jueves, 16 de diciembre de 2010

Un jesuita que salvó a tres niños judíos, “justo entre las naciones”

La medalla de “justo entre las naciones” fue entregada este martes en Roma por el embajador de Israel ante la Santa Sede, Mordechay Lewy, a título póstumo, al jesuita italiano Raffaele de Ghantuz Cubbe. Su pequeño sobrino, Francesco de Ghantuz Cubbe, recibió la medalla, y el presidente de la comunidad judía de Roma aprovechó esta oportunidad para mostrar el deseo de que se cree una “Asociación de los niños de los justos”. La ceremonia tuvo lugar, en presencia de supervivientes de la Shoah y de sus familias, en el salón de la librería del Apostolado de la Oración, detrás de la iglesia de Jesús, en el centro de Roma, a pesar de las manifestaciones que paralizaron ayer buena parte de la ciudad.

Durante la ocupación nazi de Roma, el padre Cubbe pudo, con la ayuda de sus hermanos, y poniendo su vida en peligro, ocultar a tres niños judíos entre los alumnos de Mondragón, un colegio de Frascati: Marco Pavoncello y dos hermanos, sus primos Mario y Graziano Sonnino. Nunca intentó que se convirtieran al catolicismo, pero una vez acabada la guerra, permanecieron en ese colegio de los jesuitas para acabar sus estudios.

Marco Pavoncello y Graziano Sonnino participaron en la ceremonia de este martes por la mañana, mientras que Mario Sonnino falleció el pasado mes de julio, así como su hermana Virginia, con un mes de diferencia. Sus hijos y nietos estaban presentes, y también sus sobrinos y sobrinas. La familia Sonnino tenía dos hijas y tres hijos: Virginia, Mario, Graziano, Rosalba y Sergio. Familias y religiosos les ayudaron durante la ocupación. El ambiente estuvo ayer cargado de emoción, especialmente durante la proyección de un video de presentación del testimonio de Mario Sonnino, realizado por sus hijos Livia y Nello.

El expediente de solicitud del reconocimiento fue promovido, a partir de 2004, por Celeste Pavoncello, que realizó un libreto histórico para la ocasión. En una exposición en el monumento a Víctor Manuel de Roma sobre las leyes antijudías y la Shoah, descubrió una foto de su padre, Marco Pavoncello, en un documento de archivos privados de Berlín. Cuando en 2010, la señora Pavoncello anunció a Giovanna de Ghantuz Cubbe que su tío iba a recibir la medalla de los Justos del Instituto Yad VaShem de Jerusalén, descubrió una historia desconocida hasta entonces, como suele pasar.

Los “salvadores” pensaban que no habían hecho nada más que cumplir su deber, o consideraban que su mano derecha no debía saber lo que hacía la izquierda, como dijo la señora Ghantuz Cubbe citando el Evangelio, y los tiempos de persecución son tiempos de clandestinidad, donde no se acumula la documentación apropiada. De hecho, sólo dos o tres personas conocían la verdadera identidad de los tres estudiantes, que la anunciaron a sus compañeros tras la liberación.

Ellos tuvieron que cambiar de apellido y recibieron el de Sbardella, un nombre del sur, de la región de Cassino, entonces bombardeada por los aliados: no se habría podido verificar su identidad. Llevaban una especie de vida “normal” de estudiantes en una época de terror. Sus padres, y el resto de sus hermanos y hermanas, ocultos en familias y con religiosos, iban a veces a visitarlos.

El premio fue entregado por Lewy, en presencia, entre otros, de Livia Link, consejera para los Asuntos públicos y políticos de la embajada de Israel en Italia, y del presidente de la comunidad judía de Roma, Riccardo Pacifici. Éste último recordó que su padre y su tío también se salvaron gracias a sacerdotes católicos. Pero otros miembros de su familia fallecieron en Auschwitz, igual que un tercio de la comunidad judía de Italia, es decir, 8.000 personas.

También destacó que el Memorial de Yad VaShem ha reconocido a unos 28.000 “justos”, de los cuales 487 en Italia. Habló incluso de una verdadera “caza de los justos” para encontrar las huellas de estos “héroes” y honrar su memoria: una voluntad que se encuentra, dijo, en el ADN de Israel. También sugirió la creación de una asociación de “Niños de los Justos”.

