domingo, 19 de febrero de 2012

Reflexiones Cristianas sobre la Existencia


Si la filosofía de la existencia no fuera otra cosa que una teoría abstracta sobre la misma, tendría poco interés para nosotros, hombres, al fin y al cabo, que nos sentimos llamados a realizar en el mundo nuestro proyecto existencial. Pero la existencia, “mi existencia” no es algo abstracto, sino que –por el contrario- me plantea problemas, me envuelve en vivencias, me exige decisiones bien concretas. Sobre ello vamos a reflexionar.

Un punto fundamental en la filosofía de la existencia es la afirmación de que el hombre es un “proyecto”. Dentro de sus justos límites es una afirmación feliz. Digo “dentro de sus justos límites” porque esta frase no se puede aceptar de un modo absoluto. SARTRE, por ejemplo, afirma decididamente que “la existencia precede a la esencia”(1), como si el hombre inicialmente fuera “pura nada” y “todo él” tuviera que realizarse durante su existencia; sin duda una exageración. Pero, quitado este extremismo, la afirmación es feliz: todo hombre, en efecto, es un “proyecto”. Durante su vida, “completa” su personalidad psicológica (sobre una base temperamental, “hace” si carácter); “realiza” su personalidad moral; y juntas las dos con su personalidad metafísica, forma la “construcción” que cada hombre hace de sí mismo a lo largo de su vida, es decir, su “ser completo”(2).

La existencia es “libertad y contínuo devenir”. No es algo del todo “dado, poseído”, porque el hombre “no está condenado a ser libre”, sino llamado a devenirlo. No es aún libre, ni tampoco es suyo –del todo- el “devenir”. Tiene, sí, un gran “talento”, un gran poder: el “poder de irse liberando”. Cuántos hombres no hacen uso de él, y viven tranquilos, esclavizados en lo cotidiano, sin dar el “salto a la vida auténtica”. La moderna civilización hace que muchos vivan así: Primero, entre los instalados, los instruidos, los poseedores satisfechos de sí mismos; y segundo, entre los desposeídos y los marginados que ella produce o consiente, también resulta casi imposible –por otras razones- dar ese “salto”.

Para poder darlo, es preciso que se faciliten al hombre tales condiciones de vida que le permitan tener conciencia de su propia dignidad y que respondan a su vocación en la entrega de sí mismo a Dios y a los demás. Ahora bien, esta conciencia de la propia vocación es imposible sentirla si la libertad del hombre se encuentra “debilitada” cuando la vida se desarrolla en estado de extrema necesidad. ¿No es este el caso de más de la mitad de la humanidad que vive en condiciones casi “infrahumanas” Se encuentra “envilecida” cuando el hombre satisfecho por una vida demasiado fácil, se encierra como en una dorada soledad, lo cual ocurre tantas veces en la élites privilegiadas que gozan del “tener” o del “poder”. Únicamente es posible darlo, cuando la libertad se “vigoriza” al aceptar decididamente las inevitables obligaciones de la vida social, al tomar sobre sí las multiformes exigencias de la convivencia humana y al entregarse al servicio de la comunidad en que vive(3).

Ofrezco estas “reflexiones” con la esperanza de que puedan ayudar a algunos –pienso especialmente en mis alumnos- en el esfuerzo por “vigorizar su voluntad” (llenarla de fuerza y energía) para que realicen lo más cumplidamente su “proyecto humano”.

ANGUSTIA EXISTENCIAL Y OTRAS ANGUSTIAS
El primer acto de una existencia que aspira a realizarse es la inquietud, mejor la “angustia”. No es el miedo a un mal; no es una angustia neurótica; sino la “angustia existencial”. Ella destruye nuestra seguridad, nuestro pragmatismo, nuestra instalación cómoda.

La angustia nace al tomar conciencia el hombre de su propio ser: ambigüedad, mezcla de finito e infinito, de bien y mal, de necesidad y libertad, de luz y sombras. La causa de la angustia es el mal, “el pecado”, lo mío, lo original(4). Sin él la vida sería auténtica y crecería armoniosamente en la autenticidad. Con él, la lucha contra el “mal-en-mí”, el pecado, es el elemento primordial de nuestra vocación humana: no hay que rechazar, pues, la angustia existencial sino servirnos de ella como fuerza dialéctica en el drama de nuestra existencia.

Desde que el hombre toma conciencia de lo que es, nace la “angustia”. El mal le atrae y le repugna a la vez; el bien le atrae y le cuesta. San Pablo dice que siente en sus miembros una ley que no es la del espíritu; el poeta pagano que “ve lo mejor y lo aprueba, pero sigue lo peor”. La angustia es el resultado de este conflicto óntico entre dos realidades que se excluyen. Y al optar por una de las dos, no desaparece: si opta por el mal, nace la “angustia remordimiento” y más tarde, la “angustia aburrimiento”; si por el bien, nace la angustia por el llamado a un nivel superior. No es mala esta angustia: es la fuerza dialéctica que nos impulsa a restablecer nuestra unidad rota por el mal, por el pecado. Todos los hombres grandes, auténticos, han tenido esta lucha; han tenido que vencerse. Así los héroes y los santos.

