martes, 22 de enero de 2013

Educadores con compromiso…¡Sembradores de esperanza!

Ana G. de Guinand



Venezolana. Casada y madre de 5 hijos. Licenciada en Educación (UNA) con Postgrado en Desarrollo Infantil (UCAB). Diploma de Estudios Avanzados en Teología (ITER-UCAB). Experiencia docente universitaria en la UCAB y el Centro de Estudios Religiosos (CER). 12 años de Voluntariado Profesional en SUPERATEC A.C.

1. ¿Cómo podemos los educadores constituirnos en trabajadores por la paz?

Cuando analizamos el Mensaje de Su Santidad Benedicto XVI titulado “Bienaventurados los que trabajan por la paz”, en general pienso que los educadores coincidimos con la primera idea que expone el documento en cuanto a que “Cada nuevo año trae consigo la esperanza de un mundo mejor”. A ello podríamos añadir otras situaciones, como por ejemplo: cada nuevo año escolar o hasta cada periodo trae consigo la esperanza de algo mejor. Y ese algo mejor puede muy bien incluir la esperanza de un curso más armónico, con mejores relaciones entre los colegas, compañerismo entre los estudiantes, entendimiento con los padres y representantes, sintonía con el personal directivo, coincidencia entre lo que la institución educativa aspira y el Estado propone. Quizás también dicha esperanza puede estar relacionada con ideales más generales, como por ejemplo: promover la igualdad de oportunidades, evitar cualquier forma de exclusión y más bien buscar formas de compensar diferencias que puedan afectar negativamente a alguna persona, favorecer la cooperación, procurar el diálogo y las decisiones -si no idealmente por consenso, al menos por mayoría, establecer acuerdos específicos, fortalecer equipos de trabajo, resolver conflictos y problemas recurrentes o nuevos, y un largo etcétera acerca de lo que los educadores desearíamos en nuestra gestión y más allá del ámbito educativo, con frecuencia relacionado con la convivencia, la verdad, la responsabilidad, la justicia, la simpatía, el perdón…

En ese marco de esperanzas por mejorar su quehacer, el educador claramente se sitúa ante la necesidad de participar y contribuir a la creación de ambientes de equilibrio y justicia, en los que se vele por el bien común en un ambiente de paz. Este sería el contexto natural para llevar a cabo su labor de educador. No obstante sabemos que esta condición no está dada sino que más bien es una tarea pendiente, algo por reconstruir.

Esa tarea de construir la paz tropieza con algunos obstáculos ya conocidos como pueden ser: el individualismo y el egoísmo, el abuso de autoridad y la violencia, la codicia y las divisiones, los criterios rígidos y los prejuicios. Es así como nos reconocemos ante un desafío que nos sobrepasa al mismo tiempo que lo intuimos posible.


Todos hemos vivido situaciones ante las que reaccionamos inadecuadamente sin razón aparente. También, hemos vivido dificultades que hemos atendido con paz interior y asertividad que nos sorprenden. Tenemos la experiencia de que la paz no es sólo resultado de la voluntad humana. En ella hay algo de misterio, de gracia externa y gratuita, de don que se nos ofrece; algo que nos trasciende y se hace real en las acciones humanas y humanizadoras.

La paz se manifiesta como don de Dios y se actualiza en la fraternidad. Por eso, cuando escuchamos “Bienaventurados los que trabajan por la paz” recibimos una Buena Noticia: que la paz es posible y que para construirla contamos con el favor del mismo Dios que se nos manifiesta en su Palabra y nos infunde su Espíritu. Algo de esto lo estuvimos escuchando en la liturgia de días pasados tanto en la primera carta de Juan como en las lecturas de la semana de Epifanía en Mateo y Lucas. El Señor nos convoca como familia humana a construir un Reino de paz desde la tierra, contando con su amor, con la autodonación que hace Jesús de su propia vida, y con nuestra capacidad de seguirlo y de constituirnos en “nosotros” en la diaria convivencia.

2. ¿Cómo podemos integrar a las familias y a los educadores para el cultivo de una cultura de paz?

