domingo, 31 de julio de 2011

San Ignacio de Loyola, julio 31 Año 1556


San Ignacio nació en 1491 en el castillo de Loyola, en Guipúzcoa, norte de España, cerca de los montes Pirineos que están en el límite con Francia. Su padre Bertran De Loyola y su madre Marina Sáenz, de familias muy distinguidas, tuvieron once hijos: ocho varones y tres mujeres. El más joven de todos fue Ignacio. El nombre que le pusieron en el bautismo fue Iñigo.

Entró a la carrera militar pero en 1521, a la edad de 30 años, siendo ya capitán, fue gravemente herido mientras defendía el Castillo de Pamplona. Al ser herido su jefe, la guarnición del castillo capituló ante el ejército francés. Los vencedores lo enviaron a su Castillo de Loyola a que fuera tratado de su herida. Le hicieron tres operaciones en la rodilla, dolorosísimas, y sin anestesia; pero no permitió que lo atasen ni que nadie lo sostuviera. Durante las operaciones no prorrumpió ni una queja. Los médicos se admiraban. Para que la pierna operada no le quedara más corta le amarraron unas pesas al pie y así estuvo por semanas con el pie en alto, soportando semejante peso. Sin embargo quedó cojo para toda la vida.

A pesar de esto Ignacio tuvo durante toda su vida un modo muy elegante y fino para tratar a toda clase de personas. Lo había aprendido en la Corte en su niñez. Mientras estaba en convalecencia pidió que le llevaran novelas de caballería, llenas de narraciones inventadas e imaginarias. Pero su hermana le dijo que no tenía más libros que "La vida de Cristo" y el "Año Cristiano", o sea la historia del santo de cada día.

Y le sucedió un caso muy especial. Antes, mientras novelas y narraciones inventadas, en el momento sentía satisfacción pero después quedaba con un sentimiento horrible de tristeza y frustración. En cambio ahora al leer la Vida de Cristo y las Vidas de los santos sentía una alegría inmensa que le duraba por días y días. Esto lo fue impresionando profundamente.

Y mientras leía las historias de los grandes santos pensaba: "¿Y por qué no tratar de imitarlos? Si ellos pudieron a ese grado de espiritualidad, ¿por qué no lo voy a lograr yo? ¿Por qué no tratar de ser como San Francisco, Santo Domingo, etc.? Estos hombres estaban hechos del mismo barro que yo. ¿Por qué no esforzarme por llegar al que ellos alcanzaron?". Y después se iba a cumplir en él aquello que decía Jesús: "Dichosos los que tiene un deseo de ser santos, porque su deseo se cumplirá” (Mt. 5, 6), y aquella sentencia de los psicólogos: "Cuidado con lo que deseas, porque lo conseguirás". Mientras se proponía seriamente convertirse, una noche le apareció Nuestra Señora con su Hijo Santísimo. La visión lo consoló inmensamente. Desde entonces se propuso no dedicarse a servir a gobernantes de la tierra sino al Rey del cielo.

Apenas terminó su convalecencia se fue en peregrinación al famoso Santuario de la Virgen de Montserrat. Allí tomó el serio propósito de dedicarse a hacer penitencia por sus pecados. Cambió sus lujosos vestidos por los de un pordiosero, se consagró a la Virgen Santísima e hizo confesión general de toda su vida. Y se fue a un pueblecito llamado Manresa, a 15 kilómetros de Montserrat a orar y hacer penitencia, allí estuvo un año. Cerca de Manresa había una cueva y en ella se encerraba a dedicarse a la oración y a la meditación. Allí se le ocurrió la idea de los Ejercicios Espirituales, que tanto bien iban a hacer a la humanidad.

Después de unos días en los cuales sentía mucho gozo y consuelo en la oración, empezó a sentir aburrimiento y cansancio por todo lo que fuera espiritual. A esta crisis de desgano la llaman los sabios "la noche oscura del alma". Es un estado dificultoso que cada uno tiene que pasar para que se convenza de que los consuelos que siente en la oración no se los merece, sino que son un regalo gratuito de Dios. Luego le llegó otra enfermedad espiritual muy fastidiosa: los escrúpulos. O sea el imaginarse que todo es pecado. Esto casi lo lleva a la desesperación.

Pero iba anotando lo que le sucedía y lo que sentía y estos datos le proporcionaron después mucha habilidad para poder dirigir espiritualmente a otros convertidos y según sus propias experiencias poderles enseñar el camino de la santidad. Allí orando en Manresa adquirió lo que se llama "Discreción de espíritus", que consiste en saber determinar qué es lo que le sucede a cada alma y cuales son los consejos que más necesita, y saber distinguir lo bueno de lo malo. A un amigo suyo le decía después: “En una hora de oración en Manresa aprendí más a dirigir almas, que todo lo que hubiera podido aprender asistiendo a universidades".

En 1523 se fue en peregrinación a Jerusalén, pidiendo limosna por el camino. Todavía era muy impulsivo y un día casi ataca a espada a uno que hablaba mal de la religión. Por eso le aconsejaron que no se quedara en Tierra Santa donde había muchos enemigos del catolicismo. Después fue adquiriendo gran bondad y paciencia. A los 33 años empezó como estudiante de colegio en Barcelona, España. Sus compañeros de estudio eran mucho más jóvenes que él y se burlaban mucho. El toleraba todo con admirable paciencia. De todo lo que estudiaba tomaba pretexto para elevar su alma a Dios y adorarlo.

Después pasó a la Universidad de Alcalá. Vestía muy pobremente y vivía de limosna. Reunía niños para enseñarles religión; hacía reuniones de gente sencilla para tratar temas de espiritualidad, y convertía pecadores hablándoles amablemente de lo importante que es salvar el alma. Lo acusaron injustamente ante la autoridad religiosa y estuvo dos meses en la cárcel. Después lo declararon inocente, pero había gente que lo perseguía. El consideraba todos estos sufrimientos como un medio que Dios le proporcionaba para que le fuera pagando sus pecados. Y exclamaba: “No hay en la ciudad tantas cárceles ni tantos tormentos como los que yo deseo sufrir por amor a Jesucristo".

Se fue a París a estudiar en su famosa Universidad de La Sorbona. Allá formó un grupo con 6 compañeros que se han hecho famosos porque con ellos fundó la Compañía de Jesús. Son ellos: Pedro Fabro, Francisco Javier, Laínez, Salmerón, Simón Rodríguez y Nicolás Bobadilla. Recibieron doctorado en aquella universidad y daban muy buen ejemplo a todos. Los siete hicieron votos o juramentos de ser puros, obedientes y pobres, el día 15 de agosto de 1534, fiesta de la Asunción de María. Se comprometieron a estar siempre a las órdenes del Sumo Pontífice para que él los emplease en lo que mejor le pareciera para la gloria de Dios.

Se fueron a Roma y el Papa Pablo III les recibió muy bien y les dio permiso de ser ordenados sacerdotes. Ignacio (que se había cambiado por este nombre su nombre antiguo de Iñigo) esperó un año desde el día de su ordenación hasta el día de la celebración de su primera misa, para prepararse lo mejor posible a celebrarla con todo fervor. San Ignacio se dedicó en Roma a predicar Ejercicios Espirituales y a catequizar al pueblo. Sus compañeros se dedicaron a dictar clases en universidades y colegios y a dar conferencias espirituales a toda clase de personas. Se propusieron como principal oficio enseñar la religión a la gente.

En 1540 el Papa Pablo III aprobó su comunidad llamada "Compañía de Jesús" o Jesuitas. Superior General de la nueva comunidad fue San Ignacio hasta la muerte. En Roma pasó todo el resto de su vida. Era tanto el deseo que tenía de salvar almas que exclamaba: “Estaría dispuesto a perder todo lo que tengo, y hasta a que se acabara mi Comunidad, con tal de salvar el alma de un pecador". Fundó casas de su congregación en España y Portugal.

Envió a San Francisco Javier a evangelizar el Asia. De los jesuitas que envió a Inglaterra, 22 murieron martirizados por los protestantes. Sus dos grandes amigos Laínez y Salmerón fueron famosos sabios que dirigieron el Concilio de Trento. A San Pedro Canisio lo envió a Alemania y este santo llegó a ser el más célebre catequista de aquel país. Recibió como religioso jesuita a San Francisco de Borja que era rico político, gobernador, en España. San Ignacio escribió más de 6.000 cartas dando consejos espirituales. El Colegio que San Ignacio fundó en Roma llegó a ser modelo en el cual se inspiraron muchísimos colegios más y ahora se ha convertido en la célebre Universidad Gregoriana.

Los jesuitas fundados por San Ignacio llegaron a ser los más sabios adversarios de los protestantes y combatieron y detuvieron en todas partes al protestantismo. Les recomendaba que tuvieran mansedumbre y gran respeto hacia el adversario pero que se presentaran muy instruidos para combatirlos. El deseaba que el apóstol católico fuera muy instruido. El libro más famoso de San Ignacio se titula: “Ejercicios Espirituales" y es lo mejor que se ha escrito acerca de cómo hacer bien los santos ejercicios. En todo el mundo es leído y practicado este maravilloso libro. Duró 15 años escribiéndolo.

Su lema era: "Todo para mayor gloria de Dios". Y a ello dirigía todas sus acciones, palabras y pensamientos: a que Dios fuera más conocido, más amado y mejor obedecido. Muy caritativo con todos, especialmente con los enfermos, recomendaba que en la conversación no se emplearan frases muy autoritarias como de quien se imagina que en lo que dice no puede equivocarse. Recomendaba mucho a todos que estudiaran lo más posible, pero corregía con valentía a los que veía muy orgullosos y engreídos por sus estudios o a los que por dedicarse todo el tiempo a estudiar no dedicaban el tiempo suficiente a rezar o a enseñar catecismo. Siempre estaba alegre.

En los 15 años en que San Ignacio dirigió la Compañía de Jesús, esta pasó de siete socios a mil. A todos y cada uno trataba de formarlos muy bien espiritualmente. Como casi cada año se enfermaba y después volvía a obtener la curación, cuando le vino la última enfermedad nadie se imaginó que se iba a morir y murió súbitamente el 31 de julio de 1556 a los 65 años. En 1622 el Papa lo declaró Santo y después Pío XI lo declaró Patrono de los Ejercicios Espirituales en todo el mundo. Su comunidad de Jesuitas es la más numerosa en Iglesia Católica.

Los pecadores lo recordaban como un sacerdote extraordinariamente comprensivo y bondadoso que siempre los recibía bien y los atendía con el mayor esmero. Muchas veces hacía él mismo la penitencia que no arriesgaba a ponerles a ciertos grandes pecadores. Ya estos les recomendaba que su mejor penitencia sería siempre el soportar con paciencia y por amor a Dios los sufrimientos de día.

San Ignacio compuso una oración que es muy conocida en todo el mundo y dice así: "Toma Señor y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Tú me lo diste, a Ti Señor lo devuelvo. Puedes disponer de todo según tu Divina Voluntad. Con que me concedas tu amor y tu gracia, con esto me basta y nada más te quiero pedir”. Otra oración muy amada y recomendada por San Ignacio es aquella que la gente piadosa dice después de comulgar: “Alma de Cristo Santifícame, etc.".

Su libro preferido después de la S. Biblia, era la Imitación de Cristo. Cada día después de almuerzo, en la visita que hacía al Santísimo Sacramento leía un capítulo de la Imitación de Cristo (Este precioso librito ha sido el más editado en el mundo después de la Biblia. Tiene ya más de 3.000 ediciones, y abriéndolo donde a uno le salga, al azar, le dice consejos maravillosamente apropiados para ese momento). San Ignacio: ruégale a Dios por todos los que como tú, deseamos extender el Reino de Cristo y hacer amar más a nuestro Divino Salvador. Todo para mayor gloria de Dios (San Ignacio).

Tomado de Vida de Santos del P. Eliécer Sálesman

sábado, 30 de julio de 2011

Religiones en diálogo

San Dionisio Aeropagita

El 27 de octubre se celebrará, como es sabido, el 25º aniversario de la histórica «Jornada de oración por la paz en el mundo», convocada en Asís, en 1986, por el beato Juan Pa­blo II. Aquella gran iniciativa no de­bería hacer que se olviden otros dos acontecimientos que el mismo Pontí­fice promovió en la ciudad de san Francisco: la «Jornada mundial de oración por la paz en los Balcanes», el 23 de enero de 1994, y la «Jornada de oración por la paz en el mundo», el 24 de enero de 2002, en un mo­mento de preocupante tensión inter­nacional.

