sábado, 16 de julio de 2011

La omnipotencia y la paciencia de Dios


Comentario al Evangelio del Domingo 16o. del Tiempo Ordinario (Mt 13, 24-43):

"Les contó otra parábola:
-El reino de los cielos es como un hombre que sembró semilla buena en su campo. Pero, mientras la gente dormía, vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. Cuando el tallo brotó y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Fueron entonces los sirvientes y le dijeron al dueño: Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿De dónde le viene la cizaña? Les contestó: Un enemigo lo ha hecho. Le dijeron los sirvientes: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? Les contestó: No; porque, al arrancarla, van a sacar con ella el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha. Cuando llegue el momento, diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña, y atados échenla al fuego; luego recojan el trigo y guárdenlo en mi granero.
Les contó otra parábola:
-El reino de los cielos se parece a una semilla de mostaza que un hombre toma y siembra en su campo. Es más pequeña que las demás semillas; pero, cuando crece es más alta que otras hortalizas; se hace un árbol, vienen los pájaros y anidan en sus ramas.
Les contó otra parábola:
-El reino de los cielos se parece a la levadura: una mujer la toma, la mezcla con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta.
Todo esto se lo expuso Jesús a la multitud con parábolas; y sin parábolas no les expuso nada.
Así se cumplió lo que anunció el profeta: Voy a abrir la boca pronunciando parábolas, profiriendo cosas ocultas desde la creación (del mundo).
Después, despidiendo a la multitud, entró en casa.
Fueron los discípulos y le dijeron:
Explícanos la parábola de la cizaña.
Él les contestó:
-El que sembró la semilla buena es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los súbditos del Maligno; el enemigo que la siembra es el Diablo; la cosecha es el fin del mundo; los cosechadores son los ángeles. Como se junta la cizaña y se hecha al fuego, así sucederá al fin del mundo: el Hijo del Hombre enviará a sus ángeles que recogerán de su reino todos los escándalos y los malhechores; y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el crujir de dientes. Entonces, en el reino de su Padre, los justos brillarán como el sol. El que tenga oídos que escuche."


Este tema aparece con claridad en la liturgia de este domingo. El evangelio nos ofrece nuevamente la imagen de un sembrador para hablarnos del Reino de los cielos. El sembrador lanza buena simiente a su campo. Sin embargo, en la noche viene el enemigo y siembra cizaña, una planta cuya harina es venenosa. Los siervos, indignados por la astucia del enemigo, quieren arrancar lo más rápidamente la cizaña que amenaza el crecimiento del trigo, pero el dueño del terreno, mucho más sensato y con experiencia, se los impide porque existe el riesgo de que, junto con la cizaña, arranquen también el trigo.

Este sembrador generoso con la buena semilla y paciente ante la adversidad no deseada, es el Hijo del hombre que siembra la buena semilla, los ciudadanos del Reino. Su poder es infinito y también su paciencia. No permite que los segadores arranquen la cizaña, en cambio, los invita a tener paciencia hasta el tiempo de la siega. El trigo deberá crecer junto a la cizaña y todos deberán seguir el ejemplo de paciencia del sembrador. Precisamente porque es todopoderoso y tiene en su mano los destinos del mundo, se manifiesta como paciencia y misericordia.

En el sembrado aparece, por obra del maligno, la cizaña, hierba mala que atenta contra la buena cosecha. La parábola muestra algo evidente en el mundo que vivimos. Junto al bien y a los ciudadanos del Reino, la buena semilla, existe el mal y existen también los operadores de iniquidad, aquellos que se han dejado arrastrar por el mal. Surge espontáneamente en nuestros corazones, como en los siervos de la parábola, el deseo de poner rápida solución a este estado de cosas. Los segadores no parecen dispuestos a tolerar una situación que exigirá de ellos paciencia, discernimiento, prudencia y moderación. Es preferible extirpar sin más. ¿Cuál es, se pregunta uno, la razón por la que el sembrador aconseja la paciencia y la moderación?.

Ciertamente la actitud del sembrador nace de su misma experiencia: hay gérmenes de cizaña que morirán por sí mismos, o no alcanzarán el debido crecimiento. Otras plantas de buena semilla son muy frágiles y podrían sufrir la extirpación de la cizaña. En fin, hay otras plantas que hay que darles tiempo para que lleguen a su plena maduración. El bien de la cosecha total, así como la virtualidad propia de la semilla nueva, imponen la paciencia y la confianza que acompaña el crecimiento del sembrado. Queda claro, por lo demás, que el sembrador es lo suficientemente sabio y prudente para elegir lo más adecuado para el campo y para una cosecha rica y sustanciosa.

