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jueves, 8 de noviembre de 2012

Que me atreva a vivir la generosidad

Aporte - HOMILÍA del Domingo 11 de Noviembre de 2012, Semana 32 del Tiempo Ordinario – Ciclo “B” [ Marcos 12, 38-44 ] 

Estamos ya en la semana 32 del Tiempo Ordinario, muy próximos al Adviento, y la Liturgia nos invita a profundizar en una generosidad que se atreva a dar sin medidas ni condiciones: darse uno mismo por entero. 

El Evangelio (12, 38-44) nos presenta en paralelo dos actitudes radicalmente contrapuestas: La actitud de quien vive centrado en el prestigio, fama y poder, totalmente distinta a quien vive desde sí mismo, desde su desnuda realidad. 

Detrás de una actuación centrada en el prestigio (ropas y reverencias), el privilegio (honores y primeros puestos) y el poder, está la rapacidad por la vida. Jesús advierte la necesidad de estar atentos y evitar este tipo de actuación, porque ahí se ocultan dinámicas humanas perversas que son capaces de asfixiar la vida. 

Por el contrario, detrás de aquella actuación que se atreve a dar de lo necesario, de lo que se tiene para vivir, como es el caso de la viuda de este evangelio, está la actitud de desprendimiento de quien se experimenta generoso o solidario. Aunque dé poco, no da limosnas, sino que da de sí mismo, de su desnuda realidad. 

Los hombres o mujeres que dan de sí mismos, multiplican cariños, ternuras y sobre todo multiplican la vida. Estas personas revierten la escalada de una actuación perversa, convirtiendo el prestigio y reverencia en trato llano y sencillo, transformando el privilegio y orgullo en humildad, y haciendo que la rapacidad ceda paso a la solidaridad. 

Pudiéramos caer en engaño al quedarnos tan sólo en un análisis de los efectos tan manifiestos del prestigio, del privilegio y del poder, sin ir al fondo de estas dinámicas para reflexionar las causas que dan origen a tales modos de actuación. 

Reflexionar el origen o causas de nuestras ansias de prestigio, privilegio o poder no es un ejercicio narcisista (repliegue) ni escrupuloso (culpabilizador), sino un ejercicio de descubrimiento sano y sanador que nos limpia y lanza a mayores planos de generosidad. 

La generosidad es lo que ayuda a transformar en el fondo del corazón la angustia mortal y desesperada que enciende nuestras apetencias y nos incapacita para vivir con gusto, alegría y libertad. Si la generosidad que practico no me hace cambiar, es que sólo ha penetrado en las capas superficiales de mi vida, sin tocar el fondo de mi ser personal. 

Quien vive desde sí mismo, quien sabe reconocer sus riquezas-pobrezas y desde allí se encuentra con los demás, cierra el paso a la maldad, al egoísmo, a la envidia y a la intriga. Quien da de sí, de lo que es importante para su vida, construye fraternidad, crea comunidad y provoca auténtica felicidad. 

Puedo terminar la Homilía con este texto. 

Darlo Todo 

El hombre que estaba tras el mostrador, miraba la calle distraídamente. Una niñita se aproximó al negocio y apretó la naricita contra el vidrio de la vitrina. Los ojos de color del cielo brillaban cuando vio un determinado objeto. Entró en el negocio y pidió para ver el collar de turquesa azul. “Es para mi hermana. ¿Puede hacer un paquete bien bonito?”, -dice ella-. El dueño del negocio miró desconfiado a la niñita y le preguntó: “¿Cuánto dinero tienes?” 

Sin dudar, ella sacó de su bolsillo un pañuelo todo atadito y fue deshaciendo los nudos. Los colocó sobre el mostrador y dijo feliz: “¿Esto alcanza?” Eran apenas algunas monedas que ella exhibía orgullosa: "Sabe, quiero dar este regalo a mi hermana mayor. Desde que murió nuestra madre, ella cuida de nosotros y no tiene tiempo para ella misma. Hoy es su cumpleaños y este regalo la hará muy feliz porque el collar tiene el mismo color de sus ojos". 

El hombre fue para la trastienda, colocó el collar en un estuche, lo envolvió con un vistoso papel rojo e hizo un trabajado lazo con una cinta verde. Y dijo a la niña: “Toma. Llévalo con cuidado”. Ella salió feliz corriendo y saltando calle abajo. 

