sábado, 27 de abril de 2013

¿Espiritualidad cristiana? Jesús y la fraternidad



¿Espiritualidad cristiana? Jesús y la fraternidad

Asumir al otro como hermano es la medida de nuestra espiritualidad



RAFAEL LUCIANI |  EL UNIVERSAL
sábado 27 de abril de 2013  12:00 AM
La praxis de Jesús puede ser inspiradora para reconstruir espacios de reconciliación que nos devuelvan la esperanza y nos hagan asumir opciones de vida que busquen el bien común. Seguir el estilo de Jesús supone una «espiritualidad cristiana», no porque el sujeto pertenezca a una determinada confesión religiosa, sino porque viva con el mismo espíritu con el que vivió Jesús y asuma su causa por la humanización -no violenta ni ideológica- de la sociedad. Es «cristiana» en cuanto entiende que Jesús es paradigma del modo de relacionarnos con Dios -Padre compasivo-, y con los demás -como hermanos.

No podemos hablar de tal espiritualidad si no apostamos por el camino de la no violencia (Mt 5,9), si no luchamos en favor de la justicia (Mt 5,10) y optamos por el pobre y la víctima (Lc 6,20), independientemente de su condición moral o política, porque «en Dios no hay acepción de personas» (Gal 2,6).

Pero, ¿cómo pudo vivir Jesús sin excluir o violentar? Para Jesús el «amor fraterno» era la dinámica fundamental que normaba su estilo de vida. En apariencia se trata de algo débil para quien está acostumbrado a ejercer la autoridad que le viene de un cargo, del dinero o de la fuerza. Pero viviendo así, Jesús logró hacer renacer la esperanza de su pueblo, sanar los corazones agobiados y desestabilizar las prácticas sociales y políticas establecidas. Su credibilidad y atracción venían de la libertad con la que vivía (2 Cor 3,17).

Esto nos coloca ante un reto: querer el bien del otro y apostar por la construcción de espacios comunes donde podamos convivir todos. La práctica fraterna se construye mediante acciones concretas que sanen necesidades reales: «tuve hambre..., tuve sed..., era forastero..., estaba desnudo..., enfermo y en la cárcel» (Mt 25,42ss), lo que supone una conversión respecto a cómo vemos al otro. El otro no es un simple objeto de lástima o limosnas, y la clave de la fraternidad no está en «darle algo», sino en el acercarme y hacerlo próximo -prójimo- a mi existencia, en dejarlo entrar en mi espacio y juntos crear algo nuevo.

Podemos estar orándole a otro que no es el Dios en quien creyó Jesús. Jesús coloca al mismo nivel dos relaciones fundamentales: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza» (Dt 6,5) y «Amarás al prójimo como a ti mismo» (Lev 19,18), pero las invierte. La práctica del amor que convierte al otro en próximo a mí -mi prójimo- es la condición para encontrar el amor de Dios (Mt 22,35-40).

A Pablo le costó aprender esto. En la cárcel, relee la relación que tuvo con Onésimo. Reconoce que fue «engendrado entre cadenas» -como esclavo-, luego aprendió a «cargarlo en su propio corazón» -como hijo-, hasta que finalmente lo pudo asumir como «hermano querido» (Flm). Asumir al otro como hermano es la medida de nuestra espiritualidad y la altura de nuestra propia humanidad (Mc 12,28-34).

Doctor en Teología Dogmática

rluciani@ucab.edu.ve

@rafluciani


jueves, 25 de abril de 2013

AMISTAD DENTRO DE LA IGLESIA




Evangelio
(Jn 13,31-33.34-35)
Lectura del santo Evangelio según san Juan

Cuando Judas salió del cenáculo, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.
Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”.

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AMISTAD DENTRO DE LA IGLESIA

Es la víspera de su ejecución. Jesús está celebrando la última cena con los suyos. Acaba de lavar los pies a sus discípulos. Judas ha tomado ya su trágica decisión, y después de tomar el último bocado de manos de Jesús, se ha marchado a hacer su trabajo. Jesús dice en voz alta lo que todos están sintiendo: "Hijos míos, me queda ya poco de estar con vosotros".

