lunes, 23 de diciembre de 2013

El regalo de la Navidad


¿Cuántos son los que creen de verdad en la Navidad? ¿Cuántos los que saben celebrarla en lo más íntimo de su corazón? Estamos tan entretenidos con nuestras compras, regalos y cenas que resulta difícil acordarse de Dios y acogerlo en medio de tanta confusión.

Nos preocupamos mucho de que estos días no falte nada en nuestros hogares, pero a casi nadie le preocupa si allí falta Dios. Por otra parte, andamos tan llenos de cosas que no sabemos ya alegrarnos de la «cercanía de Dios».

Y una vez más, estas fiestas pasarán sin que muchos hombres y mujeres hayan podido escuchar nada nuevo, vivo y gozoso en su corazón. Y desmontarán «el Belén» y retirarán el árbol y las estrellas, sin que nada grande haya renacido en sus vidas.

La Navidad no es una fiesta fácil. Sólo puede celebrarla desde dentro quien se atreve a creer que Dios puede volver a nacer entre nosotros, en nuestra vida diaria. Este nacimiento será pobre, frágil, débil como lo fue el de Belén. Pero puede ser un acontecimiento real. El verdadero regalo de Navidad.

Dios es infinitamente mejor de lo que nos creemos. Más cercano, más comprensivo, más tierno, más audaz, más amigo, más alegre, más grande de lo que nosotros podemos sospechar. ¡Dios es Dios!

Los hombres no nos atrevemos a creer del todo en la bondad y ternura de Dios. Necesitamos detenernos ante lo que significa un Dios que se nos ofrece como niño débil, vulnerable, indefenso, sonriente, irradiando sólo paz, gozo y ternura. Se despertaría en nosotros una alegría diferente, nos inundaría una confianza desconocida. Nos daríamos cuenta de que no podemos hacer otra cosa sino dar gracias.

Este Dios es más grande que todos nuestros pecados y miserias. Más feliz que todas nuestras imágenes tristes y raquíticas de la divinidad. Este Dios es el regalo mejor que se nos puede hacer a los hombres.

Nuestra gran equivocación es pensar que no necesitamos de Dios. Creer que nos basta con un poco más de bienestar, un poco más de dinero, de salud, de suerte, de seguridad. Y luchamos por tenerlo todo. Todo menos Dios.

Felices los que tienen un corazón sencillo, limpio y pobre porque Dios es para ellos. Felices los que sienten necesidad de Dios porque Dios puede nacer todavía en sus vidas.

Felices los que, en medio del bullicio y aturdimiento de estas fiestas, sepan acoger con corazón creyente y agradecido el regalo de un Dios Niño. 

Para ellos habrá sido Navidad.

José Antonio Pagola


martes, 17 de diciembre de 2013

DOMINGO IV DE ADVIENTO


Evangelio 
(Mt 1,18-24)

Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.

Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: “José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros.

Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y recibió a su esposa.



EXPERIENCIA INTERIOR
        
El evangelista Mateo tiene un interés especial en decir a sus lectores que Jesús ha de ser llamado también “Emmanuel”. Sabe muy bien que puede resultar chocante y extraño. ¿A quién se le puede llamar con un nombre que significa “Dios con nosotros”? Sin embargo, este nombre encierra el núcleo de la fe cristiana y es el centro de la celebración de la Navidad.

Ese misterio último que nos rodea por todas partes y que los creyentes llamamos “Dios” no es algo lejano y distante. Está con todos y cada uno de nosotros. ¿Cómo lo puedo saber? ¿Es posible creer de manera razonable que Dios está conmigo, si yo no tengo alguna experiencia personal por pequeña que sea?

De ordinario, a los cristianos no se nos ha enseñado a percibir la presencia del misterio de Dios en nuestro interior. Por eso, muchos lo imaginan en algún lugar indefinido y abstracto del Universo. Otros lo buscan adorando a Cristo presente en la eucaristía. Bastantes tratan de escucharlo en la Biblia. Para otros, el mejor camino es Jesús.

El misterio de Dios tiene, sin duda, sus caminos para hacerse presente en cada vida. Pero se puede decir que, en la cultura actual, si no lo experimentamos de alguna manera dentro de nosotros, difícilmente lo hallaremos fuera. Por el contrario, si percibimos su presencia en nuestro interior, nos será más fácil rastrear su misterio en nuestro entorno.
¿Es posible? El secreto consiste, sobre todo, en saber estar con los ojos cerrados y en silencio apacible, acogiendo con un corazón sencillo esa presencia misteriosa que nos está alentando y sosteniendo. No se trata de pensar en eso, sino de estar “acogiendo” la paz, la vida, el amor, el perdón... que nos llega desde lo más íntimo de nuestro ser.

Es normal que, al adentrarnos en nuestro propio misterio, nos encontremos con nuestros miedos y preocupaciones, nuestras heridas y tristezas, nuestra mediocridad y nuestro pecado. No hemos de inquietarnos, sino permanecer en el silencio. La presencia amistosa que está en el fondo más íntimo de nosotros nos irá apaciguando, liberando y sanando.

Karl Rahner, uno de los teólogos más importantes del siglo veinte, afirma que, en medio de la sociedad secular de nuestros días, “esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre”. El misterio último de la vida es un misterio de bondad, de perdón y salvación, que está con nosotros: dentro de todos y cada uno de nosotros. Si lo acogemos en silencio, conoceremos la alegría de la Navidad. 


