martes, 29 de mayo de 2012

Carta de amor del Padre

Es probable que no me conozcas, pero yo te conozco perfectamente bien... Salmos 139.1
Sé cuando te sientas y cuando te levantas... Salmos 139.2
Todos tus caminos me son conocidos... Salmos 139.3
Pues aún tus cabellos están todos contados... Mateo 10.29-31
Porque fuiste creado a mi imagen... Génesis 1.27
En mi vives, te mueves y eres… Hechos 17.28
Porque linaje mío eres... Hechos 17.28
Antes que te formase en el vientre, te conocí… Jeremías 1.4-5
Fuiste predestinado conforme a mi propósito… Efesios 1.11-12
No fuiste un error... Salmo 139.15
En mi libro estaban escritos tus días… Salmos 139.16
Yo determiné el momento exacto de tu nacimiento y donde vivirías… Hechos 17.26
Tu creación fue maravillosa… Salmos 139.14
Te hice en el vientre de tu madre… Salmos 139.13
Te saqué de las entrañas de tu madre… Salmos 71.6
He sido mal representado por aquellos que no me conocen… Juan 8.41-44
No estoy enojado ni distante de ti; soy la manifestación perfecta del amor… 1 Juan 4.16
Y deseo derramar mi amor sobre ti... 1 Juan 3.1
Simplemente porque eres mi hijo y yo soy tu padre… 1 Juan 3.1
Te ofrezco mucho más de lo que te podría dar tu padre terrenal… Mateo 7.11
Porque soy el Padre perfecto… Mateo 5.48
Toda buena dádiva que recibes viene de mi… Santiago 1.17
Porque yo soy tu proveedor que suple tus necesidades… Mateo 6.31-33
Mi plan para tu futuro está lleno de esperanza… Jeremías 29.11
Porque te amo con amor eterno… Jeremías 31.3
Mis pensamientos sobre ti se multiplican más que la arena en la orilla del mar… Sal 139,17-18
Y me regocijo sobre ti con cánticos… Sofonías 3.17
Nunca me volveré atrás de hacerte bien… Jeremías 32.40
Tú eres mi especial tesoro… Éxodo 19.5
Deseo afirmarte de todo corazón y con toda mi alma… Jeremías 32.41
Y te quiero enseñar cosas grandes y ocultas que tú no conoces… Jeremías 33.3
Me hallarás, si me buscas de todo corazón… Deuteronomio 4.29
Deléitate en mí y te concederé las peticiones de tu corazón… Salmo 37.4
Porque yo inspiro tus deseos… Filipenses 2.13
Yo puedo hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pides o entiendes… Efesios 3.30
Porque yo soy quien más te alienta… 2 Tesalonicenses 2.16-17
Soy también el Padre que te consuela en todos tus problemas… 2 Corintios 1.3-4
Cuando tu corazón está quebrantado, yo estoy cerca a ti… Salmos 34.18
Como el pastor lleva en sus brazos a un cordero, yo te llevo cerca de mi corazón… Isaías 40.11
Un día enjugaré toda lágrima de tus ojos… Apocalipsis 21.3-4
Y quitaré todo el dolor que has sufrido en esta tierra… Apocalipsis 21.3-4
Yo soy tu Padre, y te he amado como a mi hijo, Jesucristo… Juan 17.23
Porque te he dado a conocer mi amor en Jesús… Juan 17.26
Él es la imagen misma de mi sustancia... Hebreos 1.3
Él vino a demostrar que yo estoy por ti y no contra ti… Romanos 8.31
Y para decirte que no tomaré en cuenta tus pecados… 2 Corintios 5.18-19
Porque Jesús murió para reconciliarnos... 2 Corintios 5.18-19
Su muerte fue mi máxima expresión de amor por ti… 1 Juan 4.10
Entregué todo lo que amaba para ganar tu amor… Romanos 8.31-32
Si recibes el regalo de mi Hijo Jesucristo, me recibes a mí… 1 Juan 2.23
Y nada te podrá volver a separar de mi amor… Romanos 8.38-39
Vuelve a casa y participa en la fiesta más grande que el Cielo ha celebrado… Lucas 15.7
Siempre he sido y por siempre seré tu Padre… Efesios 3.14-15
Mi pregunta es... ¿Quieres ser mi hijo? Juan 1.12-13
Aquí te espero… Lucas 15.11-32
Con amor, tu Padre

Esta carta de amor del Padre ofrece materia de meditación y contemplación para muchas horas de oración. A mí me ha servido para dialogar con Dios de manera íntima, profunda y provechosa. Su Palabra me interpela personalmente conforme la voy interiorizando y actualizando, sin prisas. P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com

Carta a Diogneto


Carta a Diogneto. Autor y destinatario desconocidos. Siglo II. Tal vez escrita por Cuadrato, obispo de Atenas, y dirigida al emperador Adriano, antiguo arconte de Atenas en el año 112.

I. EXORDIO
Como veo, excelentísmo Diogneto, que tienes gran interés en comprender la religión de los cristianos y que tus preguntas respecto a los mismos –sobre el Dios en quien confían y cómo le adoran para no tener en consideración el mundo y despreciar la muerte; sobre cómo no hacen el menor caso de los tenidos por dioses por los griegos, ni tampoco observan la superstición de los judíos; sobre la naturaleza del afecto que se tienen los unos por los otros; y sobre por qué este nuevo interés ha surgido en las vidas de los hombres ahora y no antes– son hechas de modo preciso y cuidadoso, te doy el parabién por tal celo y pido a Dios que nos proporciona tanto
el hablar como el oír, que a mí me sea concedido el hablar de tal forma que tú puedas mejorar por el oír; y a ti que puedas escuchar de modo que quien habla no se vea decepcionado.

II. REFUTACIÓN DE LA IDOLATRÍA
Así pues, despréndete de todas las opiniones preconcebidas que ocupan tu mente, descarta el hábito que te extravía y pasa a ser un nuevo hombre, por así decirlo, desde el principio, como uno que escucha una historia nueva, tal como tú has dicho de ti mismo. Mira no sólo con tus ojos, sino con tu intelecto también, de qué sustancia o de qué forma resultan ser estos a quienes llamáis dioses y a los que consideráis como tales.

¿No es uno de ellos de piedra, como la que hollamos bajo los pies, y otro de bronce, no mejor que las vasijas que se forjan para ser usadas, y otro de madera, que ya empieza a ser presa de la carcoma, y otro de plata, que necesita que alguien lo guarde para que no lo roben, y otro de hierro, corroído por la herrumbre, y otro de arcilla, material no mejor que el que se utiliza para cubrir los servicios menos honrosos? ¿No son de materia perecedera? ¿No están forjados con hierro y fuego? ¿No hizo uno el escultor, y otro el fundidor de bronce, y otro el platero, y el alfarero otro?

