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viernes, 10 de junio de 2011
Recordar y enseñar
Comentario al Evangelio del domingo de Pentecostés (Juan 20, 19-23):
"Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio y les dice:
-La paz esté con ustedes.
Después de decir esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió:
-La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes.
Al decir esto, sopló sobre ellos y añadió:
-Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados les quedaran personados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos."
Han pasado los días de resurrección. Tras diversas manifestaciones a los discípulos, Jesús ha cumplido ese periplo último de transmitir a los suyos el encargo recibido del Padre, al que ha vuelto para prepararnos una morada y seguir acompañándonos de otro modo. Pero Él prometió el envío del Espíritu Santo.
Con la fiesta de Pentecostés que celebramos en este domingo hemos llegado al final de todo el ciclo pascual. Tras las ascensión de Jesús, los discípulos volvieron a Jerusalén como se les había indicado. Allí esperarían el cumplimiento de la promesa del Espíritu. “Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés”. Allí, en la sala donde tuvo lugar la última Cena, solían reunirse regularmente, eran concordes, y oraban como incipiente comunidad cristiana con algunas mujeres y con María, la madre de Jesús.
La tradición cristiana siempre ha visto en esta escena el prototipo de la espera del Espíritu. Esperar porque quien lo ha prometido es fiel. Esperar orando, porque el Espíritu es imprevisible: se sabe que ha llegado, pero no por dónde llega ni a dónde nos lleva, y por eso es necesario saber aguardar y acoger. María, era una mujer que sabía de la fidelidad de Dios, de cómo Él hace posible lo que para nosotros es imposible; ella había aprendido a guardar en su corazón todo lo que Dios le manifestaba. Ella era, la que reunía en el Cenáculo a la primitiva iglesia.
Se da un cambio importante en el interior de toda aquella gente, que desde los sucesos del Gólgota no acababan de despegar de sus miedos e inseguridades. Tras la llegada del Espíritu esperado, a aquellos mismos hombres y mujeres se les comienza a ver y a escuchar: “se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería”.
Era aquel momento como una ventana del mundo. A diferencia de la torre de Babel, con la que los hombres trataban de construir su propia maravilla para conquistar a ese Dios que no pudieron arrebatar comiendo la fruta prohibida del jardín del Edén, ahora en Jerusalén ocurría lo contrario: que las maravillas que se escuchaban eran las de Dios, y que lejos de ser víctimas de la confusión, aun hablando lenguas distintas, eran las justas y necesarias para entenderse y para hacerse entender.
Los discípulos de Jesús que formamos su Iglesia, en nuestro tiempo y en nuestro lugar, estamos llamados a continuar lo que Jesús comenzó. El Espíritu nos da su fuerza, su luz, su consejo, su sabiduría para que a través nuestro también puedan seguir escuchando hablar de las maravillas de Dios y asomarse a su proyecto de amor otros hombres, otras culturas, otras situaciones.
El Espíritu recuerda y enseña en plenitud, lo que ya está dicho para siempre en Jesús. Así traduce desde nuestra vida, aquel viejo, nuevo y eterno anuncio de Buena Nueva. Esto fue y sigue siendo el milagro y el regalo de Pentecostés.
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm arzobispo de Oviedo
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sábado, 26 de marzo de 2011
Del corazón, de sus pozos y su sed
Comentario al Evangelio del próximo domingo, tercera de Cuaresma (Juan 4, 5-42):
"Llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.
Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: “Dame de beber”. Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”. Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva”. “Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?”. Jesús le respondió: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”. “Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla”.
Jesús le respondió: “Ve, llama a tu marido y vuelve aquí”. La mujer respondió: “No tengo marido”. Jesús continuó: “Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad”. La mujer le dijo: “Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar”. Jesús le respondió: “Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”. La mujer le dijo: “Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo”. Jesús le respondió: “Soy yo, el que habla contigo”.
En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: “¿Qué quieres de ella?” o “¿Por qué hablas con ella?”. La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?”. Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: “Come, Maestro”. Pero él les dijo: “Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos se preguntaban entre sí: “¿Alguien le habrá traído de comer?”. Jesús les respondió: “Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: ‘uno siembra y otro cosecha’. Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos”.
Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que hice”. Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”."
Dame un poco de sed, que me estoy muriendo de agua. Así podría rezar el grito de una generación que teniéndolo casi todo, parece que no logra descubrir el sentido de la vida. Dentro de nuestro camino cuaresmal hoy se nos propone una escena conocida: la samaritana. El pozo en la literatura bíblica, es un lugar de encuentro, un espacio donde descansar y compartir. Los pozos determinan el itinerario terrestre y espiritual de aquel Pueblo que atravesó un desierto para llegar a la tierra de la Promesa. Por eso el pozo, el agua, se convertirán en símbolos de la cercanía de Dios, de la vida que ese Dios ofrece a sus hijos. La ausencia del agua será siempre para el Pueblo nómada y peregrino, una dura prueba que muchas veces terminará en infidelidad, en desconfianza e incluso en apostasía de Dios, como nos dirá la primera lectura de la misa.
Un pozo, una mujer y Jesús encuadran el Evangelio de este domingo. A lo largo de todo el relato, se van mezclando dos símbolos que en parte representan el centro de la persona, el corazón del hombre: el marido y el agua. La vida de aquella mujer había transcurrido entre maridos y entre viajes al pozo para sacar agua. La insuficiencia de un afecto no colmado (los seis maridos) y la insuficiente agua para calmar una sed insaciada (el pozo de Sicar), nos llevan a pensar en la otra insuficiencia: la de una tradición religiosa que aun teniendo rasgos de la que Jesús venía a culminar con su propia revelación, si faltaba Él era incompleta.
Por eso en el evangelio de Juan, el Señor se presentará como el Agua que sacia y como el Esposo que no desilusiona. Cuando no daban más de sí nuestros esfuerzos y empeños y seguíamos arrastrando todas las insuficiencias, lo que representa también en nosotros los maridos y la sed, el desencanto y la fatiga, ha venido a nuestro lado como esposo, como amigo, como agua... el Mesías esperado.
Desde todas nuestras preguntas, afanes y preocupaciones, desde nuestra aspiración a habitar un mundo más humano y fraterno que el que nos pinta la crónica diaria, Dios se nos acerca en nuestro camino, se sienta junto al brocal de nuestros pozos y cansancios, para revelársenos como nuestra fuente y nuestra sed. Ojalá que también nosotros podamos contagiar a nuestras gentes como aquella mujer lo hizo con los de su pueblo, y también nuestros contemporáneos puedan testimoniar: «Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es de verdad el Salvador del mundo» (Jn 4,42).
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo
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viernes, 18 de marzo de 2011
Parada y Fonda
Comentario al Evangelio del próximo domingo, segundo de Cuaresma (Mateo 17, 1-9):
"Seis días más tarde llamó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada. Delante de ellos se transfiguró: su rostro resplandeció como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:
-Señor, ¡qué bien se está aquí! Si te parece, armaré tres carpas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa les hizo sombra y de la nube salió una voz que decía:
-Este es mi Hijo querido, mi predilecto. Escúchenlo.
