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martes, 1 de mayo de 2012
¿Será posible salvar a la Tierra?
El equilibrio ecológico está perdido, tanto por el envenenamiento de la atmósfera como por la desertización galopante, a pesar de las inundaciones que anegan extensas tierras de cultivo y devastan poblaciones. Las catástrofes, cada vez más frecuentes, incluso cíclicas, y progresivamente más agudas, evidencian que la Tierra, nuestra casa, requiere ser reparada y
sobre todo demanda cuidado constante, en vez de desconocimiento y saqueo, como si, en vez de ser la casa de todos que es, fuera una cantera de recursos que se explota hasta que se acabe, que será cuando nos acabemos todos.
Hoy podemos ver lo que sucede en tiempo real y lo podemos ver casi como si nos halláramos presentes. Por eso nos estremecen las imágenes de zonas vastísimas bajo las aguas y casas y
personas arrastradas por ellas o tierras muertas de sed con animales y seres humanos famélicos, agonizantes o muertos; laderas que se caen a pedazos, olas gigantescas que entran incluso kilómetros tierra a dentro, casas pulverizadas, miles de personas desoladas, rostros sumidos en su dolor o que nos miran e incluso nos gritan demandando ayuda. Sucede tan a menudo que casi nos hemos acostumbrado a verlo. Podemos decir que siempre están sucediendo una o varias catástrofes.
Por una parte nos estamos haciendo cargo lentamente de la fragilidad de los ecosistemas, es decir, de que la Tierra es un ser vivo, un sistema de sistemas en movimiento, que requiere respeto y cuidado. Y, sin embargo, esta conciencia no ha influido todavía en las políticas de los Estados ni en la mentalidad de la mayoría de los dueños de capital, que siguen considerando a la Tierra, no como un ser vivo ni menos aún como el ser vivo que nos cobija, sino simplemente como una cantera de recursos no renovables.
Todos vemos que se está agotando; pero todavía no nos decidimos a cambiar la relación con ella. Más todavía, los que se aprovechan de esquilmarla ponen todo su poder en lograr de los políticos que se inhiban y por ahora lo van logrando. Es una tragedia que se desarrolla a la vista de todos, cuya irracionalidad reconoce y lamenta la mayoría, pero que, hasta ahora, sigue su curso inexorablemente.
***
Injusticia, insensibilidad, pero, sobre todo, irracionalidad. A mí antes me impresionaba y me exasperaba la injusticia, la insensibilidad, tanto de los poderosos esquilmadores, que son los
principales culpables; como de los políticos que se hacen de la vista gorda; como de los pobres que siguen quemando sabana, que ranchifican cabeceras de ríos y montan sus tugurios en zonas
de protección de las ciudades; como de la opinión pública, no sólo la de los massmedia, que por lo general no pasa de ser apéndice de esos poderosos, sino, sobre todo, de la ciudadanía de a pie, que es la más afectada. Ahora me da escalofríos la irracionalidad.
¿Cómo podemos alardear de civilizados cuando sufrimos enfermedades respiratorias, de la piel, intestinales e incluso cáncer sin mover un dedo para impedirla? Eso, sin contar los cortes de agua y luz; el envenenamiento de las playas; el aumento de la temperatura y la merma acelerada de los casquetes polares con el peligro avisado de la subida de las aguas y la desaparición de muchísimas ciudades costeras; el deterioro del agua que casi no es potable, incluso de los alimentos. ¿Por qué tanta inhibición en un asunto que nos incumbe tanto?
En los capitalistas esquilmadores (no todos los capitalistas lo son) la razón de fondo es muy sencilla: están convencidos de que podrán salvarse de la catástrofe, creen que no va a llegar
a sus paraísos privados. Se creen a salvo de toda contingencia, invulnerables. Y prefieren sus negocios a la suerte de los demás, porque no se sienten ligados a ellos por lazos obligantes ni menos aún por simpatía y ni siquiera por compasión.
En los políticos la razón es clara: o son los mandaderos de esas corporaciones o no quieren malquistarse con su clientela pobre o ambas cosas. Ellos son tan cortoplacistas que no se han puesto a pensar en ellos mismos como ciudadanos concretos.
El problema es más complicado en la ciudadanía y más todavía en los pobres, que son las principales víctimas en las catástrofes.
Empecemos por estos últimos. Como no tienen lugar en las ciudades, tugurizan sus zonas de protección deteriorando irremisiblemente el ambiente. Como los campesinos no tienen recursos
para sacar agua de la tierra o para construir canales de riego, arrancan las últimas matas para hacer leña y sus animales se comen hasta las raíces porque es lo único que encuentran. Como
los abandonan, ellos no pueden hacer otra cosa, porque no pueden morirse de hambre. Y, sin embargo, muchísimos se mueren de inanición o por enfermedades de pobres.
***
El totalitarismo de mercado echa redes y cadenas. Respecto de la ciudadanía, la incongruencia que hay que explicar es cómo viviendo en democracias, al menos formales, no presionan para
que sus gobiernos, elegidos por ellos, se aboquen de una vez por todas a resolver de raíz un problema que los afecta directamente y cada día más. La ciudadanía está sensibilizada del problema ecológico, hasta siente un creciente temor y, cuando hay una catástrofe, pánico. Y sin embargo, no presiona a los gobiernos.