El 25º aniversario —al cual Benedicto XVI ha querido dar como tema Peregrinos de la verdad, peregri­nos de paz— se celebrará y vivirá en el signo de la reflexión, del diálogo y de la oración. La reflexión, el silencio, el distan­ciamiento son compañeros necesa­rios de todo diálogo verdadero: si no existieran, este proceso correría el peligro de empobrecerse y de redu­cirse a un intercambio de ideas, con poco contenido espiritual e intelec­tual o sin él.

Una vez más nos pre­guntaremos: ¿por qué los cristianos se empeñan en dialogar con perso­nas y comunidades de otras religio­nes? Un primer motivo es que todos somos criaturas de Dios y, por tanto, hermanos y hermanas. Luego, el he­cho de que Dios actúa en cada per­sona humana, la cual, ya mediante el uso de la razón, puede presentir la existencia del misterio de Dios y re­conocer valores universales, constitu­ye un segundo motivo. Existe, por último, un tercer motivo: descubrir en las diversas tradiciones religiosas el patrimonio de valores éticos co­munes que permite a los creyentes contribuir, come tales, en particular a la afirmación de la justicia, de la paz y de la armonía en las socieda­des de las que son miembros con pleno derecho.

Esa reflexión requiere tiempo, in­tercambio de puntos de vista, honra­dez intelectual y humildad. No es raro que los interrogantes que sur­gen en los interlocutores del diálogo necesiten un tiempo de estudio, de reflexión y también un intercambio dentro de un mismo grupo religioso en diálogo. La Jornada del próximo 27 de octubre favorecerá, desde lue­go, esta reflexión, tanto a nivel per­sonal como colectivo.

El diálogo que la Iglesia procura instaurar con creyentes de otras reli­giones, pero también con toda per­sona en búsqueda del Absoluto, se coloca en la estela del particular diá­logo de Dios con la humanidad a través de su Verbo hecho hombre: «En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos» (Hb 1, 1-2). Ese diálogo se realiza procurando siem­pre conciliar verdad y caridad (cf. Ef 4, 15).

El diálogo no es una conversación entre responsables religiosos o cre­yentes de varias religiones; no es una negociación de tipo «diplomático»; no es terreno de regateo y, menos aún, de componendas; no está moti­vado por intereses políticos o socia­les; no busca subrayar las diferencias ni eliminarlas; no tiende a crear una religión global, aceptada por todos; no se promueve sólo por una inicia­tiva personal, ni como hobby; no cae en la tentación de la ambigüedad de los conceptos y de las palabras.

El diálogo verdadero, en cambio, es un espacio para el testimonio recí­proco entre creyentes que pertenecen a religiones diversas, para conocer más y mejor la religión del otro y los comportamientos éticos que de ella brotan. Esto permite, al mismo tiem­po, corregir imágenes equivocadas y superar prejuicios y estereotipos so­bre personas y comunidades. Se tra­ta de conocer al otro como es y, por tanto, como tiene derecho a ser co­nocido, no como se dice que es y, menos aún, como se pretende que sea. Gracias al conocimiento directo y objetivo del otro, se incrementan el respeto y la estima recíprocos, la comprensión mutua, la confianza y la amistad.

Se conocen bien las cuatro moda­lidades principales, según las cuales los creyentes están llamados a dialo­gar: el diálogo de la vida (comunión de alegrías y de pruebas de la vida cotidiana); el diálogo de las obras (colaboración de cara a la promo­ción del desarrollo integral del hom­bre); el diálogo teológico, cuando es posible (comprensión de las respecti­vas herencias religiosas); y el diálogo de la experiencia religiosa (compartir las mutuas riquezas espirituales).

En la Jornada del 27 de octubre, no faltarán los espacios de diálogo, tanto formales como informales. El primer momento —formal— estará constituido por la conmemoración del encuentro de 1986, así como por los de 1994 y de 2002, y por una profundización del tema de la Jorna­da: Peregrinos de la verdad, peregrinos de paz. Además del Santo Padre, in­tervendrán exponentes de algunas de las delegaciones presentes. Un momento significativo de diálogo se­rá asimismo la adhesión al compromiso tomado el 24 de enero de 2002 en favor de la paz. Todos renovarán sus compromisos manifestados aquel día: «Nos comprometemos a... ».

El contenido de aquel «Decálogo» se ha demostrado profético y sigue conservando toda su actualidad. Basta recordar el segundo compro­miso: «Nos comprometemos a ense­ñar a las personas a respetarse y esti­marse recíprocamente, para hacer posible una convivencia pacífica ysolidaria entre los miembros de et­nias, culturas y religiones diversas» (L'Osservatore Romano, edición en lengua Española, 1 de febrero de 2002, p. 7).

Se sobreentiende que la oración acompaña siempre el inicio, el desa­rrollo y la conclusión de toda acción del cristiano. Entre el diálogo con Dios —la oración— y con los demás hay una relación casi natural. Esto es verdad en particular en el delica­do campo del diálogo entre creyen­tes de diversas religiones. El cristia­no comprometido en el diálogo siempre necesita luz, discernimiento, prudencia y valentía, dones del Espí­ritu Santo. En el diálogo, los cristianos están llamados también a dar testimonio del espíritu de oración que los ani­ma. La oración es una de las dimen­siones en las que el cristiano hace brillar ante los demás sus buenas obras para que las vean y den gloria a su Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 16).

Nuestros coloquios con los inter­locutores musulmanes del Consejo pontificio para el diálogo interreli­gioso comienzan siempre con un momento de oración que puede rea­lizarse tanto con un tiempo de silen­cio como con la lectura de un pasaje del Evangelio y del Corán. También las comidas, momentos de conviven­cia fraterna, están precedidos por momentos de oración silenciosa o por una «invocación» teológicamen­te aceptable por ambas partes.

Aún sigue vivo el recuerdo de la plegaria del beato Juan Pablo II al concluir su discurso a los jóvenes musulma­nes de Marruecos en Casablanca, el 19 de agosto de 1985: «Oh Dios, tú eres nuestro Creador. Tú eres bueno y tu misericordia no conoce límites. A ti la alabanza de toda criatura. Oh Dios, tú has dado a los hom­bres, que somos nosotros, una ley interior con que debemos vivir. Ha­cer tu voluntad es cumplir nuestro deber. Seguir tus pasos es conocer la paz del alma. Te ofrecemos nuestra obediencia. Guíanos en todas las ac­ciones que emprendemos a lo largo de nuestra vida. Líbranos de las ma­las inclinaciones que desvían nuestro corazón de tu voluntad. No permi­tas que invoquemos tu nombre para justificar los desórdenes humanos. Oh Dios, tú eres el único. A ti se di­rige nuestra adoración. No permitas que nos separemos de ti. Oh Dios, juez de todos los hombres, concéde­nos formar parte del número de tus elegidos en el último día. Oh Dios, autor de la justicia y de la paz, otór­ganos la verdadera alegría, y el au­téntico amor, así como una fraterni­dad duradera entre las naciones. Cólmanos de tus dones por siempre. Así sea» (L’Osservatore Romano, edi­ción en lengua española, 15 de sep­tiembre de 1985, p. 15).

La Jornada del 27 de octubre in­cluirá momentos de oración, enten­dida como diálogo de todo creyente con Dios o con el Absoluto, cada cual según su propia tradición reli­giosa o su búsqueda de la verdad. La peregrinación misma, en este ca­so en Asís, expresa la «búsqueda de la verdad y del bien». El creyente está «siempre en camino hacia Dios», es un peregrino de la verdad, así como es peregrino todo hombre que se siente «en el sendero de la búsqueda de la verdad».

Si «la imagen de la peregrinación resume (...) el sentido del aconteci­miento que se celebrará», esto signi­fica que la oración será un elemento fundamental de la Jornada del 27 de octubre. El viaje desde Roma hasta Asís, aunque sea una ocasión de co­nocimiento recíproco y de diálogo informal entre los participantes, po­drá ser también un tiempo de refle­xión y de oración. Tras el almuerzo compartido como signo de fraterni­dad y de frugalidad, seguirá un mo­mento de oración personal y de re­flexión.

El camino-peregrinación vespertino en silencio hacia la basíli­ca de San Francisco también ofrece­rá un espacio a la oración y a la me­ditación personal. Para los católicos, será significativa la vigilia de oración presidida por el Santo Padre con los fieles de la diócesis de Roma en la basílica papal de San Pedro, la no­che precedente. La invitación a las Iglesias particulares y a las comuni­dades de todo el mundo para que organicen momentos análogos de oración ilustra su importancia en es­ta Jornada.

Con ocasión de la audiencia general del 14 de mayo de 2008, evocando la figura de Dionisio Aeropagita, Benedicto XVI afirmó: «Se ve que el diálogo no acepta la superficialidad. Precisamente cuando uno entra en la profundidad del encuentro con Cristo, se abre también un amplio espacio para el diálogo. Cuando uno encuentra la luz de la verdad, se da cuenta de que es una luz para todos; desaparecen las polémicas y resulta posible entenderse unos a otros o, al menos, hablar unos con otros, acercarse.

El camino del diálogo consiste precisamente en estar cerca de Dios en Cristo, en la profundidad del encuentro con él, en la experiencia de la verdad, que nos abre a la luz y nos ayuda a salir al encuentro de los demás: la luz de la verdad, la luz del amor. A fin de cuentas, nos dice: tomad cada día el camino de la experiencia, de la experiencia humilde de la fe. Entonces, el corazón se hace grande y también puede ver e iluminar a la razón para que vea la belleza de Dios» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de mayo de 2008, p. 12).

Surge espontáneamente el deseo de que todos los participantes en la Jornada de Asís del 27 de octubre, así como las numerosas personas y comunidades de creyentes que se unirán a ellos, comprendan mejor el significado de lo que se afirma en la declaración Nostra Aetate: «La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones es verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepen mucho de lo que ella mantiene y propone, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres» (n. 2).

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Artículo que ha escrito en “L’Osservatore Romano” el cardenal Jean-Louis Tauran, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, en preparación a la Jornada de oración por la paz en el mundo convocada por Benedicto XVI el 27 de octubre en Asís.

El hambre de los hombres


Comentario al pasaje evangélico (Mateo 14, 13-21) de este domingo XVIII del tiempo ordinario:

"Al enterarse, Jesús se fue de allí en barca, él solo, a un paraje despoblado. Pero lo supo la multitud y le siguió a pie desde los poblados. Jesús desembarcó y, al ver a la gran multitud, sitió lástima y sanó a los enfermos. Al atardecer los discípulos fueron a decirle:
-El lugar es despoblado y ya es tarde; despide a la multitud para que vayan a los pueblos a comprar algo de comer.
(Jesús) les respondió:
-No hace falta que vayan; denle ustedes de comer.
Respondieron:
-Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados.
Él les dijo:
-Tráiganlos.
Después mandó a la multitud sentarse en el cesped, tomó los cinco panes y los dos pescados, alzó la vista al cielo, dio gracias, partió el pan y se lo dio a sus discípulos; ellos se lo dieron a la multitud. Comieron todos, quedaron satisfechos, recogieron las sobras y llenaron doce canastos. Los que comieron eran cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños."


En una de las intervenciones de Jesús con aquellas muchedumbres, sucedió lo que era previsible: el problema del horario. Llegaba la hora de comer y eso representaba un problema para la “organización”. El Evangelio de este domingo nos presenta una escena conocida como la multiplicación de los panes y los peces. Una muchedumbre que se arremolinaba en torno a Jesús para escuchar atenta su enseñanza o para presenciar curiosa alguno de sus milagros, en una ocasión se encontraron en plena montaña.

El apuro ante semejante responsabilidad de dar de comer a tal muchedumbre, debió abrumar a los discípulos, porque Jesús no comenzó con el milagro multiplicador, sino que comenzó con la provocación a aquellos seguidores suyos: dadles vosotros de comer. Podemos suponer cómo se quedarían sus rostros ante el espectáculo de más de cinco mil personas.

Quizás lo más importante para ser de veras un instrumento de Dios es tener conciencia de la desproporción entre la misión que se nos asigna y nuestra propia capacidad. Cuando hablamos de la paz, del amor, de la esperanza… cuántas veces nos sentimos desbordados, como si fuera imposible semejante empresa de pacificar, enamorar y esperanzar a nuestros hermanos. Esto es lo que aquellos discípulos debieron experimentar hasta el pasmo.