Les habla con ternura. Quiere que queden grabados en su corazón sus últimos gestos y palabras: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que os conocerán todos que sois mis discípulos será que os amáis unos a otros". Este es el testamento de Jesús.

Jesús habla de un "mandamiento nuevo". ¿Dónde está la novedad? La consigna de amar al prójimo está ya presente en la tradición bíblica. También filósofos diversos hablan de filantropía y de amor a todo ser humano. La novedad está en la forma de amar propia de Jesús: "amaos como yo os he amado". Así se irá difundiendo a través de sus seguidores su estilo de amar.

Lo primero que los discípulos han experimentado es que Jesús los ha amado como a amigos: "No os llamo siervos... a vosotros os he llamado amigos". En la Iglesia nos hemos de querer sencillamente como amigos y amigas. Y entre amigos se cuida la igualdad, la cercanía y el apoyo mutuo. Nadie está por encima de nadie. Ningún amigo es señor de sus amigos.

Por eso, Jesús corta de raíz las ambiciones de sus discípulos cuando los ve discutiendo por ser los primeros. La búsqueda de protagonismos interesados rompe la amistad y la comunión. Jesús les recuerda su estilo: "no he venido a ser servido sino a servir". Entre amigos nadie se ha de imponer. Todos han de estar dispuestos a servir y colaborar.

Esta amistad vivida por los seguidores de Jesús no genera una comunidad cerrada. Al contrario, el clima cordial y amable que se vive entre ellos los dispone a acoger a quienes necesitan acogida y amistad. Jesús les ha enseñado a comer con pecadores y gentes excluidas y despreciadas. Les ha reñido por apartar a los niños. En la comunidad de Jesús no estorban los pequeños sino los grandes.

Un día, el mismo Jesús que señaló a Pedro como "Roca" para construir su Iglesia, llamó a los Doce, puso a un niño en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: "El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí". En la Iglesia querida por Jesús, los más pequeños, frágiles y vulnerables han de estar en el centro de la atención y los cuidados de todos.     

