sábado, 26 de marzo de 2011

Del corazón, de sus pozos y su sed


Comentario al Evangelio del próximo domingo, tercera de Cuaresma (Juan 4, 5-42):

"Llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.

Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: “Dame de beber”. Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”. Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva”. “Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?”. Jesús le respondió: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”. “Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla”.

Jesús le respondió: “Ve, llama a tu marido y vuelve aquí”. La mujer respondió: “No tengo marido”. Jesús continuó: “Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad”. La mujer le dijo: “Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar”. Jesús le respondió: “Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”. La mujer le dijo: “Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo”. Jesús le respondió: “Soy yo, el que habla contigo”.

En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: “¿Qué quieres de ella?” o “¿Por qué hablas con ella?”. La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?”. Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: “Come, Maestro”. Pero él les dijo: “Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos se preguntaban entre sí: “¿Alguien le habrá traído de comer?”. Jesús les respondió: “Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: ‘uno siembra y otro cosecha’. Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos”.

Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que hice”. Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”."


Dame un poco de sed, que me estoy muriendo de agua. Así podría rezar el grito de una generación que teniéndolo casi todo, parece que no logra descubrir el sentido de la vida. Dentro de nuestro camino cuaresmal hoy se nos propone una escena conocida: la samaritana. El pozo en la literatura bíblica, es un lugar de encuentro, un espacio donde descansar y compartir. Los pozos determinan el itinerario terrestre y espiritual de aquel Pueblo que atravesó un desierto para llegar a la tierra de la Promesa. Por eso el pozo, el agua, se convertirán en símbolos de la cercanía de Dios, de la vida que ese Dios ofrece a sus hijos. La ausencia del agua será siempre para el Pueblo nómada y peregrino, una dura prueba que muchas veces terminará en infidelidad, en desconfianza e incluso en apos­tasía de Dios, como nos dirá la primera lectura de la misa.

Un pozo, una mujer y Jesús encuadran el Evangelio de este domingo. A lo largo de todo el relato, se van mezclando dos símbolos que en parte representan el centro de la persona, el corazón del hombre: el marido y el agua. La vida de aquella mujer había trans­currido entre maridos y entre viajes al pozo para sacar agua. La insuficiencia de un afecto no colmado (los seis maridos) y la insuficiente agua para calmar una sed insaciada (el pozo de Sicar), nos llevan a pensar en la otra insuficiencia: la de una tradición religiosa que aun teniendo rasgos de la que Jesús venía a culminar con su propia revelación, si faltaba Él era incompleta.

Por eso en el evangelio de Juan, el Señor se presentará como el Agua que sacia y como el Esposo que no desilusiona. Cuando no daban más de sí nuestros esfuerzos y empeños y seguíamos arrastrando todas las insuficiencias, lo que representa también en nosotros los mari­dos y la sed, el desencanto y la fatiga, ha venido a nuestro lado como esposo, como amigo, como agua... el Mesías esperado.

Desde todas nuestras preguntas, afanes y preocupaciones, desde nuestra aspiración a habitar un mundo más humano y fraterno que el que nos pinta la crónica diaria, Dios se nos acerca en nuestro camino, se sienta junto al brocal de nuestros pozos y cansancios, para revelársenos como nuestra fuente y nuestra sed. Ojalá que también nosotros podamos contagiar a nuestras gentes como aquella mujer lo hizo con los de su pueblo, y también nuestros contemporáneos puedan testimoniar: «Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sa­bemos que Él es de verdad el Salvador del mundo» (Jn 4,42).

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo

viernes, 18 de marzo de 2011

Parada y Fonda


Comentario al Evangelio del próximo domingo, segundo de Cuaresma (Mateo 17, 1-9):

"Seis días más tarde llamó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada. Delante de ellos se transfiguró: su rostro resplandeció como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:
-Señor, ¡qué bien se está aquí! Si te parece, armaré tres carpas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa les hizo sombra y de la nube salió una voz que decía:
-Este es mi Hijo querido, mi predilecto. Escúchenlo.
Al oírlo, los discípulos cayeron boca abajo temblando de mucho miedo. Jesús se acercó, los tocó y les dijo:
-¡Levántense, no tengan miedo!
Cuando levantaron la vista sólo vieron a Jesús. Mientras bajaban de la montaña, Jesús les ordenó:
-No cuenten a nadie lo que han visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos."


