martes, 2 de agosto de 2011
Jesús camina sobre el agua
Comentario al Evangelio del domingo XIX del Tiempo Ordinario A: Mt 14, 22-33:
Enseguida mandó a los discípulos embarcarse y pasar antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después de despedirla, subió él solo a la montaña a orar. Al anochecer, todavía estaba allí solo. La barca se encontraba a buena distancia de la costa, sacudida por las olas, porque tenía viento contrario. Ya muy entrada la noche Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago. Al verlo caminar sobre el lago, los discípulos comenzaron a temblar y dijeron:
-¡Es un fantasma!
Y gritaban de miedo. Pero (Jesús) les dijo:
-¡Ánimo! Soy yo, no teman.
Pedro le contestó:
-Señor, si eres tú, mándame ir por el agua hasta ti.
-Ven, le dijo Jesús.
Pedro saltó de la barca y comenzó a caminar por el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir el (fuerte) viento, tuvo miedo, entonces empezó a hundirse y gritó:
-¡Señor, sálvame!
Al momento Jesús extendió la mano, lo sostuvo y le dijo:
-¡Hombre de poca fe! ¿Porqué dudaste?
Cuando subieron a la barca, el viento amainó. Los de la barca se postraron ante él diciendo:
-Ciertamente eres Hijo de Dios.
Jesús viene en ayuda de sus discípulos para robustecer su fe. En el evangelio de hoy Cristo se muestra como Señor de la naturaleza. Nos encontramos ante una especial cristofanía. Después de la multiplicación de los panes, Jesús reacciona de un modo desconcertante. Cuando todas las gentes lo buscaban para hacerlo rey y para celebrar su triunfo, Cristo se retira en soledad a la montaña. Se retira a orar, pues es consciente de su misión y de las renuncias que debe hacer para cumplirla. Los discípulos, sin duda, no comprendían aquel proceder. El texto griego dice que Jesús “obligó” a sus discípulos a subir a la barca, y así lo traduce la Biblia de Jerusalén. En realidad, no se les veía muy animados a marcharse sin el maestro. Jesús despide a la gente y se retira en oración.
Ciertamente, al enviarlos por delante cruzando el lago, Jesús pone a sus discípulos a prueba. Las olas se agitan, el viento es contrario, la barca amenaza ruina. El único consuelo que pueden tener aquellos hombres es que su maestro reza por ellos, intercede por ellos ante Dios. Jesús es el viviente que intercede por nosotros (Hb 7,25). Es similar nuestra situación: muchas veces el Señor permite que pasemos por horas de “viento contrario”, el corazón se oprime y la confianza de llegar a buen puerto desfallece. ¿Nos habrá enviado el Señor al lago para perecer en él? Esta es la pregunta que atenaza el alma. Nos debe consolar la oración de Jesús que intercede por nosotros ante el Padre.
El último momento de la escena es la aparición de Jesús caminando por las aguas. Una teofanía del todo singular que, de algún modo, sintetiza la teofanía de Moisés en el Sinaí (rayos, truenos, tormenta) y la teofanía de Elías en la misma montaña (serenidad, viento apacible, silencio). Los discípulos se turban y creen ver un fantasma y gritan de miedo. Jesús los serena: ¡Ánimo!, que soy yo, no temáis.
En griego se conserva el orden: sujeto-verbo. Así dice: “¡Ánimo! Yo soy, no temáis”. Esta palabra esconde una revelación de la divinidad de Jesús, pues nos envía a pasajes claves del Antiguo Testamento. “Yo soy” es una auto-definición de Dios como se ve en Ex 3, 14 cuando Moisés es enviado al faraón: “yo soy” me ha enviado a vosotros”. Cfr. Is 45, 18; 46, 9.
La escena de Pedro es bellísima y nos muestra que si el príncipe de los apóstoles empieza a hundirse es porque le falta fe; no estaba aún unido fuertemente a Cristo por la fe. “El que cree no vacilará” dice Isaías 7,9. Sin embargo, es la misma fe que invita a Pedro a confiarse a la mano del Salvador. “Sé, Señor, que Tú puedes salvarme”.
La situación de los apóstoles en la barca en medio de la tormenta, se puede comparar con la situación del cristiano en medio del mundo. Da la impresión de que Cristo lo ha obligado a subir a una barca y lo ha metido en una situación poco menos que imposible. El cristiano no tiene propiamente seguridades humanas. Ciertamente cuenta con ciertas apoyaturas, pero en realidad su vida sólo se explica en el misterio de Cristo, y su misión tiene mucho de una travesía en alta mar y con las olas encrespadas.
La tentación es la de olvidarse de Cristo y decir: ¿Por qué he de cruzar en una barca tan frágil por mares tan tempestuosos, si podría yo arreglar mi vida de modo más cómodo? ¿No será mejor renunciar a los grandes compromisos de mi fe y vivir como uno de tantos en busca del pan multiplicado? Sin embargo, Cristo viene en nuestra ayuda y nos repite: ¡Ánimo!, yo soy, no temáis.
Y esto es la vida cristiana: confiarse en las manos de un Dios que se ha hecho hombre. De un Dios que nos ha revelado su misterio íntimo, el misterio trinitario y se ha puesto a caminar como uno de nosotros, más pobre que nosotros. Sólo quien descubra que es Dios quien camina por las aguas y me tiende su mano protectora, podrá seguir bogando en medio de temporales y vientos contrarios.
Autor: P. Octavio Ortíz | Fuente: Catholic.net
Etiquetas:
Cristofanía,
Domingo XIX del Tiempo Ordinario Ciclo A,
Teofanía
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