José Antonio Pagola



martes, 3 de diciembre de 2013

Domingo II de Adviento




Evangelio
(Mt 3,1-12)

En aquel tiempo, comenzó Juan el Bautista a predicar en el desierto de Judea, diciendo: “Arrepiéntanse, porque el Reino de los cielos está cerca”. Juan es aquél de quien el profeta Isaías hablaba, cuando dijo: Una voz clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos.

 Juan usaba una túnica de pelo de camello, ceñida con un cinturón de cuero, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre. Acudían a oírlo los habitantes de Jerusalén, de toda Judea y de toda la región cercana al Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el río. Al ver que muchos fariseos y saduceos iban a que los bautizara, les dijo: “Raza de víboras, ¿quién les ha dicho que podrán escapar al castigo que les aguarda? Hagan ver con obras su arrepentimiento y no se hagan ilusiones pensando que tienen por padre a Abraham, porque yo les aseguro que hasta de estas piedras puede Dios sacar hijos de Abraham. Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé fruto, será cortado y arrojado al fuego.

 Yo los bautizo con agua, en señal de que ustedes se han arrepentido; pero el que viene después de mí, es más fuerte que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y su fuego. Él tiene el bieldo en su mano para separar el trigo de la paja. Guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue”.



RECORRER CAMINOS NUEVOS


Por los años 27 o 28 apareció en el desierto del Jordán un profeta original e independiente que provocó un fuerte impacto en el pueblo judío: las primeras generaciones cristianas lo vieron siempre como el hombre que preparó el camino a Jesús.
Todo su mensaje se puede concentrar en un grito: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. Después de veinte siglos, el Papa Francisco nos está gritando el mismo mensaje a los cristianos: Abrid caminos a Dios, volved a Jesús, acoged el Evangelio.

Su propósito es claro: “Busquemos ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos”. No será fácil. Hemos vivido estos últimos años paralizados por el miedo. El Papa no se sorprende: “La novedad nos da siempre un poco de miedo porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida”. Y nos hace una pregunta a la que hemos de responder: “¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido capacidad de respuesta?“.

Algunos sectores de la Iglesia piden al Papa que acometa cuanto antes diferentes reformas que consideran urgentes. Sin embargo, Francisco ha manifestado su postura de manera clara: “Algunos esperan y me piden reformas en la Iglesia y debe haberlas. Pero antes es necesario un cambio de actitudes”.

Me parece admirable la clarividencia evangélica del Papa Francisco. Lo primero no es firmar decretos reformistas. Antes, es necesario poner a las comunidades cristianas en estado de conversión y recuperar en el interior de la Iglesia las actitudes evangélicas más básicas. Solo en ese clima será posible acometer de manera eficaz y con espíritu evangélico las reformas que necesita urgentemente la Iglesia.

El mismo Francisco nos está indicando todos los días los cambios de actitudes que necesitamos. Señalaré algunos de gran importancia. Poner a Jesús en el centro de la Iglesia: “una Iglesia que no lleva a Jesús es una Iglesia muerta”. No vivir en una Iglesia cerrada y autorreferencial: “una Iglesia que se encierra en el pasado, traiciona su propia identidad”. Actuar siempre movidos por la misericordia de Dios hacia todos sus hijos: no cultivar “un cristianismo restauracionista y legalista que lo quiere todo claro y seguro, y no halla nada”. “Buscar una Iglesia pobre y de los pobres”. Anclar nuestra vida en la esperanza, no “en nuestras reglas, nuestros comportamientos eclesiásticos, nuestros clericalismos”.


José Antonio Pagola



miércoles, 27 de noviembre de 2013

DOMINGO I DE ADVIENTO



Evangelio
(Mt 24,37-44)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Así como sucedió en tiempos de Noé, así también sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Antes del diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca. Y cuando menos lo esperaban, sobrevino el diluvio y se llevó a todos. Así será también en la venida del Hijo del hombre. Entonces, de dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro será dejado; de dos mujeres que estén juntas moliendo trigo, una será tomada y la otra dejada. Velen, pues, y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor. Tengan por cierto que si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”.




CON LOS OJOS ABIERTOS
      
Las primeras comunidades cristianas vivieron años muy difíciles. Perdidos en el vasto Imperio de Roma, en medio de conflictos y persecuciones, aquellos cristianos buscaban fuerza y aliento esperando la pronta venida de Jesús y recordando sus palabras: Vigilad. Vivid despiertos. Tened los ojos abiertos. Estad alerta.

¿Significan todavía algo para nosotros las llamadas de Jesús a vivir despiertos? ¿Qué es hoy para los cristianos poner nuestra esperanza en Dios viviendo con los ojos abiertos? ¿Dejaremos que se agote definitivamente en nuestro mundo secular la esperanza en una última justicia de Dios para esa inmensa mayoría de víctimas inocentes que sufren sin culpa alguna?

