sábado, 29 de enero de 2011

Aquellas ocho formas de felicidad

Comentario al Evangelio del próximo domingo, cuarto del tiempo ordinario (Mateo 5,1-12), 30 de enero, redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo.


"Al ver a la multitud, subió al monte. Se sentó y se le acercaron los discípulos. Tomó la palabra y comenzó a enseñarles del siguiente modo:
Felices los pobres de corazón, porque el reino de los cielos les pertenece.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los desposeídos porque heredarán la tierra.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque serán tratados con misericordia.
Felices los limpios de corazón, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque se llamarán hijos de Dios.
Felices los perseguidos por causa del bien, porque el reino de los cielos les pertenece.
Felices ustedes cuando los injurien y los persigan y los calumnien (falsamente) de todo por mi causa. Alégrense y pónganse contentos porque el premio que les espera en el cielo es abundante. De ese mismo modo persiguieron a los profetas anteriores a ustedes."
Es la gran pregunta y la verdadera cuestión del corazón humano: ser feliz. ¿Quién nos lo podría asegurar y darle cumplimento? Es lo que el Evangelio de este domingo nos propone. Como un nuevo Moisés, Jesús subirá a la montaña para proclamar allí su programa de bendición. Por eso Jesús realiza una nueva creación, porque con su vida y su muerte, con su resurrección, ha posibilitado nuevamente y definitivamente el proyecto del Padre que el pecado humano había frustrado. El sermón de la montaña que escucharemos este domingo, no es sino la primera entrega de este volver a "decirse" de Dios en la boca de su Hijo, el bien-amado que hemos de escuchar.
Produce una sensación extraña ir escuchando estas ocho formas de felicidad que son las bienaventuranzas. Pero ¿puede hablarse hoy de felicidad... de una felicidad ver­dadera y duradera? ¿No hay demasiadas contraindicaciones, demasiados dramas y os­curidades que nos rebozan su desmentido? Jesús hablará de la felicidad de los pobres de espíritu (los humildes en sentido bíblico), de la felicidad de los afligidos, la de los mansos, la de los hambrientos y sedien­tos, de la felicidad de los misericordiosos, de la felicidad de los limpios de corazón, la de los pacíficos, la de los perseguidos por la justicia... Y por si fuera poco provocativo su mensaje, Jesús añadirá todavía una felicidad más desconcertante aún: la de los que su­frirán insultos, persecución y maledicencia por causa de Él.
No es fácil tampoco hoy el sermón de las bienaventuranzas, no porque nuestro corazón no se reconozca en ellas, sino porque nos parecen tan imposibles, tan distantes estamos de ellas, que la Palabra de Jesús nos resulta como nombrar la soga en la casa del ahorcado: o ¿es que no duele su mensaje de humildad, de mansedumbre, de paz, de limpieza, de misericordia... cuando seguimos empeñados -cada cual a su nivel correspondiente- en construir, en fomentar, en subvencionar un mundo que es arrogante, agresivo, violento, sucio, intolerante? Por esto son difíciles de escuchar las bienaventuranzas, porque nos ponen de nuevo ante la verdad para la que nacimos, ante lo más original de nuestro corazón y de nuestras entrañas humanas.
Las bienaventuranzas nos esperan, en lo pequeño, en lo cotidiano, en el prójimo más próximo, y nos vuelven a decir: la paz es posible, la alegría no es una quimera, la justicia no es un lujo a negociar. No os engañéis más, no os acostumbréis a lo malo y a lo deforme, porque nacisteis para la bondad y la belleza. Y san Agustín dirá: "nos hiciste, Señor, para ti e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en ti".