Y es entonces cuando interviene Jesús: hay un chaval que tiene cinco panes y un par de peces. El milagro se haría, y con creces, como acostumbraba Jesús. Y quedaron todos pasmados, sobre todo los discípulos que no sabían dónde meter sus cálculos y sus temores ante semejante gesto del Maestro. Aquel milagro se hizo a partir de ese poco que un muchacho les prestó. Jesús actuará para dar el mucho desde ese poco que los discípulos y el chaval pudieron aportar.

Pienso en los hambrientos de nuestro mundo, sean cuales sean sus hambres. Pienso en los panes y peces que nuestra pequeñez puede ofrecer. El milagro pide entrada también en nuestro mundo, y Jesús está dispuesto a realizarlo. Un pequeño gesto de paz, de fe, de ternura, de misericordia, de amor, de fidelidad… puede ser el diseño pequeño de un mundo pacífico, tierno, creyente, amoroso y fiel. Jesús nos pide nuestro poco, y Él hará el mucho que nuestros contemporáneos puedan necesitar.

El Señor os bendiga y os guarde.

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo

jueves, 28 de julio de 2011

Fallece en China el misionero jesuita español Luis Ruiz, a los 97 años


Ayer fallecía en Macao, China, a los 97 años el misionero jesuita Luis Ruiz Suárez. Como reconocía el periódico local Macau Daily Times "sin duda una de las figuras más importantes de Macao, fundador de lo que hoy conocemos como sistema de servicios sociales". La mayoría lo conocían por su nombre chino "Luk Ngai", "padre de los pobres", por su dedicación a los más pobres de los pobres.

Nacido en Gijón en 1913, como jesuita tuvo que abandonar España, al suprimir la República Española la Compañía de Jesús en 1932. Para seguir siendo jesuita tuvo que exiliarse con sus hermanos de congregación. Fue destinado a Cuba, al colegio de Belén, y entre sus alumnos, estuvo Fidel Castro.

Llegó a China en 1941, donde pasaría los siguientes 70 años, por lo que vivió los terribles años de la ocupación japonesa. Tras la fundación de la República Popular China en 1949 el padre Ruiz fue detenido y, durante su arresto, estuvo a punto de morir, ya que contrajo el tifus. Fue expulsado a la entonces colonia portuguesa de Macao, donde se dedicó a ayudar a los refugiados que huían de la China comunista.

Los refugiados llegaban a nado con lo que podían llevar flotando. La situación era desesperada por el número de personas a las que atender. El padre Luis abrió las casas de los jesuitas y se volcó en aquellas personas que carecían de todo, gracias a las ayudas que empezó a obtener del extranjero. Les ayudó a conseguir papeles, encontrar trabajo y dar educación a sus hijos. Creó las primeras residencias para ancianos y casas de acogida para personas con problemas mentales.

En los años ochenta, tras conseguir los permisos oportunos del gobierno chino, logró establecer en la China continental más de un centenar y medio de centros para atender a 10.000 leprosos, que vivían en situación de absoluto abandono. En esta labor contó con la inestimable asistencia de varias congregaciones de religiosas que acudieron a sus llamamientos de ayuda. Su incansable labor con los leprosos ha hecho que muchos lo comparen con la Madre Teresa de Calcuta. Como dijo en diversas ocasiones: "No hay alegría mayor que la de servir a los demás. Sus rostros y sonrisas son la mayor recompensa".

En el 2005, aceptó el ofrecimiento del gobierno de la provincia china de Hunan para crear un centro para enfermos de sida. El centro se estableció en Hongjian. Todo sin abandonar su dedicación al resto de obras que había creado, por lo que cuando se le preguntaba por la posible falta de fondos para sostenerlas solía decir: "Siempre he confiado en la ayuda de Dios porque no hay otra forma de explicar que hayamos sobrevivido económicamente a lo largo de los años".

El funeral por este gran hombre de Dios tendrá lugar el 3 de agosto en la Catedral Católica de Macao.

viernes, 22 de julio de 2011

De precios y de ofertas, el reino


Comentario al Evangelio del domingo decimoséptimo del tiempo ordinario (Mateo 13, 44-52):

"El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo: lo descubre un hombre, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, vende todas sus posesiones para comprar aquel campo.
El reino de los cielos se parece a un comerciante de perlas finas: al descubrir una de gran valor, va, vende todas sus posesiones y la compra.
El reino de los cielos se parece a una red echada al mar, que atrapa peces de toda especie. Cuando se llena, los pescadores la sacan a la orilla, y sentándose, reúnen los buenos en cestas y los que no valen los tiran.
Así sucederá al fin del mundo: separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el crujir de dientes.
¿Lo han entendido todo?
Le responden que sí, y él les dijo:
-Pues bien, un letrado que se ha hecho discípulo del reino de los cielos se parece al dueño de una casa que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas."


En un mundo de competitividad como el nuestro, puede resultar extraño ver a Dios que salta al mercado de las ofertas y pone precio. El Evangelio de hoy culmina esa catequesis sobre el Reino de Dios que Jesús ha ido explicando estos domingos. Las dos primeras imágenes que aparecen muestran el valor de ese Reino: vale la pena venderlo todo para hacerse con un don tan preciado. Tan importante, tan absoluto es ese Reino que es más que todo lo que una persona pueda poseer.

Jesús no estaba ante aquella gente, ante sus discípulos, tra­tando de "venderles" su novedad haciéndoles consideraciones pertinentes sobre la exce­lencia de su "mercado", o indicándoles cuáles eran sus ventajas respecto a otros merca­deres. Más bien, el Señor se presenta con lo más y lo mejor, con lo que no tiene compe­tencia ni rival. ¿De qué se trataba, pues? ¿Cuál era la oferta de Jesús?

Se trataba de eso que de múltiples formas no ha hecho otra cosa que ofrecer, y explicar, e inaugurar: el Reino de Dios, el proyecto de su Padre, el plan de Dios sobre cada hombre y sobre toda la humanidad. Para esto vino Él: para decir a sus hermanos los hombres cuál era y cómo se andaba el camino de la felicidad bienaventurada. Porque en el empeño de ser felices, cuando los hombres han aspirado a ello al margen de Dios o incluso contra Él y a su despecho, el resultado es esa macabra retahíla de desmanes con los que los humanos han llenado demasiadas páginas de su historia: violencias, mentiras, injusticias, traiciones, muertes.

El Reino es algo que tiene que ver con las exigencias de nuestro corazón, con las aspiraciones más nobles y los deseos más hondos del corazón humano. No obstante, y a pesar de la inmensa oferta de Dios, Él nos deja libres para que optemos. Es una vieja tentación la de ser independientes y autónomos respecto de Dios. Pero tras tanto esfuerzo, tanto pago, tanta cosa... no logramos alcanzar la dicha.

El Evangelio de este domingo nos ofrece una meditación sobre nuestro dispendio vital: en qué gastamos nuestro caudal de posibilidades, en dónde apostamos nuestro deseo de felicidad. Dios sale a nuestro paso y nos dice que Él tiene un plan, su Reino, por el que vale la pena arriesgarlo todo. Cuando alguna vez se ha entendido esto, cuando alguna vez se ha intentado, se comprende que Dios no juega con nosotros, que no se aprovecha de nuestra condición, sino que al venderlo todo para adquirir su tesoro escondido o su perla preciosa, es decir, al dejar padre, madre, hijos, tierras... por su Reino, Él nos ha dado cien veces más padres, madres, hijos, tierras... y después la vida eterna. "¿Entendéis bien todo esto? Ellos contestaron: sí" (Mt 13,52). ¿Qué podemos responder cada uno de nosotros? El Señor os bendiga y os guarde.

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm arzobispo de Oviedo.

La Espiritualidad Ignaciana es laical


Apuntes sobre "Ignacianidad" (1)
Carlos Rafael Cabarrús, SJ

Cada vez más, gracias a Dios, nos encontramos explícito el fenómeno de personas -mujeres y hombres, casadas y solteras- que vibran con lo Ignaciano. Nos las podemos encontrar en instituciones de la Compañía de Jesús o fuera de ellas. Gente que se ha acercado de alguna manera a los jesuitas, a las religiosas que viven esta espiritualidad, o a quienes viven de algún modo lo Ignaciano, y experimentan una cierta sintonía con el modo de proceder de los jesuitas. A todas estas personas les dedico estas líneas que quieren favorecer el poner más en evidencia un carisma legítimo que está por tomar aún más cuerpo dentro del mundo laical.(2)

Es mi deseo que estas páginas (3) puedan significar a la vivencia de la espiritualidad ignaciana por personas laicas, algo similar a lo que significó para los jesuitas, a principios de la década del 80, el documento del padre Arrupe "El modo nuestro de proceder"(4). En aquel entonces (después de la crisis de los años 70) no estaba muy clara la identidad del jesuita en nuestros tiempos... El padre Arrupe revivió las fuentes, redescubrió el discernimiento y, en general, revitalizó nuestra identidad. Algo semejante está pasando ahora con la espiritualidad laical desde lo ignaciano, y es una urgencia trabajar por hacerla más diáfana, y sobre todo más cercana a un mayor número de mujeres y hombres que puedan encontrar en ella un "modo de proceder" en el mundo.

Sé que estas páginas sólo podrán ser plenamente comprendidas por aquellas personas que han hecho el "itinerario de la ignacianidad"(5): especialmente la experiencia de los Ejercicios Espirituales(6), y la experiencia de estar comprometido(a) con la tarea del Reino. A los laicos(as)(7) que han hecho este itinerario, les ayudarán a comprender mejor los rasgos de la espiritualidad que ya han experimentado. A los jesuitas y religiosas formadas en esta espiritualidad, les darán pistas para saber detectar y potenciar esas señales de ignacianidad en las personas que los rodean.

Sin embargo, también quiero que sean una invitación a dejarse afectar, para aquellas personas que apenas empiezan a acercarse a esta espiritualidad..., quizá muchas ideas y conceptos no los alcancen a desentrañar todavía; tal vez les sea difícil comprender toda la significación de la experiencia de los Ejercicios; pero, sin duda alguna, será posible que se dejen impresionar e interpelar por los rasgos que caracterizan la ignacianidad, y que posiblemente han visto vivir a otros(as) y se han sentido atraídos(as) por ellos.

EL LAICO IGNACIO DE LOYOLA
Lo primero que quiero resaltar, es el carácter de laico de Ignacio de Loyola cuando experimentó todas aquellas vivencias que luego plasmó en los Ejercicios Espirituales, y finalmente marcaron el modo en la Compañía de Jesús. Ignacio de Loyola era laico cuando inició su proceso de conversión en Loyola y empieza a reconocer la existencia de diversos espíritus. Era laico cuando vivió la intensa experiencia de Manresa (8). Era laico cuando experimentó y escribió los Ejercicios Espirituales. Era laico cuando empezó a tener junto a él compañeros a los que les fue dando los Ejercicios, y así les fue comunicando un modo específico de ser.

La espiritualidad lgnaciana, la ignacianidad, nace pues como un carisma(9) laical, descubierto por un laico y con una metodología -los Ejercicios- que fueron concebidos desde esta perspectiva. Sólo pasados muchos años y muchas experiencias, los compañeros deciden constituir la Compañía de Jesús, en donde se plasma la espiritualidad Ignaciana cuando ésta se hace congregación religiosa. Pero el origen del carisma Ignaciano es laical: en Manresa, en 1522, vivió Ignacio la experiencia espiritual más fuerte (la misma que luego plasma como "método" en los Ejercicios espirituales), y sólo hasta 1534, en Montmartre (París), hace votos religiosos; es decir, durante más de diez años vivió su espiritualidad como laico. La Compañía de Jesús da un modelo de cómo se hace cuerpo un carisma, pero no lo agota, por principio. El carisma Ignaciano puede ser vivido -y es vivido- en personas y en instituciones no jesuitas, con pleno derecho(10).

Estas afirmaciones, toman fuerza, si miramos detenidamente la historia de Ignacio. La fuente de la espiritualidad Ignaciana se dio en la experiencia de Manresa, justo después de su conversión, y esta experiencia la vivió él como un laico. Como laico Ignacio escribió los Ejercicios después de haber sido una experiencia vivida en él. El peregrino penitente -laico- que llega a Manresa, sale convertido en un peregrino apóstol -laico-. Esos once meses son de los más decisivos en la vida de Ignacio y en su obra: durante esa estadía es cuando tiene una de las experiencias místicas que más marcarán a Ignacio: la del Cardoner(11).