Al oírlo, los discípulos cayeron boca abajo temblando de mucho miedo. Jesús se acercó, los tocó y les dijo:
-¡Levántense, no tengan miedo!
Cuando levantaron la vista sólo vieron a Jesús. Mientras bajaban de la montaña, Jesús les ordenó:
-No cuenten a nadie lo que han visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos."
Es un refrán andarín del que se sabe peregrino: que hay que parar la andadura para llegar a feliz término en el camino, y solemos decirlo con esa expresión castiza: "parada y fonda". Algo así resulta el Monte Tabor como símbolo de algo muy querido en la vida de todo hombre. Todos tenemos en la vida un momento, una situación en que realmente las cosas van bien, van según las intuye y las sueña nuestro corazón. Por fugaces que sean estas situaciones, son reales, gratificantes, verdaderas. En el camino hacia Jerusalén, Jesús escoge a aquellos tres discípulos y les permite entrever y gozar por unos momentos la gloria de Dios, esa sensación de estar ante alguien que desdramatiza tus dramas, y con sola su presencia pone paz, una extraña pero verdadera paz en medio de todos los contrastes, dudas, cansancios y dificultades con los que la vida nos convida con demasiada frecuencia.
Por unos momentos, estos tres hombres han hecho como parada y fonda en su fatiga cotidiana, han tenido la experiencia de lo extraordinario, de lo que es más grande que sus mezquindades y tropiezos, de la luz que es mayor que todas sus oscuridades juntas. Ha sido un intervalo en el camino, pero ahora hay que seguir caminando a Jerusalén. Por importantes que sean este tipo de momentos, la vida no se reduce a éstos.
El fin de la vida, de toda vida -incluida la cristiana-, no es encontrar un nido agradable, ni hallar un paraíso libre de impuestos y pesares. El fin de la vida es realizar el plan que Dios nos confió a todos y a cada uno, encontrarse con Jesús, y con Él caminar hacia su Pascua, entrar en ella, acogerla y vivirla. Aquellos tres discípulos no habrían podido llegar a la Pascua si no hubieran bajado de la montaña. Si se hubieran apropiado del don de la gloria de Dios, si hubieran amado más los consuelos de Dios que al Dios de los consuelos, si se hubieran encerrado en sus tiendas agradables, no habrían podido seguir a Jesús que haciendo el plan que el Padre le trazó, seguía adelante, bajaba de la Transfiguración de su tabor y subía al Jerusalén de su calvario.
Nuestra condición de cristianos no nos exime de ningún dolor, no nos evita ninguna fatiga, no nos desgrava ante ningún impuesto. Hemos de redescubrir siempre, y la cuaresma es un tiempo propicio, que ser cristiano es seguir a Jesús, en el Tabor o en el Calvario; cuando todos le buscan para oír su voz y como cuando le buscan para acallársela; cuando todos le aclaman ¡hosannas!, como cuando le gritan ¡crucifixión! En el Evangelio de este domingo volvemos a escuchar también nosotros: no tengáis miedo... pero levantaos, bajad de la montaña y emprended el camino.
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo
viernes, 17 de diciembre de 2010
"Hágase en mí según tu palabra"
A - Cuarto domingo de Adviento Primera: Is 7, 10-14; Salmo 24; Segunda: Rom 1, 1-7; Evangelio: Mt 1, 18-24: "El nacimiento de Jesús, Mesías, sucedió así: su madre, María, estaba comprometida con José, y antes del matrimonio, quedó embarazada por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, pensó abandonarla en secreto. Ya lo tenía decidido, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: -José, hijo de David, no temas recibir a María como esposa tuya, pues la criatura que espera es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del profeta: Mira, la virgen está embarazada, dará a luz un hijo que se llamará Emanuel -que significa: Dios con nosotros- Cuando José se despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado y recibió a María como esposa. Y sin haber mantenido relaciones dio a luz un hijo, al cual llamó Jesús." Nexo entre las lecturas Si quisiéramos exponer en una palabra la síntesis de la liturgia de la Palabra de este cuarto domingo de adviento podríamos decir: "Emmanuel: que significa Dios con nosotros". Este domingo es una especie de vigilia litúrgica de la Navidad. En él se anuncia la llegada inminente del Hijo de Dios. Se subraya que este niño que nacerá en Belén es el prometido por las Escrituras y constituye la plena realización de la Alianza entre Dios y los hombres. La primera lectura (1L) expone el oráculo del profeta Isaías. El rey Acaz desea aliarse con el rey de Asiria para defenderse de las acechanzas de sus vecinos (rey de Damasco y rey de Samaria). Isaías se opone a cualquier alianza que no sea la alianza de Yavéh. Lo que el profeta propone al rey es una respuesta de fe y de confianza total en la providencia de Dios, verdadero rey de Jerusalén. El rey Acaz debía confiar en el Señor y no aliarse con ningún otro rey. Sin embargo, el rey Acaz ve las cosas desde un punto de vista terreno y naturalista: desea aliarse con el más fuerte, el rey de Asiria. Isaías sale a su encuentro y lo apremia: "pide un signo y Dios te lo dará. Ten confianza en Él". Sin embargo, el rey Acaz teme abandonarse en las manos de Dios y se excusa diciendo: "no pido ningún signo". En su interior había decidido la alianza con los hombres despreciando el precepto de Dios. Isaías se molesta y le ofrece el signo: "la Virgen está encinta y da a luz un hijo y le pone por nombre Emmanuel, es decir, Dios con nosotros". La tradición cristiana ha visto en este oráculo un anuncio del nacimiento de Cristo de una virgen llamada María (EV). Así lo interpreta el Evangelio de Mateo cuando considera la concepción virginal y del nacimiento de Cristo: María esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. Esta fe en Cristo se recoge admirablemente en el exordio de la carta a los romanos. San Pablo ofrece una admirable confesión de fe en Cristo Señor. Nacido según lo humano de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios (2L). Pablo subraya el origen divino del Mesías y, al mismo tiempo, su naturaleza humana como "nacido de la estirpe de David". Verdadero Dios y verdadero hombre. Mensaje doctrinal 1. El cumplimiento de las profecías. El cumplimiento de la Alianza. Tanto la carta a los romanos como el Evangelio indican que las profecías encuentran su cumplimiento en Cristo Jesús. "Todo ha sucedido para que se cumpliesen las Escrituras". Dirijamos nuestra atención al significado de la Alianza que Dios ha querido establecer con los hombres. El término "Berit"(Alianza) parece intraducible en nuestras lenguas, pero en todo caso indica esa benevolencia y compromiso gratuito de amor de Dios con los hombres. Es un pacto que nace del amor de Dios y encierra un plan de salvación maravilloso para la humanidad. Esta Alianza anunciada en el protoevangelio (Ge 3,15), expresada en el Arco Iris después del diluvio (Gen 9,12), establecida en el sacrificio de Abraham (Gen 15,8), llevada a una mayor realización en los eventos del Sinaí (Exodo 24, 1-11), encuentra su culmen en la Encarnación del Hijo de Dios. Dios que nos había hablado por los profetas, en los últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo (Cfr. Hb 1,1). Parece que nada ha hecho desistir a Dios de su amor y de su alianza con los hombres. Para los Santos Padres estaba claro que el amor a la humanidad era una marca propia de la naturaleza divina (San Gregorio de Nisa Or. Cat. XV, PG 45, 47ª), por ello consideran que la razón de la presencia de Dios entre los hombres (el Emmanuel) se debe al amor de Dios por ellos. 