Es un refrán andarín del que se sabe peregrino: que hay que parar la andadura para llegar a feliz término en el camino, y solemos decirlo con esa expresión castiza: "parada y fonda". Algo así resulta el Monte Tabor como símbolo de algo muy querido en la vida de todo hombre. Todos tenemos en la vida un momento, una situación en que re­almente las co­sas van bien, van según las intuye y las sueña nuestro corazón. Por fugaces que sean estas situaciones, son reales, gratificantes, verdaderas. En el camino hacia Jerusalén, Jesús escoge a aquellos tres discípulos y les permite entrever y gozar por unos momen­tos la gloria de Dios, esa sensación de estar ante alguien que desdramatiza tus dramas, y con sola su presencia pone paz, una extraña pero verdadera paz en medio de todos los contrastes, dudas, can­sancios y dificultades con los que la vida nos convida con demasiada frecuencia.

Por unos momentos, estos tres hombres han hecho como parada y fonda en su fa­tiga cotidiana, han tenido la experiencia de lo extraordinario, de lo que es más grande que sus mezquindades y tropiezos, de la luz que es mayor que todas sus oscuridades juntas. Ha sido un intervalo en el camino, pero ahora hay que seguir caminando a Jerusalén. Por impor­tantes que sean este tipo de momentos, la vida no se reduce a éstos.

El fin de la vida, de toda vida -incluida la cristiana-, no es encontrar un nido agradable, ni hallar un paraíso libre de impuestos y pesares. El fin de la vida es realizar el plan que Dios nos confió a todos y a cada uno, encontrarse con Jesús, y con Él caminar hacia su Pascua, entrar en ella, acogerla y vivirla. Aquellos tres discípulos no habrían podido llegar a la Pascua si no hubieran ba­jado de la montaña. Si se hubieran apropiado del don de la gloria de Dios, si hubieran amado más los consuelos de Dios que al Dios de los consuelos, si se hubieran encerrado en sus tiendas agradables, no habrían podido seguir a Jesús que haciendo el plan que el Padre le trazó, seguía ade­lante, bajaba de la Transfiguración de su tabor y subía al Jerusalén de su calvario.

Nuestra condición de cristianos no nos exime de ningún dolor, no nos evita nin­guna fatiga, no nos desgrava ante ningún impuesto. Hemos de redescubrir siempre, y la cuaresma es un tiempo propicio, que ser cristiano es seguir a Jesús, en el Tabor o en el Calvario; cuando todos le buscan para oír su voz y como cuando le buscan para acallársela; cuando todos le aclaman ¡hosannas!, como cuando le gritan ¡crucifixión! En el Evangelio de este domingo volvemos a escuchar también nosotros: no tengáis miedo... pero levantaos, bajad de la montaña y emprended el camino.

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo

viernes, 11 de marzo de 2011

Un camino de alegría


Comentario al Evangelio del próximo domingo 13 de marzo, primero de Cuaresma (Mateo 4, 1-11):

"Entonces Jesús, movido por el Espíritu, se retiró al desierto para ser tentado por el Diablo. Hizo un ayuno de cuarenta días con sus noches y al final sintió hambre. Se acercó el Tentador y le dijo:
-Si eres Hijo de Dios, dí que estas piedras se conviertan en pan.
El contestó:
-Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Luego el Diablo se lo llevó a la Ciudad Santa, lo colocó en la parte más alta del templo y le dijo:
-Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, pues está escrito: Ha dado órdenes a sus ángeles sobre tí; te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece en la piedra.
Jesús respondió: No pondrás a prueba al Señor, tu Dios.
De nuevo se lo llevó el Diablo a una montaña altísima y le mostró todos los reinos del mundo en su esplendor, y le dijo:
-Todo esto te lo daré si te postras para adorarme.
Entonces Jesús le replicó:
-¡Aléjate, Satanás! Que está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, a él sólo darás culto.
De inmediato lo dejó el Diablo y unos ángeles vinieron a servirle."


