jueves, 30 de junio de 2011

Premio Ratzinger: Teología, desafío que interroga sobre el rostro de Dios

Monasterio de Heiligenkreuz, Austria

Benedicto XVI entregó este jueves por primera vez el Premio Ratzinger de teología, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico. El Papa destacó durante el acto “la grandeza del desafío intrínseco a la naturaleza de la teología”, un desafío que “el hombre necesita, porque nos empuja a abrir nuestra razón interrogándonos sobre la misma verdad, sobre el rostro de Dios”. E invitó a, sin refugiarse en la historia, la sociología o la psicología, llegar al punto central: “¿Es verdad lo que creemos o no? En la teología está en juego la cuestión de la verdad; esa es su fundamento último y esencial”.

El premio, instituido por la Fundación vaticana Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, en su primera edición recayó sobre el español Olegario González de Cardedal, sacerdote y profesor de Teología sistemática; el italiano Manlio Simonetti, experto de Literatura cristiana antigua y Patrología; y el religioso cisterciense alemán Maximilian Heim, abad del monasterio de Heiligenkreuz en Austria y docente de Teología fundamental y dogmática.

Para el cardenal Ruini, presidente del comité científico de esta fundación y miembro del jurado del premio, este reconocimiento es “una contribución a la promoción de la conciencia y del estudio de la teología en una época en la cual –como vuestra santidad subrayó repetidamente- la prioridad que está sobre todas las demás es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios”.

En el acto de este jueves, el presidente de la fundación, el teólogo monseñor Giuseppe A. Scotti, dirigió unas palabras de saludo al Papa. Destacó que “Dios no es un peligro para la sociedad” y que “no debe estar ausente de los grandes interrogantes de nuestro tiempo”. El teólogo citó un pensamiento del Pontífice: “Asistimos… a dos tendencias opuestas, dos extremos ambos negativos: por una parte, el laicismo, que, de manera escondida, margina la religión para confinarla en la esfera privada, y por otra parte, el fundamentalismo que, en cambio, querría imponerla por la fuerza”.

En nombre de los premiados, habló el más joven de ellos, el abad Maximilian Hein. Recordó que hoy existe una gran oportunidad: “Como teólogos podemos buscar sin temor la verdad, desde el momento en que el teólogo no forma la verdad, sino más bien es la verdad la que forma al teólogo”. “No podríamos por lo tanto buscar la verdad si no la hubiéramos ya encontrado” ,añadió, por lo que resulta necesario “el apoyo de los grandes teólogos de la historia de la Iglesia, especialmente de los Padres y Doctores de la Iglesia”.

En su discurso, Benedicto XVI expresó gratitud por la entrega que “la fundación que lleva mi nombre” da “a la obra conducida en el lapso de una vida por dos grandes teólogos y a la de uno de una generación más joven”. El Obispo de Roma recordó su amistad con el profesor González de Cardedal, “un camino común de muchas décadas” que “ambos iniciamos con San Buenaventura y de él nos dejamos indicar la dirección”. “En una larga vida como estudioso, el profesor González ha tratado todos los grandes temas de la teología”, afirmó el Papa, no hablando en abstracto sino “siempre enfrentándose al drama de nuestro tiempo, viviendo y también sufriendo de manera totalmente personal las grandes cuestiones de la fe y con esto las problemáticas del hombre de hoy”.

Sobre el segundo premiado, Benedicto XVI afirmó que “el profesor Simonetti nos ha abierto de una manera nueva el mundo de los Padres”. “Justamente mostrándonos desde el punto de vista histórico, con precisión y atención todo lo que dicen los Padres, estos se vuelven personas contemporáneas a nosotros, que hablan con nosotros”, dijo. A continuación citó al tercer premiado, el padre Maximilian Heim, recientemente “elegido abad del monasterio de Heiligenkreuz de Viena, e invitó a “desarrollar ulteriormente la teología monástica, que siempre ha acompañado a la universitaria, formando con esta el conjunto de la teología occidental”.

¿Qué es verdaderamente la teología?, se interrogó Benedicto XVI, y aún más: ¿la ciencia de la fe es realmente posible o es una contradicción?, ¿ciencia no es lo contrario de fe?
Según el Papa, esta problemática “con el moderno concepto de ciencia se ha vuelto aún más impelente y a primera vista aparentemente sin solución”.

“Se entiende así -señaló- por qué en la edad moderna la teología en vastos ámbitos se ha retirado principalmente al ámbito de la historia, para demostrar su seriedad científica”, o cómo “pasó a concentrarse en la praxis para mostrar que la teología en conexión con la psicología y la sociología es una ciencia útil que da indicaciones para la vida”. Estas vías, sin embargo, no son suficiente y muchas veces se vuelven “refugios si no se da una respuesta a la verdadera pregunta”, advirtió el Pontífice.

Esa pregunta interroga: “¿Es verdad lo que creemos o no?”, añadió. En la teología está en juego la cuestión de la verdad; esa es su fundamento último y esencial”. La gran diferencia con las religiones paganas, recordó el Papa citando a Tertuliano, es que “eran consuetudinarias”: se ha hecho lo que siempre se hizo”, es decir, “se observan las formas culturales tradicionales y se espera estar así en la justa relación con el ámbito de lo misterioso y lo divino”.

En cambio “el aspecto revolucionario del cristianismo en la antiguedad fue justamente la rotura con la “costumbre” por amor de la verdad”, subrayó Benedicto XVI. Por ello “la fe cristiana, por su misma naturaleza tiene que suscitar la teología, debía interrogarse sobre cuanto sea razonable la fe, también cuando naturalmente el concepto de razón y el de ciencia abrazan muchas dimensiones, y así la naturaleza concreta del nexo entre fe y razón debía nuevamente ser profundizado”.

Citando a san Buenaventura, el Papa recordó la existencia de la viloentia ragionis, el despotismo de la razón que se hace juez supremo de todo. Este tipo de uso de la razón es ciertamente imposible en el ámbito de la fe, es como querer someter a Dios “a un interrogatorio” a “un procedimiento de prueba experimental”, señaló. Esta modalidad de uso de la razón, típica en el ámbito de la ciencia, aparece hoy “como la única forma de racionalidad declarada y científica”, lamentó. “Y lo que científicamente no puede ser verificado o falsificado se queda afuera del ámbito científico”, añadió, reconociendo que con esta impostación fueron realizadas obras grandiosas “en el ámbito del conocimiento de la naturaleza y de sus leyes”.

El Papa teólogo precisó que “existe un limite a tal uso de la razón: Dios no es un objeto de experimentación humana; El es el Sujeto, y se manifiesta solamente en la relación de persona a persona”. En esta perspectiva, explicó, Buenaventura “indica un segundo uso de la razón, que vale en el ámbito de lo “personal”, en las grandes cuestiones del ser humano: El amor quiere conocer mejor a quien ama” porque “el verdadero amor no vuelve ciegos sino videntes”. La recta fe, por lo tanto, “orienta la razón y a abrirse a lo divino, para que ésa, guiada por el amor a la verdad pueda conocer a Dios más de cerca”, destacó.

Benedicto XVI no quiso entrar en la posibilidad y la tarea de la teología, sino más bien arrojar luz sobre la grandeza del desafío de la naturaleza de la teología. Y ello, confesó, porque “ el hombre necesita este desafío, porque nos empuja a abrir nuestra razón interrogándonos sobre la misma verdad, sobre el rostro de Dios”. Benedicto XVI concluyó recordando que se trata “no de una razón alienada sino que responde a una altísima vocación”.

Por Sergio Mora

viernes, 24 de junio de 2011

Hambre de Dios, hambre de hermano


Comentario al Evangelio del domingo del Corpus Christi en muchos países (Juan 6, 51-59):

Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá siempre. El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne.
Los judíos se pusieron a discutir:
-¿Cómo puede éste darnos de comer (su) carne?
Les contestó Jesús:
-Les aseguro que si no comen la carne y beben la sangre del Hijo del Hombre, no tendrán vida en ustedes. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera medida. Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo y no es como el que comieron sus padres, y murieron. Quien come este pan vivirá siempre.
Esto dijo enseñando en la sinagoga de Cafarnaún.