Allí, como él mismo lo expresa: “Se le empezaron a abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales como de cosas de fe y de letras; y esto con una ilustración tan grande que le parecían todas las cosas nuevas (…) y no se puede declarar los particulares que entendió entonces, aunque fueron muchos, sino que recibió una grande claridad en el entendimiento; de manera que en todo el discurso de su vida, hasta pasados sesenta y dos años, coligiendo todas cuantas ayudas haya tenido de Dios, y todas cuantas cosas ha sabido, aunque las ayunte todas en uno, no le parece haber alcanzado tanto, como de aquella sola. Y esto fue en tanta manera de quedar con el entendimiento ilustrado, que le parecía como si fuese otro hombre y tuviese otro intelecto, que tenía antes” (Autobiografía, 30)(12).

Luego, una vez que se ha persuadido Ignacio de que no puede vivir y morir en Tierra Santa, como era su hondo deseo desde su convalecencia, comienza -porque experimenta que lo necesita para poder fundamentar y contagiar su experiencia- la formación intelectual. Allí su vocación laical, la típica suya, comienza a manifestar un elemento importante: búsqueda de compañeros a quienes les va dando los Ejercicios y les va comunicando un modo de ser.

Pedro Fabro, uno de sus primeros compañeros, en 1540 es el fundador y animador de uno de estos grupos llamado "congregación del Nombre de Jesús". El objetivo de esta agrupación era la renovación de la vida espiritual de los seglares, el apostolado de enseñar la doctrina cristiana, asistir a los pobres vagabundos y acompañar a los ajusticiados en la hora de la muerte(13).

Sin embargo, la Compañía de Jesús, por muchas razones históricas, prácticamente se ha adueñado de toda la espiritualidad Ignaciana, de toda la ignacianidad. A pesar de que desde muy temprano había instituido las Congregaciones Marianas (agrupaciones estudiantiles que emanaban de la experiencia de los Ejercicios, en donde se unían virtud, ciencia y servicio) seguía siendo el carisma algo de pertenencia exclusiva de los jesuitas. De algún modo lo compartían con los laicos en estas Congregaciones, pero que no eran considerados, finalmente, como auténticamente ignacianos.

Por otra parte, también desde el mismo inicio de la Compañía, hubo una atracción de
aplicar el carisma a institutos religiosos femeninos(14), y aunque existieron algunos fundados según este carisma,fueron respaldados por algún jesuita en particular, pero no aprobados por la Compañía de Jesús como tal. Es decir, de cierto modo, "robaban" el carisma Ignaciano, pero no les era legítimamente compartido. Una de las grandes aplicaciones de esta espiritualidad Ignaciana hecha por los jesuitas para la vivencia del carisma desde los laicos(as), a lo que llamamos ignacianidad, fue la ratio studiorum"(15).

Como es bien conocido, con las primeras Reglas del Colegio Romano se fue elaborando el documento que culminó en esa estructura de los estudios promulgada en enero de 1599. La ratio fue la guía del sistema educativo de la Compañía por doscientos años(16). Esto, en principio, debió ser siempre fuente de ignacianidad, en muchos de nuestros estudiantes. Es decir, siguiendo la
estructura de estudios propuesta por la ratio, se haría de quienes estudiaban en nuestros colegios, personas ignacianas, ya que con dicho plan de estudios se les transmitiría el carisma ignaciano.

El desconocimiento de este documento de la ratio studiorum, el anquilosamiento del modelo, la imposibilidad de un sistema unificado de educación para todos los colegios de la Compañía en el mundo, el avance de la ciencia -que no quedaba asumido en él- y la inquietud de si la educación ofrecida en los colegios de la Compañía cumplía la finalidad apostólica de la misma, lleva primero al olvido de este documento, y luego a una nueva formulación sobre lo que es la espiritualidad ignaciana y la educación de la Compañía(17).

Posteriormente, estas mismas inquietudes, y la necesidad de hacer más práctico el modo de aplicar la ignacianidad a la educación, hacen que se elabore el Paradigma Pedagógico Ignaciano (PPI): una experiencia educativa formulada desde el mismo esquema de los Ejercicios Espirituales(18). A pesar de esto, mirándolo sólo desde esta perspectiva, queda reducida la ignacianidad al ámbito educativo, y por tanto a las personas que se encuentran en este campo, o a una herramienta pedagógica(19); más que a un modo de vida, a una manera de situarse en el mundo, que es lo que tendría que ser.

LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES(20), LA CUNA DE LA "IGNACIANIDAD": Lo básico de la espiritualidad ignaciana es experimentar, sentir, hacer, padecer, gozar... Es la experiencia que se vive principalmente en los Ejercicios Espirituales (EE), pero también -aunque dimana de los Ejercicios- se puede vivir por sintonía y porque se tiene el carisma. En los Ejercicios, "experimentar" es fundamental, determinante. Tres verbos ejes son cruciales en el camino de experimentar en los Ejercicios: "sentir" -dejar que mi sensibilidad vibre de la misma manera que vibra la de Jesús-, "hacer" -hacer con y como Jesús, en el horizonte de que venga el Reino- y "padecer" -consecuencia lógica de pretender el Reino a la manera de Jesús, frente al poder de este mundo que lo ahoga- (21)... y sólo se entienden desde la construcción del Reino (22), como veremos más adelante.

Para hacer posible este experimentar, Ignacio -gran conocedor de la persona-, aprovecha mecanismos psicológicos que posibilitan la experiencia. Por ejemplo, capta el papel de la culpa sana como resorte para vivir la experiencia de la conversión, emplea el mecanismo de la emulación para disponer al compromiso con el Reino desde el seguimiento de Jesús, utiliza la sensibilidad, la inmersión total de la persona en la contemplación y la aplicación de sentidos -ver,oír, gustar...- para posibilitar el conocimiento de Jesús que lleva al seguimiento, "...conocimiento interno del Señor… para que más le ame y le siga" (EE 104), etc.

De todo lo anterior se concluye que esta triple experiencia -sentir, hacer y padecer-, pretendida en la metodología de los EE, constituirá la matriz para formar lo "Ignaciano" en alguien. Eso que estamos llamando "ignacianidad". Se inicia esta experiencia con el Principio y Fundamento. El objetivo de esta parte de los EE es, ciertamente, ganar la libertad, ganar la "indiferencia": ...por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas..."EE
(23). Indiferencia entendida como libertad frente a todo, especialmente frente a las grandes sombras de la vida: la muerte, la enfermedad, el dinero, el poder... Esta libertad se convertirá en experiencia fundante y generadora de una serie de actitudes.

Ignacio en unas reglas para los jesuitas -poco conocidas(23)- estipulaba lo siguiente en torno a la libertad: "Conserva la libertad en cualquier lugar, y ante cualquiera, sin tener en cuenta a nadie; sino siempre ten libertad de espíritu ante lo que tienes delante; y no la pierdas por impedimento alguno: nunca falles en esto”. Por tanto, el que ha captado el carisma ignaciano será la persona libre que no hipoteca su libertad a ningún precio. Gran signo de este nuevo Principio y fundamento es "sentir" la libertad. Obviamente que esta experiencia no va sola. Tiene otras realidades que la complejizan.

Luego, la experiencia de primera semana es la del(a) pecador(a) perdonado(a). Acá lo que se tiene que vivenciar es cómo ha estado entorpecido nuestro "hacer"; es captar que, por causa de nuestro pecado(24), "se hace" llevar a la muerte a Jesús... Esta experiencia es la que posibilita el diálogo propuesto por Ignacio: "¿Qué he hecho por Cristo, qué hago por Cristo, qué debo hacer por Cristo?" (EE 53). Aquí nos encontramos con que el sentir se convierte en un hacer, en una tarea. Es decir, la experiencia fundamental de la primera semana es la del(a) pecador(a) perdonado(a) a quien el perdón se le convierte en misión, pues no es a pesar de ser pecadores, sino precisamente por ello (1 Co 1, 25 ss) por lo que se nos invita a seguir a Jesús, para ser puestos(as) con Él(25) en la tarea de construir el Reino.

La experiencia de ser pecador(a) perdonado(a), es la que matiza y empuja todos los rasgos de la espiritualidad lgnaciana, como lo veremos más adelante. A la manera como nos invita Ignacio a experimentarlo, ser pecador(a) "abierto(a) a Dios" no aleja, sino que acerca a Dios -contra toda la expectativa religiosa habitual-. A continuación se tiene la experiencia de la contemplación(26) del Reino que nos introduce de lleno a una modalidad del hacer. Es hacerlo todo al modo de Jesús. Y es hacer también nosotros el Reino. Un hacer que es también "dejarse hacer", dejarse afectar -ser puesto, ser elegido-, dejar actuar a la Espíritu (la gracia). Con esto se inicia la segunda semana. Después, la contemplación de la Encarnación nos va a hacer "sentir" lo que experimenta la Trinidad, "viendo" con ella, para luego percatarnos de la extrema solidaridad suya al formular la frase de "hagamos redención del género humano" (EE 107). La contemplación nos invita a ello también. La contemplación de toda la vida oculta es un camino para aprender a sentir y proceder al modo de Jesús. El método de la contemplación nos invita a tener sus mismos sentimientos y su mismo modo de proceder.

Nos encontramos luego con la llamada jornada ignaciana -(Banderas, Binarios, Tres Maneras de Humildad). Esta nos hace experimentar la comprensión más profunda de los deseos y su dinamismo. Primero, a desear por lo menos desear. Esto sería el nivel de Principio y Fundamento. Luego, de una forma más simple -quizás en el ofrecimiento del Reino- deseando de todo corazón, con "determinación deliberada". Para, en seguida, aprender que la clave está en desear ser puestos(as) con el Hijo. Experimentar este deseo nos dispone a la vivencia de la pasión -tercera semana-.

Experimentar la pasión, es la invitación por excelencia a la solidaridad como consecuencia del amor. Se nos invita a hacer y padecer: "qué debo yo hacer y padecer por él" (EE 197). Finalmente, la resurrección -cuarta semana- es experimentar la esperanza y la alegría de la nueva vida de Jesús: "... queriéndome afectar y alegrar de tanto gozo y alegría de Cristo nuestro Señor" (EE 221). Es aprender a "hacer esperanza" en nosotros y en los demás, sabiendo
también que es gracia a pedir. Culminan los Ejercicios con la contemplación para alcanzar amor, que es la gran síntesis de todo. Es experimentar que es el amor lo que debe regir, y también, que el amor se expresa concretándolo en acciones. Esta contemplación deja la clave de la relación con Dios: de amante a amado, de amado a amante (EE 231).

En síntesis, siguiendo la experiencia de los EE, podemos afirmar que el ignaciano, la ignaciana, es alguien que se ha formado en una escuela fundamental que le abre al sentir profundo, al hacer como tarea recibida, como don, y a ser capaz de padecer por ese Jesús encontrado en el sufrimiento de la humanidad (EE 195), para vivenciar también su gloria en el contexto del Reino. Es esta vivencia lo que animó a los primeros compañeros de Ignacio a buscar otros compañeros y hacer organizaciones (congregaciones) en donde lo del servicio a los necesitados se hacía crucial desde lo que se había vivido del encuentro en Ejercicios(28).

Ahora bien, la experiencia de los Ejercicios debe estar acompañada de una experiencia retante en lo humano, en lo histórico. Muchas veces los Ejercicios pierden su mordiente, precisamente porque no son acompañados o precedidos de un haber compartido, por lo menos por espacios serios y significativos, con el dolor de la humanidad, con la injusticia y con el querer devolverle el rostro humano al mundo(29). No obstante, esta experiencia de contacto serio con el dolor del mundo -sobre todo para los(as) laicos(as)- no está determinada únicamente por un tiempo largo de
contacto con el sufrimiento de las mayorías, sino por un encuentro significativo -por los efectos internos que ella produce- con esa realidad; un encuentro que puede partir de un acontecimiento inesperado o traumático (como la bala de cañón para Ignacio), una experiencia casual pero marcante, un diálogo profundo con alguien que ha compartido de cerca esa realidad, los medios de comunicación, o algo similar. En definitiva, una persona que ha hecho la experiencia de los Ejercicios y tiene experiencia de haber compartido de cerca con las mayorías necesitadas, podrá tener seguramente, en su modo de ser y actuar, los rasgos de la espiritualidad ignaciana.