Aún no había terminado el día, cuando una linda joven de cabellos rubios y maravillosos ojos azules entró en el negocio. Colocó sobre el mostrador el ya conocido envoltorio deshecho y preguntó: “¿Este collar fue comprado aquí?” -Respondió el dueño de la tienda: "Sí señorita". Ella preguntó de nuevo: “¿Y cuánto costo?” "¡Ah!", -exclamó el hombre-. “El precio de cualquier producto de mi tienda es siempre un asunto confidencial entre el vendedor y el cliente”. La joven continuó: “¡Pero mi hermana tenía sólo algunas monedas! Este collar es verdadero, ¿no? Ella no tendría dinero para pagarlo”. El hombre tomó el estuche, rehizo el envoltorio con extremo cariño, colocó la cinta y lo devolvió a la joven diciéndole: “Ella pagó el precio más alto que cualquier persona puede pagar. ¡ELLA DIO TODO LO QUE TENIA!” 

El silencio llenó la pequeña tienda y cuatro lágrimas rodaron por las caras emocionadas de la joven y del dueño de la tienda, en cuanto sus manos tomaban el pequeño envoltorio. 
(Anónimo)

Equipo CEP-Venezuela, www.cepvenezuela.com

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Lo mejor de la Iglesia

Evangelio del Domingo XXXII del Tiempo Ordinario /B (Mc 12, 38-44)

En aquel tiempo, enseñaba Jesús a la multitud y le decía: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplios ropajes y recibir reverencias en las calles; buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; se echan sobre los bienes de las viudas haciendo ostentación de largos rezos. Estos recibirán un castigo muy riguroso”.

En una ocasión Jesús estaba sentado frente a las alcancías del templo, mirando cómo la gente echaba allí sus monedas. Muchos ricos daban en abundancia. En esto, se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Llamando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: “Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”.


El contraste entre las dos escenas no puede ser más fuerte. En la primera, Jesús pone a la gente en guardia frente a los dirigentes religiosos:"¡Cuidado con los letrados!", su comportamiento puede hacer mucho daño. En la segunda, llama a sus discípulos para que tomen nota del gesto de una viuda pobre: la gente sencilla les podrá enseñar a vivir el Evangelio.

Es sorprendente el lenguaje duro y certero que emplea Jesús para desenmascarar la falsa religiosidad de los escribas. No puede soportar su vanidad y su afán de ostentación. Buscan vestir de modo especial y ser saludados con reverencia para sobresalir sobre los demás, imponerse y dominar.

La religión les sirve para alimentar fatuidad. Hacen "largos rezos" para impresionar. No crean comunidad, pues se colocan por encima de todos. En el fondo, solo piensan en sí mismos. Viven aprovechándose de las personas débiles a las que deberían servir.

Marcos no recoge las palabras de Jesús para condenar a los escribas que había en el Templo de Jerusalén antes de su destrucción, sino para poner en guardia a las comunidades cristianas para las que escribe. Los dirigentes religiosos han de ser servidores de la comunidad. Nada más. Si lo olvidan, son un peligro para todos. Hay que reaccionar para que no hagan daño.

En la segunda escena, Jesús está sentado enfrente del arca de las ofrendas. Muchos ricos van echando cantidades importantes: son los que sostienen el Templo. De pronto se acerca una mujer. Jesús observa que echa dos moneditas de cobre. Es una viuda pobre, maltratada por la vida, sola y sin recursos. Probablemente vive mendigando junto al Templo.

Conmovido, Jesús llama rápidamente a sus discípulos. No han de olvidar el gesto de esta mujer, pues, aunque está pasando necesidad, "ha echado todo lo que tenía para vivir". Mientras los letrados viven aprovechándose de la religión, esta mujer se desprende de todo por los demás, confiando totalmente en Dios.

Su gesto nos descubre el corazón de la verdadera religión: confianza grande en Dios, gratuidad sorprendente, generosidad y amor solidario, sencillez y verdad. No conocemos el nombre de esta mujer ni su rostro. Solo sabemos que Jesús vio en ella un modelo para los futuros dirigentes de su Iglesia.

También hoy, tantas mujeres y hombres de fe sencilla y corazón generoso son lo mejor que tenemos en la Iglesia. No escriben libros ni pronuncian sermones, pero son los que mantienen vivo entre nosotros el Evangelio de Jesús. De ellos hemos de aprender los presbíteros y obispos.

José Antonio Pagola