Volvemos a la procesión de la vida, por la que procesiona Dios frecuentando nuestras calles y plazas. Un Dios encarnado que se hace compañía de nuestra soledad, Pan de nuestras hambres y gesto vivo del amor que empieza en Dios, abraza al hermano, para volver a Dios. La fiesta del Corpus Christi pertenece a esa quintaesencia del Cristianismo como lo atestigua la historia de nuestro pueblo creyente, que de tantas formas ha recordado, honrado y agradecido el sacra­mento de la Presencia del Señor entre nosotros: la santísima Eucaristía. Hasta en los pueblos más humildes donde se celebra la procesión del Corpus, se engalanan balco­nes, se esparcen tomillos por las calles, porque el que viene es bendito, santo, Dios.

El evangelio de esta fiesta nos presenta el célebre discurso de Jesús sobre el Pan de Vida que tanto escandalizó a los jefes de Israel, y que dejará un tanto perplejos in­cluso a las personas que empezaban a seguir con creciente entusiasmo. Tanto será el asombro de sus discípulos que tendrá que pre­guntar a los Doce: “¿También vosotros queréis abandonarme?”, a lo que res­ponderá Pedro espléndidamente aquello de “Señor, ¿a quién iremos?”.

Jesús se presenta como el pan bajado del cielo, pero con tal cualidad que a dife­rencia del maná que también bajó del cielo, el que Jesús ofrece no vale para quitar el hambre fugaz y momentánea, sino el hambre más honda: la del corazón. Jesús viene como el Pan definitivo que el Padre envía, para saciar el hambre más profunda y decisiva: el hambre de vivir y de ser feliz. La carne y la san­gre de la que habla Jesús no es una invitación a una extraña antropofagia, sino un modo plástico de indicar que Él no es un fantasma, mas alguien vivo. Y su Persona viva es el Pan que el Padre da. Comer este Pan que sacia todas las hambres significa adherirse a Jesús, entrar en comunión de vida con Él, compartiendo su destino y su afán, ser discípulo, vivir con Él y seguirle.

Pero seguir a Jesús, nutrirse en Él, no significa desatender y abando­nar a los demás. Torpe coartada sería ésa de no amar a los prójimos porque estamos “ocupados” en amar a Dios. Jamás los verdaderos cristianos y nunca los auténticos discípulos que han saciado las hambres de su corazón en el Pan de Jesús, se han de­sentendido de las otras hambres de sus hermanos los hombres.

Comulgar a Jesús no es posible sin comulgar también a los hermanos. No son la misma comunión, pero son inseparables. Y esto lo ha entendido muy bien la Iglesia cuando al presen­tarnos hoy la fiesta del Corpus Christi en la cual adoramos a Jesús en la Eucaristía, nos presenta también a los pobres e indigentes, en el día de Cáritas. Difícil es co­mulgar a Jesús, ignorando la comunión con los hombres. Difícil es saciar el hambre de nuestro corazón en su Pan vivo, sin atender el hambre de los hermanos: tantas hambres en tantos hermanos.

Monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo.

miércoles, 22 de junio de 2011

El papa explica el secreto para rezar con las palabras de Dios


Con el libro bíblico de los Salmos es posible rezar con las mismas palabras de Dios, aseguró Benedicto XVI en sus catequesis sobre la oración, que ofrece desde hace semanas con motivo de la audiencia semanal a los peregrinos, comenzando una serie de intervenciones sobre los Salmos, el libro de oración del pueblo de Israel que después la Iglesia asumió también como propio.

Para el papa los Salmos son “una escuela de oración”, pues enseñan, como sucede a los niños con las palabras de los adultos, el lenguaje que puede utilizar para dirigirse a Dios, explicó a los miles de personas que se congregaron en la plaza de San Pedro del Vaticano, bajo un sol de justicia. “Cuando el niño comienza a hablar, aprende a expresar sus propias sensaciones, emociones, necesidades con palabras que no le pertenecen de modo innato, sino que aprende de sus padres y de los que viven con él”, explicó el Santo Padre durante la audiencia general.

“Lo que el niño quiere expresar es su propia vivencia, pero el medio expresivo es de otros; y él, poco a poco se apropia de este medio, las palabras recibidas de sus propios padres se convierten en sus palabras y a través de las palabras aprende también un modo de pensar y de sentir, accede a un mundo de conceptos, y crece en ellos, se relaciona con la realidad, con los hombres y con Dios”.

Para el obispo de Roma “esto mismo sucede con la oración de los Salmos. Se nos presentan para que nosotros aprendamos a dirigirnos a Dios, a comunicarnos con Él, a hablarle de nosotros con sus palabras, a encontrar un lenguaje para el encuentro con Dios”. “Y, a través de estas palabras, será posible también conocer y acoger los criterios de su actuación, acercarse al misterio de sus pensamientos y de sus caminos , y así crecer cada vez más en la fe y en el amor”.

“Al igual que nuestras palabras no son sólo palabras, sino que nos enseñan un mundo real y conceptual, del mismo modo estas oraciones nos enseñan el corazón de Dios, por lo que no sólo podemos hablar con Dios, sino que podemos aprender quién es Dios y, al aprender cómo hablar con Él, aprendemos lo que significa ser hombre, ser nosotros mismos”.

Los salmos, en hebreo “Tehilim”, "Alabanzas", fue presentado por el papa como el libro que “nos enseña a dar gracias, a celebrar la grandeza del don de Dios, a reconocer la belleza de sus obras y a glorificar su Nombre Santo”. “Enseñándonos a rezar, los Salmos nos enseñan que incluso en la desolación, en el dolor, permanece la presencia de Dios, es fuente de maravilla y de consuelo. Se puede llorar, suplicar, interceder, lamentarse, pero con la conciencia de que estamos caminando hacia la luz, donde la alabanza podrá ser definitiva”.

Benedicto XVI concluyó invitando a tomar este libro santo para dejarse “enseñar por Dios cómo dirigirnos a Él”. “Hagamos del Salterio una guía que nos ayude y nos acompañe cotidianamente en el camino de la oración”, aconsejó.

jueves, 16 de junio de 2011

El Papa enseña que la oración pone al hombre ante el Dios verdadero


La idolatría es un engaño en el que el hombre no puede salir del círculo de sí mismo para encontrarse con Dios, es decir, para rezar realmente. Lo explicó hoy el Papa Benedicto XVI durante la Audiencia General.

Siguiendo con su ciclo de catequesis sobre la oración, el Papa quiso presentar hoy el episodio bíblico del profeta Elías y su enfrentamiento con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal en el Monte Carmelo, para demostrar quien era el Dios verdadero.

“Donde Dios desaparece, el hombre cae en la esclavitud de idolatrías”, afirmó el Papa, “como han mostrado, en nuestro tiempo, los regímenes totalitarios, y como muestran también diversas formas de nihilismo, que hacen al hombre dependiente de ídolos, de idolatrías; le esclavizan”. Sin embargo, añadió, “la verdadera adoración de Dios, entonces, es darse a sí mismo a Dios y a los hombres, la verdadera adoración es el amor. Y la verdadera adoración de Dios no destruye, sino que renueva, transforma”.

El ídolo es una “realidad engañosa”, explicó el Pontífice, pues “está pensado por el hombre como algo de lo que se puede disponer, que se puede gestionar con las propias fuerzas, al que se puede acceder a partir de sí mismos y de la propia fuerza vital”.

“La adoración del ídolo, en lugar de abrir el corazón humano a la Alteridad, a una relación liberadora que permita salir del espacio estrecho del propio egoísmo para acceder a dimensiones de amor y de don mutuo, encierra a la persona en el círculo exclusivo y desesperante de la búsqueda de sí misma”. Este engaño, añadió, “es tal que, adorando al ídolo, el hombre se ve obligado a acciones extremas, en el tentativo ilusorio de someterlo a su propia voluntad”.

Elías y el fuego de Dios. En este conocido pasaje del primer libro de los Reyes, el profeta reta a los adoradores de Baal ante el pueblo de Israel a ofrecer un sacrificio a su dios, para que éste enviase fuego del cielo y lo consumiese, demostrando así su existencia. Este episodio tiene lugar tras la división de Israel en dos, una vez el pueblo, después del reinado de Salomón, se apartara de la fe.

