viernes, 30 de noviembre de 2012

El Adviento en el año de la fe

Muchos son los frentes a los que se enfrenta la Iglesia en el siglo XXI. El relativismo y secularismo dominante ha hecho mella en el seno de nuestras comunidades. Estamos asistiendo a una apostasía silenciosa de la fe, a un cansancio en la vida cristiana, a un desaliento paralizante en las nuevas generaciones motivado no sólo por la crisis económica, sino sobre todo por la carencia de fundamentos. 

En medio de todo este panorama los católicos no debemos vivir como hombres sin esperanza, porque el impulso a seguir esperando, frente a tantas dificultades, nos preserva del egoísmo y nos capacita para seguir aferrados a tres grandes verdades que vertebran el acto de fe: “Dios es omnipotente, Dios me ama inmensamente, Dios es fiel a las promesas”. Ante esta realidad, no me siento ni solo, ni inútil, ni abandonado, sino implicado en un destino de salvación que nunca se apaga. No deberíamos olvidar, que cuando desaparece la esperanza del alma, se eclipsa el propio hombre.

La Liturgia es “la escuela” donde el cristiano crece en su fe. La vivencia de los tiempos litúrgicos nos introduce en el misterio del Cristo total. Cada uno de los ciclos resalta aspectos y virtudes esenciales de la vida cristiana. Ahora comenzamos el primero de ellos que es el Adviento, que comprende las cuatro semanas que anteceden a la Navidad. Su finalidad es avivar la virtud teologal de la esperanza en nuestros corazones, siendo el motor que nos induce a situarnos en la centralidad de Dios. Pero, ¿de qué Dios estamos hablando? De Aquel que se ha revelado en el nacimiento del Emmanuel (Dios con nosotros). 

En efecto, dice Benedicto XVI en su reciente libro La infancia de Jesús, Barcelona 2012: “se sabe muy bien quién es Jesús y de dónde viene: es uno más entre nosotros. Es uno como nosotros…su origen es al mismo tiempo notorio y desconocido: es aparentemente fácil dar una explicación y, sin embargo, con ella no se aclara de manera exhaustiva…”p.11. Sólo la fe que excede todo conocimiento, nos da la clave para descubrir la belleza y el gozo del acontecimiento del “Dios humanado”, como Salvador y Redentor de la muerte y el pecado.

Pero la fe sin esperanza no basta para llevarnos a Cristo, porque fácilmente podemos desesperar en el combate contra el mal. Para vivir en esperanza es necesario el amor. Estos son los tres ejes de la existencia cristiana que debemos recuperar con fuerza en este Año de la Fe para abrir unos nuevos tiempos de renovación personal y eclesial. Porque lo que está en juego hoy no es la aparición de nuevas herejías, sino los fundamentos mismos del ser cristiano. Ya no se puede creer por costumbre, sino que hay que creer por convicción. La misión de la nueva evangelización no es sólo anunciar una Buena Noticia a las gentes que la ignoran, sino a muchedumbres que dicen que ya es antigua y que les molesta el propio anuncio del Evangelio que hace la Iglesia.

La pregunta es: ¿cómo persuadimos a un pueblo que ya no cree? Volviendo a las fuentes genuinas de la espiritualidad litúrgica que emana de la celebración del Misterio Pascual. Así, los elementos esenciales del Adviento nos conducen, en primer lugar, a los grandes creyentes que como Abraham y los Profetas depositaron su confianza en Dios en medio de las adversidades. Luego, nos señala como el camino para suscitar la fe en el pueblo no es la prepotencia y la opulencia, sino la humildad y la austeridad del Bautista. 

Por último, lo que más se admira y provoca la adhesión a Jesucristo, no es un cristianismo facilón y mediocre, sino la alegría del testimonio de fe de los santos y de aquella que es “la Santa de los santos” María, la Madre del Mesías, ¡El Señor! Haciendo nuestro este trípode espiritual del Adviento, podemos seguir afirmando aún hoy: “Ésta es la fuerza victoriosa que ha vencido al mundo: nuestra fe”. (1Jn 5,4).

Juan del Río Martín, arzobispo castrense de España
ZENIT.org

miércoles, 28 de noviembre de 2012

¿Cómo hablar de Dios en nuestro tiempo?

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 28 noviembre 2012 .- Durante la habitual Audiencia de los miércoles, el santo padre Benedicto XVI siguió desarrollando su catequesis semanal por el Año de la Fe. Ante miles de peregrinos que llegaron hasta el Aula Pablo VI para escuchar sus enseñanzas, el papa abordó el urgente tema de “¿Cómo hablar de Dios?”. A continuación el mensaje íntegro para nuestros lectores.

Queridos hermanos y hermanas:

La pregunta central que nos hacemos hoy es la siguiente: ¿cómo hablar de Dios en nuestro tiempo? ¿Cómo comunicar el Evangelio para abrir caminos a su verdad salvífica, en aquellos corazones con frecuencia cerrados de nuestros contemporáneos, y a esas mentes a veces distraídas por los tantos fulgores de la sociedad? Jesús mismo, nos dicen los evangelistas, al anunciar el Reino de Dios se preguntó acerca de esto: "¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos?" (Mc. 4,30).

¿Cómo hablar de Dios hoy? La primera respuesta es que podemos hablar de Dios, porque Él habló con nosotros. La primera condición para hablar de Dios es, por lo tanto, escuchar lo que dijo Dios mismo. ¡Dios nos ha hablado! Dios no es una hipótesis lejana sobre el origen del mundo; no es una inteligencia matemática lejos de nosotros. Dios se preocupa por nosotros, nos ama, ha entrado personalmente en la realidad de nuestra historia, se ha autocomunicado hasta encarnarse. 

