martes, 1 de mayo de 2012

¿Será posible salvar a la Tierra?


El equilibrio ecológico está perdido, tanto por el envenenamiento de la atmósfera como por la desertización galopante, a pesar de las inundaciones que anegan extensas tierras de cultivo y devastan poblaciones. Las catástrofes, cada vez más frecuentes, incluso cíclicas, y progresivamente más agudas, evidencian que la Tierra, nuestra casa, requiere ser reparada y
sobre todo demanda cuidado constante, en vez de desconocimiento y saqueo, como si, en vez de ser la casa de todos que es, fuera una cantera de recursos que se explota hasta que se acabe, que será cuando nos acabemos todos.

Hoy podemos ver lo que sucede en tiempo real y lo podemos ver casi como si nos halláramos presentes. Por eso nos estremecen las imágenes de zonas vastísimas bajo las aguas y casas y
personas arrastradas por ellas o tierras muertas de sed con animales y seres humanos famélicos, agonizantes o muertos; laderas que se caen a pedazos, olas gigantescas que entran incluso kilómetros tierra a dentro, casas pulverizadas, miles de personas desoladas, rostros sumidos en su dolor o que nos miran e incluso nos gritan demandando ayuda. Sucede tan a menudo que casi nos hemos acostumbrado a verlo. Podemos decir que siempre están sucediendo una o varias catástrofes.

Por una parte nos estamos haciendo cargo lentamente de la fragilidad de los ecosistemas, es decir, de que la Tierra es un ser vivo, un sistema de sistemas en movimiento, que requiere respeto y cuidado. Y, sin embargo, esta conciencia no ha influido todavía en las políticas de los Estados ni en la mentalidad de la mayoría de los dueños de capital, que siguen considerando a la Tierra, no como un ser vivo ni menos aún como el ser vivo que nos cobija, sino simplemente como una cantera de recursos no renovables.

Todos vemos que se está agotando; pero todavía no nos decidimos a cambiar la relación con ella. Más todavía, los que se aprovechan de esquilmarla ponen todo su poder en lograr de los políticos que se inhiban y por ahora lo van logrando. Es una tragedia que se desarrolla a la vista de todos, cuya irracionalidad reconoce y lamenta la mayoría, pero que, hasta ahora, sigue su curso inexorablemente.
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Injusticia, insensibilidad, pero, sobre todo, irracionalidad. A mí antes me impresionaba y me exasperaba la injusticia, la insensibilidad, tanto de los poderosos esquilmadores, que son los
principales culpables; como de los políticos que se hacen de la vista gorda; como de los pobres que siguen quemando sabana, que ranchifican cabeceras de ríos y montan sus tugurios en zonas
de protección de las ciudades; como de la opinión pública, no sólo la de los massmedia, que por lo general no pasa de ser apéndice de esos poderosos, sino, sobre todo, de la ciudadanía de a pie, que es la más afectada. Ahora me da escalofríos la irracionalidad.

¿Cómo podemos alardear de civilizados cuando sufrimos enfermedades respiratorias, de la piel, intestinales e incluso cáncer sin mover un dedo para impedirla? Eso, sin contar los cortes de agua y luz; el envenenamiento de las playas; el aumento de la temperatura y la merma acelerada de los casquetes polares con el peligro avisado de la subida de las aguas y la desaparición de muchísimas ciudades costeras; el deterioro del agua que casi no es potable, incluso de los alimentos. ¿Por qué tanta inhibición en un asunto que nos incumbe tanto?

En los capitalistas esquilmadores (no todos los capitalistas lo son) la razón de fondo es muy sencilla: están convencidos de que podrán salvarse de la catástrofe, creen que no va a llegar
a sus paraísos privados. Se creen a salvo de toda contingencia, invulnerables. Y prefieren sus negocios a la suerte de los demás, porque no se sienten ligados a ellos por lazos obligantes ni menos aún por simpatía y ni siquiera por compasión.

En los políticos la razón es clara: o son los mandaderos de esas corporaciones o no quieren malquistarse con su clientela pobre o ambas cosas. Ellos son tan cortoplacistas que no se han puesto a pensar en ellos mismos como ciudadanos concretos.