2. El misterio de Cristo. La concepción virginal del Señor conduce la mirada al misterio de Cristo. La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana. El "Emmanuel", es Dios con nosotros, es Dios mismo quien se reviste de carne humana para poder salvarnos de la muerte y del pecado. Él ha sido concebido en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo. En Cristo se tiene la plenitud de la revelación. En Cristo se cumplen todas las promesas y se revela el misterio escondido del que habla San Pablo. El vaticano II afirma: "La verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación". Y confirma: "Jesucristo, el Verbo hecho carne, ´hombre enviado a los hombres´, habla palabras de Dios (Jn 3,34) y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió (cf. Jn 5,36; 17,4). Por tanto, Jesucristo, con su total presencia y manifestación, con palabras y obras, señales y milagros, sobre todo con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, y finalmente, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con el testimonio divino. La economía cristiana, como la alianza nueva y definitiva, nunca cesará; y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Tm 6,14; Tit 2,13)". (Conc. Ecum Vat. II, Const. dogm. Dei verbum, 2). Estas verdades fundamentales hacen sólida nuestra fe y nos ayudan a comprender la riqueza de nuestra vocación cristiana de frente a tantas otras propuestas y creencias de salvación. 3. María y José: servidores fieles del plan de Dios. En este domingo aparece también la figura de María, fiel esclava del Señor, en quien se cumple el plan salvífico. Ella es la verdadera "arca de la alianza" en cuyo seno virginal se encarna el Verbo divino. Ella brilla por su disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo. Este fiat de María "Hágase en mí" ha decidido, desde el punto de vista humano, la realización del misterio divino. Se da una plena consonancia con las palabras del Hijo, que, según la carta a los Hebreos, al venir al mundo dice al Padre: "Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo... He aquí que vengo... a hacer, oh Dios, tu voluntad" (Hb 10, 5-7). El misterio de la Encarnación se ha realizado en el momento en el cual María ha pronunciado su fiat: "Hágase en mí según tu palabra", haciendo posible, en cuanto concernía a ella según el designio divino, el cumplimiento del deseo de su Hijo." (Redemptoris Mater 14). ¡Qué modelo de obediencia de fe a las palabras divinas! Aquello que había sido anudado por la virgen Eva, ha sido desatado por la Virgen María. Aquel abandono de fe que no supo dar el rey Acaz, se ve fielmente realizado en María que dio su pleno consentimiento a la acción de Dios. Por otra parte aparece José. El Evangelio nos dice que es el hombre justo. Conviene tomar esta expresión en su sentido bíblico. Justo es el hombre que teme a Dios, el hombre piadoso, profundamente religioso; el justo es el hombre siempre atento a cumplir en todo la voluntad de Dios. José advierte que en María se está cumpliendo algo extraordinario, comprende la acción del Altísimo, su cercanía y su santidad. Experimenta el temor reverencial de la presencia de Dios, la indignidad de estar en la presencia de Dios. Es la misma experiencia de Moisés, de Isaías, de Jeremías, de Ezequiel. El ángel lo conforta, lo confirma en su misión de custodio de la Sagrada Familia, le habla de la grandeza del Hijo que nacerá de María. Y José acepta con sencillez la revelación de Dios y se somete filialmente aunque no comprende todo el plan de Dios. Se confió en las manos de Dios. Sugerencias pastorales 1. La amistad de Dios. Este domingo es una cordial invitación para renovar los lazos de amor y de amistad con Dios Nuestro Señor. "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a Su Hijo como propiciación por nuestro pecados" (1 Jn 4, 10). Al contemplar cómo Dios nos ama y nos busca y nos envía a su Hijo, debería nacer en nuestro corazón un sentimiento de gratitud y confianza. El Señor nos ama con un amor indefectible. Hoy en día hay muchas personas que sufren desesperación, depresión, abatimiento; han perdido la razón de su vida, situaciones matrimoniales inconciliables, rupturas familiares, vidas abandonadas en el pecado. De frente a esta realidad humana con su terrible realismo y dureza, de frente al misterio del pecado del hombre y de frente al misterio de la muerte, está el amor de Dios que es más grande que todo mal. El amor de Dios es eterno y su misericordia es eterna. Hagamos una experiencia profunda del amor de Dios. Sintamos que nuestras vidas, aunque heridas por el pecado y múltiples contradicciones, están en las manos de Dios y que lo bueno para nosotros es "estar junto a Dios". 2. El amor a la voluntad de Dios. La voluntad de Dios se manifiesta de mil maneras en nuestra existencia. Es voluntad de Dios nuestra creación y el don inconmensurable de la fe. Es voluntad de Dios mi salvación. Es voluntad de Dios mi pertenencia a la Iglesia católica. Es voluntad de Dios mi misión en esta vida, mi familia, mis deberes cotidianos. También es voluntad de Dios mi salud y los avatares, a veces difíciles, de nuestra vida. Dios me va revelando esta voluntad progresivamente y es necesario tener la capacidad de leer todo esto en la fe. Lo verdaderamente importante es conformar la propia voluntad con la voluntad de Dios como lo hizo María, como lo hizo José. Sólo quien sabe renunciar a su propio egoísmo para acoger la voluntad de Dios puede ser verdaderamente feliz. En una oración atribuida a Clemente IX se recoge una bella expresión del amor a la Voluntad de Dios: "Te ofrezco, Señor, mis pensamientos, ayúdame a pensar en ti; te ofrezco mis palabras, ayúdame a hablar de ti; te ofrezco mis obras, ayúdame a cumplir tu voluntad; te ofrezco mis penas, ayúdame a sufrir por ti. Todo aquello que quieres Tú, Señor, lo quiero yo, precisamente porque lo quieres tú, como tú lo quieras y durante todo el tiempo que lo quieras". Autor: P. Antonio Izquierdo | Fuente: Catholic.net |
jueves, 22 de julio de 2010
Santiago y sus truenos
Evangelio del próximo domingo, XVII del tiempo ordinario, 25 de julio, solemnidad de Santiago Apóstol (Mateo 20, 20-28):
La madre de los hijos de Zebedeo, junto con sus hijos (Santiago y Juan) se acercó a Jesús y se arrodilló delante de él para pedirle un favor. Jesús le preguntó:
¬¿Qué Quieres?