Por lo tanto, Dios es una realidad de nuestras vidas, es tan grande que aún así tiene tiempo para nosotros, nos cuida. En Jesús de Nazaret encontramos el rostro de Dios, que ha bajado de su Cielo para sumergirse en el mundo de los hombres, en nuestro mundo, y enseñar el "arte de vivir", el camino a la felicidad; para liberarnos del pecado y hacernos hijos de Dios (cf. Ef. 1,5; Rom. 8,14). Jesús vino para salvarnos y enseñarnos la vida buena del Evangelio.

Hablar de Dios significa, ante todo, tener claro lo que debemos llevar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo: no un Dios abstracto, una hipótesis, sino un Dios concreto, un Dios que existe, que ha entrado en la historia y que está presente en la historia; el Dios de Jesucristo como respuesta a la pregunta fundamental del por qué y del cómo vivir. Por lo tanto, hablar de Dios requiere una familiaridad con Jesús y con su Evangelio, supone nuestro conocimiento personal y real de Dios y una fuerte pasión por su proyecto de salvación, sin ceder a la tentación del éxito, sino de acuerdo con el método de Dios mismo. 

El método de Dios es el de la humildad --Dios se ha hecho uno de nosotros--, es el método de la Encarnación en la simple casa de Nazaret y en la gruta de Belén, como aquello de la parábola del grano de mostaza. No debemos temer a la humildad de los pequeños pasos y confiar en la levadura que penetra en la masa y poco a poco la hace crecer (cf. Mt. 13,33). Al hablar de Dios, en la obra de la evangelización, bajo la guía del Espíritu Santo, necesitamos una recuperación de la simplicidad, un retorno a lo esencial del anuncio: la Buena Nueva de un Dios que es real y concreto, un Dios que se interesa por nosotros, un Dios-Amor que se acerca a nosotros en Jesucristo hasta la cruz, y que en la resurrección nos da la esperanza y nos abre a una vida que no tiene fin, la vida eterna, la vida verdadera.

Ese comunicador excepcional que fue el apóstol Pablo, nos da una lección que va directo al centro de la fe del problema "cómo hablar de Dios", con gran sencillez. En la primera carta a los Corintios escribe: "Cuando fui a ustedes, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciarles el misterio de Dios, pues no quise saber entre ustedes sino a Jesucristo, y éste crucificado" (2,1-2). Así, el primer hecho es que Pablo no está hablando de una filosofía que él ha desarrollado, no habla de ideas que ha encontrado en otro lugar o ha inventado, sino que habla de una realidad de su vida, habla de Dios, que entró en su vida; habla de un Dios real que vive, que ha hablado con él y hablará con nosotros, habla de Cristo crucificado y resucitado.

La segunda realidad es que Pablo no es egoísta, no quiere crear un equipo de aficionados, no quiere pasar a la historia como el director de una escuela de gran conocimiento, no es egoísta, sino que san Pablo anuncia a Cristo y quiere ganar a las personas para el Dios verdadero y real. Pablo habla solo con el deseo de predicar lo que hay en su vida y que es la verdadera vida, que lo conquistó para sí en el camino a Damasco. Por lo tanto, hablar de Dios quiere decir dar espacio a Aquél que nos lo hace conocer, que nos revela su rostro de amor; significa privarse del propio yo ofreciéndolo a Cristo, sabiendo que no somos capaces de ganar a otros para Dios, sino que debemos esperarlo del mismo Dios, pedírselo a Él. Hablar de Dios viene por lo tanto de la escucha, de nuestro conocimiento de Dios que se realiza en la familiaridad con él, en la vida de oración y de acuerdo con los mandamientos.

Comunicar la fe, para san Pablo, no quiere decir presentarse a sí mismo, sino decir abierta y públicamente lo que ha visto y oído en el encuentro con Cristo, lo que ha experimentado en su vida ya transformada por aquel encuentro: es llevar a aquel Jesús que siente dentro de sí y que se ha convertido en el verdadero sentido de su vida, para que quede claro a todos que Él es lo que se requiere para el mundo, y que es decisivo para la libertad de cada hombre. El apóstol no se contenta con proclamar unas palabras, sino que implica la totalidad de su vida en la gran obra de la fe. Para hablar de Dios, tenemos que hacerle espacio, en la esperanza de que es Él quien actúa en nuestra debilidad: dejarle espacio sin miedo, con sencillez y alegría, en la profunda convicción de que cuanto más lo pongamos al medio a Él, y no a nosotros, tanto más fructífera será nuestra comunicación. 

Esto también es válido para las comunidades cristianas: ellas están llamadas a mostrar la acción transformadora de la gracia de Dios, superando individualismos, cerrazón, egoísmos, indiferencia, sino viviendo en las relaciones cotidianas el amor de Dios. Preguntémonos si son realmente así nuestras comunidades. Tenemos que reorientarnos para así, convertirnos en anunciadores de Cristo y no de nosotros mismos.

A este punto debemos preguntarnos cómo comunicaba Jesús mismo. Jesús en su unicidad habla de su padre –Abbà--, y del Reino de Dios, con la mirada llena de compasión por los sufrimientos y las dificultades de la existencia humana. Habla con gran realismo y, diría yo, el anuncio más importante de Jesús es que deja claro que el mundo y nuestra vida valen ante Dios. Jesús muestra que en el mundo y en la creación aparece el rostro de Dios y nos muestra cómo en las historias cotidianas de nuestra vida, Dios está presente. Tanto en las parábolas de la naturaleza, del grano de mostaza, del campo con diferentes semillas, o en nuestra vida, pensamos en la parábola del hijo pródigo, de Lázaro y de otras parábolas de Jesús. En los evangelios vemos cómo Jesús se interesa de toda situación humana que encuentra, se sumerge en la realidad de los hombres y de las mujeres de su tiempo, con una confianza plena en la ayuda del Padre. Y que de verdad en esta historia, escondido, Dios está presente; y si estamos atentos podemos encontrarlo.