El problema es más complicado en la ciudadanía y más todavía en los pobres, que son las principales víctimas en las catástrofes.

Empecemos por estos últimos. Como no tienen lugar en las ciudades, tugurizan sus zonas de protección deteriorando irremisiblemente el ambiente. Como los campesinos no tienen recursos
para sacar agua de la tierra o para construir canales de riego, arrancan las últimas matas para hacer leña y sus animales se comen hasta las raíces porque es lo único que encuentran. Como
los abandonan, ellos no pueden hacer otra cosa, porque no pueden morirse de hambre. Y, sin embargo, muchísimos se mueren de inanición o por enfermedades de pobres.
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El totalitarismo de mercado echa redes y cadenas. Respecto de la ciudadanía, la incongruencia que hay que explicar es cómo viviendo en democracias, al menos formales, no presionan para
que sus gobiernos, elegidos por ellos, se aboquen de una vez por todas a resolver de raíz un problema que los afecta directamente y cada día más. La ciudadanía está sensibilizada del problema ecológico, hasta siente un creciente temor y, cuando hay una catástrofe, pánico. Y sin embargo, no presiona a los gobiernos.

La causa es la situación de crisis que los grandes financistas, a pesar de haberla provocado, han logrado hasta ahora que cargue sobre la población, sobre la clase media baja y sobre la clase popular. Esta ciudadanía de a pie está contra las cuerdas, sin empleo o con un empleo
precario y amenazado, con una seguridad social que cada día va dejando más espacios inseguros o que apenas cubre lo mínimo o ni siquiera eso. Esta ciudadanía sabe que depende de los mercados, de la confianza de los inversionistas, y que los inversionistas se ponen nerviosos y retiran
sus fondos, si un Estado anuncia que está estudiando cambios en materia ambiental, tanto en las fábricas contaminantes como en la contaminación del trasporte. Mucho más, si habla de la necesidad de cambiar los hábitos de consumo galopante para entrar en una onda de contemplación y convivencia con la naturaleza que haga innecesarias muchas mercancías. Recor demos a Bush, portavoz de las corporaciones, diciendo a la nación, después de la destrucción de las torres
gemelas, que la actitud patriótica consistía en consumir. El modelo consiste en incrementar incesantemente la amplitud del circuito producción-consumo y su velocidad. La prédica de los massmedia y de los políticos no cesa de insistir en que atentar contra el modelo es atentar contra el orden establecido, es atentar contra la economía y por tanto contra el empleo, y por ende, quedarse sin medios de vida. Ésta es la prédica del totalitarismo de mercado, que inculca que sin él se acaba la posibilidad del bienestar. Y, si se acaba, la vida no merece la pena.

Ante esta amenaza, la gente prefiere no mirar más allá del presente y paliar como se pueda las catástrofes que vayan viniendo. Pero no se atreve a pedir ni menos aún a buscar un cambio de modelo.

El totalitarismo de mercado actúa, con redes y cadenas, como decía san Ignacio en la meditación de Las Dos Banderas, central en sus Ejercicios Espirituales. Ante todo, las redes de la seducción, a través de la publicidad y de la propaganda política, que ha tomado su mismo formato. La publicidad nada dice de la mercancía publicitada, simplemente la liga mágicamente a
pulsiones y deseos, a un mundo de ensueño al que se le invita a entrar consumiéndola. Cuando la persona se ha convertido en un adicto, cuando no puede vivir sin consumir, sin estar en ese
mundo, cuando necesita dinero para consumir, vienen las cadenas del contrato de trabajo, un contrato privado en el que no se puede meter el Estado. La gente tiene que agachar la cabeza
porque necesita la plata.

Ahora cada vez puede consumir menos. Pero al menos quiere seguir en ese mundo. No puede hacerse la idea de recrear el mundo que vive. No puede darse el lujo de emprender esa
aventura. Está preso de las cadenas.
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La resistencia de los de arriba a ligar su suerte a la de la humanidad imposibilita que se acometa el problema ecológico. La tesis es que mientras que cada uno de los seres humanos que
vivimos en esta tierra y sobre todo los ricos que viven en paraísos no ligue la propia suerte a la de toda la humanidad y particularmente a la de los pobres del propio país, no se acometerá con seriedad el problema ecológico.