El mensaje del Papa asocia la paz a la vida, a su defensa, preservación, sano desarrollo personal, comunitario y trascendente. Igualmente, y esto es fácil de comprender para nosotros como educadores venezolanos, asocia la agresión a la vida como daño irreparable, no sólo adverso a la paz en general sino también al presente y futuro personal y social. En dicha valoración y protección a la vida coinciden las familias y las instituciones educativas. Es más, el documento especifica que la vocación natural de la familia es promover la vida. En ese sentido la familia ocupa un lugar privilegiado en sembrar actitudes y valoraciones que más adelante el sistema educativo irá profundizando de cara a la libertad y madurez humana, de manera que cristalice en formas socializadas de convivir y organizarse. Así se va gestando la cultura de la paz con la contribución de cada instancia hasta llegar a impregnar a la sociedad, en un recorrido de lo más particular hacia lo más general. A su vez, en dicho recorrido se va cultivando la paz en sus diversos niveles: la paz interior, la paz en las relaciones humanas, la paz en y entre los pueblos. Y ello, como decíamos anteriormente, como fruto de dones recibidos y cultivados respecto a los cuales la cultura familiar es clave.

La familia es un lugar amigable para considerar el bien de todos, o sea, el bien común. También para fomentar un clima de relaciones amorosas y cordiales, veraces y honestas, consideradas y respetuosas, justas y benevolentes. Igualmente para participar de experiencias de gratuidad y generosidad sin medidas, de disculpas y perdón, y de todo aquello que hace referencia al amor primero e incondicional que habla de Dios y de la creación; de su hijo Jesús, quien encarna la vida humana fraterna fruto de su paz interior alimentada por el amor al Padre, a quien busca complacer en cada una de las circunstancias de su vida por encima de las dificultades humanas.

En ese sentido vemos como familia y educación se influyen mutuamente al punto que no será excepcional considerar lo que las instituciones educativas pueden hacer por las familias en situaciones de dificultad y en las que la paz se vea comprometida en cualquiera de sus niveles: espiritual, relacional, grupal, comunitaria. Tampoco será excepcional lo que las familias puedan hacer a favor de la armonía y la concordia en otras esferas y organizaciones.

3. ¿Cómo podría promoverse la cultura de paz con la participación de la tríada solidaria Estado, familia e instituciones educativa?

La promoción de la cultura de paz se desprende de nuestra capacidad de entendernos como conciudadanos y hermanos iguales en dignidad, sujetos de derechos y deberes, y partícipes de un destino común. También tiene relación con reconocer que hay situaciones humanas que nos trascienden y como tales ponemos ante el Señor acogiéndonos a su misericordia. A este respecto, y quizás anterior a ello, actuar como si los hechos dependieran de nosotros sabiendo que no tenemos la última palabra y que el mal nunca se vence desde el mal sino a fuerza de bien. Así, nos abrimos a una cultura de paz cuando “nuestros ojos ven con mayor profundidad, bajo la superficie de las apariencias y las manifestaciones, para descubrir una realidad positiva que existe en nuestros corazones, porque todo hombre ha sido creado a imagen de Dios y llamado a crecer, contribuyendo a la construcción de un mundo nuevo”, como nos dice Su Santidad.

Por otra parte, el documento señala el derecho a la objeción de conciencia con respecto a leyes y medidas que atenten contra la vida y su dignidad. También menciona las obligaciones del Estado como garante de la justicia social y de los derechos humanos. Punto aparte dedica a la construcción de un nuevo modelo de desarrollo y de economía en búsqueda de la paz, en el que alerta respecto a la tentación de acudir a nuevos ídolos. En este sentido, como se deja ver en párrafos anteriores, tanto las familias como la educación tienen un papel fundamental. Reconoce la disposición humana a la creatividad que bien puede florecer en momentos de crisis con nuevas perspectivas y soluciones fruto del discernimiento, del don de sí, de las capacidades e iniciativas puestas al servicio de la fraternidad más allá de los propios intereses personales y grupales.

Como última observación quisiera destacar la importancia que da el mensaje al trabajo como derecho. Hacia este logro también podrían apuntar la familia y la educación considerando la cultura de paz como telón de fondo.

Entrevista de la Comunidad Virtual de Educadores Católicos

No hay comentarios:

Publicar un comentario