Antes de darles esta forma la destreza de estos artesanos, ¿no le habría sido posible a cada uno de ellos cambiarles la forma y hacer que resultaran utensilios diversos? ¿No sería posible que las que ahora son vasijas hechas del mismo material, puestas en las manos de los mismos artífices, llegaran a ser como ellos? ¿No podrían estas cosas que ahora tú adoras hacerse de nuevo vasijas como las demás por medio de manos de hombre? ¿No son todos ellos sordos y ciegos, sin alma, sin sentido, sin movimiento? ¿No se corroen y pudren todos ellos? A estas cosas llamáis dioses, de ellas sois esclavos y las adoráis; y acabáis siendo lo mismo que ellos. Y por ello aborrecéis a los cristianos, porque no consideran que sean dioses.

Porque, ¿no los despreciáis mucho más vosotros, que en un momento dado les tenéis respeto y los adoráis? ¿No os mofáis de ellos y los insultáis en realidad, adorando a los que son de piedra y arcilla sin protegerlos, pero encerrando a los que son de plata y oro durante la noche, y poniendo guardas sobre ellos de día, para impedir que os los roben? Y, por lo que se refiere a los honores que creéis que les ofrecéis, si son sensibles a ellos, más bien los castigáis con ello, mientras que si son insensibles les reprocháis al propiciarles con la sangre y sebo de las víctimas.

Que se someta uno de vosotros a este tratamiento, y que sufra las cosas que se le hacen a él. Sí, ni un solo individuo se someterá de buen grado a un castigo así, puesto que tiene sensibilidad y razón; pero una piedra se somete, porque es insensible. Por tanto, desmentís su sensibilidad. Bien; podría decir mucho más respecto a que los cristianos no son esclavos de dioses así; pero aunque alguno crea que lo dicho no es suficiente, me parece que es superfluo decir más.

III. REFUTACIÓN DEL JUDAÍSMO
Luego, me imagino que estás principalmente deseoso de oír acerca de que no practican su religión de la misma manera que los judíos. Los judíos, en cuanto se abstienen del modo de culto antes descrito, hacen bien exigiendo reverencia a un Dios del universo y considerarle como Señor, pero en cuanto le ofrecen este culto con métodos similares a los ya descritos, están por completo en
el error. Porque en tanto que los griegos, al ofrecer estas cosas a imágenes insensibles y sordas, hacen una ostentación de necedad, los judíos, considerando que están ofreciéndolas a Dios, como si Él tuviera necesidad de ellas, deberían en razón considerarlo locura y no adoración religiosa.

Porque el que hizo los cielos y la tierra y todas las cosas que hay en ellos, y nos proporciona
todo lo que necesitamos, no puede Él mismo necesitar ninguna de estas cosas que Él mismo proporciona a quienes se imaginan que están dándoselas a Él. Pero los que creen que le ofrecen sacrificios con sangre y sebo y holocaustos, y le honran con estos honores, me parece a mí que no son en nada distintos de los que muestran el mismo respeto hacia las imágenes sordas; porque unos creen apropiado hacer ofrendas a cosas incapaces de participar en el honor, y los otros a quien no tiene necesidad de nada.

IV. INANIDAD DE LAS OBSERVANCIAS JUDAICAS
Pero, además, sus escrúpulos con respecto a las carnes, su superstición con referencia al sábado y la vanidad de su circuncisión y el disimulo de sus ayunos y lunas nuevas, yo [no] creo que sea necesario que tú aprendas gracias a mí que son ridículas e indignas de consideración alguna. Porque, ¿no es impío el aceptar algunas de las cosas creadas por Dios para el uso del hombre como bien creadas, pero rehusar otras como inútiles y superfluas? Y, además, el mentir contra Dios, como si Él nos prohibiera hacer ningún bien en el día de sábado, ¿no es esto blasfemo? Además, alabar la mutilación de la carne como una muestra de elección, como si por esta razón fueran particularmente amados por Dios, ¿no es ridículo?

Y en cuanto a observar las estrellas y la luna, y guardar la observancia de meses y de días, y distinguir la ordenación de Dios y los cambios de las estaciones según sus propios impulsos, haciendo algunas festivas y otras períodos de luto y lamentación, ¿quién podría considerarlo como una exhibición de piedad y no mucho más de necedad? El que los cristianos tengan razón,
por tanto, manteniéndose al margen de la insensatez y error común de los judíos, y de su excesiva meticulosidad y orgullo, considero que es algo en que ya estás suficientemente instruido; pero, en lo que respecta al misterio de su propia religión, no espero que puedas ser instruido por ningún hombre.

V. PARADOJAS CRISTIANAS
Los cristianos, en efecto, no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra ni por su habla ni por sus costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás. A la verdad, esta doctrina no ha sido inventada gracias al talento y especulación de hombres curiosos; ni profesan, como otros hacen, una enseñanza humana; sino que, habitando ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor peculiar de conducta admirable, y, por confesión de todos, sorprendente.

Habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros; toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria, tierra extraña. Se casan como todos; como todos engendran hijos, pero no exponen los que les nacen. Ponen mesa común, pero no lecho. Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes establecidas; pero con su vida sobrepasan las leyes. A todos aman y por todos son perseguidos. Se les desconoce y se les condena. Se les mata y en ello se les da la vida.

Son pobres y enriquecen a muchos. Carecen de todo y abundan en todo. Son deshonrados y en las mismas deshonras son glorificados. Se les maldice y se les declara justos. Los vituperan y ellos bendicen. Se les injuria y ellos dan honra. Hacen bien y se les castiga como malhechores; condenados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extranjeros; son perseguidos por los griegos y, sin embargo, los mismos que les aborrecen no saben decir el motivo de su odio.

VI. LOS CRISTIANOS, ALMA DEL MUNDO
Mas para decirlo brevemente, lo que es el alma al cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo, cristianos hay por todas las ciudades del mundo. Habita el alma en el cuerpo, pero no procede del cuerpo: los cristianos habitan en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel, cuerpo visible; así los cristianos son conocidos como quienes viven en el mundo, pero su religión sigue siendo invisible.

La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido agravio alguno de ella, porque no le deja gozar de los placeres; a los cristianos los aborrece el mundo, sin haber recibido agravio de ellos, porque renuncian a los placeres. El alma ama a la carne y a los miembros que la aborrecen, y los cristianos aman también a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero ella es la que mantiene unido al cuerpo; así los cristianos están presos en el mundo, como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; así los cristianos viven como de paso en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción en los cielos. El alma, maltratada en comidas y bebidas, se mejora; lo mismo los cristianos, amenazados de muerte cada día, se multiplican más y más. Tal es el puesto que Dios les señaló y no les es lícito desertar de él.

VII. ORIGEN DIVINO DEL CRISTIANISMO
Porque no es, como dije, invención humana esta [religión] que a ellos les fue transmitida, ni consideraran digno de ser tan cuidadosamente observado un pensamiento mortal, ni se les ha confiado la administración de misterios terrenos. No, sino Aquél que es verdaderamente omnipotente, creador del universo y Dios invisible, Él mismo hizo bajar de los cielos su Verdad y su Palabra santa e incomprensible y la aposentó en los hombres y sólidamente la asentó en sus
corazones.