Raffaele de Ghantuz Cubbe, el “Padre Cubbe”, nació en Italia, en Orciano Pisano, en 1904 y falleció en Roma en 1983. Era el cuarto hijo de una familia profundamente cristiana. Su padre, el marqués Riccardo fue chambelán secreto de papa de Benedicto XV a Pío XII. La familia tenía amistad con el salesiano don Michele Rua (hoy beato), que tuvo la premonición de la vocación religiosa de Raffaele, quien entró muy joven en la Compañía de Jesús. Él se convirtió en rector (1942-1947) del prestigioso Colegio de Mondragón, cerca de Frascati, al sur de Roma, y en vicepresidente de la Obra de Asistencia Pontificia, deseada por Pío XII para apoyar a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial. El jesuita ha dejado ante todo el recuerdo de su valentía y de su bondad, como recordaron Graziano Sonnino y Marco Pavoncello.
Por Anita S. Bourdin

sábado, 11 de diciembre de 2010

Dichoso Tú Por Fiarte de Dios


(Mateo 11, 2-11)

Esta 3ª semana de Adviento nos coloca ante la actitud fundamental del testigo de Dios: vivir fiado en Jesús. Por eso nos propone la vida del Bautista, para que nos preguntemos sinceramente: ¿Cuál es mi nivel de apuesta por el Reino de Dios?
Juan Bautista está preso y ha oído hablar de las obras que realiza Jesús. El Bautista ha vivido haciendo presente el futuro de Dios: el cumplimiento de la justicia divina. Por eso manda preguntar a Jesús: ¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro? O en otras palabras: ¿Eres tú quién va a practicar definitivamente el juicio de Dios? Juan esperaba el juicio de Dios, tal como lo anunciaba la antigua profecía. Pero la misión de Jesús va más allá de esta justicia. Su misión se centra en la misericordia de Dios.
Jesús dirá: vayan y cuenten a Juan lo que ustedes están viendo: los ciegos ven, los cojos andan, los enfermos quedan curados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Vayan, pues, y díganle que Dios no lo ha defraudado. Díganle que no sólo se hace realidad la justicia, sino que Dios en persona está aquí para hacer posible la vida.
Juan Bautista tuvo que haberse llenado de alegría por lo que estaba haciendo Jesús. La alegría de quien se ha fiado de Dios y ha procedido conforme a esta confianza. Pero contrasta esta alegría del Bautista con su realidad de prisionero expuesto a una muerte inminente. Una situación que lo hace estar “suspendido entre la angustia de la muerte y la esperanza de una plenitud anticipada”.
Si Juan Bautista se dedicó como mensajero de Dios a preparar el camino para la venida de Jesús, a nosotros nos toca, no la misión del Bautista, sino, continuar lo que inauguró Jesús. Es decir, lograr que en esta tierra se termine todo tipo de ceguera, sordera, parálisis, enfermedad, que desaparezca toda exclusión y marginación, y que se termine la pobreza que mata.
A esta apuesta responde la bienaventuranza dicha por Jesús: dichoso quien no se sienta defraudado por Mí. Dichoso quien no sienta que ha apostado en el vacío. Porque comprende que con Jesús ha comenzado aquí y ahora, el perdón, la misericordia y la liberación para los prisioneros de cualquier cárcel o prisioneros de sí mismos. Dichoso tú, si comienzas a vivir y practicar la Buena Nueva de Dios. 
Gustavo Albarrán, S.J.

viernes, 10 de diciembre de 2010

A - Tercer domingo de Adviento





                                      
A - Tercer domingo de Adviento Primera: Is 35, 1-6.8.10; Salmo 146; Segunda: Sant 5, 7-10; Evangelio: Mt 11, 2-11:  

Juan oyó hablar en la cárcel de la actividad del Mesías y le envió este mensaje por medio de sus discípulos:
-¿Eres tú el que había de venir o tenemos que esperar a otro?
Jesús les respondió:
-Vayan a contar a Juan lo que ustedes ven y oyen: los ciegos recobran la vista, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres reciben la Buena Noticia; y, ¡feliz es que no tropieza por mi causa!
Cuando se fueron, se puso Jesús a hablar de Juan a la multitud:
-¿Qué salieron a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿Qué salieron a ver? ¿Un hombre elegantemente vestido? Miren, los que visten elegantemente habitan en los palacios reales. Entonces, ¿Qué salieron a ver? ¿Un profeta? Les digo que sí, y más que profeta.
A éste se refiere lo que está escrito: 
Mira, yo envío por delante a mi mensajero para que te prepare el camino.
Les aseguro, de los nacidos de mujer no ha surgido aún alguien mayor que Juan el Bautista. Y sin embargo, el último en el reino de los cielos es mayor que él.

Nexo entre las lecturas

La liturgia del tercer domingo de Adviento subraya de modo particular la alegría por la llegada de la época mesiánica. Se trata de una cordial y sentida invitación para que nadie desespere de su situación, por difícil que ésta sea, dado que la salvación se ha hecho presente en Cristo Jesús. El profeta Isaías, en un bello poema, nos ofrece la bíblica imagen del desierto que florece y del pueblo que canta y salta de júbilo al contemplar la Gloria del Señor. Esta alegría se comunica especialmente al que padece tribulación y está a punto de abandonarse a la desesperanza. El salmo 145 canta la fidelidad del Señor a sus promesas y su cuidado por todos aquellos que sufren. Santiago, constatando que la llegada del Señor está ya muy cerca, invita a todos a tener paciencia: así como el labrador espera la lluvia, el alma espera al Señor que no tardará. El Evangelio, finalmente, pone de relieve la paciencia de Juan el Bautista quien en las oscuridades de la prisión es invitado por Jesús a permanecer fiel a su misión hasta el fin.

