jueves, 15 de julio de 2010

La protesta

Santa Marta de Betania
La escena del Evangelio de este domingo, XVI del tiempo ordinario, tiene lugar en una casa muy querida por Jesús, en Betania, donde unos hermanos (Lázaro, Marta y María) gozaban de su amistad. Se da un célebre diálogo entre Marta y Jesús, que no podemos leer de modo reduccionista: María la mujer contemplativa "que no hace nada", y Marta la mujer activa "que trabaja por las dos". Desde esta visión dualista y divididora saldría el elogio de Jesús ("María ha escogido la mejor parte") en beneficio de la vida contemplativa, pero contra la otra actitud representada por una Marta demasiado atareada y nerviosilla.

En una interpretación sesgada de esta actitud, pudiera parecer que María era una aprovechada, mientras que Marta era el personaje disipado acaso víctima del privilegio de su hermana. Es decir, María escuchaba al Maestro y Marta pagaba el precio del lujo contemplativo de su hermana. Pero lo que Jesús "reprocha" a Marta no es su actividad, sino que realice su trabajo sin paz, con agobio y murmuración, hasta el nerviosismo que llega a hacer olvidar la única cosa necesaria, en el afán de tantas otras cosas que no lo son. Por tanto, Jesús no está propugnando y menos aun alabando la holgazanería de "escurrir el bulto", sino la primacía absoluta de su Palabra.

Esta escena trata de alertarnos sobre los dos extremos que un discípulo de Jesús debería de evitar: tanto un modo de trabajar que nos haga olvidadizos de lo más importante, como un modo de contemplar que nos haga inhibidores de aquellos quehaceres que solidariamente, hemos de compartir con los demás.

No obstante, creo que hoy corremos más riesgo de olvidar esa actitud fontal de escuchar a Jesús, de dedicar tiempo a su Palabra y a su Presencia. Hijos como somos de una cultura de la prisa y del arrebato, del eficientismo, lo que no está de moda es la gratuidad y por ello tanto nos cuesta orar de verdad, y ello explicaría en buena medida cómo trabajando a veces tanto -incluso apostólicamente- tenga en ocasiones tan poco fruto todo nuestro esfuerzo y dedicación.

La tradición cristiana ha resumido esta enseñanza de Jesús en un binomio que recoge la actitud del verdadero discípulo cristiano: contemplativo en la acción y activo en la contemplación. Dicho de otra manera, que todo cuanto podamos hacer responda a esa Palabra que previamente e incesantemente escuchamos, y al mismo tiempo, que toda verdadera escucha del Señor nos lance no a un egoísmo piadoso sino a un trabajo y a una misión que edifiquen el proyecto de Dios, su Reino.

Comentario al Evangelio del próximo domingo 18 de julio (Lucas 10, 38-42), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo.

sábado, 10 de julio de 2010

PRACTICA SIEMPRE LA MISERICORDIA

En esta 15ª Semana del Tiempo Ordinario, la Liturgia nos invita a reflexionar sobre la práctica continua de la misericordia como el camino que conduce a la vida eterna y como el único medio para la felicidad humana (Lucas 10, 25-37).

A Jesús se le acercó un experto en cosas de la vida (doctor de la ley) para preguntarle ¿que debía hacer para conseguir la vida eterna? Y es muy válida la pregunta porque el profundo sentido de la persona no está solamente en vivir, sino en vivir a plenitud.

A este experto en la vida, Jesús le expone el camino a la vida plena mediante una historia humana muy cruda. Le dice: un hombre estaba medio muerto en el camino y ante él pasaron tres personas, pero sólo el samaritano, el extranjero, el que no tenía rango ni distintivo, tuvo compasión y se lanzó a socorrer a aquel moribundo. Si quieres llegar la vida eterna, conviértete tú en próximo del que te necesite. Acércate a las necesidades reales de las personas y disponte a practicar la misericordia.

