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viernes, 3 de junio de 2011
El relevo y la alternativa
Comentario al Evangelio del domingo de la Ascensión (Mateo 28,16-20):
"Los once discípulos fueron a Galilea, al monte que les había indicado Jesús. Al verlo, se postraron, pero algunos dudaron. Jesús se acercó y les habló:
-Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra. Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos, bautícenlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo."
Llega el momento de la despedida del Maestro y sus discípulos. Los día pascuales fueron iluminando las penumbras de la Pasión, y el acompañamiento de Jesús a sus discípulos asustados y dispersos fue introduciendo anticipadamente un modo nuevo de acompañarles.
Con la ascensión de Jesús que celebramos este domingo, no se trata de un adiós sin más, que provoca la nostalgia sentimental o la pena lastimera, sino que el marcharse del Señor inaugura un modo nuevo de Presencia suya en el mundo, y un modo nuevo también de ejercer su Misión. Es una alternativa, no torera, que el Maestro confió a sus discípulos más cercanos al darles la encomienda que Él recibiera del Padre Dios.
Cuando los discípulos vieron al Señor “algunos vacilaban”. Esta vacilación no es tanto una duda sobre Jesús, sino sobre ellos mismos: estarían desconcertados y confusos sobre su destino y su quehacer ahora que el Maestro se marchaba.
Y efectivamente, la primera lectura nos señala esa situación de perplejidad que anidaba en el interior de los discípulos: mientras Jesús les hace las recomendaciones finales y les habla de la promesa del Padre y del envío del Espíritu, ellos, completamente ajenos a la trama del Maestro y haciendo cábalas todavía sobre sus pretensiones, le espetarán la escalofriante pregunta: “¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?”, que era como proclamar que no habían entendido nada.
Es importante entender bien la despedida de Jesús, pues Él comienza a estar... de otra manera. Como dice bellamente S. León Magno en una homilía sobre la ascensión del Señor: “Jesús bajando a los hombres no se separó de su Padre, como ahora que al Padre vuelve tampoco se alejará de sus discípulos”.
Él cuando se hizo hombre no perdió su divinidad, ni su intimidad con el Padre bienamado, ni su obediencia hasta el final más abandonado. Ahora que regresa junto a su Padre, no perderá su humanidad, ni su comunión con los suyos, ni su solidaridad hasta el amor más extremado.
Nosotros somos también los destinatarios de esta escena. Como discípulos que somos de Jesús, Él nos encarga su misión. Contagiar esta esperanza, hacer nuevos discípulos; bautizar y hablarles de Dios nuestro Padre, de Jesús nuestro Hermano, del Espíritu Santo nuestra fuerza y consuelo; de María y los santos, de la Iglesia del Señor, enseñándoles lo que nosotros hemos aprendido que nos ha devuelto la luz y la vida.
Y todo esto es posible, más allá de nuestras vacilaciones y dificultades, porque Jesús se ha comprometido con nosotros, con y a pesar de nuestra pequeñez. Es lo que celebramos los cristianos en la Iglesia, cuerpo de Jesús en plenitud. Él no se ha marchado, vive en nosotros y a través nuestro
Monseñor Jesús Sanz Montes, ofm arzobispo de Oviedo
miércoles, 5 de enero de 2011
Eres Mi Hijo Amado
Mt 3, 13-17:
"Entonces fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Juan se resistía diciendo:
-Soy yo quien necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?
Jesús le respondió:
-Ahora haz lo que te digo pues de este modo conviene que realicemos la justicia plena.
Ante esto Juan aceptó.
Después de ser bautizado, Jesús salió del agua y en ese momento se abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba sobre él; se oyó una voz del cielo que decía:
-Este es mi Hijo querido, mi predilecto."
Este domingo 9 de enero celebramos el bautismo del Señor, su unción en las aguas del Jordán. Y celebramos también nuestra unción santa, en la que el Espíritu Santo transforma a cada bautizado en “Otro Cristo”.