viernes, 21 de enero de 2011

El otro sendero luminoso

Comentario al Evangelio del próximo domingo, tercero del tiempo ordinario (Mateo 4,12-23)
"Al saber que Juan había sido arrestado, Jesús se retiró a Galilea, salió de Nazaret y se estableció en Cafarnaún junto al lago, en territorio de Zabulón y Neftalí.
Así se cumplió lo anunciado por el profeta Isaías: Territorio de Zabulón y territorio de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos.
El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz intensa, a los que habitaban en sombras de muerte les amaneció la luz. 
Desde entonces comenzó Jesús a proclamar:
-¡Arrepiéntanse que está cerca el reino de los cielos!
Mientras paseaba junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos -Simón llamado Pedro, y Andrés su hermano- que estaban echando una red al lago, pues eran pescadores. Les dice:
-Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres.
De inmediato dejaron las redes y le siguieron.
Un trecho más adelante vio a otros dos hermanos -Santiago de Zebedeo y Juan, su hermano- en la barca con su padre Zebedeo, arreglando las redes. Los llamó y ellos inmediatamente, dejando la barca y a su padre, le siguieron.
Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del reino y sanando entre el pueblo toda clase de enfermedades y dolencias."

La luz y la tiniebla pertenecen al universo religioso de tantos creyentes que cifran precisamente en la claridad o en la oscuridad su cercanía o su lejanía de Dios. En este sentido, el no haber puesto su esperanza, su seguridad y fortaleza en Yahvéh Dios, una vez más conduciría a aquel pueblo a un callejón sin salida aparente, donde las tinieblas eran el ambiente para masticar su tristeza e infelicidad. Así lo cuenta la primera lectura de Isaías que el Evangelio citará. Un pueblo confundido ante su propio error, esclavo de patrones que han puesto cepos en su libertad y cade­nas en sus corazones, un pueblo sacudido por el terror de la pesadilla que emprendía... ese pueblo vería la luz de nuevo. Un verdadero desafío por parte de Dios a través de su profeta: mi­rad vuestras ruinas, considerad vuestras penas, guardad vuestras lágrimas... y creed que llegará un día en el que no habitareis más una tierra de sombras. Y podréis experi­mentar que vuestro gozo aumenta, y crece la alegría, porque la vara del opresor y el yugo de su carga serán quebrantados (Is 9,3-4).

Jesús es la Luz que ha brillado en la tiniebla, que no ha dejado de alumbrar a pesar de que ésta la haya rechazado (Jn 1,5.9). Ha sido enviada no ya a la oscuridad de un pueblo deportado por su infidelidad, sino al corazón del mismo hombre, donde se libran todas las libertades y esclavitudes, donde se decide un destino feliz o trun­cado. Por eso el Evangelio narra la elección de Jesús a los discípulos. Gente corriente, sor­prendida en su faenar cotidiano, e invitada ante todo a un seguimiento, a una adhesión a la Persona de Jesús. Escucharán su Palabra, convivirán con Él, y se harán testigos de esa alegría.

En nuestro entorno, encontramos continuamente personas que sufren una honda oscuridad, con sufrimientos que casi ahogan el respiro de la esperanza. Y Jesús sigue viniendo a todos nuestros exilios, al gran exilio de la infeli­cidad en tantas formas, para anunciarnos una Luz y una Alegría que nadie nos podrá quitar (Jn 16,22). Jesús, con quien quiera seguirle, recorre nuestras tierras, nuestros hogares, nuestras vidas, para proclamar el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y las dolencias.

La historia culminada por Jesús continúa con nosotros... si lo dejamos todo y le seguimos. Sí, somos llamados a pertenecer a la gente que nos rodea, desde la perte­nencia a Cristo, a abrazarles en su oscuridad y su tristeza para comunicarles algo que es más grande que nosotros, que no ha ideado nuestra mente ni han amasado nuestras manos: el don de la Luz de Dios, el regalo de la alegría que no finge, la certeza de la es­peranza que no defrauda.