Concretamente, sucedió en el reino del Norte, en el siglo IX antes de Cristo, en tiempos del rey Ajab, “en un momento en el que Israel se había creado una situación de abierto sincretismo”, en el que el pueblo de Israel adoraba al mismo tiempo a Dios y a Baal, explicó el Papa. “Aún pretendiendo seguir al Señor, Dios invisible y misterioso, el pueblo buscaba seguridad también en un dios comprensible y previsible, del que creía poder obtener fecundidad y prosperidad a cambio de sacrificios”.

Para desenmascarar esta doblez, el profeta Elías reúne al pueblo en el monte Carmelo, junto a la actual Haifa, y le pone ante la necesidad de hacer una elección: “Si el Señor es Dios, seguidle; si es Baal, seguidle a él”. El reto de Elías a los profetas de Baal pone de manifiesto “dos formas completamente distintas de dirigirse a Dios y de rezar”, explicó el Papa. “Los profetas de Baal, de hecho, gritan, se agitan, bailan, saltan, entran en un estado de exaltación llegando a hacerse incisiones en el cuerpo”, hasta “chorrear sangre”.

“Los profetas de Baal llegan hasta hacerse daño, a infligirse heridas en el cuerpo, en un gesto dramáticamente irónico: para obtener una respuesta, un signo de vida de su dios, se cubren de sangre, recubriéndose simbólicamente de muerte”, pero no sucede nada.

La actitud de Elías, explicó Benedicto XVI, es “muy distinta”: pide al pueblo que “se una a él, convirtiéndose en partícipe y protagonista de su oración”, y erige un altar, en el que coloca doce piedras por cada una de las tribus. Elías “se dirige al Señor llamándole Dios de los Padres, haciendo así memoria implícita de las promesas divinas y de la historia de elección y de alianza que unió indisolublemente al Señor y a su pueblo”.

Así, pone al pueblo “ante su propia verdad” de elegido por Dios, y “pide que también la verdad del Señor se manifieste y que Él intervenga para convertir a Israel, apartándolo del engaño de la idolatría y llevándolo así a la salvación”. Y esto es lo que sucedió: “cayó el fuego del Señor: Abrasó el holocausto, la leña, las piedras y la tierra, y secó el agua de la zanja. Al ver esto, todo el pueblo cayó con el rostro en tierra y dijo: '¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!'”.

Por ello, concluyó el Papa, “el objetivo primario de la oración es la conversión: el fuego de Dios que transforma nuestro corazón y nos hace capaces de ver a Dios, y así, de vivir según Dios y de vivir para el otro”. “Ciertamente, el fuego de Dios, el fuego del amor quema, transforma, purifica, pero precisamente así no destruye, sino que crea la verdad de nuestro ser, recrea nuestro corazón. Y así realmente vivos por la gracia del fuego del Espíritu Santo, del amor de Dios, somos adoradores en espíritu y en verdad”.

miércoles, 15 de junio de 2011

Un centenar de expertos internacionales analizará la historia de la Compañía de Jesús del siglo XVI al XVIII


Un centenar de expertos internacionales procedentes de 60 universidades, centros de investigación y entidades académicas de Europa, América y Japón, presentarán alrededor de 70 ponencias y más de 30 comunicaciones en el Congreso Internacional "Los jesuitas: Religión, política y educación (S. XVI-XVIII)", que se celebrará del 20 al 22 de junio, organizado por las universidades Pontificia Comillas, Autónoma de Madrid y Rey Juan Carlos, la Comunidad de Madrid y el Ministerio de Ciencia e Innovación. El congreso se desarrollará en la sede central de Comillas, en Alberto Aguilera, 23.

En sus cerca de 500 años de historia, la Compañía de Jesús ha suscitado sentimientos opuestos y apasionados. La fascinación ejercida por su fundador, la eficacia de actuación de sus miembros, su universalidad, su metodología pedagógica, la intervención e influencia que ha tenido en los gobiernos de las monarquías y de la propia Iglesia son razones que explican el interés que despierta esta orden religiosa y el creciente número de estudios que investigadores de diversos campos le han dedicado en los últimos decenios.

Este congreso internacional favorecerá el conocimiento y la difusión de la labor de los jesuitas, así como la ponderada valoración de sus actuaciones en su contexto histórico. El periodo que se va a tratar transcurre desde la fundación de la Compañía de Jesús hasta la primera expulsión de la orden en el siglo XVIII, y su retorno a comienzos de la siguiente centuria.

El congreso permitirá conocer las investigaciones que realizan especialistas de universidades de todo el mundo sobre la historia de la Compañía en tres facetas claves de su actividad: religión, política y educación. Habrá intervenciones en torno a la espiritualidad de los jesuitas y las doctrinas de sus principales autores, con alusiones a los enfrentamientos teológicos y doctrinales con otras órdenes religiosas.

También se analizará la labor de los jesuitas como confesores y guías espirituales de los miembros de las dinastías europeas y principales cortesanos, y de aquellos que fueron agentes de los pontífices ante las distintas cortes europeas, para convencer o difundir el espíritu católico de Roma.

La ratio studiorum, como modelo de educación que asume los valores humanistas dentro de unos principios religiosos católicos, será eje central de la dimensión educativa, que se tradujo en una literatura (teatro, retórica, oratoria, etc.) y en diversas expresiones artísticas que ponen de manifiesto unos valores y un modelo específico de comportamiento. Así mismo, el congreso atenderá a la difusión que de su patrimonio de saberes y cultura llevaron a cabo los jesuitas en los continentes de Asia y América con especial atención en el siglo XVII, período que representa la mayor expansión de la Compañía en estos continentes.

Las sesiones del congreso se centrarán en la labor de los jesuitas en las cortes europeas, la literatura y el teatro jesuitas, la posición de la Compañía entre la obediencia y la discrepancia, la difusión de su modelo religioso en América y Asia, su modelo educativo, su expulsión y su ideología religiosa.

El mayor número de entidades representadas en el congreso lo forman casi 30 instituciones universitarias y científicas españolas, seguido de más de 20 universidades y centros de investigación europeos, ocho universidades americanas, tres reales y nacionales academias de España y Latinoamérica y una universidad de Japón.

martes, 14 de junio de 2011

El teólogo español González de Cardedal recibe el Premio Ratzinger


El Papa Benedicto XVI entregará el próximo 30 de junio el Premio “Ratzinger” a tres teológos que se han distinguido por su labor, uno de los cuales es el español Olegario González de Cardedal. Así lo anunció hoy en rueda de prensa el cardenal Camillo Ruini, presidente del Comité científico de la Fundación Vaticana Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, acompañado por el presidente de la Fundación, monseñor Giuseppe Antonio Scotti, y los profesores Stephan Otto Horn (presidente de la Joseph Ratzinger Papst Benedikt XVI.-Stiftung) y Giuseppe Dalla Torre, rector de la LUMSA.

Los otros dos teólogos distinguidos con este galardón son el italiano Manlio Simonetti, una de las máximas autoridades a nivel internacional en cuanto a investigación sobre el mundo antiguo, y el alemán Maximilian Heim, abad del monasterio cisterciense de Heiligenkreuz.

El cardenal Ruini quiso argumentar el por qué de estas tres elecciones en esta primera edición del Premio Ratzinger. “Como se ve, hemos decidido premiar a dos expertos ya bien afirmados y uno relativamente joven pero muy prometedor. Hemos premiado además a un patrólogo y dos teólogos, ambos tanto dogmáticos como teólogos fundamentales”.

Además, añadió, los premiados solo en parte son expertos que tengan una relación especial con el pensamiento de Joseph Ratzinger. El objetivo de la Fundación “es más amplio: promover en general el conocimiento y el estudio de la teología, inspirándonos ciertamente, en nuestras elecciones, en el pensamiento de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI”, pero “sin limitarnos a éste”.