La causa es la situación de crisis que los grandes financistas, a pesar de haberla provocado, han logrado hasta ahora que cargue sobre la población, sobre la clase media baja y sobre la clase popular. Esta ciudadanía de a pie está contra las cuerdas, sin empleo o con un empleo
precario y amenazado, con una seguridad social que cada día va dejando más espacios inseguros o que apenas cubre lo mínimo o ni siquiera eso. Esta ciudadanía sabe que depende de los mercados, de la confianza de los inversionistas, y que los inversionistas se ponen nerviosos y retiran
sus fondos, si un Estado anuncia que está estudiando cambios en materia ambiental, tanto en las fábricas contaminantes como en la contaminación del trasporte. Mucho más, si habla de la necesidad de cambiar los hábitos de consumo galopante para entrar en una onda de contemplación y convivencia con la naturaleza que haga innecesarias muchas mercancías. Recor demos a Bush, portavoz de las corporaciones, diciendo a la nación, después de la destrucción de las torres
gemelas, que la actitud patriótica consistía en consumir. El modelo consiste en incrementar incesantemente la amplitud del circuito producción-consumo y su velocidad. La prédica de los massmedia y de los políticos no cesa de insistir en que atentar contra el modelo es atentar contra el orden establecido, es atentar contra la economía y por tanto contra el empleo, y por ende, quedarse sin medios de vida. Ésta es la prédica del totalitarismo de mercado, que inculca que sin él se acaba la posibilidad del bienestar. Y, si se acaba, la vida no merece la pena.
Ante esta amenaza, la gente prefiere no mirar más allá del presente y paliar como se pueda las catástrofes que vayan viniendo. Pero no se atreve a pedir ni menos aún a buscar un cambio de modelo.
El totalitarismo de mercado actúa, con redes y cadenas, como decía san Ignacio en la meditación de Las Dos Banderas, central en sus Ejercicios Espirituales. Ante todo, las redes de la seducción, a través de la publicidad y de la propaganda política, que ha tomado su mismo formato. La publicidad nada dice de la mercancía publicitada, simplemente la liga mágicamente a
pulsiones y deseos, a un mundo de ensueño al que se le invita a entrar consumiéndola. Cuando la persona se ha convertido en un adicto, cuando no puede vivir sin consumir, sin estar en ese
mundo, cuando necesita dinero para consumir, vienen las cadenas del contrato de trabajo, un contrato privado en el que no se puede meter el Estado. La gente tiene que agachar la cabeza
porque necesita la plata.
Ahora cada vez puede consumir menos. Pero al menos quiere seguir en ese mundo. No puede hacerse la idea de recrear el mundo que vive. No puede darse el lujo de emprender esa
aventura. Está preso de las cadenas.
***
La resistencia de los de arriba a ligar su suerte a la de la humanidad imposibilita que se acometa el problema ecológico. La tesis es que mientras que cada uno de los seres humanos que
vivimos en esta tierra y sobre todo los ricos que viven en paraísos no ligue la propia suerte a la de toda la humanidad y particularmente a la de los pobres del propio país, no se acometerá con seriedad el problema ecológico.
Hay una resistencia terrible a asumir esa tesis por los costos ingentes que implica. Asumir que la humanidad viaja en un único barco, que no existen acorazados para los poderosos ni paquebotes de lujo para los ricos, que ante la posibilidad de un naufragio, de nada valen las clases, que todos corremos la misma suerte, que nos salvamos o nos hundimos todos, es casi imposible para los que se ven afuera y arriba, inasequibles para la masa, para los que deciden.
No lo pueden asumir porque va en la dirección opuesta de la dirección dominante de esta figura histórica que ha conseguido que un rico nunca tenga que ver a los pobres, que no tenga que
ver a nadie que no quiera ver, que los mundos-de-vida exclusivos y excluyentes cada vez lo sean más, que sean verdaderos abismos sin ningún puente ni paso, sin ninguna comunicación; sólo la
relación unidireccional y virtual del espectáculo de los satisfechos, que se prodiga para que quede claro que para unos vivir es sólo ver y para los elegidos consiste en estar adentro y ser los autores y protagonistas de la vida que se publicita.
El estar confinados en su mundo-de-vida les da una irrealidad absoluta de la que no pueden hacerse cargo. Como lo manejan todo, creen poseerlo todo y no se dan cuenta de que no tienen densidad humana, la que poseen quienes cargan con el peso de la realidad que ellos les han cargado y que no llevan ni con un dedo, si es que logran que ese peso no los aplaste.
Como esas personas han optado por vivir separados de las masas y en un mundo exclusivo, como para ellas lo único decisivo es habitar su paraíso y que sigua la fiesta, se niegan a hacerse
cargo de la posibilidad de que no exista ya ningún paraíso y que tengan que luchar con todos por la pervivencia de la vida, de sus vidas, ligadas inexorablemente a la del planeta. Esperan que se invente alguna forma de escapar de la suerte común. Ellos, desde sí mismos, no van a dar el paso de pensar y actuar ecológicamente, no van a dar el paso de echar su suerte con los demás.