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo

domingo, 16 de enero de 2011

Centenario de la muerte de León Tolstoi, maestro de Gandhi


        

           Ocupando un lugar central en la sala de estar de mi casa hay un impresionante cuadro de un pintor   polaco que muestra a Tolstoi (1828-1910) abrazado por el Cristo coronado de espinas. Está vestido como un campesino ruso y parece extenuado, como simbolizando a toda la humanidad que llega finalmente al abrazo infinito de la paz después de millones de años de ascender penosamente por el camino de la evolución. Fue un regalo que recibí del entonces Presidente de la Asamblea de la ONU, Miguel d’Escoto Brockmann, gran devoto del padre del pacifismo moderno. El día 20 de noviembre se celebró el centenario de su muerte acaecida en 1910. Tolstoi merece ser recordado no sólo como uno de los mayores escritores de la humanidad con sus novelas Guerra y Paz (1868) y Anna Karenina (1875), entre otras muchas, que forman 90 volúmenes, sino también principalmente como uno de los espíritus más comprometidos con los pobres y con la paz, siendo considerado el padre del pacifismo moderno.

A nosotros los teólogos nos interesa especialmente el libro El Reino de Dios está en vosotros, escrito después de una terrible crisis espiritual cuando tenía 50 años (1878). Frecuentó a filósofos, teólogos y sabios y nadie lo satisfizo. Entonces se sumergió en el mundo de los pobres. Allí descubrió la fe viva, «aquella que les daba posibilidad de vivir». Tolstoi consideraba esta obra la más importante de todas las que había escrito. Consideraba sus famosas novelas, según confiesa el 28/10/1895 en su Diario, como «cháchara de vendedores ambulantes para atraer parroquianos con el objetivo de venderles después algo muy diferente». Tardó tres años en terminarla (1890-1893). En Brasil fue publicada en 1994 por la Editora Rosa dos Tempos (hoy Record), con una hermosa introducción de fray Clodovis Boff, pero lamentablemente está agotada. En español ha sido publicada por Editorial Kairós este mismo año de 2010.

El Reino de Dios está en vosotros, muy pronto traducido a varias lenguas, tuvo una enorme repercusión, generando aplausos y fuertes rechazos. Pero su mayor influencia fue la que tuvo sobre Gandhi. Sumergido este también en una profunda crisis espiritual, creía todavía en la violencia como solución para los problemas sociales, cuando leyó el libro en 1894. Le causó una conmoción abisal: «la lectura del libro me curó e hizo de mí un firme seguidor de la ahimsa (no violencia)». Distribuía el libro entre amigos y se lo llevó a la prisión en 1908 para meditarlo. El apóstol de la «no-violencia activa» tuvo como maestro a León Tolstoi. ...ste fue excomulgado por la Iglesia Ortodoxa y el libro vetado por el régimen zarista.

¿Cuál es la tesis central del libro? Estas palabras de Cristo: «No resistáis al mal» (Mt 5,39). Su sentido es: «No resistáis al mal con el mal». O no respondáis a la violencia con violencia. No se trata de cruzar los brazos, sino de responder a la violencia con la no-violencia activa: con la bondad, la mansedumbre y el amor. De otra manera: «no devolver, no tomar represalias, no contraatacar, no vengarse». Estas actitudes verdaderas tienen una fuerza intrínseca invencible como enseña Gandhi. Para el profeta ruso tal precepto no se restringe al cristianismo. Traduce la lógica secreta y profunda del espíritu humano que es el amor. Toca en lo sagrado que hay dentro de cada persona. Por eso el título del libro: El Reino de Dios está en vosotros.

Gandhi tradujo la no-violencia tolstoyana como no-cooperación, desobediencia civil y repudio activo a todo servilismo. Tanto él como Tolstoi sabían que el poder se alimenta de la aceptación, la obediencia ciega y la sumisión. Puesto que tanto el Estado como la Iglesia exigen estas actitudes serviles, las descalifica de forma contundente. Son instituciones que quitan la libertad, atributo inalienable y definitorio del ser humano. En el frontispicio del libro leemos esta frase de San Pablo: «no os volváis siervos de los hombres» (1Cor 7,23).

