miércoles, 18 de julio de 2012

Reflexiones de un Condiscípulo


Un evangelio de esos que amerita lectura y relectura (y casi que un whisky doble), fue el de este Domingo XV del Tiempo Ordinario/B (Mc 6, 7-13)

El mensaje (a)parece clarísimo, son consejos (“órdenes” nos dice Marcos) que Jesús da entonces y también da ahora, a aquellos que se disponen a predicar su Buena Nueva:

1.- Vayan de dos en dos, nunca solos, es bueno estar y saberse acompañados.

2.- Siempre ligeros de equipaje, con pocas cosas, con lo necesario.

3.- Donde sean recibidos quédense siempre, sin ir cambiando, sin ir inventando, sin ir probando.

4.- En cambio, donde no sean bienvenidos, ¡largo de allí! …pero dejando bien claro el por qué de la largada.

Pero esta claridad, deja de ser tan “clarísima” a la relectura y comienzan las preguntas:

· ¿Cuán ligeros debemos ir? ¿es posible ir tan ligero? ¿es prudente ir tan ligero? ¿qué significa hoy “ir ligeros”?

· ¿Hasta cuándo nos quedamos acá donde somos recibidos? ¿cuándo es el momento de partir?

· ¿Cuándo no somos bienvenidos o cuándo dejamos de serlo? ¿no habría más bien que plantarse ante la adversidad? ¿no hay que “dar hasta que duela”? ¿al primer revés nos vamos?

Ante estas dudas, surge entonces la “instancia de oración”, esa oración que inspira, que ilumina, que fortalece y que esclarece.

La diaria oración –como nos dice Ana Guinand– que le da sentido al activismo, que nos lleva a discernir lo que debemos hacer y nos permite conmovernos y movernos por los problemas y por la miseria del otro… por los problemas y por las miserias nuestras.

Termino con el salmo: “Muéstranos, Señor, tu misericordia”

Ya lo he advertido antes, y lo hago una vez más… yo escribo y comparto con ustedes mis “personalísimas” impresiones de nuestros encuentros.

Juan Salvador Pérez-Perazzo

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