Algunos se escapan de esta angustia refugiándose en las diversiones. Esta actitud les lleva a la vida superficial, tal vez a una “angustia neurótica” que es fuerza de destrucción(5), no como la angustia existencial, que es fuerza de creación. El plan de Dios no es que el hombre viva “seguro”, que se evada en la “diversión”, sino que venza el mal. Por eso la angustia es buena.

La angustia tiene también una dimensión social. El pecado (egoísmo, ambición), ha traído el “mal-en-el-mundo”: lujo y miseria, lucha entre naciones, guerra, destrucción, todo contra el plan de Dios. El hombre auténtico no puede refugiarse “en su cómoda vida interior”: Cristo oraba y predicaba, pero también curaba enfermos. El cristianismo auténtico es “co-responsable” y debe luchar por un mundo mejor. Además, tiene la misión de “dominar el mundo”, de mejorarlo, trabajar sin descanso para traer aquí, en lo posible, la ciudad de Dios. Siempre verá imperfecto el “orden establecido” y luchará contra lo inauténtico social que lleva en sí la marca del mal y del pecado.

La lucha trae nuevas angustias prácticas. ¿Qué medios usar? ¿Alianza con el comunismo que quiere derribar este “orden” malo? Pero, ¿no nos trae otro “orden peor”, “totalitario”, donde los valores existenciales de la persona (libertad, intimidad, relación con Dios) se destruyen? Optará por una solución original, conforme a la exigencia de Cristo, vencedor del pecado. Su revolución irá dirigida fundamentalmente a eliminar las causas del mal: egoísmo, ambición, odio. Y eso, simultáneamente: en sí mismo, mediante una “conversión” o “metanoia”; y en el mundo mediante un “cambio de estructuras”(6).

ELECCIONES ABSOLUTAS Y RELATIVAS
La angustia pone al hombre en la obligación de elegir. Si rehusa hacerlo, ya hizo también una elección, pero ha establecido un cortocircuito que le puede llevar a una angustia neurótica. La primera elección es la elección absoluta, que marca definitivamente el rumbo de una vida; es primera en el valor, tiene primacía metafísica; si se desdice de ella, sufre perjuicios graves, lleva riesgos por lo cual, muchos, no se atreven a hacerla; pero es la única manera de reunir, en torno a un eje central, fuerzas y energías enormes que si no se hacen se dispersan. De este tipo es la elección religiosa que une al hombre con Dios: No es posible ser cristiano a medias. En nuestro medio, el cristianismo burgués no ha hecho esta elección. Es pragmático, relativista, de “cumplimiento social” o por conveniencia. Sin verdadera actitud de fe que lleva a un compromiso en la vida. Por eso no tiene mística y se apartan de él las minorías, lo rechazan fuertemente los grupos auténticos, y es ocasión de que no pocos pierdan la fe desembocando en el ateísmo.

Recordemos estas palabras: “… en la génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión”(7). Decir que “el cristianismo es verdadero hasta cierto grado es lo más estúpido que se ha dicho del cristianismo” y “lo más anticristiano”. Ser “fríos” o “calientes”, porque los “tibios” los arrojaré de mi boca(8).

Importa mucho no equivocarse en esta elección. Si se elige como absoluto el arte, la ciencia, la revolución, etc., el hombre hace de ellos ídolos y se vuelve idólatra. También es idólatra la religión tomada como “sectarismo”. De ahí los fanatismos, las intransigencias, las posturas cerradas. Con todo, está más próximo a la autenticidad el que hace una elección absoluta de un valor relativo que el que hace una elección relativa del absoluto, Dios. Y está más cerca de la conversión aquél que éste: San Pablo y Pilatos son dos ejemplos contradictorios muy claros.

Tras la elección absoluta –Dios-, viene otra “relativamente absoluta”. Primer acto, consentir y aceptar mi “yo” concreto, con sus limitaciones y defectos. Segundo acto, nuestro ideal concreto o “proyecto fundamental”: Sacerdocio, matrimonio, amor, labor social, etc. Da lugar a un grave compromiso y es la realización práctica de aquella elección absoluta. Otras muchas elecciones, más relativas, dependen de este proyecto fundamental(9).