Precisamente, la manera más fácil de falsear la esperanza cristiana es esperar de Dios nuestra salvación eterna, mientras damos la espalda al sufrimiento que hay ahora mismo en el mundo. Un día tendremos que reconocer nuestra ceguera ante Cristo Juez: ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, extranjero o desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te asistimos? Este será nuestro dialogo final con él si vivimos con los ojos cerrados.
Hemos de despertar y abrir bien los ojos. Vivir vigilantes para mirar más allá de nuestros pequeños intereses y preocupaciones. La esperanza del cristiano no es una actitud ciega, pues no olvida nunca a los que sufren. La espiritualidad cristiana no consiste solo en una mirada hacia el interior, pues su corazón está atento a quienes viven abandonados a su suerte.

En las comunidades cristianas hemos de cuidar cada vez más que nuestro modo de vivir la esperanza no nos lleve a la indiferencia o el olvido de los pobres. No podemos aislarnos en la religión para no oír el clamor de los que mueren diariamente de hambre. 

No nos está permitido alimentar nuestra ilusión de inocencia para defender nuestra tranquilidad.

Una esperanza en Dios, que se olvida de los que viven en esta tierra sin poder esperar nada, ¿no puede ser considerada como una versión religiosa de cierto optimismo a toda costa, vivido sin lucidez ni responsabilidad? Una búsqueda de la propia salvación eterna de espaldas a los que sufren, ¿no puede ser acusada de ser un sutil “egoísmo alargado hacia el más allá”?

Probablemente, la poca sensibilidad al sufrimiento inmenso que hay en el mundo es uno de los síntomas más graves del envejecimiento del cristianismo actual. Cuando el Papa Francisco reclama “una Iglesia más pobre y de los pobres”, nos está gritando su mensaje más importante a los cristianos de los países del bienestar.  


José Antonio Pagola


miércoles, 20 de noviembre de 2013

Jesucristo Rey del Universo


Evangelio
(Lc 23,35-43)
Domingo, Jesucristo Rey del Universo 

Cuando Jesús estaba ya crucificado, las autoridades le hacían muecas, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido”. También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: “Este es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: “Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro le reclamaba, indignado: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho”. Y le decía a Jesús: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Jesús le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.


ACUÉRDATE DE MÍ

Según el relato de Lucas, Jesús ha agonizado en medio de las burlas y desprecios de quienes lo rodean. Nadie parece haber entendido su vida. Nadie parece haber captado su entrega a los que sufren ni su perdón a los culpables. Nadie ha visto en su rostro la mirada compasiva de Dios. Nadie parece ahora intuir en aquella muerte misterio alguno.

Las autoridades religiosas se burlan de él con gestos despectivos: ha pretendido salvar a otros; que se salve ahora a sí mismo. Si es el Mesías de Dios, el “Elegido” por él, ya vendrá Dios en su defensa.
También los soldados se suman a las burlas. Ellos no creen en ningún Enviado de Dios. Se ríen del letrero que Pilatos ha mandado colocar en la cruz: “Este es el rey de los judíos”. Es absurdo que alguien pueda reinar sin poder. Que demuestre su fuerza salvándose a sí mismo.

Jesús permanece callado, pero no desciende de la cruz. ¿Qué haríamos nosotros si el Enviado de Dios buscara su propia salvación escapando de esa cruz que lo une para siempre a todos los crucificados de la historia? ¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos abandonara para siempre a nuestra suerte?

De pronto, en medio de tantas burlas y desprecios, una sorprendente invocación: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. No es un discípulo ni un seguidor de Jesús. Es un de los dos delincuentes crucificados junto a él. Lucas lo propone como un ejemplo admirable de fe en el Crucificado.

Este hombre, a punto de morir ajusticiado, sabe que Jesús es un hombre inocente, que no ha hecho más que bien a todos. Intuye en su vida un misterio que a él se le escapa, pero está convencido de que Jesús no va a ser derrotado por la muerte. De su corazón nace una súplica. Solo pide a Jesús que no lo olvide: algo podrá hacer por él.

Jesús le responde de inmediato: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Ahora están los dos unidos en la angustia y la impotencia, pero Jesús lo acoge como compañero inseparable. Morirán crucificados, pero entrarán juntos en el misterio de Dios.

En medio de la sociedad descreída de nuestros días, no pocos viven desconcertados. No saben si creen o no creen. Casi sin saberlo, llevan en su corazón una fe pequeña y frágil. A veces, sin saber por qué ni cómo, agobiados por el peso de la vida, invocan a Jesús a su manera. “Jesús, acuérdate de mí” y Jesús los escucha: “Tú estarás siempre conmigo”. Dios tiene sus caminos para encontrarse con cada persona y no siempre pasan por donde le indican los teólogos. Lo decisivo es tener un corazón que escucha la propia conciencia.    


José Antonio Pagola




"La Comunicación en el Papa Francisco" Conferencia de Mons. Munilla, Presidente de la Comisión de Medios del Consejo Europeo de Conferencias Episcopales



"La Comunicación en el Papa Francisco" Conferencia de Mons. Munilla, Presidente de la Comisión de Medios del Consejo Europeo de Conferencias Episcopales 

La comunicación en el Papa Francisco

(A los ocho meses de pontificado)

Estimados hermanos obispos responsables de la Pastoral de Comunicación en las diversas Conferencias Episcopales europeas, queridos amigos todos:
En primer lugar quiero reiterar mi agradecimiento por vuestra presencia, como hice ayer en la sesión de apertura; así como agradecer también las intervenciones que hemos escuchado hasta ahora, que nos ayudan a vivir en profundidad la comunión de la Iglesia que se hace visible en su comunicación.
Me corresponde a mí ahora hacer una lectura de los primeros ochos meses del pontificado del Papa Francisco desde el prisma de la comunicación. Aun siendo consciente de mi atrevimiento, lo hago con la confianza en que vosotros mismos sabréis completar las lagunas de mi exposición, y con la convicción de que todavía necesitamos más tiempo para llegar a tener una visión más matizada de la comunicación en Francisco.