Y eso, no mandándoles a los hombres, como alguien pudiera imaginar, alguno de sus servidores, o a un ángel, o príncipe alguno de los que gobiernan las cosas terrestres, o alguno de los que tienen encomendadas las administraciones de los cielos, sino al mismo Artífice y Creador del universo; Aquél por quien creó los cielos; por quien encerró al mar en sus propias lindes; Aquél cuyo misterio guardan fielmente todos los elementos; de cuya mano recibió el sol las medidas que ha de guardar en sus carreras del día.

¿[No ves] que los echan a las fieras para que nieguen al Señor, y, con todo, no lo consiguen? ¿No ves que cuanto más los castigan, tanto más abundan? Estas no son las obras del hombre; son el poder de Dios; son pruebas de su presencia.

VIII. LA MANIFESTACIÓN DE DIOS EN LA ENCARNACIÓN
Porque ¿quién, en absoluto, de entre los hombres, supo jamás qué cosa sea Dios antes de que Él mismo viniera? ¿O es que vas a aceptar los vanos y estúpidos discursos de los reputados filósofos? Algunos de ellos afirmaron que Dios era fuego (¡a donde tienen ellos que ir, a eso llaman Dios!); otros, que agua; otros, cualquiera de los elementos creados por el mismo Dios. Y no hay duda que, si alguna de estas proposiciones fuera aceptable, podría con la misma razón
afirmarse de cada una de las demás criaturas que es Dios.

Mas todo eso no pasa de monstruosidades y desvarío de hechiceros; y lo cierto es que ningún hombre vio ni conoció a Dios, sino que fue Él mismo quien se manifestó. Ahora bien, se manifestó por la fe, única a quien se le concede ver a Dios. Y, en efecto, aquel Dios, que es Dueño soberano y Artífice del universo, el que creó todas las cosas y las distinguió según su orden, no sólo se mostró benigno con el hombre, sino también longánime. A la verdad, siempre fue tal y
lo sigue siendo y lo será, a saber: clemente y bueno y manso y veraz; es más, sólo Él es bueno. Y habiendo concebido un grande e inefable designio, lo comunicó sólo con su Hijo.

Ahora bien, en tanto mantenía en secreto y guardaba su sabio consejo, parecía que no se cuidaba y que nada de nosotros le importaba; mas cuando nos lo reveló por medio de su Hijo amado y nos manifestó lo que tenía dispuesto, desde el principio, todo nos lo dio juntamente; no sólo tener parte en su bien, sino ver y entender cosas que ninguno de nosotros hubiera jamás esperado.

IX. LA ECONOMÍA DIVINA
Así, pues, cuando Dios lo tuvo todo dispuesto en Sí mismo juntamente con su Hijo, en el tiempo pasado permitió, segùn nuestro talante, que nos dejáramos llevar de nuestros desordenados impulsos, arrastrados por placeres y concupiscencias. Y no es en absoluto que Él se complaciera en nuestros pecados, sino que los soportaba. Ni es tampoco que Dios aprobara aquel tiempo de iniquidad, sino que estaba preparando el tiempo actual de justicia, a fin de que, convictos en aquel tiempo por nuestras propias obras de ser indignos de la vida, fuéramos hechos ahora dignos de ella por la clemencia de Dios; y habiendo hecho patente que por nuestras propias fuerzas era imposible que entráramos en el reino de Dios, se nos otorgue ahora el entrar por la virtud de Dios.

Y cuando nuestra maldad llegó a su colmo y se puso totalmente de manifiesto que la sola paga de ella que podíamos esperar era castigo y muerte, venido el momento que Dios tenía predeterminado para mostrarnos en adelante su clemencia y poder (¡oh, benignidad y amor excesivo de Dios!), no nos aborreció, no nos arrojó de sí, no nos guardó resentimiento alguno; antes bien se mostró longánime, nos soportó; Él mismo, por pura misericordia, cargó sobre sí nuestros pecados; Él mismo entregó a su propio Hijo como rescate por nosotros; al Santo por los pecadores, al Inocente por los malvados, al Justo por los injustos, al Incorruptible por los corruptibles, al Inmortal por los mortales.

Porque, ¿qué otra cosa podría cubrir nuestros pecados sino la justicia suya? ¿En quién otro podíamos ser justificados nosotros, inicuos e impíos, sino en el solo Hijo de Dios? ¡Oh dulce trueque, oh obra insondable, oh beneficios inesperados! ¡Que la iniquidad de muchos quedara oculta en un solo Justo y la justicia de uno sólo justificara a muchos inicuos!

Así, pues, habiéndonos Dios convencido en el tiempo pasado de la imposibilidad, por parte de nuestra naturaleza, de alcanzar la vida y habiéndonos mostrado ahora al Salvador que puede salvar aún lo imposible, quiso que tuviéramos fe en su bondad y le miráramos como a nuestro sustentador, padre, maestro, consejero, médico, inteligencia, luz, honor, gloria, fuerza, vida... y no andemos preocupados por el vestido y la comida.

X. LA CARIDAD, ESENCIA DE LA NUEVA RELIGIÓN
Si deseas alcanzar tú también esa fe, trata, ante todo, de adquirir conocimiento del Padre. Porque Dios amó a los hombres, por los cuales hizo el mundo, a los que sometió cuanto hay en la tierra, a los que concedió inteligencia y razón, a los únicos que permitió mirar hacia arriba para contemplarle a Él, los que plasmó de su propia imagen, a los que envió su Hijo Unigénito, a los que prometió su reino en el cielo, que dará a los que le hubieren amado.

Ahora, conocido Dios Padre, ¿de qué alegría piensas que serás colmado? ¿O cómo amarás a quien hasta tal extremo te amó antes a ti? Y en amándole, te convertirás en imitador de su bondad. Y no te maravilles de que el hombre pueda llegar a ser imitador de Dios. Queriéndolo Dios, el hombre puede. Porque no está la felicidad en dominar tiránicamente sobre nuestro prójimo, ni en querer estar por encima de los más débiles, ni en enriquecerse y violentar a los necesitados.
No es así como nadie puede imitar a Dios, sino que todo eso es ajeno a su magnificencia. El que toma sobre sí la carga de su prójimo; el que está pronto a hacer bien a su inferior en aquello justamente en que él es superior; el que, suministrando a los necesitados lo mismo que él recibió de Dios, se convierte en Dios de los que reciben de su mano, ése es el verdadero imitador de Dios.