LOS RASGOS CARACTERÍSTICOS DE LA IGNACIANIDAD: La persona ignaciana, quien viva la ignacianidad, va a manifestar unos rasgos típicos que también se deben encontrar en los jesuitas, pero que no se agota de ninguna manera en ellos. Estos rasgos son: ser compañero(a), sentirse apasionado(a) por la misión, buscar la mayor gloria de Dios, poder convivir con la paradoja, tener una experiencia de oración muy concreta, caminar superando etapas, y vivir en espíritu de discernimiento.

1. Ser compañero(a) de Jesús: De ordinario se ha identificado la palabra "compañía" con algo guerrero o de armas (es una interpretación tardía en castellano y no pretendida en Ignacio), sin embargo, hay una acepción quizás calcada de las lenguas germánicas en la que compañero -y por ende compañía- tiene que ver con el hecho de compartir el mismo pan(30). Compañero es "quien come el pan con otro"(31). Por esa razón quizás, al buscar el nombre para los incipientes jesuitas, cayó como anillo al dedo lo de Compañía de Jesús, que por lo menos en las lenguas romances podía mantener esa connotación tan rica.

Por eso también Ignacio -laico- busca amigos y comparte con ellos los dineros y la comida, en las universidades en que estudió, dándoles los Ejercicios y convidando a la solidaridad con los más necesitados..., él hacía muchas diligencias, desde el mismo comienzo, para "remediar a los pobres" (Autobiografía nº 57). De ahí también se entiende por qué Ignacio sale siempre en búsqueda de compañeros y compañeras con los(as) cuales podía compartir todas esas experiencias. En este sentido es interesante considerar cómo la amistad -como expresión y extensión de la
relación con Jesús- no llevó al laico Ignacio a tratar solamente con los hombres. Su relación con múltiples mujeres fue siempre muy manifiesta, muy rica y perdurable(32). La personalidad de Ignacio, y su sensibilidad y capacidad para el acompañamiento espiritual, fueron influidas seguramente por su relación amplia y cercana con las mujeres(33).

Este contexto de compartir el pan está también escenificado en el Reino: "por tanto, quien quisiere venir conmigo ha de ser contento de comer como yo, y así de beber y vestir, etc. asimismo ha de trabajar conmigo" (EE 93). Desde allí se está modelando al ignaciano(a), como "compañero, compañera" de Jesús. Para quien es ignaciano(a), Jesús es central porque así lo ha experimentado en Ejercicios. No sólo lo conoce sino que ha llegado -por gracia- a sentir como Jesús para actuar como Él, ha sido llevado a encarnarse con su sensibilidad. Por esto, el centro de la vida es el Señor, al que se le experimenta amigo y compañero, porque en el coloquio de la
oración ha aprendido a hablar con el Señor: "como un amigo habla a otro amigo" (EE 54). Toda la experiencia de la segunda semana está transida de este enamorarse de Jesús hasta las últimas consecuencias (3ª Semana) y de ponerse en su compañía: es el “conmigo” que borda las escenas del Reino.

La experiencia de ser pecador(a) perdonado(a), le da un matiz específico a este rasgo: es pecador(a) y, sin embargo, es llamado(a) a ser compañero(a). Tal vez es lo más profundo de esto, que precisamente por eso de ser pecador(a) perdonado(a) es llamado(a) a "compartir el pan", justamente porque primero, con su pecado, de alguna manera, traicionó. Esta es también la nueva comprensión de lo que es ser jesuita y, por transposición, de lo que es ser persona Ignaciana: "pecador perdonado, llamado a ser compañero de Jesús" (CG XXXII, 2)(34).

En Ejercicios, la persona ignaciana aprende a descubrir a Jesús en su Palabra, en la Eucaristía y también en los necesitados: "cómo padece Cristo en la humanidad" (EE 195). La contemplación de Emaús (Lc 24, 13ss) favorece esta múltiple presencia: Jesús como compañero de camino, solidario con el desánimo, desentraña su presencia en las Escrituras y comparte el pan con ellos, manifestándoseles en el símbolo eucarístico. Esta experiencia hace que el(a) ignaciano(a) fomente la compañía de la persona de Jesús, pero también generando compañía entre los demás. La espiritualidad laical ignaciana es, posee, como algo esencial, el rasgo del compañerismo: del compartir el pan, de compartirse por los demás: de volverse nutrición para otros y otras. La persona ignaciana de ninguna manera puede ser una personalidad aislada, de alguna forma tiene que tener experiencia de vida con otros por medio de las CVX (comunidades de vida cristiana), los voluntariados jesuitas, o algún otro tipo de pertenencia. En este aspecto, la Congregación General XXXIV propone como una de las líneas de búsqueda para los próximos años, el modo de operacionalizar y concretar esta vinculación de los(as) laicos(as) al cuerpo de la Compañía(35).

2. El rasgo de la pasión por la misión: En la Compañía, en la Parte VII de nuestras Constituciones(36), el criterio de que "el bien cuanto más universal es más divino" (Const. 622) se vuelve criterio de elección de las tareas apostólicas. Pero esto está inscrito ya en la invitación del Reino: "mi voluntad es conquistar toda la tierra de infieles" (EE 93); "mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos" (EE 95). Ante esta invitación hay varias posibles respuestas. El ignaciano, la ignaciana, estarán entre "los que más se querrán afectar y señalar en todo servicio", entre quienes "harán oblaciones de mayor estima y mayor momento" (EE 97), es decir, de más entrega y de mayor trascendencia.

El laico(a) ignaciano(a) se ha dejado forjar en la invitación del Reino. Ahí las grandes hazañas propuestas por ese Compañero que es Jesús, seducen por sí mismas. La meditación del Reino prepara uno de los rasgos más distintivos de la persona ignaciana: "encargarse de los demás", encargarse de las obras que solucionen los problemas de lo que ahora llamaríamos "mayorías". Lo que ahora significamos como pasión por el Reino. Quien vive la ignacianidad, capta el bien de las mayorías como preocupación entrañable, a pesar de tener otras inquietudes y trabajos.

Un principio claro en las Constituciones es hacer obras que atiendan a las personas en su totalidad -bienes espirituales y corporales- (Const. 623). Pero todo nace de la pasión por llevar adelante la misión. Se tiene que ir a la parte del mundo "que tiene más necesidad" (Const. 622) y allí realizar obras "más durables y que siempre han de aprovechar" (Ibid). En las Constituciones este rasgo se traduce en otro principio apostólico: la vicariedad, hacer lo que otros todavía no pueden (Const. 623) -o no quieren hacer... se agrega aquí-. La fundación del Colegio Romano fue para la Compañía una plasmación de esta inquietud: formación de los sacerdotes que en ese momento carecían de Seminarios instituidos. Toda la actividad concretizada en "fundar colegios" llevó la misma idea: generar instituciones que fueran cambiando y formando personas que incidieran en cambiar el mundo.

La persona ignaciana se apasiona por llevar adelante el Reino, y por ello se dedica a realizar obras, no sólo porque sean buenas, sino porque tocan el corazón de la historia, haciendo allí actividades que la reestructuren y se institucionalizan porque cobran fuerza en sí mismas. Obras, por tanto, que modifiquen el modo como está constituido el mundo, para que acontezca el Reino. La pasión por la misión, es también un rasgo marcado de manera especial por la experiencia de ser pecador(a) perdonado(a): el perdón hace que se experimente que se estaba sin vida y ahora se tiene vida... Esto despierta la pasión por la misión, pues se constata que la gran tarea que se tiene afuera, en el mundo, en el Reino, no es imposible porque ya se está viviendo por dentro, en la propia vida, en la realidad personal. A nivel personal, el laico Ignaciano, la laica Ignaciana -a ejemplo de Ignacio, laico- trata de llevar de una manera
muy estructurada, hasta la experiencia de los EE y a una profunda conversión, a cada una de las personas que se le presentan en su vida. Es lo que Ignacio llamó "la conversación espiritual", y es lo que hoy denominamos acompañamiento espiritual".

3. Persona de la mayor gloria de Dios: Otro rasgo de la persona ignaciana, que emana del anterior es lo de la mayor gloria de Dios. Eso sí, entendida la gloria a Dios al modo de lreneo: "Gloria Dei vivens Homo" -¡que la persona tenga vida!-. Quien tiene ese carisma ignaciano no busca el modo bueno, sino el mejor, el que más toque, el que más cambie, el que haga que todas las personas tengan vida, y vida abundante. Para ello quien vive la ignacianidad es alguien "excelente" en algún campo. No es que se quiera clasificar a la gente, pero debe haber una excelencia en la persona, con el criterio más adecuado para cada quien.

En los ambientes de la Compañía y en los que la han rodeado, se hizo siempre mucho énfasis en la excelencia académica y en el comportamiento ético intachable; excelencia que no se mide ni sigue parámetros humanos, sino que se adquiere al sentirse atraído por un Deus semper maior -Dios siempre mayor-. Es lo que se denominó "virtud y ciencia". Pero obviamente la excelencia fundamental es el excedente de humanidad: lo que supera la norma, lo que va más allá de lo lícito, lo razonable... se muestra en una actitud hacia los demás que se acerca a la incondicionalidad en la acogida.

Esto lo veía ya Ignacio, aun para el nombramiento del General de la Compañía, donde se decía que, si faltaban otras cualidades humanas no faltara "la bondad mucha (...) y buen juicio, acompañado de buenas letras" (Const. 735). Es decir, que los(as) laicos(as) ignaciano(as), salidos de la contemplación del Reino, manifestarán una espiritualidad de tipo ético y no tanto cultual. Les interesa encargarse "de lo de Dios" a la manera de Mt 25, en el Juicio de las
Naciones: las obras de justicia solidaria son la evaluación fundamental de la acción humana. Esto conlleva la preocupación correlativa de que el nombre de Dios se reivindique, quede bien inscrito en la historia. Y ello como quehacer que atrae y seduce primordialmente. Esto envuelve la desfetichización de las falsas imágenes de Dios y la oferta vivencia¡ -a todos y de la mejor manera- del Dios que Jesús nos manifiesta. Esto vuelve a implicar lo del Reino, sus personas y la misma naturaleza. Lo de Dios para el ignaciano, ignaciana, está transido de la contemplación para Alcanzar Amor, en donde todo habla de ese Dios que se entrega en todas las cosas y al que no queda sino devolverle todo, comprometerse por Él, de la misma manera que hace "el amado con el amante" (EE 231).

Por esto, el laico, la laica ignaciana, tiene que estar -física y/o moralmente, con algún vínculo orgánico- en una obra "de punta" que de alguna manera incida para hacer las cosas de otro modo, para servir mejor a más personas, estructuralmente. La persona ignaciana no puede ser del común, aunque esté en el común; es decir, tiene que distinguirse porque realmente vive la búsqueda de la excelencia, del magis, de la mayor gloria de Dios, con todo lo paradójico que esto entraña.

4. Una espiritualidad de paradojas: La persona ignaciana tiene que vivir desde el comienzo de paradojas. Vivir la paradoja que implica siempre el seguimiento de Jesús (Dios-hombre), pero aquí tomado como carisma, como modo de ser habitual. A esto invita Ignacio desde la contemplación de la Encarnación donde, por una parte nos hace ver "cómo las tres personas divinas miraban toda la planicia o redondez de todo el mundo"; nos hace contemplar "la su eternidad" de esas tres personas (EE 102), pero en un segundo momento nos hace verificar "particularmente la casa y aposentos de nuestra Señora, en la ciudad de Nazaret, en la provincia de Galilea" (EE 103). Esta paradoja se resalta también en la insistencia de Ignacio de que Dios se comunica directamente con quien hace los Ejercicios (EE 15), y sin embargo se presupone
que debe recibirlos de otra persona, y confrontar con ella lo que acontece en su encuentro con Dios(37). Es decir, la persona ignaciana tiene que ser capaz de ponerse desde Dios en toda su apertura infinita, y de poder estar al mismo tiempo frente a una persona concreta con sus necesidades más específicas y particulares.