Para Tolstoi el cristianismo es menos una doctrina a ser aceptada que una práctica para ser vivida. Está delante y no detrás. Hacia atrás parece que fracasó, pero hacia delante es una fuerza todavía no totalmente experimentada. Y es urgente practicarla. Proféticamente Tolstoi percibía la irrupción de guerras violentas, como de hecho ocurrieron. La casa se está quemando y no hay tiempo para preguntar si es necesario salir o no.

Tolstoi tiene un mensaje para el momento actual pues los grandes continúan creyendo en la violencia bélica para resolver problemas políticos en Irak y en Afganistán. Pero otros tiempos vendrán. Cuando el pollito ya no puede quedarse en el huevo, rompe la cáscara con el pico y nace. Así deberá nacer una nueva era de no-violencia y de paz.

viernes, 14 de enero de 2011

Un Cordero de mansedumbre y fortaleza

Comentario al Evangelio del próximo domingo, segundo del tiempo ordinario (Juan 1, 29-34) 
" Al día siguiente Juan vio acercarse a Jesús y dijo:
-Ahí está el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. De él yo dije: Detrás de mí viene un hombre que es más importante que yo, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero vine a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel.
Juan dio este testimonio:
-Contemplé al Espíritu, que bajaba del cielo como una paloma y se posaba sobre él. Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar me había dicho: Aquél sobre el que veas bajar y posarse el Espíritu es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Yo lo he visto y atestiguo que él es el Hijo de Dios."
        Retomamos el tiempo ordinario y volvemos a la trayectoria de Jesús en su vida pública que a lo largo del año litúrgico se nos propondrá. La primera escena tiene lugar a orillas del Jordán, continuando lo que vimos el domingo pasado en el Bautismo de Jesús. Juan, el precursor del Maestro, utiliza una expresión muy querida para cualquier hebreo religioso: «Al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29).
         Los ojos del evangelista que relata este momento quedarán prendados, como quien encuentra finalmente a Aquél que esperaba. De hecho, tanto Juan como Andrés seguirán a ese Cordero, y preguntándole dónde vivía se quedarían con Él aquel día y para siempre. Era el encuentro que sigilará todas sus búsquedas y  que dará cumplimiento a todas sus esperas. Por ello, con una extraña anotación cargada de fidelidad, anotará muchos años después cuando escriba su evan­gelio, que este encuentro tan decisivo sucedió a las cuatro de la tarde (Jn 1,37-39). Como siempre sucede con todo verdadero amor, hace memoria emocionada del primer instante de una historia que permanece y que ha marcado el resto de la existencia.

         El Evangelio de Juan, desarrollará este momento inicial a través de los diferentes encuentros entre el Cordero Jesús y las personas que se cruzarán en su camino. Todos ellos recibirán la liberación de su des-gracia sea cual sea su nombre (oscuridad, sed, enfermedad, confusión... pecado), con tal que la confiesen, con tal que no la maquillen ni la disfracen, y reconozcan en Jesús a quien trae la Gracia eficaz para todas sus des-gracias impotentes. Por esta razón, en aquel momento no estaban los que des­pués a lo largo del Evangelio de Juan van a aparecer como los difidentes de Jesús, los prejuiciosos de sus signos y palabras, los enemigos de su vida.

           Hay una llamada a reconocernos ante el Cordero que quita los pecados, que nos señala y nos denuncia los pecados de nuestra época y los traspiés de nuestra genera­ción: la mentira, la injusticia, el hedonismo en todas sus formas, el egoísmo disfrazado de cultura de bienestar, las corrupciones oficiales y oficiosas, la matanza de la belleza y de la vida... Y todo esto no para apabullarnos y hacernos pesimistas o reaccionarios, sino para señalarnos y anunciarnos que hay otro modo de vivir y convivir, otra ma­nera de hacer un mundo habitable, otro camino para responder a nuestras preguntas de felicidad: el que nace del reconocimiento de este Cordero y de la adhesión a su vida y su palabra. Este es el Cordero, el que quita nuestros pecados. Por eso hay esperanza.