Mensaje doctrinal
1. El mensaje del desierto. Cuando el Antiguo Testamento veía el desierto como lugar geográfico, lo consideraba como la tierra que "Dios no ha bendecido", lugar, de tentación, de aridez, de desolación. Esta concepción cambió cuando Yahveh hizo pasar a su pueblo por el desierto antes de introducirlo en la tierra prometida. A partir de entonces, el desierto evoca, sobre todo, una etapa decisiva de la historia de la salvación: el nacimiento y la constitución del pueblo de Dios. 

El desierto se convierte en el lugar del "tránsito", del Éxodo, el lugar que se debe pasar cuando uno sale de la esclavitud de Egipto y se dirige a la tierra prometida. El camino del desierto no es, en sentido estricto, el camino más corto entre el punto de salida y el punto de llegada. Lo importante, sin embargo, es comprender que ése es el camino de salvación que Dios elige expresamente para su pueblo: en el desierto Yahveh lo purifica, le da la ley, le ofrece innumerables pruebas de su amor y fidelidad. El desierto se convierte, según el Deuteronomio (Dt 8,2ss 15-18), en el tiempo maravilloso de la solicitud paterna de Dios. 

Cuando el profeta Isaías habla del desierto florido expresa esta convicción: Dios siempre cuida de su pueblo y, en las pruebas de este lugar desolado, lo alimenta con el maná que baja del cielo y con el agua que brota de la roca, lo conforta con su presencia y compañía hasta tal punto que el desierto empieza a florecer. En nuestra vida hay momentos de desierto, momentos de desolación, de prueba de Dios, en ellos, más que nunca, el Señor nos repite por boca del profeta Isaías: fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón, sed fuertes, no temáis. Mirad que vuestro Dios viene en persona.

2. Sed fuertes, no temáis. Parece ser ésta la principal recomendación de toda la liturgia. Sed fuertes, que las manos débiles no decaigan, que las rodillas vacilantes no cedan, que el que espera en la cárcel (Juan Bautista) persevere pacientemente en su testimonio: Dios en persona viene, Dios es nuestra salvación y ya está aquí. Es preciso ir al corazón de Juan Bautista para comprender la tentación de la incertidumbre; Juan era un hombre íntegro de una sola pieza; un hombre que nada anteponía al amor de Cristo y a su misión como precursor; un hombre ascético, sin respetos humanos y preocupado únicamente de la Gloria de Dios. 

Pues bien, Juan experimenta la terrible tentación de haber corrido en vano, de sentir que las características mesiánicas de Jesús no correspondían a lo que él esperaba. Experiencia tremenda que sacude los cimientos más sólidos de aquella inconmovible personalidad. Con toda humildad manda una legación para preguntar al Señor: ¿Eres realmente Tú el que ha de venir? La respuesta de Jesús nos reconduce a la primera lectura. 

Los signos mesiánicos están por doquier: los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen y a los pobres se les anuncia la buena noticia. Juan entiende bien la respuesta: ¡es Él y no hay que esperar a otro! ¡Es Él! ¡El que anunciaban las profecías del Antiguo Testamento! ¡Es Él y, por lo tanto, debe seguir dando testimonio hasta la efusión de su sangre! ¡Y Juan Bautista es fiel! ¡Qué hermoso contemplar a este precursor en la tentación, en el momento de la prueba, en el momento de la lucha y de la victoria!

3. El Señor viene en persona. Éste es el motivo de la alegría, éste es el motivo de la fortaleza. Es Dios mismo quien viene a rescatar a su pueblo. Es Dios mismo quien se hace presente en el desierto y lo hace florecer. Es Dios mismo quien nace en una pequeña gruta de Belén para salvar a los hombres. Es Dios mismo quien desciende y cumple todas las esperanzas mesiánicas. Admirable intercambio: Dios toma nuestra humana naturaleza y nos da la participación en la naturaleza divina.

Sugerencias pastorales
1. La alegría debe ser un distintivo del cristiano. La alegría cristiana nace de la profunda convicción de que en Cristo, el Señor, el pecado y la muerte han sido derrotados. Por eso, al ver que El Salvador está ya muy cerca y que el nacimiento de Jesús es ya inminente, el pueblo cristiano se regocija y no oculta su alegría. Nos encaminamos a la Navidad y lo hacemos con un corazón lleno de gozo. 

Sería excelente que nosotros recuperáramos la verdadera alegría de la Navidad. La alegría de saber que el niño Jesús, Dios mismo, está allí por nuestra salvación y que no hay, por muy grave que sea, causa para la desesperación. De esta alegría del corazón nace todo lo demás. De aquí nace la alegría de nuestros hogares. De aquí nacen la ilusión y el entusiasmo que ponemos en la preparación del nacimiento, el gozo de los cantos natalicios tan llenos de poesía y de encanto infantil. Es justo que estemos alegres cuando Dios está tan cerca. 