Antes de la escucha de la Palabra de Dios, antes de las ofrendas, antes de la comunión, la misa tiene un comienzo humilde: recordarnos que somos pecadores. No es una humillación que te aplasta, sino que es la que te permite recomenzar. La liturgia de cuaresma comienza con una afirmación impopular, que es quizás la que nos ha colgado a los cristianos el sambenito de tener una fe oscurantista. La afirmación es que necesitamos convertirnos porque somos indigentes. El salmo responsorial del primer domingo de cuaresma dice preci­samente: "Reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado" (Sal 50). Y sin embargo si el pecado (y todos nuestros fracasos y limitaciones) tuviese la palabra última y fatal, eso sería lo triste.

Eso del pecado y eso de ser pecadores, no es un "tic" cristiano, sino una realidad patente. El cristiano le pone nombre, lo reconoce, y le ofrece una solución, pero el pecado no es invención del Cristianismo. Pensemos en la generosa gama de corrupciones, inmoralidades, violaciones, robos, homicidios, injusticias, depravaciones... Pensemos en todos esos sucesos que llenan hoy día las páginas luctuosas. Estas cosas son pecado, pero no existen porque los cristia­nos las cataloguemos como tales, sino justamente al revés: porque se dan por eso las llamamos pecado y las ponemos un nombre.

No obstante, si sólo llegásemos a denominar nuestro fracaso, nuestros fallidos intentos de ser felices sin ofender, sin manchar, sin machacar, el Cristianismo sería cruel por advertirnos anticipadamente de un mal que no tiene cura, de algo que realmente no tiene solución. Pero este es precisamente el núcleo del acontecimiento cristiano: que la salvación, la felicidad, la superación de todo pecado, de todo fracaso y de toda muerte se llama Jesucristo.

Por eso el salmo 50 continúa diciendo: "Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme... devuélveme la alegría de tu salvación". Efectivamente, el mensaje de la cuaresma cristiana no es la condena a un terrible paredón, sino precisa­mente la más grande, la más inesperada y la más inmerecida de las amnistías.

Comienza la cuaresma. Es el desierto de todas nuestras tentaciones en donde se nos salva de la soledad librándonos de nuestras seducciones funestas. Comienza un tiempo de penitencia, de ayuno y de oración, para prepararnos a la acogida renovada de la Luz pascual que viene a iluminar todas nuestras oscuridades, la acogida de la salvación del Hijo de Dios en cuyas heridas todas las nuestras han sido curadas, la acogida de la victoria del Resucitado que viene a triunfar sobre todas nuestras muertes. Por eso, paradójicamente... la cuaresma es camino de alegría.

Monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo

miércoles, 9 de marzo de 2011

Teólogo: un ser casi imposible


A mucha gente le extraña que siendo teólogo y filósofo de formación me meta en asuntos ajenos a estas disciplinas como la ecología, la política, el calentamiento global y otros. Yo siempre respondo: hago teología pura, pero me ocupo también de otros temas justamente porque soy teólogo. La tarea del teólogo, ya lo enseñaba el mayor de todos, Tomás de Aquino, en la primera cuestión de la Summa Teológica es estudiar a Dios y su revelación, y después todas las demás cosas «a la luz de Dios» (sub ratione Dei), pues Él es el principio y el fin de todo.

Por lo tanto, corresponde a la teología ocuparse también de otras cosas que no son Dios, pero haciéndolo «a la luz de Dios». Hablar de Dios y también de las cosas es una tarea casi irrealizable. La primera: ¿Cómo hablar de Dios si Él no cabe en ningún diccionario? La segunda: ¿cómo reflexionar sobre todas las demás cosas, si los saberes sobre ellas son tantos que nadie individualmente puede dominarlos? Lógicamente, no se trata de hablar de economía como un economista o de política como un político, sino de hablar de tales materias en la perspectiva de Dios, lo que presupone conocer previamente esas realidades de forma crítica y no ingenua, respetando su autonomía y acogiendo sus resultados más seguros. Solamente después de esta ardua labor, puede el teólogo preguntarse: ¿Cómo quedan esas realidades cuando son confrontadas con Dios? ¿Cómo encajan en una visión más trascendente de la vida y de la historia?