Entonces, aun morando en la tierra, contemplarás cómo tiene Dios su imperio en el cielo; entonces empezarás a hablar los misterios de Dios; entonces amarás y admirarás a los que son castigados de muerte por no negar a Dios; entonces condenarás el engaño y extravío del mundo, cuando conozcas la verdadera vida del cielo, cuando desprecies la que aquí parece muerte, cuando
temas la que es de verdad muerte, reservada para los condenados al fuego eterno, fuego que ha de atormentar hasta el fin a los que fueren arrojados a él. Cuando este fuego conozcas, admirarás y tendrás por bienhadados a los que, por amor de la justicia, soportan este otro fuego de un momento.

XI. EPÍLOGO
No hablo de cosas peregrinas ni voy a la búsqueda de lo absurdo, sino, discípulo de los Apóstoles, me convierto en maestro de las naciones: yo no hago sino transmitir lo que me ha sido entregado a quienes se han hecho discípulos dignos de la verdad. Porque ¿quién que haya sido rectamente enseñado y engendrado por el Verbo amable, no busca saber con claridad lo que fue manifiestamente mostrado por el mismo Verbo a sus discípulos?

A ellos se lo manifestó, en su aparición, el Verbo, hablándoles con libertad. Incomprendido por
los incrédulos, Él conversaba con sus discípulos, los cuales, reconocidos por Él como fieles, conocieron los misterios del Padre. Por eso justamente Dios envió al Verbo, para que se manifestara al mundo; Verbo que, despreciado por el pueblo, predicado por los Apóstoles, fue creído por los gentiles.

Él, que es desde el principio, que apareció nuevo y fue hallado viejo y que nace siempre nuevo en los corazones de los santos. Él, que es siempre, que es hoy reconocido como Hijo, por quien la Iglesia se enriquece, y la gracia, desplegada, se multiplica en los santos; gracia que procura la inteligencia, manifiesta los misterios, anuncia los tiempos, se regocija en los creyentes, se reparte a los que buscan, a los que no infringen las reglas de la fe ni traspasan los límites de los Padres.

Luego se proclama el temor de la ley, se reconoce la gracia de los profetas, se asienta la fe de los Evangelios, se guarda la tradición de los Apóstoles y la gracia de la Iglesia salta de júbilo. Si no contristas esta gracia, conocerás lo que el Verbo habla por medio de quienes quiere y cuando quiere. Y, en efecto, cuantas cosas fuimos movidos a explicaros con celo por voluntad del Verbo que nos las inspira, os las comunicamos por amor de las mismas cosas que nos han sido reveladas.

Si con empeño las atendiereis y escuchareis, sabréis qué bienes procura Dios a quienes lealmente le aman, cómo se convierten en un paraíso de deleites, produciendo en sí mismos un árbol fértil y frondoso, adornados de toda variedad de frutos. Porque en este lugar fue plantado el árbol de la ciencia y el árbol de la vida; pero no es la ciencia la que mata, sino la desobediencia es la
que mata.

En efecto, no sin misterio está escrito que Dios plantó en el principio el árbol de la ciencia y el árbol de la vida en medio del paraíso, dándonos a entender la vida por medio de la ciencia; mas, por no haber usado de ella de manera pura los primeros hombres, quedaron desnudos por seducción de la serpiente. Porque no hay vida sin ciencia, ni ciencia segura sin vida verdadera;
de ahí que los dos árboles fueron plantados uno cerca de otro.

Comprendiendo el Apóstol este sentido y reprendiendo la ciencia que se ejercita sin el mandamiento de la verdad en orden a la vida, dice: La ciencia hincha, mas la caridad edifica. Porque el que piensa saber algo sin la ciencia verdadera y atestiguada por la vida, nada sabe, sino que es seducido por la serpiente por no haber amado la vida. Mas el que con temor ha alcanzado la ciencia y busca además la vida, ése planta en esperanza y aguarda el fruto.

Sea para ti la ciencia corazón; la vida, empero, el Verbo verdadero comprendido. Si su árbol llevas y produces en abundancia su fruto, cosecharás siempre lo que ante Dios es deseable, fruto que la serpiente no toca y al que no se mezcla engaño; ni Eva es corrompida, sino que es creída virgen; la salvación es mostrada, los Apóstoles se vuelven sabios, y la Pascua del Señor se adelanta, y con el mundo se desposa y, a par que instruye a los santos, se regocija el Verbo, por quien el Padre es glorificado. A Él sea la gloria por los siglos. Amén.

[Texto completo de la Carta, según la edición de Daniel Ruiz Bueno en
Padres Apostólicos, BAC, Madrid 1950. La traducción ha sido ligeramente adaptada por IGLESIA VIVA]

miércoles, 23 de mayo de 2012

Recibid el Espíritu


Domingo de Pentecostés
Lectura del santo Evangelio según san Juan (Jn 20,19-23)
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado.

Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.

Poco a poco, vamos aprendiendo a vivir sin interioridad. Ya no necesitamos estar en contacto con lo mejor que hay dentro de nosotros. Nos basta con vivir entretenidos. Nos contentamos con funcionar sin alma y alimentarnos solo de pan. No queremos exponernos a buscar la verdad. Ven Espíritu Santo y libéranos del vacío interior.

Ya sabemos vivir sin raíces y sin metas. Nos basta con dejarnos programar desde fuera. Nos movemos y agitamos sin cesar, pero no sabemos qué queremos ni hacia dónde vamos. Estamos cada vez mejor informados, pero nos sentimos más perdidos que nunca. Ven Espíritu Santo y libéranos de la desorientación.

Apenas nos interesan ya las grandes cuestiones de la existencia. No nos preocupa quedarnos sin luz para enfrentarnos a la vida. Nos hemos hecho más escépticos pero también más frágiles e inseguros. Queremos ser inteligentes y lúcidos. ¿Por qué no encontramos sosiego y paz? ¿Por qué nos visita tanto la tristeza? Ven Espíritu Santo y libéranos de la oscuridad interior.

Queremos vivir más, vivir mejor, vivir más tiempo, pero ¿vivir qué? Queremos sentirnos bien, sentirnos mejor, pero ¿sentir qué? Buscamos disfrutar intensamente de la vida, sacarle el máximo jugo, pero no nos contentamos solo con pasarlo bien. Hacemos lo que nos apetece. Apenas hay prohibiciones ni terrenos vedados. ¿Por qué queremos algo diferente? Ven Espíritu Santo y enséñanos a vivir.

Queremos ser libres e independientes, y nos encontramos cada vez más solos. Necesitamos vivir y nos encerramos en nuestro pequeño mundo, a veces tan aburrido. Necesitamos sentirnos queridos y no sabemos crear contactos vivos y amistosos. Al sexo le llamamos "amor" y al placer "felicidad", pero ¿quién saciará nuestra sed? Ven Espíritu Santo y enséñanos a amar.

En nuestra vida ya no hay sitio para Dios. Su presencia ha quedado reprimida o atrofiada dentro de nosotros. Llenos de ruidos por dentro, ya no podemos escuchar su voz. Volcados en mil deseos y sensaciones, no acertamos a percibir su cercanía. Sabemos hablar con todos menos con él. Hemos aprendido a vivir de espaldas al Misterio. Ven Espíritu Santo y enséñanos a creer.

