lunes, 23 de mayo de 2011

"El último jesuita"


El pasado 9 de mayo, en la Sala de Conferencias de ICADE (Madrid) tuvo lugar la presentación de la última novela histórica de Pedro Miguel Lamet, SJ, titulada "El último jesuita" y que versa sobre la dramática persecución contra la Compañía de Jesús en tiempos de Carlos III. Esta novela ha supuesto para su autor un gran reto y considera que "es la novela histórica más dramática, rigurosa y apasionante" que ha escrito.

Pedro Miguel Lamet, conocido por su labor periodística y por sus 37 libros publicados, ha cultivado con mayor incidencia en los últimos años la novela histórica. En esta ocasión aborda una de las épocas más oscuras y apasionantes de la historia de España y de la Compañía de Jesús.

-¿Por qué el tema de la expulsión y extinción de los jesuitas en el siglo de XVIII?
-Se trata de una época fascinante , una tremenda historia de intolerancia, y un atropello contra seres humanos comparable a la expulsión de los moriscos y judíos, realizado además por un monarca católico y de comunión diaria.

-¿Hay hoy día suficiente investigación histórica para esclarecer los términos del conflicto?
-Mucha, pero muy dispersa y confusa. Son monografías excelentes, aunque parciales. Tanto que durante años no me atreví a abordar un tema tan discutido y prolijo. Abarca, por ejemplo, su detención militar al mismo día y la misma hora, los tremendos viajes de los expulsos desde América, el motín de Esquilache, el acoso y derribo del papa Clemente XIV, que había sido elegido con la condición de cargarse a los jesuitas; los encarcelados en Portugal y El Puerto de Santa María y un sin fin de intrigas y ambiciones. No existe ni siquiera un manual que intente abarcarlo todo.

-¿Por qué una novela y no un libro de Historia?
-Una monografía histórica se caería de las manos para un lector de calle. Procuro que mis novelas sea muy rigurosas. Me limito a la puesta en escena y la vertebradura narrativa.

-Sin chafar el desenlace, ¿cuál es en síntesis su argumento?
-Cuenta la vida de dos hermanos gallegos, hijos del secretario del Consejo de Estado de Carlos III. Los dos estudian en el colegio de La Coruña e ingresan en el noviciado de Villagarcía. Uno, Mateo, el protagonista, abandona la Orden, y, por amor de su hermosa prima, dama de la Corte, se ve inmerso en la pesquisas secretas de los ministros Roda, Aranda y Campomanes, y en las ulteriores intrigas vaticanas de Floridablanca. Javier, su hermano persevera en la Compañía y vive en propia carne el drama de la expulsión y supresión.

-¿Cual era la verdadera causa por lo que esos ministros odiaban a muerte a los hijos de San Ignacio?
-Eran "manteistas", alumnos no pertenecientes a la nobleza, que por fin habían alcanzado el poder, frente a los "colegiales", que lo habían ostentando antes. La corte estaba dividida en pro-jesuitas y antijesuitas. Estos últimos, junto al confesor franciscano Gilito, padre Osma convencieron al rey y organizaron todo.

-Y Carlos III, del que se dice que era tan pío, ¿cómo se atrevió? ¿Cuáles eran las razones que se guardó en su "real pecho"?
-La más potente, el miedo. Sus colaboradores le persuadieron de que el Motín de Esquilache había sido provocado por los jesuitas. De modo que huyó aterrorizado a Aranjuez sin querer regresar durante meses a Madrid. Otra poderosa razón fue el regalismo, la feroz autonomía religiosa frente a Roma del Despotismo Ilustrado, y también el cuarto voto jesuítico de obediencia al Papa. La peor influencia la ostentó Tanucci, el amigo italiano del rey en cartas casi diarias desde Nápoles.