Pero es necesario que nuestra alegría sea verdadera, sea profunda, sea sincera. No son los regalos externos, no es el ruido ni la vacación lo que nos da la verdadera alegría, sino la amistad con Dios. ¡Que esta semana sea de una preparación espiritual, de un gozo del corazón, de una alegría interior al saber que Dios, que es amor, ha venido para redimirnos! Esta preparación espiritual consistirá, sobre todo, en purificar nuestro corazón de todo pecado, en acercarnos al sacramento de la Penitencia para pedir la misericordia de Dios, para reconocer humildemente nuestros fallos y resurgir a una vida llena del amor de Dios

2. Salimos al encuentro de Jesús que ya llega con nuestras buenas obras. Esta recomendación que escuchamos ya el primer domingo de adviento se repite en este domingo de gozo. Hay que salir al encuentro con las buenas obras, sobre todo con caridad alegre y del servicio atento a los demás. En algunos lugares existe la tradición de hacer un calendario de adviento. Cada día se ofrece un pequeño sacrificio al niño Jesús: ser especialmente obediente a los propios padres, dar limosna a un pobre, hacer un acto de servicio a los parientes o a los vecinos, renunciar a sí mismo al no tomar un caramelo, etc. 

En otros lugares se prepara en casa, según la costumbre iniciada por San Francisco de Asís, el "tradicional nacimiento". A los Reyes Magos se les coloca a una cierta distancia, más bien lejana, de la cueva de Belén. Cada buena obra o buen comportamiento de los niños hace adelantar un poco al Rey en su camino hacia Jesús. Métodos sencillos, pero de un profundo valor pedagógico y catequético para los niños en el hogar. Pero no conviene olvidar que la mejor manera de salir al encuentro de Jesús es el amor y la caridad: el amor en casa entre los esposos y con los hijos; el amor y la caridad con los pobres y los necesitados, con los ancianos y los olvidados. 

Hay que formar un corazón sensible a las necesidades y sufrimientos de nuestro prójimo. Es esto lo que hará florecer el desierto. Es esto lo que hará que nuestras rodillas no vacilen en medio de las dificultades de la vida. Nada mejor para superar los propios sufrimientos que salir al encuentro del sufrimiento ajeno.

3. La venida de Jesús es una invitación a tomar parte en el misterio de la redención de los hombres. El cristiano no es un espectador del mundo, él participa de las alegrías y gozos así como de las penas y sufrimientos de los hombres. "El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo, y nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón"(Gaudium et spes 1). 

El cristiano es por vocación, así como lo era Juan Bautista, uno que prepara el camino de Cristo en las almas. Debe participar en la vida y en la misión de la Iglesia. Debe sentir la dulce responsabilidad de hacer el bien, de predicar a Cristo, de conducir las almas a Cristo. Si alguno dice que no tiene tiempo para hacer apostolado es como si dijese que no tiene tiempo para ser cristiano, porque el mensaje y la misión están en la entraña misma de la condición cristiana. Nos conviene recuperar ese celo apostólico, nos conviene fortalecer las manos débiles, las rodillas vacilantes y dar nuevamente al cristianismo ese empuje y vitalidad que tenían las primeras comunidades cristianas. 

Veamos cómo los primeros discípulos de Cristo rápidamente se convertían en evangelizadores, llamaban a otros al conocimiento y al amor de Jesús. Veamos que el mundo espera la manifestación de los Hijos de Dios (Cfr. Rom 8,19). Espera nuestra manifestación, espera que cada uno de nosotros, desde su propio puesto, haga todo lo que pueda para preparar la venida del Señor. "¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el que hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de agudizar la vista para verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos en sus instrumentos... 

El Cristo contemplado y amado ahora nos invita una vez más a ponernos en camino: "Id pues y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza "que no defrauda" (Rm 5,5), (Novo Millennio Ineunte 58).

Autor: P. Antonio Izquierdo | Fuente: Catholic.net 

sábado, 4 de diciembre de 2010

El día de San Francisco Javier

El 3 de diciembre celebramos una fiesta grande: el día de San Francisco Javier, santo jesuita, compañero de San Ignacio en la fundación de la Compañía de Jesús, patrono de Universitarios en Misión y de todos los misioneros. Por cierto, que todos los cristianos tenemos la misión encargada por el mismo Jesús, de llevar la Buena Noticia del amor incondicional de Dios a todas las personas y rincones del mundo.

Francisco de Jaso y Azpilicueta, más conocido como Francisco de Javier, nació el 7 de abril de 1506 en el Castillo de los Jaso (Navarra). Fue miembro del grupo inicial de la Compañía de Jesús y gran colaborador de Ignacio de Loyola. Destacó por llevar adelante las misiones de evangelización en el oriente asiático y en el Japón. Fue llamado: Apóstol de las Indias.