Pero a esto se educa el ignaciano, la ignaciana, cuando aprende que tiene que poner todo de su parte para la oración, siendo muy fiel a las "adiciones”(38)(EE 73), persuadiéndose después en la práctica "que sólo es de Dios nuestro Señor dar consolación a la ánima sin causa precedente; porque es propio de¡ Criador entrar, salir, hacer moción en ella, trayéndola toda en amor de la su divina majestad" (EE 330). Quien va a vivir la ignacianidad, va a aprender en la escuela de la oración la frase que define el modo de Ignacio de "non coercer¡ maximo, contineri tamen a minimo, divinum est"(39), que puede traducirse como "no amedrentarse ante lo más grande, y sin embargo encajar en lo más pequeño, eso suena a Dios". También allí aprenderá a "hacer todas las cosas como si dependen de nosotros sabiendo que en definitiva dependen de Dios". ¡Dos movimientos paradójicos significativos! Uno dispone a la aparente contradicción de no conocer límites para enfrentar lo más grande, y sin embargo poder estar apaciblemente ajustado en lo más pequeño (40) El otro hace referencia a poner toda la confianza en el Señor -a tal punto que no haya la más mínima intimidación ante el emprendimiento de ninguna tarea- y a la vez poner todos los medios humanos para su consecución, consciente siempre de la propia limitación personal(41)

Esta espiritualidad de paradoja se expresará en poder ser contemplativos en la acción, en realizar las cosas espirituales desde la "pasiva actividad". Nunca pidiendo en directo estar en la bandera de Jesús, sino suplicando "ser puestos" con el Hijo. "Sólo si su divina majestad fuere servido y me quisiere elegir y recibir" (EE 147). Es vivir la tarea en suma eficacia, pero siempre como un regalo no merecido. Es estar a solas la criatura con su Criador, pero en discernimiento con las reglas de sentir con la Iglesia (EE 352 ss), a solas pero siempre acompañado(a) por una persona testigo de la obra de Dios...

En este rasgo, nuevamente, la experiencia de ser pecador(a) perdonado(a) le da un matiz específico: es el gran resorte de la continua conversión. Captar esto es requisito para hacer los Ejercicios y por tanto para vivir la ignacianidad. Es captar la esencia misma del Evangelio en el que al(a) pecador(a) es a quien más se ama... Es la gran paradoja de sentirse hasta "basura" y a la vez necesitado(a) para la misión, para la tarea del Reino. (Cfr. 1 Co 1, 25
ss). Este rasgo de la espiritualidad favorecerá que la persona lgnaciana realice tareas de frontera y de riesgos extremos, abrazando por ejemplo, cosas que pueden sonar contradictorias en sí mismas: la máxima inculturación, desde la máxima fidelidad al Evangelio -como escandalosamente realizaron los primeros jesuitas misioneros en China, Japón y la India-; que pueda ser revolucionario(a) y cristiano(a); que sea capaz de criticar a la Iglesia y a la vez sentirse hijo(a) amante de ella...

La paradoja, para la persona ignaciana laica, puede experimentarse de manera especial en determinados ámbitos. Por ejemplo, el del prestigio profesional y el mejoramiento económico inherente a éste, la necesidad de asegurarse un futuro económico, la búsqueda del magis que invita a querer mejorar, a buscar puntos claves de influencia, y a la vez el ir siempre "hacia abajo", hacia las mayorías desposeídas, hacia el encuentro con los más pobres. Es ayudar a que el pobre crea en el pobre, la máxima paradoja social y política. Otra paradoja, otra aparente contradicción es la de la primacía del actuar, de la participación en la vida social del mundo, y a la vez, la búsqueda de espacios de silencio, desierto y oración, y la opción de la austeridad en el modo de vida, pero no escatimando la excelencia de los medios.

Otra gran paradoja a la que se ven enfrentados los(as) laicos(as) está en la incomprensión afectiva de su pareja, cuando es sólo uno de ellos quien ha iniciado o vive el itinerario de la espiritualidad ignaciana, obligando a vivirlo al modo de Nicodemo, en una especie de vida oculta, con el consubstancial conflicto interior que esto conlleva; o la dificultad para conciliar el tiempo que exige la familia con el tiempo que exige -o se quiere dar- al trabajo apostólico. Solamente quien ha asumido como carisma la paradoja que implica el seguimiento de Jesús, puede vivir en equilibrio y con suavidad -clave del Espíritu de Dios en Ignacio (EE 334
3)- la aparente contradicción.

5. Con un tipo de oración específica: El(a) lgnaciano(a) ha recibido un entrenamiento muy fuerte en Ejercicios con un tipo de oración que es de petición, eso sí, pero de petición de lo fundamental en torno al Reino, en torno a la mayor gloria de Dios, por una parte, y por otra, una oración que está toda ella concatenada. Se pide por donde el Señor ya ha venido dando..., de allí que la última oración -y lo que entonces se desarrolló- es el punto de partida de lo que sigue. Es decir, que los puntos de oración los ofrece la oración anterior. Esto da una contundencia muy fuerte a la oración del ignaciano, la ignaciana. La persona ignaciana ora a veces utilizando la meditación, es decir, el ejercicio de la racionalidad, de la voluntad, de la memoria -la parte más masculina nuestra- pero muchas más veces ora utilizando la contemplación, que es el ejercicio de la sensibilidad, de lo intuitivo, de lo sensible -la parte nuestra femenina-. Esta parte llega a su culminación en "la aplicación de sentidos": es la puesta en práctica de toda la sensibilidad, es donde Ignacio le da a la sensibilidad un papel que nunca se le había dado en la Iglesia, y que no termina aún de explotarse.

La oración de la persona ignaciana capta la totalidad humana y privilegia el cuerpo. Adapta el cuerpo a la manera de obtener la gracia: lo mueve, se pone en pie, de rodillas, se tira al suelo (EE 76), pero no necesariamente con posturas estáticas, sino escuchando el cuerpo, moviéndolo hasta que se encuentre lo que se busca. Aún no se han sacado todas las posibilidades de la introducción del cuerpo en la oración. Tal y como está considerado en los Ejercicios, los
mismos ayunos y penitencias -que han tenido tantas exageraciones- son un camino de introducir el cuerpo en lo que está aconteciendo (EE 89), pero no como camino de mortificación -ese no es el sentido que propone Ignacio-, sino como medio para que el cuerpo se incluya y haya en él un movimiento que permita captar el movimiento de Dios. La inclusión adecuada del cuerpo es también el medio que hace más sensible al dolor de Cristo al padecer en sí mismo(a), de alguna manera, el dolor del pueblo.

La persona ignaciana está habituada a una oración contextuada. El esquema de los Ejercicios es el del por dónde se desliza su experiencia. La ruta de los Ejercicios es la combinación de la Historia de la Salvación, presentada al modo de Ignacio, en articulación con la historia de la propia conversión: la biografía espiritual. Esto se convierte en el camino básico de conducir la oración. Este fenómeno se experimenta más compactado en los Ejercicios de mes, pero también es importantísimo -aunque más diluido- en los Ejercicios en la Vida corriente. Más aún, estos ejercicios brindan un aspecto más historizante que los compactos, en cuanto se inserta la historia real en ellos.

Ciertamente los Ejercicios en la Vida Corriente (EVC) tienen un aspecto mucho más contextuado en cuanto allí la Historia tal como la vive el pueblo de Dios, constituye un ingrediente estratégico de la espiritualidad. Todo esto nos está indicando el talante de la oración de la persona ignaciana: es una oración que hace a la persona contemplativo en la acción, y en una acción que tendrá repercusión política porque quiere cambiarle el rostro al mundo. La persona ignaciana está, además, acostumbrada a evaluar la oración. No se concibe, propiamente hablando, una oración que no traiga consigo su propio examen. Más aún, como veremos adelante, es una oración -que por el dinamismo del discernimiento- exige el cotejamiento con un acompañante espiritual, por una parte, pero también no tiene plena validez sin la confirmación subjetiva: cuánto ha crecido la persona con todo lo que está viviendo, y sobre todo, la confirmación histórica: cuánto ha producido Reino la oración que se viene llevando.

De allí que, para el ignaciano, la ignaciana, los Ejercicios, además de ser una escuela de oración, son sobre todo escuela de vida. Escuela que puede ayudar a invertir el hecho de que como nos comportamos en la vida nos comportamos en la oración, para pasar, después de su entrenamiento, a la posibilidad de que como nos comportemos en la oración nos podemos comportar en la vida. Es decir, que si en la oración en los Ejercicios se aprende a tener un nuevo patrón de conducta, es posible -con la fuerza de la gracia- empezar a ser una persona nueva en la vida. Mas aún si tenemos en cuenta que la experiencia profunda de encuentro con Dios vivida en los Ejercicios, modifica el inconsciente y por tanto hace posible que se sea realmente una persona nueva.

6. Una espiritualidad procesual y de requisitos: Con todo lo exigente que presentamos lo que puede ser el carisma del ignaciano(a), parecería que todos(as) tuvieran que tenerlo ya en su máxima explicitación. Es inherente, sin embargo, a la misma "ignacianidad" el hecho de vivirse
todo en procesos paulatinos, por una parte, y por otra, que llenen ciertos requisitos de posibilidades reales y deseos eficaces. Como también es inherente el hecho de que ser pecador(a) no aleja sino que dispone, en consonancia con el requisito evangélico de ser pobre y/o pecador(a). Son los pobres y/o pecadores quienes captan el mensaje de Jesús (Mt 11,25), porque ellos son sus destinatarios por excelencia.

El esquema de Ejercicios nuevamente nos da la clave de lo procesual. En las Anotaciones -que son las directrices para darlos- encontramos la número 18, en la que se da razón de personas que no pueden entrar de lleno a los Ejercicios y se establece, entonces, criterios según "la edad, letras e ingenio". Hay personas, por otra parte, que carecen realmente de deseos, que "sólo quieren llegar hasta cierto grado de contentar a su ánima". Para estas personas a quienes les faltaría lo que Ignacio llama "subyecto"(46)(o porque no pueden o porque no quieren ir a más),
recomienda "darles algunos destos ejercicios leves" (EE 18).

Este criterio procesual se nota también, claramente, en la contemplación del Reino, donde hay una clasificación de personas que se quieren comprometer más que otras (EE 96-97). La persona ignaciana estaría entre "aquellos que se quisieran más afectar" (EE 97), aunque sea deseando desear estar en esa tal situación: teniendo por lo menos "deseos algunos de hallarse en ellos", como se espera en la evaluación a los candidatos a la Compañía (Examen, Const. 102). Ya hicimos alusión anteriormente a la escalada pedagógica que Ignacio establece respecto a los deseos. Primeramente atreviéndose a por lo menos "desear desear", en seguida, atreviéndose a desear claramente (en la meditación del Reino), hasta llegar -con Banderas y Binarios- a pedir "ser recibido debajo de su bandera" (EE 147). Y esto es haber captado la clave de la espiritualidad.

El criterio evaluativo también está muy marcado en los Ejercicios: se distingue a "los que van de pecado mortal en pecado mortal" (EE 314), de "los que van de bien en mejor subiendo" (EE 315). Las reglas de discernimiento de la segunda semana, por ejemplo, sólo deben darse una vez pasada la primera (EE 9) y sólo cuando la persona muestre que está ya "de punto" para recibirlas. Más aún, "al que toma ejercicios en la primera semana, aprovecha que no sepa cosa alguna de lo que ha de hacer en la segunda semana" (EE 11). Se hace énfasis, además, en que no se puede pasar a otra semana hasta haber obtenido la gracia de la semana anterior. Es decir, todo está enmarcado en los procesos espirituales de cada ejercitante.

Es bien sabido cómo Ignacio retuvo al mismo Francisco Javier, para tener su propia experiencia de Ejercicios, por casi dos años. De alguna manera no terminaba de darse el tiempo maduro para esa experiencia fundamental. Es decir, la ignacianidad, es un proceso que tiene requisitos para vivirse, un camino abierto que se va recorriendo por etapas, de la misma manera que lo fue haciendo Ignacio, el laico peregrino. Es una espiritualidad que implica la experiencia de los Ejercicios, el compromiso con la transformación del mundo desde su quehacer personal concreto,
y formación intelectual constante para mejor servir. Experiencia, compromiso y formación, tres palabras que hacen que sea una espiritualidad completamente dinámica pero procesual.