Insertado en un 'kairos'

No sería correcto abordar el tema de la comunicación en el Papa Francisco centrándonos de forma exclusiva en su carisma, cualidades, singularidades, métodos, etc. Si hiciésemos esto, nos estaríamos olvidando de que cada uno de nosotros —y muy especialmente el Papa— estamos insertados en un plan providencial que Dios lleva adelante en la Historia de la Salvación por medio de su Iglesia. En consecuencia, es importante que nos adentremos también en el misterio del 'kairos' (el tiempo de gracia que vivimos en el momento presente), para poder comprender el carisma comunicativo del Papa Francisco.
Una parte muy importante del éxito de la comunicación se basa en la buena receptividad de aquellos a quienes se dirige el mensaje. Sin esa receptividad, el carisma de un comunicador excelente se vería muy limitado, o incluso, condenado al fracaso. Pues bien, mi tesis de partida es la siguiente: El gesto profético realizado por Benedicto XVI con su renuncia, ha permitido la apertura de una parte importante de la opinión pública y de los medios de comunicación, hacia una mejor comprensión del ministerio del pastoreo en la Iglesia.
En efecto, la renuncia de Benedicto XVI "descolocó" a quienes hacían una lectura de la vida de la Iglesia en clave de ambición por el poder. La decisión de Benedicto XVI dejaba al descubierto la auténtica una realidad sobre el ministerio pastoral: Amor a la Iglesia por encima del protagonismo personal; concepción de la jerarquía como servicio; confianza en que Dios cuida de la Iglesia y sabe guiarla en medio de los temporales y las pruebas...
A lo anterior se añade el modo en que se realizó la elección del Papa Francisco, que dejó patentes otros aspectos importantes: La no existencia de estrategias humanas en la elección del sucesor de Pedro; la fe en la invocación al Espíritu Santo con plena disposición de acoger su inspiración; la universalidad de la Iglesia por encima de nuestras visiones parciales y limitadas...
Todo ello ha permitido que algunos medios de comunicación hayan puesto entre paréntesis —aunque solo sea parcialmente— los prejuicios con los que anteriormente juzgaban la vida de la Iglesia. Es como si se hubiese roto una especie de "cerco mediático" en torno a la Iglesia, o como si se hubiese producido una "tregua" en medio de una estrategia laicista y anticlerical.
Me viene a la memoria la famosa máxima agustiniana: "Para poder amar hay que conocer; pero para poder conocer hay que amar". Ciertamente, con la elección del Papa Francisco estamos asistiendo a un caso práctico de este principio. La acogida afectuosa dada al nuevo Papa se ha traducido, en algunos sectores, en un voto de confianza hacia su ministerio; lo cual posibilita un conocimiento objetivo del mensaje de la Iglesia.
La resultante es que un momento histórico especialmente difícil de la vida de la Iglesia, que estaba suponiendo un notable desgaste mediático (IOR, Vatileaks, etc.), se ha transformado en un 'kairos'; en un momento especial de gracia. Y todo ello ha acontecido, no ya como consecuencia de una estrategia humana, sino como fruto de la acción del Espíritu Santo en su Iglesia; que no solo es 'apostólica', sino que también es 'carismática'.

Carisma y originalidad

Aun siendo muy importante la reflexión previa sobre el 'kairos' en el que tiene lugar la comunicación en el Papa Francisco, es igualmente relevante la sensibilidad singular que caracteriza al Santo Padre, que en mi opinión refuerza su capacidad comunicadora. Francisco es un 'hombre de Dios' profundamente tradicional, al mismo tiempo que nada conservador.
Dado que la traducción a otros idiomas de estos dos términos —'tradicional' y 'conservador'— puede prestarse a equívocos, conviene precisar el sentido en el que los he utilizado: He descrito a Francisco como un hombre 'profundamente tradicional', en el sentido teológico del concepto 'Tradición'. Baste recordar sus frecuentes referencias al Catecismo de la Iglesia Católica como la regla autorizada de nuestra fe; la utilización habitual, en sus discursos, de diversos conceptos olvidados en la modernidad (el influjo de Satanás en nuestra vida, el peligro de mundanización, etc.); su llamada a la conversión y a la autenticidad evangélica... Y al mismo tiempo, he descrito a Francisco como un hombre 'nada conservador', desde la perspectiva de la llamada que el Papa hace a la reforma de los usos y costumbres clericales y eclesiales, que no han de ser confundidos con la propia Tradición de la Iglesia.
La combinación que hace el Papa de estos dos aspectos (plena fidelidad a la Tradición y libertad evangélica para discernir sobre los modos eclesiales —así como sobre los hábitos clericales—), le coloca en una situación privilegiada para la comunicación. Estamos ante un estilo de comunicación que favorece la atención a lo esencial, evitando así que lo 'secundario' ocupe el lugar de lo 'sustancial'.