En 1524, Francisco Javier toma la determinación de ir a estudiar a la Universidad de La Sorbona de París después de estudiar en Pamplona. En septiembre de 1525, conoció al que sería su mejor amigo: Íñigo de Loyola. Fue allí donde se constituye lo que sería el embrión de la Compañía de Jesús. El 15 de agosto de 1534, una vez finalizados sus estudios, hizo votos de caridad y castidad junto con otros cinco compañeros en la Iglesia de Montmartre. Francisco se queda en París otros dos años estudiando Teología, después de participar en los Ejercicios Espirituales con Ignacio de Loyola.

En 1537, viaja a Italia con Ignacio para visitar al Papa Pablo III, y pedirle su bendición antes de emprender el viaje a Tierra Santa, que se habían propuesto realizar. No pudieron realizarlo por causa de la guerra entre Venecia y Turquía. Fue ordenado sacerdote en Venecia el 24 de junio, y se dedicó a predicar junto con sus compañeros. Ante la tardanza del ansiado viaje, vuelve a Roma y se ofrece al Papa para ser enviado a cualquier otro lado. De allí parte hacia Lisboa en 1540, donde comienza la etapa más importante de su vida: la de misionero en las Indias Orientales.

El 7 de abril de 1541, cuando cumplía 35 años, salió rumbo a Mozambique, donde se queda ayudando en el hospital durante un año. El 6 de mayo de 1542, llega a Goa, que fue capital de la India Portuguesa, y donde actualmente se encuentra su cuerpo incorrupto. Para lograr un acercamiento más intenso con la comunidad, se dedica a aprender la lengua del país. Rechaza el puesto de director del seminario de San Pablo, y se embarca en octubre de 1542 para las islas de la Pesquería, donde permaneció más de un año. Evangeliza a los indios Paravas y recorre varias ciudades. Aprendió tamil y tradujo a esa lengua gran parte de la Biblia y otros libros, con el fin de adaptar el cristianismo a esa cultura.

En 1543, escribe a sus compañeros que estaban en Roma: “Muchos cristianos se dejan de hacer en estas partes, por no haber personas que se ocupen en la evangelización. Muchas veces me mueven pensamientos de ir a esas Universidades dando voces como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la Universidad de París, diciendo en la Sorbona a los que tienen más letras que voluntad, para disponerse a fructificar con ellas. ¡Cuántas almas dejan de ir a la gloria y van al infierno por negligencia de ellos! Es tanta la multitud de los que se convierten a la fe de Cristo en estas partes, en esta tierra donde ando, que muchas veces me parece tener cansados los brazos de bautizar, y no poder hablar de tantas veces de decir el Credo y mandamientos en su lengua de ellos y las otras oraciones.”

Una vez que ha organizado ese territorio, parte hacia Manapar y el distrito sur. Permanece un mes con los indígenas makuas, bautizando a más de diez mil, y realiza más de veinte viajes de evangelización. En 1545, parte a las islas Molucas. En Malaca, Francisco de Javier aprende algo del idioma, se familiariza con la cultura local, y traduce los textos cristianos. Sale hacia las Islas de Amborio y Ternate en enero de 1546, y recorre diferentes islas de la región. Según cuenta la tradición en Baranula (Ceran), un cangrejo le devuelve el crucifijo que había perdido durante una tempestad.

Parte para Japón en 1549. Desembarca en Kagoshima, entonces capital del reino Sur, donde permanece un año. Evangeliza las tierras niponas durante dos años. Para responder a las preguntas que los transeúntes realizaban, se valía de un intérprete. En 1550, se dirige al norte a Yamaguchi para hablar con el príncipe, y logra que garantice el respeto a las personas que se convirtieran al cristianismo. Realiza una intensa labor de predicación y se crea una pequeña comunidad. Muchos de los convertidos son samurais.

En 1551, Francisco Javier regresa a la India. El viaje de vuelta lo realiza en la nave Santa Cruz, que capitaneaba Diego de Pereira, quien le da la idea de organizar una expedición a China en nombre del rey de Portugal, para entablar negociaciones de paz. Entretanto, fue nombrado provincial de la India.

Parte a China el 14 de abril de 1552. Lo acompaña Antonio de Santa Fe, quien era de origen chino. En Malaca, tuvo dificultades para lograr su objetivo, por causa de Álvaro de Ataide, hijo de Vasco de Gama y jefe en la marina de la región, quien no aceptó los argumentos de Francisco Javier, ni siquiera cuando le mostró el documento del Papa Paulo III, donde lo nombraba nuncio apostólico.

El viaje se retrasa por dos meses. Llegaron a la isla de Sanchón, lugar de encuentro entre los mercaderes chinos y portugueses, a finales de agosto de 1552. Finalmente, Ataide permitió que Francisco Javier partiese a la China. Con la ayuda de Antonio de Santa Fe, esperaba poder introducirse clandestinamente, pues hasta entonces había sido inaccesible a los extranjeros.

