familia y educación se influyen mutuamente al punto que no será excepcional considerar lo que las instituciones educativas pueden hacer por las familias en situaciones de dificultad y en las que la paz se vea comprometida en cualquiera de sus niveles: espiritual, relacional, grupal, comunitaria. Tampoco será excepcional lo que las familias puedan hacer a favor de la armonía y la concordia en otras esferas y organizaciones.
3. ¿Cómo podría promoverse la cultura de paz con la participación de la tríada solidaria Estado, familia e instituciones educativa?
La promoción de la cultura de paz se desprende de nuestra capacidad de entendernos como conciudadanos y hermanos iguales en dignidad, sujetos de derechos y deberes, y partícipes de un destino común. También tiene relación con reconocer que hay situaciones humanas que nos trascienden y como tales ponemos ante el Señor acogiéndonos a su misericordia. A este respecto, y quizás anterior a ello, actuar como si los hechos dependieran de nosotros sabiendo que no tenemos la última palabra y que el mal nunca se vence desde el mal sino a fuerza de bien. Así, nos abrimos a una cultura de paz cuando “nuestros ojos ven con mayor profundidad, bajo la superficie de las apariencias y las manifestaciones, para descubrir una realidad positiva que existe en nuestros corazones, porque todo hombre ha sido creado a imagen de Dios y llamado a crecer, contribuyendo a la construcción de un mundo nuevo”, como nos dice Su Santidad.
Por otra parte, el documento señala el derecho a la objeción de conciencia con respecto a leyes y medidas que atenten contra la vida y su dignidad. También menciona las obligaciones del Estado como garante de la justicia social y de los derechos humanos. Punto aparte dedica a la construcción de un nuevo modelo de desarrollo y de economía en búsqueda de la paz, en el que alerta respecto a la tentación de acudir a nuevos ídolos. En este sentido, como se deja ver en párrafos anteriores, tanto las familias como la educación tienen un papel fundamental. Reconoce la disposición humana a la creatividad que bien puede florecer en momentos de crisis con nuevas perspectivas y soluciones fruto del discernimiento, del don de sí, de las capacidades e iniciativas puestas al servicio de la fraternidad más allá de los propios intereses personales y grupales.
Como última observación quisiera destacar la importancia que da el mensaje al trabajo como derecho. Hacia este logro también podrían apuntar la familia y la educación considerando la cultura de paz como telón de fondo.
Entrevista de la Comunidad Virtual de Educadores Católicos
Venezolana. Casada y madre de 5 hijos. Licenciada en Educación (UNA) con Postgrado en Desarrollo Infantil (UCAB). Diploma de Estudios Avanzados en Teología (ITER-UCAB). Experiencia docente universitaria en la UCAB y el Centro de Estudios Religiosos (CER). 12 años de Voluntariado Profesional en SUPERATEC A.C.
1. ¿Cómo podemos los educadores constituirnos en trabajadores por la paz?
Cuando analizamos el Mensaje de Su Santidad Benedicto XVI titulado “Bienaventurados los que trabajan por la paz”, en general pienso que los educadores coincidimos con la primera idea que expone el documento en cuanto a que “Cada nuevo año trae consigo la esperanza de un mundo mejor”. A ello podríamos añadir otras situaciones, como por ejemplo: cada nuevo año escolar o hasta cada periodo trae consigo la esperanza de algo mejor. Y ese algo mejor puede muy bien incluir la esperanza de un curso más armónico, con mejores relaciones entre los colegas, compañerismo entre los estudiantes, entendimiento con los padres y representantes, sintonía con el personal directivo, coincidencia entre lo que la institución educativa aspira y el Estado propone. Quizás también dicha esperanza puede estar relacionada con ideales más generales, como por ejemplo: promover la igualdad de oportunidades, evitar cualquier forma de exclusión y más bien buscar formas de compensar diferencias que puedan afectar negativamente a alguna persona, favorecer la cooperación, procurar el diálogo y las decisiones -si no idealmente por consenso, al menos por mayoría, establecer acuerdos específicos, fortalecer equipos de trabajo, resolver conflictos y problemas recurrentes o nuevos, y un largo etcétera acerca de lo que los educadores desearíamos en nuestra gestión y más allá del ámbito educativo, con frecuencia relacionado con la convivencia, la verdad, la responsabilidad, la justicia, la simpatía, el perdón…
En ese marco de esperanzas por mejorar su quehacer, el educador claramente se sitúa ante la necesidad de participar y contribuir a la creación de ambientes de equilibrio y justicia, en los que se vele por el bien común en un ambiente de paz. Este sería el contexto natural para llevar a cabo su labor de educador. No obstante sabemos que esta condición no está dada sino que más bien es una tarea pendiente, algo por reconstruir.
Esa tarea de construir la paz tropieza con algunos obstáculos ya conocidos como pueden ser: el individualismo y el egoísmo, el abuso de autoridad y la violencia, la codicia y las divisiones, los criterios rígidos y los prejuicios. Es así como nos reconocemos ante un desafío que nos sobrepasa al mismo tiempo que lo intuimos posible.