José Antonio Pagola
28 de abril de 2013
5 Pascua (C)
Juan 13,31-33a.34-35

lunes, 22 de abril de 2013

Bonhoeffer: un cristiano en tiempos de totalitarismos



Posted on abril 22, 2013 by rafluciani


El 9 de noviembre de 1923, Adolf Hitler participó en un fallido intento de golpe de estado, liderando el proyecto nacionalsocialista alemán. Tras su derrota y temporal aislamiento político fue encarcelado, pero posteriormente liberado con un indulto en diciembre de 1924. Con gran astucia Hitler supo convertir dicha fecha (del 9 de noviembre de 1923) en un acontecimiento casi mítico que le permitió ir creando un imaginario socio-político, de talante religioso, que penetrara con gran facilidad en las mentes de tantas personas humildes y sencillas de entonces que buscaban un cambio en la conducción socio‑política de Alemania. Es así como en 1935, dos años después de asumir el poder del gobierno por vía legal y electoral, el famoso libro de la oficialidad hitleriana resumiría dicho acontecimiento con las siguientes palabras: “La sangre que ellos derramaron se ha convertido en agua bautismal del Reich”.
Este nuevo período de la historia política alemana se enmarcaría en una nueva noción mítico-religiosa, la del Tercer Reich. Este nuevo período de la historia alemana estaría inspirado por el libro del propio “Führer” intitulado Mein Kampf, en el que se expresaría todo el proyecto del régimen. El nacionalsocialismo se inspiraba y comprendía a partir de una profunda ideología de luchas, estructurada en torno a tres elementos fundamentales: la centralidad de los distintos poderes en el Führer, el odio a ciertos grupos socio‑culturales como los judíos y el nacionalismo patriótico como base de un proyecto expansionista. Para ello concebía al Estado como ente totalitario y absoluto que debía garantizar la supervivencia de la raza aria y estructurar toda relación socio‑política, económica y religiosa posible, según su noción de hombre y sociedad, como masa predestinada.
La práctica de esta nueva ideología pronto se caracterizó por el rechazo frontal a los intelectuales y universitarios más preparados y críticos, el uso abusivo de las asambleas de masas aprovechando la ignorancia política del pueblo, y la expropiación abusiva de propiedades y bienes que pertenecían a miles de judíos. Muchos cristianos se plegaron desde el inicio al proyecto nacionalsocialista anhelando nuevos cambios en la realidad socio‑económica y política tan deteriorada de la Alemania de entonces, desestimando, y sin juzgar, los medios que pronto comenzó a implementar Hitler para lograr su meta, a partir del control mayoritario del Parlamento. Es así como en 1933 se fundó la agrupación de cristianos evangélicos denominada “cristianos alemanes” (Die Deutsche Christen), en la que participaron muchos creyentes que sólo supieron leer las coincidencias del discurso y la propuesta hitlerianas con los fines cristianos, obviando un juicio ético acerca de los medios y modos implementados lentamente para lograrlo, al menos en los primeros años del régimen.
En este contexto, el teólogo Dietrich Bonhoeffer, miembro de la “Iglesia confesante” (Die bekennende Kirche), levantó su voz contra el nacionalsocialismo, y se dio cuenta de la tendencia autoritaria y deshumanizadora del proyecto del Führer, y tomó una clara posición, desde su fe, insistiendo con claridad que “creer significaba decidirse”.
Bonhoeffer inició una continua crítica a la pseudolegalidad construida por el régimen Nazi para legitimar sus acciones mediante el control mayoritario del Parlamento. En sus escritos encontramos estas célebres palabras: “la decisión está a las puertas: nacionalsocialista o cristiano”. También se dedicó a formar jóvenes teólogos, actividad que estaba prohibida por la Gestapo. Los ayudó a descubrir que la teología no era un simple ejercicio académico, sino un auténtico proyecto de vida. Pero pronto comenzó a padecer también la persecución que esto implicaba. Le prohibieron vivir en Berlín en 1938, hablar en público en 1940 y publicar sus escritos en 1941, hasta que en 1943 fue encarcelado, muriendo asesinado por el régimen en 1945 ahorcado en un largo clavo en la pared.
La crítica política de Bonhoeffer no partía de un estudio sociológico o histórico‑político del deterioro de la situación alemana, sino que estaba inspirada en un importante argumento teológico, el de la Encarnación. Según Bonhoeffer, en la Encarnación se nos revela cómo el amor a Dios y el amor a los hombres están indisolublemente unidos, de tal modo que la fraternidad es el único camino que un cristiano puede aceptar en su praxis socio‑política, pues se basa en el auténtico reconocimiento de la dignidad humana. Una praxis fraterna no puede aceptar la exclusión, la negación del otro y la opresión de las libertades personales como vía alterna o temporal de un proyecto histórico. La fractura de la fraternidad era evidente y fue aceptada por muchos cristianos como un cambio normal y necesario en aquella sociedad.
Bonhoeffer, como otros teólogos de entonces, pudieron haberse dejado seducir por el éxito obtenido por Hitler en materia social y económica durante sus primeros años en el poder. Hitler había logrado levantar la infraestructura y la industria alemanas, y elevar el nivel de vida de sus habitantes, aún de los más pobres. Los discursos continuos del Führer despertaban una gran sensibilidad social por los desposeídos de su sociedad. Durante los primeros años de su liderazgo, muchos no pensaron en las consecuencias que generarían sus políticas, sino en los sueños nacionalistas enmarcados en sus discursos sociales, que harían renacer una nación de bienestar y poder para todos los alemanes. Sin embargo, la honestidad intelectual y la libertad de espíritu con la que Bonhoeffer vivió su fe, siendo fiel a Jesús, el único Cristo de su fe, le permitió discernir que para un cristiano cualquier medio y práctica socio‑política no era aceptable, aún si el fin era realmente noble y lo merecía, porque sólo aquellos medios que realmente humanizan han de ser éticamente aceptables si hemos de llamarnos seguidores de Jesús.
Rafael Luciani