No lo van a dar porque no son sujetos humanos. No tienen esa libertad. Viven presos de su mundo.
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Ser sujeto haciéndose cargo, encargándose y cargando con la realidad, no descargándose en los de abajo. Sólo estarán en condiciones de hacerlo quienes se liberen de esas redes y cadenas y se constituyan en verdaderos sujetos humanos. ¿Es esto posible? La propuesta cristiana es que siempre es posible vivir humanamente. Más aún, que la posibilidad mayor de vivir humanamente es cuando se vive a contracorriente, donde no hay condiciones para vivir sin resignarse a ellas o desolidarizándose de los triunfadores de este mundo y ligando su suerte a los de abajo.
Quienes cargan con el pecado del mundo, si no son aplastados por ese peso, internalizándolo o echándose a morir o reaccionando reactivamente, sino que lo cargan haciéndose cargo de él, a la vez de su injusticia y de su realidad y encargándose de lo que les toca y abriéndose a los de su mundo para que todos asuman su responsabilidad y se ayuden mutuamente a llevar las cargas, ésos son los seres humanos por excelencia, los seres humanos densos y libres con libertad liberada, quienes vencen al mal con el bien, quienes son llevados por el Espíritu de Jesús, el Cordero de Dios que carga con el pecado del mundo y así lo quita.
Esos seres humanos existen. Entrar de uno u otro modo en su mundo para ayudarlos y ponerse a su discipulado, es el modo cristiano de llegar a ser sujeto humano. Jesús decía que era una senda estrecha y que pocos dan con ella. El que la encuentre, tiene la obligación de dar testimonio del tesoro que ha encontrado para que otros puedan vender esa burbuja de bienestar soñado que le
han vendido y entregarse a dar desde su pobreza y a recibir el don de los pobres, que es la perla más fina y el don más sagrado.
La Tierra se salvará cuando nos salvemos los seres humanos. Eso pasa por la solidaridad con los pobres.
Pedro Trigo, s.j.
Centro Gumilla, Análisis de coyuntura AMÉRICA LATINA Y CARIBE, ENERO-MARZO 2012
lunes, 21 de noviembre de 2011
Decir el Reino de Dios hoy
Miguel Otero Silva quiso compartir con nosotros sus inquietudes que se cristalizaron en su último libro La piedra que era Cristo. Era para él un asunto vital y quería llevarlo a cabo con el mayor profesionalismo posible. Una de sus primeras sorpresas al estudiar la bibliografía que le recomendamos fue la insistencia de los autores en el tema del Reino de Dios. Todos los libros sobre Jesús que leía hacían de ese concepto un asunto central. Él nos comentó su extrañeza: "en el colegio San Ignacio nunca nos hablaron de eso".
El Reino de Dios en los Evangelios
Esta anécdota puede servir de marco para introducir el tema. En efecto, cualquiera que se moleste en abrir las páginas de los tres primeros evangelistas (Mateo: Mt, Marcos: Mc, Lucas: Lc) verá que a cada paso tropieza con esa expresión, y en seguida se persuadirá de que para Jesús es una referencia fundamental. Él comienza proclamando que ya llega (Mc 1,15); en su oración nos insiste en que pidamos que llegue (Mt 6,10); nos ilustra sobre la actitud que debemos tener para acogerlo (Mc 10,15); explica que hay personas que están cerca de él (Mc 12,34); exhorta a que estemos en vela para poder entrar en él cuando llegue (Mt 25,1-13).
Asienta que es Dios quien lo da por puro beneplácito (Lc 12,32), y especifica a los destinatarios (Lc 6,20; Mt 5,3.10), lo que supone que o bien no es para todos o que está destinado de un modo especial a determinadas personas. Por otra parte habla repetidamente de entrar en el reino, lo que parecería presuponer que es un espacio o dimensión ya presente al que hay que acceder (Mt 5,20;7,21;23,13).
En todos estos textos aparece que hay gente que ciertamente no va a entrar, si no cambia radicalmente de actitud. Por tanto pide la conversión como actitud consecuente al creer en su propuesta (Mc 1,15). Los pasajes que se refieren a las condiciones para entrar y los que anuncian que viene tienen de común que para los oyentes es un acontecimiento inminente pero futuro, ya que si habla de qué hay que hacer o evitar para entrar en él, presupone que todavía no han entrado. Sin embargo, en otros afirma que el reino ya está presente (Lc 17,21); es la semilla que va plantando en medio del pueblo y en el corazón de cada quien (Mc 4,3-11); lo hacen presente sus obras liberadoras (Lc 11,20). Más aún, su misma presencia marca el inicio del tiempo del reino, un tiempo tan cualitativamente superior al anterior que el menor de los que lo acepten será mayor que Juan Bautista, que es el mayor de los que habían vivido antes del reino (Lc 7,28). Por eso en sus parábolas del reino, él, que se califica a sí mismo de maestro iniciado en los secretos del reino (Mt 13,52), lo compara a la perla de más valor y a un tesoro fabuloso. Cuando alguien da con él, de la alegría, vende todo cuanto posee para adquirirlo (Mt 13,44-46). El reino de Dios es, dice en el mismo tono, un gran banquete, el banquete sin término que ofrece el propio Dios (Lc 22,16), el banquete de bodas de su hijo (Mt 22,2).