Hay una resistencia terrible a asumir esa tesis por los costos ingentes que implica. Asumir que la humanidad viaja en un único barco, que no existen acorazados para los poderosos ni paquebotes de lujo para los ricos, que ante la posibilidad de un naufragio, de nada valen las clases, que todos corremos la misma suerte, que nos salvamos o nos hundimos todos, es casi imposible para los que se ven afuera y arriba, inasequibles para la masa, para los que deciden.

No lo pueden asumir porque va en la dirección opuesta de la dirección dominante de esta figura histórica que ha conseguido que un rico nunca tenga que ver a los pobres, que no tenga que
ver a nadie que no quiera ver, que los mundos-de-vida exclusivos y excluyentes cada vez lo sean más, que sean verdaderos abismos sin ningún puente ni paso, sin ninguna comunicación; sólo la
relación unidireccional y virtual del espectáculo de los satisfechos, que se prodiga para que quede claro que para unos vivir es sólo ver y para los elegidos consiste en estar adentro y ser los autores y protagonistas de la vida que se publicita.

El estar confinados en su mundo-de-vida les da una irrealidad absoluta de la que no pueden hacerse cargo. Como lo manejan todo, creen poseerlo todo y no se dan cuenta de que no tienen densidad humana, la que poseen quienes cargan con el peso de la realidad que ellos les han cargado y que no llevan ni con un dedo, si es que logran que ese peso no los aplaste.

Como esas personas han optado por vivir separados de las masas y en un mundo exclusivo, como para ellas lo único decisivo es habitar su paraíso y que sigua la fiesta, se niegan a hacerse
cargo de la posibilidad de que no exista ya ningún paraíso y que tengan que luchar con todos por la pervivencia de la vida, de sus vidas, ligadas inexorablemente a la del planeta. Esperan que se invente alguna forma de escapar de la suerte común. Ellos, desde sí mismos, no van a dar el paso de pensar y actuar ecológicamente, no van a dar el paso de echar su suerte con los demás.
No lo van a dar porque no son sujetos humanos. No tienen esa libertad. Viven presos de su mundo.
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Ser sujeto haciéndose cargo, encargándose y cargando con la realidad, no descargándose en los de abajo. Sólo estarán en condiciones de hacerlo quienes se liberen de esas redes y cadenas y se constituyan en verdaderos sujetos humanos. ¿Es esto posible? La propuesta cristiana es que siempre es posible vivir humanamente. Más aún, que la posibilidad mayor de vivir humanamente es cuando se vive a contracorriente, donde no hay condiciones para vivir sin resignarse a ellas o desolidarizándose de los triunfadores de este mundo y ligando su suerte a los de abajo.

Quienes cargan con el pecado del mundo, si no son aplastados por ese peso, internalizándolo o echándose a morir o reaccionando reactivamente, sino que lo cargan haciéndose cargo de él, a la vez de su injusticia y de su realidad y encargándose de lo que les toca y abriéndose a los de su mundo para que todos asuman su responsabilidad y se ayuden mutuamente a llevar las cargas, ésos son los seres humanos por excelencia, los seres humanos densos y libres con libertad liberada, quienes vencen al mal con el bien, quienes son llevados por el Espíritu de Jesús, el Cordero de Dios que carga con el pecado del mundo y así lo quita.

Esos seres humanos existen. Entrar de uno u otro modo en su mundo para ayudarlos y ponerse a su discipulado, es el modo cristiano de llegar a ser sujeto humano. Jesús decía que era una senda estrecha y que pocos dan con ella. El que la encuentre, tiene la obligación de dar testimonio del tesoro que ha encontrado para que otros puedan vender esa burbuja de bienestar soñado que le
han vendido y entregarse a dar desde su pobreza y a recibir el don de los pobres, que es la perla más fina y el don más sagrado.

La Tierra se salvará cuando nos salvemos los seres humanos. Eso pasa por la solidaridad con los pobres.

Pedro Trigo, s.j.
Centro Gumilla, Análisis de coyuntura AMÉRICA LATINA Y CARIBE, ENERO-MARZO 2012

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