Hoy también contamos con millones de moribundos y moribundas que padecen soledad, miedo, desesperanza y enfermedades. Personas con las que nos topamos a diario. Situaciones ante las que actuamos o dejamos de hacerlo, porque no admiten medias acciones, sino acciones completas. Y es que el amor cristiano es así: o tienes amor o tienes desamor.

El que ama, capta las necesidades de los demás, capta la realidad porque va con la mirada atenta. No racionaliza la realidad, la ve tal cual es. No hace filosofía de la pobreza o de los problemas, se acerca. Por eso experimenta compasión, se le estremecen las entrañas. Cuenta con la libertad de los hijos de Dios, y por eso sabe discernir que la persona está por encima de cualquier ley o norma y de cualquier obligación o compromiso.

Un corazón y una mente bien dispuestos a la misericordia no se improvisan. No se trata de que practiquemos algunos gestos heroicos de servicio o caridad. Sino la cotidianidad de una sensibilidad modelada en la escuela de la ternura, de la solidaridad, del respeto, de la inclusión y de la valoración real y efectiva de la persona, incluso sobreponiéndonos a nuestras convicciones o criterios. Tampoco basta a la misericordia el que me importe todo lo humano, sino que ningún ser humano me sea ajeno, es decir, que me importe toda persona humana.

Si llegáramos a convencernos, y cuánto más los cristianos, que toda persona, especialmente la que sufre, es el único rostro visible de Dios y el único medio de llegar a la felicidad, estaríamos más cerca del Reino. Haríamos que la vida fuera más vida, más humana, más fraterna. Conseguiríamos vivir de modo reconciliado. Tendríamos fe, paz y esperanza. Porque amaríamos al prójimo como a nosotros mismos, y sería mucho más creíble nuestra fe y amor a Dios.

FRESCURA DEL ALMA

Mira de frente a la gente, nunca te quedes dormido,
que a tu paso siempre hay alguien medio muerto o mal herido;
y no eludas al que sufre por tu oficio o compromiso.

Acércate pronto y ligero a socorrer al mendigo,
sin preguntarle quién es, ni por qué perdió el camino;
y no olvides que al cuidarlo has de ofrecerte a ti mismo.

Nunca escondas tú la mano a quienes piden auxilio,
ni tu rostro agrio y tenso te muestre como mezquino,
que la frescura de alma tendrás cuando des amor y alivio.

(Gustavo Albarrán, S.J. - CEP)

viernes, 9 de julio de 2010

Haz tú lo mismo

Este domingo la Iglesia nos proclama uno de los evangelios que Charles Péguy calificaba como "desvergonzados" porque parece que Dios pierde la vergüenza al mostrarnos su corazón. De maestro a maestro, un letrado va hasta Jesús, no para aprender de Él sino "para ponerlo a prueba". Un falso interés, vino a desvelar su más crasa ignorancia: "¿quién es mi prójimo?". Entonces Jesús contará la conmovedora parábola del buen samaritano.

Hay un hombre malherido, medio muerto por una paliza bandida. Sobre ese cruel escenario van a ir pasando diferentes personajes poniendo de manifiesto la calidad de su amor, la caridad de su corazón. En este ejemplo de Jesús, se puso bien a las claras hasta qué punto la "ley puede matar", cómo hay cumplimientos que son sólo torpes evasiones: cumplo y miento.

El último personaje ante el escenario común, será un samaritano, alguien que no entiende de leyes, ni de distingos. Se topa con un pobre maltratado y... no sabe más. Alguien que seguramente jamás se había planteado qué había que hacer para heredar la vida eterna, pero que sería el único de los actores que había entendido la Ley.

Observemos los verbos empleados: llegó a donde estaba él, lo vio, sintió lástima, se acercó, le vendó las heridas, lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada, lo cuidó, pagó los gastos... ¿No recuerdan estos verbos las actitudes del padre de la parábola del hijo pródigo?: estando todavía lejos, le vio su padre, se conmovió, corrió hacia él, se echó a su cuello, le besó efusivamente e hizo fiesta en su honor.