FIDELIDAD, RENUNCIA, COMPRENSIÓN
Fidelidad: Toda elección da lugar a un compromiso (para con dios, nosotros y los demás), a una fidelidad. Según sea el valor elegido y el modo de elección, así será la fidelidad: Ante Dios, cae todo. Otros compromisos pueden caer por causas proporcionalmente graves; pero el hombre auténtico no se compromete ni de palabra para aquello que no puede cumplir. Porque no es así, hay tanta inseguridad en la vida social. Es lo contrario del “quedar bien” del “maquiavelismo”, del que encuentra excusa para todo. Como en nuestro mundo esto sucede tanto, nadie confía en nadie. Y esta desconfianza invade instituciones tan sagradas como la familia y el hogar. Nada digamos de la “pequeña política”.

Renuncia: Hay una ley de renuncia. El que se compromete al sacerdocio renuncia al matrimonio, y al revés; el que se compromete a una acción social enérgica, renuncia al confort. El que se desposa con tal mujer, renuncia a las otras mujeres; el que elige tal profesión, a las otras. ¿Se empobrece? No. Se realiza. El hombre guiddano, el “diletante”. El que quiere gozar o comprometerse con todo, en el fondo no se compromete con nada. Los grades auténticos han sido los grandes comprometidos, de extraordinaria fidelidad a su compromiso fundamental que les exige renunciar a otros valores: Tomás Moore, Bolívar, Gandhi, Luther King, etc.(10)

Comprensión: El comprometido no es un fanático, no debe serlo. Admite en los demás otras elecciones y compromisos distintos a suyo y los sabe respetar. Un católico auténtico, debe ver los valores espirituales de otras religiones(11). El amor a mi país no me exige el desprecio a los demás; el amor a la esposa no tiene que cegar los valores de las otras mujeres. La psicología profunda enseña que en el fanatismo y sectarismo algo falla del propio compromiso: los patrioteros, más bien se han servido de la patria, que la han servido; los fanáticos religiosos que se niegan a toda apertura o diálogo, muchas veces utilizan la religión para sus intereses personales. Los más fanáticos eran los fariseos del Evangelio. El “extremadamente” celoso da a sospechar que no tiene un amor muy puro. La fidelidad de Cristo a su Padre no le impidió amar de corazón a sus apóstoles, a sus amigos de Betania, a sus contemporáneos, a los por venir. Los esposos fieles y comprometidos son capaces de dar a otros y otras mayores pruebas de delicadeza y aún de buena galantería sin faltar en lo más mínimo a su compromiso y sin que se debilite su confianza.

Disponibilidad: Algunos dicen que el compromiso es incompatible con este valor que hoy se estima tanto: la disponibilidad. Se ha dicho que el hambre disponible es el que puede siempre partir, abrirse a nuevas experiencias, no negarse a ninguna solicitación; estar en pura y pasiva espera: “disponible”. ¿Cómo es esto conciliable con la fidelidad y el compromiso?, la verdadera disponibilidad no es ésta; ésta procede del espíritu de posesión, del “ansia de tener”. La verdadera disponibilidad procede, por el contrario, del espíritu de pobreza, se funda en el afán de quedar libre de todo impedimento para “servir” y así realizar el “ser”. Aquella considera al mundo y los hombres como “perteneciéndonos”, como “centrados” en nosotros. Esta, la verdadera, al revés: No debo pretender poseer a los demás, ni siquiera me pertenece mi propia persona, ni soy el eje del universo, más bien yo soy de todos. Estoy disponible a los llamados del absoluto, pero no lo estoy pasivamente, para gozar: Dios y “Los otros” me piden, no que los sufra pasivamente, sino que tenga iniciativa creadora, compromiso y fidelidad difíciles. Por eso, sólo estoy disponible “si estoy liberado”, desembarazado de obstáculos, sobre todo internos, olvidado de mí, con mi interés individual subordinado a los demás y a Dios.

Así se enlaza la disponibilidad con el compromiso. En nuestras elecciones debemos quedar cada vez más libres para compromisos más difíciles. La elección del absoluto o de nuestro proyecto fundamental, no anulan la disponibilidad sino que la orientan, la hacen salir del estado de pasividad pura que tendría sin el compromiso: la hacen creadora.

La verdadera disponibilidad no es nada fácil: es fruto del esfuerzo, se conquista. Nuestro egocentrismo, fruto del pecado, engendra en nosotros el espíritu de posesión; también por otra parte, los desencantos y traiciones que nos llevan a ser escépticos y a cerrarnos a futuros compromisos. Sólo existe disponibilidad perfecta en los “despojados de sí mismos” y de sus cosas: en los héroes, en los santos.

