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jueves, 10 de noviembre de 2011
KRISTALLNACHT
I SALUDO
Buenas noches estimados amigos. En primer lugar, quiero agradecerles la honrosa invitación a la conmemoración de este día de luto y tragedia para la Comunidad Judía y a compartir con ustedes en confianza mis sentidas reflexiones sobre este día, que es también de luto y de vergüenza para la humanidad.
“Descálzate porque pisas tierra sagrada”, dice Dios a Moisés (Ex.3, 5)
Entramos espiritualmente descalzos a la conmemoración de esta noche porque, como dice el filósofo judío Levinas al comentar la parábola del Juicio Final del Evangelio cristiano de Mateo “en el otro se da la presencia real de Dios”. Cuando el Señor dice a los justos “vengan benditos de mi Padre porque tuve hambre y me dieron de comer…forastero y me recibieron… estuve en la cárcel y me visitaron”; a estos, sorprendidos porque creen que nunca en su vida lo vieron, el Señor, les responde: cuando lo hicieron con uno de estos más pequeños conmigo lo hicieron (Mateo 25,34-40). Levinas aclara que el otro no es un mediador entre Dios y nosotros, “sino que en su Rostro escucho la palabra de Dios”. El otro es “el modo en el que resuena la palabra de Dios” (Manuel Levinas. Entre nosotros.pp.135 y 136)
Esta noche entramos en tierra sagrada al preguntarnos de corazón, ¿qué hicimos con el hermano y con Dios en la noche de Kristallnacht y en los años del terrible Holocausto? ¿Por qué la precaria tolerancia de la sociedad centroeuropea desembocó en silencio y hasta con cierta naturalidad en el crimen generalizado?
Porque con sólo tolerancia y sin reconocimiento y afirmación del “otro” como “otro” no nos encontramos a nos-otros, ni estamos en el camino de Dios. El camino hacia el encuentro del otro en su identidad es el que tenemos que recorrer con el alma descalza y va mucho más allá de la mera tolerancia.
II LOS HECHOS
Antes de toda otra consideración dejemos hablar a los hechos, con su cruda y brutal elocuencia. ¿Qué pasó en Alemania en la terrible “Noche de los Cristales Rotos” del 9 de noviembre de 1938? ¿Qué preanunciaron esos hechos? ¿Por qué ocurrieron?
Se calcula que en Europa vivían en 1933 cerca de 10 millones de personas judías o de ascendencia judía y en Alemania había unos 50.000 negocios de su propiedad; ya para julio de 1938 habían disminuido, pero todavía el 70% de los judíos seguían en Alemania. Hitler inexorablemente se encaminaba hacia la guerra, se preparaba para ella y quería activar el odio a los judíos, radicalizar su exclusión y preparar su exterminio como la “solución final”.
Las Leyes de Nüremberg de 1935 negaban la ciudadanía del Reich a los judíos, prohibían los matrimonios mixtos y se les aislaba. El 9 de junio de 1938 la sinagoga de Múnich fue demolida por los nazis. El 10 de agosto la de Nüremberg y ese mes salió el decreto que obligaba a añadir a la identificación de los varones el nombre de “Israel” y a la de las mujeres el de “Sara”. De 1933 a 1935 había ido creciendo la violencia antijudía, pero en 1938 en las calles de Viena tomó dimensiones no vistas. Se establecieron restricciones profesionales; por ejemplo, no podía haber médicos, ni abogados judíos…En vísperas de Kristallnacht en noviembre de 1938 Himmler afirmó: “En Alemania no puede seguir habiendo judíos”. Para lograr una Alemania libre de ellos, y luego Europa, era necesario perseguirlos, aterrorizarlos y expulsarlos. ¿A dónde? ¿A Polonia? ¿A Rumanía? ¿O más radicalmente a la Rusia asiática o al territorio inhóspito de Madagascar, para que se fueran muriendo?
Goebbels, el ministro de propaganda, tenía la misión de envenenar las mentes para formar una especie de “segunda naturaleza” de “segunda conciencia” contra los judíos, para que cuando llegaran los crímenes más masivos, la población los apoyara, o se callara. Todo era impulsado por Hitler, pero se cuidaba su imagen.