-¿Cómo el Papa se dejó persuadir por las cortes borbónicas?
-Las sucesivas expulsiones de Portugal, Francia y España y las continuas amenazas de los borbones, incluso de llegar a invadir los territorios pontificios acabaron por doblegarle. Clemente XIV murió persuadido de los jesuitas iban a envenenarle. Pero está probado y reconocido incluso por los mismo enemigos de la Compañía, que el único veneno que acabó con el papa y fraile franciscano Galgagnani fue su obsesión, el miedo.

-El embajador español ante la Santa Sede, Floridablanca, ¿llegó a ser tan poderoso?
-Lo prueba la numerosa correspondencia que se conserva con Madrid. Además compró con dinero, regalos, mitras y sobornos al confesor del Papa y a sus más cercanos colaboradores.

-¿Cuantos años estuvo la Compañía canónicamente suprimida? ¿Cómo logró cierta supervivencia?
-Estuvo extinguida en la Iglesia por el breve Dominus ac Redemptor durante cuarenta años (1773-1814) hasta que la restableció Pío VII. Mientras tanto, un retén sobrevivió en la Rusia Blanca, porque la zarina Catalina se negó a suprimirla en sus territorios. De aquel rescoldo brotaría años después la renacida orden.

-¿Cuáles son en tu novela los momentos más dramáticos de esa historia?
-La detención a bayoneta calada y la expulsión en cuatro flotas de la Marina en 1767 de España, América y Filipinas; la navegación increíble, sin que el Papa les permitiera desembarcar en los Estados Pontificios; la angustiosa vida de los expulsos en Córcega y Bolonia; el control férreo del gobierno, a través de una "pensión real", a los desterrados y el momento en que el Papa firma su supresión.

-Pero los jesuitas eran entonces muy poderosos. ¿Qué cuota de culpa tuvieron en estos hechos?
-Efectivamente la Orden estaba en su cenit de apogeo e influjo en Roma y el mundo, como confesores de reyes, e intelectualmente por sus universidades y colegios. Influían también los celos del clero y otros religiosos; las cuestiones teológicas como el jansenismo, la doctrina del tirinacidio del padre Mariana, los intentos de beatificar a Palafox, la publicación de la famosa novela "Fray Gerundio" del padre Isla, y sobre todo las calumnias a cerca de las Reducciones jesuitas de América. Los borbones llegaron a creerse las calumnias de que estos religiosos tenían preparado un "ejército de esclavos" en el Paraguay para invadir Europa e incluso un rey de sus misiones en la persona de un hermano coadjutor, que llamaron Nicolás I.

-La Iglesia y la sociedad española actuales, ¿tienen algún parecido con las de aquella época?
-Hoy, afortunadamente gozamos de separación entre Iglesia y Estado. Los gobiernos no tienen tanto influjo en la elección de un Papa, cuyo poder, pese a su prestigio moral, es ahora más espiritual que temporal. Pero hay entre nosotros un resurgir del clericalismo y anticlericalismo que fomenta el odio y da que pensar. Los obispos españoles no han acabado de creerse y aceptar la aconfesionalidad, lo que les mantiene a la defensiva y alineados prácticamente con la derecha política. Eso por otra parte es aprovechado por cierto laicismo militante, que cuenta con un muñeco fácil de caricaturizar al que lanzarle sus dardos.

-¿Cuál es la conclusión de su libro?
-Que lo mejor de aquellos hombres injustamente maltratados por el Estado fue su amor al Jesús del Evangelio en medio de terribles dificultades y la fidelidad a la espiritualidad de San Ignacio, que decía que les bastaban quince minutos de oración para quedarse tranquilo si la Compañía "se disolviera con sal en el agua". Se percibe en los diarios que se conservan, sobre todo el monumental de treinta tomos del padre Luengo.

-¿Por qué los jesuitas han sido varias veces expulsados de España a través de la historia y han tenido conflictos también con la Santa Sede?
-Los motivos son diversos según las circunstancias de cada época. La razón de fondo siempre es la misma: trabajar en las fronteras de la fe y la cultura, y una independencia de criterio, cuya base en mi opinión está en el despertar interior y la libertad de espíritu que proporcionan los Ejercicios de San Ignacio.

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