AUTENTICIDAD Y RIESGO
No sabemos del todo el resultado de nuestros compromisos y elecciones. Quizás, si lo supiéramos sería menos fácil hacerlas. Pero esto es imposible. Hay mucho de desconocido para el que se compromete: el que se hizo sacerdote o religioso, no esperaba, tal vez, encontrar en sus hermanos o superiores, la incomprensión; el que desposó a una joven no pensaba en su mal carácter con los años, en los hijos enfermos, etc. Así en todo. Aún nuestra misma salvación es riesgosa: nunca estamos del todo seguros (contra la tesis protestante de la predestinación), aunque confiamos en Dios. Toda “actividad creadora” tiene su riesgo. Nada en nuestra existencia está “pre-escrito”, sino que nosotros debemos construirlo. Los animales y las plantas no tienen riesgos, realizan su destino fatalmente; tampoco lo tiene Dios, libertad pura. Pero sí el hombre, libertad incompleta y “solicitada”. Cuando mayor es la autenticidad, mayor es el riesgo; pero aumenta también la capacidad y garantía de su afrontamiento. La falta de gusto por el riesgo es grave indicio de inautenticidad y de envejecimiento de la raza. Algo de esto parece que ocurrió a la juventud francesa entre ambas guerras; y mucho de esto ocurre a los que aspiran a un “puesto seguro” y “a un vivir tranquilos”.

No se puede confundir el riesgo existencial con la aventura temeraria. Esto es locura, vgr. La ruleta rusa, las carreras motorizadas de los patoteros, la dedicación a las drogas, etc. Así como la libertad no es fin de sí misma, tampoco el riesgo tiene significación existencial, sino cuando se pone al servicio de la autenticidad. Pero –casi siempre- el que tiene gusto por el “riesgo loco” está más próximo a la autenticidad que quien vive “obsesionado” por obtener la “seguridad” a cualquier precio.

Vivir hoy, en nuestros países tradicionalmente católicos, un auténtico cristianismo, implica –casi siempre- asumir un fuerte riesgo, tropezar con la incomprensión y aún la persecución de los “instalados”. Porque el verdadero cristiano no busca en la religión la “evasión”, el “consuelo”, el “mayor éxito en sus asuntos”, ni tampoco la “seguridad”. Creo firmemente que no basta llevar tal escapulario, decir tal oración, para estar seguro de su salvación ni para vivir una vida que valga la pena. El catolicismo burgués ha desarrollado la mentalidad de que es suficiente realizar unas prácticas de piedad rutinarias e individuales que no comprometen a nada –a lo más a una ética individualista- para ser “buen cristiano”. Nada más lejos de la verdad. El Concilio Vaticano II exige la superación de esa ética individualista(12).

La entrada al Reino de los Cielos no se compra con una cómoda póliza de seguros como, vgr. “los Primeros Viernes”. Está muy bien el hacerlos con espíritu “cristiano”, como expresión de una fe y de un amor “comprometidos”, pero no con espíritu de “contratista” (“te doy los Primeros Viernes para que me des el Cielo”). Son mentira, hipocresía, fariseísmo. En algunos, por falta de reflexión, puede quedarse en “ilusión” las prácticas religiosas que no se traducen a la “vida”, al esfuerzo por crear en el mundo una comunidad de hermanos en la que –en medio de inevitables diferencias- reine el espíritu de familia y no se consienta ninguna “explotación del hombre por el hombre”. Tales prácticas están descritas en el Evangelio: “No todo el que dice Señor, Señor, se salvará, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos”(13).

La voluntad del Padre está bien clara. Tiene una dimensión vertical (oración con Dios) y otra horizontal (amor, caridad con el prójimo). Los dos son igualmente esenciales: “De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas”(14). El catolicismo burgués ha prescindido casi totalmente de esta dimensión horizontal. No faltan, por excepción, casos aislados, heroicos. Pero son casos “contra el sistema”, porque la estructura del sistema es ajena a la caridad. Su meta es el “interés”, el lucro, el poder; y “dosifica” la acción social en la medida que sea necesaria para mantener aquellas metas(15). La inmensa mayoría de los cristianos vivimos envueltos en esa estructura y somos, más o menos sus cómplices. La fe apenas influye en nuestras vidas y –lo que es peor- causa escándalo. Sufrimos el cáncer de la separación entre la fe y la vida, que transcurre de espaldas a algo muy esencial del Evangelio: “Vengan, benditos de mi Padre a poseer el Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, etc.…Pero, ¿cuándo Señor…? En verdad os digo que cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños a Mi me lo hicieron(16). Las responsabilidades de nuestra sociedad son impresionantes: Venta de armas (¡pingües ganancias!) para que luchen y mueran hermanos de países pobres. … “a Mi me lo hicieron”; trata de blancas, subdesarrollo rural, hacinamiento urbano, analfabetismo, opresión, escuadrones de la muerte, torturas…, “a Mi me lo hicieron; discriminación racial, ideológica, económica, marginamientos…, “a Mi me lo hicieron. ¿Puede estar “satisfecho” o “tranquilo” un cristiano en una sociedad así? El auténtico cristiano acepta el riesgo: su vida, con la práctica de la dimensión “horizontal” cristiana, que no se llena cumplidamente con las tradicionales “obras de caridad”, sino que comienza con la denuncia de las injusticias y con acciones para corregir estas situaciones sociales de pecado, molesta y desagrada a los que viven cómodamente una religión que influye muy poco en sus vidas o que tal vez ponen al servicio de sus intereses.