jueves, 18 de abril de 2013

ESCUCHAR Y SEGUIR A JESÚS




Evangelio
(Jn 10,27-30)
Lectura del santo Evangelio según san Juan Gloria a ti, Señor

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y él es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno”.


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ESCUCHAR Y SEGUIR A JESÚS


Era invierno. Jesús andaba paseando por el pórtico de Salomón, una de las galerías al aire libre, que rodeaban la gran explanada del Templo. Este pórtico, en concreto, era un lugar muy frecuentado por la gente pues, al parecer, estaba protegido contra el viento por una muralla. Pronto, un grupo de judíos hacen corro alrededor de Jesús. El diálogo es tenso. Los judíos lo acosan con sus preguntas. Jesús les critica porque no aceptan su mensaje ni su actuación. En concreto, les dice: "Vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas". ¿Qué significa esta metáfora?

Jesús es muy claro: "Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco; ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna". Jesús no fuerza a nadie. Él solamente llama. La decisión de seguirle depende de cada uno de nosotros. Solo si le escuchamos y le seguimos, establecemos con Jesús esa relación que lleva a la vida eterna.

Nada hay tan decisivo para ser cristiano como tomar la decisión de vivir como seguidores de Jesús. El gran riesgo de los cristianos ha sido siempre pretender serlo, sin seguir a Jesús. De hecho, muchos de los que se han ido alejando de nuestras comunidades son personas a las que nadie ha ayudado a tomar la decisión de vivir siguiendo sus pasos.

Sin embargo, ésa es la primera decisión de un cristiano. La decisión que lo cambia todo, porque es comenzar a vivir de manera nueva la adhesión a Cristo y la pertenencia a la Iglesia: encontrar, por fin, el camino, la verdad, el sentido y la razón de la religión cristiana.

Y lo primero para tomar esa decisión es escuchar su llamada. Nadie se pone en camino tras los pasos de Jesús siguiendo su propia intuición o sus deseos de vivir un ideal. Comenzamos a seguirle cuando nos sentimos atraídos y llamados por Cristo. Por eso, la fe no consiste primordialmente en creer algo sobre Jesús sino en creerle a él.

Cuando falta el seguimiento a Jesús, cuidado y reafirmado una y otra vez en el propio corazón y en la comunidad creyente, nuestra fe corre el riesgo de quedar reducida a una aceptación de creencias, una práctica de obligaciones religiosas y una obediencia a la disciplina de la Iglesia.

Es fácil entonces instalarnos en la práctica religiosa, sin dejarnos cuestionar por las llamadas que Jesús nos hace desde el evangelio que escuchamos cada domingo. Jesús está dentro de esa religión, pero no nos arrastra tras sus pasos. Sin darnos cuenta, nos acostumbramos a vivir de manera rutinaria y repetitiva. Nos falta la creatividad, la renovación y la alegría de quienes viven esforzándose por seguir a Jesús.

José Antonio Pagola

21 de abril de 2013
4 Pascua (C)
Juan 10, 27-30

martes, 9 de abril de 2013

AL AMANECER



Evangelio
(Jn 21,1-19)
Lectura del santo Evangelio según san Juan
Gloria a ti, Señor

En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera:

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.

Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado a l go? ” Ellos contestaron: “No”.

Entonces él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados. Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otro discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.

Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Después de almorzar le preguntó Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” El le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Pastorea mis ovejas”.

Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería y le contestó: “Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras”. Esto se lo dijo para indicarle con qué género de muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo: “Sígueme”.



