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viernes, 11 de febrero de 2011

Pero yo os digo

Comentario al Evangelio del próximo domingo, sexto del tiempo ordinario (Mateo 5,17-37), 13 de febrero, redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo.
"No piensen que he venido a abolir la ley o los profetas. No vine para abolir, sino para cumplir. Les aseguro que mientras duren el cielo y la tierra, ni una "i" ni una coma de la ley dejará de realizarse. Por tanto, quien quebrante el más mínimo de estos mandamientos y enseñe a otros a hacerlo será considerado el más pequeño en el reino de los cielos. Pero quien lo cumpla y lo enseñe será considerado grande en el reino de los cielos. Porque les digo que si el modo de obrar de ustedes no supera al de los letrados y fariseos, no entrarán en el reino de los cielos.
Ustedes han oído que se dijo a los antiguos: No matarás; el homicida responderá ante el tribunal. Pues yo les digo que todo el que se enoje contra su hermano responderá ante el tribunal. Quien llamé a su hermano imbécil responderá ante el Consejo. Quien lo llame renegado incurrirá en la pena del infierno de fuego. Si mientras llevas tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra tí, deja la ofrenda delante del altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y después vuelve a llevar tu ofrenda. Con quien tienes pleito busca rápidamente un acuerdo, mientras vas de camino con él. Si no, te entregará al juez, el juez al comisario y te meterán en la cárcel. Te aseguro que no saldrás hasta haber pagado el último centavo. 
Ustedes han oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo les digo que quien mira a una mujer deseándola ya ha cometido adulterio contra ella en su corazón. Si tu ojo derecho te lleva a pecar, sácatelo y tíralo lejos de tí. Más te vale perder una parte de tu cuerpo que ser arrojado entero al infierno. Y si tu mano derecha te lleva a pecar, córtatela y tírala lejos de tí. Más te vale perder una parte de tu cuerpo que terminar entero en el infierno." 
La novedad del Evangelio no es una fosilización de cuanto dijeron Moisés y los Profetas. Éste era el problema de los fariseos. Porque en nombre de la tradición se puede caer en el tradicionalismo, precisamente cuando las palabras que se transmiten ya no producen vida sino aburrimiento, no generan libertad sino ataduras, y han dejado de ser la tradición viva de un Dios vivo, para convertirse en el tradicionalismo cansino de un grupo anquilosado. Jesús apela a la fidelidad de la verdadera tradición, pero advierte del riesgo que se corre en confundirla con el tradicionalismo.
Jesús tras haber declarado que no se saltará ni una tilde de la Ley, comienza una serie de contraposiciones muy características de su autoridad: "habéis oído que se dijo... pero Yo os digo". Parece una contradicción, mas no es otra cosa que la plenitud del mismo mensaje, de toda la revela­ción de Dios. No se trata de un nuevo código de circulación religiosa lo que Jesús enseña, sino que presenta ejemplos muy plásticos para aquella gente, a fin de mostrar lo que es un discípulo suyo.
Jesús presenta su camino como una actitud de pureza de corazón, de libertad de espíritu, tanto ante el Padre Dios como ante el hermano hombre: no sólo no matar, sino querer bien al otro, con y desde el corazón, porque hay mu­chas maneras de matar y de odiar, y una de ellas es la de haber dejado de amar. Para el cristiano, no basta con no ma­tar, hay que dar vida, generarla; no basta con no odiar, hay que amar.
Es la condición previa para poder acercarse a Dios, porque inútilmente nos allegamos al altar santo cargados de ofrendas de oficio y estereotipadas, si nuestro encuentro con el Señor no viene envuelto y acompañado con el encuentro fraterno con los demás (Mt 5,23). Y lo mismo dirá respecto del adulterio: el discípulo cristiano no simplemente se contenta con una integridad física, material, de escaparate, sino que también debe aspirar a la del corazón y a la de los ojos, porque "quien mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior" (Mt 5,28).
Sin duda que Jesús sorprendía a sus coetáneos, por la sabiduría de sus palabras, por la inteligencia en su manera de no traicionar la tradición. Frente a tantos ma­estros y maestrillos, su figura se levanta llena de luz y capaz de iluminar a quien a ello consienta: otros dicen, otros imponen, otros..., pero Yo os digo. Los discípulos de hoy, tenemos la imperiosa necesidad de reconocer esa Voz, reconociéndonos en ella, sobre todo cuando lo que dice es tan diverso a lo que otros dicen. Sólo Él es el Maestro.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Arrepiéntete Porque El Reino de Dios está Cerca (Mateo 3, 1-12)

Para este segundo domingo de adviento, la liturgia nos invita directa y expresamente a la conversión como condición indispensable para recibir la venida de Dios. La convocatoria es clara: arrepiéntanse, porque el Reino de los cielos está cerca.
A partir del desierto, Juan Bautista no cesa de invitar a preparar el camino al Señor, para que así pueda experimentarse la salvación. Es una propuesta muy audaz. Pero para ello hace falta demostrar con obras que hay un cambio auténtico, revirtiendo los escollos donde se hace caer a las personas, y lograr que la gente pueda caminar sin tropiezos, sin zancadillas ni estorbos que arruinen el esfuerzo humano por salir adelante, especialmente el esfuerzo del pequeño, del frágil, el pobre.
En este evangelio (Mt. 3,1-12) se resalta la figura sencilla y franca del Bautista, en contraste con la figura de personajes importantes como los fariseos y los saduceos, quienes han tenido en sus manos las posibilidades de hacer grandes cosas en beneficio de los demás, y sin embargo se han dedicado a cansar a la gente, a explotarla, incluso a burlarla. No están dispuestos a preparar ningún camino. Su actuación ahoga toda esperanza. Por eso, el Bautista les habla a ellos y a nosotros también, diciendo: No se afiancen en que son Hijos de Abraham (o de la tradición), porque hasta de las piedras puede Dios sacar hijos de Abraham.
Juan es la voz que clama en el desierto. En medio de situaciones donde se derrumba la esperanza y donde la vida parece perderse, aparece justamente el desierto como el lugar de la escucha de la Palabra de Dios. El desierto sigue siendo el mejor ámbito para atender a la llamada de Dios a cambiar el mundo, porque nos coloca en la intemperie. Nos coloca de frente con lo más auténtico de nosotros mismos y nos dispone a mirar con nuevos ojos la realidad.
Pero la invitación del Bautista no se limita al bautismo con agua en orden a nuestro perdón. Va más allá. Apunta directamente al bautismo con Espíritu y Fuego que practicará Jesús. Un bautismo que nos convierte en personas nuevas, porque no dan cabida al rencor ni acumulan resentimientos. Un bautismo que cambia desde dentro. Desde lo más íntimo de cada quien. Pero un cambio que se traduzca en compromiso por el bienestar de los demás. Desvirtuaríamos el Evangelio si consideramos la conversión como un asunto privado y sin contribuir a que muchas personas vivan con dignidad.
Nos están convocando, pues, a la audacia de vivir como personas nuevas. Y ¡qué importante es esta convocatoria! ¡Qué significativo sería pedir perdón a quienes hemos hecho sufrir o a quienes hemos causado daño! El perdón limpia el alma, transforma el corazón, ablanda la dureza de mente, nos libera para una mayor calidad de vida: nos libera para la Salvación. 
Gustavo Albarrán, S.J.