Por eso, el cristiano auténtico sabe que se expone a persecuciones y arrinconamientos de sus hermanos equivocados o malintencionados; pero no olvida que el Reino de Dios ha sido prometido a los “violentos”, a los dispuestos a conquistarlo “para-ellos-con-los-demás”. También se le presentará otro conflicto interno, personal: Deberá cuidar de su “mansedumbre” para estar de acuerdo con el Sermón del Monte (17) y parecerse a su Maestro que en las horas difíciles no llamó en su auxilio a doce legiones de ángeles; tendrá que cortar enérgicamente los conatos que el odio, rencor y resentimiento harán por entrar en su corazón. Pero con su “enérgica mansedumbre”, no dejará de denunciar las injusticias, como Cristo no dejó de denunciar a los fariseos de entonces. Calumnias, tergiversaciones, marginamiento, olvido, cárcel: es un “riesgo”. Pero sólo así podrá ser “luz del Mundo” y “sal de la tierra”(18). La falla apreciable de este tipo de cristianos ha producido deformaciones monstruosas y fuertes ataques: NIETZCHE hablaba con tanto desdén del cristianismo porque sólo había conocido el “cristianismo-seguridad”: “Entre vuestros hombres buenos hay muchas cosas que me desagradan. Yo querría que padeciesen de una locura de la cual perecieran (verdad, justicia, caridad). Pero su virtud consiste en vivir largo tiempo en una miserable satisfacción de sí mismos.”(19)

Aceptar el riesgo existencial, parece, con frecuencia, locura. Pero es el modo de salir de la inautenticidad, del egoísmo de la mediocridad, del pequeño mundo. Es fastidiosa la vida del que no quiere ningún riesgo. Además, el riesgo obliga a poner la esperanza en Dios; aumenta la fe y la confianza, y transforma en bella una existencia que uno mismo hace audaz y creadora.

PASIÓN Y RAZÓN
La existencia del inauténtico se caracteriza por su falta de calor e ímpetu. Todo es demasiado “razonado”; matrimonio “por razón”, carrera “por economía”, religión “muy razonable”, sin la “locura de la cruz” y sin ninguna excesiva generosidad, etc. Hombres muy “razonables” y muy “prudentes” pero desoladamente mediocres.

La existencia auténtica se vive apasionadamente. Los tibios, los fríos, no se atreven a tomar riesgos ni a la fidelidad. La “razón” siempre encuentra mayores motivos para “ser prudente”. Los jóvenes no se casan “por razón” sino por una poderosa pasión: el amor. El soldado tampoco asalta o defiende su trinchera por razón sino por patriotismo. Siempre hay más razones para guardar el dinero que para distribuirlo entre los pobres; para llevar una vida tranquila y sin problemas que para entregarse a la exploración, investigación o apostolado. No puede haber grandeza humana sin pasiones, entre ellas, la principal, el amor(20).

Esto no significa la divinización de las pasiones: tienen poder destructivo, desordenan, anarquizan. Pero pensamos también en los espantosos desastres a que han dado lugar esas obras maestras de la razón, que son los inventos científicos y técnicos para poner las pasiones en su sitio. La razón y la pasión son “en sí” buenas; lo malo está n el uso. Y si es absurdo condenar la razón, como lo han hecho algunos filósofos, también lo es condenar la pasión porque se cometen “crímenes pasionales”. La pasión de Cristo no fue puro cálculo, sino un apasionado amor.

La oposición pasión-razón es un error. Separarlos, ha causado más mal que bien. Es falso que “el hombre se debe guiar sólo por la razón, ya que los animales inferiores se guían sólo por la pasión”. San Pablo, perseguidor y apóstol, María Magdalena, San Agustín, Ignacio de Loyola y Charles Foucauld, grandes ambiciosos, llegaron a ser apasionados apóstoles. Pasión y razón deben ser armonizadas: la razón debe ser apasionada para ser creadora (así han sido los grandes inventores) y la pasión debe ser iluminada por la luz de la razón.

“En un alma grande, todo es grande”. “La vida tumultuosa agrada a los grandes espíritus, pero los pequeños no encuentran en ella ningún placer”(21). Cuando más auténtica es la vida, más apasionada es. Los sub-hombres de Sartre y Guide no son capaces de amar. La pérdida de la pasión es el peor mal que le puede provenir a una existencia y significa la caída en la mediocridad. “Hacer el bien con pasión vale más que hacerlo fríamente, por cálculo, aunque ese cálculo lo fuera para la salvación eterna” (Santo Tomás). La pasión no disminuye el valor del acto moral: lo aumenta. Si la pasión causa más perjuicio que bienes, se debe a que la educación se hace sobre la razón y se reprimen en exceso las pasiones sin orientarlas y canalizarlas debidamente. Hay que educarlas. Reprimidas “excesivamente” producen explosiones y destruyen.