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AL AMANECER - José Antonio Pagola

En el epílogo del evangelio de Juan se recoge un relato del encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos a orillas del lago Galilea. Cuando se redacta, los cristianos están viviendo momentos difíciles de prueba y persecución: algunos reniegan de su fe. El narrador quiere reavivar la fe de sus lectores.

Se acerca la noche y los discípulos salen a pescar. No están los Doce. El grupo se ha roto al ser crucificado su Maestro. Están de nuevo con las barcas y las redes que habían dejado para seguir a Jesús. Todo ha terminado. De nuevo están solos.

La pesca resulta un fracaso completo. El narrador lo subraya con fuerza: "Salieron, se embarcaron y aquella noche no cogieron nada". Vuelven con las redes vacías. ¿No es ésta la experiencia de no pocas comunidades cristianas que ven cómo se debilitan sus fuerzas y su capacidad evangelizadora?

Con frecuencia, nuestros esfuerzos en medio de una sociedad indiferente apenas obtienen resultados. También nosotros constatamos que nuestras redes están vacías. Es fácil la tentación del desaliento y la desesperanza. ¿Cómo sostener y reavivar nuestra fe?

En este contexto de fracaso, el relato dice que "estaba amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla". Sin embargo, los discípulos no lo reconocen desde la barca. Tal vez es la distancia, tal vez la bruma del amanecer, y, sobre todo, su corazón entristecido lo que les impide verlo. Jesús está hablando con ellos, pero "no sabían que era Jesús".

¿No es éste uno de los efectos más perniciosos de la crisis religiosa que estamos sufriendo? Preocupados por sobrevivir, constatando cada vez más nuestra debilidad, no nos resulta fácil reconocer entre nosotros la presencia de Jesús resucitado, que nos habla desde el Evangelio y nos alimenta en la celebración de la cena eucarística.

Es el discípulo más querido por Jesús el primero que lo reconoce:"¡Es el Señor!". No están solos. Todo puede empezar de nuevo. Todo puede ser diferente. Con humildad pero con fe, Pedro reconocerá su pecado y confesará su amor sincero a Jesús:"Señor, tú sabes que te quiero". Los demás discípulos no pueden sentir otra cosa.

En nuestros grupos y comunidades cristianas necesitamos testigos de Jesús. Creyentes que, con su vida y su palabra nos ayuden a descubrir en estos momentos la presencia viva de Jesús en medio de nuestra experiencia de fracaso y fragilidad. Los cristianos saldremos de esta crisis acrecentando nuestra confianza en Jesús. Hoy no somos capaces de sospechar su fuerza para sacarnos del desaliento y la desesperanza.

José Antonio Pagola
vgentza@euskalnet.net

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
Ayuda a reconocer la presencia de Jesús vivo entre nosotros. Pásalo.
14 de abril de 2013
3 Pascua (C)
Juan 21, 1-19

sábado, 6 de abril de 2013

Fe en tiempos de desconfianza



FÉLIX PALAZZI* |  EL UNIVERSAL
sábado 6 de abril de 2013  12:00 AM
No hay fe donde hay temor o desconfianza. La confianza y la fe están implicadas mutuamente. Cuando hablamos de confianza nos referimos a aquello que nos empuja a abrirnos a otro o a otro, a abrir espacio en nuestro sistema de valores o existencia a algo, alguien o alguien. Pero, ¿cómo hablar de fe y confianza? ¿Importa realmente prestarle atención a la palabra confianza cuando para sobrevivir lo que debo es desconfiar de todos y de todo? ¿No será mejor dedicarle más atención a los medios efectivos para transformar la realidad? Asediados por la violencia en su forma discursiva y en su instauración real en nuestra vida cotidiana en el crimen, ¿cómo hablar de confianza? ¿Qué valor puede tener la confianza cuando perdemos todas las esperanzas y parece no haber más futuro en el cual se pueda confiar? 