Ella le dijo:
¬Manda que en tu reino uno de mis hijos se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda.
Jesús Contestó:
¬Ustedes no saben lo que piden. ¿Pueden beber el trago amargo que voy a beber yo?
Ellos dijeron:
¬Podemos.
Jesús les respondió:
¬Ustedes beberán este trago amargo, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí darlo, sino que se les dará a aquellos para quienes mi Padre lo ha preparado.
Cuando los otros diez discípulos oyeron esto, se enojaron con los dos hermanos. Pero Jesús los llamó, y les dijo:
¬Como ustedes saben, entre los paganos los jefes gobiernan con tiranía a sus subditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre ellos. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que entre ustedes quiera ser grande, deberá servir a los demás; y el que entre ustedes quiera ser el primero, deberá ser su esclavo. Porque del mismo modo, el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por una multitud.
Es un caso sorprendente el que nos relata el Evangelio de este día, festividad de Santiago. Estaban subiendo a Jerusalén el Maestro y un grupo grande de discípulos. Entre éstos estaban los Doce, que era el grupo más íntimo que Jesús había elegido llamándoles por su propio nombre en su habitual circunstancia profesional y familiar. Tomará a estos amigos más cercanos, para decirles el porqué están haciendo ese viaje de subida a Jerusalén. Y lo que les viene a decir es lo que particularmente a Él le espera en esa meta de llegada: su prendimiento, su juicio condenatorio, su muerte.
En ese trance, dos de los discípulos más próximos, los Zebedeos, aprovecharán a su propia madre para decirle al Señor: "concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda". Era como pedirle dos carteras ministeriales en el gobierno del cielo o, como pedirle una recomendación eficaz allí en la vida eterna, con puesto y nómina.
Con paciencia de Dios, Jesús les dirá dulcemente: "no sabéis lo que pedís". Y aprovechará el momento para hablarles del poder. Porque podrían creer los discípulos que había que organizarse como se organizan los sistemas de poder económico o político. Jesús quiere deshacer el equívoco y hablar que cómo el poderío que Él trae y que Él vive, no es el de la fuerza prepotente sino el del servicio discreto y preciso. Servir, como quien da la vida en vez de aprovecharse para obtener beneficios, esta es la clave de la entrega del Señor. Algo que entonces y siempre, necesitamos todos aprender.
Santiago se vino hasta España, que entonces era la última y más lejana provincia del Imperio Romano, para contar a nuestras gentes lo que él había encontrado. Forma parte de ese grupo de apóstoles más íntimos del Señor, y contará con el inmenso privilegio de haber visto a Jesús en su momento más luminoso y en el más oscuro de su vida. Santiago estará en el monte Tabor, cuando Jesús revestido de luz anticipe la gloria de la belleza de Dios. Santiago también estará en el huerto de Getsemaní, cuando el Señor se bata en la agonía cruda del suplicio que se le avecinaba. De todo esto es testigo Santiago, discípulo de Jesús: de cómo Dios ha querido abrazarnos en lo más hermoso de la luz y ha querido, igualmente, ser nuestro en las horas más bajas de su entrega.
Su sepulcro en Compostela ha sido visitado por innumerables peregrinos, romeros de la vida, que hasta allí se encaminan como buscadores de los senderos de Dios. Y en esa andadura van despacio, dándose tiempo para pensar y orar, para pedir y ofrecer, para comprender en su andar cómo Dios mismo se ha hecho para nosotros no sólo el Camino sino también el Caminante a nuestro lado.
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo
La madre de los hijos de Zebedeo, junto con sus hijos (Santiago y Juan) se acercó a Jesús y se arrodilló delante de él para pedirle un favor. Jesús le preguntó:
¬¿Qué Quieres?
Ella le dijo:
¬Manda que en tu reino uno de mis hijos se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda.
Jesús Contestó:
¬Ustedes no saben lo que piden. ¿Pueden beber el trago amargo que voy a beber yo?
Ellos dijeron:
¬Podemos.
Jesús les respondió:
¬Ustedes beberán este trago amargo, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí darlo, sino que se les dará a aquellos para quienes mi Padre lo ha preparado.
Cuando los otros diez discípulos oyeron esto, se enojaron con los dos hermanos. Pero Jesús los llamó, y les dijo:
¬Como ustedes saben, entre los paganos los jefes gobiernan con tiranía a sus subditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre ellos. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que entre ustedes quiera ser grande, deberá servir a los demás; y el que entre ustedes quiera ser el primero, deberá ser su esclavo. Porque del mismo modo, el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por una multitud.
Es un caso sorprendente el que nos relata el Evangelio de este día, festividad de Santiago. Estaban subiendo a Jerusalén el Maestro y un grupo grande de discípulos. Entre éstos estaban los Doce, que era el grupo más íntimo que Jesús había elegido llamándoles por su propio nombre en su habitual circunstancia profesional y familiar. Tomará a estos amigos más cercanos, para decirles el porqué están haciendo ese viaje de subida a Jerusalén. Y lo que les viene a decir es lo que particularmente a Él le espera en esa meta de llegada: su prendimiento, su juicio condenatorio, su muerte.
En ese trance, dos de los discípulos más próximos, los Zebedeos, aprovecharán a su propia madre para decirle al Señor: "concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda". Era como pedirle dos carteras ministeriales en el gobierno del cielo o, como pedirle una recomendación eficaz allí en la vida eterna, con puesto y nómina.
Con paciencia de Dios, Jesús les dirá dulcemente: "no sabéis lo que pedís". Y aprovechará el momento para hablarles del poder. Porque podrían creer los discípulos que había que organizarse como se organizan los sistemas de poder económico o político. Jesús quiere deshacer el equívoco y hablar que cómo el poderío que Él trae y que Él vive, no es el de la fuerza prepotente sino el del servicio discreto y preciso. Servir, como quien da la vida en vez de aprovecharse para obtener beneficios, esta es la clave de la entrega del Señor. Algo que entonces y siempre, necesitamos todos aprender.
Santiago se vino hasta España, que entonces era la última y más lejana provincia del Imperio Romano, para contar a nuestras gentes lo que él había encontrado. Forma parte de ese grupo de apóstoles más íntimos del Señor, y contará con el inmenso privilegio de haber visto a Jesús en su momento más luminoso y en el más oscuro de su vida. Santiago estará en el monte Tabor, cuando Jesús revestido de luz anticipe la gloria de la belleza de Dios. Santiago también estará en el huerto de Getsemaní, cuando el Señor se bata en la agonía cruda del suplicio que se le avecinaba. De todo esto es testigo Santiago, discípulo de Jesús: de cómo Dios ha querido abrazarnos en lo más hermoso de la luz y ha querido, igualmente, ser nuestro en las horas más bajas de su entrega.