El Reino como acontecimiento
Basten estas breves indicaciones para mostrar cómo Jesús de Nazaret no se predica a sí mismo ni habla sólo de Dios. Su misión gira en torno al reino de Dios. A este término, aunque existía en su tiempo, es Jesús quien le da esa riqueza de significados y lo coloca en ese lugar central. Al referirse al reino de Dios está diciendo que el Dios al que él hace presente no es el Totalmente Otro que no se interesa por la vida y por la historia; tampoco es el que se relaciona con las almas individuales desconectadas del mundo, sino el que tiene un designio sobre su creación, un designio de salvación y de plenificación.
Por eso el mensaje del reino es "evangelio": la noticia más hermosa y decisiva que pueda comunicarse. El reino es iniciativa de Dios, gracia suya. En ese sentido es de Dios: es él quien lo otorga porque es su beneplácito, porque es bueno. Pero también es de Dios porque lo que otorga no es otra cosa que a sí mismo como fuente de vida feliz-. Como lo habían anunciado los profetas, el creador de la humanidad quiere desposarse con ella en cercanía absoluta, en rectitud, justicia y verdad, en misericordia y ternura, en perdón (Oseas 2,16-25). La aceptación de esa relación reconforta, revitaliza, rehabilita, sana y transfigura.
Esto es lo que anuncia Jesús: Dios viene a reinar sobre la humanidad. Dios no reina desde afuera y desde arriba; reinar para él no es someter. La diferencia entre Dios y los ídolos es que éstos les viven a sus adoradores y por eso cuanto más grandes se muestran tanto son una carga más pesada; Dios en cambio carga con todos y lo hace de buena gana y no se cansa (Isaías 46,1-4). Dios es el que nos origina y posibilita, el que da, el que construye la casa y guarda la ciudad. Nosotros nada podemos darle porque él no es un ser de necesidades y porque, si necesitara, no tendría necesidad de pedirnos a nosotros. Ésta es la soberanía de Dios, que viste de esplendor a los lirios del campo y alimenta a los pajaritos y que considera más valiosos a los seres humanos y los cuida más pormenorizadamente. Pero lo que anuncia Jesús es un acontecimiento: que este Dios que se difunde porque es bueno, no sólo da sino que ha resuelto darse, hacerse para siempre Dios-con-nosotros (Mt 1,22-23). Así pues, con la expresión reino de Dios no se refiere Jesús a la relación que tiene siempre Dios con nosotros y que nosotros somos proclives a olvidar o a distorsionar.
Revela más bien un designio concreto: el de ser nuestro Dios y nosotros su pueblo, en el mismo sentido en que los esposos se entregan mutuamente y se reciben hasta quedar definitivamente referidos entre sí.
Jesús, portador del Reino
Jesús es el heraldo que comunica esta gran noticia, el evangelizador por excelencia (Mc 1,14; cf Isaías 52,7). Pero es también y sobre todo el evangelio porque esa alianza nueva y definitiva se realiza en Jesús (Lc 4,17-21). Jesús es el sí de Dios, porque en él Dios cumplió todas sus promesas (2 Corintios 1,19-20). Por eso dice a sus discípulos: "dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver los que ustedes ven, pero no lo vieron" (Lc 10,23-24).
La gente popular sí percibió que en Jesús pasaba Dios salvadoramente. En sus palabras y sus signos, en su presencia sentía ese sobrecogimiento y ese entusiasmo que es la reacción típicamente humana ante la presencia de lo divino (Lc 4,36; 5,26; 6,17-19; 7,16; 8,25.37.56; 9,43; 11,14; 13,17; 18,43). La gente sí canceló la cotidianidad para estar con Jesús, de tal manera que permanecían con él días enteros olvidándose hasta de comer y Jesús no tenía espacio ni tiempo para hacerlo. Para la gente la presencia de Jesús abría posibilidades inéditas. La enfermedad, la desesperanza, la postración, cedían y la fe en Jesús los movilizaba. A través de su entrega servicial, humilde y fuerte, percibían que Dios se hacía presente llenándolos de energías de vida, de un dinamismo esperanzado, de sentido, de la fuerza de su amor. No era un entusiasmo enajenante y adormecedor. Por el contrario, las palabras de Jesús eran como una espada, contenían una luz que los desnudaba por dentro hasta disolver sus mentiras y abrirse paso la verdad que libera. Jesús era el catalizador que originaba una transformación liberadora en los diversos campos y dimensiones de la existencia.
Reinado y Reino
Así pues con la expresión reino de Dios, Jesús designa ante todo un acontecimiento: la decisión de Dios de reinar en su pueblo, en la humanidad y en toda la creación. Eso lo entiende no como la determinación de imponer su voluntad por las buenas o por las malas, sino como el establecimiento de una alianza incondicional, una alianza más parecida a la matrimonial que a las alianzas políticas, ya que su contenido es una relación personalizadora, una cercanía absoluta, que, porque está impulsada por el amor, es fuente de libertad. Dios dice que sí a la humanidad. A este aspecto de la proclamación de Jesús podemos designarla como reinado de Dios, es decir la acción de ejercer su soberanía, que es servicio amoroso, entrega de sí mismo.