Y los discípulos, que viven con Jesús, las multitudes que lo encuentran, ven su reacción ante diferentes problemas, ven cómo habla, cómo se comporta; ven en Él la acción del Espíritu Santo, la acción de Dios. En Él, anuncio y vida están entrelazados: Jesús actúa y enseña, partiendo siempre de un relación íntima con Dios Padre. Este estilo se convierte en una indicación fundamental para nosotros los cristianos: nuestro modo en que vivimos la fe y la caridad, se convierten en un hablar de Dios en el presente, porque muestra con una vida vivida en Cristo, la credibilidad, el realismo de lo que decimos con las palabras, que no son solo palabras, sino que muestran la realidad, la verdadera realidad. 

Y en esto hay que tener cuidado al leer los signos de los tiempos en nuestra época, es decir, identificar el potencial, los deseos, los obstáculos que se encuentran en la cultura contemporánea, en particular el deseo de autenticidad, el anhelo de trascendencia, la sensibilidad por la integridad de la creación, y comunicar sin miedo las respuestas que ofrece la fe en Dios. El Año de la Fe es una oportunidad para descubrir, con la imaginación animada por el Espíritu Santo, nuevos caminos a nivel personal y comunitario, a fin de que en todas partes la fuerza el evangelio sea sabiduría de vida y orientación de la existencia.

También en nuestro tiempo, un lugar privilegiado para hablar de Dios es la familia, la primera escuela para comunicar la fe a las nuevas generaciones. El Concilio Vaticano II habla de los padres como los primeros mensajeros de Dios (cf. Const. Dogm. Lumen Gentium, 11; Decr.Apostolicam actuositatem, 11), llamados a redescubrir su misión, asumiendo la responsabilidad de educar, y en el abrir las conciencias de los pequeños al amor de Dios, como una tarea esencial para sus vidas, siendo los primeros catequistas y maestros de la fe para sus hijos. 

Y en esta tarea es importante ante todo ‘la supervisión’, que significa aprovechar las oportunidades favorables para introducir en familia el discurso de la fe y para hacer madurar una reflexión crítica respecto a las muchas influencias a las que están sometidos los niños. Esta atención de los padres es también una sensibilidad para acoger las posibles preguntas religiosas presentes en la mente de los niños, a veces obvias, a veces ocultas.

Luego está ‘la alegría’; la comunicación de la fe siempre debe tener un tono de alegría. Es la alegría pascual, que no calla u oculta la realidad del dolor, del sufrimiento, de la fatiga, de los problemas, de la incomprensión y de la muerte misma, pero puede ofrecer criterios para la interpretación de todo, desde la perspectiva de la esperanza cristiana. La vida buena del Evangelio es esta nueva mirada, esta capacidad de ver con los mismos ojos de Dios cada situación. 

Es importante ayudar a todos los miembros de la familia a comprender que la fe no es una carga, sino una fuente de alegría profunda, es percibir la acción de Dios, reconocer la presencia del bien, que no hace ruido; sino que proporciona una valiosa orientación para vivir bien la propia existencia. Por último, ‘la capacidad de escuchar y dialogar’: la familia debe ser un ámbito donde se aprende a estar juntos, para conciliar los conflictos en el diálogo mutuo, que está hecho de escuchar y hablar, entenderse y amarse, para ser un signo, el uno para el otro, de la misericordia de Dios.

Hablar de Dios, por lo tanto, significa entender con la palabra y con la vida que Dios no es un competidor de nuestra existencia, sino que es el verdadero garante, el garante de la grandeza de la persona humana. Así que volvemos al principio: hablar de Dios es comunicar, con fuerza y sencillez, con la palabra y con la vida, lo que es esencial: el Dios de Jesucristo, aquel Dios que nos ha mostrado un amor tan grande hasta encarnarse, morir y resucitar para nosotros; ese Dios que nos invita a seguirlo y dejarse transformar por su inmenso amor, para renovar nuestra vida y nuestras relaciones; aquel Dios que nos ha dado la Iglesia, para caminar juntos y, a través de la Palabra y de los sacramentos, renovar la entera Ciudad de los hombres, con el fin de que pueda convertirse en Ciudad de Dios.

Traducido del original italiano por José Antonio Varela V. (ZENIT.org)

Los Jesuitas profundizan en el futuro de sus comunidades de solidaridad

Desde el 23 al 25 de noviembre se celebró en Madrid el encuentro “Comunidades de Solidaridad: nuevos estilos de vida comunitaria”, que reunió a 24 jesuitas y colaboradores laicos de Europa que viven en comunidades mixtas de jesuitas y laicos. Estos últimos, los no religiosos, pertenecen a colectivos en proceso de inserción social, como inmigrantes o presos. En la última Congregación de Procuradores de la Compañía de Jesús, el padre general insistió en la importancia de este tipo de comunidades.

El objetivo de la reunión lo explicó José Ignacio García SJ, coordinador social del CEP (The Jesuit Conference of European Provincials): “El objetivo es compartir nuevos estilos, y no tan nuevos, de vida comunitaria. En los últimos años hemos sido testigos de las innovaciones en nuestra manera de vivir en comunidad. Así, han surgido experiencias diversas en diferentes provincias. Por ejemplo, las comunidades donde viven juntos jesuitas, laicos y personas en proceso de reinserción, tras cumplir penas de prisión, o comunidades que abren sus puertas a jóvenes inmigrantes o refugiados durante varios meses, también las comunidades de inserción se enfrentan a nuevos retos interculturales e interreligiosos. La imagen que se puede obtener es una constelación de iniciativas que nos gustaría presentar y compartir. También nos gustaría elaborar un documento breve que podría ayudar a las Provincias en sus discernimientos de cara a tomar futuras decisiones”.