En este clima de creciente hostilidad Grynszpan, un joven judío polaco de 17 años, afectado por la persecución y expulsión de su familia y de 18.000 judíos de Alemania a Polonia, quiso matar al embajador alemán en París y por error mató al tercer secretario Von Rath. Al día siguiente 8 de noviembre se produjo un feroz ataque de Goebbels y de la prensa contra los judíos. Ese día Hitler ordenó a Goebbels: “retirad la policía. Que los judíos sientan por una vez la cólera del pueblo”. Goebbels dio instrucciones. Se llamó a los militantes a quemar todas las sinagogas del Reich y saquear las propiedades de judíos. Esa noche se desataron quemas de sinagogas, saqueos de negocios, ataques a las personas… instigados y dirigidos por los nazis. Las SA y SS esa noche y al día siguiente destruirían comercios, escaparates y sus cristales. De ahí el nombre la “Noche de los Cristales Rotos”.
Esa terrible barbarie desatada dio como resultado 100 sinagogas demolidas y centenares quemadas; 8.000 tiendas de judíos destruidas, y saqueadas sus viviendas; numerosas personas, incluidos niños ancianos y mujeres, recibieron palizas y maltratos, y un centenar de ellos fueron asesinados. No faltaron casos de desesperación y de suicidio y sólo en esos días unas 30.000 personas fueron enviadas a campos de concentración. Se buscaba humillar, atemorizar, demonizar al judío y excluirlo de la sociedad alemana en una lógica perversa que llevaría hacia 1942 a la “solución final” “Endlösung der Judenfrage”, que no era otra que la “Vernichtung”, es decir la reducción a la nada, la aniquilación total.
Después de esos días se obligará a los judíos a pagar mil millones de marcos por la destrucción de la que habían sido víctimas. Más adelante se radicalizó la política antijudía y su segregación, prohibiéndoles acudir a cines, parques, playas, escuelas y trenes, junto con los demás ciudadanos.
Había algunos en el gobierno que veían las consecuencias negativas para la economía y para la imagen internacional del régimen nazi, pero poco pudieron hacer. Los amigos de los judíos se sentían también atemorizados e impotentes para defenderlos. Los dirigentes de las iglesias se callaron. No hubo protesta oficial, ni de las iglesias protestantes, ni de la católica, aunque sí de pastores y de sacerdotes. Se buscaba que los judíos abandonaran Alemania, ya en vísperas de la guerra. Entre finales de 1938 y mediados de 1939 huyeron unos 80.000, entre ellos los que llegaron a Venezuela. Más adelante se organizaron los campos de concentración y las cámaras de gas y en 1942 se tuvo la Conferencia de Wannsee para acelerar la solución final y el exterminio.
Hitler en su libro Mein Kampf defendía que en la primera guerra mundial el poder judío había derrotado a Alemania.
No hubieran muerto millones de alemanes en el frente -decía- si “se hubiese sometido a gases asfixiantes a doce o quince mil de esos judíos corruptos”. Los judíos ahora-escribía- deben ser tratados como potencia enemiga y como rehenes de guerra. El 30 de enero de 1939, en el discurso del aniversario de su llegada al poder Hitler dijo:” ¡Si la judería financiera internacional dentro y fuera de Europa consiguiese precipitar a las naciones una vez más a una guerra mundial, el resultado no será la bolchevización de la tierra y con ello la victoria del judaísmo, sino la aniquilación (Vernichtung) de la raza judía en Europa!”(Citado Ian Kershaw Hitler II p. 229)
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Un mes después llegan a Venezuela dos barcos: el Caribia a Puerto Cabello con 86 judíos desterrados y el Königstein a La Guaira con 165. Luego de ser rechazados en Barbados, en la Guayana Inglesa y Francesa y en Trinidad, llegaban a costas venezolanas sin saber si serían recibidos o no. El rechazo tenía partidarios en el gabinete, pero Lopez Contreras personalmente decidió permitir el desembarco de estos inesperados huéspedes. En Puerto Cabello primero no los admiten y salen para Curazao. Dos horas, ya en alta mar, llega la autorización y regresan. Cuentan que el improvisado desembarco nocturno estuvo iluminado por las débiles luces de las casas y de algunos camiones y automóviles. Todo un símbolo: las leyes e instalaciones oficiales no estaban preparadas para recibirlas, pero el corazón humano sí.