Hacer teología no es una tarea como cualquier otra, como ir al cine o al teatro. Es una cosa serísima pues se trabaja con la categoría «Dios», que no es un objeto tangible como todos los demás. Por eso no tiene ningún sentido la búsqueda de la partícula «Dios» en los confines de la materia o en el interior del «Campo Higgs». Eso supondría que Dios sería parte del mundo. De ese Dios soy ateo. Sería un pedazo del mundo y no Dios. Hago mías las palabras de un sutil teólogo franciscano, Duns Scotus (+1308) que escribió: «Si Dios existe como las cosas existen, entonces Dios no existe».

Es decir, Dios no es del orden de las cosas que pueden ser encontradas y descritas. Él es la Precondición y el Soporte para que esas cosas existan. Sin Él las cosas habrían quedado en la nada o volverían a la nada. Esta es la naturaleza de Dios: no ser cosa sino el Origen de las cosas. Aplico a Dios como Origen lo que los orientales aplican a la fuerza que les permite pensar: «la fuerza por la cual el pensamiento piensa, no puede ser pensada». El Origen de las cosas, no puede ser cosa.

Como se deduce, es muy complicado hacer teología. Henri Lacordaire (+1861), el gran orador francés, dijo con razón: «El doctor católico es un hombre casi imposible pues tiene que conocer todo el depósito de la fe y los hechos del papado y también lo que san Pablo llama los Elementos del mundo, es decir, todo todo». Recordemos lo que afirmó René Descartes (+1650) en el Discurso del Método, base del saber moderno: «si yo quisiera hacer teología, tendría ser más que un hombre». Y Erasmo de Rotterdam (+1536), el gran sabio de los tiempos de la Reforma, observaba: «existe algo de sobrehumano en la profesión de teólogo». No nos admira que Martin Heidegger haya dicho que una filosofía que no se ha enfrentado a las preguntas de la teología, no ha llegado plenamente a sí misma. Digo esto no como automagnificación de la teología sino como confesión de que su tarea es casi impracticable, cosa que siento día a día.

Lógicamente, hay una teología que no merece este nombre porque es perezosa y renuncia a pensar en Dios. Solamente piensa lo que los otros han pensado o lo que han dicho los papas. Mi sentimiento del mundo me dice que hoy la teología en cuanto teología tiene que proclamar a gritos: tenemos que conservar la naturaleza y entrar en armonía con el universo, porque son el gran libro que Dios nos ha entregado. Ahí se encuentra lo que Dios nos quiere decir. Porque dejamos de leer este libro, nos dio otro, las Escrituras, cristianas y de otros pueblos, para que reaprendiésemos a leer el libro de la naturaleza. Hoy está siendo devastada. Y con ella destruimos nuestro acceso a la revelación de Dios. Tenemos pues que hablar de la naturaleza y del mundo a la luz de Dios y de la razón. Sin la naturaleza y el mundo preservados, los libros sagrados perderían su significado que es reenseñarnos a leer la naturaleza y el mundo. El discurso teológico tiene, pues, su lugar junto con los demás discursos.

Leonardo Boff

Nace "Rezando voy": Oración diaria en audio por internet


Este Miércoles de Ceniza, arrancó la nueva propuesta de internet de la Compañía de Jesús: una nueva web que ofrece en español oraciones diarias para escuchar o descargar. Rezandovoy es una iniciativa de la pastoral jesuita que --explica la nueva página en su presentación- no sería posible "sin la ayuda de un grupo enorme de instituciones, que nos prestan su apoyo económico, material y personal". Es una web que ofrece en español oraciones diarias en formato audio para escuchar directamente o descargar en el reproductor de mp3 o en el I-pod.

Entre estas instituciones están, en primer lugar, La Compañía de Jesús, que respalda y sostiene el proyecto. Las editoriales Sal Terrae y Mensajero, que llevan toda la gestión administrativa de la oficina. El Instituto Nevares de Empresarios Agrarios (INEA), "en cuyos espacios tenemos la sede y con cuyo apoyo incondicional contamos", explican. Otras instituciones, como el Apostolado de la Oración, ayudan económicamente.