Su sepulcro en Compostela ha sido visitado por innumerables peregrinos, romeros de la vida, que hasta allí se encaminan como buscadores de los senderos de Dios. Y en esa andadura van despacio, dándose tiempo para pensar y orar, para pedir y ofrecer, para comprender en su andar cómo Dios mismo se ha hecho para nosotros no sólo el Camino sino también el Caminante a nuestro lado.
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo
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jueves, 15 de julio de 2010
La escritura de antes del Rey David
Un fragmento de arcilla del siglo XIV a.C. recientemente descubierto contiene la muestra de escritura más antigua que se haya encontrado en Jerusalén, según los arqueólogos. El director de excavaciones Eilat Mazar, de la Universidad Hebrea, dijo que el fragmento de dos centímetros de longitud contiene una muestra de escritura cuneiforme acadia. El texto incluye las palabras "tú", "ellos" y "más tarde".
Es unos 600 años anterior a la muestra de escritura más antigua conocida previamente y se remonta a cuatro siglos antes del reinado del monarca bíblico David. Mazar dijo el lunes que el fragmento proviene probablemente de una corte real y que podría haber otras muestras enterradas en la parte más antigua de Jerusalén, situada en el sector oriental.
Eilat Mazar (10 de septiembre de 1956) es una investigadora perteneciente a la tercera generación de arqueólogos israelíes, especializada en Jerusalén y la civilización fenicia. Es colaboradora principal del Instituto de Arqueología del Centro Shalem (editor de la revista Azure) y ha trabajado en las excavaciones del Monte del Templo y en Aczib. Asimismo, se halla afiliada a la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde obtuvo su doctorado en 1997. Es nieta del pionero de la arqueología israelí Benjamin Mazar. Es madre de cuatro hijos y reside en Jerusalén.
El 4 de agosto de 2005 Mazar anunció el hallazgo en Jerusalén de lo que podría haber sido el palacio del bíblico rey David, el segundo soberano del Reino unido de Israel y Judá, quien gobernó entre el 1005 y el 965 a. C. También referido como la "estructura de grandes piedras", el hallazgo de Mazar consiste en un edificio público de 30 m de lado fechado en el siglo X a. C., junto con un rollo de cobre, fragmentos cerámicos del mismo periodo y una bulla o sello estatal de Jucal, hijo de Selemías, hijo de Shevi, un funcionario del rey Sedecías mencionado al menos dos veces en el Libro de Jeremías.[1] [2]
En julio de 2008 anunció el descubrimiento de un segundo sello, perteneciente a Gedalías, hijo de Pasur, quien es mencionado junto con Jucal en el mismo texto bíblico. La excavación fue patrocinada por el Centro Shalem y financiada por Roger Hertog, un banquero estadounidense de origen judío, mientras que el terreno es propiedad de la Fundación Ciudad de David (Ir David Foundation).
Es unos 600 años anterior a la muestra de escritura más antigua conocida previamente y se remonta a cuatro siglos antes del reinado del monarca bíblico David. Mazar dijo el lunes que el fragmento proviene probablemente de una corte real y que podría haber otras muestras enterradas en la parte más antigua de Jerusalén, situada en el sector oriental.
Eilat Mazar (10 de septiembre de 1956) es una investigadora perteneciente a la tercera generación de arqueólogos israelíes, especializada en Jerusalén y la civilización fenicia. Es colaboradora principal del Instituto de Arqueología del Centro Shalem (editor de la revista Azure) y ha trabajado en las excavaciones del Monte del Templo y en Aczib. Asimismo, se halla afiliada a la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde obtuvo su doctorado en 1997. Es nieta del pionero de la arqueología israelí Benjamin Mazar. Es madre de cuatro hijos y reside en Jerusalén.
El 4 de agosto de 2005 Mazar anunció el hallazgo en Jerusalén de lo que podría haber sido el palacio del bíblico rey David, el segundo soberano del Reino unido de Israel y Judá, quien gobernó entre el 1005 y el 965 a. C. También referido como la "estructura de grandes piedras", el hallazgo de Mazar consiste en un edificio público de 30 m de lado fechado en el siglo X a. C., junto con un rollo de cobre, fragmentos cerámicos del mismo periodo y una bulla o sello estatal de Jucal, hijo de Selemías, hijo de Shevi, un funcionario del rey Sedecías mencionado al menos dos veces en el Libro de Jeremías.[1] [2]
En julio de 2008 anunció el descubrimiento de un segundo sello, perteneciente a Gedalías, hijo de Pasur, quien es mencionado junto con Jucal en el mismo texto bíblico. La excavación fue patrocinada por el Centro Shalem y financiada por Roger Hertog, un banquero estadounidense de origen judío, mientras que el terreno es propiedad de la Fundación Ciudad de David (Ir David Foundation).
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viernes, 2 de julio de 2010
Portadores de paz
El evangelio de Lucas nos sigue narrando ese viaje, sube que sube hacia Jerusalén. Jesús, como enviado del Padre, había venido para traer a los hombres un modo nuevo de vivir y convivir entre ellos y ante Dios, que luego el pecado frustró. La vida humana se convirtió compleja y hostil, muy lejana del proyecto amoroso de Dios que nos la ofreció como un camino armonioso e inocente. Sin embargo el pecado, no pudo arrancar del corazón humano el inmenso deseo de habitar un mundo de belleza y de hacer una historia bondadosa. Pero la crónica diaria restregaba al hombre la incapacidad de realizar ese camino por el que en el fondo su corazón seguía latiendo.
Jesús vino para responder a ese drama humano, rompiendo el fatalismo de todos sus callejones sin salida. La venida de Jesús es la llegada del Reino de Dios, el comienzo de la posibilidad para los hombres, de ser verdadera y apasionadamente humanos, el inicio de esa otra historia en la que coinciden los caminos de Dios y los del hombre. No obstante, el Señor no ha querido realizarlo todo ni realizarlo solo. Por eso, consciente de que es mucho el trabajo y pocos los obreros, invitará a pedir al dueño de la mies que envíe más manos, más corazones, que vayan preparando la creciente llegada de ese Reino.
El Señor envía a sus discípulos a los caminos del mundo, a las casas de los hombres hermanos, para hacerles llegar el gran mensaje, el gran acontecimiento: el Reino de Dios ha llegado, ya se aproxima, está muy cerca. Y con él, se terminan todas nuestras pesadillas para dar comienzo ese sueño hermoso que Dios nos confió como tarea, y que como ansia infinita puso latente en el pálpito de nuestro herido e inquieto corazón.
Como a aquellos discípulos también a nosotros nos envía para anunciar el mismo Reino de Dios, de modo que aquello que sucedió entonces siga sucediendo. No anunciamos una paz de supermercado, una paz que se negocia y pacta como herramienta política, sino una paz que es una Vida, y un Nombre, y un Rostro concreto: Dios con nosotros, en nosotros y entre nosotros. Porque no anunciamos una paz nuestra ni la que el mundo nos puede dar, sino la que Dios nos regala y nos confía, la paz que nace de la verdad, de la justicia, de la libertad, del amor. Portadores de la paz del Reino de Dios, es lo que el Señor ha querido confiarnos como una herencia inmensa y una tarea llena de desafío e ilusión.
(ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio del próximo domingo, XIV del tiempo ordinario, 4 de julio (Lucas 10,1-12.17-20), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y de Jaca.
Jesús vino para responder a ese drama humano, rompiendo el fatalismo de todos sus callejones sin salida. La venida de Jesús es la llegada del Reino de Dios, el comienzo de la posibilidad para los hombres, de ser verdadera y apasionadamente humanos, el inicio de esa otra historia en la que coinciden los caminos de Dios y los del hombre. No obstante, el Señor no ha querido realizarlo todo ni realizarlo solo. Por eso, consciente de que es mucho el trabajo y pocos los obreros, invitará a pedir al dueño de la mies que envíe más manos, más corazones, que vayan preparando la creciente llegada de ese Reino.
El Señor envía a sus discípulos a los caminos del mundo, a las casas de los hombres hermanos, para hacerles llegar el gran mensaje, el gran acontecimiento: el Reino de Dios ha llegado, ya se aproxima, está muy cerca. Y con él, se terminan todas nuestras pesadillas para dar comienzo ese sueño hermoso que Dios nos confió como tarea, y que como ansia infinita puso latente en el pálpito de nuestro herido e inquieto corazón.
Como a aquellos discípulos también a nosotros nos envía para anunciar el mismo Reino de Dios, de modo que aquello que sucedió entonces siga sucediendo. No anunciamos una paz de supermercado, una paz que se negocia y pacta como herramienta política, sino una paz que es una Vida, y un Nombre, y un Rostro concreto: Dios con nosotros, en nosotros y entre nosotros. Porque no anunciamos una paz nuestra ni la que el mundo nos puede dar, sino la que Dios nos regala y nos confía, la paz que nace de la verdad, de la justicia, de la libertad, del amor. Portadores de la paz del Reino de Dios, es lo que el Señor ha querido confiarnos como una herencia inmensa y una tarea llena de desafío e ilusión.
(ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio del próximo domingo, XIV del tiempo ordinario, 4 de julio (Lucas 10,1-12.17-20), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y de Jaca.
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viernes, 25 de junio de 2010
HACER EL CAMINO CON JESÚS
Para la 13ª semana del Tiempo Ordinario [del Domingo 27 de Junio al Sábado 3 de Julio], la liturgia nos propone reflexionar sobre las condiciones del seguimiento a Jesús. Los requisitos del camino con el Señor, que exigen recomponer nuestro imaginario de la vida y la fe.
El camino es un aspecto muy tratado en la Biblia. En el Antiguo Testamento, el camino será la experiencia del pueblo que responde a Dios haciéndolo en una u otra dirección (Dt. 30,15-19). Este camino tiene dos alternativas: vida-felicidad o muerte-desgracia. La finalidad del camino también es doble. Por un lado, hacerse a una nueva realidad: la entrada en la tierra prometida; y por otro, inventarse el modo religioso (espiritual) ante esta novedad de Dios. Ya en el Nuevo Testamento, el camino será el modo personal de seguir al Señor. Será lo que permita tener experiencia de Dios (Lc. 9, 51-62).
El Evangelio nos dice que estando Jesús ante la llegada del “tiempo de Dios”, tomó Él la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén, y que mientras iba de camino junto a sus discípulos, se encontró con tres personas a las que planteó deliberadamente las condiciones del seguimiento. A partir de estas tres condiciones, la Buena Noticia de la Salvación ya no será solamente un anuncio que escuchar sino un camino que hacer.
El primer interlocutor dijo a Jesús: te seguiré a dondequiera que vayas. A lo que respondió Jesús: las zorras tienen madrigueras y las aves, nidos; mientras que el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. Se está refiriendo Jesús a la no posesión de cosas o bienes que aten; es decir, el desprendimiento que permite vivir en la intemperie, haciéndonos libres.
Al segundo interlocutor, lo invitó directamente Jesús a seguirlo. Pero el hombre le dijo: déjame ir primero a enterrar a mi padre. A lo que reaccionó Jesús diciendo: deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios. Se está refiriendo Jesús a la necesaria libertad ante lo (el) pasado que nos paraliza; es decir, la frescura y gratuidad de vivir el presente que permite adentrarnos a nuevos estadios de realización, avanzando hacia la madurez afectiva.
Y por último, el tercer interlocutor del camino que prometió seguir a Jesús, pero pidiéndole que lo dejara ir primero a despedirse de su familia. A lo que repuso Jesús: nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios. Se está refiriendo Jesús al necesario orden de los afectos para que no distorsionen las decisiones; es decir, la generosidad que permite arriesgarnos, haciéndonos más disponibles.
Los tres requerimientos sobre los que Jesús entabla con nosotros un diálogo franco y auténtico para su seguimiento son: el desprendimiento que nos hace libres; la gratuidad que ahonda la madurez afectiva; y la generosidad que nos hace disponibles. La relación con Jesús es principalmente personal y provocadora. A esta relación de amistad no le basta la pregunta ¿qué voy a hacer en la vida? sino, avanzar más a fondo preguntándose: ¿qué quiero hacer con mí vida? Porque en esto se fundamenta la experiencia de Dios.
EVANGELIO DE LUCAS (9, 51 – 62)
Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén. Envió mensajeros por delante y ellos fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque supieron que iba a Jerusalén.
Ante esta negativa, sus discípulos Santiago y Juan, le dijeron: Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que termine con ello? Pero Jesús se volvió a ellos y les reprendió. Y se fueron a otra aldea.
Mientras iban de camino, alguien le dijo: Te seguiré a dondequiera que vayas. Jesús le dijo: las zorras tienen madrigueras y las aves, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.
A otro, dijo Jesús: Sígueme. Pero él le respondió: Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. Jesús le replicó: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.
Otro le dijo: Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia. Jesús le contestó: Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios. Palabra del Señor.
1ER. MOMENTO: A LO QUE VENGO
Inicio mi encuentro con el Señor escogiendo un sitio apropiado para mi oración. Al llegar al sitio, en forma breve y sencilla considero la calidad de la mirada de Dios Nuestro Señor sobre mí. Y me digo a mí mismo:
¿A QUÉ VENGO?
Vengo a disponerme para hacer el Camino con Jesús [Al final, rezo el Padrenuestro, saboreando cada palabra]
2DO. MOMENTO: PACIFICACIÓN
• Ya sea sentado, paseando, acostado o reposado; tanto en casa, como en el parque o la Iglesia me sereno para que esta cita con Dios tenga lugar.
• Me acomodo con una posición que me ayude a concentrarme-descentrarme-centrarme, implicando todo mi ser.
• Al ritmo de la respiración, doy lugar al silencio.
[Una y otra vez repito este ejercicio].