Por su parte, el profesor Dalla Torre afirmó que con este premio se quiere también contribuir a que el estudio de la teología tenga un mayor reconocimiento académico. “Ha llegado el momento de volver a proponer con fuerza la cuestión de los saberes sagrados en el ámbito de una sociedad, la contemporánea, que parece tener una postura esquizofrénica ante la religión”, afirmó. En este sentido, los saberes teológicos “pueden dar una contribución importante a la formación del profesional, antes aún que las respuestas personales de fe”.

El rector de la LUMSA alabó “las ideas fundantes y los programas de la Fundación vaticana Joseph Ratzinger – Benedicto XVI”, que busca promover “el conocimiento y el estudio de la teología en la realidad contemporánea”. Estos premios, concluyó, constituyen “un reconocimiento de la peculiar realización de tres experiencias distintas de investigación” y, al mismo tiempo, “la proposición de un modelo que se augura que sea seguido por muchos otros expertos e investigadores.

Olegario González de Cardedal nació el 2 de octubre de 1934 en Lastra del Cano (Ávila). Ha celebrado ya sus bodas de oro como sacerdote. Formado en Münich, Oxford y Washington, es profesor ordinario de Teología Dogmática en la Universidad Pontificia de Salamanca y director de la cátedra "Domingo de Soto" de esta Universidad. Fue durante diez años miembro de la Comisión Teológica Internacional. Fundó y ha dirigido la Escuela de Teologia K. Rahner-H.U. von Balthasar en laUniversidad Internacional Menéndez Pelayo. Es muy conocido sobre todo por sus investigaciones en cristología.

Salir de los cenáculos


“¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” (Hch 1,11) les corrigen dos ángeles a los discípulos el día de la Ascensión de Jesús. La misión de ellos estará ahora en la tierra, entre los hombres, comunicando la Buena Noticia por todos los rincones del mundo. Cuando estaban “juntos y orando” (Hch 1,14) en Jerusalén, recibieron la fuerza del Espíritu del Resucitado que les iluminó la mente y corazón. Las puertas del cenáculo se abrieron y con la primera predicación de Pedro se inició la marcha de la Iglesia (cf. Hch 2,12ss). Desde entonces hasta ahora, la comunidad de los seguidores de Jesús de Nazaret está llamada a ser “sacramento de salvación” en medio de los pueblos y naciones.

En la actualidad, lo específico y urgente es anunciar a Jesucristo con obras y palabras en medio de esta “apostasía silenciosa” de nuestra cultura; para ello se necesitan evangelizadores creíbles. ¿Quiénes son éstos? Puede ser todo cristiano que, siendo fiel a la fe recibida, con coherencia de vida y humildad en sus actuaciones, se ha tomado en serio el mandato del Señor: “id por todo el mundo y haced discípulos míos” (Mt 28,19). Sin embargo, en algunas partes de la Iglesia, no sólo hay una carencia de vocaciones sacerdotales y religiosas, sino también una falta de celo apostólico en muchos pastores y un déficit de presencia de los católicos seglares en la vida pública y en los nuevos areópagos.

La acción misionera y apostólica de extender el Reino de Cristo a todos los hombres no puede ser suplida por la mera acción social. Nuestras parroquias e instituciones no se deben convertir o reducir a meras ONGs, por muy dignas y actuales que sean esas formas de implicación social. Es más, todo compromiso ético y social de un cristiano o de una institución de Iglesia ha de nacer como consecuencia del amor a Dios y al prójimo, eje central de la fe cristiana (cf.1 Cor 13,3). Como dice Benedicto XVI: “La fe en Dios es un acto positivo de amor y confianza, de conversión, de renovación de la vida”.

Ahora bien, creer en un Dios crucificado y abandonado como respuesta última de salvación para el hombre, sigue siendo un “escándalo y blasfemia” como en tiempo del apóstol Pablo. La cultura nihilista y relativista que domina el pensamiento actual no soporta la propuesta cristiana de un Dios personal, salvador y redentor de la humanidad. Su reacción es: animadversión hacia la religión, ridiculización de lo cristiano e intentos de aniquilar la estructura visible de la Iglesia Católica.

Frente a este escenario, nada agradable, surge la tentación en muchos bautizados de refugiarse en los “cuarteles de inviernos” o en los “cálidos cenáculos”, olvidando que la Iglesia no está para sí misma, sino para la misión. Cuando se cae en esa incitación, corremos el riesgo de que nuestras iglesias se conviertan en museos espirituales que al final no saben enfrentarse al mundo que le rodea. En cambio si se supera ese peligro, nuestros templos recobran autenticidad de vida y son verdaderos cenáculos de puertas abiertas, como el de Jerusalén, que oraba y evangelizaba.

Pero el activo misionero no sólo se caracteriza por su pertenencia a un determinado carisma, grupo o espiritualidad, sino sobre todo por los frutos de santidad. Los planes, proyectos y objetivos pastorales sirven como métodos en tanto y en cuanto suscitan apóstoles creíbles. Como diría San Gregorio Magno: “nosotros tenemos las antorchas encendidas en nuestras manos cuando, con las buenas obras, damos a nuestros prójimos buenos ejemplos” (Catena Aurea, vol VI, p. 101). Estos, con la ayuda de la gracia, sí que vencen al mundo de la increencia e indiferencia religiosa.

Pentecostés nos invita a confiar en la fuerza del Espíritu que supera todas las dificultades y resistencia ante el anuncio del Evangelio de la esperanza. De ahí, que tengamos que recordar aquel grito del Beato Juan Pablo II: “¡No tengáis miedo!” Nuestras reuniones y celebraciones han de suscitar en los participantes un gran anhelo por el apostolado gozoso de estar “en el mundo, sin ser del mundo” (Jn 17,16), con el único objetivo de ganar “almas para Dios” ¡Esto no ha pasado de moda! ¡Es la exigencia básica de toda vocación bautismal, sacerdotal y religiosa!
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*Monseñor Juan del Río Martín es el arzobispo castrense de España

lunes, 13 de junio de 2011

La Comunidad de Sant'Egidio


La Comunidad de Sant'Egidio nació en Roma en 1968, por iniciativa de un joven que tenía entonces menos de veinte años, Andrea Riccardi. Comenzó reuniendo a un grupo de estudiantes de bachillerato para escuchar y poner en práctica el Evangelio. La primera comunidad cristiana de los Hechos de los Apóstoles y Francisco de Asís fueron los primeros puntos de referencia.

El pequeño grupo comenzó enseguida a ir a la periferia romana, entre las chabolas que rodeaban a la Roma de aquel tiempo, donde vivían muchos pobres, y comenzaron así a dar clases a los niños por la tarde: era la Escuela Popular (que hoy se llama Escuela de la Paz en muchos sitios del mundo).

Desde aquel momento la comunidad ha crecido mucho, y hoy se encuentra en más de 70 países del mundo de 4 continentes. Igualmente el número de miembros de la comunidad crece constantemente: hoy son unos 50.000. Sin embargo, es bastante difícil calcular el número de todos los que se unen de diversas maneras a las actividades del servicio de la comunidad, y de todos aquellos que colaboran de forma estable y significativa al servicio de los más pobres y en las otras actividades desarrolladas por Sant'Egidio sin que formen parte en sentido estricto.

La primera "obra" de la Comunidad de Sant'Egidio es la oración. A partir del encuentro con la Escritura, puesta en el centro de la vida, nació una propuesta personal y común que era nueva para aquellos jóvenes de 1968 que buscaban una vida más autentica: es la invitación antigua de Jesús a convertirse en discípulos suyos que él dirige a todas las generaciones. Es la invitación a convertirse y a dejar de vivir solo para uno mismo, y a comenzar, con libertad, a ser instrumentos de un amor más grande para todos, a hombres y mujeres, y sobre todo a los más pobres.

Escuchar y vivir la Palabra de Dios como la cosa más importante de la propia vida quiere decir aceptar no seguirse a uno mismo, sino a Jesús. La imagen más auténtica es la que constituye la comunidad en oración, cuando se reúne a escuchar la Palabra de Dios. Es como la familia de los discípulos reunida en torno a Jesús. La concordia y asiduidad en la oración (Hch.2,42) son el camino simple que se ofrece y pide a todos los miembros de la comunidad.

