sábado, 2 de octubre de 2010

SI TUVIERAS FE AUNQUE FUERA DEL TAMAÑO DE UNA SEMILLA DE MOSTAZA

En esta Semana 27 del Tiempo Ordinario, la Liturgia nos invita a reflexionar sobre la unión inseparable que hay entre la fe y el servicio desinteresado, proponiéndonos que vivamos de una fe auténtica.

Según Lucas [17,5-10], los discípulos han pedido a Jesús: «auméntanos la fe», y a partir de esta petición, el Señor les plantea cuatro aspectos muy importantes de la fe: 1º) para transformar el mundo sólo basta un poco de fe [v. 6]; 2º) la fe hace disponible para servir en todo momento [v. 7-8]; 3º) quien tiene fe, sirve o ama desinteresadamente [v. 9]; 4º) el que actúa con fe, no es engreído, sino humilde y responsable al reconocer que ha hecho lo que debía y nada más [v. 10].

Para transformar el mundo sólo basta un poco de fe. La fe, aunque sea poca, rehace todo desde dentro, porque ablanda la dureza de corazón, limpia el alma, quita las tinieblas de la mente, purifica nuestros razonamientos estériles y arranca la maldad de las entrañas, haciendo transparente nuestra vida. Con tan sólo un poco de fe mucho se haría de nuevo.

La fe nos hace disponibles para servir en todo momento. La fe es el don que abre al encuentro con los demás, nos capacita para planos mayores de entrega, de donación y de riesgos, porque hace que la visión vaya más allá de la simple apariencia, permite al corazón descubrir las sutilezas de la ternura y logra que la razón se ensanche hasta captar la pureza de las cosas y las personas. Con tan sólo un poco de fe aumentaría nuestra alegría.

Quien tiene fe, sirve o ama desinteresadamente. La fe es la fuerza que libera la generosidad, liberando también nuestra humanidad de la nostalgia que nos petrifica en el pasado, de la avidez que nos paraliza en el presente y de la ansiedad que nos descentra en el futuro, porque la generosidad es la que nos abre en pleno a la gracia. Con tan sólo un poco de fe cada quien fortalecería su paz.

El que actúa con fe, es humilde en reconocer que ha hecho tan sólo lo que debía. La fe es la energía que sustenta la sencillez de vida y la responsabilidad, permitiendo que nos adentremos en los secretos del mundo y desentrañemos los misterios de la vida, sin adueñarnos de nada, ni instalarnos en nada, ni dejándonos atrapar por nada, porque solo la humildad nos hace libres. Con tan sólo un poco de fe tendríamos vida de verdad.

La preciosa carta a los Hebreos nos dirá que “la fe es la garantía de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve” (Hb. 11,1), y es cierto, porque la fe es la convicción de nuestra esperanza. Pero de esta afirmación no podemos interpretar que la fe equivale a la apuesta ciega, como quien se deja caer en el vacío. Tampoco es el simple entusiasmo que mueve o empuja la vida o el camino. La fe es el don de Dios que se extiende en el mundo, anticipándonos la confianza de poseer lo que Él nos dio ya, aunque no lo veamos. Lo que si se desprende de la afirmación del apóstol es que la fe es la fuerza que nos atrae, nos gana y nos lanza.

Por eso, la fe si es apuesta que nos hace caer, pero no el vacío, sino en la vida. Es el entusiasmo, pero aquel que contagia esperanza y abre horizontes despertando a caminos nuevos. La fe es también, la liberación progresiva de los miedos que guarda el corazón del hombre.

Gustavo Albarrán, S.J.

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