A fines de agosto de 1552, la expedición llegó a la isla desierta de Sancián (Shang-Chawan) que dista unos veinte kilómetros de la costa, y está situada a cien kilómetros al sur de Hong Kong. Francisco Javier escribió desde ahí varias cartas, donde describía las medidas que había tomado: con mucha dificultad y pagando generosamente, había conseguido que un mercader chino se comprometiese a desembarcar de noche en Cantón. Cuando estaba a punto de realizar su proyecto, Javier cayó enfermo.

El 21 de noviembre de 1552, enfermó con fiebre y se refugió en el único navío con que contaban. El movimiento del mar le hizo daño, y al día siguiente pidió que lo llevaran a tierra. En el navío estaban los hombres de Álvaro de Ataide, quienes por no ofender a éste, dejaron a Javier en la playa, expuesto a un viento terrible. Un compasivo comerciante portugués le condujo a su maltrecha cabaña, donde estuvo Francisco Javier, consumido por la fiebre. Entre los espasmos del delirio, el santo oraba constantemente.

El sábado 3 de diciembre, según escribió Antonio, “viendo que estaba moribundo, le puse en la mano un cirio encendido. Poco después, entregó el alma a su creador y Señor con gran paz y reposo, pronunciando el nombre de Jesús”. Tenía cuarenta y seis años, y había pasado once en el oriente.

Uno de los tripulantes del navío había aconsejado que se llenase de barro su féretro para poder trasladar más tarde los restos. Diez semanas después, fue abierta la tumba. Al quitar el barro del rostro, los presentes descubrieron que se conservaba perfectamente, y que el resto del cuerpo estaba incorrupto. El cuerpo fue trasladado a Malaca, donde todos salieron a recibirlo con gran alegría. A fin de año, fue trasladado a Goa (hoy perteneciente a la India), donde los médicos comprobaron que se hallaba incorrupto. Allí reposa en la iglesia del Buen Jesús.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Arrepiéntete Porque El Reino de Dios está Cerca (Mateo 3, 1-12)

Para este segundo domingo de adviento, la liturgia nos invita directa y expresamente a la conversión como condición indispensable para recibir la venida de Dios. La convocatoria es clara: arrepiéntanse, porque el Reino de los cielos está cerca.
A partir del desierto, Juan Bautista no cesa de invitar a preparar el camino al Señor, para que así pueda experimentarse la salvación. Es una propuesta muy audaz. Pero para ello hace falta demostrar con obras que hay un cambio auténtico, revirtiendo los escollos donde se hace caer a las personas, y lograr que la gente pueda caminar sin tropiezos, sin zancadillas ni estorbos que arruinen el esfuerzo humano por salir adelante, especialmente el esfuerzo del pequeño, del frágil, el pobre.
En este evangelio (Mt. 3,1-12) se resalta la figura sencilla y franca del Bautista, en contraste con la figura de personajes importantes como los fariseos y los saduceos, quienes han tenido en sus manos las posibilidades de hacer grandes cosas en beneficio de los demás, y sin embargo se han dedicado a cansar a la gente, a explotarla, incluso a burlarla. No están dispuestos a preparar ningún camino. Su actuación ahoga toda esperanza. Por eso, el Bautista les habla a ellos y a nosotros también, diciendo: No se afiancen en que son Hijos de Abraham (o de la tradición), porque hasta de las piedras puede Dios sacar hijos de Abraham.
Juan es la voz que clama en el desierto. En medio de situaciones donde se derrumba la esperanza y donde la vida parece perderse, aparece justamente el desierto como el lugar de la escucha de la Palabra de Dios. El desierto sigue siendo el mejor ámbito para atender a la llamada de Dios a cambiar el mundo, porque nos coloca en la intemperie. Nos coloca de frente con lo más auténtico de nosotros mismos y nos dispone a mirar con nuevos ojos la realidad.
Pero la invitación del Bautista no se limita al bautismo con agua en orden a nuestro perdón. Va más allá. Apunta directamente al bautismo con Espíritu y Fuego que practicará Jesús. Un bautismo que nos convierte en personas nuevas, porque no dan cabida al rencor ni acumulan resentimientos. Un bautismo que cambia desde dentro. Desde lo más íntimo de cada quien. Pero un cambio que se traduzca en compromiso por el bienestar de los demás. Desvirtuaríamos el Evangelio si consideramos la conversión como un asunto privado y sin contribuir a que muchas personas vivan con dignidad.
Nos están convocando, pues, a la audacia de vivir como personas nuevas. Y ¡qué importante es esta convocatoria! ¡Qué significativo sería pedir perdón a quienes hemos hecho sufrir o a quienes hemos causado daño! El perdón limpia el alma, transforma el corazón, ablanda la dureza de mente, nos libera para una mayor calidad de vida: nos libera para la Salvación. 
Gustavo Albarrán, S.J.