La oración es un camino en el que uno se familiariza con las palabras de Jesús y su oración, junto con las de las generaciones que nos han precedido, como en los salmos. A la vez, la oración eleva al Señor las necesidades de cada uno y de los pobres, y las necesidades de todo el mundo.

Por este motivo, las comunidades en Roma y otras partes de Italia, de Europa y del mundo, se reúnen lo más frecuentemente posible para rezar juntos. En muchas ciudades todas las tardes hay una oración comunitaria abierta a todos. A todos los miembros de la comunidad se les pide también encontrar un espacio significativo en la propia vida para la oración personal y para la lectura de las Escrituras, comenzando desde el Evangelio.

La segunda "obra" de la comunidad, su segundo pilar, es la comunicación del Evangelio. Es el Evangelio mismo, es decir, la buena noticia que compartir con los demás, el tesoro precioso, la lámpara que no se puede esconder. El Evangelio no es patrimonio exclusivo, sino que es una responsabilidad más para los miembros de la comunidad, llamados a comunicarlo.

En la experiencia de Sant'Egidio ser discípulos y vivir y comunicar la Palabra de Dios son sinónimos. Se trata de una experiencia de alegría y fiesta, como en el Evangelio de Lucas cuando los setenta y dos discípulos volvieron contentos diciendo: "Señor, incluso los demonios se nos someten en tu nombre" (Lc 10,17). Esta es la experiencia de todo discípulo y de cada miembro de la Comunidad de Sant'Egidio que, durante estos anos, ha vivido una "fraternidad misionera" en muchas partes del mundo.

La tercera "obra" característica de Sant'Egidio, auténtico pilar y compromiso cotidiano desde los comienzos, es el servicio a los más pobres, vivido como una amistad. Los primeros estudiantes que en el '68 se juntaron en torno a la Palabra de Dios, sintieron que el Evangelio no podía vivirse lejos de los pobres: los pobres como amigos y el Evangelio como buena noticia para los pobres.

Nació así el primero de los servicios de la comunidad, cuando aún no tenía el nombre de Sant'Egidio: la escuela popular, que se llamaba así por que no eran solo clases particulares para los niños marginados de las chabolas romanas del "Canódromo", en la zona del Tiber al sur de Roma. Desde entonces las escuelas populares se han multiplicado en Roma y en todas las ciudades en las que está presente la comunidad, con una atención particular a los niños más desfavorecidos y que viven condiciones más difíciles.

Como se lee en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo, esta amistad se ha incrementado con otros pobres: minusválidos físicos y psíquicos, personas sin hogar, inmigrantes, enfermos terminales. También se ha llegado a otras situaciones: cárceles, asilos de ancianos, campamentos de gitanos, campos de refugiados. A lo largo de estos años se ha desarrollado una amistad hacia otros tipos de pobreza, vieja y nueva o emergente, como en pobrezas no tradicionales tales como la que se da en muchos países europeos en los ancianos solos, también cuando no tienen excesivos problemás económicos.

Sant'Egidio se identifica con sus hermanos más pequeños y con todos los pobres, sin excepción, que por esto son los familiares de la comunidad con pleno derecho. Allí donde hay una comunidad de Sant'Egidio, desde Roma a San Salvador, desde Camerún a Bélgica, Ucrania o Indonesia, existe siempre la amistad y familiaridad con los pobres. Ninguna comunidad, ni siquiera la más joven es lo pequeña y débil como para no poder ayudar a otros pobres. Es el óbolo de la viuda que tiene un gran valor ante el Señor (Mc. 12,41)

La amistad con los pobres ha conducido a Sant'Egidio a comprender aún más que la guerra es la madre de todas las pobrezas. Y así, el amor a los pobres en muchas situaciones, ha implicado trabajar por la paz, para proteger la vida cuando se ve amenazada, para ayudar a reconstruirla, facilitando el dialogo allí donde no existe. Los medios de este servicio a la paz y a la reconciliación son los medios pobres de la oración, la palabra, la participación de las situaciones difíciles, el encuentro, el diálogo.

Incluso cuando no se puede trabajar por la paz, la comunidad intenta conseguir la solidaridad y la ayuda humanitaria para las poblaciones civiles que sufren a causa de la guerra. Quizás estos son los aspectos más conocidos de Sant'Egidio, de los que hablan los medios de comunicación, sin poner a menudo de relieve la continuidad en la ayuda a los pobres -algo presente en la comunidad desde sus comienzos- y las raíces evangélicas.

Algunos miembros de la comunidad han sido facilitadores o mediadores en conflictos fratricidas que han durado más de diez anos, como en Mozambique, o más de treinta, como en Guatemala. Africa esta herida por las guerras, como los Balcanes, y por ello son el centro de las preocupaciones y los esfuerzos de Sant'Egidio. A través de estas experiencias ha crecido la confianza de Sant'Egidio en la "fuerza débil" de la oración y en el poder del cambio de la no violencia y la persuasión. Estos son aspectos de la vida del mismo Señor Jesús que él vivió hasta el final.

La amistad entre las personas de culturas y naciones diferentes es el modo cotidiano con el que se expresa esta fraternidad internacional que es al mismo tiempo apertura al mundo y pertenencia a una única familia de discípulos. En un mundo que al final del segundo milenio exalta las fronteras y las diferencias nacionales y culturales, incluso hasta hacer de esto un motivo antiguo y nuevo de conflicto, las comunidades de Sant'Egidio testimonian la existencia de un destino común no solo para los cristianos, sino para todos los hombres.

Hay comunidades más jóvenes y más ancianas. Algunas son más númerosas y están más enraizadas que otras, algunas son más conocidas que otras en el ambiente en el que viven, pero todas se esfuerzan en ser, y verdaderamente representan, una única familia en torno a Jesús. La comunidad de Roma es la más anciana y, como primera comunidad, desarrolla en este sentido un servicio a la comunión y a las comunidades más recientes, sin "otros limites que los de la caridad", como indicó el Papa Juan Pablo II en Sant'Egidio por el 25 aniversario de la Comunidad en 1993. Esta unidad se expresa con una comunión y solidaridad concreta entre los hermanos y hermanas, que se ha revelado como la mejor forma de organización de la vida de la misma comunidad.

viernes, 10 de junio de 2011

Recordar y enseñar


Comentario al Evangelio del domingo de Pentecostés (Juan 20, 19-23):

"Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio y les dice:
-La paz esté con ustedes.
Después de decir esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió:
-La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes.
Al decir esto, sopló sobre ellos y añadió:
-Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados les quedaran personados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos."


Han pasado los días de resurrección. Tras diversas manifestaciones a los discípulos, Jesús ha cumplido ese periplo último de transmitir a los suyos el encargo recibido del Padre, al que ha vuelto para prepararnos una morada y seguir acompañándonos de otro modo. Pero Él prometió el envío del Espíritu Santo.

Con la fiesta de Pentecostés que celebramos en este domingo hemos llegado al final de todo el ciclo pascual. Tras las ascensión de Jesús, los discípulos volvieron a Jerusalén como se les había indicado. Allí esperarían el cumplimiento de la promesa del Espíritu. “Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés”. Allí, en la sala donde tuvo lugar la última Cena, solían reunirse regularmente, eran concordes, y oraban como incipiente comunidad cristiana con algunas mujeres y con María, la madre de Jesús.

La tradición cristiana siempre ha visto en esta escena el prototipo de la espera del Espíritu. Esperar porque quien lo ha prometido es fiel. Esperar orando, porque el Espíritu es imprevisible: se sabe que ha llegado, pero no por dónde llega ni a dónde nos lleva, y por eso es necesario saber aguardar y acoger. María, era una mujer que sabía de la fidelidad de Dios, de cómo Él hace posible lo que para nosotros es imposible; ella había aprendido a guardar en su corazón todo lo que Dios le manifestaba. Ella era, la que reunía en el Cenáculo a la primitiva iglesia.

Se da un cambio importante en el interior de toda aquella gente, que desde los sucesos del Gólgota no acababan de despegar de sus miedos e inseguridades. Tras la llegada del Espíritu esperado, a aquellos mismos hombres y mujeres se les comienza a ver y a escuchar: “se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería”.

