viernes, 7 de enero de 2011

Como el último, saber vivir desde Otro

Comentario al Evangelio del próximo domingo, Bautismo del Señor (Mateo 3, 13-17)

La fiesta de la Epifanía, es la fiesta de la manifestación de Jesús ante aquellos sabios de Oriente que siguiendo la estrella vinieron a adorarle. El domingo siguiente a la Epifanía celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, que es como una segunda manifestación de aquel Niño encarnado en nuestra historia, de aquella Palabra acampada en nuestros mutismos. Han pasado casi treinta años de escondimiento desapercibido en Nazaret como uno de tantos. El bautismo de Jesús concluye esa fase del Señor en la que se asemejó completamente a nosotros.


Jesús no es un enviado de Dios que acorrala, un mensajero que se ensaña con los indignos de la luz y de la gracia del Padre, sino alguien que viene a restablecer el latir de los corazones acabados. Y para ello, se pondrá el último de la fila como uno de tantos, fingiendo amorosamente una necesidad que no tenía, abrazando extremosamente un pecado que no le pertenecía. Era el abrazo a una humanidad concreta, buscadora de una felicidad que no conseguía encontrar, la humanidad frágil y pecadora por la que Él vino, a la que amó hasta el extremo, por la que dará su propia vida.

Este Jesús manifestado así humildemente, es reconocido en el escenario del Jordán por Juan el Bautista. Era un escenario doliente de tantos dramas, junto a unas aguas bañadas por lágrimas de arrepentimiento y deseo de perdón. Allí estaba Él, el justo, el santo, Dios mismo en Él manifestado.

Así, sin concesiones ni componendas, un Jesús que nació como nació en Belén, que vivió como vivió en Nazaret, quiere ahora seguir su itinerario y su misión desde la única razón de toda su existencia: hacer la voluntad de Dios, vivir desde Otro, sin fraude ni traición. No lo que le apetece, lo que señalan los sondeos al uso, o lo que dictan las conveniencias políticas... sino lo que quiere Dios, lo que el Otro, el Padre, ha diseñado como designio de amor y de salvación.

Nuestra postura ante tantas cosas debe beber y debe vivir en la que hemos aprendido de Jesús: dejar que nuestra vida sea vivida desde Otro, realizando el diseño y el designio de ese Otro, del Padre Dios, para que como Jesús también seamos hijos, y amados y predilectos, y para que el Espíritu se pose en nosotros y nosotros a nuestra vez podamos re-crear tantas cosas.

No es nuestra obra, sino la del Espíritu en nosotros, que posándose en nuestra vida como aquel día junto al Jordán, hace nuevas todas las cosas al hacernos hijos, amados y predilectos de Dios.

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm

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