El gran mal que padecemos como sociedad es haber perdido la confianza, aquella confianza que hacía brotar la amabilidad y la calidez del corazón en un calor que se expandía estrechando lazos de unión aun con personas ajenas a los lazos sanguíneos. Podríamos ir enumerando en nuestra memoria presente las distintas manifestaciones de esta crisis de confianza que van desde el ámbito meramente personal hasta el económico y político. 

Pero el discurso de la desconfianza solo logra vencer cuando penetra los corazones, pues tiene como consecuencia directa la disminución de nuestra libertad en tanto capacidad de apertura siempre creativa: ser libres es la fuerza permanentemente confiada y creadora que nos abre en el presente al futuro. Para los cristianos la libertad es don tan grande otorgado al hombre que el mismo Dios se entregó por ella. Es por eso que es preciso deslindar los terrenos: un régimen totalitario no ha vencido cuando controla los medios de comunicación, los poderes o ejerce la fuerza indiscriminada; un régimen totalitario ha vencido sólo cuando logra establecer su lógica como verdad en lo más profundo de nuestra existencia, cuando llega por medio del miedo y la desconfianza a neutralizar nuestra capacidad de ubicarnos libremente en la realidad, cuando nos lleva a desconfiar de todo y de todos, incluso de nuestras propias capacidades creativas y humanas. Así, cuando alcanza ese objetivo el régimen ha triunfado, se impone como lógica única y absoluta. Por ello todos los regímenes totalitarios han tratado de mimetizarse con la religión o han establecido una "fe ciega" como sistema paralelo. 

Ante la lógica de exclusión solo la fe puede salvarnos, pero no una fe sin contenidos existenciales. Nada hay más transformador que la fe que genera y reconstruye la confianza; únicamente la fe hace que el corazón se niegue a entregarse a la desconfianza del presente y del futuro. Ningún sistema puede arrebatarnos la fe que genera la libertad, así que hemos de empezar a tener fe en medio de la desconfianza y ello ha de traducirse en proponernos recomponer el sutil tejido de la confianza. 

Doctor en Teología Dogmática 

fpalazzi@ucab.edu.ve

@felixpalazzi

miércoles, 3 de abril de 2013

De la duda a la fe


Evangelio del II Domingo de Pascua / C (Jn 20, 19-31)

Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.

Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.

Otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.


El hombre moderno ha aprendido a dudar. Es propio del espíritu de nuestros tiempos cuestionarlo todo para progresar en conocimiento científico. En este clima la fe queda con frecuencia desacreditada. El ser humano va caminando por la vida lleno de incertidumbres y dudas.

Por eso, todos sintonizamos sin dificultad con la reacción de Tomás, cuando los otros discípulos le comunican que, estando él ausente, han tenido una experiencia sorprendente: "Hemos visto al Señor". Tomás podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta es clara: "Si no lo veo...no lo creo".

Su actitud es comprensible. Tomás no dice que sus compañeros están mintiendo o que están engañados. Solo afirma que su testimonio no le basta para adherirse a su fe. Él necesita vivir su propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en ningún momento.

Tomás ha podido expresar sus dudas dentro de grupo de discípulos. Al parecer, no se han escandalizado. No lo han echado fuera del grupo. Tampoco ellos han creído a las mujeres cuando les han anunciado que han visto a Jesús resucitado. El episodio de Tomás deja entrever el largo camino que tuvieron que recorrer en el pequeño grupo de discípulos hasta llegar a la fe en Cristo resucitado.

Las comunidades cristianas deberían ser en nuestros días un espacio de diálogo donde pudiéramos compartir honestamente las dudas, los interrogantes y búsquedas de los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro interior la misma experiencia. Para crecer en la fe necesitamos el estímulo y el diálogo con otros que comparten nuestra misma inquietud.

Pero nada puede remplazar a la experiencia de un contacto personal con Cristo en lo hondo de la propia conciencia. Según el relato evangélico, a los ocho días se presenta de nuevo Jesús. No critica a Tomás sus dudas. Su resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le muestra sus heridas.