3ER MOMENTO: ORACIÓN PREPARATORIA [NOTA: La oración preparatoria siguiente me ayuda a experimentar libertad de apegos. La repito tantas veces como quiera, dejando que resuene en mi mente y en mi corazón]
Señor, que todas mis intenciones, acciones y procesos interiores, estén totalmente ordenados a cumplir tu voluntad.
4TO. MOMENTO: COMPOSICIÓN DEL LUGAR [NOTA: Este paso es muy especial y merece realizarse con esmero. Le dedico unos 10 minutos]
1°) Centro mi pensamiento en el contenido de la Oración.
2°) Con la imaginación revivo lo que relata el pasaje bíblico, sin perder detalle.
3°) Me ubico en la escena como si presente me hallara.
4°) Dejo que la Palabra irradie su luz sobre mí.
5TO. MOMENTO: PETICIÓN
En forma sencilla formulo mi petición. Dejo que mi petición salga de dentro. Que nazca de lo más hondo de mi vida. Señor, que en mi seguimiento sea libre, agradecido y generoso. (Si me ayuda, puedo decir varias veces la petición)
6TO. MOMENTO: CONTENIDO O MATERIA DE LA ORACIÓN (Con Aplicación de Sentidos) [NOTA: En esta contemplación nos implicaremos a fondo en la centralidad del Evangelio y de la Vida. Después de VER y OIR a las personas, pasamos a CONSIDERAR los efectos que surgen de esta experiencia].
6.1) Primero. VER LAS PERSONAS.
• Ver a Jesús y a los Discípulos camino a la novedad de Jerusalén. Y reflexiono para sacar provecho.
• Verme también junto a Jesús, que me invita a seguirlo. Y reflexiono para sacar provecho.
6.2) Segundo. OÍR LO QUE HABLAN LAS PERSONAS.
• Oír que Jesús me dice: Cuida que ninguna posesión te ate, logrando desprenderte de las seguridades, como las zorras que no se aferran a las madrigueras y las aves a los nidos, para que seas libre. Y reflexiono para sacar provecho.
• Oír a Jesús que me propone: Sé libre del pasado que te paraliza, permitiendo que lo muerto quede atrás, para que tu afectividad transite el camino de la madurez. Y reflexiono para sacar provecho.
• Oír que me dice también: Ordena tus afectos a la familia y a las cosas, emprendiendo el camino con toda tu generosidad, para que logres la plena disponibilidad. Y reflexiono para sacar provecho.
6.3) Cuarto. CONSIDERAR.
• Considerar y reflexionar que, si quiero, deseo y me dispongo a seguir a Jesús, me haré su compañero de camino, libre del afán de posesión, atento a la frescura y gratuidad del presente y fundado en la generosidad. Y reflexiono para sacar provecho.
7MO. Momento: COLOQUIO
[NOTA: El coloquio es un diálogo que se hace hablando como un amigo habla a otro, ya sea para pedir alguna gracia, ya sea reconociendo la fragilidad o el pecado, o para comunicar sus cosas, y queriendo consejo en ellas.] (El texto sugerido puede ser útil para el COLOQUIO).
QUEMAR LAS NAVES
Enséñame, Señor, a seguirte. Sin la apoyadura de los bienes, sin cobijos y sin lugares que pueda llamarlos míos. Apoyado tan solo en la alegría que ofrece tu compañía, naciendo a la libertad.
Ayúdame, Señor, a vivir la frescura y alegría de cada momento, sin quedarme atrapado en nada. Sin arrogancia, sin escrúpulos, sin menosprecios por sutiles que sean y sin la falsa modestia y la dulce homilía de la autoconmiseración. Sanado en Ti, dejando atrás lo muerto.
Llámame, Señor, y que me atreva a quemar las naves. Sin la tentación de volver, ni la posibilidad de remar nocturnamente hasta otra orilla que no sea la nuestra. Dejándome llevar por las rutas que traza el ritmo de tu Espíritu. Amable, bueno y disponible, afianzándome en tu gracia.
(Gustavo Albarrán, S.J.)
8VO. Momento: EXAMEN DE LA ORACIÓN. Nota: Las siguientes interrogantes ayudan a centrar la experiencia vivida en la Oración.
1°) ¿Qué pasó en mí durante esta Oración?
2°) ¿A través de cuáles señales me habló Dios?
3°) ¿Qué quiero cambiar en mi vida?
4°) ¿Qué me distrajo en la Oración?
5°) ¿Qué se quedó grabado en mí?
TERMINO LA ORACIÓN CON LA SIGUIENTE OFRENDA
Toma, Señor, y recibe, toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad; todo mi haber y mi poseer. Tú me lo diste, a ti, Señor lo devuelvo. Todo es tuyo. Dispón de mí según tu voluntad. Dame tu amor y gracia que ésta me basta. Amén.
El camino es un aspecto muy tratado en la Biblia. En el Antiguo Testamento, el camino será la experiencia del pueblo que responde a Dios haciéndolo en una u otra dirección (Dt. 30,15-19). Este camino tiene dos alternativas: vida-felicidad o muerte-desgracia. La finalidad del camino también es doble. Por un lado, hacerse a una nueva realidad: la entrada en la tierra prometida; y por otro, inventarse el modo religioso (espiritual) ante esta novedad de Dios. Ya en el Nuevo Testamento, el camino será el modo personal de seguir al Señor. Será lo que permita tener experiencia de Dios (Lc. 9, 51-62).
El Evangelio nos dice que estando Jesús ante la llegada del “tiempo de Dios”, tomó Él la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén, y que mientras iba de camino junto a sus discípulos, se encontró con tres personas a las que planteó deliberadamente las condiciones del seguimiento. A partir de estas tres condiciones, la Buena Noticia de la Salvación ya no será solamente un anuncio que escuchar sino un camino que hacer.
El primer interlocutor dijo a Jesús: te seguiré a dondequiera que vayas. A lo que respondió Jesús: las zorras tienen madrigueras y las aves, nidos; mientras que el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. Se está refiriendo Jesús a la no posesión de cosas o bienes que aten; es decir, el desprendimiento que permite vivir en la intemperie, haciéndonos libres.
Al segundo interlocutor, lo invitó directamente Jesús a seguirlo. Pero el hombre le dijo: déjame ir primero a enterrar a mi padre. A lo que reaccionó Jesús diciendo: deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios. Se está refiriendo Jesús a la necesaria libertad ante lo (el) pasado que nos paraliza; es decir, la frescura y gratuidad de vivir el presente que permite adentrarnos a nuevos estadios de realización, avanzando hacia la madurez afectiva.
Y por último, el tercer interlocutor del camino que prometió seguir a Jesús, pero pidiéndole que lo dejara ir primero a despedirse de su familia. A lo que repuso Jesús: nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios. Se está refiriendo Jesús al necesario orden de los afectos para que no distorsionen las decisiones; es decir, la generosidad que permite arriesgarnos, haciéndonos más disponibles.