Pero muchas expresiones de Jesús se refieren, además de al acto de reinar, al resultado de ese acontecimiento, que es un mundo reconciliado, una familia de pueblos, una vida feliz, el gozo de la abundancia y el reconocimiento mutuo, el descanso en la plenitud, que es lo que expresa la paz bíblica. A ese estado que resulta del proceso, un estado cósmico, social y, por supuesto, personalizado, lo podemos designar propiamente reino de Dios.
El reino de Dios, la morada de Dios con los seres humanos, como la designa el Apocalipsis (21,3), es sin duda una magnitud objetiva; pero como no nace de una imposición exterior sino de un proceso de transformación, fruto de la aceptación de la entrega que Dios nos hace de sí, fruto, pues, de una conversión personal, es a la vez don de Dios, dar de sí de la humanidad y de la creación, plenificación y autotrascendencia, posibilitadas por el Espíritu de Dios en nosotros.
Ahora bien, si la alianza de Dios y la humanidad se establece en Jesús, eso significa que el reino de Dios es el reino del ser humano, el reino de la humanidad. Dios se nos da humanamente. Para encontrarnos con Dios no hay que separarse del mundo porque en Jesús Dios entra en nuestra historia y sólo en ella podemos recibir su salvación. La salvación religiosa ya no puede consistir en salvarse del mundo. Ya no hay templos como casas de la divinidad, apartadas de lo profano. Jesús es ese templo en el que cabe la plenitud de la divinidad corporalmente (Colosenses 2,9).
Así pues la plenitud que resulta de la unión con Dios no puede ser acosmística; es plenitud humana. El reino de Dios es el reino del ser humano, como vislumbraron los ilustrados. Pero lo que ellos no captaron es que el ser humano supera infinitamente al ser humano, es decir que el paradigma de lo que sea humano es Jesús de Nazaret: ése es el paradigma rigurosamente trascendente. Sólo en él caben todas las épocas y culturas, sólo en él podemos encontrarnos todos los seres humanos en la libertad y en la verdad.
Así pues la aceptación del reinado de Dios se da en el seguimiento de Jesús, que es la prosecución de su historia, que es actuar en nuestra situación de un modo equivalente a como él lo hizo en la suya. Esta fidelidad creativa es posible a todos los seres humanos, incluso a quienes ignoran el nombre de Dios y de Jesús, porque sobre cada uno está derramado el Espíritu de Dios que es el de Jesús. Así pues a todos está abierta la posibilidad de constituirse en hijos de Dios y de ir construyendo el mundo fraterno de los hijos de Dios. Ese mundo sería el reino de Dios.
Reino y antirreino
La distinción entre la humanidad tal como es propuesta en las diversas culturas y la humanidad de Jesús de Nazaret es necesario mantenerla porque ella explica que su propuesta no fuera aceptada por los intelectuales de esa cultura y por los que la representaban a nivel religioso, social y político. A Jesús lo siguieron algunos intelectuales y jefes y algunos considerados como buenos ciudadanos, pero el grueso de sus seguidores lo constituyeron los excluidos de esa cultura, los despreciados por ella, los discriminados, que, como hoy, eran la mayoría.
Jesús murió condenado a muerte por las autoridades, es decir exhibido por los representantes legítimos de la religión revelada y por un imperio que ha pasado a la historia como inspirador de derecho y justicia, como modelo de lo que no se debe hacer ni ser. Eso significa que los paradigmas humanos establecidos distan mucho e incluso contradicen lo que Dios tiene en mente cuando crea al ser humano. Jesús, el paradigma de humanidad propuesto por Dios, fue desechado. Así pues, las ideologías que segregan las culturas pueden ser tinieblas que ocultan y justifican situaciones, estructuras e instituciones de pecado. Hay direcciones de humanidad publicitadas y premiadas con el éxito, que en realidad son fracaso existencial, deshumanización.
Así pues el reinado de Dios no es un acontecimiento que se solapa a la evolución del cosmos y de la humanidad, potenciando su lógica inmanente y la direccionalidad dominante. Por el contrario, esta decisión de Dios de unirse con la humanidad, tal como la manifestó y realizó Jesús de Nazaret, es resistida e incluso combatida. En la historia y en cada vida humana hay impulsos divergentes e incluso contrapuestos. Más aún, existe el antirreino, es decir un estado de cosas que no es acorde con el plan de Dios e incluso en puntos decisivos lo niega. No afirmamos que alguna figura histórica o algún individuo sea absolutamente contrario al plan de Dios, como tampoco existen sujetos sociales o personales que respondan a él completamente. Hay figuras históricas, estructuras e instituciones más malas que buenas, en tanto otras son más buenas que malas.
La transformación estructural superadora no consiste en llegar a algo bueno sino a algo más bueno que malo. Tampoco la Iglesia es completamente buena, ella no es el reino ni lo que acontece en ella es siempre expresión del reinado o soberanía de Dios. También ella, como cualquier institución, debe reformarse constantemente.
Esta ambivalencia histórica no nos lleva al relativismo sino al discernimiento para ver si una realidad es más buena que mala y hay que apoyarla o más mala que buena y hay que transformarla. También nos lleva a la vigilancia constante para que nuestro dinamismo vaya en la línea del reino y no del antirreino.