7. Una espiritualidad de discernimiento: El gran descubrimiento del laico Ignacio es que dentro de sí mismo existían fuerzas o vectores que tiraban de su vida. Unas hacia lo de Dios, otras alejándolo: unas veces de manera clara, otras de manera más bien oscura. Ignacio laico es el gran maestro de psicología y de espiritualidad, que se gesta en la pura y profunda observación personal tenida en momentos críticos de la vida: él estaba al borde de la muerte, como consecuencia de la herida recibida por la bala de cañón. Esa crisis lo hace reaccionar de manera novedosa. Aquí late un rasgo importante de la ignacianidad y en el que juega un papel importantísimo eso que denominábamos subyecto -la decisión, el ánimo para cosas grandes, el carácter, la aptitud, la idoneidad-(47). Ese subyecto se engendra a partir de unas cualidades, pero sobre todo de unas experiencias que hacen ahondar en lo humano y en lo divino que
hay dentro de nosotros. El subyecto, por tanto, se va gestando consecuentemente.

La persona ignaciana es la persona que es apasionada, como el mismo Jesús, por la voluntad de Dios. La voluntad del Padre definitivamente tiene que ver con el Reino y lo que eso realmente significa: un proyecto del Dios PadreMadre para con la humanidad, que implica justicia, dignidad, derechos, respeto a la tierra. Pero eso implica un diálogo constante con Dios y con la humanidad; de ahí la importancia también del discernimiento comunitario en la promoción del Reino. El ignaciano, ignaciana, es quien ha podido tomar en serio su vida; es quien ha podido ir nombrando los acontecimientos internos e irlos comprendiendo para no dejarse subyugar por ellos. No hay posibilidad de una persona ignaciana verdadera que se desconozca en lo hondo suyo.

Discernir va a ser algo connatural a quien viva la ignacianidad, pero para eso debe conocerse y aprenderse a manejar en su propia humanidad. En este esfuerzo de introspección -hecho necesario y requisito sine qua non- va a poder detectarse eso que Ignacio acaricia tanto: los deseos, que son las fuerzas que emanan de lo mejor nuestro y donde encontrará la posibilidad de que encajen perfectamente los deseos de Dios, los umbrales del Reino. Para eso será necesario saber distinguir "los pensamientos pasados", los deseos de superficie, de los "santos deseos" (Autob. 10), como también cómo unas cosas "le deleitaban mucho" pero luego "hallábase seco y descontento" (Autob. 8), pasado algún tiempo. Como lo aprendió Ignacio: "Hasta que una vez se le abrieron un poco los ojos y empezó a maravillarse desta diversidad, y a hacer reflexión sobre ella, cogiendo por experiencia que de unos pensamientos quedaba triste y de otros alegre, y poco a poco viniendo a conocer la diversidad de los espíritus que se agitaban, el uno del demonio y el otro de Dios" (Autob. 8).

Toda la Autobiografía de Ignacio muestra el camino por donde él adquirió la práctica del discernimiento que luego la plasmó en los Ejercicios. La persona ignaciana conoce y sabe manejar las reglas del discernimiento porque las ha practicado en los Ejercicios, en su oración habitual y en su examen diario. Con esas reglas puede ir detectando, en primer lugar, lo que de verdad
experimenta, pero sobre todo el "a dónde le llevan" esas vivencias que pueden darse dentro del corazón pero también en el mundo exterior, en la historia. Esta regla básica de discernimiento encuentra en lo que hemos denominado los cuatro pedestales de la mesa del banquete del Reino, los rectos criterios de discernimiento: si algo que experimentamos -dentro o fuera de nosotros mismos- nos lleva a las obras de justicia solidaria (Mt 25, 31 ss), si nos conduce a la experiencia de un Dios pura misericordia y que nos invita a ser así misericordiosos (Lc 6, 36), si por estas dos cosas el mundo no nos comprende o nos persigue -a veces hasta el riesgo de la vida- y sentimos, sin embargo, fuerza para enfrentarlo (Mc 8,34 y paralelos), si -finalmente- esos movimientos (internos o externos) nos convidan a cuidar de nosotros con la dedicación que atendemos a las personas necesitadas (Mt 19, 19), estos cuatro derroteros nos están indicando claramente que tienen a Dios como origen y providencia(48).

La persona ignaciana habrá comprendido por propia experiencia, la necesidad de aprender a historizar las mociones(49), y por otra parte de impedir que las tretas(50) tomen cuerpo y realidad. El ignaciano, la ignaciana, han entendido que discernir es optar; que todo lo que va manifestándose en su interior o en el exterior, si viene de Dios, son impulsos e invitaciones para que se vaya realizando el Reino. Ha comprendido y sabe emplear las "reglas para en alguna manera sentir y conocer las varias mociones que en la ánima se causan: las buenas para recibir y las malas para lanzar... " (EE 313). Ha hecho del discernimiento una actitud vital que le permite discernir "en caliente", es decir, en el momento mismo que están sucediendo las cosas, o en el momento que las está examinando, justamente porque se ha hecho una persona contemplativa en la acción, y en la acción del Reino.

Por último, la persona ignaciana conoce la necesidad del cotejamiento respecto al discernimiento. Sabe que toda moción (interna o histórica) tiene como objetivo hacer posible el Reino. Por tanto, tiene que haber alguna persona con "densidad eclesial" que lo confronte sobre la idoneidad y adecuación de eso que piensa o experimenta, con los proyectos del Reino. Mientras más envergadura tenga una moción y mayor sea su trascendencia político-social, más necesidad habrá de cotejarla. Por otra parte, el ignaciano, la ignaciana, aprenderá, como el mismo Ignacio, que la recurrencia a pedir confirmación del mismo Señor está en la esencia del discernimiento. Todo el Diario Espiritual suyo está lleno de esta necesidad de "re-confirmación" de parte de Dios: "Después, al preparar del altar y al vestir, un venirme: Padre eterno, confírmame. Hijo eterno, confírmame, Espíritu Santo eterno, confírmame. Santa Trinidad confírmame; un solo Dios mío, confírmame; con tanto ímpetu y devoción y lágrimas, y tantas veces esto diciendo y tanto internamente esto sintiendo;...'(Diario Espiritual, 48). La gran confirmación, con todo, es en qué medida las cosas discernidas han jalonado el Reino, por una parte, y por otra, en qué medida todo este esfuerzo -divino y humano- ha generado en nosotros más humanidad nueva.

ITINERARIO Y MODO DE DETECTAR LA IGNACIANIDAD: Puntualizando todo lo anterior, podríamos concluir diciendo que la persona con ignacianidad se puede encontrar en una institución de la Compañía de Jesús, en un colegio, en una universidad, en una parroquia. Pero puede también
descubrírsele en unos Ejercicios Espirituales acompañados. Van a tener todas ellas o ellos los rasgos antes enumerados aunque de manera incipiente. Ya que los jesuitas nunca promovemos "devoción" por San Ignacio, ciertamente los que denoten ignacianidad tendrán que haber tenido acercamiento a las obras de jesuitas o de otras personas ignacianas para haber captado algo de nuestro fundador.

Cuando alguien con ese tipo de rasgos -aunque fuesen en semilla- quisiera comenzar un camino ignaciano, habría que estructurarle una ruta muy definida. Estoy convencido de que un muy buen conocimiento personal y manejo de su propia humanidad es un requisito humano esencial(51). Pero esta persona, además, o debe estar ya en un trabajo comprometido, o por lo menos vibrar -y tratar de estar articulado orgánicamente- con trabajos de envergadura, en donde la opción por la vida -en todos sus aspectos-, y por los pobres y necesitados, sea el eje. Tiene que estar en
contacto con lo de la mayor gloria de Dios, y allí mostrar apasionamiento por el Reino. La personalidad ignaciana tiene que ser también promovedora de "cuerpo" -que para Ignacio es la experiencia de la comunidad-. Esto puede irse haciendo concreción en una CVX, en un grupo de trabajo, apoyando una institución con el carisma ignaciano.

Por así decirlo, el ignaciano, la ignaciana, no es una personalidad aislada. Con todas esas "señales" habría que detectar aún el deseo de una experiencia fuerte de oración, concomitante (antes o después) a una experiencia honda con el dolor del mundo, con las situaciones de injusticia, con la búsqueda de mejores estructuras del mundo y con personas signo de humanidad nueva. Creemos conveniente que esta persona pase por un taller de discernimiento y comience por experiencias de Ejercicios compactos(52), si se puede, o de Ejercicios en la Vida Corriente (EVC) pero siendo muy fieles a ellos y con momentos de vivencia concentrada. No estaría mal el que conocieran una vida de Ignacio. La de Tellechea nos parece muy lograda - aunque prolija-, pero además concebida con la libertad de estar hecha por alguien que no es jesuita(53). Mucho ayudaría, para la explicitación de la ignacianidad, la relación también con jesuitas. A nosotros, en lo que nos toca, la amistad con laicos, con mujeres, con los pobres, como hemos dicho en otra parte(54), nos enseña a ser mejores jesuitas.

Con todo lo anterior, no queda más que reafirmar lo implícitamente expresado: sólo en la medida en que la Compañía no se sienta la única heredera de Ignacio, y en la medida que esta espiritualidad ignaciana brote en el mundo laical, se estaría manifestando en plenitud el regalo que Dios dio a su iglesia y a su pueblo en la figura de Ignacio de Loyola.

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(1)El P. Arrupe, en una Alocución que dirigió a los participantes del Simposio sobre Segunda Enseñanza (13 de septiembre de 1980) empleó esta palabra cuando decía: "la educación que reciban nuestros alumnos les dotará de cierta ignacianidad, si me permitís el término". Hoy quiero
recuperar esta formulación del P. Arrupe para hablar de espiritualidad ignaciana laical.

(2)Quiero agradecer a los laicos y laicas ignacianos(as) que de alguna manera, con sus inquietudes vitales, me retaron a escribir estas páginas. También a aquellas personas laicas y jesuitas que leyeron y aportaron a ellas antes de su publicación, y especialmente a Esther Lucía Awad Aubad, sin quien este artículo no tendría la fluidez, el orden y la hondura que ahora tiene.

(3)Este artículo recoge la presentación hecha a laicos y laicas en Fortaleza, Brasil, en junio de 1999, y en las CVX en Guadalajara, México, en noviembre del mismo año.

(4) ARRUPE, Pedro. La identidad del jesuita en nuestros tiempos. Santander, Sal Terrae, 1981. 696 pág.

(5)Tal como lo planteamos en el final de este artículo: conocimiento personal profundo como punto de partida; experiencia de trabajo comprometido y/o convivencia con los más necesitados, experiencia de grupo, y de oración; formación en discernimiento; algo de conocimiento
de la vida de Ignacio, y vivencia de los Ejercicios Espirituales como experiencia fundante. Cfr. Última parte de este artículo.

(6)Para quienes se inician en el tema: los Ejercicios espirituales, son experiencias de oración (de 8 o 10 días generalmente, y de 30 días conforme a como lo escribió San Ignacio), en clima de desierto -apartados del medio en el que se vive y en silencio-. Es una experiencia que siempre debe ser acompañada por alguien que da los temas para la oración y con quien se confronta cada día lo que va aconteciendo en ella. Tienen en sí mismos una secuencia: una entrada ubicadora -el Principio y fundamento-, luego la experiencia de la misericordia, sentirse pecador(a) perdonado(a) e invitado(a) por ello mismo a construir el Reino -Meditación del Reino-. La mejor manera de construirlo es el seguimiento de Jesús -contemplación de la encarnación, nacimiento, vida oculta, y la vida pública, meditación de dos banderas (la de Jesús o contra Jesús), meditación de "binarios" -tipos de gente- (evaluación a la voluntad de seguir a Jesús), consideración de tres maneras de humildad (evaluación de la fuerza del afecto con que se sigue a Jesús). Este seguimiento entraña la experiencia pascual: la cruz y la resurrección. Terminan con el broche de la "contemplación para alcanzar amor".

(7)Se entiende por laico(a) -al igual que en la época de Ignacio-, a aquellas personas que no pertenecen al clero, ni a ninguna orden religiosa.

(8)Pueblo al cual se desvió Ignacio cuando se dirigía hacía Barcelona en el inicio de su peregrinación a Jerusalén, después de haber velado sus armas ante la Virgen de Monserrate. En esta población junto al río Cardoner, una gruta de poca profundidad sirvió a Ignacio para sus prácticas de oración y penitencia.