No son "pruebas" de la resurrección, sino "signos" de su amor y entrega hasta la muerte. Por eso, le invita a profundizar en sus dudas con confianza:"No seas incrédulo, sino creyente". Tomas renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo sabe que Jesús lo ama y le invita a confiar:"Señor mío y Dios mío".

Un día los cristianos descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de manera sana, sin perder el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden rescatar de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, para estimularnos a crecer en amor y en confianza en Jesús, ese Misterio de Dios encarnado que constituye el núcleo de nuestra fe.

José Antonio Pagola

lunes, 1 de abril de 2013

"Los cristianos entendemos que Cristo no es un líder político"

El teólogo Félix Palazzi advierte desde Roma que la Iglesia no puede ceder en temas fundamentales / Archivo

El teólogo venezolano Félix Palazzi está en Roma. Es profesor de Teología en la UCAB, en Caracas, pero ahora pasa unos meses en la capital italiana para llevar adelante una investigación sobre el amor, el perdón y la reconciliación como formas sociales en la biblioteca de la Universidad Pontificia Gregoriana, donde se graduó de doctor hace unos años. Su estadía coincidió con la renuncia de Benedicto XVI y la elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio como nuevo papa. Tuvo así Palazzi la ocasión de ser testigo de dos acontecimientos de excepción. Desde entonces no ha dejado de reflexionar sobre lo que sucede. Habla como teólogo, como cristiano en la fe y, además, como venezolano que no abandona la realidad de su país.

"Cuando, el 13 de marzo, fue elegido el cardenal Bergoglio ­cuenta Palazzi­, creo que nadie lo esperaba. Apenas salió humo blanco mucha gente empezó a correr hacia la Plaza San Pedro para acompañar a los que se encontraban allí. Al escuchar en latín el nombre de Bergoglio se hizo un gran silencio, pero ese silencio se rompió con el aplauso cuando se escuchó el nombre de Francisco. El ambiente era igual al de una celebración de fin de año".

--Ha afirmado usted que "hay signos evidentes de una primavera eclesial". ¿Cómo? ¿No afronta hoy la Iglesia Católica una crisis muy grave derivada de las acusaciones de pederastia y corrupción?

--Vivimos en una realidad que está en crisis. En la Iglesia es más evidente por lo que debería representar y por la verdad que proclama. La Iglesia no sólo afronta una crisis por los casos de abusos y corrupción, sino que tiene la necesidad de reavivar la credibilidad en todos sus sentidos y de despertar o renovar la fe. Una fe que el mismo Benedicto XVI ha considerado "superficial, habituada, incoherente y cansada". Hay un gran desafío en la renovación de la Iglesia.

Cuando hablo de "primavera eclesial", que no es un término mío, me uno y deseo unirme esperanzadamente a los signos que estamos viviendo. Luego de la presencia carismática de la figura de Juan Pablo II, hemos vivido el tiempo de Benedicto XVI, acostumbrado más a pensar que a hacer apariciones públicas o a mover grandes masas. No es por el movimiento de las masas que se hacen las grandes transformaciones.

El hecho de que haya renunciado al ejercicio del ministerio de Pedro trajo nuevos aires a la Iglesia. Frente a la expectativa que había, Benedicto XVI llamó a la confianza y, frente al temor, clamó por regresar a la alegría de la fe. Ante su renuncia, el colegio de cardenales se vio obligado a discutir la situación actual de la Iglesia.

El papa Francisco se presenta como alguien que quiere servir a los pobres bajo el signo de la humildad y de la cercanía. Su sencillez cautiva la atención del mundo. Falta esperar a que arme su equipo de trabajo y ver cuáles son las acciones que llevará a cabo.