Frente a manipulaciones y distorsiones: Estrategia de lo esencial

Es cierto que una buena parte de los medios de comunicación —que adolecen de la formación teológica necesaria para poder dar noticia del mensaje de la Iglesia— tiende a centrar su atención en aspectos superficiales, enfatizando las diferencias entre el Papa Francisco y el Papa emérito Benedicto XVI, hasta el punto de pretender contraponerlos. (Tomemos como ejemplo, la profusión de fotos y comentarios sobre los zapatos que calza Francisco, comparándolos con los zapatos rojos de Benedicto XVI, etc.)
Más aún, determinados medios —por desgracia, algunos de ellos incluso eclesiales— han creado falsas expectativas en torno al Papa Francisco; en el sentido de esperar de él un cambio de elementos sustanciales de nuestra fe y de nuestra moral. Según ellos, el Papa debería cambiar la moral sexual católica, modificar la Tradición de la Iglesia con respecto al ministerio sacerdotal y episcopal, etc. No es difícil pronosticar que la creación de estas falsas expectativas puede tornarse, llegado el momento, en un juicio crítico hacia el Papa. Alguien dijo que los primeros meses del pontificado del Papa Francisco están siendo un "Domingo de Ramos" con respecto a la comunicación; pero que es previsible la llegada del "Viernes Santo"...
Sin embargo, a pesar de la existencia de estas falsas expectativas y de otras manipulaciones, lo que está fuera de duda es que el presente 'kairos' en la vida de la Iglesia está posibilitando que los medios de comunicación se estén haciendo eco, con bastante profusión y detalle, del mensaje del Papa Francisco. Existe una inusitada apertura a conocer e incluso a intentar comprender su mensaje. Para que este 'milagro' haya sido posible, el Papa se ha centrado en la predicación del kerigma combinándolo con una catequesis vivencial; dejando para momentos posteriores los desarrollos de las cuestiones morales mediáticamente conflictivas. Son de sobra conocidas sus palabras en la rueda de prensa que tuvo lugar en el vuelo de retorno de Río de Janeiro, en las que, preguntado por su posicionamiento ante los temas morales más contestados desde la mentalidad secularizada, respondía diciendo que como "hijo de la Iglesia", su pensamiento está en la plena comunión magisterial, pero que al mismo tiempo él entiende que no debe de centrar su discurso en los temas morales.

Gestos, signos y palabras

Jesús predicó el Reino de Dios mediante 'signos' y palabras (Cfr. Lc 24, 19, Jn 10, 38). Los apóstoles, revestidos de la fuerza del Espíritu, continuaron aquel mismo modo de predicación evangélica —al que podríamos definir como "sacramental"—, integrando los signos y las palabras (Cfr. Hch 3, 6). Este estilo comunicativo de Jesús de Nazaret ha marcado la forma de comunicación de la Iglesia; y llegados al Papa Francisco, estamos siendo testigos de un retorno a los orígenes de esta realidad evangélica.
Cuando la tarde del 13 de marzo de 2013, el Papa Francisco se asomó a la Logia de las Bendiciones de la Basílica de San Pedro, en apenas diez minutos, había quedado patente su gran originalidad y frescura en una forma de comunicación, que resultó ser tremendamente significativa e interpelante para sus interlocutores.
Pasados los ocho primeros meses de pontificado, podemos constatar que la comunicación en Francisco está marcada por una integración de signos, gestos y palabras, que han otorgado al Papa una gran capacidad comunicativa y una insólita cercanía a los oyentes –con independencia de su origen, cultura, credo o posición social-. Se está viviendo un llamativo acercamiento de los alejados a la Iglesia e incluso a la práctica religiosa.
+ Entre los signos que todos recordamos, podemos destacar la elección de Lampedusa como su primer viaje fuera de la Península Itálica, el báculo de madera de cayuco que allí utilizó y el altar sobre la patera. En un sentido similar podríamos destacar su elección de Santa Marta como lugar de residencia; la utilización de vehículos sencillos para sus desplazamientos; las imágenes de su ascenso al avión y su descenso de él, portando su maletín en la mano; el lavatorio de pies en una cárcel de jóvenes, en la celebración del Jueves Santo...
+ Entre los gestos del Papa Francisco, recordamos su afectuosa cercanía al Papa emérito Benedicto XVI en la visita a Castelgandolfo; la publicación de su primera encíclica "a cuatro manos" en conjunción con su antecesor; la ternura que manifiesta a los enfermos, a los niños y a los jóvenes en cada encuentro... (Soy consciente de que es difícil establecer una frontera entre signos y gestos, ya que los encontramos plenamente fundidos).
+ Entre las palabras, destacamos las que improvisa en medio de sus discursos u homilías, que brotan del corazón y se convierten en titular para los medios de comunicación. Su palabra "vergüenza", ante la tragedia de Lampedusa, resonó en todo el mundo con una contundencia inusitada. Sus palabras son sintéticas e intuitivas, de forma que se trasladan fácilmente a los titulares: "El apego al dinero te destruye a ti y a tu familia", etc.
Al mismo tiempo, el Papa Francisco se desenvuelve con gran comodidad y espontaneidad en el género de las parábolas, haciendo así su mensaje más cercano y comprensible. No es difícil suponer hasta qué punto pudieron resultar inolvidables para los jóvenes brasileños aquellas palabras pronunciadas en Copacabana:
"Aquí, en Brasil, como en otros países, el fútbol es una pasión nacional. Pues bien, ¿qué hace un jugador cuando se le llama para formar parte de un equipo? Debe entrenarse, y entrenarse mucho. Así es en nuestra vida de discípulos del Señor. San Pablo nos dice: «Los atletas se privan de todo, y lo hacen para obtener una corona que se marchita; nosotros, en cambio, por una corona incorruptible» (1 Co 9,25). ¡Jesús nos ofrece algo más grande que la Copa del Mundo! Nos ofrece la posibilidad de una vida fecunda y feliz, y también un futuro con él que no tendrá fin, la vida eterna. Pero nos pide que entrenemos para «estar en forma», para afrontar sin miedo todas las situaciones de la vida, dando testimonio de nuestra fe. ¿Cómo? A través del diálogo con él: la oración, que es el coloquio cotidiano con Dios, que siempre nos escucha. A través de los sacramentos, que hacen crecer en nosotros su presencia y nos configuran con Cristo. A través del amor fraterno, del saber escuchar, comprender, perdonar, acoger, ayudar a los otros, a todos, sin excluir y sin marginar. Queridos jóvenes, ¡sean auténticos «atletas de Cristo»!".