Los responsables de prayasyougo tuvieron la idea original y han asesorado en la creación de la nueva página, así como los encargados de passo-a-rezar, la versión en portugués. "Su experiencia es de gran ayuda para nosotros", afirman los impulsores de la iniciativa preparada para esta Cuaresma. La oficina de pastoral jesuita informa además que existe un apartado de Difusión en el que se pueden descargar distintos materiales para dar a conocer rezandovoy: desde carteles a flyers, fondos de escritorio o algún documento explicando el proyecto.

Un equipo de colaboradores, redactores y voluntarios ayudan en el laborioso proceso de producción de materiales. Y diversas personas e instituciones han facilitado recursos, ideas y apoyo. Entre ellos, Maite López, Cristóbal Fones, Editorial San Pablo, Ateliers et Presses de Taizé, Monasterio de Santo Domingo de Silos, Ixcís, Luis Guitarra, Ludovico Einaudi, Kairoi, Ain Karem, Hyperion, Wrasse Records, Oregon Catholic Press y Brotes de Olivo.

"Ojalá sea, para todos, ocasión de adentrarnos en este mundo tan necesario de la búsqueda de Dios cada día", concluyen. Para saber más: www.rezandovoy.org

martes, 8 de marzo de 2011

El Papa celebrará el Miércoles de Ceniza en la Basílica de Santa Sabina


Con ocasión del Miércoles de Ceniza –este 9 de marzo–, día de comienzo de la Cuaresma, Benedicto XVI presidirá la Estación cuaresmal en la Basílica romana de Santa Sabina en el Aventino. Esta antigua basílica, construida en el siglo V en el lugar donde, según la tradición, vivía la santa matrona romana Sabina, fue entregada por el papa Honorio III a santo Domingo de Guzmán, como sede de la orden dominica en Roma.

La celebración, según informó el pasado fin de semana la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, se desarrollará de esta forma: a las 16,30 h., en la iglesia de San Anselmo en el Aventino, tendrá lugar un momento de oración, al que seguirá la procesión penitencial hacia la Basílica de Santa Sabina. En la procesión tomarán parte los cardenales, los arzobispos, los monjes benedictinos de San Anselmo, los dominicos de Santa Sabina y algunos fieles. Al final de la procesión, en la Basílica de Santa Sabina, tendrá lugar la celebración de la Eucaristía con el rito de bendición y de imposición de las cenizas.

La costumbre de celebrar en Cuaresma la Misa “estacional” se remonta a los siglos VII-VIII, cuando el Papa celebraba la Eucaristía asistido por todos los sacerdotes de las iglesias de Roma, en una de las 43 basílicas estacionales de la Ciudad. Tras una oración inicial, comenzada la Procesión de una iglesia a otra mientras se cantaban las Letanías de los Santos, y se concluía con la celebración de la Eucaristía. Al final de la Misa, los sacerdotes tomaban el pan eucarístico (fermentum) y lo llevaban a los fieles que no habían podido participar, para indicar la comunión y la unidad entre todos los miembros de la Iglesia.

La imposición de las cenizas era un rito reservado al principio a los penitentes públicos, que pedían ser reconciliados durante la Cuaresma. Con todo, por humildad y reconociéndose necesitados de reconciliación, el Papa, el clero y después todos los fieles quisieron con el paso del tiempo recibir también las cenizas.

La Estación Cuaresmal indica la dimensión peregrinante del pueblo de Dios que, en preparación a la Semana Santa, intensifica el desierto cuaresmal y experimenta la lejanía de la “Jerusalén” hacia la cual se dirigirá el Domingo de Ramos, para que el Señor pueda completar – en la Pascua – su misión terrena y realizar el designio del Padre.

MENSAJE DEL PAPA PARA LA CUARESMA 2011


Cuaresma, tiempo bautismal

“Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado” (cf. Col 2, 12)

Queridos hermanos y hermanas:
La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La Comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del Misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf. Prefacio I de Cuaresma).

1. Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando «al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo» (Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de enero de 2010). San Pablo, en sus Cartas, insiste repetidamente en la comunión singular con el Hijo de Dios que se realiza en este lavacro. El hecho de que en la mayoría de los casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia «los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2, 5) se comunica al hombre gratuitamente.

El Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Filipenses, expresa el sentido de la transformación que tiene lugar al participar en la muerte y resurrección de Cristo, indicando su meta: que yo pueda «conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11). El Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la Gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.

Un nexo particular vincula al Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la Gracia que salva. Los Padres del Concilio Vaticano II exhortaron a todos los Pastores de la Iglesia a utilizar «con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal» (Sacrosanctum Concilium, 109). En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf.Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia.

2. Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor —la fiesta más gozosa y solemne de todo el Año litúrgico—, ¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios? Por esto la Iglesia, en los textos evangélicos de los domingos de Cuaresma, nos guía a un encuentro especialmente intenso con el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva de recibir el Sacramento del renacimiento, y para quien está bautizado, con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a él.

El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la Gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida (cf. Ordo Initiationis Christianae Adultorum, n. 25). Es una llamada decidida a recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con él, una lucha «contra los Dominadores de este mundo tenebroso» (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal.

El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor.

La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín.

El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». «Creo, Señor» (Jn 9, 35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente. El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como «hijo de la luz».

Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: «Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto?» (Jn 11, 25-26). Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Jesús de Nazaret: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (v. 27). La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en él. La fe en la resurrección de los muertos y la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza.

El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la Gran Vigilia de la Noche Santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos «del agua y del Espíritu Santo», y confirmamos de nuevo nuestro firme compromiso de corresponder a la acción de la Gracia para ser sus discípulos.

3. Nuestro sumergirnos en la muerte y resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo, nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales, de un vínculo egoísta con la «tierra», que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo. En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (cf. 1 Jn 4, 7-10). La Cruz de Cristo, la «palabra de la Cruz» manifiesta el poder salvífico de Dios (cf. 1 Co 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (cf. Enc. Deus caritas est, 12). Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo. El ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo (cf. Mc 12, 31).

En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez de dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, única fuente de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar, como el rico de la parábola: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años... Pero Dios le dijo: "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma"» (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.

En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. La oración nos permite también adquirir una nueva concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la trascendencia, simplemente marca nuestros pasos hacia un horizonte que no tiene futuro. En la oración encontramos, en cambio, tiempo para Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán» (cf. Mc 13, 31), para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos» (cf. Jn 16, 22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna.

En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte» (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo, como san Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.

Queridos hermanos y hermanas, mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo. Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la Gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el Sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico. Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna.

sábado, 5 de marzo de 2011

UNA ESCUCHA EDIFICANTE


Comentario al Evangelio del próximo domingo, noveno del tiempo ordinario (Mateo 7, 21-27):

"No todo el que me diga: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre en el cielo. Cuando llegue aquél día, muchos me dirán: ¡Señor, Señor! ¿No hemos profetizado en tu nombre? ¿No hemos expulsado demonios en tu nombre? ¿No hemos hecho milagros en tu nombre? Y yo entonces les declararé: Nunca los conocí; apártense de mí, ustedes que hacen el mal.
Así pues, quien escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a un hombre prudente que construyó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa; pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre la roca.
Quien escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a un hombre tonto que construyó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos, golpearon la casa y esta se derrumbó. Fue una ruina terrible."


En la gran exhortación bíblica que atraviesa toda la Escritura Santa, se nos invita a escuchar a Dios: "Escucha, Israel" ..."Este es mi Hijo bienamado, escuchadle". El que hizo las cosas diciéndolas: "Dijo Dios, hágase", las rehace a través de la palabra redentora de su propio Hijo. No es por tanto una cuestión secundaria lo de escuchar a Dios, y por este motivo la Iglesia nos convoca para escuchar juntos los hablares del Señor cada domingo.

Nos dice el libro del Deuteronomio que Dios pone ante nuestros ojos una bendición y una maldición (Deut 11,18-28), como para indicarnos que en la realidad en la que nuestra vida se desenvuelve hay siempre una gran cuestión: cómo se sitúa nuestra libertad. Y es aquí donde encontramos una llamada de atención que examina en definitiva nuestra actitud oyente. Porque podemos escuchar de tantos modos a este Deus loquens, un Dios que tiene boca y que sabe y quiere hablarnos. Podría sonarnos en el oído la letra de su voz e incluso saber tatarear la música escondida en su relato, y aprendernos de carrerilla incluso alguna oración: "Señor, Señor...", como irónicamente nos dice el Evangelio. Y a pesar de todo ello, permanecer sordos a lo que hablándonos Dios nos quiere dar, hacer, alertar, confirmar o reprender.