La iniciativa de este encuentro surgió en la reunión de delegados sociales de las Provincias de Europa, celebrada en Malta en abril 2012. Para hacer un poco más coherente este encuentro tendrá lugar en "el barrio de la Ventilla", Madrid, donde hay una comunidad en la que conviven a diario jesuitas y jóvenes inmigrantes mientras buscan trabajo o hacen algún tipo de formación buscando establecerse de forma permanente.

La reunión se llevará a cabo en inglés, aunque habrá traducción al español en la mayor parte de las sesiones. El programa es sencillo: habrá dos paneles de presentaciones de experiencias de este tipo de comunidades en Loyola (Loyolaetxea y Durango), La Viale en Bélgica, Sevilla, Ventilla y Malta. Habrá también tiempo para el trabajo en grupos y el domingo por la mañana formularán los contenidos básicos del documento fruto del encuentro.

Serán 24 participantes de las provincias jesuitas de Aragón, Bética, Loyola, Tarraconense, Malta, Portugal, Croacia, Bélgica Meridional, Italia, Irlanda, Reino Unido, Castilla así como el Presidente de la Conferencia de las Provincias Europeas, John Dardis SJ y Xavier Jeraya SJ Asistente del Secretariado para la Justicia Social y la Ecología de la Curia en Roma.

Un ejemplo: Comunidad Loiolaetxea

Desde la Comunidad Loiolaetxea, nos definen en estos párrafos cómo son y como viven: “Somos una comunidad formada por cuatro jesuitas y ocho laicos(as) que comparten nuestra casa y nuestra vida con otras personas, la mayoría de ellas con experiencia penitenciaria, que buscan caminos nuevos de inclusión social. Este encuentro en la diversidad de edades, culturas, religiones y experiencias de vida, es un regalo para todos(as) los(as) que vivimos aquí. Por eso decimos que quien viene a nuestra casa está en su casa”.

“Las veinte personas que formamos este grupo nos corresponsabilizamos no sólo de las tareas domésticas, las compras o el mantenimiento, sino sobre todo de los procesos de las personas, formando un grupo de autoayuda en el que compartimos nuestros aprendizajes y los ponemos al servicio de los(as) demás. Para eso junto con los espacios de comidas, ocio o trabajo, nos reunimos un par de veces a la semana todo el grupo de lo que llamamos la Comunidad Loiolaetxea”.

“Vivimos en San Sebastián y participamos junto con otras asociaciones, fundaciones y administraciones públicas del campo de la inclusión social, en la red de intervención social de nuestra ciudad y el territorio histórico de la provincia de Guipúzcoa. Participamos también en varios grupos de reflexión sobre inmigración, procesos comunitarios o espiritualidad con compañeros(as) jesuitas y laicos(as) de otros lugares del Estado”.

Indignación y Esperanza

Evangelio del Domingo I de Adviento, Ciclo C (Lc 21,25-28.34-36)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas. En la tierra, las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el estruendo de las olas del mar; la gente se morirá de terror y de angustiosa espera por las cosas que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se bambolearán. 

Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad. Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación. Estén alerta, para que los vicios, con el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra. 

Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre.

Una convicción indestructible sostiene desde sus inicios la fe de los seguidores de Jesús: alentada por Dios, la historia humana se encamina hacia su liberación definitiva. Las contradicciones insoportables del ser humano y los horrores que se cometen en todas las épocas no han de destruir nuestra esperanza.

Este mundo que nos sostiene no es definitivo. Un día la creación entera dará "signos" de que ha llegado a su final para dar paso a una vida nueva y liberada que ninguno de nosotros puede imaginar ni comprender.

Los evangelios recogen el recuerdo de una reflexión de Jesús sobre este final de los tiempos. Paradójicamente, su atención no se concentra en los "acontecimientos cósmicos" que se puedan producir en aquel momento. Su principal objetivo es proponer a sus seguidores un estilo de vivir con lucidez ante ese horizonte

El final de la historia no es el caos, la destrucción de la vida, la muerte total. Lentamente, en medio de luces y tinieblas, escuchando las llamadas de nuestro corazón o desoyendo lo mejor que hay en nosotros, vamos caminando hacia el misterio último de la realidad que los creyentes llamamos "Dios".

No hemos de vivir atrapados por el miedo o la ansiedad. El "último día" no es un día de ira y de venganza, sino de liberación. Lucas resume el pensamiento de Jesús con estas palabras admirables: "Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación". Solo entonces conoceremos de verdad cómo ama Dios al mundo.

Hemos de reavivar nuestra confianza, levantar el ánimo y despertar la esperanza. Un día los poderes financieros se hundirán. La insensatez de los poderosos se acabará. Las víctimas de tantas guerras, crímenes y genocidios conocerán la vida. Nuestros esfuerzos por un mundo más humano no se perderán para siempre.

Jesús se esfuerza por sacudir las conciencias de sus seguidores. "Tened cuidado: que no se os embote la mente". No viváis como imbéciles. No os dejéis arrastrar por la frivolidad y los excesos. Mantened viva la indignación."Estad siempre despiertos". No os relajéis. Vivid con lucidez y responsabilidad. No os canséis. Mantened siempre la tensión.