Era aquel momento como una ventana del mundo. A diferencia de la torre de Babel, con la que los hombres trataban de construir su propia maravilla para conquistar a ese Dios que no pudieron arrebatar comiendo la fruta prohibida del jardín del Edén, ahora en Jerusalén ocurría lo contrario: que las maravillas que se escuchaban eran las de Dios, y que lejos de ser víctimas de la confusión, aun hablando lenguas distintas, eran las justas y necesarias para entenderse y para hacerse entender.

Los discípulos de Jesús que formamos su Iglesia, en nuestro tiempo y en nuestro lugar, estamos llamados a continuar lo que Jesús comenzó. El Espíritu nos da su fuerza, su luz, su consejo, su sabiduría para que a través nuestro también puedan seguir escuchando hablar de las maravillas de Dios y asomarse a su proyecto de amor otros hombres, otras culturas, otras situaciones.

El Espíritu recuerda y enseña en plenitud, lo que ya está dicho para siempre en Jesús. Así traduce desde nuestra vida, aquel viejo, nuevo y eterno anuncio de Buena Nueva. Esto fue y sigue siendo el milagro y el regalo de Pentecostés.

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm arzobispo de Oviedo

jueves, 9 de junio de 2011

El anuncio del "kerygma": vacuna anti sectas


Desde el documento de la IV Conferencia del CELAM en Santo Domingo (1992), hasta Aparecida (2007), somos conscientes de que muchos son los católicos que se sienten atraídos por experiencias espirituales fuera de la Iglesia, en la cual no encuentran siempre una atención propiamente espiritual, sino un discurso moral que presupone la fe. Y la Iglesia en América Latina ha tomado real conciencia de la prioridad de la nueva evangelización, especialmente del primer anuncio o kerygma. Tenemos mucha gente “sacramentalizada”, mas no necesariamente convertida a Jesucristo.

Antes de todo compromiso cristiano, antes de recibir los sacramentos, antes de entrar en la comunidad cristiana, antes de toda acción de pastoreo, está el kerygma o primer anuncio del Evangelio que busca la conversión del que no cree, o del que se ha alejado, o ha debilitado su fe.

La falta de una primera evangelización ardiente, llena de pasión por el Señor y el Evangelio, llenos de la fuerza del Espíritu, felices de haberse encontrado con Jesucristo, junto a una débil conversión, nos dejan sin cimientos para una verdadera iniciación cristiana. El kerygma no es una moda, o un nuevo descubrimiento de la Iglesia: son los fundamentos de todo verdadero proceso evangelizador desde Pentecostés hasta nuestros días.

El kergyma no es catequesis, no es un discurso doctrinal, tampoco es un signo atractivo, ni solo el testimonio de vida, ni proselitismo, ni tampoco una estrategia pedagógica previa a la catequesis, ni una conversación sobre cualquier tema. Todas estas iniciativas pueden ser el ámbito para el anuncio del kergyma, pero no son en sí mismas primer anuncio. El objetivo del primer anuncio no es despertar la simpatía por Jesucristo, sino la conversión del corazón. Es algo que sin la experiencia de fe del evangelizador es imposible de realizar.

Anunciar el kerygma sin fe, es como hablar en lenguaje de enamorado, pero sin estar enamorado. Quedaría como una cursilería o una palabra vacía, sin efecto. Sólo una palabra llena de la gracia, cargada de la experiencia del amor de Dios puede ser un verdadero "kerygma", de lo contrario siempre serán palabras vacías. No se puede testimoniar una fe, una pasión por el Evangelio que no se vive.

Muchos son los católicos alejados que confunden la fe con valores y principios, pero no como una relación real con Dios. Por eso la solución para aprender a realizar el primer anuncio en nuestras comunidades no se conseguirá a partir de un manual misionero –aunque sea útil–, sino por una auténtica renovación espiritual, mental y estructural de nuestra vida eclesial.

Sólo una vida transformada por la presencia de Jesucristo, se vuelve una proclamación constante del Evangelio. Quien se ha encontrado con Él realmente, quiere que todo el mundo le abra su corazón y se deje abrazar por su amor, por su palabra y que forme parte de la comunidad de la Iglesia. Esto no se alcanza sólo con una nueva metodología, sino por conversión. Dedicar más tiempo a la escucha de la Palabra de Dios y a la oración, es lo que renueva el corazón de los creyentes. Un testimonio evidente de ello es cómo la Lectio Divina está transformando la pastoral juvenil en muchos países de América Latina.

La imagen que muchas veces tienen los pentecostales de la fe católica es que seguimos a un modelo del pasado, que no leemos la Biblia y que no rezamos con el corazón. Esto lo notamos cuando los católicos alejados que se pasan a otros grupos religiosos llegan a decir sinceramente: "ahora sí leo la Biblia, me hablaron de Jesucristo y no como un personaje histórico, sino que está vivo y ha cambiado mi vida... aprendí que puedo hablar a Dios con mis propias palabras, desde mi corazón".

Lo que encuentran en muchas iglesias y sectas, no lo encuentran en nuestras comunidades, y esto ha de obligarnos a replantearnos nuestras prioridades parroquiales, que no siempre brotan de las reales necesidades de quienes buscan al Señor, sino de nuestras abstractas planificaciones.

Muchos han regresado a la Iglesia gracias a las iniciativas de sacerdotes, religiosos y laicos que se han lanzado apasionadamente en el anuncio de Jesucristo, desde el trabajo local en las comunidades, hasta en el uso de los medios de comunicación. Y eso se percibe como una verdadera vacuna contra el proselitismo sectario y contra el abandono de la vida eclesial.

Al respecto, quiero concluir esta breve reflexión con las palabras de S.S. Benedicto XVI en su visita a Portugal el año pasado: "A menudo nos preocupamos afanosamente por las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe, dando por descontado que esta fe exista, lo que por desgracia es cada vez menos realista. Se ha puesto una confianza excesiva en las estructuras y en los programas eclesiales, en la distribución de poderes y funciones; pero ¿qué sucederá si la sal se vuelve sosa?

Para que esto no suceda, es necesario anunciar de nuevo con vigor y alegría el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo, corazón del cristianismo, fundamento y apoyo de nuestra fe, palanca poderosa de nuestras certezas, viento impetuoso que barre todo miedo e indecisión, toda duda y cálculo humano.

La resurrección de Cristo nos asegura que ningún poder adverso podrá nunca destruir a la Iglesia. Por tanto nuestra fe tiene fundamento, pero es necesario que esta fe se convierta en vida en cada uno de nosotros. Hay por tanto un vasto esfuerzo capilar que llevar a cabo para que cada cristiano se transforme en un testigo en grado de dar cuentas a todos y siempre de la esperanza que le anima (cfr 1Pe 3,15): sólo Cristo puede satisfacer plenamente los profundos anhelos de todo corazón humano y dar respuestas a sus interrogantes más inquietantes sobre el sufrimiento, la injusticia y el mal, sobre la muerte y la vida del Más Allá".
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El autor de este artículo,Miguel Pastorino,es sacerdote uruguayo, y actualmente es el director del Departamento de Comunicación Social de la arquidiócesis de Montevideo (Uruguay). Experto en sectas y participante en algunos congresos internacionales y de la Santa Sede, es miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES).

miércoles, 8 de junio de 2011

Voluntariado Social: ¿moda o necesidad?


Se está celebrando el “año Europeo del voluntariado” y este es un fenómeno que interpela a la praxis de la fe cristiana. De hecho surgen muchos interrogantes tales como: ¿Qué hay de inspiración cristiana en esta “cultura del voluntariado”? ¿Es suficiente para cumplir el mandato del Jesús de predicar el Evangelio con la simple participación en el voluntariado social? ¿Es lo mismo solidaridad y caridad cristiana?

El voluntariado, como expresión concreta de la solidaridad, es una de las actitudes mejor valoradas en la sociedad actual. Sus objetivos se pueden concretar en el altruismo, la ayuda mutua, la participación civil. Sin embargo, con frecuencia no quedan bien definidos ni el término, ni el concepto; es más, ni siquiera la libertad y gratuidad que le son inherentes. A veces se confunden las motivaciones y las convicciones, se mezclan prestación de servicios con entrega personal, ejercicio del altruismo con responsabilidad social.