Aquel samaritano fue para su hermano prójimo lo que este padre para su hijo pródigo. Nosotros, conocedores de la revelación de la misericordia que se nos ha manifestado en Jesucristo, podemos correr el riesgo de no entender nada del cristianismo, si al preguntarnos legítimamente sobre qué hacer para heredar el cielo, lo hacemos evadiéndonos de la tierra, del dolor de Dios que Él quiere sufrir en tantos de sus hijos pobres, enfermos, marginados, torturados, expatriados, asesinados, silenciados... Ser cristiano es tener la entraña de Dios, es decir, vivir con misericordia. Ser prójimo, en cristiano, es practicar la misericordia con cada próximo, sea quien sea. Y Jesús añadió, y hoy nos añade a nosotros: anda, haz tú lo mismo.

(ZENIT.org).- Comentario al Evangelio del próximo domingo, XV del tiempo ordinario, 11 de julio (Lucas 10, 25-37), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y de Jaca.

miércoles, 7 de julio de 2010

Duns Scoto, el fiel cantor de la Encarnación

El Papa Benedicto XVI quiso ofrecer hoy, miércoles 7 de julio de 2010, dentro del ciclo sobre grandes teólogos y pensadores del medioevo, la figura del beato Duns Scoto, el defensor de la Inmaculada Concepción.

Durante la Audiencia General, celebrada en el Aula Pablo VI, el Papa quiso acercar la figura de este insigne teólogo franciscano, llamado Doctor subtilis por su inteligencia brillante, y que anticipó la reflexión sobre la Inmaculada Concepción de la Virgen que luego utilizaría Pío IX en 1854, cuando definió solemnemente este dogma. Escocés de nacimiento, Scoto enseñó teología en Oxford, Cambridge y París, hasta su muerte en Colonia, en 1308.

Uno de los rasgos que el Papa quiso subrayar de su vida fue su lealtad al Papa, al alejarse de París cuando, “tras estallar un grave conflicto entre el rey Felipe IV el Hermoso y el papa Bonifacio VIII, Duns Scoto prefirió el exilio voluntario, más que firmar un documento hostil al Sumo Pontífice, como el rey había impuesto a todos los religiosos”.

Este hecho “nos invita a recordar cuantas veces, en la historia de la Iglesia, los creyentes encontraron hostilidad y sufrieron incluso persecuciones a causa de su fidelidad y de su devoción a Cristo, a la Iglesia y al Papa”, afirmó. “Nosotros todos miramos con admiración a estos cristianos, que nos enseñan a custodiar como un bien precioso la fe en Cristo y la comunión con el Sucesor de Pedro y, así, con la Iglesia universal”, prosiguió.

Aunque su culto fue casi inmediato a su muerte, no fue sino hasta 1993 cuando el papa Juan Pablo II le beatificó, llamándole "cantor del Verbo encarnado y defensor de la Inmaculada Concepción”. “Ante todo, meditó sobre el Misterio de la Encarnación y, a diferencia de muchos pensadores cristianos del tiempo, sostuvo que el Hijo de Dios se habría hecho hombre aunque la humanidad no hubiese pecado”.

Este pensamiento, “quizás un poco sorprendente”, reconoce el Papa, nace “porque para Duns Scoto la Encarnación del Hijo de Dios, proyectada desde la eternidad por parte de Dios Padre en su plan de amor, es cumplimiento de la creación, y hace posible a toda criatura, en Cristo y por medio de Él, ser colmada de gracia, y dar alabanza y gloria a Dios en la eternidad”.

Duns Scoto, “aun consciente de que, en realidad, a causa del pecado original, Cristo nos redimió con su Pasión, Muerte y Resurrección, reafirma que la Encarnación es la obra más grande y más bella de toda la historia de la salvación, y que esta no está condicionada por ningún hecho contingente, sino que es la idea original de Dios de unir finalmente todo lo creado consigo mismo en la persona y en la carne del Hijo”. Esta visión teológica “nos abre a la contemplación, al estupor y a la gratitud: Cristo es el centro de la historia y del cosmos, es Aquel que da sentido, dignidad y valor a nuestra vida”.

