viernes, 3 de febrero de 2012

Convertir la propia casa en lugar de Evangelio


Comentario al Evangelio del V Domingo Ordinario Ciclo B (Marcos 1, 29-39):

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y enseguida le avisaron a Jesús. Él se le acercó, y tomándola de la mano, la levantó. En ese momento se le quitó la fiebre y ella se puso a servirles.
Al atardecer, cuando el sol se ponía, le trajeron todos los enfermos y poseídos del demonio, y todo el pueblo se apiñó junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios. Pero no dejó que los demonios hablaran, porque sabían quién era Él.

De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron a buscarlo, y al encontrarlo le dijeron: Todos te andan buscando. Él les dijo: Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio; pues para eso he venido. Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando a los demonios. Palabra del Señor.


Estamos en la 5ª semana del Tiempo Ordinario y la Liturgia nos presenta a Jesús convirtiendo una casa de familia en lugar de Evangelio, es decir, en lugar de salud, palabra, comunión y misión.
Jesús entra en la casa de Simón (Pedro) y Andrés, y nada más llegar, le comunican que la suegra de Simón está enferma. Jesús se acerca a ella, la toma con sus manos y la levanta. De inmediato desapareció la fiebre. Y nos preguntamos admirados: ¿cómo hace Jesús para que al tocar, al dar su mano, al hablar a las personas, devuelva la salud?

Esta actitud de cercanía sanadora del Señor va a ser el punto de conexión entre Él y la gente. Por eso la noticia corrió por todos lados. No había comenzado la noche cuando la casa donde vive la suegra de Pedro se había inundado por gran cantidad de necesitados que buscaban las manos y palabras curadoras de Jesús. Así también tendría que ser nuestro punto de conexión con las personas. Que nuestras palabras y nuestros gestos curen, sanen, levanten, convoquen y devuelvan a la vida.

Desde su sencillez, la curación de la suegra de Pedro en propia casa, nos está advirtiendo que cualquier lugar puede convertirse -si hay disposición y generosidad-, en lugar de Evangelio (lugar de la Palabra y de la Salud). Más aún, nos advierte que no podemos dedicarnos solamente a llevar Buena Nueva allá fuera, sino que también hay que comunicarla dentro de casa. ¿De que serviría ser candil de la calle y oscuridad de la casa?

Si seguimos el curso del Evangelio de Marcos, caemos en cuenta que el Ministerio de Jesús se desarrolla en “la casa”. Jesús hace que la casa sea el centro evangelizador, y a la vez, el lugar de la intimidad con sus discípulos. En la casa podrá Jesús conversar en privado las múltiples interrogantes del grupo. Y por qué no decirlo, será el espacio del descanso, del diálogo, de la celebración y hasta de las discusiones acaloradas. Será pues la casa de los amigos y amigas del Señor. ¿Son así nuestras casas, capillas, o comunidades? ¿Al visitar alguna casa ayudamos a convertirla en lugar de encuentro, de inclusión, de salvación, o nuestra presencia favorece la selectividad y por ende la exclusión?

Este Evangelio (Marcos 1, 29-39), nos muestra también a un Jesús que combina con maestría su gran actividad (su acción) y su vital espacio para orar. Y no puede ser de otro modo, porque la actividad apostólica (el trabajo) necesita del tiempo de la oración o silencio que revitaliza a través de la comunicación íntima con Dios. Ni la actividad puede anular el tiempo de oración ni la oración puede conducir al encapsulamiento en una intimidad cerrada o replegada sobre los propios intereses. Ambas van muy juntas.

Oración y Misión se necesitan mutuamente. El hombre o mujer que se dedica con generosidad a los demás -y cuanto más si son los pobres de esta tierra-, ha de sacar tiempo para estar a solas con el Señor, para llenarse de su energía. Y de igual modo quien ha estado a solas con el Señor, no puede sino comunicar –de múltiples maneras- la alegría, la esperanza y el amor que lleva dentro.
Quien une Oración y Misión tiene la fuerza y vitalidad para un mayor despliegue apostólico. No se conforma con la tarea cumplida, porque hay más personas que atender, más lugares que animar, más gracia que comunicar. Por eso mismo hace falta la audacia para cultivar hogares, capillas y comunidades donde se comparta, se sueñe, se propague el Evangelio y se celebre, así como el cultivo esmerado de espacios personales de encuentro con Dios.

Gustavo Albarrán, S.J.

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