Este relato comienza con la resistencia que Juan muestra en bautizar a Jesús. Pero Jesús lo convence diciéndole: Bautízame, porque es necesario que cumplamos toda justicia. Y es que Jesús no quiere dejar de hacer todo aquello que lo sumerja en lo más profundo de la vida de la gente. Así como tampoco rehusará afrontar las dificultades, incluso la muerte.
El evangelista Mateo resalta tres aspectos del bautismo de Jesús: la convicción de Jesús de hacerse cercano a toda realidad humana, la apertura del Espíritu y la ternura de Dios por el Hijo.
Jesús quiere ser y vivir como gente, quiere ser hijo de aquí abajo, de la tierra. Dios Padre dirá: Éste es el Hijo que yo quiero. Porque Dios quiere a Jesús y nos quiere también a nosotros como gente, como personas que nos hacemos muy humanas y muy hermanos de todos, en especial de quien ha perdido la humanidad, su dignidad.
A partir del Bautismo, el Espíritu se convirtió en el principio de apertura al Padre por la vida filial (de hijos). Desde entonces, contamos con su Espíritu para que sea nuestra compañía, para que la soledad nunca nos invada y para que seamos capaces de hacer de este mundo la obra más hermosa de Dios.
En el Bautismo de Jesús se abrieron los cielos y una vez abiertos no se cerrarán jamás. Ya no hay más distancia entre Dios y nosotros. Esta apertura del cielo expresa la ternura de Dios, por eso la imagen del Espíritu que desciende en forma de paloma. Un signo que desde el Antiguo Testamento viene representando el amor cálido, limpio e inquebrantable de Dios (Cant. 5,2).
Sentir la ternura de Dios, abrirnos al Espíritu y hacernos cercanos a toda realidad humana y transformarla, son el destino del bautizado. Porque la gracia del bautismo se concreta en que todos alcancemos la más alta dignidad, la de hijo de Dios, en que aprendamos a vivir en la más plena libertad, liberados por Cristo de toda atadura y en la que vivamos en la más estrecha relación de solidaridad con los demás hombres y mujeres por el amor fraterno.
Todo esto se realiza cuando experimentemos el conocimiento y amistad interna con Cristo, cuya imitación y seguimiento constituye la fuente inagotable de toda superación personal y colectiva.
Gustavo Albarrán S.J.
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Galilea,
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San Mateo
viernes, 8 de octubre de 2010
ENCONTRARME CON JESÚS PARA QUE ME SANE, ME LIBERE Y ME SALVE
(Lucas 17, 11-19)
En su camino a Jerusalén, pasó Jesús entre las regiones de Samaria y Galilea. Y llegó a una aldea, donde le salieron al encuentro diez hombres enfermos de lepra, los cuales se quedaron lejos de él gritando:
- ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!
Cuando Jesús los vió, les dijo:
- Vayan a presentarse a los sacerdotes.
Y mientras iban, quedaron limpios de su enfermedad. Uno de ellos, al verse limpio, regresó alabando a Dios a grandes voces, y se arrodilló delante de Jesús, inclinándose hasta el suelo para darle las gracias. Este hombre era de Samaria. Jesús les dijo:
-¿Acaso no eran diez los que quedaron limpios de su enfermedad? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Únicamente este extranjero ha vuelto para alabar a Dios?
Y le dijo al hombre:
-Levántate y vete; por tu fe has sido sanado.
En la Semana 28 del Tiempo Ordinario, la Liturgia nos invita a reflexionar, a partir de la sanación de los leprosos, sobre el tipo de encuentro con Jesús del que surge una fe que sana, libera y salva.
El relato de la curación de los Leprosos [Lc. 17,11-19] no se limita a exponer la sanación ocurrida a aquellos enfermos. Aunque ya era mucho que los enfermos-excluidos se reincorporaran a la vida, a sus casas, a su pueblo. Eso es lo que significa: “Vayan a presentarse al templo”. Es decir, vayan y hagan el rito de purificación que les acredita como curados. Pero Lucas avanza un poco más hasta presentar la sanación como una ocasión especial de encuentro con Dios. Porque la sanación es una de las experiencias más radicales en la que experimentamos la victoria frente al mal y el triunfo de la vida sobre la muerte (Cf. Pagola).
