viernes, 8 de octubre de 2010

ENCONTRARME CON JESÚS PARA QUE ME SANE, ME LIBERE Y ME SALVE

(Lucas 17, 11-19)
En su camino a Jerusalén, pasó Jesús entre las regiones de Samaria y Galilea. Y llegó a una aldea, donde le salieron al encuentro diez hombres enfermos de lepra, los cuales se quedaron lejos de él gritando:
- ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!
Cuando Jesús los vió, les dijo:
- Vayan a presentarse a los sacerdotes.
Y mientras iban, quedaron limpios de su enfermedad. Uno de ellos, al verse limpio, regresó alabando a Dios a grandes voces, y se arrodilló delante de Jesús, inclinándose hasta el suelo para darle las gracias. Este hombre era de Samaria. Jesús les dijo:
-¿Acaso no eran diez los que quedaron limpios de su enfermedad? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Únicamente este extranjero ha vuelto para alabar a Dios?
Y le dijo al hombre:
-Levántate y vete; por tu fe has sido sanado.

En la Semana 28 del Tiempo Ordinario, la Liturgia nos invita a reflexionar, a partir de la sanación de los leprosos, sobre el tipo de encuentro con Jesús del que surge una fe que sana, libera y salva.

El relato de la curación de los Leprosos [Lc. 17,11-19] no se limita a exponer la sanación ocurrida a aquellos enfermos. Aunque ya era mucho que los enfermos-excluidos se reincorporaran a la vida, a sus casas, a su pueblo. Eso es lo que significa: “Vayan a presentarse al templo”. Es decir, vayan y hagan el rito de purificación que les acredita como curados. Pero Lucas avanza un poco más hasta presentar la sanación como una ocasión especial de encuentro con Dios. Porque la sanación es una de las experiencias más radicales en la que experimentamos la victoria frente al mal y el triunfo de la vida sobre la muerte (Cf. Pagola).

La curación de los Leprosos puede parecer un milagro más de los tantos que realizó Jesús. Sin embargo, el evangelista parte de esta realidad para ponernos en contacto con el núcleo de la fe: El encuentro personal, tú a tú con el Señor que crea una cadena de idas y venidas entre la Persona y Dios.

De los diez Leprosos que acudieron a Jesús, uno sólo al verse curado, regresó, glorificó a Dios, se puso en actitud de adoración (se postró a los pies), y agradeció, mientras que los otros 9 hombres no. Existe el peligro de que practiquemos una religiosidad que nos haga insensibles ante la vida e ingratos, porque nos replegamos sobre nosotros mismos.

No es muy difícil captar la intención evangélica de Lucas, al presentar de forma directa y expresa el modo del encuentro entre Jesús y el Hombre. Exponerse a Dios, sentir su influjo en la propia vida, regresar a Él, glorificar a Dios y agradecerle, serán los 5 momentos más sentidos del encuentro orante. Serán también los momentos básicos de la experiencia radical de Dios.

Un gran santo afirma que “el amor consiste en la comunicación de ambas partes”, es decir, “dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o puede, y de igual modo el amado al amante”. Jesús da la salud al leproso, éste se vuelve dando gloria a Dios y agradecido con Jesús. Luego Jesús le da nuevamente: lo salva y lo hace libre. Por eso le dice: “levántate y vete, tu fe te ha salvado”. El encuentro entre el Leproso-sanado y Jesús fue un auténtico intercambio de dones. Un verdadero encuentro de amistad que hizo nacer la fe. De ahora en adelante ya no será el leproso sanado, sino el hombre sanado, liberado y salvado para la vida.

Que nos expongamos al encuentro directo con Jesús, para que sane nuestras dolencias, enfermedades y males que nos aquejan. Nos libere de las ataduras, de los prejuicios y de los miedos que nos paralizan. Y así podamos experimentar una fe que anticipa la salvación y nos pone en sintonía con Dios y con el mundo.

Podemos terminar con el texto siguiente:

QUIERO ENCONTRARTE
“Como busca el sediento corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Tengo sed de Ti, Señor. Tengo sed del Dios vivo”. (Sal. 42).

Esto es mi deseo, mi anhelo y mi necesidad. El empuje vital de mis entrañas. Es mi ilusión, mi búsqueda y mi esperanza. Es el motivo más vital de mi existencia.

Quiero encontrarte en la oración que revela tu presencia inconfundible y dejar que el silencio me sitúe frente a Ti.

Quiero encontrarte en lo cotidiano de la vida, en la sencillez de las cosas, y abrirme a tu Palabra para que me transforme desde dentro.

Quiero encontrarte en mi cansancio, en la fatiga del camino transitado, y permitirte a Ti, Señor, me sostengas con tu mano fuerte.

Quiero encontrarte allí donde se abre paso a cada instante la alegría, y disponerme a levantar de nuevo el vuelo.

(CEP-Gustavo Albarrán, S.J.)

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