Por qué nuestra Iglesia no predica el reino
Nos faltaría responder por qué Miguel Otero Silva pudo decir con verdad que los curas de su colegio no le habían hablado del reino de Dios, por qué casi todos los venezolanos pueden alegar lo mismo, por qué este tema está ausente de nuestra Iglesia, si para Jesús era central.
La respuesta es realmente compleja y tiene raíces profundas. Una es sin duda la entrega de la colectividad y sobre todo de los dirigentes a hacer de este mundo el reino de Dios empleando, además de la fuerza del Espíritu, el poder económico, social y en definitiva político. Si la Iglesia acepta el poder que rechazó Jesús (Mt 4,8-10; Juan 18,36-37), el resultado no es una alianza personalizada con Dios y una entrega en libertad a construir el mundo fraterno de los hijos de Dios, sino un ámbito coactivo en el que el pueblo es súbdito del Estado y de la Iglesia en una sociedad de desiguales.
Esto fue la cristiandad. Cuando estalló hecha pedazos por la eclosión de los Estados nacionales modernos, la teoría que la sustituyó fue la de los dos reinos, que en la práctica consagró la privatización del cristianismo y su confinamiento al ámbito de la conciencia. El cristianismo se reducía a lo religioso-moral y desaparecía el horizonte del reino de Dios, en el doble sentido de ese dinamismo que debe impregnar todos los ámbitos de la existencia y de esa determinación de transformar al mundo para que todo en él sea expresión de la fraternidad de los hijos de Dios.
Hoy, por la secularización de la política y el pluralismo religioso, es claro que el papel de los cristianos es, como lo había propuesto Jesús, ser levadura: llevar unas vidas personales y grupales que iluminen, alienten, inspiren y fecunden, y unirse a tantos que sin saberlo se dejan llevar por el Espíritu de Jesús, por su paradigma de humanidad, para ir enrumbando la historia en esa dirección. El papel de la Iglesia, que somos todos, es proponer este proyecto de Dios, esa determinación suya de entregarse a nosotros en su Hijo Jesús y de que esa alianza se exprese en la creación del mundo fraterno de los hijos de Dios. Proponer convincentemente este proyecto requiere estar personalmente ganados para él y por supuesto desmarcarse de la dirección del antirreino y de su pertenencia estructural a él.
Es claro que esta sociedad nuestra en sus estructuras e instituciones no es cauce de fraternidad. Proponer realmente hoy el reino de Dios encierra una carga tremenda de protesta y de propuesta alternativa. Predicar y vivir al Jesús del reino tiene hoy un costo social altísimo. Una Iglesia establecida, instalada, como por instinto de defensa, pone entre paréntesis el reino y propone a un Dios y a un Cristo sin relación al reino y por tanto abstractos, inocuos.
En el autocrático siglo XVII tituló Quevedo un libro suyo "Política de Dios, gobierno de Cristo y tiranía de Satanás". Es claro que el título es una contraposición implícita, como lo fue la proclama de los profetas de que Dios en persona vendría a reinar sobre su pueblo. Era la condena a los conductores.
No por casualidad la teología latinoamericana gira en torno al tema del reino de Dios: Significa que su propuesta es pública, aunque no política; no privada, aunque sí personalizada. Significa que la religión no está separada de la vida sino que el cristianismo concierne a toda la existencia, a la historia y a la creación. Significa que la voluntad irrevocable de Dios es la constitución del mundo fraterno de los hijos de Dios. Jesús es el Hijo de Dios y el Hermano universal. Él es, pues, el camino y la matriz de este proyecto histórico. Ser cristiano es seguir a Jesús, entregarse desde su Espíritu a este proyecto.
Pero como la historia es siempre ambivalente, el reino de Dios se consumará en la transhistoria. Aunque sólo lo que se siembre acá se cosechará allá. Si acá no vivimos la vida fraterna de los hijos de Dios, es decir, la vida eterna, no la viviremos después de morir. Una concreción inevitable de este apego al Jesús de los evangelios es aceptar en la práctica que los destinatarios privilegiados son los pobres: de ellos ante todo tenemos que hacernos hermanos, si pretendemos vivir la fraternidad de los hijos de Dios.
Sin el reino de Dios el cristianismo pierde sentido y trascendencia. Pero si admitimos el reino siempre nos toparemos con algún género de muerte. Ésa es la paradoja y la elección que tenemos que hacer. Sin conversión y muerte no hay resurrección. Feliz el que se siente en el banquete del reino (Lc 14,15; Apocalipsis 19,6-9).
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Pedro Trigo, S.J.
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Pedro Trigo S.J.
jueves, 30 de septiembre de 2010
Entregó la IBERO Puebla Doctorado Honoris Causa a Pedro Trigo S.J.
En sesión pública del Senado Universitario, la Universidad Iberoamericana Puebla entregó el Doctorado Honoris Causa en Cristología Latinoamericana al Dr. Pedro Trigo S.J. como reconocimiento a su compromiso permanente y decidido a favor del respeto por los seres humanos, especialmente por aquellos que han sido menos favorecidos por nuestra sociedad.
