lunes, 22 de abril de 2013

Bonhoeffer: un cristiano en tiempos de totalitarismos



Posted on abril 22, 2013 by rafluciani


El 9 de noviembre de 1923, Adolf Hitler participó en un fallido intento de golpe de estado, liderando el proyecto nacionalsocialista alemán. Tras su derrota y temporal aislamiento político fue encarcelado, pero posteriormente liberado con un indulto en diciembre de 1924. Con gran astucia Hitler supo convertir dicha fecha (del 9 de noviembre de 1923) en un acontecimiento casi mítico que le permitió ir creando un imaginario socio-político, de talante religioso, que penetrara con gran facilidad en las mentes de tantas personas humildes y sencillas de entonces que buscaban un cambio en la conducción socio‑política de Alemania. Es así como en 1935, dos años después de asumir el poder del gobierno por vía legal y electoral, el famoso libro de la oficialidad hitleriana resumiría dicho acontecimiento con las siguientes palabras: “La sangre que ellos derramaron se ha convertido en agua bautismal del Reich”.
Este nuevo período de la historia política alemana se enmarcaría en una nueva noción mítico-religiosa, la del Tercer Reich. Este nuevo período de la historia alemana estaría inspirado por el libro del propio “Führer” intitulado Mein Kampf, en el que se expresaría todo el proyecto del régimen. El nacionalsocialismo se inspiraba y comprendía a partir de una profunda ideología de luchas, estructurada en torno a tres elementos fundamentales: la centralidad de los distintos poderes en el Führer, el odio a ciertos grupos socio‑culturales como los judíos y el nacionalismo patriótico como base de un proyecto expansionista. Para ello concebía al Estado como ente totalitario y absoluto que debía garantizar la supervivencia de la raza aria y estructurar toda relación socio‑política, económica y religiosa posible, según su noción de hombre y sociedad, como masa predestinada.
La práctica de esta nueva ideología pronto se caracterizó por el rechazo frontal a los intelectuales y universitarios más preparados y críticos, el uso abusivo de las asambleas de masas aprovechando la ignorancia política del pueblo, y la expropiación abusiva de propiedades y bienes que pertenecían a miles de judíos. Muchos cristianos se plegaron desde el inicio al proyecto nacionalsocialista anhelando nuevos cambios en la realidad socio‑económica y política tan deteriorada de la Alemania de entonces, desestimando, y sin juzgar, los medios que pronto comenzó a implementar Hitler para lograr su meta, a partir del control mayoritario del Parlamento. Es así como en 1933 se fundó la agrupación de cristianos evangélicos denominada “cristianos alemanes” (Die Deutsche Christen), en la que participaron muchos creyentes que sólo supieron leer las coincidencias del discurso y la propuesta hitlerianas con los fines cristianos, obviando un juicio ético acerca de los medios y modos implementados lentamente para lograrlo, al menos en los primeros años del régimen.
En este contexto, el teólogo Dietrich Bonhoeffer, miembro de la “Iglesia confesante” (Die bekennende Kirche), levantó su voz contra el nacionalsocialismo, y se dio cuenta de la tendencia autoritaria y deshumanizadora del proyecto del Führer, y tomó una clara posición, desde su fe, insistiendo con claridad que “creer significaba decidirse”.
Bonhoeffer inició una continua crítica a la pseudolegalidad construida por el régimen Nazi para legitimar sus acciones mediante el control mayoritario del Parlamento. En sus escritos encontramos estas célebres palabras: “la decisión está a las puertas: nacionalsocialista o cristiano”. También se dedicó a formar jóvenes teólogos, actividad que estaba prohibida por la Gestapo. Los ayudó a descubrir que la teología no era un simple ejercicio académico, sino un auténtico proyecto de vida. Pero pronto comenzó a padecer también la persecución que esto implicaba. Le prohibieron vivir en Berlín en 1938, hablar en público en 1940 y publicar sus escritos en 1941, hasta que en 1943 fue encarcelado, muriendo asesinado por el régimen en 1945 ahorcado en un largo clavo en la pared.
La crítica política de Bonhoeffer no partía de un estudio sociológico o histórico‑político del deterioro de la situación alemana, sino que estaba inspirada en un importante argumento teológico, el de la Encarnación. Según Bonhoeffer, en la Encarnación se nos revela cómo el amor a Dios y el amor a los hombres están indisolublemente unidos, de tal modo que la fraternidad es el único camino que un cristiano puede aceptar en su praxis socio‑política, pues se basa en el auténtico reconocimiento de la dignidad humana. Una praxis fraterna no puede aceptar la exclusión, la negación del otro y la opresión de las libertades personales como vía alterna o temporal de un proyecto histórico. La fractura de la fraternidad era evidente y fue aceptada por muchos cristianos como un cambio normal y necesario en aquella sociedad.
Bonhoeffer, como otros teólogos de entonces, pudieron haberse dejado seducir por el éxito obtenido por Hitler en materia social y económica durante sus primeros años en el poder. Hitler había logrado levantar la infraestructura y la industria alemanas, y elevar el nivel de vida de sus habitantes, aún de los más pobres. Los discursos continuos del Führer despertaban una gran sensibilidad social por los desposeídos de su sociedad. Durante los primeros años de su liderazgo, muchos no pensaron en las consecuencias que generarían sus políticas, sino en los sueños nacionalistas enmarcados en sus discursos sociales, que harían renacer una nación de bienestar y poder para todos los alemanes. Sin embargo, la honestidad intelectual y la libertad de espíritu con la que Bonhoeffer vivió su fe, siendo fiel a Jesús, el único Cristo de su fe, le permitió discernir que para un cristiano cualquier medio y práctica socio‑política no era aceptable, aún si el fin era realmente noble y lo merecía, porque sólo aquellos medios que realmente humanizan han de ser éticamente aceptables si hemos de llamarnos seguidores de Jesús.
Rafael Luciani

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