--Benedicto XVI se mantuvo firme en su oposición al aborto y al matrimonio homosexual. ¿Cree que el papa Francisco también lo hará? --La Iglesia no puede ceder en puntos que considera fundamentales. El papa Francisco no cambiará lo que la Iglesia entiende, más allá de las posturas personales, como valores fundamentales de la fe para la comunidad cristiana. Eso no quiere decir que no se discutan ciertos temas o que el diálogo esté cerrado, mucho menos en lo que se refiere al reconocimiento de los derechos humanos. La tarea más urgente del papa Francisco es la renovación interior de la Iglesia. Sólo a través de ella podrá mostrar la fuerza de su testimonio y la verdad que proclama.

--Se dice que en Venezuela el Gobierno confunde la política con una actividad religiosa. ¿Es la religión sumisión a un poder supremo?

--En Venezuela la política es ejercida, conscientemente, haciendo uso de formas religiosas. Se emplea la fe para fines egoístas y particulares. A los cristianos esto nos resulta una herejía y representa la instauración de un sistema político herético. La intención es igualar la figura de Jesús con la del ex presidente Chávez, a quien se ha proclamado como "el Cristo de los pobres". Los cristianos entendemos que Cristo no es un héroe y tampoco un líder político. Somos cristianos porque creemos que Dios se ha hecho carne en la carne de su hijo, "verdadero hombre y verdadero Dios", y es a Él a quien seguimos. Para los cristianos venezolanos, y me refiero a los cristianos de todas las confesiones, debería ser una ofensa el hecho de que Cristo sea suplantado por una figura simplemente humana. No, la religión no es el sometimiento a una autoridad superior. La religión es la forma que tengo para religarme al mundo, a la humanidad, a la historia, a lo trascendente. La religión no es sólo la manera como me uno a estas realidades, sino la forma en la que me reúno con ellas según la visión de la fe.

La religión es mucho más que la práctica formal de un culto.

La religión, desde el Evangelio, es buena noticia de servicio y entrega al otro como mi hermano. Por medio de ella compartimos la vida. El primer servicio que la religión debe prestar en Venezuela es hacer posible la reconciliación de todos.

--Según expresó en su cuenta en Twitter, es "teológicamente incorrecto" llamar pontífice al Papa, ¿por qué?

--Las palabras no son inocentes, llevan consigo una carga amplia y plural de significado. "Sumo pontífice" no es un título evangélico. No encontramos en ningún Evangelio que Jesús se llame a sí mismo o llame a alguien de esa forma.

La referencia al sumo pontífice presente en otros escritos del Nuevo Testamento está dirigida sólo a Jesús, en tanto que él es el único y absoluto mediador entre Dios y los hombres. En el ámbito religioso el término pontífice se emplea para designar al representante máximo del colegio de los pontífices. El uso posterior de la palabra, y la interpretación que se le dio unida a una noción de poder absoluto, se fue desarrollando a lo largo de la historia de la Iglesia. Un ejemplo de las implicaciones políticas del término fue haber entendido al Papa como un monarca absoluto, denominado Pontifex maximus. Pero los tiempos han cambiado.

--¿En qué sentido?

--La presencia del espíritu en la persona de Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo I abrieron la posibilidad de entender el papado desde un sentido más evangélico. En su encíclica Ut Unum Sint, Juan Pablo II expresa que el ministerio de Pedro se realiza en la caridad y la misericordia y que su poder radica en el servicio. Algo similar ha dicho el papa Francisco, que no se ha referido a sí mismo como pontífice. Desde el primer momento ha hablado de sí como obispo de Roma y ha añadido "el servicio de la ternura" a la definición de su ministerio. En verdad, referirnos al obispo de Roma como sumo pontífice no es totalmente erróneo, en tanto que el Papa es el representante del colegio de los obispos, pero es erróneo si con ello se quiere indicar que él es el punto de máxima unión entre la voluntad divina y la humanidad. Para evitar estos equívocos, desde el Concilio Vaticano II se han privilegiado otras formas de referirse al Papa, tales como obispo de Roma y sucesor de Pedro.