Los sectores a los que el voluntariado se extiende son muy variados y amplios, como pueden ser: el asistencial, sanitario, cultural y educativo, la promoción y capacitación laboral, la integración social y acogida a emigrantes, la ayuda al Tercer Mundo y otros. El Beato Juan Pablo II se refirió en diversas ocasiones al tema, en una de ellas decía: “me parece que el siglo que comienza deberá ser el de la solidaridad. Hoy lo sabemos mejor que ayer: no estaremos felices y en paz los unos sin los otros, y aún menos, los unos contra los otros.

Las operaciones humanitarias con ocasiones de conflictos o de catástrofes naturales recientes han suscitado loables iniciativas de voluntariado que revelan un fuerte sentido de altruismo, especialmente en las jóvenes generaciones” (10.1.2000).

Ahora bien, quienes han estudiado más de cerca toda esta problemática del voluntariado en la actualidad, creen detectar un cierto paracaidismo social que se manifiesta en un quedarse solamente en un asistencialismo paternalista, en una especie de lavado rápido de la propia conciencia o incluso de frustraciones personales, en un discurso acerca de la cultura solidaria, que tendría más de ideológica que de solidaria.

Asimismo se habría cedido a la tentación de anestesiar mediante alguna contribución voluntarista la responsabilidad moral que brota de la injusticia. Nunca se debería olvidar que las relaciones entre los seres humanos deben estar regidas por la justicia. La solidaridad nunca sustituye a la justicia.

En el caso del voluntariado cristiano es importante la delimitación de su propia identidad, sin minusvalorar otras formas o motivaciones para el voluntariado social. El voluntario cristiano ha de tener muy claro que su compromiso nace del acto mismo de fe en Dios revelado en Cristo, por el cual el hermano se convierte en el “rostro” del mismo Jesús. Por esta razón, el voluntariado cristiano tiene una fundamentación distinta y diversa al voluntariado simplemente humanista.

La mística que impulsa a la acción en favor del necesitado dimana de la vida y mensaje de Jesucristo, servidor de los enfermos y los pobres. Y así, esta acción ha de ser concebida como un verdadero ministerio de caridad fraterna, que lo aleja de cualquier interés o búsqueda de gratificaciones indirectas, personales o profesionales. Para el católico, participar como voluntario en una acción social supone dar respuesta a una llamada que brota del mismo Evangelio.

Por tanto, para un cristiano resulta impensable separar la solidaridad del mensaje de las Bienaventuranzas. Si nos sentimos unidos a los demás (es decir, si somos solidarios) no es sólo por una simple razón de pertenencia a la comunidad humana, sino por el imperativo del mandamiento del amor mediante el cual se distingue a los discípulos de Cristo: “amaos los unos a los otros, como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15,12-13).

No hay un Dios más solidario que Aquel que se encarnó, murió y resucitó por la humanidad y por cada uno de nosotros. El perfil de esa entrega total y solidaria se llama caridad: que es “alma de la Iglesia”, como también principio y fin del ser y obrar de todo cristiano.
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*Monseñor Juan del Río Martín es el arzobispo castrense de España

lunes, 6 de junio de 2011

Reflexiones en ocasión del acontecimiento de Pentecostés


Ante cada uno, y ante cada situación propia y de la comunidad toda, el Espíritu actúa libremente:

Ver Hch 1,1-11 (Ascensión) con Hch 2,1-11 (Pentecostés)

Una vez RESUCITADO, se hizo PRESENTE A ELLOS, para que vieran que estaba VIVO, y así fueran testigos para los demás; Les instruyó (durante cuarenta días) y LES ENVIÓ a DAR ESTA BUENA NUEVA: DE JESUCRISTO....A TODO EL MUNDO

Y para ello quiere DARLES, ENTREGARLES, EL ESPÍRITU SAN(T)O, el que con el Padre le envió a Jesús a Redimir/Recrear al Mundo: por tanto es DE SU ESPÍRITU y CON ÉL, que PODAMOS RESPONDER ADECUADAMENTE A LAS SITUACIÓNES MÁS DIVERSAS EN LAS QUE NOS ENCONTREMOS Y PODAMOS ASÍ DISCERNIR LA VOLUNTAD DE DIOS:

1. QUÉ DE BUENO DEBEMOS HACER (EL REINADO DE DIOS) QUÉ NO HACEMOS (POR OMISIÓN)..
2. QUÉ DE LO MALO PODEMOS REHACER (RECONCILIAR), DESHACER, DISMINUIR, FRENAR O SUPERAR.
3. QUÉ DE MALO NO ES YA RECUPERA-BLE (LO REPROBABLE) Y SUPONE UNA DEFINICIÓN NUESTRA (PÚBLICA Y/O PRIVADA) DE RECHAZO.

Por lo tanto es el mismo ESPÍRITU DE JESÚS/ EL ESPÍRITU SANTO:

1. EL QUE NOS UNE A LOS CRISTIANOS.
2. EL QUE NOS DISTINGUE DE LOS NO CRISTIANOS Y LOS LLAMA CON SU/NUESTRA LLAMA.
3. EL QUE NOS HACE DIFERENTES ENTRE LOS CRISTIANOS PUES SOPLA DONDE QUIERE Y COMO QUIERE.
4. EL QUE ACTÚA TAMBIÉN EN Y POR LOS NO CRISTIANOS.

“EL ES EL CAMINO, LA VERDAD, Y LA VIDA”. Y CON Él se nos hace vital y viable EL/SU ESPÍRITU. ¡VEN ESPÍRITU SANTO!

AGA

Comunicado de la Presidencia de la CEV ante los ataques a imágenes religiosas


1.- Los Obispos que conformamos la Presidencia de la Conferencia Episcopal Venezolana manifestamos nuestra consternación y firme repudio ante los ataques infringidos a la Imagen de la Divina Pastora y a otras sagradas y veneradas imágenes en diversos lugares de nuestro país.

2.- Estos ataques, vienen a añadirse a otros hechos semejantes, ocurridos en los últimos años, en contra de personas, lugares y símbolos católicos y de otras denominaciones cristianas. Tales acciones vulneran el sentimiento católico de la mayoría del pueblo venezolano, desdicen del espíritu de respeto, tolerancia o afecto hacia lo religioso que es tradicional entre nosotros, atentan contra la convivencia pacífica, inciden negativamente en el clima de la seguridad ciudadana, y ponen en peligro el disfrute del derecho fundamental a la libertad religiosa y de conciencia consagrado en nuestra Constitución.

3.- En consecuencia, instamos a los organismos competentes a adelantar con diligencia las investigaciones pertinentes que lleven a esclarecer las causas e identificar y sancionar a los responsables de estos hechos, como muestra de lucha contra la impunidad y testimonio eficaz de vigencia del Estado de derecho. En efecto, es obligación de las autoridades y poderes del Estado proteger y promover el derecho a la libertad religiosa y los otros derechos inviolables del ser humano.

4.- Expresamos a todo el pueblo de Dios y, en particular, al pueblo larense y yaracuyano, nuestra oración y solidaridad ante estos lamentables e inadmisibles hechos vandálicos, y saludamos sus testimonios de fervor y veneración, de identidad religiosa y cultural, como muestras de su espíritu de libertad y reconciliación.

5.- Rechazamos, al mismo tiempo, la utilización reiterada del lenguaje, imágenes u otros símbolos religiosos, con fines comerciales, políticos o ideológicos, ajenos por principio a su naturaleza y finalidad.

6. - Reiteramos el firme compromiso de todos los miembros de la Iglesia católica en trabajar con la fuerza y la gracia de Jesús, Príncipe de la Paz, y con la ayuda de Nuestra Madre Santísima de Coromoto, para que ninguna persona o grupo religioso sea coaccionado o atemorizado ni vea limitadas o impedidas la profesión pública o la enseñanza de su fe.