¿Cómo estamos viviendo estos tiempos difíciles para casi todos, angustiosos para muchos, y crueles para quienes se hunden en la impotencia? ¿Estamos despiertos? ¿Vivimos dormidos? Desde las comunidades cristianas hemos de alentar la indignación y la esperanza. Y solo hay un camino: estar junto a los que se están quedando sin nada, hundidos en la desesperanza, la rabia y la humillación.

José Antonio Pagola

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Introducir Verdad

Evangelio del Domingo, Fiesta de Cristo Rey (B) (Jn 18,33-37)

En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contestó: “¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?” Pilato le respondió: “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?” Jesús le contestó: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí”. Pilato le dijo: “¿Conque tú eres rey?” Jesús le contestó: “Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.


El juicio contra Jesús tuvo lugar probablemente en el palacio en el que residía Pilato cuando acudía a Jerusalén. Allí se encuentran una mañana de abril del año treinta un reo indefenso llamado Jesús y el representante del poderoso sistema imperial de Roma.

El evangelio de Juan relata el dialogo entre ambos. En realidad, más que un interrogatorio, parece un discurso de Jesús para esclarecer algunos temas que interesan mucho al evangelista. En un determinado momento Jesús hace esta solemne proclamación: "Yo para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz".

Esta afirmación recoge un rasgo básico que define la trayectoria profética de Jesús: su voluntad de vivir en la verdad de Dios. Jesús no solo dice la verdad, sino que busca la verdad y solo la verdad de un Dios que quiere un mundo más humano para todos sus hijos e hijas.

Por eso, Jesús habla con autoridad, pero sin falsos autoritarismos. Habla con sinceridad, pero sin dogmatismos. No habla como los fanáticos que tratan de imponer su verdad. Tampoco como los funcionarios que la defienden por obligación aunque no crean en ella. No se siente nunca guardián de la verdad sino testigo.

Jesús no convierte la verdad de Dios en propaganda. No la utiliza en provecho propio sino en defensa de los pobres. No tolera la mentira o el encubrimiento de las injusticias. No soporta las manipulaciones. Jesús se convierte así en "voz de los sin voz, y voz contra los que tienen demasiada voz" (Jon Sobrino).

Esta voz es más necesaria que nunca en esta sociedad atrapada en una grave crisis económica. La ocultación de la verdad es uno de los más firmes presupuestos de la actuación de los grandes poderes financieros y de la gestión política sometida a sus exigencias. Se nos quiere hacer vivir la crisis en la mentira.

Se hace todo lo posible para ocultar la responsabilidad de los principales causantes de la crisis y se ignora de manera perversa el sufrimiento de las víctimas más débiles e indefensas. Es urgente humanizar la crisis poniendo en el centro de atención la verdad de los que sufren y la atención prioritaria a su situación cada vez más grave.

Es la primera verdad exigible a todos si no queremos ser inhumanos. El primer dato previo a todo. No nos podemos acostumbrar a la exclusión social y la desesperanza en que están cayendo los más débiles. Quienes seguimos a Jesús hemos de escuchar su voz y salir instintivamente en su defensa y ayuda. Quien es de la verdad escucha su voz.

José Antonio Pagola

jueves, 15 de noviembre de 2012

San José Pignatelli «El anillo que unió la Compañía de Jesús»

El 15 de noviembre de 2011 se cumplieron doscientos años de la muerte de este santo, ilustre aragonés de origen nobiliario por parte de padre y de madre, que tenía entre sus ascendentes al pontífice Inocencio XII. Puede decirse que fue profeta en su tierra ya que su labor ha sido, y continúa siendo, reconocida en ella. Artífice con su vida de páginas memorables de la historia de los jesuitas, por cuya restauración luchó sin desmayo haciendo frente a las contrariedades, es otro ejemplo de caridad, obediencia, humildad y tenacidad, entre otras muchas virtudes.

Nació en Zaragoza el 27 de diciembre de 1737. Dos de sus hermanos, él fue de los últimos nacidos en una familia numerosa, se convertirían en destacados miembros del cuerpo diplomático siendo impulsores de obras de gran envergadura y diverso calado para su ciudad natal como el canal imperial de Aragón, y la fundación de la casa de la Misericordia de Zaragoza. José se quedó huérfano de padre y de madre antes de cumplir diez años. Residió en Nápoles y regresó a Zaragoza junto a algunos de sus hermanos. 

En 1753 ya era miembro de la Compañía en la que se había formado tras su regreso de Italia y participado activamente en acciones apostólicas juveniles cuando estaba internado en el colegio. Ordenado sacerdote, ejerció la docencia en el mismo centro en el que había estudiado coincidiendo en fechas el inicio de una etapa dolorosa para la Compañía que fue expulsada de España mediante decreto en 1767. Entonces recayó sobre sus hombros la delicada misión de mantener viva la unidad entre todos. Realmente no fue tarea fácil, menos aún cuando en 1773 Clemente XIV publicó el breve de extinción de la Compañía, y los hermanos tuvieron que dispersarse.

Pero José fue un hombre de intensa oración, y abrazado a la cruz –no hay otro camino– hizo frente a la adversidad y defendió su vocación con firmeza cuando su familia intentó que abandonase la Compañía llevada por la preocupación ante un futuro que se preveía hartamente doloroso y complejo para él. Pero su inalterable fe y confianza en la providencia, la determinación con la que estaba dispuesto a luchar por la Compañía en la que Cristo le había llamado para seguirle, debieron calar hondamente en el ánimo de los suyos que después le ofrecerían su incondicional ayuda sumándose a la labor que llevaba a cabo. Como le ha sucedido a otros integrantes de la vida santa por su caridad hacia los necesitados fue conocido como “padre de los pobres”. Era asiduo visitador de los presos que se hallaban recluidos en la cárcel.