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo

miércoles, 12 de enero de 2011

El Parlamento croata decreta el "Año Boscovich"

El Parlamento croata ha decidido proclamar el 2011 Año Boscovich en el ámbito nacional con motivo del 300º aniversario del nacimiento del jesuita y sabio croata Rogelio José Boscovich Bettera, que nació en 1711 en Dubrovnik y falleció en Milán en 1787.


Físico, astrónomo, matemático, arquitecto, filósofo y diplomático, inventor del telescopio acromático y precursor del atomismo moderno, recibió de los papas varias misiones científicas y diplomáticas. Consolidó la cúpula de la Basílica de San Pedro de Roma y la torre central de la catedral de Milán, entre otras obras.
Es famoso por su teoría atómica que fue claramente elaborada en un sistema precisamente formulado utilizando los principios de la mecánica newtoniana. Esta obra fue la inspiración que motivó a Michael Faraday a desarrollar sus teorías sobre el campo electromagnético para electromagnetismo, y – de acuerdo a Lancelot Law Whyte - fue también la base del esfuerzo de Albert Einstein en crear una teoría de campo unificada. Boscovich también hizo grandes contribuciones a la astronomía, incluyendo el procedimiento geométrico para determinar el ecuador de un planeta en rotación a partir de tres observaciones de su superficie y la órbita de un planeta a partir de tres observaciones de su posición.
La decisión del Parlamento croata de proclamar el 2011 Año Boscovich será la oportunidad para los jesuitas de “promover su misión y de suscitar nuevas vocaciones en las instituciones universitarias y educativas”, señala un comunicado de la Compañía de Jesús. 
Los jesuitas informaron también de que la Facultad de Filosofía de Zagreb organizará un congreso internacional en noviembre de 2011 en torno a la figura del sabio.
ZAGREB, martes 11 de enero de 2011 (ZENIT.org)

viernes, 7 de enero de 2011

Como el último, saber vivir desde Otro

Comentario al Evangelio del próximo domingo, Bautismo del Señor (Mateo 3, 13-17)

La fiesta de la Epifanía, es la fiesta de la manifestación de Jesús ante aquellos sabios de Oriente que siguiendo la estrella vinieron a adorarle. El domingo siguiente a la Epifanía celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, que es como una segunda manifestación de aquel Niño encarnado en nuestra historia, de aquella Palabra acampada en nuestros mutismos. Han pasado casi treinta años de escondimiento desapercibido en Nazaret como uno de tantos. El bautismo de Jesús concluye esa fase del Señor en la que se asemejó completamente a nosotros.


Jesús no es un enviado de Dios que acorrala, un mensajero que se ensaña con los indignos de la luz y de la gracia del Padre, sino alguien que viene a restablecer el latir de los corazones acabados. Y para ello, se pondrá el último de la fila como uno de tantos, fingiendo amorosamente una necesidad que no tenía, abrazando extremosamente un pecado que no le pertenecía. Era el abrazo a una humanidad concreta, buscadora de una felicidad que no conseguía encontrar, la humanidad frágil y pecadora por la que Él vino, a la que amó hasta el extremo, por la que dará su propia vida.

Este Jesús manifestado así humildemente, es reconocido en el escenario del Jordán por Juan el Bautista. Era un escenario doliente de tantos dramas, junto a unas aguas bañadas por lágrimas de arrepentimiento y deseo de perdón. Allí estaba Él, el justo, el santo, Dios mismo en Él manifestado.

Así, sin concesiones ni componendas, un Jesús que nació como nació en Belén, que vivió como vivió en Nazaret, quiere ahora seguir su itinerario y su misión desde la única razón de toda su existencia: hacer la voluntad de Dios, vivir desde Otro, sin fraude ni traición. No lo que le apetece, lo que señalan los sondeos al uso, o lo que dictan las conveniencias políticas... sino lo que quiere Dios, lo que el Otro, el Padre, ha diseñado como designio de amor y de salvación.