Creyentes y no creyentes, poco creyentes y malos creyentes, así peregrinamos todos muchas veces por la vida. En la fiesta cristiana del Espíritu Santo a todos nos dice Jesús lo que un día dijo a sus discípulos exhalando sobre ellos su aliento: "Recibid el Espíritu Santo". Ese Espíritu que sostiene nuestras pobres vidas y alienta nuestra débil fe puede penetrar en nosotros por caminos que sólo él conoce.

José Antonio Pagola

jueves, 17 de mayo de 2012

¿Cuándo celebrar el día del Señor?


Todo el año litúrgico está marcado por el ritmo regular de los domingos que se suceden, en los cuales la Iglesia a lo largo de los siglos, se reúne en asamblea litúrgica para celebrar el Misterio pascual de Cristo: “El domingo es por excelencia el día de la asamblea litúrgica, el día en el cual los fieles se reúnen” (Catecismo de la Iglesia Católica [CIC],1167).

¿Pero por qué el día domingo? La respuesta encuentra sus raíces profundas en el Nuevo Testamento. Según el testimonio concordado de los Evangelios, en el “primer día después del sábado” el Señor resucita y se aparece ante a las mujeres y después a los discípulos (cf. Mc. 16,2.9; Lc. 24,1; Jn. 20,1.19).

Ese mismo día Jesús se manifiesta a los discípulos de Emaús (cf. Lc. 24,13-35) y después a los once apóstoles (cf. Lc. 24,36; Jn. 20,19) y les dona el Espíritu Santo (cf. Jn. 20,22-23). Ocho días después, el Resucitado encuentra nuevamente a los suyos (cf. Jn. 20,26). Era aún domingo cuando cincuenta días después de la resurrección, el Espíritu Santo, bajo la forma de un “viento impetuoso” y “fuego” (Hch. 2,23), se infunde en los apóstoles reunidos con María en el Cenáculo.
Quedándonos en el ámbito de las Escrituras es importante notar que en el Apocalipsis (cf. 1,10) encontramos el único atestado del Nuevo Testamento, sobre el nuevo nombre que se le da al “primer día después del sábado”. Ese es “el día del Señor – Kyriaké heméra” (cf. también Didaché 14,1), en latín dies dominicus del cual viene el nombre “domingo”.

A partir de la resurrección del Señor, los primeros cristianos en espera del retorno glorioso del Salvador, manifestaban su fiel pertenencia a Cristo reuniéndose cada domingo para la “fracción del pan”. Numerosas son las fuentes que dan testimonio del origen apostólico de esta praxis. Un testimonio lo encontramos ya en la Primera Carta de san Pablo a los Corintios (cf. 16,2) y en el libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. 20,7-8). San Ignacio de Antioquía además, presentaba significativamente a los cristianos como “iuxta dominicam viventes” (Epistola ai Magnesii, 9,1), o sea los que viven según el domingo. San Jerónimo definía el domingo “el día de los cristianos, nuestro día” (In die dominica Paschae, II, 52).

Un autor oriental de inicios del siglo III, Bardesane, refiere que en cada región los fieles ya entonces santificaban regularmente el domingo (cf. Diáologo sobre el destino, 46). También Tertuliano no duda en afirmar que en el domingo “nosotros celebramos cada semana la fiesta de nuestra Pascua” (De sollemnitate paschali, 7). El papa Inocencio I, a inicios del siglo V escribía: “Nosotros celebramos el domingo debido a la venerable resurrección de nuestro Señor Jesucristo, no solamente en Pascua, sino en cada ciclo semanal” (Epist. ad Decentium, XXV, 4,7).

Un testimonio heroico de esta praxis litúrgica, consolidada desde tiempos apostólicos, nos llega de Abitene, en donde 49 mártires, sorprendidos un domingo cuando intentaban celebrar la Eucaristía (lo que había sido prohibido por Dioclesiano), no dudaron a enfrentar la muerte exclamando: “Sine dominico non possumus”, osea que para ellos no era posible vivir sin celebrar el día el Señor. Eran conscientes que su íntima identidad se manifestaba celebrando la Eucaristía en el día del memorial de la resurrección de Cristo.

Igualmente rica aparece la imagen que connota el domingo como “el día del sol”. Cristo es la luz del mundo (cf. Jn. 9,5; cf. también 1,4-5.9), el “sol que surge para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte”. (Lc. 1,78-79), “Luz para iluminar a las gentes” (Lc. 2,32). El día en el que conmemoramos el fulgor de su resurrección marca así la epifanía luminosa de su gloria.

En la liturgia de hecho cantamos “Oh, día primero y último, día radiante y espléndido del triunfo de Cristo”. El domingo es el día en el que celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte; el día que lleva al cumplimiento la primera creación y, al mismo tiempo, inaugura la nueva creación (cf. 2 Cor. 5,17). En la sucesión semanal de los días, el domingo además de ser el primer día representa también el octavo: esto en la simbología tan estimada por los Padres de la Iglesia indica el último día, el escatológico, que no conoce ocaso. El Pseudo Eusebio de Alejandría definía admirablemente el día del Señor como el “señor de los días” (cf. Sermone 16).

De todo esto emerge que el domingo no es el día de la memoria, que recuerda nostálgicamente un evento pasado. Es más bien la celebración actual de la presencia viva de Cristo, muerto y resucitado en la Iglesia, su Esposa y su Cuerpo Místico.

La Constitución Sacrosanctum Concilium, retomando vigorosamente el irrenunciable valor eclesial del día dominical, enseña que a imagen de la primera comunidad de discípulos delineada en Hechos, el domingo “los fieles tienen que reunirse juntos para escuchar la Palabra de Dios y participar a la Eucaristía, y así hacer memoria de la Pasión, resurrección y de la gloria del Señor Jesús y dar gracias a Dios que los ha regenerado para una esperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos” (n. 106).

La celebración de la pascua semanal representa por lo tanto la columna fundamental de toda la vida de la Iglesia (cf. CIC, 2177), porque en ésta se da la santificación del pueblo de Dios, hasta el domingo sin ocaso, hasta la Pascua eterna y definitiva de Dios con sus criaturas.

Columna de teología litúrgica publicada en Zenit a cargo del padre Mauro Gagliardi, esta vez con un artículo de Natale Scarpitta, presbítero de la Archidiócesis de Salerno – Campagna – Acerno, es Doctorando en Derecho Canónico en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Traducción del italiano por Sergio H. Mora

Vayan por el mundo y anuncien la buena noticia de Dios


Evangelio del Domingo, Ascensión del Señor, Solemnidad (Mc 16, 15-20)

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Estos son los milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos”.

El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían.


Esta semana celebramos la Ascensión del Señor y la Liturgia nos invita a experimentarnos enviados por Jesús, para ir al mundo a proclamar la Buena Nueva de Dios.