La curación de los Leprosos puede parecer un milagro más de los tantos que realizó Jesús. Sin embargo, el evangelista parte de esta realidad para ponernos en contacto con el núcleo de la fe: El encuentro personal, tú a tú con el Señor que crea una cadena de idas y venidas entre la Persona y Dios.
De los diez Leprosos que acudieron a Jesús, uno sólo al verse curado, regresó, glorificó a Dios, se puso en actitud de adoración (se postró a los pies), y agradeció, mientras que los otros 9 hombres no. Existe el peligro de que practiquemos una religiosidad que nos haga insensibles ante la vida e ingratos, porque nos replegamos sobre nosotros mismos.
No es muy difícil captar la intención evangélica de Lucas, al presentar de forma directa y expresa el modo del encuentro entre Jesús y el Hombre. Exponerse a Dios, sentir su influjo en la propia vida, regresar a Él, glorificar a Dios y agradecerle, serán los 5 momentos más sentidos del encuentro orante. Serán también los momentos básicos de la experiencia radical de Dios.
Un gran santo afirma que “el amor consiste en la comunicación de ambas partes”, es decir, “dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o puede, y de igual modo el amado al amante”. Jesús da la salud al leproso, éste se vuelve dando gloria a Dios y agradecido con Jesús. Luego Jesús le da nuevamente: lo salva y lo hace libre. Por eso le dice: “levántate y vete, tu fe te ha salvado”. El encuentro entre el Leproso-sanado y Jesús fue un auténtico intercambio de dones. Un verdadero encuentro de amistad que hizo nacer la fe. De ahora en adelante ya no será el leproso sanado, sino el hombre sanado, liberado y salvado para la vida.
Que nos expongamos al encuentro directo con Jesús, para que sane nuestras dolencias, enfermedades y males que nos aquejan. Nos libere de las ataduras, de los prejuicios y de los miedos que nos paralizan. Y así podamos experimentar una fe que anticipa la salvación y nos pone en sintonía con Dios y con el mundo.
Podemos terminar con el texto siguiente:
QUIERO ENCONTRARTE
“Como busca el sediento corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Tengo sed de Ti, Señor. Tengo sed del Dios vivo”. (Sal. 42).
Esto es mi deseo, mi anhelo y mi necesidad. El empuje vital de mis entrañas. Es mi ilusión, mi búsqueda y mi esperanza. Es el motivo más vital de mi existencia.
Quiero encontrarte en la oración que revela tu presencia inconfundible y dejar que el silencio me sitúe frente a Ti.
Quiero encontrarte en lo cotidiano de la vida, en la sencillez de las cosas, y abrirme a tu Palabra para que me transforme desde dentro.
Quiero encontrarte en mi cansancio, en la fatiga del camino transitado, y permitirte a Ti, Señor, me sostengas con tu mano fuerte.
Quiero encontrarte allí donde se abre paso a cada instante la alegría, y disponerme a levantar de nuevo el vuelo.
(CEP-Gustavo Albarrán, S.J.)
En su camino a Jerusalén, pasó Jesús entre las regiones de Samaria y Galilea. Y llegó a una aldea, donde le salieron al encuentro diez hombres enfermos de lepra, los cuales se quedaron lejos de él gritando:
- ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!
Cuando Jesús los vió, les dijo:
- Vayan a presentarse a los sacerdotes.
Y mientras iban, quedaron limpios de su enfermedad. Uno de ellos, al verse limpio, regresó alabando a Dios a grandes voces, y se arrodilló delante de Jesús, inclinándose hasta el suelo para darle las gracias. Este hombre era de Samaria. Jesús les dijo:
-¿Acaso no eran diez los que quedaron limpios de su enfermedad? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Únicamente este extranjero ha vuelto para alabar a Dios?