Nuestra postura ante tantas cosas debe beber y debe vivir en la que hemos aprendido de Jesús: dejar que nuestra vida sea vivida desde Otro, realizando el diseño y el designio de ese Otro, del Padre Dios, para que como Jesús también seamos hijos, y amados y predilectos, y para que el Espíritu se pose en nosotros y nosotros a nuestra vez podamos re-crear tantas cosas.

No es nuestra obra, sino la del Espíritu en nosotros, que posándose en nuestra vida como aquel día junto al Jordán, hace nuevas todas las cosas al hacernos hijos, amados y predilectos de Dios.

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm

miércoles, 5 de enero de 2011

Eres Mi Hijo Amado

Mt 3, 13-17:

"Entonces fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Juan se resistía diciendo: 
-Soy yo quien necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?
Jesús le respondió:
-Ahora haz lo que te digo pues de este modo conviene que realicemos la justicia plena.
Ante esto Juan aceptó.
Después de ser bautizado, Jesús salió del agua y en ese momento se abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba sobre él; se oyó una voz del cielo que decía:
-Este es mi Hijo querido, mi predilecto."

Este domingo 9 de enero celebramos el bautismo del Señor, su unción en las aguas del Jordán. Y celebramos también nuestra unción santa, en la que el Espíritu Santo transforma a cada bautizado en “Otro Cristo”.
Este relato comienza con la resistencia que Juan muestra en bautizar a Jesús. Pero Jesús lo convence diciéndole: Bautízame, porque es necesario que cumplamos toda justicia. Y es que Jesús no quiere dejar de hacer todo aquello que lo sumerja en lo más profundo de la vida de la gente. Así como tampoco rehusará afrontar las dificultades, incluso la muerte.
El evangelista Mateo resalta tres aspectos del bautismo de Jesús: la convicción de Jesús de hacerse cercano a toda realidad humana, la apertura del Espíritu y la ternura de Dios por el Hijo.
Jesús quiere ser y vivir como gente, quiere ser hijo de aquí abajo, de la tierra. Dios Padre dirá: Éste es el Hijo que yo quiero. Porque Dios quiere a Jesús y nos quiere también a nosotros como gente, como personas que nos hacemos muy humanas y muy hermanos de todos, en especial de quien ha perdido la humanidad, su dignidad.
A partir del Bautismo, el Espíritu se convirtió en el principio de apertura al Padre por la vida filial (de hijos). Desde entonces, contamos con su Espíritu para que sea nuestra compañía, para que la soledad nunca nos invada y para que seamos capaces de hacer de este mundo la obra más hermosa de Dios.
En el Bautismo de Jesús se abrieron los cielos y una vez abiertos no se cerrarán jamás. Ya no hay más distancia entre Dios y nosotros. Esta apertura del cielo expresa la ternura de Dios, por eso la imagen del Espíritu que desciende en forma de paloma. Un signo que desde el Antiguo Testamento viene representando el amor cálido, limpio e inquebrantable de Dios (Cant. 5,2).
Sentir la ternura de Dios, abrirnos al Espíritu y hacernos cercanos a toda realidad humana y transformarla, son el destino del bautizado. Porque la gracia del bautismo se concreta en que todos alcancemos la más alta dignidad, la de hijo de Dios, en que aprendamos a vivir en la más plena libertad, liberados por Cristo de toda atadura y en la que vivamos en la más estrecha relación de solidaridad con los demás hombres y mujeres por el amor fraterno.
Todo esto se realiza cuando experimentemos el conocimiento y amistad interna con Cristo, cuya imitación y seguimiento constituye la fuente inagotable de toda superación personal y colectiva.
Gustavo Albarrán S.J.