La Ascensión es la experiencia de hacer caminos sin la compañía física de Jesús, sino fiados de la fe que ha nacido de nuestra amistad con Él. Y es que nuestro camino cristiano no puede ser dependiendo infantilmente del Señor, como si fuéramos personas necesitadas de ser conducidas de la mano. Una vida así no mostraría la dignidad de hijos e hijas de Dios.

Jesús se va y cada uno de sus amigos y amigas han de permitir que salga a fuera aquella fuerza de la llamada que nace del encuentro con Él, con la que se puede hacer visible y creíble las señales de salud, vida y salvación de Dios.

Según el evangelista Marcos (16, 15-20), las señales de la compañía de Jesús son: arrojar demonios, hablar lenguas nuevas, agarrar serpientes con las propias manos, el veneno mortal no los dañará e imponer las manos a los enfermos para que queden sanos. Pero como son señales tan gráficas podemos correr el riesgo de pasarlas por alto.

La 1ª señal es “arrojar demonios”. Hoy necesitamos seguir arrojando demonios pero con la fuerza de Jesús: arrojar el demonio de la división, quitar el demonio de la sutil soberbia, de la mentira y la mezquindad, etc. Y sobre todo, desterrar de nuestras vidas el demonio que nos hace creer que hacemos el bien cuando lo que hacemos es daño a los demás.

La 2ª señal es “hablar lenguas nuevas”. Y es que hoy, más que ayer, necesitamos hablar en lenguas o lenguajes que lleguen realmente al corazón de las personas. Lenguas que convoquen, que muestre caminos nuevos, que abran puertas y despierten nuevos deseos de vivir.

La 3ª señal es “agarrarán serpientes en sus manos”. Y es que necesitamos deshacer nudos, desenredar conflictos y desatar complejos que mantienen ocultas o huyendo a las personas bajo fachadas de rabias, caprichos o temores y no alcanzan a ver la luz.

La 4ª señal es “si beben un veneno mortal, no serán dañados”. Porque quien lleva dentro de sí a Dios, no se paraliza, no puede morir. Y es que este amor hará que surja una libertad, una entrega y una gratuidad que son más fuertes que la muerte.

La 5ª señal es “impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos”. Y es que hay muchos males y dolencias que claman sanación; soledades y tristezas que urgen compañía. Por eso necesitamos extender nuestras manos a quien padece miedo, hambre, injusticia. Estrechar la mano del que sufre para infundir valor. Abrazar al adversario y trasmitir perdón.

Que la celebración de la Ascensión del Señor nos abra a una fe viva, a una amistad profunda y a un compromiso que nos lance a multiplicar señales de esperanza como lo hizo Jesús, nuestro Señor.

Gustavo Albarán S.J.

jueves, 10 de mayo de 2012

Al Estilo de Jesús


VI Domingo de Pascua /B
Lectura del santo Evangelio según san Juan (Jn 15,9-17)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena.

Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos, que el que da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre.

No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros”.


Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Los ha querido apasionadamente. Los ha amado con el mismo amor con que lo ha amado el Padre. Ahora los tiene que dejar. Conoce su egoísmo. No saben quererse. Los ve discutiendo entre sí por obtener los primeros puestos. ¿Qué será de ellos?

Las palabras de Jesús adquieren un tono solemne. Han de quedar bien grabadas en todos: "Éste es mi mandato: que os améis unos a otros como yo os he amado". Jesús no quiere que su estilo de amar se pierda entre los suyos. Si un día lo olvidan, nadie los podrá reconocer como discípulos suyos.

De Jesús quedó un recuerdo imborrable. Las primeras generaciones resumían así su vida: "Pasó por todas partes haciendo el bien". Era bueno encontrarse con él. Buscaba siempre el bien de las personas. Ayudaba a vivir. Su vida fue una Buena Noticia. Se podía descubrir en él la cercanía buena de Dios.

Jesús tiene un estilo de amar inconfundible. Es muy sensible al sufrimiento de la gente. No puede pasar de largo ante quien está sufriendo. Al entrar un día en la pequeña aldea de Naín, se encuentra con un entierro: una viuda se dirige a dar tierra a su hijo único. A Jesús le sale desde dentro su amor hacia aquella desconocida: "Mujer, no llores". Quien ama como Jesús, vive aliviando el sufrimiento y secando lágrimas.

Los evangelios recuerdan en diversas ocasiones cómo Jesús captaba con su mirada el sufrimiento de la gente. Los miraba y se conmovía: los veía sufriendo, o abatidos o como ovejas sin pastor. Rápidamente, se ponía a curar a los más enfermos o a alimentarlos con sus palabras. Quien ama como Jesús, aprende a mirar los rostros de las personas con compasión.

Es admirable la disponibilidad de Jesús para hacer el bien. No piensa en sí mismo. Está atento a cualquier llamada, dispuesto siempre a hacer lo que pueda. A un mendigo ciego que le pide compasión mientras va de camino, lo acoge con estas palabras: "¿Qué quieres que haga por ti?". Con esta actitud anda por la vida quien ama como Jesús.

Jesús sabe estar junto a los más desvalidos. No hace falta que se lo pidan. Hace lo que puede por curar sus dolencias, liberar sus conciencias o contagiar confianza en Dios. Pero no puede resolver todos los problemas de aquellas gentes.

Entonces se dedica a hacer gestos de bondad: abraza a los niños de la calle: no quiere que nadie se sienta huérfano; bendice a los enfermos: no quiere que se sientan olvidados por Dios; acaricia la piel de los leprosos: no quiere que se vean excluidos. Así son los gestos de quien ama como Jesús.

José Antonio Pagola

viernes, 4 de mayo de 2012

Contacto personal


Evangelio (Jn 15,1-8)
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Al sarmiento que no da fruto en mí, él lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto.

Ustedes ya están purificados por las palabras que les he dicho. Permanezcan en mí y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada pueden hacer. Al que no permanece en mí se le echa fuera, como al sarmiento, y se seca; luego lo recogen, lo arrojan al fuego y arde.

Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá. La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y se manifiesten así como discípulos míos”.


Según el relato evangélico de Juan, en vísperas de su muerte, Jesús revela a sus discípulos su deseo más profundo: "Permaneced en mí". Conoce su cobardía y mediocridad. En muchas ocasiones les ha recriminado su poca fe. Si no se mantienen vitalmente unidos a él no podrán subsistir. Las palabras de Jesús no pueden ser más claras y expresivas: "Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí". Si no se mantienen firmes en lo que han aprendido y vivido junto a él, su vida será estéril. Si no viven de su Espíritu, lo iniciado por él se extinguirá.

Jesús emplea un lenguaje rotundo: "Yo soy la vid y vosotros los sarmientos". En los discípulos ha de correr la savia que proviene de Jesús. No lo han de olvidar nunca. "El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada". Separados de Jesús, sus discípulos no podemos nada.