La prensa los apoya y habla de “gente de trabajo y en posesión de utilísimos conocimientos científicos e industriales”. Hubo solidaridad de las comunidades judías venezolanas y también de no judíos que les ayudaron a instalarse en Valencia y en Caracas a unos, y a otros a formar una colonia provisional en Mampote en la hacienda cafetalera de Celestino Aza Sánchez. Éste, personalmente y con sus empleados, se empeñó en acoger bien a los desterrados. Hasta la esposa del Presidente, Maria Teresa Núñez de López los visitó con víveres y los vecinos de Guarenas les llevaron música. Una esperanza se abría para los desterrados entre la muerte y el futuro. No solamente se les toleraba, provisional y condicionalmente, sino que se les reconocía. Por encima de leyes y prejuicios, prevalecía el sentido de humanidad y el reconocimiento de que ellos también son “nos-otros”. En esos días en el periódico La Esfera alguien cuyo nombre ignoro escribió:
“Es la voluntad de la Nación, es el sentir del pueblo, de ese pueblo que los recibió entusiastamente en La Guaira y que los visita continuamente en su refugio de Mampote. Venezuela necesita gente laboriosa y honrada y los judíos lo son. Pues que se queden, en buena hora, compartiendo nuestra tierra y nuestro cielo, comiendo nuestro pan y disfrutando del afecto nacional. Ellos devolverán todo eso con creces en el producto de sus trabajos y en sus hijos, futuros defensores de la nacionalidad”.
¡Maravilloso párrafo profético!
Venezuela no se limitó a tolerarlos temporalmente y de manera condicionada y restringida, sino que los recibió, los adoptó como hijos suyos, los reconoció como hermanos y los invitó a aportar lo mejor de sí. Las décadas transcurridas confirman que el periodista de La Esfera resultó profeta y Venezuela ganó nuevos hijos; los “otros”, que nos eran extraños, se convirtieron en “nos-otros”.
Nos preguntamos ¿Por qué se desató la Noche de los Cristales Rotos en sus tierras germanas y por qué hubo música de bienvenida en el Mampote tropical? Es una pregunta obvia que nos motiva a compartir con ustedes algunas reflexiones, mirando más al futuro que al pasado.
III ¿TOLERANCIA O RECONOCIMIENTO?
Quien vive de la tolerancia de otros, vive de prestado y mientras tanto.
Cuando se sale de una noche de exclusión y de exterminio, la tolerancia parece un paraíso, así como el condenado respira con alivio cuando al pie de la horca le conmutan la muerte por la esclavitud. Pero el tolerado no es ciudadano, no se le reconocen sus derechos, se le otorga un permiso condicionado y restringido a vivir en guetos y “zonas de tolerancia”. Esa situación, cercada con barreras mentales y paredes del alma más fuertes que los muros físicos, siempre es precaria y presagia futuras tormentas.
Hace 11 años, en una conferencia sobre Diversidad Cultural y Unidad Nacional en la Unión Israelita de Venezuela, decíamos que la creencia en un Dios verdaderamente trascendente nos lleva a reconocer la misma dignidad en los que son distintos a nosotros, sin que tengan que renunciar a su identidad (pp. 5 y 6).
“Dios está allá donde se tienden los puentes para que la diversidad sea unidad, sin convertirla en uniformidad” (p.6)
La tolerancia, en cambio, es una concesión revocable a capricho de la cambiante voluntad del que tolera; le falta el reconocimiento del tolerado y sus derechos, de algo que le debemos a él.
Construyendo futuro
La celebración de esta noche no es sólo memoria del pasado trágico del pueblo judío y de la humanidad, sino voluntad de “nunca más”; es memoria de futuro y esperanza de encontrar en el reconocimiento de los otros lo que nos falta a nosotros. Ganamos unos y otros el reconocimiento mutuo.
Permítannos recurrir al rico simbolismo inspirador que tienen los relatos bíblicos que hablan a nuestro corazón de los misterios humano-divinos. Vuelvo al libro del Génesis con el relato de Jacob y de sus hijos. Seguramente la mayoría de nosotros vivió con emoción infantil el dramatismo de los desencuentros y reencuentros de José y sus hermanos. Sabemos que en el texto actual se entreveran varias tradiciones orales y distintas redacciones, como la llamada yahvista y la elohísta. A nosotros aquí nos interesa el espíritu, más que la materialidad de la letra; más el futuro que el pasado. Desde esa perspectiva de creación de futuro nuevo tomamos la sugerente enseñanza para la meditación de esta noche.
José fue vendido a mercaderes ismaelitas por la maldad y envidia de sus hermanos (Génesis 37,28). Los mercaderes lo vendieron en Egipto como esclavo, pero Dios lo protegió, llegó a conseguir el favor del Faraón y se volvió poderoso.