Todos hemos vivido situaciones ante las que reaccionamos inadecuadamente sin razón aparente. También, hemos vivido dificultades que hemos atendido con paz interior y asertividad que nos sorprenden. Tenemos la experiencia de que la paz no es sólo resultado de la voluntad humana. En ella hay algo de misterio, de gracia externa y gratuita, de don que se nos ofrece; algo que nos trasciende y se hace real en las acciones humanas y humanizadoras.
La paz se manifiesta como don de Dios y se actualiza en la fraternidad. Por eso, cuando escuchamos “Bienaventurados los que trabajan por la paz” recibimos una Buena Noticia: que la paz es posible y que para construirla contamos con el favor del mismo Dios que se nos manifiesta en su Palabra y nos infunde su Espíritu. Algo de esto lo estuvimos escuchando en la liturgia de días pasados tanto en la primera carta de Juan como en las lecturas de la semana de Epifanía en Mateo y Lucas. El Señor nos convoca como familia humana a construir un Reino de paz desde la tierra, contando con su amor, con la autodonación que hace Jesús de su propia vida, y con nuestra capacidad de seguirlo y de constituirnos en “nosotros” en la diaria convivencia.
2. ¿Cómo podemos integrar a las familias y a los educadores para el cultivo de una cultura de paz?
El mensaje del Papa asocia la paz a la vida, a su defensa, preservación, sano desarrollo personal, comunitario y trascendente. Igualmente, y esto es fácil de comprender para nosotros como educadores venezolanos, asocia la agresión a la vida como daño irreparable, no sólo adverso a la paz en general sino también al presente y futuro personal y social. En dicha valoración y protección a la vida coinciden las familias y las instituciones educativas. Es más, el documento especifica que la vocación natural de la familia es promover la vida. En ese sentido la familia ocupa un lugar privilegiado en sembrar actitudes y valoraciones que más adelante el sistema educativo irá profundizando de cara a la libertad y madurez humana, de manera que cristalice en formas socializadas de convivir y organizarse. Así se va gestando la cultura de la paz con la contribución de cada instancia hasta llegar a impregnar a la sociedad, en un recorrido de lo más particular hacia lo más general. A su vez, en dicho recorrido se va cultivando la paz en sus diversos niveles: la paz interior, la paz en las relaciones humanas, la paz en y entre los pueblos. Y ello, como decíamos anteriormente, como fruto de dones recibidos y cultivados respecto a los cuales la cultura familiar es clave.
La familia es un lugar amigable para considerar el bien de todos, o sea, el bien común. También para fomentar un clima de relaciones amorosas y cordiales, veraces y honestas, consideradas y respetuosas, justas y benevolentes. Igualmente para participar de experiencias de gratuidad y generosidad sin medidas, de disculpas y perdón, y de todo aquello que hace referencia al amor primero e incondicional que habla de Dios y de la creación; de su hijo Jesús, quien encarna la vida humana fraterna fruto de su paz interior alimentada por el amor al Padre, a quien busca complacer en cada una de las circunstancias de su vida por encima de las dificultades humanas.
En ese sentido vemos como familia y educación se influyen mutuamente al punto que no será excepcional considerar lo que las instituciones educativas pueden hacer por las familias en situaciones de dificultad y en las que la paz se vea comprometida en cualquiera de sus niveles: espiritual, relacional, grupal, comunitaria. Tampoco será excepcional lo que las familias puedan hacer a favor de la armonía y la concordia en otras esferas y organizaciones.
3. ¿Cómo podría promoverse la cultura de paz con la participación de la tríada solidaria Estado, familia e instituciones educativa?
La promoción de la cultura de paz se desprende de nuestra capacidad de entendernos como conciudadanos y hermanos iguales en dignidad, sujetos de derechos y deberes, y partícipes de un destino común. También tiene relación con reconocer que hay situaciones humanas que nos trascienden y como tales ponemos ante el Señor acogiéndonos a su misericordia. A este respecto, y quizás anterior a ello, actuar como si los hechos dependieran de nosotros sabiendo que no tenemos la última palabra y que el mal nunca se vence desde el mal sino a fuerza de bien. Así, nos abrimos a una cultura de paz cuando “nuestros ojos ven con mayor profundidad, bajo la superficie de las apariencias y las manifestaciones, para descubrir una realidad positiva que existe en nuestros corazones, porque todo hombre ha sido creado a imagen de Dios y llamado a crecer, contribuyendo a la construcción de un mundo nuevo”, como nos dice Su Santidad.
Por otra parte, el documento señala el derecho a la objeción de conciencia con respecto a leyes y medidas que atenten contra la vida y su dignidad. También menciona las obligaciones del Estado como garante de la justicia social y de los derechos humanos. Punto aparte dedica a la construcción de un nuevo modelo de desarrollo y de economía en búsqueda de la paz, en el que alerta respecto a la tentación de acudir a nuevos ídolos. En este sentido, como se deja ver en párrafos anteriores, tanto las familias como la educación tienen un papel fundamental. Reconoce la disposición humana a la creatividad que bien puede florecer en momentos de crisis con nuevas perspectivas y soluciones fruto del discernimiento, del don de sí, de las capacidades e iniciativas puestas al servicio de la fraternidad más allá de los propios intereses personales y grupales.
Como última observación quisiera destacar la importancia que da el mensaje al trabajo como derecho. Hacia este logro también podrían apuntar la familia y la educación considerando la cultura de paz como telón de fondo.
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