(9)Carisma es la manera de captar y vivir el Evangelio de Jesús. La genialidad de Ignacio es que su carisma, su modo de captar a Jesús, lo hizo método (en los ejercicios), y por eso lo puede difundir. Esta también es la causa por la cual este carisma sólo puede comprenderse en profundidad después de haber hecho la experiencia de los Ejercicios.

(10)Ignacio mismo lo veía así: en 1543 obtiene la bula de Paulo III para erigir la compañía de Santa Marta, para las pecadoras arrepentidas; y en 1546 crea el monasterio de Santa Catarina della Rosa, dirigido por laicos y dedicado a educar jovencitas en peligro de caer en la prostitución, y aunque la bula de aprobación aparece después de su muerte, es una obra tomada muy en serio por sus compañeros. Cfr. RAVIER, André. Ignacio de Layola funda la Compañía de Jesús. Obra Nacional de la buena prensa, México, 1991. 567 págs.

(11)Iba hacia la Iglesia de San Pablo, caminando junto al río Cardoner -en las inmediaciones de Manresa- y se sentó a descansar mirando la profundidad del agua.

(12)Las referencias a la Autabiografía, el Diario Espiritual, y las Constituciones, están tomadas de las Obras completas de Ignacio de Loyola, BAC. Madrid, 1982.

(13)Cfr. BAIZAN, Jesús María. "Integración y Solidaridad, el camino ignaciano para seglares". Manresa, Vol. 61, Julio-septiembre 1989, pág. 214 .

(14)Esta vía siempre fue bloqueada por el mismo Ignacio. Al igual que con el coro, Ignacio lo rechazó para facilitar el trabajo y la disponibilidad a la Misión. La razón aducida fue el impedir que los jesuitas estuviesen dedicados a atender a las religiosas con las que habría alguna semejanza carismática, disminuyendo así la disponibilidad para la misión, generado por mala experiencia con las primeras "jesuitas".

(15)Plan de estudios que señalaba cómo debía ser la estructura académica en todos los colegios jesuitas.

(16)Cfr, VASQUEZ, Carlos. "La espiritualidad ignaciana en la educación jesuítica", En: Ignacianidad, Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia, 1991. pág. 195. ACHAERANDIO, Luis. Características de la Universidad inspirada por el Carisma propio de la Compañía de Jesús, Universidad Rafael Landívar URL, Guatemala, 1994.

(17)Cfr. Características de la educación de la Compañía de Jesús, CONED, Madrid, 1986

(18)El PPI se plantea en cinco pasos fundamentales: contexto, experiencia, reflexión, acción, y evaluación. Cada uno de estos pasos es extractado de la dinámica misma de los Ejercicios, y aplicados a la educación. Ignacio, antes de comenzar a dar los Ejercicios, deseaba conocer la capacidad y predisposición de la persona -contexto-; hacia énfasis en que se debe "gustar las cosas internamente", conocer por el sentir-experiencia-; lleva al discernimiento, a la clarificación con el entendimiento -reflexión-; genera el compromiso “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras" (EE 230) -acción-; y finalmente el examinar de Ignacio, cuyo objetivo fundamental es buscar el magis -evaluación- como medio para irse constituyendo "persona para los demás". Cfr. Pedagogía Ignaciana, un planteamiento práctico.

(19)Con el agravante de que, en muchas ocasiones, los educadores lo aplican sólo como una técnica pedagógica, ya que no brota de su propia vivencia, pues no han hecho la experiencia de los Ejercicios, y por tanto, aunque sigan la metodología, no contagian la ignacianidad, ni alcanzan los frutos deseados.

(20)Ver nota 6.

(21)Cfr. RAMBLA, José María "Hacer y Padecer" en Manresa, Op. Cit. Pág. 195-208

(22)El Reino es el proyecto de Dios Padre y Madre para con la humanidad. Implica justicia, igualdad, dignidad, ecología. Empieza en este mundo y termina en el seno de Dios.

(23)Son poco conocidas unas reglas presentadas en el volumen XII de las cartas de Ignacio, en el Apéndice 6, pág. 678-679. Son siete reglas que describen actitudes que pueden traducirse en normas concretas de comportamiento. Podríamos definirlas como el gran "presupuesto" de todo
jesuita si quiere ser instrumento válido para la misión. Debemos este descubrimiento al P. Chércoles. Presentamos la 5ª de estas reglas.

(24)La insolidaridad hecha a los hombres y por ella hecha a Dios, es la raíz fundamental del pecado que ahoga también lo más profundo a lo que se es llamado.

(25)"Ser puestos con el Hijo" es la petición fundamental que propone Ignacio que se haga al Padre. Él tuvo esta experiencia de ser "puesto con el Hijo", en la Storta, una capilla ubicada 11 kms. antes de Roma.

(26)La contemplación y la meditación son dos tipos de oración propuestos por Ignacio para conocer a la persona de Jesús y dejarse configurar por Él. La meditación invita a acercarse al texto, empleando fundamentalmente la racionalidad, la voluntad y la memoria; la contemplación, invita a hacerlo más desde la sensibilidad, desde lo intuitivo. Esta sensibilidad se acentúa en "la aplicación de sentidos" -otro modo de orar contemplativamente-: ver, oír, gustar, como si presente me hallase (EE 114).

(27)Llamamos "la" Espíritu, porque en hebreo Ruah -espíritu- es palabra femenina, y es lo femenino lo que mejor da cuenta de su actividad. Cfr. CABARRUS, Carlos Rafael. La mesa del banquete del Reino: criterio fundamental del discernimiento. 2ª ed. DDB, Bilbao, 1999. Pág. 163.

(28)Para comprender los Ejercicios como un instrumento de obrar la justicia, véase la ponencia presentada en Bruselas: CABARRÚS, Carlos Rafael, "Les Excercices spirituels: un instrument pour travailler à la promotion de la justice". En: La practique des excercices spirituels d'Ignace
de Loyola. IET. Bruxelles, 1991. Pág. 123 s. Esto aparece también, como introducción del libro “Puestos con el Hijo”. ICE, Guatemala, 1998.

(29)Cfr. CABARRÚS, Carlos Rafael. "Por qué no nos cambian los Ejercicios". En: ALEMANY, Carlos y GARCIA MONGE, José A. Psicología y Ejercicios Ignacianos. 2 volúmenes. Mensajero- Sal Terrae. 2ª edición, 1996. Pág. 277.

(30)Cfr. DELGADO, Feliciano. "Compañía de Jesús. Análisis filológico del término", En Manresa, op. cit. pág. 249-256.

(31)En hebreo, amigo "reha", es aquel con quien se comparte el alimento.

(32)RAHNER, Hugo. lgnace de Loyola et les femmes de son temps. 2 vol. Colección Christus. DDB, 1964.

(33)THIÓ, Santiago. Ignacio, Padre espiritual de mujeres. En: Manresa, Vol. 66, nº 261, 1994. Pág. 424.

(34)Congregación General XXXII, decreto 2,1. Congregación General es la máxima autoridad de los jesuitas: es donde se elige, por ejemplo, al General que es de por vida, y donde se discuten los temas de mayor importancia para la Compañía. En su historia únicamente ha habido 34.

( 35) Cfr. Congregación General XXXIV, decreto sobre los laicos. En este decreto, especialmente del numeral 21 al 25, presenta la Congregación el reto que esto representa para la Compañía, y la urgencia de buscar modos de vinculación jurídica de laicos y laicas que vivan la espiritualidad ignaciana, y sientan el llamado de una proyección apostólica, Pág. 300-302.

(36)Las Constituciones (Const,) son la regla fundamental de los jesuitas. Constan de diez partes. De alguna manera manifiestan el proceso de incorporación del candidato que quiere ser jesuita: todo el proceso de formación hasta que llegue a hacer parte del cuerpo -grupo de compañeros unidos para la misión-, lo que constituye a ese cuerpo -los votos, la misión- y el modo de gobernarse.

(37)CODINA, Víctor. La paradoja Ignaciana. En: Manresa, Vol. 61, 1991. Pág. 277

(38)Recomendaciones que hace Ignacio para que, quien está haciendo Ejercicios, se disponga mejor para la experiencia y colabore a la acción de Dios. Tienen que ver con la preparación de la oración, y el ambiente físico y psicológico propicio para ella.

(39)Gaston Fessard, sj., en "La Dialectique des Exercices Spirituels de Saint Ignace de Loyola", insertó al final del tomo 1 un plegable con el "Elogio Sepulcral S. lgnatii" que contiene dicha máxima. En el mismo tomo plantea que es atribuida por Halderlin a un jesuita anónimo que compuso dicho Elogio Sepulcral de San Ignacio en el año 1640. Se pensó equivocadamente que era una lápida sepulcral, pero en realidad parece ser una poesía latina en la que aquel jesuita quiso caracterizar, con la remembranza de Ignacio, la espiritualidad ignaciana. Esta documentación
sobre el origen de la frase, ha sido investigada y compilada por Javier Osuna, sj. A él agradecemos el enriquecimiento de este texto.

(40)Cfr. RAHNER; Hugo sj. "Ignacio de Loyola y su histórica formación espiritual" Sal Terrae, 1955. Pág. 14

(41)Cfr. WALSH, James. "Work as if Everything Depends on – Who?" The Way Supplement 70 (1991), pág. 125-136. Citado por TALBOT, John. "Como si todo dependiera de... quién?", Noviciado Jesuita, Puerto Rico. [s.p.i.]

(42)Cfr. CABARRUS, Carlos Rafael. Puestos con el Hijo: guía para un mes de ejercicios en clave de justicia. Instituto Centroamericano de Espiritualidad, Guatemala, 1998 págs. 286-288.

(43)El P. Kolvenbach ha intuido esto cuando habla del Evangelio según Ignacio al examinar la re-lectura del Evangelio propuesta por él en los mismo Ejercicios, en donde selecciona textos, introduce unos nuevos (EE 299), o suaviza otros (EE 277).

(44)Véase el capítulo "La inserción de la historia en los Ejercicios" En: CABARRUS, Carlos Rafael. Puestos con el Hijo... Pág. 259.

(45)Cfr. CABARRUS, Carlos Rafael. Orar tu propio sueño. UPCO, Madrid, 1996. págs, 48-51

(46) Subyecto es una palabra muy ignaciana pero de difícil traducción. No es sólo "capacidad", ya que lo contrapone a esto precisamente el mismo Ignacio (EE 18). Implica también decisión, ánimo para cosas grandes. Carácter, aptitud e idoneidad, es la manera como Arzubialde traduce esta palabra. Cfr. ARZUBIALDE, Santiago. Ejercicios Espirituales de S. Ignacio: Historia y análisis. Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 1991, p. 29.

(47) Ver nota nº 47.

(48)Cfr. CABARRÚS, Carlos. La mesa del banquete del Reino. Sobre todo el capítulo IV.

(49)Todo impulso, invitación, sugerencia de Dios. Lleva hacia el Señor y su Reino, en general. Es decir, todo lo que venga del Buen Espíritu.

(50)Engaños, invitaciones, sugerencias del mal espíritu. Llevan a apartarse de Dios y su Reino; es decir, todo lo que venga del mal espíritu. Es lo que corresponde, en el lenguaje de Ignacio, a las mociones procedentes del mal espíritu.

(51)La propuesta que desarrollamos en el Instituto centroamericano de espiritualidad - ICE-, para ayudar a las personas en este proceso, la tenemos sistematizada en el Taller de crecimiento personal -TCP-: una experiencia pascual de profundizar en el propio proceso vulnerado, en la parte herida, para luego ir hacia el pozo de la positividad, hacia el manantial donde está Dios que es el Agua Viva. Es una experiencia de reconocer a "Dios más íntimo que mi misma intimidad" (San Agustín), pero partiendo de la sanación y autoconocimiento de la persona.

(52)Una de las formas como realizamos este itinerario en el ICE es con el taller de un mes, en el que se inicia con diez días de conocimiento personal, se continúa con cuatro días de discernimiento y se termina con 12 días de Ejercicios con acompañamiento personalizado.

(53)TELLECHEA, José Ignacio. Ignacio de Loyola, solo y a pie. 3ª ed. Sígueme, Salamanca, 1990.

(54)CABARRUS, Carlos Rafael. "Ser amigos de los pobres, de los laicos, de las mujeres... nos hace amigos en el Señor: los nuevos desafíos de la comunidad jesuítica". En: Diakonia, XXII-88. Managua, oct-dic. 1998 pág. 33.

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[DIAKONIA, XXIV/94, abril-junio 2000