Educar a los niños poniendo el dinamismo pasional para el bien, al servicio del plan de Dios y de nuestra realización. Muchos pasionales hacen el mal porque no se les ha enseñado a hacer el bien. ¿Qué hay riesgos en no sofocar las pasiones? Sí. Pero el riesgo es inseparable de una existencia auténtica.

El momento decisivo en una existencia es aquel en que una grande pasión va a apoderarse de ella. Entonces comienza a valer la pena vivir, pues esta pasión alumbra lo que antes era enigma y oscuridad. No intimidan los riesgos del compromiso ni las dificultades. Sólo el hombre movido por una poderosa pasión, se sacrifica, se hace apóstol y mártir. Ella ilumina los días grises, la monotonía de lo cotidiano, las horas secas. Y esta “gran pasión” impide los asaltos pequeños, caprichosos, de otras pasioncillas que tantos problemas ocasionan en las vidas de los mediocres.

LA FE, VALOR EXISTENCIAL PRIMARIO
Debemos prescindir aquí del aspecto teológico de la fe, que no encuadra en el marco de estas reflexiones sobre la existencia. Bajo el enfoque de este trabajo, consideramos la fe como un valor existencial primario y primordial. KIERKEGAARD, con su “fe cristiana trágica y exigente”, también JASPERS con su “fe filosófica”, lo han expresado con claridad. La existencia sólo tiene sentido en relación con la trascendencia y sólo la fe puede colmar el abismo que las separa.

Marxistas, existencialistas ateos, discípulos de NIETZCHE coinciden en que la fe es cobardía. Para los marxistas es una evasión del hombre agobiado por las necesidades de la vida, una “alienación”(22) ; para los existencialistas ateos, el hombre inventa a Dios porque es cobarde para enfrentar su situación de “ser-arrojado-en-el-mundo”(23), para ambos, el hombre debe emanciparse de la fe, aún de la filosofía de Jaspers. Pero ninguno de ellos analiza al hombre “totalmente” en su plano existencial.

Es indiscutible que hay hombres auténticos ateos, no mediocres; y que hay creyentes, en gran número, para quienes la fe influye muy poco en sus elecciones de vocación, compromisos políticos e intelectuales. Desgraciadamente en nuestros países “oficial o socialmente católicos”, abundan mucho los “cristianos-seguros”. Pero es indiscutible que hay otros creyentes cuya existencia se halla suspendida en esa relación con la trascendencia, que es su fe en Dios vivo y único. Son quizás menos numerosos que los “adocenados”. Pero para juzgar y valorar una realidad, no podemos hacerlo por sus mediocres, ni mucho menos por sus herejes, sino por sus manifestaciones humanas más puras. Si para condenar el comunismo, por ejemplo, nos fijamos sólo en los comunistas mediocres, ¿cómo vamos a explicar el éxito del comunismo, la atracción que ejerce sobre tantos hombres sinceros? También sería menos difícil refutar el ateísmo, si sólo fueran ateos los criminales. De igual modo, para captar el alcance existencial de la fe religiosa, debemos fijarnos en aquellos cuya existencia sería inexplicable sin el “factor fe”.

En primer lugar Jesucristo, Hombre-Dios. El Evangelio no es una ideología ni una filosofía: se explica por la unión de Dios-Hombre en Jesucristo. Las vidas asombrosas de San Pablo, San Agustín, Ignacio, Teresa de Ávila, Carlos de Foucauld, etc., son locura sin la fe en Dios y en Jesucristo. Hay ejemplos más cercanos de la fe existencial: por citar solamente dos muy conocidos, Gandhi, Luther King. Y sin necesidad de ir a ejemplos grandiosos, el fino observador descubre ejemplos “pequeños”, menos emocionantes pero no menos significantes. ¿Quién no se ha fijado en tantos hombres o mujeres cuya existencia es hermosa e intensa porque está suspendida de esta fe en Jesucristo? Ciertamente estos casos no ocupan las planas de los periódicos, ni los anuncios de la radio ni la televisión. El mal es escandaloso, publicitario; el bien, con frecuencia, permanece oculto, subterráneo, sin interesar a las miradas de los hombres, pero enormemente valioso a los ojos atentos y cariñosos de Dios.

La fe no es algo “añadido” a la existencia auténtica; está en el mismo fondo del ser, es una “actitud”. Pero tampoco es una actitud “perfecta desde su punto de arranque. Toda “actitud” supone dimensiones psicológicas que van tomando posiciones progresivamente en una personalidad en contínuo “hacerse”, en contínuo devenir, y que juegan un papel muy importante en la estructuración del “proyecto humano”. Con sus momentos de tensión y crisis, con sus épocas de paz y calma propia de toda actitud religiosa que avanza, la fe ilumina y aclara los heroísmos, y también los actos cotidianos de tal madre de familia, tal trabajador, tal hombre.