Sus hermanos tuvieron en él un excelente formador en quien veían encarnadas las virtudes evangélicas. Aprendieron su fidelidad y obediencia al Santo Padre por encima de todo, el sentido de la entrega personal, vía fecunda e inequívoca para la obtención de frutos apostólicos, el valor del espíritu comunitario frente al individualismo, y el de la humildad opuesto a la vanagloria y a la búsqueda de una infructuosa felicidad; comprendieron que ésta jamás discurre por la vana senda del éxito y las glorias que ofrece este mundo. 

José supo ser pobre a pesar de su rancio abolengo, prudente en los resultados que iba dando su paciencia y perseverancia en la lucha por la reunificación de la Compañía, humilde en su grandeza intelectual y fina sensibilidad artística, ya que fue un esteta, un hombre de gran cultura que acercó a los suyos a través de magníficas bibliotecas en las que logró reunir obras de diversa temática con predominio de la ciencia, la teología, la espiritualidad y las humanidades. Supo aprovechar sus relaciones con altos estamentos sociales para orientarlas al mayor bien, especialmente de los más necesitados, entre los que se hallaban, naturalmente, sus propios hermanos que vivían las calamidades del destierro.

No llegó a conocer el momento de la restauración de la Compañía en la que había empeñado gran parte de su vida, hecho que se produjo en 1814, porque él murió en Roma el 15 de noviembre de 1811, pero ya había dado los pasos para que llegara este momento haciendo las gestiones externas e internas pertinentes a través de las distintas misiones que tuvo, entre otras la de provincial. Pío XII, que fue quien lo canonizó el 12 de junio de 1954, aludió a él diciendo que fue: «el anillo que unió la Compañía de Jesús que había existido antes, con la que empezó a existir nuevamente».

Por Isabel Orellana Vilches

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Tú Eres, Señor, Mi Esperanza


Estamos ya en la Semana 33 del Tiempo Ordinario, muy próximos al Adviento, y la Liturgia nos invita a que nos atrevamos a interpretar las señales que muestran la actuación salvadora de Dios en nuestras vidas. 

Al Evangelio de Marcos (13, 24-32) que leemos esta semana se le denomina texto apocalíptico, es decir, un relato bíblico que revela la acción de Dios a través de símbolos que ayudan a abrirnos al sentido más profundo de la esperanza.

Jesús anuncia que antes de la venida del Hijo del Hombre habrá una gran tribulación: sol apagado, luna sin brillo, estrellas caídas y mundo estremecido. Que Él vendrá y nos reunirá desde cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra hasta lo más alto del cielo. Esta es su promesa de salvación.

Este evangelio puede resultarnos un poco desconcertante. No por los símbolos apocalípticos, sino porque en lo más profundo de nuestro ser albergamos la certeza de que las cosas cambian y, muchas veces, los cambios profundos inquietan.

Todos sabemos de sobra que los acontecimientos importantes de la vida producen conmociones. Pero nos descolocan o cuesta acostumbrarnos. Nos parece que las situaciones se van a prolongar indefinidamente.

El Señor nos dice que así como interpretamos los signos de la naturaleza (transformación de las plantas, cambios de estaciones del año o proximidad de un vendaval), debemos atrevernos a interpretar los signos de Dios, sus señales. No para que tengamos miedo sino para sintonizar con Él.

Todo cambia. Ni el universo escapa a su transformación. Y esta situación nos pone en lo más profundo y auténtico de nuestra realidad humana de seres inacabados. Mujeres y hombres que vamos cambiando a lo largo de la vida. Un camino que alcanza su plenitud en la presencia de Dios.

Sólo Dios permanece, siempre Dios, siempre bueno, siempre Padre, siempre amigo de todo hombre y de toda mujer. Una gran santa llegó a formularlo de esta manera: “Fiel y rico en promesas, Dios no se muda” (Sta. Teresa).

Cuando en la tierra haya estremecimientos, se muevan los fundamentos, haya crisis, incluso las crisis personales, el Señor vendrá a buscarnos, a reunirnos, a llenarnos de su fortaleza y a hacernos sentir que aunque todo se complique o se derrumbe, ahí permanece Él, siempre fiel, siempre salvador.

Quien se pregunte con verdad sobre su destino o ¿a dónde iremos a parar tras cualquier tribulación o problema? la respuesta será siempre “a Cristo resucitado”. Él es nuestro lugar de encuentro. Somos hechura de las manos de Dios y nuestro corazón andará inquieto hasta que encuentre en Él su descanso (S. Agustín). Ninguno quedará desamparado. Esta es nuestra esperanza.

Puedo terminar la Homilía con este texto.

Tú, Señor, Eres Mi Refugio

Señor, mi destino está en tus manos. Mantenme junto a Ti. Contigo jamás sucumbiré. Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti.

Tú no me abandonas en el abismo, no me desamparas, ni dejas que sufra yo la corrupción. Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti.

En Ti se alegra mi corazón, exultan mis entrañas y todo mi ser descansa tranquilo. Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti.

Tú me enseñas la senda de la vida, me llenas de gozo, de felicidad eterna en tu presencia. Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti. (Cf. Salmo 15)

Agradecemos la colaboración de los Padres Jesuitas EPIFANIO LABRADOR, JOTA PEÑALBA, ALEJANDRO GOÑI, ALBERTO GARCÍA-PASCUAL, LUIS MANUEL DE LA ENCINA (Loyola), LARRY SEARLES (Puerto Rico - traducción al Inglés) y al Hermano Jesuita CELSO FLACH (Brasil Meridional - traducción al Portugués). Equipo CEP-Venezuela www.cepvenezuela.com

Nadie sabe el día

Evangelio del  Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario /B (Mc 13,24-32)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo.

Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta. En verdad que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre”.


El mejor conocimiento del lenguaje apocalíptico, construido de imágenes y recursos simbólicos para hablar del fin del mundo, nos permite hoy escuchar el mensaje esperanzador de Jesús, sin caer en la tentación de sembrar angustia y terror en las conciencias.

Un día la historia apasionante del ser humano sobre la tierra llegará a su final. Esta es la convicción firme de Jesús. Esta es también la previsión de la ciencia actual. El mundo no es eterno. Esta vida terminará. ¿Qué va a ser de nuestras luchas y trabajos, de nuestros esfuerzos y aspiraciones.

Jesús habla con sobriedad. No quiere alimentar ninguna curiosidad morbosa. Corta de raíz cualquier intento de especular con cálculos, fechas o plazos. "Nadie sabe el día o la hora...,sólo el Padre". Nada de psicosis ante el final. El mundo está en buenas manos. No caminamos hacia el caos. Podemos confiar en Dios, nuestro Creador y Padre.

Desde esta confianza total, Jesús expone su esperanza: la creación actual terminará, pero será para dejar paso a una nueva creación, que tendrá por centro a Cristo resucitado. ¿Es posible creer algo tan grandioso? ¿Podemos hablar así antes de que nada haya ocurrido?

Jesús recurre a imágenes que todos pueden entender. Un día el sol y la luna que hoy iluminan la tierra y hacen posible la vida, se apagarán. El mundo quedará a oscuras. ¿Se apagará también la historia de la Humanidad? ¿Terminarán así nuestras esperanzas?

Según la versión de Marcos, en medio de esa noche se podrá ver al"Hijo del Hombre", es decir, a Cristo resucitado que vendrá "con gran poder y gloria". Su luz salvadora lo iluminará todo. Él será el centro de un mundo nuevo, el principio de una humanidad renovada para siempre.

Jesús sabe que no es fácil creer en sus palabras. ¿Cómo puede probar que las cosas sucederán así? Con una sencillez sorprendente, invita a vivir esta vida como una primavera. Todos conocen la experiencia: la vida que parecía muerta durante el invierno comienza a despertar; en las ramas de la higuera brotan de nuevo pequeñas hojas. Todos saben que el verano está cerca.

Esta vida que ahora conocemos es como la primavera. Todavía no es posible cosechar. No podemos obtener logros definitivos. Pero hay pequeños signos de que la vida está en gestación. Nuestros esfuerzos por un mundo mejor no se perderán. Nadie sabe el día, pero Jesús vendrá. Con su venida se desvelará el misterio último de la realidad que los creyentes llamamos Dios.

José Antonio Pagola

jueves, 8 de noviembre de 2012

Que me atreva a vivir la generosidad

Aporte - HOMILÍA del Domingo 11 de Noviembre de 2012, Semana 32 del Tiempo Ordinario – Ciclo “B” [ Marcos 12, 38-44 ] 

Estamos ya en la semana 32 del Tiempo Ordinario, muy próximos al Adviento, y la Liturgia nos invita a profundizar en una generosidad que se atreva a dar sin medidas ni condiciones: darse uno mismo por entero. 

El Evangelio (12, 38-44) nos presenta en paralelo dos actitudes radicalmente contrapuestas: La actitud de quien vive centrado en el prestigio, fama y poder, totalmente distinta a quien vive desde sí mismo, desde su desnuda realidad. 

Detrás de una actuación centrada en el prestigio (ropas y reverencias), el privilegio (honores y primeros puestos) y el poder, está la rapacidad por la vida. Jesús advierte la necesidad de estar atentos y evitar este tipo de actuación, porque ahí se ocultan dinámicas humanas perversas que son capaces de asfixiar la vida. 

Por el contrario, detrás de aquella actuación que se atreve a dar de lo necesario, de lo que se tiene para vivir, como es el caso de la viuda de este evangelio, está la actitud de desprendimiento de quien se experimenta generoso o solidario. Aunque dé poco, no da limosnas, sino que da de sí mismo, de su desnuda realidad. 

Los hombres o mujeres que dan de sí mismos, multiplican cariños, ternuras y sobre todo multiplican la vida. Estas personas revierten la escalada de una actuación perversa, convirtiendo el prestigio y reverencia en trato llano y sencillo, transformando el privilegio y orgullo en humildad, y haciendo que la rapacidad ceda paso a la solidaridad. 

Pudiéramos caer en engaño al quedarnos tan sólo en un análisis de los efectos tan manifiestos del prestigio, del privilegio y del poder, sin ir al fondo de estas dinámicas para reflexionar las causas que dan origen a tales modos de actuación. 

Reflexionar el origen o causas de nuestras ansias de prestigio, privilegio o poder no es un ejercicio narcisista (repliegue) ni escrupuloso (culpabilizador), sino un ejercicio de descubrimiento sano y sanador que nos limpia y lanza a mayores planos de generosidad. 

La generosidad es lo que ayuda a transformar en el fondo del corazón la angustia mortal y desesperada que enciende nuestras apetencias y nos incapacita para vivir con gusto, alegría y libertad. Si la generosidad que practico no me hace cambiar, es que sólo ha penetrado en las capas superficiales de mi vida, sin tocar el fondo de mi ser personal. 

Quien vive desde sí mismo, quien sabe reconocer sus riquezas-pobrezas y desde allí se encuentra con los demás, cierra el paso a la maldad, al egoísmo, a la envidia y a la intriga. Quien da de sí, de lo que es importante para su vida, construye fraternidad, crea comunidad y provoca auténtica felicidad. 

Puedo terminar la Homilía con este texto. 