Está cerca el reino de Dios


A - Segundo domingo de Adviento
                                                     A - Segundo domingo de Adviento


A - Segundo domingo de Adviento Primera: Is 11, 1-10; Salmo 72; Segunda: Rom 15,4-9;

Evangelio: Mt 3, 1-12: Por aquel tiempo se presentó Juan el Bautista en el desierto de Judea. En su proclamación decía: "!Vuélvase a Dios, porque el reino de los cielos está cerca!"
Juan era aquel de quien Dios había dicho por medio del profeta Isaías: "Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor; ábranle un camino recto."
La ropa de Juan estaba hecha de pelo de camello, y se la sujetaba al cuerpo con un cinturón de cuero; su comida era langostas y miel del monte. La gente de Jerusalén y todos los de la región de Judea y de la región cercana al Jordán salían a oirle. Confesaban sus pecados y Juan los bautizaba en el río Jordán. 
Pero cuando Juan vio que muchos fariseos y saduceos iban a que los bautizara, les dijo: "¡Raza de víboras! ¿Quién les ha dicho a ustedes que van a librarse del terrible castigo que se acerca? Pórtense de tal modo que se vea claramente que se han vuelto al Señor, y no presuman diciéndose a sí mismos: "Nosotros somos descendientes de Abraham; porque les aseguro que incluso a estas piedras Dios puede convertirlas en descendientes de Abraham. El hacha ya está lista para cortar los árboles de raíz. Toda árbol que no da buen fruto, se corta y se hecha al fuego. Yo, en verdad, los bautizo con agua para invitarlos a que se vuelvan a Dios; pero el que viene después de mí los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él es más poderoso que yo, que ni siquiera merezco llevarle sus sandalias. Trae su pala en la mano y limpiará el trigo y lo separará de la paja. Guardará su trigo en el granero, pero quemará la paja en un fuego que nunca se apagará.

Nexo entre las lecturas

Está cerca el Reino de Dios. Esta afirmación del Evangelio de San Mateo (EV) parece ofrecernos un elemento unificador a las lecturas de este domingo segundo de adviento. El Reino era la más alta aspiración y esperanza del Antiguo Testamento: El Mesías debía reinar como único soberano y todo quedaría sometido a sus pies. El hermoso pasaje de Isaías (1L) ilustra con acierto las características de este nuevo reino mesiánico: "brotará un renuevo del tronco de Jesé... sobre él se posará el espíritu... habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito. Habrá justicia y fidelidad". Ante la inminencia de la llegada del Reino de los cielos se impone la conversión. Juan Bautista predica en el desierto un bautismo de conversión. Se trata de un cambio profundo en la mente y en las obras, un cambio total y radical que toca las fibras más profundas de la persona. Precisamente porque Dios se ha dirigido a nosotros con amor benevolente en Cristo, el hombre debe dirigirse a Dios, debe convertirse a Él en el amor de donación a sus hermanos: acogeos mutuamente como Cristo os acogió para Gloria de Dios (2L).

Mensaje doctrinal

1. En Cristo Jesús encuentra realización la esperanza mesiánica. El pueblo de Israel esperaba un tiempo de paz y de concordia. Se trataba de un anhelo íntimo que se fundaba en la promesa misma del Señor. No sería un reino de características humanas, sino un reino divino revestido de poder y majestad. Este reino mesiánico sería como un nuevo cielo y una nueva tierra en los que ya no habría pecado, muerte y dolor. Esta esperanza del pueblo de Israel contrastaba fuertemente con las dificultadas, luchas y pecados de su historia. Sin embargo, su esperanza nunca venía a menos. Pues bien, Juan Bautista anuncia a la casa de Israel que, en Jesús, toda aquella expectación mesiánica encontraba su cumplimiento: "Convertíos está cerca el Reino de los cielos... Preparad el camino del Señor..." 

El Señor nos había hablado por medio de los profetas, pero ahora en los últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo amado (Cfr. Hb 1,1-2) Dios, en su eterno amor, ha elegido al hombre desde la eternidad: lo ha escogido en su Hijo. Dios ha elegido al hombre para que pueda alcanzar la plenitud del bien mediante la participación en su vida misma: vida divina, mediante la gracia. Lo ha escogido desde la eternidad y de modo irreversible. Ni el pecado original, ni toda la historia de los pecados personales y de los pecados sociales han logrado disuadir al eterno Padre de su Amor. (Juan Pablo II, 8 de diciembre de 1978). En la llegada al mundo de Cristo Señor descubrimos el cumplimiento de todas las profecías. 

En Él encuentra cumplimiento la Alianza de Dios con el hombre, en Él tenemos la salvación, en Él accedemos a la participación de la naturaleza divina. ¡Cómo no correr llenos de entusiasmo hacia el portal de Belén cuando es Dios mismo quien viene al encuentro del hombre! ¿Habrá quizá alguno que se quede sentado en la ociosidad cuando es Dios mismo quien ha salido a nuestro encuentro? Juan el Bautista designa a Jesús como el que viene (ho erkómenos). Es tal el amor de Dios y tan misterioso su designio que debe ser meditado en la profundidad del corazón. Con amor eterno te amé (Jer 31,3).