7. invitamos a todos los sectores de la sociedad y en particular a sus dirigentes a trabajar juntos para que la violencia y la intolerancia desaparezcan de los espíritus y de los corazones y cedan el paso a la concordia y al diálogo entre todos los ciudadanos, sin importar cuál sea su origen, raza o credo religioso y tomando en cuenta simplemente nuestra común condición de personas llamadas a vivir fraternamente como hijos de un mismo Padre.

Caracas, 03 de Junio de 2011

+Ubaldo Ramón Santana Sequera, Arzobispo de Maracaibo, Presidente de la CEV
+Baltazar E. Porras Cardozo, Arzobispo de Mérida, 1° Vicepresidente de la CEV
+Roberto Lûckert León, Arzobispo de Coro, 2° Vicepresidente de la CEV
+Jesús González de Zárate, Obispo Auxiliar de Caracas, Secretario General de la CEV

viernes, 3 de junio de 2011

El relevo y la alternativa


Comentario al Evangelio del domingo de la Ascensión (Mateo 28,16-20):

"Los once discípulos fueron a Galilea, al monte que les había indicado Jesús. Al verlo, se postraron, pero algunos dudaron. Jesús se acercó y les habló:
-Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra. Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos, bautícenlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo."


Llega el momento de la despedida del Maestro y sus discípulos. Los día pascuales fueron iluminando las penumbras de la Pasión, y el acompañamiento de Jesús a sus discípulos asustados y dispersos fue introduciendo anticipadamente un modo nuevo de acompañarles.

Con la ascensión de Jesús que celebramos este domingo, no se trata de un adiós sin más, que provoca la nostalgia sentimental o la pena lastimera, sino que el mar­charse del Señor inaugura un modo nuevo de Presencia suya en el mundo, y un modo nuevo también de ejercer su Misión. Es una alternativa, no torera, que el Maestro confió a sus discípulos más cercanos al darles la encomienda que Él recibiera del Padre Dios.

Cuando los discípulos vieron al Señor “algunos vacila­ban”. Esta vacilación no es tanto una duda sobre Jesús, sino sobre ellos mismos: esta­rían desconcertados y confusos sobre su destino y su quehacer ahora que el Maestro se marchaba.

Y efectivamente, la primera lectura nos señala esa situación de perplejidad que anidaba en el interior de los discípulos: mientras Jesús les hace las recomendaciones finales y les habla de la promesa del Padre y del envío del Espíritu, ellos, completamente ajenos a la trama del Maestro y ha­ciendo cábalas todavía sobre sus pretensiones, le espetarán la es­calofriante pregunta: “¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?”, que era como proclamar que no habían entendido nada.

Es importante entender bien la despedida de Jesús, pues Él comienza a es­tar... de otra manera. Como dice bellamente S. León Magno en una homilía sobre la ascensión del Señor: “Jesús bajando a los hombres no se separó de su Padre, como ahora que al Padre vuelve tampoco se alejará de sus discípulos”.

Él cuando se hizo hombre no perdió su divinidad, ni su intimidad con el Padre bienamado, ni su obediencia hasta el final más abandonado. Ahora que regresa junto a su Padre, no perderá su humanidad, ni su comunión con los suyos, ni su solidaridad hasta el amor más extremado.

Nosotros somos también los destinatarios de esta escena. Como discípulos que somos de Jesús, Él nos encarga su misión. Contagiar esta esperanza, hacer nuevos discípulos; bautizar y hablar­les de Dios nuestro Padre, de Jesús nuestro Hermano, del Espíritu Santo nuestra fuerza y consuelo; de María y los santos, de la Iglesia del Señor, enseñándoles lo que nosotros hemos aprendido que nos ha de­vuelto la luz y la vida.

Y todo esto es posible, más allá de nuestras vacilaciones y dificul­tades, porque Jesús se ha comprometido con nosotros, con y a pesar de nuestra pe­queñez. Es lo que celebramos los cristianos en la Iglesia, cuerpo de Jesús en plenitud. Él no se ha marchado, vive en nosotros y a través nuestro

Monseñor Jesús Sanz Montes, ofm arzobispo de Oviedo

jueves, 2 de junio de 2011

El hombre debe renunciar a "construirse" un Dios a su medida


El hombre debe lograr vencer la tentación de construirse un “dios comprensible y a su medida”, y fijar la mirada en la cruz, donde Jesucristo, del que Moisés es figura, se anonada a sí mismo para que el hombre se salve.

Así lo afirmó el Papa Benedicto XVI, en esta nueva catequesis sobre la oración, que esta vez realizó a partir del pasaje del Éxodo en el que el pueblo de Israel traiciona al Dios que le libró de Egipto construyéndose un becerro de oro al que adorar. “Cansado de un camino con un Dios invisible”, ahora que “Moisés, el mediador, ha desaparecido”, el pueblo pide “una presencia tangible”, un dios “ accesible, manipulable, al alcance del hombre”.

“Esta es una tentación constante en el camino de la fe: eludir el misterio divino construyendo un dios comprensible, que corresponda a los propios esquemas, a los propios proyectos. Todo lo que sucede en el Sinaí muestra toda la necedad y vanidad ilusoria de esta pretensión”, explicó el Papa. Benedicto XVI explica, frase a frase, el diálogo de Dios con Moisés en la cima del Sinaí, cuando éste intercede por el pueblo.

Con la amenaza del castigo, explicó el Papa, Dios empuja a Moisés a interceder por los israelitas, para poder perdonarlo y llevar así a cumplimiento la obra de salvación y manifestar su verdadera realidad a los hombres. “La oración de intercesión hace operativa de esta manera, dentro de la realidad corrupta del hombre pecador, la misericordia divina, que encuentra su voz en la súplica del que reza y se hace presente a través de él donde hay necesidad de salvación.”.

La salvación de Dios, “implica misericordia”, afirmó el Papa, pero “siempre denuncia la verdad del pecado, del mal que existe”, para que “el pecador, reconociendo y rechazando el propio mal, pueda dejarse perdonar y transformar por Dios”. “La obra de salvación que se ha comenzado debe ser completada; si Dios hiciese perecer a su pueblo, esto podría ser interpretado como el signo de una incapacidad divina de llevar a cumplimiento el proyecto de salvación”.

Dios, afirmó el Papa, “no puede permitir esto: Él es el Señor bueno que salva, el garante de la vida, es el Dios de misericordia y de perdón, de liberación del pecado que mata”. Desde su experiencia concreta del Dios de salvación, Moisés “apela a Dios, a la vida interior de Dios contra la sentencia exterior”.

La intercesión de Moisés “no excusa el pecado de su gente, no enumera presuntos méritos ni del pueblo ni suyos, pero sí apela a la gratuidad de Dios: un Dios libre, totalmente amor, que no cesa de buscar al que se aleja, que permanece siempre fiel a sí mismo y que ofrece al pecador la posibilidad de volver a Él”. En resumen, Moisés pide a Dios “que se muestre más fuerte que el pecado y que la muerte, y con su oración provoca esta revelación divina”.

Darse a sí mismo
En referencia a la expresión que Moisés utiliza para interceder por el pueblo, “en la cima del monte cara a cara con Dios”, cuando le dice “si no, bórrame del Libro de la vida”, el Papa explicó que en este anonadamiento “los Padres de la Iglesia han visto una prefiguración de Cristo, que en la alta cima de la cruz realmente esta delante de Dios, no sólo como amigo sino como Hijo”.

Jesús, en la cruz, no sólo se ofrece - “bórrame” -, sino que “con su corazón traspasado se hace “borrar”, se convierte, como dice el mismo san Pablo, en pecado, lleva consigo nuestros pecados para salvarnos a nosotros: su intercesión no es sólo solidaridad, sino que se identifica con nosotros: nos lleva a todos en su cuerpo”.

Por ello, invitó a los presentes a creer que “Cristo está delante del rostro de Dios y reza por mí. Su oración en la Cruz es contemporánea a todos los hombres, contemporánea a mí: Él reza por mí, ha sufrido y sufre por mí, se ha identificado conmigo tomando nuestro cuerpo y el alma humana”.

Jesús “nos invita a entrar en esta identificación, a estar unidos a Él en nuestro deseo de ser un cuerpo, un espíritu con Él. Oremos al Señor para que esta identificación nos transforme, nos renueve, porque el perdón es renovación y transformación”.