                                                Inmaculada Concepción

Duns Scoto reflexionó “no sólo el papel de Cristo en la historia de la salvación, sino también el de María”, especialmente en lo tocante a la Inmaculada Concepción. Scoto, explicó el Papa, argumentó, contra el parecer de sus coetáneos, que “ María está totalmente redimida por Cristo, pero ya antes de su concepción”, lo que se llamó la “Redención preventiva”. Ese argumento “fue después adoptado también por el papa Pío IX en 1854, cuando definió solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de María”.

También desarrolló “un punto en el que la modernidad es muy sensible. Se trata del tema de la libertad y de su relación con la voluntad y con el intelecto”. Sin embargo, “subrayó la libertad como cualidad fundamental de la voluntad, iniciando una postura de tendencia voluntarista”, a cual “corre el riesgo, de hecho, de llevar a la idea de un Dios que no estaría ligado tampoco a la verdad ni al bien”.

“El deseo de salvar la absoluta trascendencia y diversidad de Dios con una afirmación tan radical e impenetrable de su voluntad no tiene en cuenta que el Dios que se ha revelado en Cristo es el Dios "logos", que actuó y actúa lleno de amor hacia nosotros”.
El propio Papa recordó que “la libertad en todos los tiempos ha sido el gran sueño de la humanidad, desde el inicio, pero particularmente en la época moderna".

“Precisamente la historia moderna, además de nuestra experiencia cotidiana, nos enseña que la libertad es auténtica, y ayuda a la construcción de una civilización verdaderamente humana, sólo cuando está reconciliada con la verdad”, concluyó.

CIUDAD DEL VATICANO, (ZENIT.org).-

domingo, 4 de julio de 2010

Renovada y reabierta la prisión de Pedro y Pablo

Mientras los propietarios de cines de Roma se sentían confusos sobre cómo celebrar la fiesta de San Pedro, el superintendente de Arqueología no se sentía tal. Tras un año de excavaciones, la Cárcel Mamertina, donde San Pedro y San Pablo fueron mantenidos antes de su ejecución, ha sido renovada y reabierta.

El sitio de la prisión es adyacente al antiguo Foro Romano, cavado en la roca de la Colina Capitolina y dando a la casa del Senado. Creyéndose construida por el rey romano Servio Tulio en el siglo VI antes de Cristo, la Cárcel Tuliana, como es también conocida, consiste en dos celdas una sobre la otra. La celda inferior, un apretado y húmedo espacio, era accesible sólo a través de un agujero en el piso de la celda superior, y se usó a lo largo de la República y el Imperio como prisión y lugar de ejecución.

El jefe galo Vercingetorix fue extrangulado en esta celda, después del triunfo de Julio César, y Yugurta, rey de los numidios, fue dejado morir de hambre en las profundidades de la prisión.

Escribiendo en el siglo I antes de Cristo, el autor romano Salustio describía la prisión como “de 12 pies de profundidad, cerrada alrededor por paredes y una bóveda de piedra. Su aspecto es repugnante pavoroso por su abandono, oscuridad y hedor”. Un siglo después de que Salustio escribiera esta descripción, San Pedro y San Pablo fueron a habitar la repelente celda inferior, en sus últimos días antes de su martirio, encarcelados por el emperador Nerón.

La presencia de los dos apóstoles transformó el lugar de desesperación en un espacio de esperanza, oración y catequesis para sus carceleros Proceso y Martiniano. Cuando los dos soldados romanos pidieron ser bautizados, no había agua en la celda para el sacramento, de manera que San Pedro golpeó el suelo de piedra con su bastón y brotó una fuente a través de la roca. El sitio del milagroso manantial de agua se conmemora todavía en la celda inferior.