El acto se llevó a cabo en el Auditorio Gimnasio Ignacio Ellacuría, S.J. de nuestra institución; se contó con la presencia de los integrantes del Senado Universitario, autoridades, alumnos y académicos de la IBERO Puebla. También se contó con la presencia de Monseñor Víctor Sánchez Espinoza, Arzobispo de Puebla.
Para iniciar la ceremonia, la Dra. María Eugenia Sánchez Díaz de Rivera, madrina del doctorando, recordó que Pedro Trigo es uno de los teólogos latinoamericanos más reconocidos en la actualidad y que el Doctorado Honoris Causa se le entrega por su capacidad de comunicar “aspectos complejos de la realidad y de expresar el amor incondicional del padre materno, como él llama a Dios, en la trama de este mundo cada vez más absurdo e incierto. Pedro Trigo ha mostrado una capacidad emocional, entereza y sensibilidad a la vez, digna de los tiempos que vivimos. Esto se manifiesta en su experiencia cotidiana en los barrios populares de Caracas”.
“La Universidad Iberoamericana Puebla, que en medio de numerosas dificultades y contradicciones busca afanosamente ser un espacio que desarrolle en los estudiantes la capacidad analítica y el deseo de hermanarse eficazmente con los humillados de la historia, que intenta ayudar a la sociedad a “pensarse a sí misma”, como decía Ignacio Ellacuría, y que desea que muchos de dentro y de fuera descubran las dimensiones más hondas de lo humano, se honra en entregar a Pedro Trigo el Doctorado Honoris Causa”, enfatizó la Dra. Sánchez Díaz de Rivera.
Posteriormente, el Mtro. Juan Luis Hernández Avendaño leyó el mensaje del Mtro. Fernández Dávalos, presidente del Senado Universitario. “Pedro no requiere de nuestro homenaje, es un hombre sabio y sencillo que si ha aceptado este grado honorifico ha sido en nombre y en apoyo de las causas de los pobres y sufrientes de América Latina, a quienes ha dedicado su vida y su reflexión; es la construcción de sí mismo como ser humano cabal y generoso la que lo enaltece y ensalza, no nuestra distinción. Es la contribución que como cristiano ha hecho a las causa del ser humano la que lo hace brillar, no nuestro reconocimiento”.
En otra parte del mensaje del rector se lee: “En la Universidad Iberoamericana Puebla, con este homenaje, deseamos manifestar que los indígenas, las mujeres, los migrantes, los niños y niñas, los excluidos todos, así como las esperanzas de que son portadores, están en el corazón de los afanes de nuestra universidad. Con esta distinción queremos recordar al pueblo de México y de nuestra región que la satisfacción cabal de las necesidades de los pobres es una asignatura todavía pendiente y parece que ahora olvidada. Pretendemos alzar la voz para denunciar que el dolor de millones de hombres y mujeres sigue clamando al cielo por la justicia y la libertad plenas”.
Posteriormente, en representación del Rector de la IBERO Puebla, el Mtro. Juan Luis Hernández Avendaño concedió el Doctorado Honoris Causa en Cristología Latinoamericana al Dr. Pedro Trigo y le tomó la promesa de fidelidad al nuevo Doctor, quien se comprometió a seguir auspiciando el diálogo entre la fe y la justicia, particularmente en América Latina.
En su oportunidad, el Dr. Pedro Trigo aceptó y agradeció la distinción: “Acepto este título que me otorgan con tanta generosidad, confundido porque soy consciente de lo modesto de mis aportes, agradecido porque me lo otorgan ustedes, la comunidad de la Universidad Iberoamericana Puebla, que desde la primera vez que me invitaron me acogieron con tanta calidez, cercanía e inteligencia como sólo ustedes pueden hacerlo. Agradecido porque los estimo como una comunidad empeñosa, cualificada, dinámica, capaz de trabajar en equipo, consciente de sus responsabilidades con el país y solidaria con los de abajo. Lo acepto, sobre todo, alegre porque es un homenaje a la Teología Latinoamericana. Hoy la Teología Latinoamericana no está de moda. Hoy las élites tienden a mirar al primer mundo y en su caso al norte. Hoy esta teología se ve como una interferencia inoportuna y por eso se busca afanosamente pasar esa página que tanto revuelo causó”, puntualizó.
“Sólo desde abajo puede lograrse el bien de todos, sólo cuando a los pobres les vaya bien les irá bien a todos, hoy más que nunca somos conscientes de que el bien de los de abajo no se logra por el rebosamiento hacia ellos de la abundancia de los de arriba, aunque no es fácil que lo acepten así los de arriba, quienes tienen suficientes elementos para decidir a su provecho”, dijo el nuevo Doctor Honoris Causa.
Por último, hizo un llamado a las universidades para que dar prioridad al desarrollo humano sobre el desarrollo científico y técnico. “Si las universidades acaban por adaptarse a los requerimientos de la corporación y se convierten en proveedores de su material humano, perderán parte de su trascendencia y serán parte del problema y no de la solución. Otra problemática particular es sincronizar la hora mundial y la hora latinoamericana. Porque sólo entonces estaremos en condiciones de entrar en la globalización con peso y perfil propios y con capacidad de aportar”, finalizó.