Luego llegan tiempos de hambre y penuria en toda la región. En contraste hay trigo en Egipto, gracias a la buena administración de José. Jacob creía que José había muerto devorado por una fiera como le mintieron sus otros hijos. Obligados por la necesidad, estos son enviados a Egipto a comprar trigo y se producen una serie de encuentros y desencuentros, de buenas y malas noticias entre José en el poder y sus hermanos indigentes que lo habían vendido. En el primer encuentro José reconoció en estos compradores a sus hermanos, pero ellos no lo identificaron a él (Gen 42, 7 y 8). Añadiendo dramatismo, los relatos dicen que José los acusó de espías y los puso presos para probarlos (Gen 42, 16). Luego, dejando preso como rehén a su hermano mayor, envió a los otros con el trigo, pero exigiéndoles que trajeran a su hermano menor Benjamín. Cuando los hermanos llegan con el trigo a Canaán a la casa de su padre, le dicen: “El hombre que es señor del país [Egipto] ha hablado con nosotros duramente y nos ha tomado por espías” (42,30). Ese señor tiene preso a nuestro hermano y para soltarlo exige que llevemos a Benjamín. El anciano se resiste: “¡Mi hijo no bajará con ustedes! Su hermano ha muerto y sólo me queda él. Si le sucede una desgracia en el viaje que van a realizar, ustedes me matarán de pena” (42,38). Pero obligados por la necesidad y el hambre, regresan donde José llenos de miedo con Benjamín. Luego de una serie de peripecias, José acusa a Benjamín y lo hace esclavo. Su hermano Judá le argumenta vivamente para que libre a Benjamín, pues de lo contrario su padre se morirá de tristeza.
José emocionado mandó salir a todos y se quedó sólo con sus hermanos que no lo conocían. Descubriendo su identidad les dijo: “Yo soy José ¿Vive todavía mi padre?” (45,3) Y luego “echándose al cuello de Benjamín, su hermano, se puso a llorar y lo mismo hizo Benjamín. Después besó llorando a todos los hermanos. Sólo entonces le hablaron sus hermanos” (45, 14-15); cuando lo reconocieron. Antes también le habían hablado pero no a su hermano con confianza sino con temor y temblor al poderoso señor que los acusa. Con el mutuo reconocimiento cambió todo. De ser acusados de espías y de ladrones, de ser presos y esclavos, aunque tolerados, pasaron al abrazo del reconocimiento fraterno. Pasaron a ser “nosotros”
Regresaron presurosos a contarle a su padre que su hijo José vivía. A Jacob le cuesta creer, pero al fin dice con alegría: “Mi hijo José está vivo; lo veré antes de morir” (45,28) Y con toda su familia emprende viaje al encuentro de José. El temor desapareció al reconocerse como hermanos e hijos del mismo padre.
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De La Noche de los Cristales Rotos al recibimiento en Venezuela no pasamos de la persecución a la tolerancia, sino al reconocimiento mutuo, base de la confianza y, como escribió entonces el citado periodista de La Esfera, “que se queden en buena hora, compartiendo nuestra tierra y nuestro cielo, comiendo nuestro pan y disfrutando del afecto nacional… ellos aportarán el producto de su trabajo y sus hijos serán futuros defensores de la nacionalidad”.
Hoy en Venezuela no podemos perder este tesoro que ha distinguido a nuestro país en el mundo por sus puertas y corazones abiertos a los perseguidos de otras tierras. Ganamos el primer rango mundial de hospitalidad y de ninguna manera podemos permitir que se nos degrade hacia la exclusión, el racismo y el fanatismo, que nos arrebatan nuestra identidad y nos lleve a matarnos entre hermanos.
Más bien, cristianos y judíos, luego de tantas tragedias y malentendidos, debemos aportar nuestra luz conjunta de hermanos reconocidos y abrazados; el futuro de la humanidad está en el reconocimiento mutuo, es la base del “nosotros”. Así abrazados, como José y sus hermanos, somos luz para la humanidad. Sólo así rompemos la secuela de crímenes y recuperamos la convivencia humana y la diversidad de identidades culturales y religiosas se vuelve diálogo de hermandad y de humanidad.
Que el Dios misericordioso, común a todos, nos bendiga en este camino de luz y de esperanza.
Luis Ugalde, s.j.