Y le dijo al hombre:
-Levántate y vete; por tu fe has sido sanado.
En la Semana 28 del Tiempo Ordinario, la Liturgia nos invita a reflexionar, a partir de la sanación de los leprosos, sobre el tipo de encuentro con Jesús del que surge una fe que sana, libera y salva.
El relato de la curación de los Leprosos [Lc. 17,11-19] no se limita a exponer la sanación ocurrida a aquellos enfermos. Aunque ya era mucho que los enfermos-excluidos se reincorporaran a la vida, a sus casas, a su pueblo. Eso es lo que significa: “Vayan a presentarse al templo”. Es decir, vayan y hagan el rito de purificación que les acredita como curados. Pero Lucas avanza un poco más hasta presentar la sanación como una ocasión especial de encuentro con Dios. Porque la sanación es una de las experiencias más radicales en la que experimentamos la victoria frente al mal y el triunfo de la vida sobre la muerte (Cf. Pagola).
La curación de los Leprosos puede parecer un milagro más de los tantos que realizó Jesús. Sin embargo, el evangelista parte de esta realidad para ponernos en contacto con el núcleo de la fe: El encuentro personal, tú a tú con el Señor que crea una cadena de idas y venidas entre la Persona y Dios.
De los diez Leprosos que acudieron a Jesús, uno sólo al verse curado, regresó, glorificó a Dios, se puso en actitud de adoración (se postró a los pies), y agradeció, mientras que los otros 9 hombres no. Existe el peligro de que practiquemos una religiosidad que nos haga insensibles ante la vida e ingratos, porque nos replegamos sobre nosotros mismos.
No es muy difícil captar la intención evangélica de Lucas, al presentar de forma directa y expresa el modo del encuentro entre Jesús y el Hombre. Exponerse a Dios, sentir su influjo en la propia vida, regresar a Él, glorificar a Dios y agradecerle, serán los 5 momentos más sentidos del encuentro orante. Serán también los momentos básicos de la experiencia radical de Dios.
Un gran santo afirma que “el amor consiste en la comunicación de ambas partes”, es decir, “dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o puede, y de igual modo el amado al amante”. Jesús da la salud al leproso, éste se vuelve dando gloria a Dios y agradecido con Jesús. Luego Jesús le da nuevamente: lo salva y lo hace libre. Por eso le dice: “levántate y vete, tu fe te ha salvado”. El encuentro entre el Leproso-sanado y Jesús fue un auténtico intercambio de dones. Un verdadero encuentro de amistad que hizo nacer la fe. De ahora en adelante ya no será el leproso sanado, sino el hombre sanado, liberado y salvado para la vida.
Que nos expongamos al encuentro directo con Jesús, para que sane nuestras dolencias, enfermedades y males que nos aquejan. Nos libere de las ataduras, de los prejuicios y de los miedos que nos paralizan. Y así podamos experimentar una fe que anticipa la salvación y nos pone en sintonía con Dios y con el mundo.
Podemos terminar con el texto siguiente:
QUIERO ENCONTRARTE
“Como busca el sediento corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Tengo sed de Ti, Señor. Tengo sed del Dios vivo”. (Sal. 42).
Esto es mi deseo, mi anhelo y mi necesidad. El empuje vital de mis entrañas. Es mi ilusión, mi búsqueda y mi esperanza. Es el motivo más vital de mi existencia.
Quiero encontrarte en la oración que revela tu presencia inconfundible y dejar que el silencio me sitúe frente a Ti.
Quiero encontrarte en lo cotidiano de la vida, en la sencillez de las cosas, y abrirme a tu Palabra para que me transforme desde dentro.
Quiero encontrarte en mi cansancio, en la fatiga del camino transitado, y permitirte a Ti, Señor, me sostengas con tu mano fuerte.
Quiero encontrarte allí donde se abre paso a cada instante la alegría, y disponerme a levantar de nuevo el vuelo.
(CEP-Gustavo Albarrán, S.J.)
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