Jesús no solo les pide que permanezcan en él. Les dice también que "sus palabras permanezcan en ellos". Que no las olviden. Que vivan de su Evangelio. Esa es la fuente de la que han de beber. Ya se lo había dicho en otra ocasión: "Las palabras que os he dicho son espíritu y vida".

El Espíritu del Resucitado permanece hoy vivo y operante en su Iglesia de múltiples formas, pero su presencia invisible y callada adquiere rasgos visibles y voz concreta gracias al recuerdo guardado en los relatos evangélicos por quienes lo conocieron de cerca y le siguieron. En los evangelios nos ponemos en contacto con su mensaje, su estilo de vida y su proyecto del reino de Dios.

Por eso, en los evangelios se encierra la fuerza más poderosa que poseen las comunidades cristianas para regenerar su vida. La energía que necesitamos para recuperar nuestra identidad de seguidores de Jesús. El Evangelio de Jesús es el instrumento pastoral más importante para renovar hoy a la Iglesia.

Muchos cristianos buenos de nuestras comunidades solo conocen los evangelios "de segunda mano". Todo lo que saben de Jesús y de su mensaje proviene de lo que han podido reconstruir a partir de las palabras de los predicadores y catequistas. Viven su fe sin tener un contacto personal con "las palabras de Jesús".

Es difícil imaginar una "nueva evangelización" sin facilitar a las personas un contacto más directo e inmediato con los evangelios. Nada tiene más fuerza evangelizadora que la experiencia de escuchar juntos el Evangelio de Jesús desde las preguntas, los problemas, sufrimientos y esperanzas de nuestros tiempos.

José Antonio Pagola

martes, 1 de mayo de 2012

¿Será posible salvar a la Tierra?


El equilibrio ecológico está perdido, tanto por el envenenamiento de la atmósfera como por la desertización galopante, a pesar de las inundaciones que anegan extensas tierras de cultivo y devastan poblaciones. Las catástrofes, cada vez más frecuentes, incluso cíclicas, y progresivamente más agudas, evidencian que la Tierra, nuestra casa, requiere ser reparada y
sobre todo demanda cuidado constante, en vez de desconocimiento y saqueo, como si, en vez de ser la casa de todos que es, fuera una cantera de recursos que se explota hasta que se acabe, que será cuando nos acabemos todos.

Hoy podemos ver lo que sucede en tiempo real y lo podemos ver casi como si nos halláramos presentes. Por eso nos estremecen las imágenes de zonas vastísimas bajo las aguas y casas y
personas arrastradas por ellas o tierras muertas de sed con animales y seres humanos famélicos, agonizantes o muertos; laderas que se caen a pedazos, olas gigantescas que entran incluso kilómetros tierra a dentro, casas pulverizadas, miles de personas desoladas, rostros sumidos en su dolor o que nos miran e incluso nos gritan demandando ayuda. Sucede tan a menudo que casi nos hemos acostumbrado a verlo. Podemos decir que siempre están sucediendo una o varias catástrofes.

Por una parte nos estamos haciendo cargo lentamente de la fragilidad de los ecosistemas, es decir, de que la Tierra es un ser vivo, un sistema de sistemas en movimiento, que requiere respeto y cuidado. Y, sin embargo, esta conciencia no ha influido todavía en las políticas de los Estados ni en la mentalidad de la mayoría de los dueños de capital, que siguen considerando a la Tierra, no como un ser vivo ni menos aún como el ser vivo que nos cobija, sino simplemente como una cantera de recursos no renovables.

Todos vemos que se está agotando; pero todavía no nos decidimos a cambiar la relación con ella. Más todavía, los que se aprovechan de esquilmarla ponen todo su poder en lograr de los políticos que se inhiban y por ahora lo van logrando. Es una tragedia que se desarrolla a la vista de todos, cuya irracionalidad reconoce y lamenta la mayoría, pero que, hasta ahora, sigue su curso inexorablemente.
***
Injusticia, insensibilidad, pero, sobre todo, irracionalidad. A mí antes me impresionaba y me exasperaba la injusticia, la insensibilidad, tanto de los poderosos esquilmadores, que son los
principales culpables; como de los políticos que se hacen de la vista gorda; como de los pobres que siguen quemando sabana, que ranchifican cabeceras de ríos y montan sus tugurios en zonas
de protección de las ciudades; como de la opinión pública, no sólo la de los massmedia, que por lo general no pasa de ser apéndice de esos poderosos, sino, sobre todo, de la ciudadanía de a pie, que es la más afectada. Ahora me da escalofríos la irracionalidad.

¿Cómo podemos alardear de civilizados cuando sufrimos enfermedades respiratorias, de la piel, intestinales e incluso cáncer sin mover un dedo para impedirla? Eso, sin contar los cortes de agua y luz; el envenenamiento de las playas; el aumento de la temperatura y la merma acelerada de los casquetes polares con el peligro avisado de la subida de las aguas y la desaparición de muchísimas ciudades costeras; el deterioro del agua que casi no es potable, incluso de los alimentos. ¿Por qué tanta inhibición en un asunto que nos incumbe tanto?

En los capitalistas esquilmadores (no todos los capitalistas lo son) la razón de fondo es muy sencilla: están convencidos de que podrán salvarse de la catástrofe, creen que no va a llegar
a sus paraísos privados. Se creen a salvo de toda contingencia, invulnerables. Y prefieren sus negocios a la suerte de los demás, porque no se sienten ligados a ellos por lazos obligantes ni menos aún por simpatía y ni siquiera por compasión.

En los políticos la razón es clara: o son los mandaderos de esas corporaciones o no quieren malquistarse con su clientela pobre o ambas cosas. Ellos son tan cortoplacistas que no se han puesto a pensar en ellos mismos como ciudadanos concretos.

El problema es más complicado en la ciudadanía y más todavía en los pobres, que son las principales víctimas en las catástrofes.

Empecemos por estos últimos. Como no tienen lugar en las ciudades, tugurizan sus zonas de protección deteriorando irremisiblemente el ambiente. Como los campesinos no tienen recursos
para sacar agua de la tierra o para construir canales de riego, arrancan las últimas matas para hacer leña y sus animales se comen hasta las raíces porque es lo único que encuentran. Como
los abandonan, ellos no pueden hacer otra cosa, porque no pueden morirse de hambre. Y, sin embargo, muchísimos se mueren de inanición o por enfermedades de pobres.
***
El totalitarismo de mercado echa redes y cadenas. Respecto de la ciudadanía, la incongruencia que hay que explicar es cómo viviendo en democracias, al menos formales, no presionan para
que sus gobiernos, elegidos por ellos, se aboquen de una vez por todas a resolver de raíz un problema que los afecta directamente y cada día más. La ciudadanía está sensibilizada del problema ecológico, hasta siente un creciente temor y, cuando hay una catástrofe, pánico. Y sin embargo, no presiona a los gobiernos.