Caracas 7 de noviembre de 2011
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Luis Ugalde S.J.
viernes, 12 de agosto de 2011
Ganar con solidaridad
La actividad económica y el Mercado, así como la política y el Estado, son instrumentos creados por la sociedad para resolver sus necesidades económicas y gobernar su convivencia, pero se rebelan contra la sociedad y pueden someterla. La racionalidad moderna - tan beneficiosas en muchos aspectos - ha dotado al Estado y al Mercado de posibilidades cuasi-infinitas de dominación, pues son los que más se apropian del inmenso desarrollo de la racionalidad instrumental científico-tecnológica.
Hemos visto monstruosos imperios del Estado y del Dinero que se apoderan de la sociedad y de la dignidad humana. Sólo una sociedad vigorosa con alma solidaria puede controlar esas lógicas de acumulación y dominio. Cuando no prevalece la solidaridad, una parte de la sociedad utiliza el poder y la riqueza para dominar y oprimir a la otra.
La solidaridad es el oxígeno de toda sociedad humana y mide su calidad; si el oxígeno escasea o se contamina, las sociedades se vuelven inhumanas. Solidaridad es afirmación y reconocimiento del otro, es confianza y dignidad, es el yo de todos y cada uno en el “nosotros” con dignidad compartida. Venezuela no somos 29 millones de egos luchando a dentelladas cada uno por lo suyo, sino “nosotros” construyendo y actuando en un espacio público común, donde nos reconozcamos y ganemos todos.
La manera de librarnos del “homo homini lupus” (el hombre lobo para el hombre) no es creando un monstruoso Leviatán que se impone, como monarca absoluto, como führer, como jefe del partido único, o como dueño de un imperio financiero. El secreto está en reconocer al otro como hermano, de manera que juntos podamos crear un espacio común de libertad, de dignidad, con oportunidades de vida digna para todos.
En el economicismo y en el estatismo hay un profundo error antropológico. Los humanos encontramos nuestra vida cuando la damos voluntariamente a otros y la máxima pobreza es no tener a quien darla. Esta es la raíz de la ética, no la imposición de una ley, sino el descubrimiento de que reconocer, afirmar y amar al otro es encontrarnos y realizarnos nosotros; aunque suene pasado de moda, en la sociedad secularista y economicista sembradora de consumismo individualista-hedonista. Digamos que el Mercado es bueno para producir, pero no para afirmar a quien no tiene valor de mercado; el Estado es bueno para dominar pero no fortalece al débil insumiso.
El reconocimiento del otro es gratuidad, y la reciprocidad de gratuidades es el milagro básico de la humanización. Es el núcleo de la libertad humana y del sentido de la vida. Es el corazón del mensaje cristiano: Dios es amor gratuito que alimenta el obsequio mutuo gratuito de las vidas humanas. Esta no es una verdad sólo para cristianos. En sociedades laicas y en personas no creyentes está igualmente presente como búsqueda y como experiencia humana espiritual más trascendental. En su enfermedad en una clínica de Frankfurt el ateo Marcuse le confesaba al agnóstico Habermas: “sabes, ya sé dónde se originan nuestros juicios de valor más básicos; en la compasión, en nuestro sentimiento del sufrimiento de los demás”.
Esta mutua afirmación solidaria se reconoce fácilmente en la pareja humana y en el ámbito de gratuidad y solidaridad que crea la familia con sus hijos. El reconocimiento del otro hasta dar la vida por él. ¿Pero cómo llevar la solidaridad más allá de la familia a la sociedad y a toda la civilización humana? Desde luego nuestro afecto emotivo y personalizado no llega igual a quienes no conocemos porque viven lejos en Sudán o en la India, o porque todavía no han nacido. Pero la afirmación de los otros, nos lleva a impedir que el afán de la ganancia y poder destruyan la naturaleza y los pueblos (la guerra), pues amamos la vida y dignidad de los que viven a miles de kilómetros o nacerán décadas después de nuestra muerte.
Para eso son los derechos, las leyes y las instituciones, para llegar con la solidaridad hasta donde no llega el afecto de la cercanía familiar. La solidaridad es ganar junto con los otros, descubrir que dar la vida no es perderla sino encontrarla. Solidaridad es construir la sociedad con variados instrumentos económicos y políticos, pero instrumentos controlados por nosotros como sociedad solidaria; es vida para todos.
Luis Ugalde, S.J.