Hemos dicho que la fe es una “actitud”, es decir, “una manera global de ser de una persona respecto de alguien o de alguna cosa”(24). Por eso, está mal dicho que una persona “tiene fe” como quien tiene o posee un bien. La fe no se posee como un bien externo, sino que es una cualidad del ser: pertenece al dominio del “ser”, del “existir”. Sería mejor decir “soy hombre de fe” que “tengo fe”. Y la fe se expresa en términos afectivos: confianza, amor. Se tiene fe “en alguien”, confianza “en alguien” que comienza a aparecer como un sol en el horizonte de mi vida y a quien me entrego. Desde que tengo fe, o mejor, desde que “soy hombre de fe”, el otro se mete en mi vida, la interfiere, tengo que contar con EL para todo. Desde este punto de vista mi libertad queda limitada, pero –a la vez- sublimada, porque yo he aceptado “libremente” esa interferencia en mi vida. Y, desde ese momento, ya no soy yo solo el que se realiza, sino que el otro en quien confío, interviene en mi realización, en llevar adelante mi “proyecto”. Éste resulta enriquecido a fondo, porque “comunico con El mi existencia”, lo cual da satisfacción a una necesidad intrínseca de mi ser, que de otra manera quedaría truncado y sin última explicación. La fe es la que me pone en contacto con la trascendencia, pero no con una trascendencia oscura y fría sino con el Dios vivo que es luz y amor.

La fe concebida así, como “manera de ser”, como “movimiento existencial primario”, es anterior y se distingue de las “creencias”. Las “creencias” pertenecen a otro orden de cosas más superficial. Es también una fe, pero no una fe “en Alguien a quien me entrego con toda confianza”, sino fe en una especie de concepción, en una verdad de la cual no se está completamente seguro. De este estilo son las “creencias” en los siete días de la creación, en la manzana, en el limbo o en la Torre de Babel: en nada tocan la esencia de la fe ni de la revelación. La “creencia” en un orden hipotético dentro del cual se problematiza y se intente llegar a la verdadera solución: “Se cree que… pero no se está cierto”. El objetivo de las ciencias está en verificar estas hipótesis, llegar a una certeza más grande. Por eso, el avance de la ciencia (de la exégesis, por ejemplo) destruye algunas creencias “demitologización”; pero deja intacta la fe. La fe es “misterio”, la creencia es “problema” (MARCEL). La creencia puede caer con el avance de la ciencia, vgr. El cielo está arriba; pero en nada toca al movimiento existencial primario que es la fe (no sé dónde está el cielo, ni me importa: el cielo es Dios). La fe sólo se destruye con la mentira, el engaño o la mala fe. Es absurdo pedir una comprobación científica de la fe. De aquí la importancia de distinguir “FE” y “creencias” y de no poner la fe en lo que son creencias. Con esto, la fe queda purificada, interiorizada, independiente de “mitos”. Reducida a lo esencial del Credo(25).

Por otra parte, la fe necesita de su expresión “religiosa”: oración, gestos, culto personal y comunitario. Una fe, químicamente pura, no existe(26). Como no existe tampoco, químicamente puro el amor. Dado el “ser del hombre”, unidad de materia y espíritu, el amor necesita expresarse en besos y caricias; la fe, en los actos “religiosos” y la “cultura” del hombre de fe, porque de lo contrario se produce el aburrimiento (practicar actos religiosos que no se entienden) o el malestar (si los actos religiosos responden a creencias desaparecidas en el los practica). Es lo que está ocurriendo hoy: muchos “se sienten a gusto Cristianos” en un marco tradicional de creencias y ritos; otros, “se sentirán bien” en otros cuadros renovados más acordes con su cultura, en los que acertarán mejor a expresar su fe.

La actitud de fe, más o menos viva, puede englobar zonas más o menos profundas de la personalidad. En algunos, queda en la periferia, casi al margen de la vida: “Yo uso de Dios como de mi paraguas. Cuando lo necesito, acudo a Él, cuando no, lo dejo olvidado”. Es un caso triste, aunque tan repetido. Es la situación de una fe casi muerta que sólo aflora en algunas circunstancias de la vida. Apenas nada influye esa fe en la realización del “proyecto humano”. En otros, por el contrario, la fe engloba e invade toda la personalidad: Para estos cristianos fe y religión no son algo superficial, no sólo “seguridad”, ni sólo “consuelo”, ni sólo “manera cómoda de solucionar los problemas”. Lejos de eliminar el riesgo, les impulsa a correrlo, les quita la “pereza-en-lo-ya-obtenido”; no aísla al creyente en el mundo, sino que le hace afrontar sus responsabilidades ente la historia; no disminuye su acción temporal por su referencia a lo eterno, sino que la acrecienta. “El mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo ni los lleva a despreocuparse del bien ajeno sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo”(27). El creyente auténtico sabe que sólo se llega a la Ciudad de Dios por haberse esforzado en construir –según su vocación- la “ciudad terrestre” como la quiere Dios, es decir, como “tienda” o “morada” de una familia de hermanos, hijos de un mismo Padre que está en los cielos.