Dos géneros novedosos

A lo anterior se añade que estamos siendo testigos de dos géneros novedosos en la comunicación de los papas: La homilía diaria en Santa Marta y la entrevista personal o en grupo, sin guiones previos, sin acuerdos, sin revisiones; como decimos en el idioma español, "a pecho descubierto".
La homilía diaria en Santa Marta está teniendo una repercusión mediática inusitada. La forma de hablar del Papa, la claridad de su mensaje, la utilización de imágenes y de titulares, hace que los resúmenes de sus palabras que diariamente pública Radio Vaticana y "L'Osservatore Romano" (elaborados independientemente) tengan una difusión mundial, y que sean muchos los medios que las reproducen en sus boletines. Estas homilías son ya una parte importante del conjunto de la predicación del Papa.
También las entrevistas han tenido un notable eco. Empezando por la que concedió a los medios durante el vuelo de regreso de la JMJ; así como las concedidas en sucesivas conversaciones, a Antonio Spadaro, para la "Civiltá Cattolica" y a Eugenio Scalfari para "La Repubblica". Ambas tuvieron una repercusión mundial y prácticamente todos los medios de comunicación se hicieron eco de ellas. Hay que decir que estos géneros no habían sido utilizados prácticamente por los papas anteriores, y su repercusión y la imagen de cercanía y credibilidad que transmiten, los hacen recomendables.
La ventaja de estos formatos que utiliza el Papa es que antes de dirigir su mensaje, ya ha podido empatizar con los periodistas y con los mismos usuarios de los medios. A los medios no les queda más remedio que ser coherentes con esa imagen del Papa que previamente ha calado en los cristianos —y también en muchos no cristianos— por su relación personal con ellos. Es más difícil criticar a un Papa que cae bien, que tiene mensajes claros, que habla de lo que une, de lo común, de lo que todo el mundo entiende y aprecia.
Por último, podríamos subrayar igualmente que el Papa Francisco ha tomado con decisión el testigo de Benedicto XVI en la evangelización del "Sexto Continente". La cuenta de Twitter elegida por Benedicto XVI (@pontifex) ha facilitado esta continuidad; y el estilo comunicativo rápido e intuitivo de Francisco, ha contribuido a aumentar exponencialmente el número de seguidores de esta cuenta.
El resultado de todo ello, es que asistimos a una novedad grande en el método de la comunicación de la Iglesia, y esto es una enseñanza fundamental para todos nosotros: Los medios ya no marcan la agenda del Papa (lo que deba hablar o callar, etc.); por el contrario, es el Papa el que marca la agenda a los medios. En buena medida, es la forma de comunicación de Francisco la que determina los encuadres, los temas, y los titulares... En definitiva, estamos asistiendo a una lección de comunicación por parte del Papa Francisco (aun cuando él no tenga conciencia alguna de ello): La Iglesia tiene una agenda repleta de temas interesantes y valiosos para todos los hombres, de la que los medios de comunicación se hacen eco.