La causa es la situación de crisis que los grandes financistas, a pesar de haberla provocado, han logrado hasta ahora que cargue sobre la población, sobre la clase media baja y sobre la clase popular. Esta ciudadanía de a pie está contra las cuerdas, sin empleo o con un empleo
precario y amenazado, con una seguridad social que cada día va dejando más espacios inseguros o que apenas cubre lo mínimo o ni siquiera eso. Esta ciudadanía sabe que depende de los mercados, de la confianza de los inversionistas, y que los inversionistas se ponen nerviosos y retiran
sus fondos, si un Estado anuncia que está estudiando cambios en materia ambiental, tanto en las fábricas contaminantes como en la contaminación del trasporte. Mucho más, si habla de la necesidad de cambiar los hábitos de consumo galopante para entrar en una onda de contemplación y convivencia con la naturaleza que haga innecesarias muchas mercancías. Recor demos a Bush, portavoz de las corporaciones, diciendo a la nación, después de la destrucción de las torres
gemelas, que la actitud patriótica consistía en consumir. El modelo consiste en incrementar incesantemente la amplitud del circuito producción-consumo y su velocidad. La prédica de los massmedia y de los políticos no cesa de insistir en que atentar contra el modelo es atentar contra el orden establecido, es atentar contra la economía y por tanto contra el empleo, y por ende, quedarse sin medios de vida. Ésta es la prédica del totalitarismo de mercado, que inculca que sin él se acaba la posibilidad del bienestar. Y, si se acaba, la vida no merece la pena.

Ante esta amenaza, la gente prefiere no mirar más allá del presente y paliar como se pueda las catástrofes que vayan viniendo. Pero no se atreve a pedir ni menos aún a buscar un cambio de modelo.

El totalitarismo de mercado actúa, con redes y cadenas, como decía san Ignacio en la meditación de Las Dos Banderas, central en sus Ejercicios Espirituales. Ante todo, las redes de la seducción, a través de la publicidad y de la propaganda política, que ha tomado su mismo formato. La publicidad nada dice de la mercancía publicitada, simplemente la liga mágicamente a
pulsiones y deseos, a un mundo de ensueño al que se le invita a entrar consumiéndola. Cuando la persona se ha convertido en un adicto, cuando no puede vivir sin consumir, sin estar en ese
mundo, cuando necesita dinero para consumir, vienen las cadenas del contrato de trabajo, un contrato privado en el que no se puede meter el Estado. La gente tiene que agachar la cabeza
porque necesita la plata.

Ahora cada vez puede consumir menos. Pero al menos quiere seguir en ese mundo. No puede hacerse la idea de recrear el mundo que vive. No puede darse el lujo de emprender esa
aventura. Está preso de las cadenas.
***
La resistencia de los de arriba a ligar su suerte a la de la humanidad imposibilita que se acometa el problema ecológico. La tesis es que mientras que cada uno de los seres humanos que
vivimos en esta tierra y sobre todo los ricos que viven en paraísos no ligue la propia suerte a la de toda la humanidad y particularmente a la de los pobres del propio país, no se acometerá con seriedad el problema ecológico.

Hay una resistencia terrible a asumir esa tesis por los costos ingentes que implica. Asumir que la humanidad viaja en un único barco, que no existen acorazados para los poderosos ni paquebotes de lujo para los ricos, que ante la posibilidad de un naufragio, de nada valen las clases, que todos corremos la misma suerte, que nos salvamos o nos hundimos todos, es casi imposible para los que se ven afuera y arriba, inasequibles para la masa, para los que deciden.

No lo pueden asumir porque va en la dirección opuesta de la dirección dominante de esta figura histórica que ha conseguido que un rico nunca tenga que ver a los pobres, que no tenga que
ver a nadie que no quiera ver, que los mundos-de-vida exclusivos y excluyentes cada vez lo sean más, que sean verdaderos abismos sin ningún puente ni paso, sin ninguna comunicación; sólo la
relación unidireccional y virtual del espectáculo de los satisfechos, que se prodiga para que quede claro que para unos vivir es sólo ver y para los elegidos consiste en estar adentro y ser los autores y protagonistas de la vida que se publicita.

El estar confinados en su mundo-de-vida les da una irrealidad absoluta de la que no pueden hacerse cargo. Como lo manejan todo, creen poseerlo todo y no se dan cuenta de que no tienen densidad humana, la que poseen quienes cargan con el peso de la realidad que ellos les han cargado y que no llevan ni con un dedo, si es que logran que ese peso no los aplaste.

Como esas personas han optado por vivir separados de las masas y en un mundo exclusivo, como para ellas lo único decisivo es habitar su paraíso y que sigua la fiesta, se niegan a hacerse
cargo de la posibilidad de que no exista ya ningún paraíso y que tengan que luchar con todos por la pervivencia de la vida, de sus vidas, ligadas inexorablemente a la del planeta. Esperan que se invente alguna forma de escapar de la suerte común. Ellos, desde sí mismos, no van a dar el paso de pensar y actuar ecológicamente, no van a dar el paso de echar su suerte con los demás.
No lo van a dar porque no son sujetos humanos. No tienen esa libertad. Viven presos de su mundo.
***
Ser sujeto haciéndose cargo, encargándose y cargando con la realidad, no descargándose en los de abajo. Sólo estarán en condiciones de hacerlo quienes se liberen de esas redes y cadenas y se constituyan en verdaderos sujetos humanos. ¿Es esto posible? La propuesta cristiana es que siempre es posible vivir humanamente. Más aún, que la posibilidad mayor de vivir humanamente es cuando se vive a contracorriente, donde no hay condiciones para vivir sin resignarse a ellas o desolidarizándose de los triunfadores de este mundo y ligando su suerte a los de abajo.

Quienes cargan con el pecado del mundo, si no son aplastados por ese peso, internalizándolo o echándose a morir o reaccionando reactivamente, sino que lo cargan haciéndose cargo de él, a la vez de su injusticia y de su realidad y encargándose de lo que les toca y abriéndose a los de su mundo para que todos asuman su responsabilidad y se ayuden mutuamente a llevar las cargas, ésos son los seres humanos por excelencia, los seres humanos densos y libres con libertad liberada, quienes vencen al mal con el bien, quienes son llevados por el Espíritu de Jesús, el Cordero de Dios que carga con el pecado del mundo y así lo quita.

Esos seres humanos existen. Entrar de uno u otro modo en su mundo para ayudarlos y ponerse a su discipulado, es el modo cristiano de llegar a ser sujeto humano. Jesús decía que era una senda estrecha y que pocos dan con ella. El que la encuentre, tiene la obligación de dar testimonio del tesoro que ha encontrado para que otros puedan vender esa burbuja de bienestar soñado que le
han vendido y entregarse a dar desde su pobreza y a recibir el don de los pobres, que es la perla más fina y el don más sagrado.

La Tierra se salvará cuando nos salvemos los seres humanos. Eso pasa por la solidaridad con los pobres.

Pedro Trigo, s.j.
Centro Gumilla, Análisis de coyuntura AMÉRICA LATINA Y CARIBE, ENERO-MARZO 2012