El creyente auténtico no es un ser “satisfecho” porque ha optado por la vida. Ni su angustia existencial, ni el amor apasionado sufrirán por causa de su fe: Por lo contrario, se verán elevados a un plano superior. Y la fe, también le evita ese fracaso definitivo de la existencia que es la muerte. Mientras toda la imaginación fracasa ante la muerte, la fe da a esa trágica realidad un sentido único de “liberación”, de “pasaje” de esta existencia imperfecta a la perfecta. El cristiano auténtico no cree que el hombre es un “ser-para-la-muerte” (HEIDEGGER), sino “para-la-vida”. En consecuencia, ni se rebelará contra la muerte ni se resignará a ella con fatalismo. Hará todos los esfuerzos posibles a fin de que su existencia terrena sea lo suficientemente intensa para imprimir en su ser el ímpetu que permita dar, a través de la muerte –aceptada y querida- el “salto a la vida. Es “optimismo”; trágico, si se quiere, pero “optimismo”. Es el optimismo de la existencia auténtica del cristiano desde la perspectiva de la fe.

Luis María Olaso, S. J
UCAB, Caracas, 1982

(1) J.P.SARTRE: L´Existencialisme est un Humanisme (Nagel, París, 1946)
(2) I QUILES: La Persona Humana (Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1952, p.379 y ss)
(3) Vid. Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et Spes. N° 31. En “Ocho Grandes Mensajes” (Ed. B.A.C., Madrid, 1971, p. 417).
(4) S. KIERKEGARD: “Diario”, citado por J. ITURRIOZ: Existencialismo (Ed. Hechos y Dichos, Zaragoza, 1951, p. 49).
(5) HEIDEGGER; “Sein un Zeit”, pp. 173-175. Citado por W. LUYPEN: Fenomenología Existencial (Lohlé, Buenos Aires, 19. P. 15).
(6) Paulo vi: Carta Octogéssima Adveniens, N° 7 y 45 (Typis Poliglottis Vaticanis, Roma, 1971, pp. 8 y 45).
(7) CONCILIO VATICANO II. Const. Gaudium et Spes, N° 19. En “Ocho Grandes Mensajes”, op. Cit. P. 495.
(8) APOCALIPSIS 3, 16.
(9) I.LEPP. Filosofía Cristiana de la Existencia (Ed. Lohlé, Buenos Aires, 1963, p. 101).
(10) Vid. CORETTA SCOTT KING: Mi Vida con Martin Luther King (Plaza and Janes Editores, Barcelona, 1970, p. 174).
(11) Vid. CONCILIO VATICANO II: Const. Lumen Gentium N° 15 y 16, y Declaración sobre las Relaciones de la Iglesia con las Religiones no Cristianas. En Vaticano II, Documentos (B.A.C., Madrid, 1968, pp 51, 613 y 618)
(12) Concilio Vaticano II. Const. Gaudium et Spes. N° 30. En “Ocho Grandes Mensajes”, op. Cit. P. 416
(13) Mat 7, 21
(14) Mat 22, 40
(15) PAULO VI: Octogessima Adveniens N° 26, 35 y 36
(16) Mat 25, 49
(17) Mat 5, 4
(18) Mat 5 13,16
(19) NIETZCHE, citado por I. LEPP. op. cit. p. 106
(20) B. HAERING. La Ley de Cristo (Herder, Barcelona, 1962) T.II. pp. 26 y 43
(21) PASCAL: Discours sur les Passions de L´Ame. Citado por I. LEPP. op cit. P. 108
(22) F. ENGELS: Luwding Feuerbach y el Fin de la Filosofía Clásica Alemana. En Obras Escogidas de K. Marx y F. Engels (edit. Progreso, Moscú, 1969, p. 665).
(23) J.P. SARTRE: El Diablo y el Buen Dios, El Ser y la Nada y Las Moscas (ed. Losada, Buenos Aires, 1952, 1953 y 1952, respectivamente).
(24) M. DIDIER Y OTROS. Creer en Dios Hoy (Ed. Sal Terrae, Santander, 1969, p. 77).
(25) Ibid. P. 81
(26) L. E. HENRIQUEZ. “Pastoral de Masas y Pastoral de Elites” En la Iglesia en la actual transformación de América Latina a la Luz de Concilio (CELAM, Bogotá, 1970) I.I., p. 183.
(27) CONCILIO VATICANO II: Const. Gaudium et Spes N° 34. En “Ocho Grandes Mensajes” op. cit, p. 420.

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