Coherencia, valentía y trasparencia

¿Dónde está el secreto último del carisma comunicativo del Papa Francisco? Sin duda alguna, la primera clave es su coherencia o autenticidad. En la teoría de la comunicación, actualmente se subraya la importancia de 'transmitir credibilidad'. Pues bien, en el Papa Francisco se aprecia una gran coherencia entre lo que piensa, lo que dice, lo que hace y lo que vive. Más aún, el Papa denuncia con frecuencia el peligro contrario. Por ejemplo, cuando el pasado 14 de abril visitó la Basílica de San Pablo, el Papa señaló la incoherencia de los pastores y de los fieles como un grave problema para la Iglesia. Lo hizo recordando a San Francisco de Asís: "Me viene ahora a la memoria –decía el Papa- un consejo que San Francisco de Asís daba a sus hermanos: Predicad el Evangelio y, si fuese necesario, también con las palabras. Predicar con la vida: El testimonio. La incoherencia de los fieles y los Pastores entre lo que dicen y lo que hacen, entre la palabra y el modo de vivir, mina la credibilidad de la Iglesia". En consonancia con esto, las palabras de Francisco se plasman en sus obras y en su vida. Por ejemplo, si habla de cercanía con los que sufren y abraza a los enfermos al final de su audiencia, a continuación manda al Limosnero del Papa a repartir su ayuda a Lampedusa. Es decir, la coherencia es notoria y palpable. Y es que, como decía Pablo VI en la exhortación apostólica "Evangelii Nuntiandi", el mundo está más necesitado de testigos que de maestros; y solo aceptará a los maestros en la medida en que sean testigos.
A esta autenticidad o coherencia que hemos señalado en primer lugar, hay que añadir otros dos conceptos importantísimos que garantizan la credibilidad de la comunicación de Francisco: la valentía y la trasparencia.
No cabe la menor duda de que Benedicto XVI y Juan Pablo II habían caminado por esta misma senda de la 'valentía' y de la 'trasparencia'. Su política de comunicación en medio de la crisis de los sacerdotes implicados en casos de abusos, fue contundente. Ahora, la comunicación del Papa Francisco avanza en esa dirección, y supera definitivamente el error de un silencio obstinado de otros tiempos; una silencio que dio pie a muchas incomprensiones, a ataques indiscriminados hacia la Iglesia y a falsas acusaciones que han cuajado en una parte importante de la opinión pública. El Papa Francisco nos da un empujón definitivo para que perdamos el miedo a la comunicación del mensaje cristiano y de la vida de la Iglesia.
Aclaremos algo importante: La coherencia, la valentía o la trasparencia del Papa Francisco, no forman parte de una táctica proselitista. No es una estrategia nacida de un gabinete de comunicación o de un experto de marketing. El Papa actúa así porque es así. No finge, no interpreta un papel para transmitir una enseñanza. Actúa como es y su ejemplo arrastra. "Cuando coge el maletín en sus manos para subir al avión que le lleva a Río —señala el P. Lombardi— no interpreta un papel para enseñarnos algo. Él siempre lleva su maletín con sus cosas, y al hacerlo así, nos está enseñando algo". Su actuar es consecuencia de su ser. El sacerdote jesuita Gerardo Whelan, profesor de Teología en la Universidad Gregoriana, dice de él: "No es falso. Siempre ha sido así. Es una persona muy fuerte e inteligente que sabe el significado de sus acciones simbólicas. Está enviando mensajes a través de sus acciones que no son accidentales".

Profundidad y sencillez

Decía Chesterton que "las palabras de los pedantes son un sustituto del pensamiento". De hecho, la tradición catequética de la Iglesia demuestra que los grandes misterios de la fe se pueden expresar en un lenguaje sencillo y adaptado a los diversos interlocutores, sin que por ello peligre la integridad ni la profundidad.
En el caso del Papa Francisco, su éxito de comunicación se debe en buena medida a su expresión, a medio camino entre el lenguaje kerigmático y el catequético. Sus palabras son sencillas, coloquiales; basadas en imágenes de gran impacto expresivo que no pueden ser casuales, sino que brotan primero de la oración y después del deseo de hacerse entender.
Francisco es un Papa que no necesita intérpretes. Ninguna de sus palabras, homilías, respuestas o discursos, necesitan un diccionario o un experto teólogo al lado, para aclarar lo que dice. De hecho, cuando alguien intenta interpretar las palabras del Papa, contextualizarlas, matizarlas o redondearlas, se hace sospechoso de manipulación. Y lo cierto es que este estilo consigue hacerse un hueco entre las noticias del día, de cualquier telediario del mundo.
Stefania Falasca, periodista y editorialista del periódico de la Conferencia Episcopal Italiana "Avvenire", ha comparado la oratoria del Papa Francisco al "sermo humilis" del que habla San Agustín. Su llamamiento a sacerdotes y obispos en la Misa Crismal del Jueves Santo, para ser "pastores con olor a oveja" nos trae a la memoria el sermón sobre los obispos del Santo de Hipona.
El P. Antonio Spadaro S.I., que realizó la famosa entrevista al Papa, a la que hemos hecho alusión, ha señalado recientemente que al Papa Francisco le gusta comunicarse personalmente, sin intermediarios. Así se ve en sus llamadas de teléfono particulares a la gente común, o en las fotografías que se hace con unos jóvenes en Instagram. También recordaba Spadaro cómo "toda la entrevista estaba orientada a la comunicación, porque para el Papa Francisco comunicar es una exigencia".

Por su parte, Mons. Celli, presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones ha propuesto tres claves para describir la comunicación en el Papa Francisco:
- El enfoque inmediato y directo de su dialogar. El Papa Francisco logra combinar frases simples con la riqueza del contenido de la fe: Sabe establecer una sintonía profunda. El primer elemento a destacar es la capacidad del Papa de trazar, en sus homilías, el perfil esencial del discípulo del Señor.
- La utilización de las imágenes. El Papa las usa porque ayudan a que el hombre capte inmediatamente los contenidos profundos de la fe y del mensaje evangélico: El olor de las ovejas que deben tener los sacerdotes, como el buen pastor; o las lágrimas del sufrimiento, que son como lupas que permiten que el hombre se vea al lado del Señor.
- La expresividad de sus gestos. Cuando coge a un niño, cuando abraza a un enfermo, cuando levanta el pulgar mirando a los jóvenes, pone de manifiesto una disposición acogedora y un saber compartir con los hombres de nuestro tiempo.

