Evangelio
(Lc
18,1-8)
Domingo XXIX delTiempo Ordinario /C
En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la
necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola:
“En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni
respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a
él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario’.
Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después
se dijo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la
insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga
molestando’”.
Dicho esto, Jesús comentó: “Si así pensaba el juez
injusto, ¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que
claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará
justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que
encontrará fe sobre la tierra?”.
¿SEGUIMOS CREYENDO EN LA JUSTICIA?
Lucas narra una breve parábola indicándonos que Jesús la contó para
explicar a sus discípulos “cómo tenían que orar siempre sin desanimarse”.
Este tema es muy querido al evangelista que, en varias ocasiones, repite la
misma idea. Como es natural, la parábola ha sido leída casi siempre como una
invitación a cuidar la perseverancia de nuestra oración a Dios.
Sin embargo, si observamos el contenido del relato y la conclusión del
mismo Jesús, vemos que la clave de la parábola es la sed de justicia. Hasta
cuatro veces se repite la expresión “hacer justicia”. Más que modelo de
oración, la viuda del relato es ejemplo admirable de lucha por la
justicia en medio de una sociedad corrupta que abusa de los más débiles.
El primer personaje de la parábola es un juez que “ni teme a Dios
ni le importan los hombres”. Es la encarnación exacta de la corrupción que
denuncian repetidamente los profetas: los poderosos no temen la justicia de
Dios y no respetan la dignidad ni los derechos de los pobres. No son casos aislados.
Los profetas denuncian la corrupción del sistema judicial en Israel y la
estructura machista de aquella sociedad patriarcal.
El segundo personaje es una viuda indefensa en medio de una sociedad
injusta. Por una parte, vive sufriendo los atropellos de un “adversario” más
poderoso que ella. Por otra, es víctima de un juez al que no le importa en
absoluto su persona ni su sufrimiento. Así viven millones de mujeres de todos
los tiempos en la mayoría de los pueblos.
En la conclusión de la parábola, Jesús no habla de la oración. Antes
que nada, pide confianza en la justicia de Dios: “¿No hará Dios justicia a
sus elegidos que le gritan día y noche?”.
Estos elegidos no son “los
miembros de la Iglesia” sino los pobres de todos los pueblos que claman pidiendo
justicia. De ellos es el reino de Dios.
Luego, Jesús hace una pregunta que es todo un desafío para sus
discípulos: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la
tierra?”. No está pensando en la fe como adhesión doctrinal, sino en la fe
que alienta la actuación de la viuda, modelo de indignación, resistencia activa
y coraje para reclamar justicia a los corruptos.
¿Es esta la fe y la oración de los cristianos satisfechos de las
sociedades del bienestar? Seguramente, tiene razón J. B. Metz cuando denuncia
que en la espiritualidad cristiana hay demasiados cánticos y pocos gritos de
indignación, demasiada complacencia y poca nostalgia de un mundo más humano,
demasiado consuelo y poca hambre de justicia.
José Antonio Pagola
No hay comentarios:
Publicar un comentario