El acto se llevó a cabo en el Auditorio Gimnasio Ignacio Ellacuría, S.J. de nuestra institución; se contó con la presencia de los integrantes del Senado Universitario, autoridades, alumnos y académicos de la IBERO Puebla. También se contó con la presencia de Monseñor Víctor Sánchez Espinoza, Arzobispo de Puebla.
Para iniciar la ceremonia, la Dra. María Eugenia Sánchez Díaz de Rivera, madrina del doctorando, recordó que Pedro Trigo es uno de los teólogos latinoamericanos más reconocidos en la actualidad y que el Doctorado Honoris Causa se le entrega por su capacidad de comunicar “aspectos complejos de la realidad y de expresar el amor incondicional del padre materno, como él llama a Dios, en la trama de este mundo cada vez más absurdo e incierto. Pedro Trigo ha mostrado una capacidad emocional, entereza y sensibilidad a la vez, digna de los tiempos que vivimos. Esto se manifiesta en su experiencia cotidiana en los barrios populares de Caracas”.
“La Universidad Iberoamericana Puebla, que en medio de numerosas dificultades y contradicciones busca afanosamente ser un espacio que desarrolle en los estudiantes la capacidad analítica y el deseo de hermanarse eficazmente con los humillados de la historia, que intenta ayudar a la sociedad a “pensarse a sí misma”, como decía Ignacio Ellacuría, y que desea que muchos de dentro y de fuera descubran las dimensiones más hondas de lo humano, se honra en entregar a Pedro Trigo el Doctorado Honoris Causa”, enfatizó la Dra. Sánchez Díaz de Rivera.
Posteriormente, el Mtro. Juan Luis Hernández Avendaño leyó el mensaje del Mtro. Fernández Dávalos, presidente del Senado Universitario. “Pedro no requiere de nuestro homenaje, es un hombre sabio y sencillo que si ha aceptado este grado honorifico ha sido en nombre y en apoyo de las causas de los pobres y sufrientes de América Latina, a quienes ha dedicado su vida y su reflexión; es la construcción de sí mismo como ser humano cabal y generoso la que lo enaltece y ensalza, no nuestra distinción. Es la contribución que como cristiano ha hecho a las causa del ser humano la que lo hace brillar, no nuestro reconocimiento”.
En otra parte del mensaje del rector se lee: “En la Universidad Iberoamericana Puebla, con este homenaje, deseamos manifestar que los indígenas, las mujeres, los migrantes, los niños y niñas, los excluidos todos, así como las esperanzas de que son portadores, están en el corazón de los afanes de nuestra universidad. Con esta distinción queremos recordar al pueblo de México y de nuestra región que la satisfacción cabal de las necesidades de los pobres es una asignatura todavía pendiente y parece que ahora olvidada. Pretendemos alzar la voz para denunciar que el dolor de millones de hombres y mujeres sigue clamando al cielo por la justicia y la libertad plenas”.
Posteriormente, en representación del Rector de la IBERO Puebla, el Mtro. Juan Luis Hernández Avendaño concedió el Doctorado Honoris Causa en Cristología Latinoamericana al Dr. Pedro Trigo y le tomó la promesa de fidelidad al nuevo Doctor, quien se comprometió a seguir auspiciando el diálogo entre la fe y la justicia, particularmente en América Latina.
En su oportunidad, el Dr. Pedro Trigo aceptó y agradeció la distinción: “Acepto este título que me otorgan con tanta generosidad, confundido porque soy consciente de lo modesto de mis aportes, agradecido porque me lo otorgan ustedes, la comunidad de la Universidad Iberoamericana Puebla, que desde la primera vez que me invitaron me acogieron con tanta calidez, cercanía e inteligencia como sólo ustedes pueden hacerlo. Agradecido porque los estimo como una comunidad empeñosa, cualificada, dinámica, capaz de trabajar en equipo, consciente de sus responsabilidades con el país y solidaria con los de abajo. Lo acepto, sobre todo, alegre porque es un homenaje a la Teología Latinoamericana. Hoy la Teología Latinoamericana no está de moda. Hoy las élites tienden a mirar al primer mundo y en su caso al norte. Hoy esta teología se ve como una interferencia inoportuna y por eso se busca afanosamente pasar esa página que tanto revuelo causó”, puntualizó.
“Sólo desde abajo puede lograrse el bien de todos, sólo cuando a los pobres les vaya bien les irá bien a todos, hoy más que nunca somos conscientes de que el bien de los de abajo no se logra por el rebosamiento hacia ellos de la abundancia de los de arriba, aunque no es fácil que lo acepten así los de arriba, quienes tienen suficientes elementos para decidir a su provecho”, dijo el nuevo Doctor Honoris Causa.
Por último, hizo un llamado a las universidades para que dar prioridad al desarrollo humano sobre el desarrollo científico y técnico. “Si las universidades acaban por adaptarse a los requerimientos de la corporación y se convierten en proveedores de su material humano, perderán parte de su trascendencia y serán parte del problema y no de la solución. Otra problemática particular es sincronizar la hora mundial y la hora latinoamericana. Porque sólo entonces estaremos en condiciones de entrar en la globalización con peso y perfil propios y con capacidad de aportar”, finalizó.
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Pedro Trigo S.J.
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