Los tres requerimientos sobre los que Jesús entabla con nosotros un diálogo franco y auténtico para su seguimiento son: el desprendimiento que nos hace libres; la gratuidad que ahonda la madurez afectiva; y la generosidad que nos hace disponibles. La relación con Jesús es principalmente personal y provocadora. A esta relación de amistad no le basta la pregunta ¿qué voy a hacer en la vida? sino, avanzar más a fondo preguntándose: ¿qué quiero hacer con mí vida? Porque en esto se fundamenta la experiencia de Dios.
EVANGELIO DE LUCAS (9, 51 – 62)
Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén. Envió mensajeros por delante y ellos fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque supieron que iba a Jerusalén.
Ante esta negativa, sus discípulos Santiago y Juan, le dijeron: Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que termine con ello? Pero Jesús se volvió a ellos y les reprendió. Y se fueron a otra aldea.
Mientras iban de camino, alguien le dijo: Te seguiré a dondequiera que vayas. Jesús le dijo: las zorras tienen madrigueras y las aves, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.
A otro, dijo Jesús: Sígueme. Pero él le respondió: Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. Jesús le replicó: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.
Otro le dijo: Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia. Jesús le contestó: Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios. Palabra del Señor.
1ER. MOMENTO: A LO QUE VENGO
Inicio mi encuentro con el Señor escogiendo un sitio apropiado para mi oración. Al llegar al sitio, en forma breve y sencilla considero la calidad de la mirada de Dios Nuestro Señor sobre mí. Y me digo a mí mismo:
¿A QUÉ VENGO?
Vengo a disponerme para hacer el Camino con Jesús [Al final, rezo el Padrenuestro, saboreando cada palabra]
2DO. MOMENTO: PACIFICACIÓN
• Ya sea sentado, paseando, acostado o reposado; tanto en casa, como en el parque o la Iglesia me sereno para que esta cita con Dios tenga lugar.
• Me acomodo con una posición que me ayude a concentrarme-descentrarme-centrarme, implicando todo mi ser.
• Al ritmo de la respiración, doy lugar al silencio.
[Una y otra vez repito este ejercicio].
3ER MOMENTO: ORACIÓN PREPARATORIA [NOTA: La oración preparatoria siguiente me ayuda a experimentar libertad de apegos. La repito tantas veces como quiera, dejando que resuene en mi mente y en mi corazón]
Señor, que todas mis intenciones, acciones y procesos interiores, estén totalmente ordenados a cumplir tu voluntad.
4TO. MOMENTO: COMPOSICIÓN DEL LUGAR [NOTA: Este paso es muy especial y merece realizarse con esmero. Le dedico unos 10 minutos]
1°) Centro mi pensamiento en el contenido de la Oración.
2°) Con la imaginación revivo lo que relata el pasaje bíblico, sin perder detalle.
3°) Me ubico en la escena como si presente me hallara.
4°) Dejo que la Palabra irradie su luz sobre mí.
5TO. MOMENTO: PETICIÓN
En forma sencilla formulo mi petición. Dejo que mi petición salga de dentro. Que nazca de lo más hondo de mi vida. Señor, que en mi seguimiento sea libre, agradecido y generoso. (Si me ayuda, puedo decir varias veces la petición)
6TO. MOMENTO: CONTENIDO O MATERIA DE LA ORACIÓN (Con Aplicación de Sentidos) [NOTA: En esta contemplación nos implicaremos a fondo en la centralidad del Evangelio y de la Vida. Después de VER y OIR a las personas, pasamos a CONSIDERAR los efectos que surgen de esta experiencia].
6.1) Primero. VER LAS PERSONAS.
• Ver a Jesús y a los Discípulos camino a la novedad de Jerusalén. Y reflexiono para sacar provecho.
• Verme también junto a Jesús, que me invita a seguirlo. Y reflexiono para sacar provecho.
6.2) Segundo. OÍR LO QUE HABLAN LAS PERSONAS.
• Oír que Jesús me dice: Cuida que ninguna posesión te ate, logrando desprenderte de las seguridades, como las zorras que no se aferran a las madrigueras y las aves a los nidos, para que seas libre. Y reflexiono para sacar provecho.
• Oír a Jesús que me propone: Sé libre del pasado que te paraliza, permitiendo que lo muerto quede atrás, para que tu afectividad transite el camino de la madurez. Y reflexiono para sacar provecho.
• Oír que me dice también: Ordena tus afectos a la familia y a las cosas, emprendiendo el camino con toda tu generosidad, para que logres la plena disponibilidad. Y reflexiono para sacar provecho.
6.3) Cuarto. CONSIDERAR.
• Considerar y reflexionar que, si quiero, deseo y me dispongo a seguir a Jesús, me haré su compañero de camino, libre del afán de posesión, atento a la frescura y gratuidad del presente y fundado en la generosidad. Y reflexiono para sacar provecho.
7MO. Momento: COLOQUIO
[NOTA: El coloquio es un diálogo que se hace hablando como un amigo habla a otro, ya sea para pedir alguna gracia, ya sea reconociendo la fragilidad o el pecado, o para comunicar sus cosas, y queriendo consejo en ellas.] (El texto sugerido puede ser útil para el COLOQUIO).
QUEMAR LAS NAVES
Enséñame, Señor, a seguirte. Sin la apoyadura de los bienes, sin cobijos y sin lugares que pueda llamarlos míos. Apoyado tan solo en la alegría que ofrece tu compañía, naciendo a la libertad.
Ayúdame, Señor, a vivir la frescura y alegría de cada momento, sin quedarme atrapado en nada. Sin arrogancia, sin escrúpulos, sin menosprecios por sutiles que sean y sin la falsa modestia y la dulce homilía de la autoconmiseración. Sanado en Ti, dejando atrás lo muerto.
Llámame, Señor, y que me atreva a quemar las naves. Sin la tentación de volver, ni la posibilidad de remar nocturnamente hasta otra orilla que no sea la nuestra. Dejándome llevar por las rutas que traza el ritmo de tu Espíritu. Amable, bueno y disponible, afianzándome en tu gracia.
(Gustavo Albarrán, S.J.)
8VO. Momento: EXAMEN DE LA ORACIÓN. Nota: Las siguientes interrogantes ayudan a centrar la experiencia vivida en la Oración.
1°) ¿Qué pasó en mí durante esta Oración?
2°) ¿A través de cuáles señales me habló Dios?
3°) ¿Qué quiero cambiar en mi vida?
4°) ¿Qué me distrajo en la Oración?
5°) ¿Qué se quedó grabado en mí?
TERMINO LA ORACIÓN CON LA SIGUIENTE OFRENDA
Toma, Señor, y recibe, toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad; todo mi haber y mi poseer. Tú me lo diste, a ti, Señor lo devuelvo. Todo es tuyo. Dispón de mí según tu voluntad. Dame tu amor y gracia que ésta me basta. Amén.
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