Epílogo

Es importante que no perdamos de vista que la comunicación en el Papa Francisco no nace de un carisma personal en la expresión, ni mucho menos de una técnica ensayada. Más bien, la fuente de su comunicación está en otros dos factores, que voy a desarrollar brevemente sirviéndome de dos celebres expresiones pronunciadas por Francisco en estos primeros meses:
a) Un celo apostólico que nos permite superar temores y arriesgar en la comunicación: "Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma".
b) Un cristocentrismo que hace de la identidad de la Iglesia la servidora de la Palabra del Señor: "La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar la dulce y confortadora alegría de evangelizar".
En efecto, el Papa Francisco está presentando un rostro de la Iglesia que no es 'autoreferencial', sino plenamente referida a Jesucristo. Cuando los jóvenes le aclamaban en Rio de Janeiro, al grito de "¡Francisco, Francisco!", él les invitaba a reformular sus aclamaciones, diciendo "¡Jesucristo, Jesucristo!".
El Vicario de Cristo en la tierra está llamado a comunicar a todo el mundo que Jesucristo es la única razón de ser de la Iglesia, además de ser también la respuesta al deseo humano de verdad, bondad y belleza. Esta perspectiva cristocéntrica, unida a su celo apostólico, conforma y determina en gran medida la comunicación en el Papa Francisco.

El carisma del Papa Francisco —en el contexto del 'kairos' en el que estamos insertos— nos ofrece una buena oportunidad para mejorar la comunicación del mensaje de salvación a nuestra sociedad. 

¡Muchas gracias!

miércoles, 13 de noviembre de 2013

TIEMPOS DE CRISIS


Evangelio
(Lc 21,5-19)
Domingo XXXIII C

En aquel tiempo, como algunos ponderaban la solidez de la construcción del templo y la belleza de las ofrendas votivas que lo adornaban, Jesús dijo: “Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido”. Entonces le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ocurrir esto y cuál será la señal de que ya está a punto de suceder?” Él les respondió: “Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: ‘Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado’. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin”.

 Luego les dijo: “Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles.
 Pero antes de todo esto los perseguirán a ustedes y los apresarán; los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Con esto darán testimonio de mí.

Grábense bien que no tienen que preparar de antemano su defensa, porque yo les daré palabras sabias, a las que no podrá resistir ni contradecir ningún adversario de ustedes.
 Los traicionarán hasta sus propios padres, hermanos, parientes y amigos. Matarán a algunos de ustedes y todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, no caerá ningún cabello de la cabeza de ustedes. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”.



TIEMPOS DE CRISIS

En los evangelios se recogen algunos textos de carácter apocalíptico en los que no es fácil diferenciar el mensaje que puede ser atribuido a Jesús y las preocupaciones de las primeras comunidades cristianas, envueltas en situaciones trágicas mientras esperan con angustia y en medio de persecuciones el final de los tiempos.

Según el relato de Lucas, los tiempos difíciles no han de ser tiempos de lamentos y desaliento. 

No es tampoco la hora de la resignación o la huida. La idea de Jesús es otra. Precisamente en tiempos de crisis “tendréis ocasión de dar testimonio”. Es entonces cuando se nos ofrece la mejor ocasión de dar testimonio de nuestra adhesión a Jesús y a su proyecto.

Llevamos ya cinco años sufriendo una crisis que está golpeando duramente a muchos. Lo sucedido en este tiempo nos permite conocer ya con realismo el daño social y el sufrimiento que está generando. ¿No ha llegado el momento de plantearnos cómo estamos reaccionando?

Tal vez, lo primero es revisar nuestra actitud de fondo: ¿Nos hemos posicionado de manera responsable, despertando en nosotros un sentido básico de solidaridad, o estamos viviendo de espaldas a todo lo que puede turbar nuestra tranquilidad? ¿Qué hacemos desde nuestros grupos y comunidades cristianas? ¿Nos hemos marcado una línea de actuación generosa, o vivimos celebrando nuestra fe al margen de lo que está sucediendo?

La crisis está abriendo una fractura social  injusta entre quienes podemos vivir sin miedo al futuro y aquellos que están quedando excluidos de la sociedad y privados de una salida digna. 

¿No sentimos la llamada a introducir algunos “recortes” en nuestra vida para poder vivir los próximos años de manera más sobria y solidaria?

Poco a poco, vamos conociendo más de cerca a quienes se van quedando más indefensos y sin recursos (familias sin ingreso alguno, parados de larga duración, inmigrantes enfermos...) ¿Nos preocupamos de abrir los ojos para ver si podemos comprometernos en aliviar la situación de algunos? ¿Podemos pensar en alguna iniciativa realista  desde las comunidades cristianas?

No hemos de olvidar que la crisis no solo crea empobrecimiento material. Genera, además, inseguridad, miedo, impotencia y experiencia de fracaso. Rompe proyectos, hunde familias, destruye la esperanza.  ¿No hemos de recuperar la importancia de la ayuda entre familiares, el apoyo entre vecinos, la acogida y el acompañamiento desde la comunidad cristiana...? Pocas cosas pueden ser más nobles en estos momentos que el aprender a cuidarnos mutuamente.



José Antonio Pagola