El Evangelio de este domingo nos pone precisamente ante ese juego de la libertad en la cual se cifra nuestra calidad oyente del Señor que nos habla. Y viene a preguntarnos plásticamente sobre qué firme edificamos nuestra vida, a qué, a quién y cómo entregamos nuestra entrega cuando nos damos. Si lo que es importante en nuestra vida como es el amor, los ensueños, aquello en lo que nos empeñamos o lo que guardamos como recuerdo, lo construimos sobre una arena movediza que no tiene fundamento, es arriesgarse irresponsablemente a que nuestra vida sea fatalmente vulnerable, insulsa, vacía, sin significado y víctima de la improvisación o de cualquier desaprensivo ataque.

Escuchar al Señor es edificar sobre la roca, caminar en la compañía de su Palabra que nos da la vida, que nos ilumina en las cañadas oscuras, que en medio de las tormentas nos pacifica, que es capaz de ablandar nuestra dureza de corazón, y con su verdad nos salva de la mentira. Pero este tipo de escucha honda y sincera, es la que traduce a la vida concreta lo que ha escuchado de los labios de Dios: no os contentéis con oír la Palabra, sino poned por obra lo que habéis escuchado. Lo que decimos con los labios no lo contradigan nuestras obras, y que éstas sean el fiel reflejo de lo que hemos oído al Señor.

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo

miércoles, 2 de marzo de 2011

Benedicto XVI: La Iglesia debe hablar el "nuevo lenguaje" de la comunicación


Benedicto XVI considera que la Iglesia católica debe aprender y hablar el "nuevo lenguaje" de los medios de comunicación de las redes digitales. Fue el desafío que dejó este lunes a los participantes en la asamblea plenaria del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales que reúne hasta el jueves en el Vaticano a pastores, comunicadores y expertos de la comunicación de los cinco continentes.

"No se trata solamente de expresar el mensaje evangélico en el lenguaje de hoy, sino que hay que tener el valor de replantear de una manera más profunda, como ha sucedido en otras épocas, la relación entre la fe, la vida de la Iglesia y los cambios que el hombre está viviendo", aclaró el pontífice.

El pontífice dejó por tanto al Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales la tarea de profundizar en la "cultura digital", "estimulando y apoyando la reflexión para una mayor conciencia sobre los retos que esperan a la comunidad eclesial y civil".

El obispo de Roma alentó a quienes le escuchaban en "el compromiso de ayudar a cuantos tienen responsabilidad en la Iglesia a ser capaces de entender, interpretar y hablar el 'nuevo lenguaje' de los media en función pastoral, en diálogo con el mundo contemporáneo". Para ello, según constató, es necesario responder a estas preguntas: "¿Qué desafíos plantea a la fe y a la teología el llamado pensamiento digital? ¿Qué preguntas y requisitos?".

Nuevos símbolos y metáforas: "La cultura digital plantea nuevos desafíos a nuestra capacidad de hablar y de escuchar un lenguaje simbólico que hable de la trascendencia", reconoció. Jesús mismo, recordó el sucesor del apóstol Pedro, "en el anuncio del Reino supo utilizar elementos de la cultura y del ambiente de su tiempo: el rebaño, los campos, el banquete, las semillas etc.".

"Hoy somos llamados a descubrir, también en la cultura digital, símbolos y metáforas significativas para las personas, que puedan ser de ayuda al hablar del Reino de Dios al hombre contemporáneo", invitó el Papa.

Una comunicación humana: La propuesta del Papa es "promover una comunicación verdaderamente humana", que debe analizar el nuevo fenómeno comunicativo "más allá de todo entusiasmo o escepticismo fácil". La contribución de los creyentes, aseguró, debe ayudar "al propio mundo de los medios de comunicación, abriendo horizontes de sentido y de valor que la cultura digital no es capaz por sí sola de entrever y de representar".