Evangelio
(Jn
1,29-34):
En
aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Éste es el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Ése es aquel de quien yo dije:
"Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía
antes que yo." Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para
que sea manifestado a Israel.»
Y
Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo
como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a
bautizar con agua me dijo: "Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y
posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo." Y yo
lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»
CON EL FUEGO DEL
ESPÍRITU
Las primeras comunidades cristianas
se preocuparon de diferenciar bien el bautismo de Juan que sumergía a las
gentes en las aguas del Jordán y el bautismo de Jesús que comunicaba su
Espíritu para limpiar, renovar y transformar el corazón de sus seguidores. Sin
ese Espíritu de Jesús, la Iglesia se apaga y se extingue.
Sólo el Espíritu de Jesús puede
poner más verdad en el cristianismo actual. Solo su Espíritu nos puede conducir
a recuperar nuestra verdadera identidad, abandonando caminos que nos desvían
una y otra vez del Evangelio. Solo ese Espíritu nos puede dar luz y fuerza para
emprender la renovación que necesita hoy la Iglesia.
El Papa Francisco sabe muy bien
que el mayor obstáculo para poner en marcha una nueva etapa evangelizadora es
la mediocridad espiritual. Lo dice de manera rotunda. Desea alentar con todas
sus fuerzas una etapa “más ardiente, alegre, generosa, audaz, llena de amor
hasta el fin, y de vida contagiosa”. Pero todo será insuficiente, “si no arde
en los corazones el fuego del Espíritu”.
Por eso busca para la Iglesia de
hoy “evangelizadores con Espíritu” que se abran sin miedo a su acción y
encuentren en ese Espíritu Santo de Jesús “la fuerza para anunciar la verdad
del Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a
contracorriente”.
La renovación que el Papa quiere
impulsar en el cristianismo actual no es posible “cuando la falta de una
espiritualidad profunda se traduce en pesimismo, fatalismo y desconfianza”, o
cuando nos lleva a pensar que “nada puede cambiar” y por tanto “es inútil esforzarse”,
o cuando bajamos los brazos definitivamente, “dominados por un descontento
crónico o por una acedia que seca el alma”.
Francisco nos advierte que “a
veces perdemos el entusiasmo al olvidar que el Evangelio responde a las
necesidades más profundas de las personas”. Sin embargo no es así. El Papa
expresa con fuerza su convicción: “no es lo mismo haber conocido a Jesús que no
conocerlo, no es lo mismo caminar con él que caminar a tientas, no es lo mismo
poder escucharlo que ignorar su Palabra... no es lo mismo tratar de construir
el mundo con su Evangelio que hacerlo solo con la propia razón”.
Todo esto lo hemos de descubrir
por experiencia personal en Jesús. De lo contrario, a quien no lo descubre,
“pronto le falta fuerza y pasión; y una persona que no está convencida,
entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie”. ¿No estará aquí uno de
los principales obstáculos para impulsar la renovación querida por el Papa
Francisco?
José
Antonio Pagola
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