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sábado, 18 de diciembre de 2010
NAVIDAD Y ESPERANZA
Un país sin esperanza es como un pájaro con alas cortadas. Los pueblos se vuelven irreconocibles cuando les matan el alma colectiva y creadora. Siempre me vuelve la deprimente imagen que hace 46 años se me grabó en la plaza principal del Cuzco al ver a aquellos indios doblados barriendo el piso con unas grandes ramas a modo de escobas. ¿Cómo se explica el abismo entre estos pobres y humillados hombres y sus antepasados que construyeron la maravilla del Templo del Sol o la ciudad sagrada de Machu Picchu?
Son ellos mismos; ayer con sueños y alma creativa y hoy con la columna vertebral de su espíritu quebrada. Es un misterio el auge y la muerte de las culturas. Desde luego detrás de las obras culturales más admirables, como en las pirámides de Egipto o en asombrosos monumentos aztecas, hay imperios de iniquidad y de esclavitud, pero animados por un espíritu de grandeza, aunque sea sacrificando vidas para ofrendar una tumba al faraón.
En la Cuba de hace medio siglo hubo sueños de liberación y de dignidad, pero el faraón de turno los convirtió en la actual imperante desesperanza donde los sueños de los jóvenes sólo se proyectan al otro lado del “mar de la felicidad”; mientras él clama contra la infelicidad del resto del mundo para no mirar la ruina de su isla.
Venezuela hoy se debate entre la esperanza y el desaliento. Cientos de miles de jóvenes preparados lanzan sus sueños y talentos fuera del país, aunque no todos puedan salir. El régimen juega al desaliento de los insumisos y se apresura a aprobar una catarata de leyes para aferrarse al poder. Como si conversara con Fidel, Chávez dice: ustedes se afianzaron porque sus opositores huyeron a Miami, nuestra hazaña es mayor, pues tenemos que neutralizar, anular y ahuyentar a los de dentro. Hoy la desesperanza es común a los opositores, a los propios seguidores del régimen y a millones de pobres colgados entre palabras henchidas de promesas y la cruel y vacía realidad.
Recientemente en un barrio de repetidas promesas rojitas, frustradas y barridas por las lluvias desmesuradas, un periodista le preguntó a uno de los afectados qué ayuda esperaba y recibió una respuesta amarga: “luego de tantas falsas promesas, ahora no espero nada”. Es lo peor que nos puede pasar, que la gente pobre se resigne a su negación y no espere nada; que el régimen, perdida su utopía por el inútil esfuerzo de encerrarla en la jaula de la sumisión, se aferre cínicamente al poder en sí mismo, sin propósito liberador; que los emprendedores agredidos, pero todavía con recursos económicos y formación, coloquen el nido de sus sueños y creatividad en Panamá, Colombia o Miami.
Afortunadamente Venezuela tiene futuro y esperanza; tiene con qué y con quiénes, pero necesita emocionarse con un proyecto de liberación compartido y en democracia, es decir, con todos y para todos. Hoy como nunca necesitamos vencer la tentación de la desesperanza, diseñar una propuesta de transformación que nos invita a la movilización hacia un país de progreso y dignidad para todos.
La Navidad en Venezuela, que empieza antes de diciembre y termina en el nuevo año, siempre vuelve cargada de esperanza trascendente como visita de Dios que nos llama a la vocación más sublime.
En torno al Niño de Belén se renueva la esperanza en el Amor que es más fuerte que la muerte, capaz de convertir las aspiraciones en realidades y las palabras en hechos de carne y sangre. Escuchemos la invitación transformadora del Maestro al tullido que tiene fe: “Levántate y camina”; asume tu responsabilidad y cambia el odio en tu país en convivencia creadora.
En medio de esta gigantesca irresponsabilidad manipuladora que juega con las desgracias, ayudémonos unos a otros a avivar la esperanza de vida, con respeto y solidaridad, con instituciones y políticas serias que permitan construir casa y hábitat acogedores, con salud, educación, seguridad… y trabajo digno y creativo.
No es una vergüenza vencer el escepticismo y seguir con esperanza activa, ni cosa de niños que creen en San Nicolás o en los regalos del Niño Jesús con tarjeta en los centros comerciales. El futuro de Venezuela está presente y en esta Navidad y Año Nuevo lo vivimos, no como ilusión de escape, sino como fuego interior que ninguna manipulación ni amenaza puede apagar.
Luis Ugalde, S.J.
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