Darlo Todo 

El hombre que estaba tras el mostrador, miraba la calle distraídamente. Una niñita se aproximó al negocio y apretó la naricita contra el vidrio de la vitrina. Los ojos de color del cielo brillaban cuando vio un determinado objeto. Entró en el negocio y pidió para ver el collar de turquesa azul. “Es para mi hermana. ¿Puede hacer un paquete bien bonito?”, -dice ella-. El dueño del negocio miró desconfiado a la niñita y le preguntó: “¿Cuánto dinero tienes?” 

Sin dudar, ella sacó de su bolsillo un pañuelo todo atadito y fue deshaciendo los nudos. Los colocó sobre el mostrador y dijo feliz: “¿Esto alcanza?” Eran apenas algunas monedas que ella exhibía orgullosa: "Sabe, quiero dar este regalo a mi hermana mayor. Desde que murió nuestra madre, ella cuida de nosotros y no tiene tiempo para ella misma. Hoy es su cumpleaños y este regalo la hará muy feliz porque el collar tiene el mismo color de sus ojos". 

El hombre fue para la trastienda, colocó el collar en un estuche, lo envolvió con un vistoso papel rojo e hizo un trabajado lazo con una cinta verde. Y dijo a la niña: “Toma. Llévalo con cuidado”. Ella salió feliz corriendo y saltando calle abajo. 

Aún no había terminado el día, cuando una linda joven de cabellos rubios y maravillosos ojos azules entró en el negocio. Colocó sobre el mostrador el ya conocido envoltorio deshecho y preguntó: “¿Este collar fue comprado aquí?” -Respondió el dueño de la tienda: "Sí señorita". Ella preguntó de nuevo: “¿Y cuánto costo?” "¡Ah!", -exclamó el hombre-. “El precio de cualquier producto de mi tienda es siempre un asunto confidencial entre el vendedor y el cliente”. La joven continuó: “¡Pero mi hermana tenía sólo algunas monedas! Este collar es verdadero, ¿no? Ella no tendría dinero para pagarlo”. El hombre tomó el estuche, rehizo el envoltorio con extremo cariño, colocó la cinta y lo devolvió a la joven diciéndole: “Ella pagó el precio más alto que cualquier persona puede pagar. ¡ELLA DIO TODO LO QUE TENIA!” 

El silencio llenó la pequeña tienda y cuatro lágrimas rodaron por las caras emocionadas de la joven y del dueño de la tienda, en cuanto sus manos tomaban el pequeño envoltorio. 
(Anónimo)

Equipo CEP-Venezuela, www.cepvenezuela.com

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Lo mejor de la Iglesia

Evangelio del Domingo XXXII del Tiempo Ordinario /B (Mc 12, 38-44)

En aquel tiempo, enseñaba Jesús a la multitud y le decía: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplios ropajes y recibir reverencias en las calles; buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; se echan sobre los bienes de las viudas haciendo ostentación de largos rezos. Estos recibirán un castigo muy riguroso”.

En una ocasión Jesús estaba sentado frente a las alcancías del templo, mirando cómo la gente echaba allí sus monedas. Muchos ricos daban en abundancia. En esto, se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Llamando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: “Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”.


El contraste entre las dos escenas no puede ser más fuerte. En la primera, Jesús pone a la gente en guardia frente a los dirigentes religiosos:"¡Cuidado con los letrados!", su comportamiento puede hacer mucho daño. En la segunda, llama a sus discípulos para que tomen nota del gesto de una viuda pobre: la gente sencilla les podrá enseñar a vivir el Evangelio.

Es sorprendente el lenguaje duro y certero que emplea Jesús para desenmascarar la falsa religiosidad de los escribas. No puede soportar su vanidad y su afán de ostentación. Buscan vestir de modo especial y ser saludados con reverencia para sobresalir sobre los demás, imponerse y dominar.

La religión les sirve para alimentar fatuidad. Hacen "largos rezos" para impresionar. No crean comunidad, pues se colocan por encima de todos. En el fondo, solo piensan en sí mismos. Viven aprovechándose de las personas débiles a las que deberían servir.

Marcos no recoge las palabras de Jesús para condenar a los escribas que había en el Templo de Jerusalén antes de su destrucción, sino para poner en guardia a las comunidades cristianas para las que escribe. Los dirigentes religiosos han de ser servidores de la comunidad. Nada más. Si lo olvidan, son un peligro para todos. Hay que reaccionar para que no hagan daño.

En la segunda escena, Jesús está sentado enfrente del arca de las ofrendas. Muchos ricos van echando cantidades importantes: son los que sostienen el Templo. De pronto se acerca una mujer. Jesús observa que echa dos moneditas de cobre. Es una viuda pobre, maltratada por la vida, sola y sin recursos. Probablemente vive mendigando junto al Templo.

Conmovido, Jesús llama rápidamente a sus discípulos. No han de olvidar el gesto de esta mujer, pues, aunque está pasando necesidad, "ha echado todo lo que tenía para vivir". Mientras los letrados viven aprovechándose de la religión, esta mujer se desprende de todo por los demás, confiando totalmente en Dios.

Su gesto nos descubre el corazón de la verdadera religión: confianza grande en Dios, gratuidad sorprendente, generosidad y amor solidario, sencillez y verdad. No conocemos el nombre de esta mujer ni su rostro. Solo sabemos que Jesús vio en ella un modelo para los futuros dirigentes de su Iglesia.

También hoy, tantas mujeres y hombres de fe sencilla y corazón generoso son lo mejor que tenemos en la Iglesia. No escriben libros ni pronuncian sermones, pero son los que mantienen vivo entre nosotros el Evangelio de Jesús. De ellos hemos de aprender los presbíteros y obispos.

José Antonio Pagola