2. La llegada del Reino de los cielos exige una conversión del corazón. El anuncio de Juan el Bautista coincide sustancialmente con el de Jesús: Convertíos porque está cerca el Reino de Dios (Mc 1,15). Se dirige con mucha energía a los fariseos y saduceos porque para ellos, la conversión era un hecho mental que no implicaba la totalidad de la persona. En ellos se daba una escisión interior: atendían a los mínimos detalles de la ley, pero descuidaban el precepto de la caridad; se protegían del juicio de Dios con una legalidad mal disfrazada o se sentían superiores como hijos de Abraham. Su conversión era formal y no tocaba la intimidad del corazón. 

La conversión que exige el Bautista es una conversión que pide un cambio total y radical en la relación con Dios. No es una simple conversión interior, sino una conversión también exterior que llega a las obras. Aquí aparece la imagen del árbol que produce frutos: el árbol bueno produce frutos buenos, el árbol malo produce frutos malos y se corta de raíz. Una verdadera conversión, por tanto, se traduce en una mayor rectitud de vida. Si bien las palabras del Bautista son palabras de fuego capaces de atemorizar al más osado, esconden una invitación a realizar uno de los actos más elevados de que es capaz el corazón humano: su conversión hacia el Padre de las misericordias, la retractación de la voluntad del mal cometido y el firme propósito de resurgir en el bien. 

Cuando una persona es tocada por una conversión sincera, reconoce el desorden que hay en su interior, advierte su pecado y siente una necesidad apremiante de transformación, de cambio de actitud y de comportamiento. La conversión es el momento de la verdad profunda en el que el hombre se reconoce a sí mismo en su pecado y se abre a la verdad liberadora de Dios. El hombre se siente invitado a entrar dentro de sí y sentir la necesidad de volver a la casa del Padre. Así pues, el examen de conciencia es uno de los momentos más determinantes de la existencia personal. En efecto, en él todo hombre se pone ante la verdad de la propia vida, descubriendo así la distancia que separa sus acciones del ideal que se ha propuesto (Bula Incarnationis Mysterium No.11).

3. La conversión del corazón pasa por la concordia, la sintonía de corazones. Ante las escisiones que se daban ya en tiempo de San Pablo en las primeras comunidades, el apóstol presenta el ejemplo de Cristo: se hizo servidor de los judíos para probar la fidelidad de Dios y acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia. La concordia, la unión de corazones, estar de acuerdo entre nosotros, es lo propio del cristiano. Este es el modo de apresurar la venida del Reino de Dios: la entrega sincera de sí mismo a los demás. El cristiano, por medio de su bautismo, ha sido injertado en la muerte y resurrección de Cristo y vive una nueva vida: la vida que es donación, que es servicio para los hermanos en la fe y acoge a los hombres para llevarlos a la verdad del Evangelio.


Sugerencias pastorales

1. Poner la mirada en el futuro con esperanza. En muchas ocasiones la experiencia del propio pecado o del pecado ajeno nos puede postrar y crear un estado de desilusión o desespero. La llegada del Reino de los Cielos en Cristo Jesús nos invita a lo contrario: Que la mirada, pues, esté puesta en el futuro. El Padre misericordioso no tiene en cuenta los pecados de los que nos hemos arrepentido verdaderamente (Cf Is 38,17). Él realiza ahora algo nuevo y, en el amor que perdona, anticipa los cielos nuevos y la tierra nueva. Que se robustezca, pues, la fe, se acreciente la esperanza y se haga cada vez más activa la caridad, para un renovado compromiso cristiano en el mundo del nuevo milenio (Cfr. Bula Incarnationis Mysterium No.11). No nos dejemos llevar por el mal, más bien venzamos al mal con el bien. No perdamos el ánimo ante los pecados del mundo, más bien escuchemos la voz de Cristo que nos invita a tomar parte en la redención del mundo con nuestro propio sacrificio.

2. La conversión nunca termina. Es un hecho que en nuestro caminar hacia Dios descubrimos muchas faltas y deficiencias personales. A pesar de nuestros anhelos de santidad, tenemos que hacer las cuentas con nuestra propia debilidad. Por eso, es más saludable que la doctrina de la conversión permanente. En realidad, cada día, cada momento de nuestra vida es una nueva oportunidad para convertir el corazón, para "purificar la memoria", para elevar la mente y el corazón a Dios y pedirle: "Señor, perdóname". Este pequeño y gigantesco acto de fe nos dispone a acoger el Reino de los cielos, más aún, construye el Reino de los cielos de acuerdo con los planes de Dios. Vivamos pues ante la mirada de Dios sabiendo que Él viene y no tardará y nos juzgará por nuestras obras, no sólo por nuestras intenciones.

Autor: P. Antonio Izquierdo | Fuente: Catholic.net