Precisamente porque este sembrador es todopoderoso y puede intervenir con el poder necesario para invertir la situación, sabemos que la elección de la paciencia y la misericordia es la que mejor. Quien es débil, por el contrario, reacciona con violencia y prepotencia ante el peligro que le asecha. La omnipotencia de Dios se manifiesta en su misericordia.

Por otra parte, ¿cómo podrían los segadores de la Iglesia distinguir de modo definitivo la semilla buena de la mala? El juicio sobre el corazón humano, por su carácter absoluto y definitivo, corresponde sólo a Dios que mira dentro del corazón. Juicio que Dios mismo se reserva para el final de los tiempos. El apóstol Pablo amonesta en este sentido a los corintios: Así que, no juzguéis nada antes de tiempo hasta que venga el Señor. El iluminará los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto los designios de los corazones. Entonces recibirá cada cual del Señor la alabanza que le corresponda. 1 Cor 4,5

Así pues, ahora nos encontramos en el tiempo del crecimiento y de la esperanza, aunque también en el tiempo de la paciencia y del sufrimiento. Es el tiempo de la noche, es decir, el tiempo del crecimiento en espera de que la luz ponga al descubierto el pensamiento de muchos corazones. Sembrador y segadores deben pues armarse de paciencia y seguir de cerca el crecimiento de sus plantas, sabiendo en todo caso, que la cosecha está asegurada por la omnipotencia divina.

La paciencia de los segadores nace de la paciencia de Dios y de su misericordia que no desespera jamás y siempre re-propone las vías de la salvación. El libro de la sabiduría lo expresa de modo claro y sintético: Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.

El evangelio nos propone otras dos parábolas del Reino de los cielos que, unidas íntimamente a la parábola del trigo y la cizaña, poseen un elemento característico. Estas parábolas ponen de relieve el contraste entre la pequeñez de la semilla de mostaza y la grandeza del árbol que alberga a las aves; así como el contraste entre la cantidad de la masa y lo exiguo de la levadura: una pequeña cantidad basta para fermentar toda la masa.

Estas parábolas son una llamada entusiasta a la fe y a la esperanza. El Reino de los cielos tiene orígenes minúsculos. Jesús ha sembrado la palabra durante tres años, a un grupo de gentes humildes, en un lugar oscuro del imperio. Sin embargo, de aquellos humildes orígenes ha venido a la luz una realidad espléndida. Esta ley evangélica sigue teniendo vigencia. Todo aquello que se hace por Dios nace en lo pequeño, en lo sencillo para que se manifieste que es Dios, no el hombre, quien da fecundidad y buen éxito a la tarea evangelizadora.

El sembrador hará bien en abarcar con una sola mirada: la semilla y el resultado final sin entretenerse en los avatares del crecimiento. En cierto sentido, los hombres de Dios son aquellos que ven la semilla y con la misma nitidez ven el cumplimiento del plan de Dios. En sus pupilas está siempre la promesa de Dios llevada a su plena realización: manteneos firme la esperanza que fiel es el autor de la promesa. (Hb 10,23)

Esto lo observamos en la vida de los santos: su mirada va más allá de las dificultades que implica la voluntad de Dios. Cuando hablan de sus proyectos (los proyectos divinos) hablan como de algo presente, como si sus ojos los estuvieran viendo. Es tal la esperanza en la promesa, que viven ya en la ansiedad de que encuentre cabal cumplimiento. Se asombran de que tarde tanto en llegar a pleno crecimiento la obra. Para ellos no hay duda de que la promesa es veraz y la Palabra de Dios eficaz. Por eso, no pierden ocasión alguna para sembrar, ni siquiera la más pequeña de sus semillas. Saben que la más pequeña de ellas esconde la virtualidad de un árbol robusto y crecido. No se dejan engañar por lo pequeño de la semilla. Ver la semilla y ver el árbol crecido es para ellos uno y lo mismo.

Así debemos ser nosotros, así debemos entender nuestra vida cristiana y apostólica. La enseñanza del domingo pasado de sembrar con esperanza y de preparar el terreno, se refuerza en este domingo teniendo en cuenta, ciertamente, que habrá cizaña que tolerar y sufrir. La cizaña no pondrá en duda de ningún modo el fruto total de la cosecha. ¡Hay que seguir sembrando! ¡Hay que mirar al futuro sin entretenerse perdiendo el tiempo para complacerse en el pasado! ¡La noche está pasando y el día está por llegar!

Autor: P. Octavio Ortíz | Fuente: Catholic.net

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