Los carceleros de Pedro le ayudaron a escapar de la triste prisión, pero tras encontrar a Cristo en la Vía Apia, San Pedro regresó y aceptó voluntariamente su muerte por crucifixión en el circo de Nerón sobre la Colina Vaticana.

La semana pasada, la oficina romana del superintendente de la Comisión Pontificia de Arqueología Sagrada anunció que las excavaciones han descubierto restos de frescos que documentan la transformación del lugar en una iglesia junto con otras estructuras en el Foro. La excavación trazó las diversas fases del área desde la arcaica cantera de piedra hasta la prisión, y la “verdaderamente rápida transformación” en un centro petrino de devoción.

Hoy la prisión se sitúa bajo la Iglesia de San José de los Carpinteros, contruida en el siglo XVII, pero el lugar es propiedad del Vicariato de Roma, y será abierto al público por la Obra Romana de Peregrinaciones, quizá tan pronto como en julio.

Allí, los peregrinos tendrán la oportunidad de rendir homenaje a San Pedro y San Pablo, que situados en un Foro, lleno de templos dedicados a hombres que se convirtieron en dioses, tuvieron el valor de proclamar el Evangelio de Dios hecho hombre.

ROMA, domingo 4 de julio de 2010 (ZENIT.org).- Por Elizabeth Lev
[Traducido del inglés por Nieves San Martín]

viernes, 2 de julio de 2010

Portadores de paz

El evangelio de Lucas nos sigue narrando ese viaje, sube que sube hacia Jerusalén. Jesús, como enviado del Padre, había venido para traer a los hombres un modo nuevo de vivir y convivir entre ellos y ante Dios, que luego el pecado frustró. La vida humana se convirtió compleja y hostil, muy lejana del proyecto amoroso de Dios que nos la ofre­ció como un camino armonioso e inocente. Sin embargo el pecado, no pudo arrancar del corazón humano el inmenso deseo de habitar un mundo de belleza y de hacer una historia bondadosa. Pero la crónica diaria restregaba al hombre la incapacidad de realizar ese camino por el que en el fondo su corazón seguía latiendo.

Jesús vino para responder a ese drama humano, rompiendo el fatalismo de to­dos sus callejones sin salida. La venida de Jesús es la llegada del Reino de Dios, el comienzo de la posibilidad para los hombres, de ser verdadera y apasionadamente hu­manos, el inicio de esa otra historia en la que coinciden los caminos de Dios y los del hombre. No obstante, el Señor no ha querido realizarlo todo ni realizarlo solo. Por eso, con­sciente de que es mucho el trabajo y pocos los obreros, invitará a pedir al dueño de la mies que envíe más manos, más corazones, que vayan preparando la creciente llegada de ese Reino.

El Señor envía a sus discípulos a los caminos del mundo, a las casas de los hom­bres hermanos, para hacerles llegar el gran mensaje, el gran acontecimiento: el Reino de Dios ha llegado, ya se aproxima, está muy cerca. Y con él, se terminan todas nue­stras pesadillas para dar comienzo ese sueño hermoso que Dios nos confió como tarea, y que como ansia infinita puso latente en el pálpito de nuestro herido e inquieto corazón.

Como a aquellos discípulos también a nosotros nos envía para anunciar el mismo Reino de Dios, de modo que aquello que sucedió entonces siga sucediendo. No anunciamos una paz de supermercado, una paz que se negocia y pacta como herramienta política, sino una paz que es una Vida, y un Nombre, y un Rostro concreto: Dios con nosotros, en nosotros y entre nosotros. Porque no anunciamos una paz nuestra ni la que el mundo nos puede dar, sino la que Dios nos regala y nos confía, la paz que nace de la verdad, de la justicia, de la libertad, del amor. Portadores de la paz del Reino de Dios, es lo que el Señor ha querido confiarnos como una herencia inmensa y una tarea llena de desafío e ilusión.

(ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio del próximo domingo, XIV del tiempo ordinario, 4 de julio (Lucas 10,1-12.17-20), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y de Jaca.